miércoles, 14 de octubre de 2009

Yes, we can

"Yes, we can": Sí, se puede alabar a Obama, aún cuando sus logros, más que logros, son cambios obvios.
"Yes, we can": Sí, se puede cambiar, y Obama puede hacerlo. De momento, para mi no lo ha hecho, o no lo suficiente para llevarse un Nobel siendo aún un idem.
"Yes, we can": Sí, se puede. Se puede, en un momento álgido de lameculismo, zurrar a quién para mi apenas ha hecho aún nada.

De premios y piaras

Se puede engañar a todo el mundo parte del tiempo, como se puede engañar a parte del mundo todo el tiempo. Lo que jamás se ha podido, ni se podrá, es engañar a todo el mundo durante todo el tiempo, cielo.

Ahora tu amigo se vanagloria por cambiarla. Luego la gloria se convertirá en lamento por no saber verla. Un lamento que vendrá del engaño de una desgracia que ahora quiere parecer mundana. No lo es, sin embargo, y no porque sea superior, sino porque su ego le hace no creerse humana.

Mírala. Fíjate bien en sus andares. Por su postureo debe creerse que su belleza es algo digno de estudio de alguna ciencia. No se da cuenta que aquí, por obra y gracia de su prepotencia, no es sólo desgracia infame, sino digna de alimentar una piara de cerdos con hambre y poco cuerdos.

Cierto es que él parece feliz, pero ella no debería sino alimentar vuestra indiferencia. Recuerda las sabias palabras del loco de la planta. Bien sabes que en un lugar como este, es mayor la credibilidad de un hombre abrazado a una cizaña que la de otro cualquier ser.

Y es que así está este mundo regulado. Un arrastrado de La Lola’s parece ser de un mundo distinto del que habita un arrastrado mundano. Es por ello que aquí no importan la Constitución, ni cualquier código comprado o regalado.

Aquí nadie regala un Nobel, ni arrebata un menor título por algo tan nimio como un par de polvos. Es por ello que el laureado Obama poco importa. Lo que aquí recibiría por sus logros, a lo sumo, serían unas hojas de laurel y una copa de aguarrás.

Quizá nuestro amigo el periodista tenga una distinta visión, pero de él no me gusta ni la acción ni la omisión. No me gustan sus contemplaciones con Gadafi, ni tampoco las frustradas con reinas europeas. No me gusta contemplar sus fotos con las hijas de Zapatero; ni que para ganarse el Nobel, no haya acabado con las guerras de Bush, primero.

Definitivamente, no entiendo su Nobel, cielo. Apenas es un presidente nobel, proyecto de experto en verborrea, pero bastante le queda para dejar atrás el pasteleo. Y, no creas, que parece que mi opinión la comparte el COI.

En las votaciones que han evitado nuestros segundos juegos y las primeras generales de Gallardón pudo verse. Envió a la zumbona como avanzadilla. Luego llegó él. Llegó, vio y perdió porque en su batalla, la dialéctica, Lula se lo merendó. Ni con la reina danesa se reunió, ni a las votaciones se quedó. Perdón debía pedir por ello, pero sin hacerlo, allá en el norte otra cosa le dieron.

Y es que no obtuvo los JJOO, pero sí un Nobel de consolación, como si fuese el Nobel de la Paz algo tan banal como la prepotencia de esa desgraciada desgracia. Su nombre ya está escrito junto a Annan y Al Gore. También junto a Arafat y Mandela, un puñado de años después de la Madre Teresa de Calcuta o Martin Luther King.

También Amnistía Internacional obtuvo en su día tal reconocimiento. Amnistía como la que él todavía muestra ante ciertos errores de su antecesor. Guantánamo era un trámite para la democratización de su nación, no un logro digno de mención.

Tampoco Arafat encuentra en él parangón. Quizá en un futuro, pero toda una vida dedicada a la paz entre Palestina e Israel no merecía ser echa de menos por alguien que no es más que un todavía verde proyecto que el más relevante negro que para mi cualquier madre ha parido.

Quizá esté yo equivocada, cielo. Quizá sea mayor su acción y menor su omisión, pero a mí no me lo parece. Su foto con israelís y palestinos era un trámite, como su reunión de ayer con Zapatero. No creo que eso, y el cierre de una aberración, sean para tanto.

Quizá esté yo equivocada, cielo, pero creo que para el Nobel es pronto, como pronto es para otorgar a una desgracia el perdón. Con el tiempo, quizá ambos merezcan que sobre ellos haga una rectificación. De momento…

martes, 13 de octubre de 2009

La canción de las noches perdidas

No era aquello un bolero. Tampoco algo de Machín. Puede haber sido fruto de las noches perdidas. Fruto, o también canción, como esta del maestro Sabina cantada por Pasión Vega.

La pela es la pela

Hablando de todo y nada la noche nos abordaba. Era para nosotros como un libro abierto donde sólo habían escritas premisas cortantes y palabras malsonantes. Recuerdo con claridad muchas de sus historias, como aquella gran verdad descubierta aún tan recientemente.

Era una noche lluviosa. Llegó con gran premura, ávido de alcohol, y nos contó como escogió en su día a la que fue su tercera esposa. Se fijó para ello en dos teorías. La una, la divina proporción. La otra, una propia sobre una relación, la existente entre una mujer fumadora y la posibilidad de que practique sexo oral.

La argumentación, chico, es no recomendable para menores de sesenta y nueve. La resolución de lo que contaba, no me lo parece para mayores de la mitad de tal cifra. Ajeno a ellas es lo real de esa relación.

Y es que he topado, te decía, con la gran verdad del vagabundo en el preciso instante en que disfrutaba de la última calada de nuestro tercer cigarrillo post-coital. Sucedió cuando en ella algo ardió de nuevo, antes incluso de que me diese a mi tiempo de coger frío. Cuando me disponía a aspirar los últimos restos de alquitrán de mi pitillo, golosa, comenzó ella a hacer lo propio con el principio de su habano.

La cubana vino después, acompañada de un griego. Cada cual llamó dos veces, como dos veces llama siempre el cartero. También así lo hizo el holandés, pero éste no pudo entrar. Bastante grande era ya el paquete que allí había como para que a alguno de los dos le importase nada Holanda, no siendo ésta época de tulipanes.

Nos juramos por amor aprender a hablar en cursiva. Los dos cruzamos los dedos, mientras un turco observaba atento. Mentimos por copular. Por miedo a con un polvo a cuestas, cada uno a su casa regresar. Desnudos reconocimos que no somos sin sexo como sin doner no hay kebab.

Dimos vueltas después, como la carne que el voyeur en su local ofrece. Pude luego paladear entre sus senos fresas negras, saboreando al acabar un último empujón entre sus piernas. Como dos tacos las imaginamos, y con mis bolas jugueteamos, como si el lugar favorito de los imbéciles del billar estuviésemos profanando. Se afanaban ellos en persuadirnos, mientras ellas se tocaban. De fondo, se escuchaba un arpa. Sonaba una oda al amor, magistralmente tocada por un camarón volador.

No era aquello un bolero. Tampoco algo de Machín. Debo serte sincero, en aquel momento me creí Tintín. Me evadí, y me imaginé no sólo aquí. Lo hice en Jamaica, y también en Pekín. Me sentí un dibujo, animado por una aventura en el Amazonas. Luego, ella cabalgó, y yo me fui. Recordé antes a aquel sabio vagabundo, y entendí por fin que es tan cierto que si fuma fela, como que la pela es la pela.

domingo, 11 de octubre de 2009

Hombre en el espejo

Bendito desconocido el que comparte habitación contigo. Maldito hombre el que desde el espejo te mira. Curioso aquel juego de ser otro y uno mismo. Dichoso aquel que con su "Hombre en el espejo" interactúa... escuchando esta canción.

Perfecto desconocido

A mi edad puede parecer un tanto ridículo, pero he de reconocer que, a estas alturas de la vida, aún comparto cuarto con otro ser.

No es cosa del alquiler. Tampoco nada voluntario ni buscado. Desconozco el motivo y la razón, como tampoco conozco a quién también ocupa mi habitación. Y es que, aún compartiendo cuarto, lo cierto es que es el uno para el otro un perfecto desconocido.

Nos desconocemos de una manera tan perfecta, que únicamente sé de él que trabaja como actor. No sé si de cine o televisión. Tampoco sé si de teatro. Sólo que día a día se viste con mis ropas e imita a la perfección lo que hago.

Diría, por su repetitiva actuación, que trabaja como mimo. Sin embargo, no parece tal por su porte y percha, y porque en alguna ocasión actúa con total independencia. Tampoco creo, además, que en tiempo de crisis den para tanto las calles…

Y es que su armario, como el mio, no parece hecho precisamente de paja. Alguna que otra vez viste distinto a mi, y puedo ver igualmente en él primeras marcas, marcas que amablemente recomienda e incluso ofrece, demostrando no ser tampoco mudo.

Creo, por contra, que sí es abstemio. Busco a veces agradecerle sus buenos gestos y palabras invitándole a una copa en este rincón y acaba siempre rechazándolo. Sonríe y me cede el paso al salir de nuestro cuarto, pero desaparece sin mediar palabra en cuanto de casa salgo.

No se lo tengo ya en cuenta, pues sé que es parco en palabras, del mismo modo que sé bien ya que cuando aparca los silencios, puede llegar a ser bastante pedante, e incluso hiriente.

Aunque me evite e ignore, reconozco que tiende a tratarme con respeto y buenos modos. Con esa ya inconfundible sonrisa gratifica mis oídos con anécdotas y alabanzas. Me halaga y hace creerme superior a cualquiera, aún cuando diría que a cualquiera conoce mejor que a mi. Y es que, como él, también yo soy parco en palabras en lo que a mi vida respecta.

Por desgracia, eso es algo que no respeta. Odio que en ella se entrometa. Y sin embargo, lo hace. Pese a mi parquedad, parece conocerlo todo de mi. Puede parecer lógico compartiendo habitación, pero creo que lo es menos no conociendo ni su nombre.

Él el mio seguro lo conocerá. Abrirá mi correspondencia. Investigará cosas sobre mi con astucia y paciencia. Qué se yo… La cuestión es que que tanto de mi sepa me asusta, como asusta la total ligereza con la que me habla y aconseja.

Decía que a veces puede ser hiriente. En su descargo he de decir que no es algo frecuente. Sin embargo, cuando frunce el ceño o camina altanero, produce en mi un efecto que a los ojos mirarle no puedo.

Igual que me eleva me entierra. Igual que con sus palabras me encanta, con ellas me espanta. Con ellas y su trato, indistintamente me atrapa y aparta. Con su vida, y su conocimiento de la mia, me confunde.

Puede llamarse Alberto. Puede que sea su nombre Óscar, aún cuando es eso lo que por todo merece. Puede merecer un César, o también llamarse de ese modo. Puede ser Judas y besarme, o ser Pedro y negarme. Puede ser mil nombres y uno sólo.

Puede serlo todo, o puede ser nada. Puedo ser tan sólo yo, o puede ser únicamente él. Puede ser nada menos que un amigo, o nada más que un perfecto desconocido. Puede no ser nadie o ser, simplemente, mi reflejo encontrado en un espejo.