martes, 13 de octubre de 2009

La pela es la pela

Hablando de todo y nada la noche nos abordaba. Era para nosotros como un libro abierto donde sólo habían escritas premisas cortantes y palabras malsonantes. Recuerdo con claridad muchas de sus historias, como aquella gran verdad descubierta aún tan recientemente.

Era una noche lluviosa. Llegó con gran premura, ávido de alcohol, y nos contó como escogió en su día a la que fue su tercera esposa. Se fijó para ello en dos teorías. La una, la divina proporción. La otra, una propia sobre una relación, la existente entre una mujer fumadora y la posibilidad de que practique sexo oral.

La argumentación, chico, es no recomendable para menores de sesenta y nueve. La resolución de lo que contaba, no me lo parece para mayores de la mitad de tal cifra. Ajeno a ellas es lo real de esa relación.

Y es que he topado, te decía, con la gran verdad del vagabundo en el preciso instante en que disfrutaba de la última calada de nuestro tercer cigarrillo post-coital. Sucedió cuando en ella algo ardió de nuevo, antes incluso de que me diese a mi tiempo de coger frío. Cuando me disponía a aspirar los últimos restos de alquitrán de mi pitillo, golosa, comenzó ella a hacer lo propio con el principio de su habano.

La cubana vino después, acompañada de un griego. Cada cual llamó dos veces, como dos veces llama siempre el cartero. También así lo hizo el holandés, pero éste no pudo entrar. Bastante grande era ya el paquete que allí había como para que a alguno de los dos le importase nada Holanda, no siendo ésta época de tulipanes.

Nos juramos por amor aprender a hablar en cursiva. Los dos cruzamos los dedos, mientras un turco observaba atento. Mentimos por copular. Por miedo a con un polvo a cuestas, cada uno a su casa regresar. Desnudos reconocimos que no somos sin sexo como sin doner no hay kebab.

Dimos vueltas después, como la carne que el voyeur en su local ofrece. Pude luego paladear entre sus senos fresas negras, saboreando al acabar un último empujón entre sus piernas. Como dos tacos las imaginamos, y con mis bolas jugueteamos, como si el lugar favorito de los imbéciles del billar estuviésemos profanando. Se afanaban ellos en persuadirnos, mientras ellas se tocaban. De fondo, se escuchaba un arpa. Sonaba una oda al amor, magistralmente tocada por un camarón volador.

No era aquello un bolero. Tampoco algo de Machín. Debo serte sincero, en aquel momento me creí Tintín. Me evadí, y me imaginé no sólo aquí. Lo hice en Jamaica, y también en Pekín. Me sentí un dibujo, animado por una aventura en el Amazonas. Luego, ella cabalgó, y yo me fui. Recordé antes a aquel sabio vagabundo, y entendí por fin que es tan cierto que si fuma fela, como que la pela es la pela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario