martes, 22 de diciembre de 2009

Crisis

Cuestión de Crisis... y del maestro Sabina.

Brotes verdes

He encontrado bajo mi cama brotes verdes. Los he arrancado y me he fumado un réquiem. Oda al cigarrillo de después, lo he titulado. He recordado que no conozco varón alguno que en la cama no se crea dandy. Mis amigos yankees los que menos.

Pensarás, chico, en Obama. No es más que apariencia. Como buen americano, a buen seguro perderá el norte cuando su negra zumbona le tiente a hacer la jura de bandera.

Fíjate sino en tu amigo Frankie. De seguir vivo, a buen seguro se mantendría embalsamado en líquido de frenos y alcohol del noventa y seis, tan mafiosamente atractivo como en el primer That’s life.

Lo cierto es que nos norteamericanos no me caen nada bien. Nada de fuera lo consideran naïf. Ni siquiera a Mr. Bean. Imagínate que ocurrirá conmigo, que soy todo peligro y encima tengo familia en Vigo…

Ellos, en cambio, sólo son capaces de ver su ombligo creyéndose el del mundo, aun cuando mantienen a Clint Eastwood como estilete de un cine en cuyos guiones pega Chuck Norris a puñetazos el membrete.

No es tampoco lo mejor su televisión. Reniegan de Espinete, por maricón. Explotan a Dexter, policía asesino de quién a conveniencia sea menester. House descubre enfermedades extrañas y las achaca a Mickey Mouse. Prison Break engancha y no es verdad. ¿O no es acaso el FBI capaz de solucionar tal mistake?

En cualquier caso, no es en España la situación mucho más alentadora. “Zapatero a tus zapatos”, grita la oposición. “No, Marianín, no. Aunque te joda no me voy”, replica el de la ceja. A la mierda que la LOGSE diga que Ramón y Cajal descubrió el fuego. Como en matemáticas, aquí la solución fácil se despeja: Nadie se queja.

En Marruecos sí lo hacen. Las vacas no pacen. El Rey clama vendetta. ¡Perejil es nuestro! Intentan tapar con saharauis recovecos. La justicia nos la hará Haidar, y tras la huelga, a tierra de nadie la han tenido que mandar. ¿Qué otra cosa cabía esperar?

Todo funciona de otro modo en Italia. Allí la gente se toma la catedral por su mano para demostrar que Berlusconi también es humano. Che c’è questa cosa! Da igual la petición de escusi. Ríete tú de belinas y camorras. Tanto dinero en su faz gastado, para acabar por del Duomo una réplica desfigurado.

¡Viva La Esteban! Pronto las campanas serán lo que repliquen. Ella y Mermelada serán los reyes de las uvas en quién Ramón García abdique. A los patriotas no les importa. Ya siempre se ha dicho: Muerto el rey, ¡viva el rey!

En este caso es reina, pero y qué más da, si la noticia es quién la peina. Es triste, pero hoy se informa hasta sobre el color del tanga que viste. Respeto a quién de ello se informa pero, ¡oh la lá! Quién de ello informa merecería la muerte en la Francia de Sarkozy. ¡Qué pregunten de secuestros a somalís!

La crisis persiste. Los brotes verdes no existen. La culpa es del entorno, que la viste de incultura. Con esto de las libertades, sería sólo capaz de soltar exabruptos, máxime cuando estas se tornan restricciones.

Brotes verdes. Me los fumo yo como réquiem. Réquiem de un humo, el del tabaco, que quedará sesgado en 2010. Humo que se ceñirá ya sólo al pitillo de después. Y, para nuestra desgracia, al que nuestros políticos venden también.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Inmigrante

Comienzo a considerar la apatridia una salida. Es más frustrante la desidia de ser en tierra de uno inmigrante y no profeta. Quizá sea uno más cuando lleguen las valkirias.

Desde el frente

Llevo días durmiendo con un puñal bajo la almohada. No temo cortarme las venas. Ansío cortarme las penas. Y es que dice un buen amigo que es éste buen remedio para partirlas en dos. Mejor remedio incluso que encomendarse para ello a Dios.

En blanco y negro, llegan mensajes de retaguardia. Hace tiempo los cañones callan. Helicópteros en tierra. Este mundo es una mierda. Todo olía mejor cuando en vanguardia salpicaban sangre, alcohol y lágrimas.

Apenas últimamente ha opuesto el enemigo resistencia. La existente ha sido sesgada con vehemencia. Comienza a tornarse en aburrido ser veterano en el arte de vivir estando el frente tan lejano del propio sentir.

No hay mayor novedad desde la mediocridad. No creo en Papa Noel, aunque sea un Dios profano. Sintonizo la radio en color. ¡Se acerca un nuevo año! De nada sirven las noticias, en vanguardia actúan en vano.

El frío acompaña a un nuevo mal. Las tropas yacen confiadas. Los malos no van de blanco. Vuelta al siglo XXI. La infancia sólo es pasado. El físico no importa. Importa más el desasosiego. Se combate con tilas. Sin sangre no hay dolor, y ningún golpe es comparable con los recibidos amistándose en el Congo con gorilas.

Comienzo a considerar la apatridia una salida. Es más frustrante la desidia de ser en tierra de uno inmigrante y no profeta. Quizá sea uno más cuando lleguen las valkirias.

Mis compañeros caen. Uno lo hace tras otro. Todo era bonito, hasta el triunfo del turrón. “Todo por la patria”, gritan los lisiados. Piensan los hijos de un Dios menor en sus hermanos. Siento compasión por los ilusos. Permanecen por el consumismo anestesiados.

La Navidad triunfa, con un niño de la mano. Y qué más da para los que han sido curados. Para otros, nunca nada será como antes. Hay heridas incurables. Son años de batallas y sentimientos frustrados. Todo cambia cuando nada ha cambiado. Y qué le voy a hacer si yo no creo en Reyes Magos, ni tampoco en la familia…

viernes, 4 de diciembre de 2009

I'll be waiting

En ocasiones, la felicidad sólo se alcanza con quién se espera. Otros pueden tratar de cubrir un vacío en el tiempo, en el espacio, o incluso entre tus brazos. En ocasiones, lo harán en vano. Y es que da igual la demora, "I'll be waiting"...

Todo por ella

Por más que lo evito, menos me resisto. Triste y melancólico, ha acabado aquí convirtiéndose también en alcohólico. Tiene de quién escribe los malos vicios. Pendenciero, mujeriego y mentiroso. Pero, y qué si miente, si con su mentira soy feliz.

Acostumbra a decir que son su entorno y su pasado lo que le incita a vivir una mentira. Narrativa, lo denomina él, creyéndose de algo autor.

Se rodea de amigos hechos en cartón piedra, y se aisla en este mundo rodeado de servilletas, pensando en ella. En la expiración se inspira, imaginando estar sólo con tanta gente.

Vive y me envuelve en su propio engaño. Finje que soy ella, y se autoconvence de que bajarme una estrella es el mejor modo de llenar esos vacíos labios y expiar un alma tan difícil de curar como difícil es en el mar esquinas encontrar.

Infeliz en ocasiones soy por omisión. No tanto cuando pretendiendo con este clavo otro quitar, dice aquello de “de no ser por mi vértigo, cambiaría una como tú en mi cama por una luna en tu balcón”.

Da igual que diga la verdad o mienta. Con ello a mí me da la vida. Esa vida que luego me quita cuando viene en lunes, no me avisa, y pensando en ella algo recita.
Y es que ayer estuvo aquí. Lo sé por una servilleta. Otra vez pensando en ella escribió unos versos. Mira, esta es su letra…


Una copa y otra. Busco en ti un verso.
Borracha navega mi alma a oscuras.
Recuerdo tus labios, sus comisuras.
Añoro un quizá, un último beso.

Motivos tuviste para adiós decir.
En lugar de ello, yo a ti te dije “Diosa”.
“Hola, mi amor”. En la mano una rosa.
¿Algo mejor que tú puedo pedir?

Mi corazón sin ti no está rimado.
Sexta copa. Brindo por tu amor en prosa.
Mucho nos queda por dar y recibir.

Créeme, cariño, tanto nunca he querido.
Vuelve. Te consentiré hoy, caprichosa.
Vuelve. Cuanto te quiero, hoy quiero exhibir…

viernes, 20 de noviembre de 2009

Sin Perdón

Compré armas a Dios. Vendí la paz al diablo. Les di mi corazón a cambio del milagro...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Recuerdos de un olvido

Muchas mujeres por mi vida han transitado. Algunas me han hecho el amor. Otras tan sólo daño. Es por ello que no te guardo rencor. Fue mi culpa el haberme encariñado.

Por favor te lo ruego, vuelve ahora y miénteme sin temor. Ya el daño no me importa. Ven y quiéreme con ardor. Seguro que tu mentira me reconforta.

Dime, cielo, qué es la mentira, sino un trámite de la verdad. Dime qué es la verdad, sino algo tan subjetivo como la propia vida. Y dime, por último, qué es la mía si en ella faltas tú.

Olvidemos lo pasado. Culpemos a los esquimales de todos nuestros males. Compremos armas a Dios. Vendamos la paz al diablo. Hagamos juntos planes. Vivamos juntos mi canción, como ya en solitario yo lo hago.

Lo hago cuando tengo miedo. A quererte y no volver a verte. Miedo a recordar, y nuevamente llorar. A intentar olvidarte en verso, y no ver más que prosa en tu recuerdo. Miedo a tener que acostumbrarme a vivir sin ti. A, como tiempo atrás hice, quizá incluso perderte.

Aprovechando de su muerte el aniversario, también hoy yo quiero ser franco. Falta como tú una en mi vida, y sobra en cada noche más de un tequila. Por ti a todos renunciaría, y si así me lo pidieras, tila en mano esperaría.

Tendría en la otra una pluma. Superaría con ella el vértigo. Dejaría volar mi imaginación. Escribiría mil veces ‘te quiero’. Te guardaría en un cajón, como ya en ese baúl de recuerdos te guardo.

Eres en mi vida un huracán, pues con tus recuerdos inundas mi mente y con mis sentimientos asolas mi alma. A solas te pido desde este rincón, vuelve, Olvido. Vuelve, mi amor…

martes, 10 de noviembre de 2009

Quizás

Años hacía que no oía esta canción. Antaño, cuando lo hacía, he de reconocer que me emocionaba. Lo hacía pensando en un mañana, en un "Quizás". Hoy, el mañana ha llegado, y el "Quizás", no como en la canción, pero se ha dado... y con razón.

Pacientes postales

Cobra una postal importancia cuando se torna su reverso para que la imagen del anverso deje paso a palabras y sentimientos. Pasa una imagen a valer menos de mil palabras, cuando estas tatúan el torso desnudo de una capa cuya ‘S’ recuerda al lugar desde el cual quién narra pretende transmitir sueños… o mentiras.


13/X/99

Queridos Juan y mami:
Espero de todo corazón que algún día podamos presenciar juntos aquí, como bien sé que te gustaría, un Barça-Madrid.
Y es que como os podréis imaginar mami y tú, estoy embarcado de cocinero y me encuentro navegando por todo el Mediterráneo.
Si Dios nos lo permite, y aunque te cueste creerlo, hace mucho tiempo sueño con que hagamos un buen viaje juntos; pero no olvides, hijo, que la mejor virtud del ser humano es la paciencia…
Un besote muy grande.




09/XI/09

¿Sabes? Tenías razón, la mejor virtud del ser humano es la paciencia. Pero, no creas, de ello no me he dado cuenta leyendo tu postal. En esa primera lectura únicamente lo he recordado.

Y es que hace años he aprendido a ser paciente, pero no por con tu consejo ser consecuente. Nada más lejos. Te diré, de hecho, que de haber sido así, hace menos de diez días que habría descubierto ese mundo en el que en el momento de la redacción quisiste sumergirme.

Diez años he tardado en leer una postal que mami había condenado al olvido, y no sabes cuanta indiferencia me ha causado… Indiferencia por el mensaje. Indiferencia hacia ti. Indiferencia por los años. Indiferencia por mí.

Y es que, dime, ¿qué nos queda, más que la indiferencia? Hace tiempo que a ello el dolor te ha condenado. El mío y el de una mami a la que convertiste en madre y padre. A la que convertiste sólo en mamá.

No te sientas importante. No sólo tú has contribuido. Más gente lo ha hecho, y también el pasado. Entre todos matasteis a ese niño, y él solito se murió. Él solito se convirtió en aquello que quiera en que aquel a quién pedías paciencia se ha convertido.

Aunque te cueste creerlo, tú hace tiempo formas parte del pasado. Ya han sido muchos los viajes en los que tú has faltado, y muchos en los que seguirás haciéndolo. Sólo uno queda por hacer, y ese sí lo haremos juntos.

Por ese buen viaje espero. Como tú en aquellos tiempos en el Mediterráneo, entre fogones yo me encuentro, cocinándolo. Pacientemente aguardo mi momento. Mi momento para sacar del horno aquello que tan fervientemente espero.

Como tú, también yo recurro siempre al refranero. Dice este sobre el ser humano que es el ser humano el único hombre capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Tu caso es peculiar. Para ti habrá incluso una tercera.

Pero, descuida, trataré que sea la vencida. Ya debieron serlo las dos anteriores chinas, pero también tú has demostrado ser perseverante. Querías tu Barça-Madrid, y en él estás. El marcador refleja un dos a cero, y de tu equipo, lo siento, pero nadie quiere ser portero.

Sí me gustaría a mí serlo cuando acabe el encuentro. Serlo como tú lo eres de discoteca, hacerte una foto, y guardarla en mi hemeroteca. Le haría copias. Utilizaría una de ellas como postal. En el reverso, escribiría esto y te lo enviaría.

Disfrutaría, como sé que a mami le gustaría. Hace tiempo que también ella apela a Dios. He de decirte que no sé si el suyo existe. El tuyo sí lo hace, pero es un Dios menor. Y es que no hay Dios que permita a un creyente causar tanto dolor.

Tranquilo, a mi ya no me duele. Yo ya tengo callo. Me salió años atrás, en un juicio en mayo. Puedes no creerme. Será que no me conoces. En cualquier caso, te invito a pensar lo contrario. A no pensar que con esto sólo busco que, como yo, veas cuán acertado era tu mensaje. No me gustaría nada más que, como yo, también tú asimilases tu propio mensaje, con el tiempo… y, como yo, que lo hagas dentro de tu propia celda.

lunes, 9 de noviembre de 2009

No tienes corazón

Qué poco corazón el de una ramera que cobra y abandona sin prestar servicios. Qué poco corazón el de un hombre que paga a su salvadora por los extras gratuitos. Qué poco corazón al que cantan el maestro Sabina y los Quijano en este tema.

Mujer de armas tomar... o dejar

Era una policía mi fetiche de la noche. Auguraba una buena despedida del día. Uniforme, como lo que ella vestía, siempre que fuese ello lo que mi bestia pretendía. Así creí que sería, pues como suele decirse, donde hay agujero hay alegría. Sin embargo, algo ocurrió que ello no lo proporcionó.

“Vamos, puta, alégrame la noche”, dije. Ella me pegó. Yo luego le pagué. Pistola ella en mano, creí que cenaría algún tipo de delicatesen con guarnición de plomo. Me veía ya reposando sobre mi cama en pijama de pino. No fue aquello, sin embargo, más que un fraude de tomo y lomo.

Aquello tenía visos de ser bocata di cardinale. Terminó, sin embargo, siendo pecata minuta únicamente. Y es que no sé bien qué ocurrió, pero abandonado y en pelotas, esposado a la pata del billar me dejó.

Mi memoria selectiva ha decidido desterrar al olvido lo ocurrido, aunque, a decir verdad, incluso no llevando a cabo esa criba, podría adivinar qué llevo a aquello a la deriva. Teniendo mi tacto en cuenta, debió ser que dije o hice. No lo sé. El caso es que avergonzado me hallo por haber sido por una ramera abandonado.

Bien merecido lo tengo, dirás. Y una mierda. Tú vienes, pagas y recibes. Ella vino y me esposó, luego se fue y emporrado me dejó. No se dejó olvidado, por contra, el dinero acordado. Meretriz sí, pero tonta no era, la muy… emperatriz.

Aunque no lo creas, lo peor vino después. Desnudo, a la espera de un salvador dejado, por la mujer de la limpieza fui encontrado. Entrada en años y carnes, soltera y más entera de lo que yo me había quedado, dio uso a algo que por otra debía haber sido frotado.

El caso es que, chico, así va España. Comienzas la noche pagando por sexo a una mujer que con un arma te amenaza, y terminas viendo como una virgen ante ti se quita la coraza. La verdad, casi habría preferido recibir de una bala un ardiente beso a haber terminado sodomizado por… por eso.

He de decir, en su descargo, que al acabar entró al almacén y con una sierra me liberó. Ello me hizo sentirme en deuda. De ahí que le ofreciese algo más del dinero en su contrato estipulado, para agradecerle los servicios extra prestados. Sin embargo, debió creer que era por lo que sobre la mesa de billar había hecho. Al contrario que la otra, no cogió el dinero. Pareció tomarse el conato de propina muy a pecho, o eso dice mi ojo derecho.

Flota aún en el aire la posibilidad de que vuelva a frotar. Claro me dejó que a otra limpiadora debo contratar, y con su agresión, también que es mujer de armas tomar. Eso ella. La otra, chico, lo que dejó claro fue que es más bien dada a ser considerada mujer de armas dejar…

miércoles, 14 de octubre de 2009

Yes, we can

"Yes, we can": Sí, se puede alabar a Obama, aún cuando sus logros, más que logros, son cambios obvios.
"Yes, we can": Sí, se puede cambiar, y Obama puede hacerlo. De momento, para mi no lo ha hecho, o no lo suficiente para llevarse un Nobel siendo aún un idem.
"Yes, we can": Sí, se puede. Se puede, en un momento álgido de lameculismo, zurrar a quién para mi apenas ha hecho aún nada.

De premios y piaras

Se puede engañar a todo el mundo parte del tiempo, como se puede engañar a parte del mundo todo el tiempo. Lo que jamás se ha podido, ni se podrá, es engañar a todo el mundo durante todo el tiempo, cielo.

Ahora tu amigo se vanagloria por cambiarla. Luego la gloria se convertirá en lamento por no saber verla. Un lamento que vendrá del engaño de una desgracia que ahora quiere parecer mundana. No lo es, sin embargo, y no porque sea superior, sino porque su ego le hace no creerse humana.

Mírala. Fíjate bien en sus andares. Por su postureo debe creerse que su belleza es algo digno de estudio de alguna ciencia. No se da cuenta que aquí, por obra y gracia de su prepotencia, no es sólo desgracia infame, sino digna de alimentar una piara de cerdos con hambre y poco cuerdos.

Cierto es que él parece feliz, pero ella no debería sino alimentar vuestra indiferencia. Recuerda las sabias palabras del loco de la planta. Bien sabes que en un lugar como este, es mayor la credibilidad de un hombre abrazado a una cizaña que la de otro cualquier ser.

Y es que así está este mundo regulado. Un arrastrado de La Lola’s parece ser de un mundo distinto del que habita un arrastrado mundano. Es por ello que aquí no importan la Constitución, ni cualquier código comprado o regalado.

Aquí nadie regala un Nobel, ni arrebata un menor título por algo tan nimio como un par de polvos. Es por ello que el laureado Obama poco importa. Lo que aquí recibiría por sus logros, a lo sumo, serían unas hojas de laurel y una copa de aguarrás.

Quizá nuestro amigo el periodista tenga una distinta visión, pero de él no me gusta ni la acción ni la omisión. No me gustan sus contemplaciones con Gadafi, ni tampoco las frustradas con reinas europeas. No me gusta contemplar sus fotos con las hijas de Zapatero; ni que para ganarse el Nobel, no haya acabado con las guerras de Bush, primero.

Definitivamente, no entiendo su Nobel, cielo. Apenas es un presidente nobel, proyecto de experto en verborrea, pero bastante le queda para dejar atrás el pasteleo. Y, no creas, que parece que mi opinión la comparte el COI.

En las votaciones que han evitado nuestros segundos juegos y las primeras generales de Gallardón pudo verse. Envió a la zumbona como avanzadilla. Luego llegó él. Llegó, vio y perdió porque en su batalla, la dialéctica, Lula se lo merendó. Ni con la reina danesa se reunió, ni a las votaciones se quedó. Perdón debía pedir por ello, pero sin hacerlo, allá en el norte otra cosa le dieron.

Y es que no obtuvo los JJOO, pero sí un Nobel de consolación, como si fuese el Nobel de la Paz algo tan banal como la prepotencia de esa desgraciada desgracia. Su nombre ya está escrito junto a Annan y Al Gore. También junto a Arafat y Mandela, un puñado de años después de la Madre Teresa de Calcuta o Martin Luther King.

También Amnistía Internacional obtuvo en su día tal reconocimiento. Amnistía como la que él todavía muestra ante ciertos errores de su antecesor. Guantánamo era un trámite para la democratización de su nación, no un logro digno de mención.

Tampoco Arafat encuentra en él parangón. Quizá en un futuro, pero toda una vida dedicada a la paz entre Palestina e Israel no merecía ser echa de menos por alguien que no es más que un todavía verde proyecto que el más relevante negro que para mi cualquier madre ha parido.

Quizá esté yo equivocada, cielo. Quizá sea mayor su acción y menor su omisión, pero a mí no me lo parece. Su foto con israelís y palestinos era un trámite, como su reunión de ayer con Zapatero. No creo que eso, y el cierre de una aberración, sean para tanto.

Quizá esté yo equivocada, cielo, pero creo que para el Nobel es pronto, como pronto es para otorgar a una desgracia el perdón. Con el tiempo, quizá ambos merezcan que sobre ellos haga una rectificación. De momento…

martes, 13 de octubre de 2009

La canción de las noches perdidas

No era aquello un bolero. Tampoco algo de Machín. Puede haber sido fruto de las noches perdidas. Fruto, o también canción, como esta del maestro Sabina cantada por Pasión Vega.

La pela es la pela

Hablando de todo y nada la noche nos abordaba. Era para nosotros como un libro abierto donde sólo habían escritas premisas cortantes y palabras malsonantes. Recuerdo con claridad muchas de sus historias, como aquella gran verdad descubierta aún tan recientemente.

Era una noche lluviosa. Llegó con gran premura, ávido de alcohol, y nos contó como escogió en su día a la que fue su tercera esposa. Se fijó para ello en dos teorías. La una, la divina proporción. La otra, una propia sobre una relación, la existente entre una mujer fumadora y la posibilidad de que practique sexo oral.

La argumentación, chico, es no recomendable para menores de sesenta y nueve. La resolución de lo que contaba, no me lo parece para mayores de la mitad de tal cifra. Ajeno a ellas es lo real de esa relación.

Y es que he topado, te decía, con la gran verdad del vagabundo en el preciso instante en que disfrutaba de la última calada de nuestro tercer cigarrillo post-coital. Sucedió cuando en ella algo ardió de nuevo, antes incluso de que me diese a mi tiempo de coger frío. Cuando me disponía a aspirar los últimos restos de alquitrán de mi pitillo, golosa, comenzó ella a hacer lo propio con el principio de su habano.

La cubana vino después, acompañada de un griego. Cada cual llamó dos veces, como dos veces llama siempre el cartero. También así lo hizo el holandés, pero éste no pudo entrar. Bastante grande era ya el paquete que allí había como para que a alguno de los dos le importase nada Holanda, no siendo ésta época de tulipanes.

Nos juramos por amor aprender a hablar en cursiva. Los dos cruzamos los dedos, mientras un turco observaba atento. Mentimos por copular. Por miedo a con un polvo a cuestas, cada uno a su casa regresar. Desnudos reconocimos que no somos sin sexo como sin doner no hay kebab.

Dimos vueltas después, como la carne que el voyeur en su local ofrece. Pude luego paladear entre sus senos fresas negras, saboreando al acabar un último empujón entre sus piernas. Como dos tacos las imaginamos, y con mis bolas jugueteamos, como si el lugar favorito de los imbéciles del billar estuviésemos profanando. Se afanaban ellos en persuadirnos, mientras ellas se tocaban. De fondo, se escuchaba un arpa. Sonaba una oda al amor, magistralmente tocada por un camarón volador.

No era aquello un bolero. Tampoco algo de Machín. Debo serte sincero, en aquel momento me creí Tintín. Me evadí, y me imaginé no sólo aquí. Lo hice en Jamaica, y también en Pekín. Me sentí un dibujo, animado por una aventura en el Amazonas. Luego, ella cabalgó, y yo me fui. Recordé antes a aquel sabio vagabundo, y entendí por fin que es tan cierto que si fuma fela, como que la pela es la pela.

domingo, 11 de octubre de 2009

Hombre en el espejo

Bendito desconocido el que comparte habitación contigo. Maldito hombre el que desde el espejo te mira. Curioso aquel juego de ser otro y uno mismo. Dichoso aquel que con su "Hombre en el espejo" interactúa... escuchando esta canción.

Perfecto desconocido

A mi edad puede parecer un tanto ridículo, pero he de reconocer que, a estas alturas de la vida, aún comparto cuarto con otro ser.

No es cosa del alquiler. Tampoco nada voluntario ni buscado. Desconozco el motivo y la razón, como tampoco conozco a quién también ocupa mi habitación. Y es que, aún compartiendo cuarto, lo cierto es que es el uno para el otro un perfecto desconocido.

Nos desconocemos de una manera tan perfecta, que únicamente sé de él que trabaja como actor. No sé si de cine o televisión. Tampoco sé si de teatro. Sólo que día a día se viste con mis ropas e imita a la perfección lo que hago.

Diría, por su repetitiva actuación, que trabaja como mimo. Sin embargo, no parece tal por su porte y percha, y porque en alguna ocasión actúa con total independencia. Tampoco creo, además, que en tiempo de crisis den para tanto las calles…

Y es que su armario, como el mio, no parece hecho precisamente de paja. Alguna que otra vez viste distinto a mi, y puedo ver igualmente en él primeras marcas, marcas que amablemente recomienda e incluso ofrece, demostrando no ser tampoco mudo.

Creo, por contra, que sí es abstemio. Busco a veces agradecerle sus buenos gestos y palabras invitándole a una copa en este rincón y acaba siempre rechazándolo. Sonríe y me cede el paso al salir de nuestro cuarto, pero desaparece sin mediar palabra en cuanto de casa salgo.

No se lo tengo ya en cuenta, pues sé que es parco en palabras, del mismo modo que sé bien ya que cuando aparca los silencios, puede llegar a ser bastante pedante, e incluso hiriente.

Aunque me evite e ignore, reconozco que tiende a tratarme con respeto y buenos modos. Con esa ya inconfundible sonrisa gratifica mis oídos con anécdotas y alabanzas. Me halaga y hace creerme superior a cualquiera, aún cuando diría que a cualquiera conoce mejor que a mi. Y es que, como él, también yo soy parco en palabras en lo que a mi vida respecta.

Por desgracia, eso es algo que no respeta. Odio que en ella se entrometa. Y sin embargo, lo hace. Pese a mi parquedad, parece conocerlo todo de mi. Puede parecer lógico compartiendo habitación, pero creo que lo es menos no conociendo ni su nombre.

Él el mio seguro lo conocerá. Abrirá mi correspondencia. Investigará cosas sobre mi con astucia y paciencia. Qué se yo… La cuestión es que que tanto de mi sepa me asusta, como asusta la total ligereza con la que me habla y aconseja.

Decía que a veces puede ser hiriente. En su descargo he de decir que no es algo frecuente. Sin embargo, cuando frunce el ceño o camina altanero, produce en mi un efecto que a los ojos mirarle no puedo.

Igual que me eleva me entierra. Igual que con sus palabras me encanta, con ellas me espanta. Con ellas y su trato, indistintamente me atrapa y aparta. Con su vida, y su conocimiento de la mia, me confunde.

Puede llamarse Alberto. Puede que sea su nombre Óscar, aún cuando es eso lo que por todo merece. Puede merecer un César, o también llamarse de ese modo. Puede ser Judas y besarme, o ser Pedro y negarme. Puede ser mil nombres y uno sólo.

Puede serlo todo, o puede ser nada. Puedo ser tan sólo yo, o puede ser únicamente él. Puede ser nada menos que un amigo, o nada más que un perfecto desconocido. Puede no ser nadie o ser, simplemente, mi reflejo encontrado en un espejo.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Moon River

Me hablaba Irene antes de comenzar el segundo pase de la mala educación. Me alegró ver que, como yo, cree que no toda la juventud se encuentra anclada en un 1963 digitalizado, y que también a veces la culpa es de los padres y el entorno que un grupo de malcriados acaben siendo puestos en cintura en un programa de televisión que representa un colegio en ese año.

Tras ello, me gustó ver también como me hacía un guiño comenzando el siguiente pase con la canción de una película que lleva por nombre el tema de nuestra última conversación.

La mala educación

En más de una ocasión me ha resguardado la nocturnidad y he recomendado a alguna amiga un libro con qué cultivarse. Con otras, sin embargo, me ha faltado valor para afrontar la posible saña derivada de una sugerencia tan banal como recomendarles comenzar a elevar su coeficiente intelectual con el cambio de color de tinte.

No es que las rubias me parezcan imbéciles, pues ya ves, cielo, que yo misma lo soy. Ocurre que, en ocasiones, recomendaría un cambio a un color platino con el cual seguir con el erróneo tópico, únicamente en descargo de morenas o pelirrojas que no van muy a la zaga del mismo.

Ayer pude constatarlo. Eso de que las rubias somos más tontas que el resto es un mito. Hay mujeres que, aún siendo morenas, son también bastante estúpidas. Y pude constatarlo con una madre que, en su ignorancia, maleducaba a su hijo a la salida del colegio.

Sé que está mal prestar atención a conversaciones ajenas, y más si son de desconocidos, pero no pude evitar, parada en un semáforo, escuchar como una madre decía a su hijo que lo que el profesor le había dicho en clase era mentira, y que si debía aprenderlo era única y exclusivamente para no llevar un suspenso luego a casa.

El tan controvertido tema, cielo, no era otra cosa que las religiones en la antigua Roma. No sé si por creencias propias, pero en cuanto “religión” y “Roma” salieron de la boca del niño, la madre rebuznó rauda y veloz para corregirle y decirle que “de la religión católica, apostólica y romana, os habrán hablado”.
Fue, ante la negativa del crío, ante lo cual la prima del asno co-protagonista de Shrek advirtió del error del profesor, aun remarcándole el churumbel que la temática sobre la que están trabajando son las antiguas y grandes civilizaciones.

Fue también en ese preciso instante cuando a puntito estuve de estamparle el libro sobre religiones egipcias que venía de comprar en todo el buzón, pues llevando tal bien bajo el brazo, mis oídos hubieron de soportar la aberración que cometía la señora al decir que en la antigüedad se llamaba dioses a las personas famosas.

Ahora, a toro pasado, pienso en lo mucho que me gustaría ver a esa madre, tirada en el sofá de su casa, gritando “niño, calla, ¿no ves que están hablando de La Esteban?”, mientras su hijo le pide que le explique el motivo por el cual ocho por siete son cincuenta y seis.

O, mejor aún, me gustaría haber visto la cara que se le habría quedado si en el momento que califica a los dioses egipcios de personas famosas, abro las páginas de Ra, Anubis, Thot o Amón y le muestro sus formas tan poco humanas (aunque aquí corriese el riesgo de que me enseñase una foto de La Campa ardiendo en cólera o de algún personajillo del Gran Hermano 3587).

Llegados a tal punto, es cuando ya no me sorprenden los retratos que programas como “Clase del 63” hacen de la juventud. Si un parlamentario escribe ‘inundaciones’ con ‘h’, una ministra habla de ‘los miembros y las miembras’ y una madre inculta dice a su hijo que la única religión existente en Roma fue la ‘católica, apostólica y romana’, es lógico que niñatos como los que en ese programa salen coloquen luego a Lugo en Badajoz, a León en Andalucía o digan que ocho por siete son cuarenta “por sus cojones”.

Te sorprenderá la referencia que hago a tal programa. Antes de comenzar el primer pase pude ver un rato, mientras me vestía. Si estabas ya aquí no lo habrás podido ver, pero es denigrante. Me niego a creer que así son las nuevas generaciones. Algo habrá distinto a esos despojos, aunque no salga retratado en lugar alguno. Me niego a creer que nuestro futuro está en manos de hijos cuyas madres niegan rasgos básicos de la historia antigua, y que todos son, realmente, hijos del tomate y el móvil.

Me niego a creer, cielo, que el mundo está perdido. No niego la existencia de animales irracionales como La Esteban, La Campa, la señora del semáforo o los niños de “Clase del 63”, pero me niego a creer que ése sea el futuro.

Y si lo es, que se cumpla el mito egipcio y en 2012 termine un ciclo. Y tras él, que el ave fénix resurja. Y que lo haga con educación. Y sin televisión.

domingo, 4 de octubre de 2009

Brucia la terra

No busqueis orden, pues sólo dice lo que dice.
No busqueis lógica, pues para unos pocos la tiene.
No busqueis más allá, pues más allá poco existe.

Orgullo y honor

Admiro tu determinación. El temor al camino nuevo nunca ha detenido. Siempre que has abandonado un camino viejo has sabido qué era aquello que dejabas atrás. Sin embargo, nunca has temido a aquello que el nuevo y desconocido camino pudiera depararte.

Das ahora tus primeros pasos en una nueva senda. Sé precavido. Desconfiado, incluso. No dudes en que, si pueden acabar contigo, lo harán. No des un paso en falso. Recuerda siempre que no hay peor cosa que intentar ser del mundo la mejor persona, y que un orgullo como el tuyo sólo se convertirá en virtud si llegas a convertirlo en honor.

Debes ser perseverante y paciente. No existe la gloria sin sufrimiento, ni el honor sin lucha. Debes también abstraerte de los hechos. Ver gente donde otros ven personas, aún cuando esas personas sean allegadas, pues son esos allegados los primeros que deben guardarte fidelidad, y sin embargo no lo hacen.

Ellos son los primeros que merecen ser ajusticiados. No existe familia sin respeto y fidelidad. Recuérdalo. Lo que ahora ocurre es sólo pasajero. El tiempo no cambia a las personas, sino que las descubre.

Es por ello por lo que no debes dudar. Ellos no han variado un ápice. Tan sólo lo han hecho las máscaras con las que intentan confundirte. Siguen siendo seres despreciables. Antes lo eran por repudiarte. Ahora lo son por intentar utilizarte.

Seamos francos: Jamás les has interesado. El interés que ahora les suscitas es pura fachada. Después de toda una vida de desprecio, ahora vienen solicitando tu ayuda. Unen su causa a la tuya por mero interés. Conocen de tu perseverancia, pero no de tu frialdad y fortaleza.

Es tu frialdad lo que debe imperar en este momento. No dejes en ningún momento que conozcan en profundidad tus pensamientos. No sobre ellos. Su confianza será tu posterior victoria. También a ella contribuirá tu decisión. Cuanto más decidida sea tu colaboración para que todo prospere, mayor será su percepción del olvido y del perdón.

No debe existir este en ningún momento, sin embargo. No tras todo lo pasado. Después de todo lo sufrido, no debe haber en ti lugar a la compasión. Por la caridad entra la peste, y esta es bubónica. Nadie mejor que tú lo sabrá.

No hay mayor rata que la que reniega de sus lazos de sangre. No hay rata mayor que la que traiciona a su familia. El mero hecho de hacerlo, merece la desconsideración como tal. Y todo lo que no pertenezca a tu familia, y muestre tan poco respeto hacia ti, chico, merece sin duda ser aplastado.

Deja que caminen confiados. Hazles creer perdonados y, cuando todo haya pasado y vuestros intereses vuelvan a caminar separados, actúa. Hazlo, y disfruta de ello, pues no hay mejor venganza que la gestada desde la confianza ajena y la propia frialdad.

No puedo asegurarte que la venganza no pueda ser también dolorosa. La mía lo fue. No fue fácil acabar con sangre de mi sangre, o con quién me vio crecer. He de reconocer, en cualquier caso, que no por ser doloroso me tembló el pulso. Después de todo, aquello era lo mejor para la familia.

Mi familia era yo, y también mis allegados más fieles. Lo mismo pasa en tu caso. Tú eres tu verdadera familia, como lo es tu reducido núcleo familiar. No han sido, son, ni tampoco serán, aquellos que te han escupido tantas veces a la cara. Jamás podrá considerarse familia a quién únicamente te busca por interés e insulta tu inteligencia no pidiendo clemencia, sino colaboración.

Ahora es por tu familia por quién debes luchar. Es por tu familia por quién debes ser inteligente y frío. Es por tu familia por quién debes enaltecer tu orgullo a través del honor.

Es por tu familia, y especialmente por ti, por quién debes, en definitiva, actuar para que, como en su día ocurrió con mi sobrino, en el final de los finales el hijo bastardo se convierta en Don.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Cry me a river

Cuando llegué al Avern Club, era Ella Fitzgerald quién estaba sobre el escenario. Al rato, fue Dinah Washington, otra gran voz del jazz y del blues, quién la sustituyó con "Cry me a river", una canción cantada de forma estupenda por la primera pero, para mi gusto, todavía interpretada más estupendamente por la segunda.

Avern Club

Era la segunda vez que me acercaba al Avern Club a pedir consejo a uno de los allí presentes. Ya en la puerta saludé a mi buen amigo Caronte, quién me dijo que esperaba verme por allí más a menudo en un futuro no muy lejano. Flegias, que estaba también por allí cerca, me miraba inquisidor, no sé si por celos o por disponerme a entrar vivo al local.

Lo cierto es que era una noche concurrida. Desconozco si se debe ello a que las almas sin purgar se unen los jueves a las universitarias en sus hábitos de sexo y alcohol, pero el caso es que por allí vi a Chaplin y a Groucho. También estaban Saddam y Bin Laden, quién me rogó le guardase el secreto de su emplazamiento.

Me acerqué a la barra a pedir un trago. Detrás, las dos hijas de Zapatero se encontraban acompañadas por aquel entrañable bote de tomate que entretenía a media España en Telecinco. De las niñas, me atendió la menos fea. Fue en el momento en el que acerqué la copa a mis labios en el que Dinah Washington sustituyó en el escenario a Ella Fitzgerald para cantar aquello de “Cry me a river” y dedicárselo al gran Louis Armstrong, que compartía mesa con Antonio Machín y otros dos afroamericanos.

Como en nuestra primera cita, había llegado antes de la hora. Sabía, además, que el bueno de Frankie estaría en alguna de las habitaciones del piso superior con alguna de sus conquistas en vida. O, quizá, con cualquiera que en el Avern hubiera podido conocer. El caso es que, como la primera vez que nos citamos, esperaba que llegase tarde, y así lo hizo.

Llegó con la respiración alterada, como si hubiese venido corriendo, o quizá igual de sofocado como si viniese de correrse. Sea como fuere, el caso es que arribó con la cremallera del pantalón a medio subir, con dos botones de su camisa por abrochar y su inconfundible sonrisa de cazador por esconder.

Una vez tuvo un trago en la mano, el tono pendenciero de su voz se apoderó de él. Estuvimos comentando el caso durante un rato. Le pareció incluso extraño que hubiese acudido él para orientarme, cuando nunca fue él un ejemplo de cómo se debe tratar a la familia ni, como en el caso abordado, tampoco de cómo se debe ser un padre ejemplar.

Le pareció extraño que acudiese a él, pero no por ello omitió, en su juicio de valor, la definición de rata inmunda de uno de los culpables de que yo haya venido a este mundo. Y tampoco por parecerle extraño, dejó de ofrecerme una solución:

“No quiero sonar repetitivo, muchacho. No sería justo, pues hasta ahora sigues manteniendo la cabeza fría y el jazz caliente. Es por ello que sólo te insto a no cambiar en ese aspecto. Sin embargo, no me considero voz autorizada a tratar temas de familia, aunque sí sé quién en lo que me cuentas te podrá ayudar.

Yo me encargaré de todo, descuida. Vete, y vuelve en un par de días. No te preocupes de los chicos de la puerta. De ellos me ocupo yo. Ahora, ve, y no olvides dar recuerdos al bueno de Al, ¿sí? Ni tampoco lo que siempre te digo: Que el jazz sea tu bandera, y tu frialdad tu montera”.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Calle Melancolía

Neobohemios. Bohemios de nuevo cuño a los que aborrece mi gran amigo Alberto. Se debe ello, quizá, a su triste altanería, ésa con la que una y otra vez afirman vivir en la Calle Melancolía.

La neobohemia

Se irán para no volver, cruzando el túnel del sueño. Dejando un haz de luz un ligero destello. Se irán para no volver, como pájaros sin dueño. Desangrando el cielo con su caótico vuelo.

Si yo pudiera retenerlos, desnudarlos, hacerlos míos, mi verso iluminaría las pupilas de distinguidos poetas líricos, que reunidos en tertulias literarias, lamerían mi falo erguido. Mas como no persigo ese propósito, y si el conseguir ser leído, por todos los dioses digo: ‘Tomad hermanos el reflejo, de lo que pudo haber sido, y sin embargo, por circunstancias del destino, no quiso ser’.

Arrastrados por la vida, creyéndose a vuelta de todo, manchando el lustre de la bohemia, dicen ser autores de la nueva poesía.
Verso que una vez masticado y posteriormente vomitado, diezma su valor hasta alcanzar el del corazón de un hipócrita, arrancado y ensartado en un hierro oxidado y candente.
‘Por el amor de cristo, que blasfemias piensa este miserable’-Pensarán algunos seres, y seguramente con menos elegancia que la descrita-. Pero lo escrito es tan cierto, como que la neobohemia ha muerto antes de haber nacido.

Visten su verso inconcebible, vacío, obtuso, con expresiones ambiguas y hermafroditas que definen su personalidad, y no contentos con ello prolongan la agonía del reducido respetable añadiendo vocablos que aprendieron en la última novela de autor alternativo que dicen haber leído. Tiñen su verso de palabras que jamás alcanzarán a comprender.

Desde aquí les daré las gracias, por perdonarnos a cada segundo la vida. Sentimos no comprender la existencia de una manera tan perfecta y ecuánime como la suya. Sentimos llevar a cabo el atrevimiento de querer formar parte del vulgo. ‘Oh dioses terrenales, perdonad nuestra osadía. Perdonad que seamos inferiores mentalmente’.

A estos seres anacrónicos, podremos distinguirlos del resto de la sociedad atendiendo a distintos factores, los cuales procederé a describir:
(intentaré ser breve)

En primer lugar haré saber que todos los neobohemios, haciendo gala de su basta y amplia cultura literaria, realizan frecuentemente el amago de escribir verso o prosa, o incluso ambas al mismo tiempo. Gracias al cielo, suelen morir en el intento.
La diferencia de estos textos, con los del resto de escritores, es que el mensaje en los primeros se repite constantemente, gravitando en torno a la miseria y desgracia humana, resaltando el ideal: ‘Cuan dura y cruel es la vida que por infortunio me ha tocado vivir’

En segundo lugar, me gustaría hacer hincapié en un rasgo muy importante de los individuos que conforma esta etnia. Les gusta autodefinirse como ‘raros’ o más aún como ‘alternativos’.
Si a sus oídos llegan rumores de que alguien conocido o por conocer los ha considerado de este modo, su ego y su ano se dilatan en proporciones simétricamente idénticas.
Les gusta sentirse ‘diferentes’, para así sentirse al tiempo asilados del rebaño, que integramos el resto de la sociedad.
Podrás verlos portando gafas de sol en altas horas de la madrugada, luciendo sombreros dentro de espacios cerrados, y así toda clase de harapos que no servirían más que para hacer míseros trapos de sus lánguidos jirones.
En resumen: Son alternativos (…).

Por último, no podría dejar pasar por alto el rasgo más importante: Su afán por evadirse.

A menudo se sienten en la vida de paso. La monotonía les asfixia, les atrapa, les raciona el oxígeno.
Necesitan ampliar su ‘campo visual’, enaltecer su alma y su cuerpo. Lo que comúnmente el resto de la sociedad conocemos como vacaciones, ellos lo consideran un ‘descanso vital’, para poder continuar con la pesada carga del día a día.
Necesitan viajar, olvidar por un tiempo las calles que durante el año transitan. Desean alejarse de algo o de alguien, en la mayor parte de los supuestos por simple cobardía. Nadie puede comprender ni satisfacer sus necesidades si no comparte su ‘confesión religiosa’.
Nunca llegan a ser felices plenamente, en parte porque no lo desean. La soledad, la tristeza y el martirio les proporciona un siniestro placer, que nadie cabal y cuerdo llega jamás a comprender.
Podríamos decir que rentabilizan el dolor, para vomitar una especie de sonrisa.

Y así, a grosso modo, quedaría definida la estructura genérica de estos seres que conviven con nosotros.


A ellos quisiera dirigirme para rubricar estas líneas:

Soy consciente de que como animales libres que sois, estáis en todo vuestro derecho de comportaros salvajemente a vuestro antojo siempre y cuando no dañéis a las personas.
Se hace duro aceptar que vistáis así, que no sepáis integraros en la sociedad como el resto de individuos, y que mostréis una concepción de la vida a todas luces anormal; no obstante, a pesar de ello me veo obligado a respetarlo, que no a compartirlo. Ahora bien, por caridad humana: ‘No sigáis escupiendo esas vehemencias en forma de palabra escrita’
No me considero abanderado de ninguna causa, ni represento a nadie, aunque soy consciente de que son muchos los que comparten mi opinión; tan solo quiero que tengáis en cuenta que estáis haciendo mucho daño a la lengua castellana.

Es preferible que os sigáis drogando, pero no tratéis de escribir.
No al menos al mismo tiempo.


* Escrito por Alberto Rodríguez.

martes, 22 de septiembre de 2009

Champagne

Cree Diego haber encontrado cura a su forma de ser. No piensa en que, quizá, por su nueva y fogosa relación, lo que puede, más bien, es no tener remedio. En cualquier caso, el beneficio de la duda habrá de serle otorgado con esta canción que tan bien adereza su nueva historia.

"Su cariño, gracias"

Lo reconozco. Quizá no sea la más guapa del mundo. Sí estoy seguro, sin embargo, de que es más guapa que cualquiera. Y también más fiera. Al menos lo es más que cualquier otra de las que en este local de mala muerte entran.

No me mires así. No tienes más que mirar a tu alrededor. Una divina corista, una camarera enamorada y una serie de especímenes a caballo entre un orangután hembra y la hembra de un pollo. ¿Crees que alguna cabalgaría sobre tu miembro con la soltura que ella lo hizo sobre mi noble corcel?

No creo, tampoco, que ninguna mujer de las que aquí entran sea tan deportista. Ya, ya sé que el chándal no le debe sentar la mitad de bien que a Luis Aragonés, pero también a ella le gusta ganar, ganar, ganar y volver a ganar. No es que conmigo haya dejado los tacones por los tacos, o no al menos por los que se calzan. No. Conmigo, los tacos salían de su boca, y las botas nos las poníamos llamando sin parar a un teléfono que empieza por sesenta y nueve.

Le encanta el deporte, te decía, porque practicándolo estuvimos toda la noche. Sí, sí. No me mires así. ¿Acaso no sabes que es el sexo el único que no se detiene por falta de luz?
Le gusta también cocinar. De hecho, cuando el alba llegó, nos encontró con las manos en la masa, probando por enésima vez el uno los ingredientes que uno y otro añadiríamos a nuestro enésimo postre juntos.

La noche de anoche no fue noche. O no al menos una noche al uso. Cierto es que había alcohol, y también que sonaba blues de fondo. No menos cierto es que tampoco faltaba el humo. Este, sin embargo, no era ambiental, sino sexual. Fueron tantos los cigarrillos necesarios de después, que al recargar las baterías de nicotina, la máquina nos soltó un bonito “su cariño, gracias”.

No puedo negar cierto momentáneo hastío, aún estando en buena forma. Si bien, ella lo hizo arder, y no sabes de qué forma. Llegado al séptimo cielo de aquel acto, actuó ella de tal modo que quise vender mi vida al diablo por perecer en aquel momento. Olvidé que, aún sin cuernos, y teniendo yo el rabo, era una pobre diabla con quién yacía.

Al rato, mis bostezos de Dios le hicieron creerme humano. Fue por ello que, al pedir papas, me las dio arrugás. Arrugás y bañás en champagne francés. Al descorcharlo pedí un trato. Uno más, dijo Santo Tomás, y mano de santo. Su truco sirvió para engañarme una vez más. Y otra. Y otra. Y luego otra…

De todo aquello saco algo en claro, y es que los feos y apuestos se atraen. ¿La razón? Fácil, sencilla, y para mayores de dieciocho años:
Yo no soy todo lo guapo que ella podría desear, y ella apuesta por hacerme adelgazar mediante la dieta del cucurucho. Simple, y llanamente.

Al final del encuentro, ambos nos sentimos colmados por matar el mono a polvos. Con el tiempo, hasta puede que yo siente la cabeza más allá de entre sus piernas. Es probable incluso que ella se reforme si permanecen los castigos de cara a la pared. Quién sabe. Con el tiempo, es incluso posible que, en lugar de aquella máquina, seamos nosotros quienes digamos aquello de “su cariño, gracias”.

lunes, 21 de septiembre de 2009

It's a man's man's man's world.

Hace referencia John en sus palabras a James Brown y uno de sus mayores éxitos. Es de recibo, pues, que ese éxito acompañe en El Rincón a sus palabras, cantado por el propio James Brown y otro grande, Luciano Pavarotti.

Muerto de amor

Sabes, chico, por extraño que parezca, temo a la muerte. Creo en la inmortalidad del ser no como algo divino, sino como un mero recuerdo en la memoria de aquellos que te han amado. Es justamente por ello por lo que temo al último suspiro, porque pocas personas creo que sean capaces de amarme sin cobrar por horas. Y es que hoy día, muchas veces soy amado, pero pocas de forma gratuita.

Podría dejar de buscar el amor en prostitutas y hacer un casting como los que salen en televisión para contratar a un par de jóvenes plañideras para mi velatorio, cierto es, pero no menos cierto es que les costaría más encariñarse conmigo que a mi sacar mi cartera en el Jamaica. Después de todo, hasta en el amor es más fácil recibir que dar… y diría que también más placentero.

Sé que mi concepto de amor es insustancial o, como diría mi amigo Juan Lapuerta, imperialista y prepotente. Soy culpable, lo admito. Lo reconozco, soy la antítesis del romanticismo. No soy capaz de verme en una relación con una mujer más allá del tanga de la dama de turno que muy gustosamente me llame “papito” por un puñado de billetes.

Soy culpable, he dicho, pero no menos culpables sois todos los que por aquí pasais. Después de todo, mi imperio se basa en el aguarrás que bebeis y mi prepotencia en el caché que al local dais, imperio y prepotencia que me han llevado hasta hace un par de semanas al cese temporal de la convivencia alcohólica por reformas y buena vida.

Lo cierto es que quería dar al local una nueva vuelta de tuerca. Lástima que finalmente no haya hecho sino dársela a una de las que en mi sien se encuentran. Quedó ello reflejado en el mismo instante en que te dejé sin lugar de hobbie y a los arrastrados a la altura de un hobbit, pero qué le voy a hacer, ya te he dicho que soy como un prepotente emperador.
Como dueño de este antro de mala muerte que tanta vida da a aquellos que veranean en el purgatorio, me creí con poder suficiente para desafiar al mismísimo Julio César. Mi sorpresa fue que, cuando este arribó a la dirección donde nos habíamos citado, era el ex central del Valladolid quién había aparecido.

Esa broma pesada gastada por la vida me hizo replantearme mi relación con la muerte, aunque creo que en nuestra relación no hay ya remedio. No me gusta frivolizar ni comparar mi situación con la de nadie. Únicamente te diré que me siento vejado y maltratado. No creo haberme merecido aquellos dos golpes de los que, en efecto, todavía no me he olvidado, por mucho que las heridas parezcan cicatrizar. Si aquellos pobres benditos no se merecían morir, menos merecía yo que lo hiciesen en mi edificio.

Tampoco creo que aquella otra chica mereciese morir. Quizá sí su marido, pero no ella. Es una de tantas historias desgarradoras, en las que alguien que dice ser hombre acaba con la vida de su mujer a base de golpes. Cierto es que esta vez los golpes le partieron tanto el alma, que fue ella quién buscó a la muerte, pero no es excusa. Ni tampoco toda esa mierda que sacan ahora en la prensa local, al más puro estilo prensa del corazón. Él era un hijo’puta, pero quién murió fue ella. Qué importan el cariño y el amor.

Quizá sea cosa mia, chico. Hace tiempo que no encuentro el amor sin chequera, ni que por amor llevo preservativos en mi guantera. No me malinterpretes. Yo podría haber protagonizado el anuncio ese televisivo diciendo aquello de “todo con condón, todo con Control”. Es sólo que, como cliente habitual de sus instalaciones, las provisiones me las otorga ya el estado jamaicano.

Sé que mi concepto de amor es insustancial, y sé que puede que lo sea porque jamás se da en mi vida el amor sin pagar. Y qué le voy a hacer si, como cantaba James Brown, no soy nada sin una mujer. Y qué le voy a hacer si ninguna mujer me hace temer más a la muerte…

martes, 15 de septiembre de 2009

Amelie

Qué distintas son las noches cuando uno deja atrás Madrid y vuelve a La Lola's. Qué distinto es para Gustavo volver a las noches con los arrastrados después de disfrutar de su pequeña sonrisa de Amelie.

Los lunes al sol

Nos conocimos en Madrid. Creí, al principio, que era de esas a las que al escuchar “mira, un pájaro muerto”, miran al cielo raudas y veloces para observar el vuelo del difunto. Me equivoqué. Aquella rubia sí sabía de muy buena tinta que no todo al norte de los Pirineos es Estocolmo, y que Estocolmo no es una forma de quejarse por la ruptura de una uña.

Lo cierto es que su primera sonrisa me gratificó más que el primer empujón a cualquier otra. Recordé, gracias a ella, aquellos tiempos en que la aceleración de mi noble corcel era similar a la de un Ferrari. Aquellos tiempos en los que pasaba de misógino a promiscuo en seis segundos.

Pasamos un par de días siendo diez años más jóvenes de lo debido. Remamos en el Retiro como esas parejas de jóvenes adolescentes que comienzan a pensar en el sesenta y nueve como algo más que el resultado de tres por veintitrés. También, como pseudo-adolescentes, bebimos colonia de bebé y utilizamos la marcha atrás para algo más que aparcar.

Quise dejarle claro que, juntos o revueltos, yo con ella, pan y cebolla. Fue entonces cuando, ¡pam!, descubrí que, más que “Operación Retorno”, lo suyo sería una vuelta al cole. Topé de bruces con la realidad que me llevó a saberme más viejo de lo creído. Justo ese fue el momento en el que pensé cortarme la p****.

Podría decir en mi descargo que la culpa es de las madres, que las visten como putas. No es verdad. La culpa es de gilipollas como yo, que piensan que sólo el monte es orégano cuando llevan una década teniendo pelo. Estúpido de mi, sólo cuando la vi como algo no recomendable me di cuenta de que los tiempos cambian… y las mujeres también.

No logré, en los dos lunes siguientes, sin embargo, evitar salir con ella a remar. Ni tampoco llevarla al Retiro. Pasamos tres lunes al sol pecando en la sombra. Pecando, y delinquiendo. Poco me importaría ahora que me llegase una citación del juzgado. Bendito delito descubrir que tras aquella pequeña sonrisa de Amelie, se escondían dos pechos tan firmes como vírgenes.

Sus manos me encendían. Su sonrisa me iluminaba. Toda ella me hacía otro. Aquello tan poco recomendable valía la pena. Valía la pena parecer un adolescente con quién lo era. Valía la pena cambiar los lunes a la sombra por pasarlos al sol, remando en el Retiro.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La gravedad

Quiebra por completo este relato con lo que La Lola's Club es, pues si bien comienza en un local nocturno, no había sido nunca Clara alguien habitual en El Rincón de los Arrastrados.

No he querido dejar pasar, sin embargo, la oportunidad de compartir con mis lectores algo que ha surgido de la lectura de un relato ajeno al que quise dar, con permiso de su autor, mi toque personal y transferible a quién guste de leerlo.

Está escrito en un tono grave, y que acaba relacionándose con la gravedad. Es por ello que, ¿qué canción, si no esta, podría acompañarlo?

Y al final, la nada

Consumió en las escaleras un último cigarro. Se fumaba mientras la madrugada a la oscuridad. Piensa de nuevo la noche en que él se fue. Esperaba al alba. Le marcaría el camino a un lugar mejor que aquel rincón, creía.

Recordó que la mañana allí no le podía encontrar. Era hora de secarse las lágrimas de sangre en su pañuelo de lija. El perfecto desconocido esperaba su desayuno en casa.

Desde entonces él era todo oscuridad, pensaba mientras abría la puerta. Compartían cama y vida. Les separaba la nocturnidad, la tristeza y el alcohol. “Si el Averno existe, de esto mucho no debe distar”, se dijo a sí misma.

Aquella depresión le había conducido de la baja a la autocompasión. La autocompasión le convirtió en un cabrón. A ella la había convertido en esclava, desaparecida de su empleo la esclavitud.

Triste, se vestía pensando en lo feliz que otrora había sido, y en lo infeliz que aquel hombre le había convertido. Ya en la estación, se acordó de lo buen hombre que fue.

Se detuvo el tren en su estación, y con ello retornaron los pensamientos de abandono. Las lágrimas se volvieron a unir a un insomne y frío rostro. Insomne por las muchas noches con alcohol y sin descanso. Frío, por aquella mañana con abrigos y sin grados.

Una mañana más, tarde. El jefe esperaba. Era sabedora de que su trabajo de un hilo pendía. Poco le importaba. También de un hilo pendía su antigua vitalidad. Esperaba el fin de su jornada, hasta que ésta tocó a arrebato.

Aminoró a la salida el paso pensando en encontrar en la estación la más tardía combinación. ¿De qué serviría una pronta vuelta a casa? Aquello era un infierno.

En algo peor se convirtió al ver en el periódico de quien tan amablemente le había cedido su asiento una noticia similar a la que en las carnes de su hijo ella vivió. Comenzó entonces su sinrazón. Salió de la estación buscando un lugar donde llorar. Donde gritar. Donde volar.

Volvió a su edificio de trabajo como alma que lleva el diablo hasta llegar a divisar un marco incomparable. Cajas apiladas a un lado. Un pequeño invernadero en otro. Cubriéndole, una intensa niebla. Y al final, la nada.

Por un instante, pensó en ser feliz y libre. Feliz pensando en que su hijo vivía todavía. Liberada por saberse madre y mujer. Recordó entonces qué le había llevado a aquella azotea.

Allí le había llevado la realidad de unos sueños imposibles de cumplir. Allí le habían llevado sus ganas de vivir. Entonces, voló. Encontró, al final, la nada.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Lágrimas negras

Lluvia de lágrimas por una mujer. Lágrimas que mezcladas con alcohol se vuelven negras. Negras, como las lágrimas de esta magnífica canción.

Lluvia de lágrimas por una mujer

Anoche, al encender el cigarrillo que acompañaba a mi tercera copa, mi mirada topó nuevamente de bruces con ella. Debí obviarla, pero no pude dejar de mirarla. Después de todo, aquel encuentro había sido por mi buscado. Y es que, sé que suena triste, chico, pero lo cierto es que fumo porque en el humo creo verla.

A aquel veneno le sucedieron otros tres arsénicos. Ninguno cumplió su cometido. Lo máximo que conseguí, fue poseerla. Y es que, puede parecerte un chiste, pero me emborracho porque en los delirios de mi alcohol, en mi alcoba creo tenerla.

Debes creer que debería bastarme con el humo del local para confundirme con el entorno, y en realidad así es. Ocurre que la confusión no llega, sin tabaco de por medio, en ningún caso a enajenación; del mismo modo que no llega sin alcohol a ansias de posesión de algo que sin el padecimiento de un grave síndrome de Estocolmo no pasaría de una triste historia de amor.

Esa es la verdad, chico. En lugar de odiarla, no logro sino ansiarla. No dejo de adorarla, aún cuando debía aborrecerla. Noche tras noche, es Leyre quién me cabalga. Mi caprichosa imaginación hace que, quiera o no quiera, sea Olvido quién me fustiga. Únicamente el que trabajemos como autónomos hace posible su satisfacción, y creo que también la de la camarera que me da de beber.

¿La mía? Mi satisfacción, amigo mío, poco importa, pero ya que me lo preguntas, quizá estuviese hoy día en atreverme a descolgar el auricular y llamarla. Con ella hablaría lo justo y necesario para pedirle que pasase a su corazón el teléfono.

A decir verdad, no sé exactamente de qué hablaría con lo que ella misma denominaba su “medio limón agrio”. Quizá de los brotes verdes de Zapatero. O puede que del cambio climático y del primo de Rajoy. A lo mejor le pediría su opinión sobre una cosa que he experimentado. Le preguntaría, muy posiblemente, si ve factible que se produzca en algún momento lluvia de lágrimas por una mujer.

Pétalos marchitos

Dos grandes de la canción española se unieron en este tema para no volver. "Entre el frío y el hastío" se une a este Rincón, ajeno al oscuro trasiego de La Lola's Club, oliendo a "Pétalos marchitos".

Entre el estío y el frío

Se irán para no volver,
cruzando el túnel del sueño.
Dejando un haz de luz,
un ligero destello.

Se irán para no volver,
como pájaros sin dueño.
Desangrando el cielo
con su caótico vuelo.

Cuando los ojos creían
que el eterno azul era eterno,
cuando los veranos de una vida
ardían en un mísero invierno;

cuando había una salida
al otro lado del averno…
Ya sabía que te quería.
Ya te amaba sin saberlo.

martes, 1 de septiembre de 2009

La paga

En la vida de uno, siempre hay cosas difíciles de explicar. En la vida de Marco, su episodio con la tortilla es una de ellas. Otra podría ser, fácilmente, que al alzar la copa con la que solventar su problema con un huevo, la canción que de fondo sonaba fuese esta:

Kill Tortill'

Cada día, chico, me encuentro más preocupado por mi salud mental. Antes del cierre obligado del rincón, creía remontar, pero me ocurrió hace un par de semanas una cosa que me dejó…

El caso es que estaba yo en casa, tan tranquilo con mi cizaña preparando una tortilla para cenar, cuando mi imaginación me jugó una de las peores pasadas de mi vida, o eso quiero creer. Y es que una vez terminé de trocear las patatas, un huevo me abordó cuchillo en mano. Comencé a temblar aterrorizado. Jamás antes un homicida había tenido los cojones de matarme. Tampoco, para desgracia mia, había intentado jamás hacerlo un buen vino. Ahora, sin embargo, parecía dispuesto a ser trinchado por un huevo. Por suerte no era esa su intención, pues lo único que hizo fue instarme a detener enseguida los preparativos de mi cena con la amenaza de que llamaría a la policía y me acusaría de intento de violación.

Pregunté entonces a mi cizaña que de qué iba aquello, y me contestó esta que se encontraba la cebolla llorando por su desnudez, de una forma casi tan fría como gélido es el abrazo de un pingüino sin alas. Parecía como si, conociéndome como mi planta me conoce, no supiera que no es precisamente una de mis filias el abusar de nada que haya dado la tierra. Ni tan siquiera del cannabis. Y sin embargo, allí estaba, mirándome con una indiferencia que sonaba a reproche, aún cuando sabe ella más que de sobra que, a falta de orgasmos que me alivien, tiendo en mi tiempo libre a alternar entre órgano y mandolina.

Dejé en la cocina a aquel huevo armado y a aquella amada planta sin mirar tan siquiera a la cara de aquella cebolla a quién había desprovisto, según aquel proyecto de tortilla, de su vestimenta y honor, y me preparé una copa de lejía y alcohol del noventa y seis, sin escatimar en alcohol.

Mientras escogía con qué música hacer arder mis adentros, unos gritos me detuvieron. Era el huevo. Había descuartizado y arrojado al fuego a la cebolla y se había suicidado. Mi cizaña tenía ya el número de la policía marcado cuando le arranqué el teléfono de las ramas y me dispuse a terminar con la tortilla que tiempo atrás había empezado. Me reprochó que fuese a esconder el delito en mi cocina perpetrado, pero el hambre y las ganas de terminar con aquella locura pudieron más.

No sé, chico. Quiero creer que todo aquello fue fruto de mi imaginación, pero lo cierto es que todo lo viví de un modo muy real. Puede que, igual que los juguetes cobran vida cuando los niños en los baúles los guardan, también la comida viva una vida similar a la nuestra en la nevera. O eso, o estoy yo loco, aunque sinceramente, no creo que sea ese el caso.

Quizá haya sido fruto de imaginación, pero todo aquello creo haberlo vivido realmente. Mi cizaña, además, respalda mi coartada. Ella vio la ira en los ojos de aquel huevo. Algo debió pasar antes de los preparativos de mi tortilla para que actuase así. Quiso ser él mismo quién se cargase a aquella cebolla. Quizá tuviesen en aquella nevera un lío y ella le dejase por un pepino. Estoy seguro que actuó como un huevo despechado, como sin huevos actúan muchos hijos de puta hoy día. Me engañó a mi y engañó a mi planta para hacerme parecer que en verdad me había metido en aquel ajo, y así actuar con premeditación y alevosía.

Sé que parece increíble todo esto que te cuento. Pensarás que debo llamar a un loquero, cuando, más bien, para hacer la tortilla debí llamar a la policía primero. Sé que puede parecer que estoy enfermo, y yo mismo tengo miedo de ello, chico, pero estoy seguro de lo que aquel crimen fue cometido por aquel huevo…

lunes, 31 de agosto de 2009

Amigo

Tiende Diego, para aparentar una mayor fortaleza y experiencia, a hablar de sus múltiples viajes. Uno de estos hoy le ha hecho recordar, sin embargo, un capítulo no todo lo frívolo que él acostumbra a ser. Todo, por la canción que en aquel momento Irene suavemente cantaba.

Lo que Diego no sabe es que, mientras él habla, encuentra su confesor un claro paralelismo con una experiencia similar. Su amiga es argentina. La de quién escribe, catalana. Una y otra son, como dice la canción, "la hermana del alma, realmente la amiga que en todo camino y jornada está siempre conmigo...".

A Diego se le escapa una cosa. Y es que, a sabiendas de ello o inconscientemente en ningún momento habla de gratitud. Yo, por segundo día seguido, y sin que sirva de precedente en este Rincón, sí debo hacerlo y, Laura, darte las gracias por todo lo que día a día por mi haces.

No sos vos, soy yo

Ocurrió unos tres años atrás. Me encontraba en un bar cuando topé con ella. Su luz me envolvió, como esa envolvente luz que te aproxima a la muerte a lo largo del túnel. Pero, como aquellos que viven una experiencia cercana a esta, terminé regresando.

Cuando uno sufre una ECM, dicen, termina volviendo porque una voz así lo dicta. Unos creen que es simplemente el facultativo quién te hace revivir. Otros, que es quién al otro lado te espera quién te comunica que no ha llegado tu hora. En mi caso, fue ella misma quién me hizo despertar del profundo sueño.

Todo ocurrió un martes. Habían pasado dos jueves desde que nos habíamos conocido. Yo parecía ya un hombre rehabilitado. Casi había olvidado a aquella habitante de Júpiter que me hizo creer marciano. Sonaba en la radio Lucas Masciano. Creo recordar que “Primavera rota”. Y entonces, llegó ella, para también romper el verano.

Me pidió que me sentase y suavemente me dijo “cielo, no sos vos, soy yo”. Íbamos muy rápido, alegó. Poca defensa pude contraponer. Demasiado era ya el empeño que había puesto porque aquella luz fuese la que me aproximase al paraíso. Demasiadas fuerzas fueron las gastadas como para negar la evidencia.

Era un martes. Dice el refranero que “ni te cases ni te embarques”. Cierto es que iba aprisa. Cuando me dejó, lo que esperaba era una contestación a la proposición que le había hecho de irnos juntos de crucero. Pensaba ya, también, en comprarle un perro. Al final, el perro me lo compré a mi y quise tirar todos mis planes juntos por la borda.

Debo decir, en su descargo, que me rompió el corazón, sí, pero que aquel sentimiento poco duró. Dura ello habitualmente lo que tarda en aparecer otra perfección en mi vida. Con ella, sin embargo, un clavo no fue preciso para sacar otro clavo. Y es que ella obvió tal brusquedad, se posó en mi vida y anidó en mi corazón.

Por aquel entonces, ardía por tenerla cerca, aún cuando ella se mostraba fría. Poco a poco, fue esa frialdad lo que convirtió mi ansia en ternura, y mi ternura lo que la convirtió a ella en cercana. Suena extraño, lo sé pero cuando por ella estaba dispuesto a dejarlo todo, no dejándome dar un paso más, fue ella quién acabó por darme todo a mi.

Cuando la conocí, tres años atrás, la creí ángel. Quise con ella tocar el cielo, y mandó mis palabras de amor al infierno. Ello no la convirtió, en contra de lo habitual, en diablo. Más bien al contrario. Lo que después me dio la hizo diosa.

Ella me obligó a volver al mundo real con aquel rechazo. Con aquello, y con aquellos días felices que bien podrían haber sido un final alternativo a “Verano Azul” u otra teleserie de la época. Y es que me declinó mi oferta de amor y crucero, sí, pero para embarcarnos en algo muy poco habitual en la actualidad, como es una amistad entre seres sexualmente desiguales.

No necesitamos velas. Nos bastó con tocar todos los palos para navegar hacia un cariño hoy casi fraternal. No precisamos tener hermanos para comparar lo que el uno del otro hoy sabemos y soportamos. Gracias a su empeño, no hizo falta mucho para que el ansia de amor fuese cubierto por su más que suficiente aprecio.

Sin embargo, pasado cierto tiempo, tuvo mi furgoneta del amor que dejar La Pampa y cruzar el charco. Empapado de papel fotográfico transcurrió el viaje. A cada foto, un recuerdo. A cada recuerdo, una palabra. A cada palabra, un paso más hacia el confort de un alma viajera que en Argentina dejó algo más que una amiga.

“No sos vos, soy yo”, dijo como preludio. Como en mi vida tiende a ser habitual, y de no haberse ella esforzado en que lo que parecía un “adiós” no fuese más que un “hasta luego”, pudo aquello haber sido un final por desamor. Fue, sin embargo, el preludio del más bello no-amor que he vivido, vivo y viviré.

Come fly with me

Hoy, con más de veinticuatro horas de adelanto, por ella.

"Lo que Sinatra ha unido, que no lo separe el hombre..."

Ella

Cuando la conocí, comencé a pensar que antes de hacer una obra de arte, Dios hizo un mal boceto. Al poco, al saberme más joven, me cercioré en que, aún pudiendo ser cierto lo anterior con respecto al hombre y la mujer, en este caso, la perfección fue primero.

Podría decirse que, como precedente, Dios me puso en el camino, como John suele decir, una perfecta imperfección. Y es que de defectos está el mundo lleno, y quizá sea ella una de las personas en las que estos más se manifiestan. Y qué más da. Sin ellos no sería ella.

Tan sólo recuerda el último San Valentín. Mientras Gustavo, Marco, Juan y Diego parecían emular a Javier Urrutia y sus amigos, yo aquí estaba, contento y feliz como una perdiz. Y no precisamente por amor. Es más, te diré que la noche anterior habíamos discutido, pero incluso, pese a eso, me encontraba bien. Y es que, sin duda, y como a ella misma le dije a posteriori, prefiero discutir con ella a hacer el amor con cualquier otra.

Pasados meses, aquí me tienes. Poco o nada ha cambiado. Era feliz con su presencia antes y lo sigo siendo ahora. Cambia únicamente el escenario, pero no los sentimientos. Yo sigo siendo yo. Ella sigue siendo ella. Por aquel entonces, San Valentín, ahora un aniversario.

Da igual cual sea el próximo evento. Nosotros seguiremos siendo nosotros. Yo seguiré intentando alcanzar la excelencia por ella. Ella seguirá siendo eso, ella. Y con ello me bastará. No preciso más.

Unos para ser felices quieren un camión, como decía la canción. A mi me basta con tenerla cerca, aunque quizá, en realidad, esté lejana. Y es que puede estarlo de manera física, pero no en mi memoria. Ya lo dice la ranchera, “dicen que la distancia es el olvido, mas yo no concibo esa razón”. Y es que para mi, chico, no hay razón sin ella.

Y es que los años pasan, como pasa la gente. Las fotografías se suceden, juntos y separados. Las anécdotas acontecen, del mismo modo. Todo pasa. Todo se sucede. Todo cambia. Todo… menos nosotros, y mi gratitud.

viernes, 28 de agosto de 2009

Angie

La chica del relato no tiene nombre. O al menos no es conocido. Podría ser Alicia. Tal vez Laura, o quizá Patricia. También podría ser Ángela o, como la muchacha de la canción, quizá "Angie":

Tarifa extra

En el barrio donde yo vivo, chico, cuesta la ternura casi tanto como la ternera. A veces, cuando me acerco a la carnicería, sólo me disipa las dudas sobre si estoy en esta o en un prostíbulo el ver que no son las patas de las presas lo primero que se desecha. Y es que, cierto es que de las cerdas todo se aprovecha, pero no menos cierto será que ni con estas se antoja demasiado cómodo copular sin apartar.

En más de una ocasión, yendo a comprar al carnicero de la esquina, con la dulce melodía de alguien que me llama “papito” como hilo musical, tengo pensado en ella. No es que la considere una meretriz. Ni mucho menos. Únicamente pienso en esos instantes en que su ternura sí podía considerarse de un valor bastante superior al de la pieza de ternera.

Será cosa de la crisis, pero juraría que cualquiera de esas rameras que en mi barrio hacen la calle serían capaces de decir “te quiero” por un puñado de euros más. No frecuento damas de compañía (todo será cuestión de preguntar a John…), pero a sus tarifas por polvo, francés y completo les acompañará no tardando, si no lo hace ya, un plus por cariño. E incluso, quizá, otro por un beso de buenas noches en la frente y arroparte.

Ese suave y maternal beso nocturno, con ella, solía recibirlo incluso sin tener que abonar una cantidad adicional, o eso creo, ya que he de aclarar que con ella no existían tarifas. No. Ella únicamente entendía de caprichos. Yo… yo, chico, entendía únicamente de dispendios por amor.

El caso es que tampoco existía en nuestra relación tarifa alguna por cariño. Cierto es que este era mostrado, pero nunca promulgado. Y es que, al contrario de lo quizá ocurra con esas “mamitas” (o mamonas) de mi barrio, ella no decía “te quiero”. Ni por un puñado más de euros. No es que se los haya ofertado, obviamente, sino que daba igual el calibre del dispendio.

Al principio, como no podía ser de otro modo, todo iba bien. Durante un tiempo, creo, fingió quererme. Ahora bien, lo que yo quería no era que lo fingiese, sino que lo sintiese. O al menos, que me mintiese. Quizá, así, mi sentimiento ahora fuese otro. De haberme dicho que me quería, aunque no lo hiciese, quizá no la compararía ahora con mis señoras vecinas de vida alegre. Quién sabe si, como estas, también en la cama fingía…

Puede decirse, en descargo, en mitad de la comparación, que ella no cobraba. Cierto. Las que no lo hacen son peores. Ella no cobraba, pero siempre quería más y más. Al final no me salía a cuenta. Hoy esto, mañana aquello, pasado lo de más allá… y ni una triste mentira.

Un día le rogué que me hiciese feliz engañándome. Su respuesta fue “sin un asa y chocolate no te digo que te quiero”. El chocolate se lo ofrecí, relleno de licor. No sabía con lo del asa a qué se refería. Me provocó esto último rechazo. Lo primero me provocó su permanencia. Qué pasó después todos lo sabeis. Se fue sin mediar palabra, con todo lo que ello conllevaba.

Después de todo, qué bonito habría sido escuchar de sus labios un “te quiero”. Sin embargo, de ahí jamás esas palabras salieron. Creí que lo hacía, pero me equivoqué. Jamás le reprocharé que mi sentimiento no fuese recíproco. Nunca le perdonaré, sin embargo, que, como esas putas, por un plus en su tarifa mintiese.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Vuelve el amor

Acaba el verano y vuelve La Lola's Club. Con La Lola's Club, vuelve el amor... o como se llame eso que los arrastrados sienten.

La Lola'Sky

“Sea como fuere, claro queda que al principio fue el Savoy. No menos claro queda que aquella obra debió ser bien divina, o bien diabólica. Sólo así se podría explicar que fuese aquello una perfección tan imperfecta, o una imperfección tan perfecta”.

Nada parecía haber cambiado cuando me senté nuevamente en el rincón. John volvía a hablar del Savoy, aquel local que mal supo imitar, como aquel director americano quiso imitar una película del calibre de “Abre los ojos”. A decir verdad, aquel derrumbe y las posteriores reformas parecieron sentarle como unas vacaciones. De asemejarse a Tom Cruise, podría incluso decirse que, como éste en su bodrio, había empezado una nueva vida.

No es conocido John, sin embargo, por abrazar a la cienciología. De hecho, es de sobra conocido que él no es dado a abrazar si no hay dinero de por medio. Aunque, pensándolo mejor, también él había destacado haciendo una versión chusca y de andar por casa de algo que bien estaba como había sido creado… El caso es que, metida la pata, qué más da yankee que españolito.

En mi vuelta, andaba John contando, con la ilusión de aquel niño que cuenta sus hazañas veraniegas el primer día de vuelta al cole, unas batallitas que sonaban ya a añejo, como a viejo e inútil había sonado en su día “Vanilla Sky”. Pese a conocer ya la historia, los arrastrados prestaban, ávidos de su lugar de reunión, una inédita atención. Parecía como si, en lugar de ser John quién les ilustraba, eran los pechos de Penélope Cruz los que hablaban.

Hablando de pechos, también Leyre e Irene estaban, por suerte, en el local. Por suerte porque, según decía John, el derrumbe del techo provocó lluvias en su azotea, ante lo cual cerca estuvo de cumplir su sueño de convertir aquello en un puti. Quién sabe qué habría sido de ellas de no haberse apiadado su jefe de las dos mujeres que, después de su madre, durante más tiempo habían soportado el olor a matarratas con coca-cola de su aliento...

Posiblemente, como Las Tres Desgracias, se habrían visto abocadas a buscar otro centro donde se les prestase atención. De no haber sido, también, por el miedo de John a ser llamado día sí y día también “papito” por sus chicas, habrían e
éstas dejado de creerse las reinas del billar. Un billar donde, como en el resto del local, nada había cambiado. Cada cabeza seguía estando presidida por dos neuronas, como la barra seguía siendo sustentada por un misógino, un mujeriego y un corazón roto. Sólo faltaba yo, pero allí estaba.

Nada parecía haber cambiado en La Lola’s Club cuando volví a entrar…

miércoles, 10 de junio de 2009

Cerrado por reformas

Según dice Rosana en su canción, la vida son dos trazos y un borrón. Debería, pues, autoproclamarme gato por los muchos borrones que adornan la mia. Los trazos son secundarios. Lo realmente digno de mención son los muchos borrones que llevo trazados. Sí, gato sería mi mejor definición. O gato, o artista cubista.

Y es que, dejando de lado los borrones que bien valdrían por las vidas de siete gatos, también el arte cubista podría definirme. No por arte, sino por la extrañeza de los trazos dibujados. O porque, quizá, pueda definirse mi vida como un cubo de rubik.

Podría estar mil y una vidas dibujando trazos que definiesen los múltiples borrones que han presidido hasta ahora lo por mi vivido. Nada mejor que un cartel que rece "cerrado por reformas" podría considerarse como opera prima u obra última.

Y es que es hoy tal premisa la que mejor define todo lo que me envuelve. Me gustaría que, al despertar, todo resultase haber sido un mal sueño de Antonio Resines. No me he caracterizado nunca, no obstante, por ser un buen serrano. A lo sumo, puedo presumir de ser ayer y hoy, un buen arrastrado.

Hoy, La Lola's Club cierra por reformas. Exigencias del guión. Hoy La Lola's Club dice "hasta pronto" con esta canción:

martes, 26 de mayo de 2009

Más guapa que cualquiera

Da igual lo que haga o piense. Dan igual sus sentimientos y su belleza. Da igual lo mucho que en que Juan cambie se empeñe. Él piensa en otra, aunque sea "Más guapa que cualquiera".

Ya lo dijo Sabina en uno de sus sonetos

Fuera está lloviendo. Huele a viento de tormenta. No me importa, la ventana está bien abierta. Es ya de madrugada. Desvelado una vez más. Otra noche perdida. Ni todo el alcohol ingerido me ayuda a dormir. Tampoco las dos pastillas que me he tomado. Esto es un sinvivir…

Normalmente, una nueva noche pensando en una musa debería ser para un escritor algo sacado de un sueño. Es imposible que así sea en mi caso pues es justamente eso de lo que últimamente no ando sobrado. No. Lo mío, más que de un sueño, parece sacado de una película de terror psicológico. De una película en la que el protagonista sueña con que la muerte se lleva a su pareja, y en la que es esta, sin embargo, quién condena a muerte al protagonista yéndose con otro. Es por ello que, más que musa, desearía verla como musaraña.

Sin embargo, me despierto y ahí la veo. La veo y recuerdo que no me condenó con su acción, sino con su omisión. Podría, de hecho, decirse que oficialmente nunca hemos roto. No obstante, mi corazón demuestra que sí, que algo se ha quebrado.

Si así lo hubiese querido, a la quiebra económica por ella hubiera ido. Hoy día a algo similar me acerco, gastando tanto en ese local de mala muerte. No tengo, sin embargo, la suerte de tenerla conmigo, y nunca he sido yo de los que piensan que vale igual un roto que un descuido.

Así parece que pienso cuando estoy con esa camarera. Me colma de atenciones, cariños y borracheras, pero habitualmente, no es ello más que el colmo de mis desesperaciones. Empiezo a pensar que me gusta regocijarme en mi lastimosidad. Su aprecio parece ser inversamente proporcional a mi desprecio, aunque no se plasme este más que en polvos esporádicos y noches juntos, pegados ante mi plasma al Teletienda.

Ya lo dijo Sabina en uno de sus sonetos. En el Perú, las minas son de oro. En sus bajos, son de bisutería. Bisutería de mercadillo, me permitiría añadir a sus versos. Y es que no era todo ese cariño más que amor de mercadillo comprado a bajo coste. O eso creía yo, pues durante mi enamoramiento, mi cara de higo era equivalente a la de mendigo que se me ha quedado tras su castigo.

Creía, por aquel entonces, que era bajo el coste que por ella estaba ofreciendo, algo que luego cercioró ella yéndose con el chico del Lacoste. Se vendió al mejor postor, cuando parecía haber aceptado ya mi precio, el cual, por cierto, todavía no me ha devuelto.

No es que considere todo aquello un cobro en sentido estricto. No fue estrictamente necesario entender todo aquello como una contraprestación de servicios para que el sangrado fuese mayor que el de un polvo de una noche. Después de todo, ya lo dice un buen amigo: Son peores las que no cobran…

Lo peor de todo aquello es, sin duda, lo que ahora queda. Sueños sin cumplir, noches sin dormir, camareras insaciables que no cejan en su empeño de pedir después de servir.

¡Qué razón tiene el maestro!
Lo peor del amor, cuando termina,
Son las habitaciones ventiladas,
El solo de pijamas con sordina
La adrenalina en camas separadas.

Lo malo del después son los despojos
Que embalsaman los pájaros del sueño,
Los teléfonos que hablan con los ojos,
El sístole sin diástole ni dueño.

jueves, 21 de mayo de 2009

Nos sobran los motivos

Me sobran los motivos para recurrir en este día, o en cualquiera, a Joaquín Sabina. Podría hablar de su concepto de la vida, de sus letras bohemias, de su aire canalla, o de sus sonetos a José Tomás. Podría hablar de mil cosas para presentarlo, pero me sobran los motivos para no hacerlo.

Y es que Joaquín, Don Joaquín, se presenta sólo con sonetos como los anteriores o temas como "Nos sobran los motivos".

Voyeur // En horas de oficina

Voyeur

Dícese del que mira sin ser visto,
se llama así quién ve pero no moja,
su lema es se desnudan luego existo,
su cristo aquel mefisto de Baroja.

Un ano es algo más que un agujero,
un mapamundi el plano de una teta,
la bruma es el plató del caballero
de la mano en la trémula bragueta.

Catedráticos en áticos de Utrillo,
doctor en cines equis de barriada,
prismáticos de alpaca en el bolsillo.

Para echarse a llorar como un chiquillo,
basta que lo sorprenda su cuñada
sudando y con la pinga en cabestrillo.




En horas de oficina

La sexi star de anónima vagina
folla con la rutina de las putas,
come pollas en horas de oficina,
gana más en propinas que en minutas.

Se engaña usted si empaña lo que digo,
patrona de las pajas del poeta,
en nombre del deseo te bendigo,
menos tuvo Romero con Julieta.

¿Qué sería de mi sin ese culo
que profana la ley del disimulo
conyugal cuando el sexo es un adorno?

Convicto de ascensores sin salida,
duermo mejor después de una corrida
en los hoteles con canales porno.



* Escrito por Joaquín Sabina. Publicado en "Ciento volando de catorce".

Señorita

De castigos, dioses y señoritas habla Gustavo. El roce hace el cariño, piensa, y por medio de el roce busca acabar de coger cariño al sexo opuesto. Por medio del roce, y de decir buenos días a las damas, busca coger cariño a señoritas como aquellas de las que en esta canción se habla.

Sexo con seso

Qué bonita noche esta, ¿no crees? La noche. Luz lúgubre y tenue. Buena música y una botella de ron. Tan sólo falta la compañía de una fémina y un par de profilácticos para hacer de esta noche perfecta.

Pensando con la testa que sobre los hombros tengo, he llegado a la conclusión de que el sexo no lo es todo. Después de lo acontecido el otro día en el servicio, suelo intentar aderezar mi avidez sobrevenida de sexo con seso.

Lo que ocurrió sólo responde a algún tipo de correctivo divino. No me sorprende, tampoco. Es obvio que este no es lugar para una señorita. Dios me mandó al instante un correctivo por pretender corromper a una de sus vírgenes. Él mismo sabe que mi imperio daría por algo más que romper con su idem.

El caso es que no me esperaba algo así. Jamás me había dispersado de tal modo. Y todo por una puta reseña escrita en una puerta, como mil hay en cada servicio de cualquier rincón no ya como este, sino como cualquiera. De hecho, no era ni tan siquiera la primera ocasión que leía esa frase. Sin embargo, si fue la primera vez que pensé en algo al hacerlo. No pudo llegar esa reflexión en mejor momento…

Siempre he pensado que, en ocasiones, hay más literatura en un beso que en el sexo, aunque tienda este a ser más propenso a una manifestación más o menos irracional mediante algo similar a algún tipo de vocablo. Así entendí sus besos, como pura literatura, aún dándose en mis bajos.

Bajos eran mis instintos, pero supe, sin embargo, diferenciar un buen francés de aquella postal divina llegada por correspondencia. Esta se establece mediante la diferenciación en la frecuencia con que la remitente recita un beso o regala un verso. Dios sabe que cualquier otra meretriz me habría hecho lo primero. Ella, chico, hizo lo segundo, y con gran destreza, me permitiría añadir.

Estaba a punto de abrirse el cielo sobre mi, ante tal éxtasis sexual cuando no tuve mejor cosa que abrir aquella postal. "Hoy no es hoy, sino mañana", decía la nota en papel reciclado que dentro había. Y sin previo aviso, el ascensorista decidió descender de las puertas del cielo al sótano del infierno.

Hoy no es hoy, sino mañana. Una de las múltiples citas poéticas que rezan en los servicios de La Lola's. Al diablo vendería mi alma por poder disfrutar de otro instante en el obviar cualquier tipo de encuentro con ella, salvo que la cita llevase consigo el conocer al malnacido que la escribió. Primero le rompería la cara. Luego le preguntaría si, como mi mente aseveró en ese momento, cree él que el hoy es el futuro más inmediato que precede a un mañana mejor.

Eso me aseguró mi conciencia en el preciso momento en que creía acercarme al final del tunel. En lugar de un ser querido, al otro lado estaba alguien con un cartel que rezaba "hoy no es hoy, sino mañana", y no tuve yo mejor cosa que pensar en un mañana mejor. A la mierda el carpe diem, y a la mierda mi polvo de esa noche. Y todo por pensar en un mañana mejor.

Lo cierto es que, utilizando el seso para interpretar el sexo, mi mañana mejor en ningún momento llegó. Mi mañana mejor era continuar con mi cura, y dejar mi misoginia atrás. En este futuro tan inmediato como el hoy, después de haber pasado aquel mal trago, no encuentro momento para seguir con mi tratamiento.

Quizá esté equivocado. Sólo quién escribió aquella cita puede sacarme de dudas. Aquella cita parecía divina, y se convirtió en lastimosa. Creí que con aquella postal Dios quería desearme una feliz navidad, y más bien me envió con ello un próspero vete al cuerno. Como al cuerno se fueron mi cita con aquella virgen celestial, mi mente y, para que negarlo, mi autoestima.

Lo ocurrido aquella noche me ha hecho recapacitar. Desconozco aún si el mensaje de Dios con el derrumbe de la torre de Babel pretendía decirme que no es ese el camino hacia la salvación, o si lo que me estaba insinuando era precisamente que para mi no existe cura ni redención. Aquella señorita y aquella postal me han hecho devanarme los sesos pensando en el sexo, y aún así, no he llegado aún a ninguna clara observación.

No sé, chico. No entiendo las razones que llevaron a Dios a dejarme en evidencia ante una de sus vírgenes, como no entiendo tampoco el mensaje de qué quiere decir esa absurda reseña. Quizá, llegados a este punto, lo suyo sea pensar en un mañana más clarificador o, quizá, en un mañana mejor.