viernes, 28 de mayo de 2010

Guitarra

Llevo días sin pasarme por La Lola's. Poco tiempo para vivir como arrastrado. El poco que tengo lo malgasto en el recuerdo. Al son de un fado.

Recuerdos de Portugal

Jamás pasé tanto calor como entonces. Rara vez me sentí tan agotado. Incluso las sombras huían de aquel suelo gris por el que caminaba en pleno mes de abril.

A decir verdad, quizá fuera aquello en mayo. Puede que incluso en julio. No lo sé. Tan solo recuerdo a mi madre junto a mí, y la vía del tren a nuestro lado.

Sé que no es algo de lo deba estar orgulloso, pero diría que aquel fue uno de los ratos más largos por ambos compartidos. O por lo menos, uno de los ahora muchos no fingidos.

No sé a qué viene ahora aquel recuerdo. No puede decirse que fuera la mía una infancia feliz. Yo no disfrutaba con aquello, y para ella fue un alivio deshacerse de ello.

Muchos fueron los domingos malgastados. Muchos los kilómetros consumidos. Muchas las mimosas podadas. Muchas las piedras colocadas. Para luego, nada.

Supongo que ése es el motivo por el cual de pequeño odiaba Portugal. Era para mí sinónimo de trabajo, cansancio y tardes sin fútbol. Las vistas no me consolaban. Tampoco los dulces que con ansia devoraba.

Recuerdo que Manuel, el hombre del ultramarinos, era quien mejor me trataba. Me invitaba a coca-cola, aunque en contraprestación pretendía hacerme del Sporting de Lisboa. No entendía que por entonces fuera yo del Barcelona.

Al otro lado de aquel monte vivía una anciana que debía ser abuela de Matusalén. Lucia, se llamaba. Aunque siempre íbamos a verla, jamás entramos en su casa. Desconfianzas de quien me acompañaba.

Una pareja de franceses vivía cerca nuestra. De ellos me acuerdo tan solo por el bigote de aquel hombre, el cuatro por cuatro que tenían a las puertas de su palacete y una discusión sobre el Mundial.

Días después, a cientos de kilómetros, asentí dándole la razón al ver a la Francia de Zizou alzarse con el campeonato. Yo creía a Brasil favorita, pero… No volví a verlo. Tampoco aquellas tierras. Mi madre las vendió. Aquello se acabó.

Recuerdo los sandwiches con boletes de Viana. Los intempestivos trenes de Redondela. Ver desde lo alto el parque de atracciones de Braga. Y recuerdo también envidiar la felicidad de los niños que allí estuviesen.

Conocí terrenos más al sur, pero nunca Bracalandia. Recuerdo visitar Porto, Coimbra, Lisboa… y Fátima. Aquel tren a alguna parte, con un agujero en el subsuelo. Veinticinco kilómetros de curvas. Sólo para rezar.

Mi madre de rodillas. Mi hermano en sus brazos. Yo junto a mi tía. Eran otros tiempos… Tampoco aquel viaje me gustó. De camino me mareé, y entre tanta gente me agobiaba. Pero era una promesa.

Eran otros tiempos, decía. Tiempos en que la familia fingía estar unida. Tiempos en los que el abuelo vivía. Recuerdo el mono azul con que cortaba las acacias, sin despojarse jamás de su visera. Esa que hoy, donde quiera que esté, todavía le acompaña.

En otra de las ocasiones que visité la Lusitania, nos encontramos por casualidad con una tía. No sé si fue en D’Arques o Barcelos. Tan solo sé que fui yo quien acabó con la indecisión que nos sacó de aquella plaza.

Quizá fuese la excusa para salir de allí. No podría asegurarlo, pero si convencí a mi madre fue seguro porque no me gustaba lo que oía. Bastantes fados escuchaba cuando iba a casa de la portuguesa.

Con mi tía o sin mi tía, lo siguiente que florece en mi memoria somos yo y mi madre en una cafetería y aquella compra de pasteles. Como los desayunos en Viana, era una de las pocas cosas positivas de ir tan frecuentemente a Portugal.

Otra era aquella fonda en la que el abuelo siempre pedía bacalhau, y yo me comía un buen filete. Si volviera, no sabría llegar a la alameda, pero sí dar con el lugar exacto de aquella cuesta en que tantos lunes y domingos pasé cuando era crío.

De pronto dejé de ver aquel lago un día. Aquellas casas derruidas dejaron de ser nuestras. He de confesar que me alegré. Lo entendía entonces como un peso. Supongo que por eso lo recuerdo.

Los años han pasado, y con ellos mil historias. Sólo quedan recuerdos que he ido hilando. Hechos desagradables de los que con el paso del tiempo me he ido dando cuenta. Puros apenas quedan un par de recuerdos. Entonces no lo concebía así, pero ahora puros sólo quedan recuerdos de Portugal…