martes, 26 de mayo de 2009

Más guapa que cualquiera

Da igual lo que haga o piense. Dan igual sus sentimientos y su belleza. Da igual lo mucho que en que Juan cambie se empeñe. Él piensa en otra, aunque sea "Más guapa que cualquiera".

Ya lo dijo Sabina en uno de sus sonetos

Fuera está lloviendo. Huele a viento de tormenta. No me importa, la ventana está bien abierta. Es ya de madrugada. Desvelado una vez más. Otra noche perdida. Ni todo el alcohol ingerido me ayuda a dormir. Tampoco las dos pastillas que me he tomado. Esto es un sinvivir…

Normalmente, una nueva noche pensando en una musa debería ser para un escritor algo sacado de un sueño. Es imposible que así sea en mi caso pues es justamente eso de lo que últimamente no ando sobrado. No. Lo mío, más que de un sueño, parece sacado de una película de terror psicológico. De una película en la que el protagonista sueña con que la muerte se lleva a su pareja, y en la que es esta, sin embargo, quién condena a muerte al protagonista yéndose con otro. Es por ello que, más que musa, desearía verla como musaraña.

Sin embargo, me despierto y ahí la veo. La veo y recuerdo que no me condenó con su acción, sino con su omisión. Podría, de hecho, decirse que oficialmente nunca hemos roto. No obstante, mi corazón demuestra que sí, que algo se ha quebrado.

Si así lo hubiese querido, a la quiebra económica por ella hubiera ido. Hoy día a algo similar me acerco, gastando tanto en ese local de mala muerte. No tengo, sin embargo, la suerte de tenerla conmigo, y nunca he sido yo de los que piensan que vale igual un roto que un descuido.

Así parece que pienso cuando estoy con esa camarera. Me colma de atenciones, cariños y borracheras, pero habitualmente, no es ello más que el colmo de mis desesperaciones. Empiezo a pensar que me gusta regocijarme en mi lastimosidad. Su aprecio parece ser inversamente proporcional a mi desprecio, aunque no se plasme este más que en polvos esporádicos y noches juntos, pegados ante mi plasma al Teletienda.

Ya lo dijo Sabina en uno de sus sonetos. En el Perú, las minas son de oro. En sus bajos, son de bisutería. Bisutería de mercadillo, me permitiría añadir a sus versos. Y es que no era todo ese cariño más que amor de mercadillo comprado a bajo coste. O eso creía yo, pues durante mi enamoramiento, mi cara de higo era equivalente a la de mendigo que se me ha quedado tras su castigo.

Creía, por aquel entonces, que era bajo el coste que por ella estaba ofreciendo, algo que luego cercioró ella yéndose con el chico del Lacoste. Se vendió al mejor postor, cuando parecía haber aceptado ya mi precio, el cual, por cierto, todavía no me ha devuelto.

No es que considere todo aquello un cobro en sentido estricto. No fue estrictamente necesario entender todo aquello como una contraprestación de servicios para que el sangrado fuese mayor que el de un polvo de una noche. Después de todo, ya lo dice un buen amigo: Son peores las que no cobran…

Lo peor de todo aquello es, sin duda, lo que ahora queda. Sueños sin cumplir, noches sin dormir, camareras insaciables que no cejan en su empeño de pedir después de servir.

¡Qué razón tiene el maestro!
Lo peor del amor, cuando termina,
Son las habitaciones ventiladas,
El solo de pijamas con sordina
La adrenalina en camas separadas.

Lo malo del después son los despojos
Que embalsaman los pájaros del sueño,
Los teléfonos que hablan con los ojos,
El sístole sin diástole ni dueño.