sábado, 24 de abril de 2010

Piernas de marioneta

En la lona piernas de marioneta. La factura de resistir [...]. Al bajar los puños a las caderas perdió el combate...

Nudillos de perdedor

Me he batido el cobre con mi propia sombra y he perdido. Caí en aquel rincón en que una noche desnudé por ella una canción. Se vistieron mis nudillos de cansado perdedor. Yací por su culpa alcoholizado.

Nada es igual desde que no me asomo a su balcón. Todo lo he perdido. Nada me queda. El único recuerdo que guardo de sus labios es el replique de aquel timbre. Números rojos en la cuenta del banco del olvido.

A la resignación llamo, buscando un punto y seguido. La incomprensión contesta veloz y rauda. Me traiciona y torna mi gravedad en coma. Lo hace a mi primer descuido, como ya antes hicieran otras. ¿Otra vez del cuadrilátero barrido?

Convirtió nuestro mañana incierto en un equívoco. Me miró de usted y me noqueó con un tajante adiós. Atravesó mi corazón con un atajo, y con otro de la mano. Jodida ramera, ¿por qué acabaste con un simple adiós?

Arrancó a mordiscos el polvo de mi lona al cerrar la puerta. Me repuse antes de la cuenta y me asomé por la ventana. Lancé instintivamente la toalla con la que me acababa de secar. ¿Por ése te vas?

Hubiera preferido que se hubiese despedido dejando en mi barra el carmín de sus labios, pero no… Escogió otros besos con los que engordar sin darme tiempo a reaccionar. Arrojó a un contenedor mi suciedad. Y con ella, mi corazón.

Permanezco invicto desde aquello sobre un ring. Sueño con la cara de aquel tipo y pego como un ex convicto, pero lo peor viene cuando seco mi sudor. Entonces pienso en aquello y golpeo la pared como si fuese mi rival aquel bastardo.

El después ya lo conoces. Mi vergüenza torera me convierte en boxeador alcohólico. Y todo por una mujer. Aquella llamada al timbre suena en mi cabeza como la campana que anuncia la derrota de la vida ante la muerte.

No quise guardar de ella otro recuerdo. Me deshice de sus cosas. La toalla no la recuperé. Su lugar en mi memoria lo ocupa, a modo de anestesia, un gran reserva del noventa y seis, pero así yo lo prefiero.

Sólo me queda de sus labios aquel timbre. Salvo la cara de aquel tipo, todo lo demás ya lo he olvidado. De intentar no recordarlo me he cansado. Mi propia sombra me ha ganado.

Ahora yo sobre la lona por KO siempre lo hago. Poco importa si cuando seco mi sudor viene a mi memoria aquel adiós. Poco importa ya si, aunque siempre gano, cuando seco mi sudor vuelven mis nudillos a ser de perdedor…

martes, 20 de abril de 2010

Veinte de abril

Hoy es el día:

Ya no queda casi nadie de los de antes, y los que hay, han cambiado…

Veinte de abril, malos tiempos para la blanquivioleta...

Cuentan las malas lenguas que veinte años después de aquella, Jesús Cifuentes se ha cansado de esperar respuesta de la fría pucelana a la que iba su letra dirigida. Bastante paciencia ha tenido, pensarán. Pues sí. Yo no hubiera aguantado tanto.

Los lugareños cuya adolescencia o madurez transcurriese en los principios de los noventa recordarán mejor que el pipiolo que les escribe que la letra decía algo así como ya no queda casi nadie de los de antes, y los que hay, han cambiado…

Llegados a este punto, más de uno habrá pensado en lo poco original que resulta hablar hoy del grupo vallisoletano y su canción. No obstante, ¿puede alguien presumir en tal día como hoy de por lo menos no haberla tarareado?

Cuando he hecho referencia a ella, seguro que todos han caído. Y quien diga que no, miente. Por el contrario, no lo ha hecho nunca la letra de Cifu y sus chicos, y hoy sigue sin hacerlo.

Seguro que más de uno y de dos han creído alguna vez que estaba escrita para aquella ocasión en que su mejor amigo dejó el grupo por la chica guapa de turno, o que en su siguiente concierto la pieza le sería dedicada por haber sido capaz de soportar que aquella chica tan maja y encantadora se reencargase en pija una vez licenciada en burrología y letras.

Les confieso que incluso yo he pensado mucho en ello, con una diferencia. Uno, que es un enfermo del fútbol, no deja de pensar hoy en que la canción va como anillo al dedo de nuestro Real Valladolid. Porque, díganme, ¿qué nos queda de aquel ascenso en Tenerife fraguado hace tres años?

Apenas unos pocos de los actuales jugadores vivieron aquel hito. Y los que siguen vistiendo la blanca y violeta, vaya si han cambiado. Igual que aquella chica del noventa debe ser hoy un adefesio, para ellos el tiempo no ha pasado en valde. El rendimiento, como el físico, ha ido en deterioro.

Pero no querría uno quedarse anclado en el noventa y en cómo los designios del tiempo han tratado a los que otrora fueron héroes. Como uno no lleva demasiado en la ciudad, inexorablemente ha de hablar de lo que conoce. De los gallegos.

Por eso les invito a que cojan su máquina del tiempo y escriban en su pizarra “Vigo – 1983”. Cuando lleguen, aparecerán en el local de ensayo de Golpes Bajos, un grupo local cuya letra más recordada sería la que hablaba de los malos tiempos para la lírica.

Me gustaría que aquellos que no se sintieron especialmente aludidos con la anterior canción pensasen ahora en esa premisa. ¿Se ajusta o no con la situación actual de nuestro Real Valladolid? Si los pocos nos quedan de aquel reverdecimiento de laureles en las islas hace tres campañas han sido castigados por el tiempo, piensen en nuestra situación actual.

Tres entrenadores en una temporada, una dirección deportiva inoperante y/o incompetente, un presidente superado por todo lo que le rodea, unos jugadores apartados o en la picota por excederse en sus hábitos fuera del verde, otros inexpertos o por debajo del rendimiento presupuesto…

Esta semana, la del veinte de abril, el Valladolid se la juega en El Molinón. Corren malos tiempos para la blanquivioleta. Toca ganar o morir. Como ambas canciones, atrás queda nuestra gloria…