miércoles, 1 de diciembre de 2010

It was a very good year

En las últimas semanas apenas he sacado tiempo para continuar con el nuevo proyecto en que me había prometido sumergirme. Corren malos tiempos para la lírica, pero agrada saber que cuando uno le dedica un poco a la prosa, ésta sigue fluyendo.

Navegando al son de un fado

La besé al son de un fado. Afirmó quererme. Entonces, le dije:
- Nena, no soy el tipo de hombre que tú piensas. El mayor compromiso que jamás he adquirido es la promesa de olvidar aquello que jamás he visto, que jamás he oído.

Sus brazos, compasivos, me acercaron a su pecho. Sus labios cometieron otra vez la misma tropelía:
- Cariño, no soy más que un espejismo. Uno de esos tipos que de la chimenea en navidad cuelgan los calcetines sucios. Uno de esos que el único abrazo sincero que conocen es el frío de un pingüino.

¿Sabes, chico?, por más que lo intento, no logro extrañar aquello. Me habría gustado jurar que registraría una a una las marcas de su espalda. No sé si fue por mi carácter o porque debía incluso un ramo al cementerio, pero jamás de mí nacieron esas ganas.

De los sentimientos huyo, y no me duele en prendas reconocer que el día menos pensado amaneceré incluso alejado de mí mismo. Y qué si todas me creen capullo. Será que las verdades duelen. Yo siempre lo advierto “ni siento, ni destruyo”.

Soy un verso suelto. Unos labios solitarios. Un perro viejo. Un gato abandonado. Un arrastrado. Alguien a quien jamás confiar el dinero del almuerzo ni a quien nombrar jurado. Uno más de este lugar…

Aquí me trajo la carta de recomendación de un finado. La encontré por casualidad transitando por las calles de cualquier otra ciudad. Era un sobre blanco, letras negras. Nada de lo que sospechar si es el puto mundo de ahí fuera lo que crees real.

Compadezco a quien recibió su acta de defunción antes de tiempo no por el simple hecho de haber sido condenado, sino porque estoy seguro que por la publicidad que hizo a este local no recibió un duro.

De nada le habría servido haberlo hecho, pensarás. No sabes cuan equivocado estás. El tener dinero puede convertirte en el más rico del cementerio, pero también darte la posibilidad de que sea la mujer de otro la que tenga que arrojar la cena por el sumidero.

Dicen que el que avisa no es traidor, y yo llevo mi mala vida por bandera. Son ellas las que escogen ser simples pasajeras. No se lo reprocho. Mejor ser un mero pasajero y llorar por lo que un día has disfrutado que convertirte en marinero y hacerlo por lo en balde que durante una vida has trabajado.

Puede que a aquella chica portuguesa en su día hiciese daño, pero lo hice con franqueza. Previniendo, antes que lamentando. ¿De verdad soy yo peor que aquellos que cenan plomo en el callejón en lugar de lo que su mujer prepara en casa?

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Georgia on my mind

Todo aquel que entra en La Lola's Club debe tener en mente unas normas mínimas de comportamiento. No obstante, podrá tener también otras cosas, como a Georgia...

Los modales del espantapájaros

En el momento en que entré aquí, fuera arreciaban juntos la lluvia y mis recuerdos. Cocinaba a fuego lento una guerra de sentimientos cuando topé con esta oscura trinchera. Entré buscando una salida. Tan solo encontré alguien con quien calentar mis frías sábanas de forma casual.

Sé que no soy bien recibido. Noto como mil miradas atraviesan cuando entro la humareda que separa billar y barra. Noto como en mí se clava la envidia de aquellos entre cuyas cejas cada noche reposa un par de pelos provinientes de algún tipo de caverna que bastante dista de aquella en la que eventualmente yo me adentro.

Para reposo de las mentes del lugar, debo decir que es un instinto cavernícola, sin sentimiento alguno, el que me obliga a verme por Leyre emborrachado y por su sudor casi embriagado, ése que recorre su cuerpo desnudo buscando unir su punto de ebullición con el mío.

Es lo más cercano que estoy actualmente de hacer a nadie compañía. A los demás hace tiempo que los he dejado a un lado. Que coman ensalada, si es que en realidad quieren compañía. Yo para ella no estoy hecho.

Hubo un tiempo en que no fui así. Durante años me dejé embaucar por cualquier luz de navidad. Aquí entré esperando que el luto de las luces neón no fuese algo fingido, como el amor de una ramera.

Lo único que faltaba en mi vida era el mordisco de un perro. Lo que obtuve fue una voz aterciopelada con la que cada día sueño, con la que cada día pienso en tapizar mi sofá viejo.

Recuerdo que una vez compartí mesa con Nico Rizzuto. Me pareció un hombre íntegro, de los que se visten por los pies y se desvisten tan solo por prescripción médica o por recomendación del sastre.

Decía Johnny anoche que la muerte no era compañera del piso en que se alojó la bala que intentó acabar con él. La muerte, decía, le llegó por la desazón que le provocó el que para salvarle, el médico matase antes a su traje.

Johnny sabe más que nadie por aquí que en la mafia la muerte no es más que un negocio, y que la verdadera afrenta personal es que alguien siquiera intente dejar a un lado los buenos modales intentando siquiera acariciar a otro las solapas.

La buena educación es algo que ahí fuera brilla por su ausencia, pero esencial para sobrevivir en lugares como éste. De lo contrario, chico, uno corre el peligro entrar por la puerta principal vistiendo Armani y salir por la de atrás vistiendo madera.

A todo aquel que entre en un lugar como éste, el humo y los chicos del billar deberían sacar del posible engaño que supone el creer que los modales son un mero complemento.

Incluso aquel que en La Lola’s entra buscando la salida, como hice yo, debe saber que la educación es a este sitio lo que al espantapájaros el sombrero. Y que si quiere seguir con vida, incluso debe tratar de usted al servicio en el que orina…

domingo, 7 de noviembre de 2010

Lela

Pocas gratas, pero recuerdo muchas cosas. Entre ellas, un fado. O a alguien cantando "Lela".

Un puñado de recuerdos...

En ocasiones pienso que nací a la temprana edad de cuatro años. No porque no tenga recuerdos anteriores, sino porque siempre las cosas me han sobrevenido como si mis oídos y mis ojos tuviesen casi un lustro de experiencia más que el resto de mi cuerpo.

Lo cierto es que sé que no es así, porque todavía recuerdo mi tercer cumpleaños. La persiana bajada. La vela de mi tarta… Recuerdo que entonces desconocía el significado de la palabra soledad.

Ahora es en mi vida lo que más abunda, pero he de reconocer que de nada me arrepiento. Considero el arrepientimiento un planteamiento pueril y vano, insustancial y cobarde a todas luces.

También recuerdo aquellos veinte interminables minutos de una operación que me mostró lo efímero del ser humano. En un segundo aquel avión me castigo. Un puñado de segundos se convirtieron en algo casi eterno, postrado en una cama.

Recuerdo correr la calle en que vivía con los brazos abiertos, para abrazar a mi familia en aquella esquina que hoy apenas significa ya nada. Hacerlo a escondidas, como tantas otras cosas, de mi otra familia.

La puerta de un garaje. El portal de un edificio. La entrada a la discoteca a la que iba en carnaval a bailes. A mi madre hablarme de Santander. A gente hablando de mi padre… Era pequeño, pero son muchas las cosas que recuerdo.

A mi tío Alberto acostado en una cama a la que jamás ha vuelto. A alguien querido muy bebido, negado por los demás de la familia. A los amigos de mi abuelo, tomándose un chiquito.

Escuchar que tengo diez hermanos. Que no soy más que un bastardo. A mi madre hablando desde Puerto Rico. Descolgar un teléfono y que en lugar de encontrar ayuda, que todo se derrumbase.

Las lágrimas de una amiga de mi madre. Sus palabras, sus reproches. No acordarme del nombre de mi padre. Las risas de los niños cuando llegaba ese día en el que no tenía a quien regalarle.

Mi primer relato. Mi primer concurso. Que nadie valorase lo que hacía. Mucho tiempo sin ver a una de mis tías. Mi reacción al volver a verla, y ver cómo aquello se ha transformado en una realidad latente.

Mis problemas con los huesos. Mis múltiples radiografías. Darme cuenta tan pequeño que cuando alguien desaparecía es que había muerto. Que lo hiciese gente a la que tanto quería.

Mis juegos. Mis partidos. A Luis Enrique sangrando, y a mí llorando. Mi primer castigo sin fútbol. No ver a Nayim marcar. Viajar a Madrid casi en la clandestinidad. Volver a verlo. Y que volviera a desaparecer.

Recuerdo mis muchas fantasías, pero también mis reales pesadillas. Crecer creyéndome culpable de algunas de las cosas que me rodeaban. Que como culpable pretendiesen que me quisiera ver, siendo nada más que un niño.

Todo eso y más recuerdo, pero recuerdo sobre todo que aunque no sabía qué significaba esa palabra, frecuentemente estaba solo. Quizá rodeado de gente, pero sin que me hiciesen compañía.

Echo la mirada atrás y ahora entiendo muchas cosas. El dolor por unos hecho, por otros recibido. Echo la mirada atrás y me imagino bebiendo leche fría. Insípida, sin más azúcar que el apoyo de mi abuelo. Cielos, cómo ha pasado el tiempo…

Hoy ya no soy el niño que un día en el mercado caminó a su lado. Hoy el camino es mío. A veces por el mismo sendero. Nunca con el mismo cariño. Yo de nada me arrepiento. ¿Podrán otros decir lo mismo?

martes, 2 de noviembre de 2010

The way you look tonight

He aquí una pequeña perla de lo que me gustaría fuese algo más que un puñado de hojas mojadas. Si la constancia, la paciencia y la música acompañan, quién sabe qué saldrá de ésto que acabo de iniciar...

De amigos, plantas y mujeres

El jefe y yo nos conocimos en noviembre del noventa y nueve. ¡Cielos, chico!, la mala suerte arreciaba como si nunca hubiesen habido desgracias. Como si todo en mi vida hubiese sido tiempos de bonanza.

Yo acababa de perder mi antigua planta. Él, bueno… Él venía de perder la cabeza por una de esas mujeres que invitan habitualmente al derroche de nervios y dinero. Una de esas mujeres, chico, de las que si no te separas a tiempo, pueden provocar que de tu puta ruleta rusa formen parte cinco balas de plata y una de agua.

El jefe, te decía, venía de partirse dos caras y media con un folio en blanco después de encontrarse a aquella mujer con el maldito chico de los recados de la empresa en la que ambos trabajaban, tras encontrársela haciendo de tutora de un puto becario.

Salió de su casa para regar su enfado en alcohol, como florero que pierde un geranio. A ella no volvió a verla. Aquella noche durmió en un sucio hostal. Antes compartimos borrachera en un tugurio de mala muerte, cercano al puerto.

- Voló con una ráfaga de viento. ¡Joder!, ni tan siquiera dijo “adiós”.
- Al menos no te la encontraste en tu cama con un cactus. O con un maldito canastillo…
- Chico, olvídala. Imagínala muerta. Cómprate unos cuernos de ciervo y llévalos al cementerio. Seguro que te sentirás mejor.
- ¿Y qué hay de ti? ¡Estás lloriqueando por el suicidio de una planta!
- No era una planta, era mi petunia. La más bonita que jamás hayas visto. Tus cuernos son simple fruto de una infidelidad. Mi petunia pasó a mejor vida por intentar volar, ¡eso sí que es raro!


A la mañana siguiente me cuasi-obligó a ser yo quien recogiese sus cosas. Por no verla. Por no verle. Renunció al trabajo que tenía por evitar sólo Dios sabe qué tipo de primitivos instintos.

Luego me abrazó y se despidió. Nada más supe hasta que también yo cambié de ciudad. Con el tiempo soporté la pérdida de mi petunia, pero perder luego a mi pequeña azalea fue demasiado. También yo tuve que emigrar…

No me pareció el reencuentro un simple avatar del destino. Siquiera de forma inconsciente, algo me trajo a él. Estoy más que seguro.

Era mi segunda noche en este lugar. La primera que salía junto a mi cizaña. Coqueta, dirigió su mirada a uno de los chicos del billar, que bajaba las escaleras de forma tan grácil como juvenil.

Aquel nombre me resultaba familiar… Quizá de algún otro club de alterne, creía. De mi equivocación caí en la cuenta nada más entrar. En el preciso instante en que me cegó la oscuridad que aún hoy adorna el local.

Un afónico saxo insinuaba las notas de una suave pieza de jazz. Uno de tantos que hacen recordar a alguien como Johnny que cualquier tiempo pasado entre las piernas de una dama fue mejor… El resto de la historia lo conoces. Ya jamás de aquí logré escapar.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Que me arrastre el viento

Algo tiene ese bar que está cerca de aquí, que es más fácil entrar que aprender a salir...

Introspecciones

Llevo días navegando por mi mente. Aproximándome a la costa cuan Caronte al Hades a través de la Laguna Estigia. Transportando en mi barca los recuerdos del pasado, como si fuesen la tarantella que atraviesa la bota del sur al norte con el barquero calabrés que cambia su oscura región por la romántica Venecia.

El camino que he seguido yo ha sido inverso. Mi canción, mi abstracción. La introspección, mi sitio de llegada. Y ni buscando el nosce te ipsum logro evitar las pesadillas cuando sueño.

Los que me conocen saben que soy más sentido como escritor que como persona. Y sin embargo estos días siento, siento mucho. Lo hago porque recuerdo, cuando lo que más deseo es olvidar. En cambio, veo esa postal…

No es más que un fiel reflejo de un engaño. De algo que un día brotó con la teatralidad de un reality show. Santander fue tan solo el Seaheaven de mi vida, y Pontevedra el detonante de un Truman tardío.

Como él, también yo tengo mis miedos. Algunos similares. Otros, quizá opuestos. Ambos buscamos huir. Ambos lo conseguimos, después de reencontrarnos con aquella figura cuya ausencia regía nuestras vidas.

Siempre he sido de la opinión de que nada es blanco, ni tampoco negro. Lo mejor es ser como los bollos, suizo. Pero, ¿cómo ser neutro cuando tu tranquilidad continuamente invaden?

Desnudar lo que pienso cuando escribo me convierte en vulnerable. O eso he creído siempre. Hoy, en cambio, me parece la mejor terapia de pareja. El mejor acto de conciliación entre alma y mente.

Saber que no es bueno el odio, ni tan malo ser indiferente. Terminar siendo un filósofo made in China. Acariciar la introversión. Quitarme la careta en un día en que la gente se disfraza. Eso y más logro en La Lola’s Club.

Cuando uno hace introspección, de muchas cosas se da cuenta. Yo lo he hecho de que no soy tan diferente de aquellos a los que Leyre sirve. No por vestirme de bufón soy menos arrastrado de aquellos que me superan en valentía, que no necesitan vivir otras mentiras para ser feliz viviendo su propia vida.

Mi historia ahí dentro es una más. Lo saben las desgracias y los chicos del billar. Si fuese un poquito más inteligente no precisaría introspección para saber que fue la vanidad, y no el delincuente, quien mató a aquel jodido periodista. Para darme cuenta de que, o afronto mi vida, o puedo ser el siguiente…

domingo, 31 de octubre de 2010

Yo sólo quiero

Por ti, porque en la cercanía y la distancia, eres quien espanta mis fantasmas.

Mi pasatiempo

Te recuerdo en cada momento en que me gustaría desaparecer. En cada instante en que perderme sería la mayor de mis suertes. En que olvidar mi propio nombre sería la mayor de las bendiciones.

En una cajita de cristal te guardaría para tenerte siempre conmigo. De día en mi mesita. Por la noche ocupando el hueco que comparten mi cama y mi corazón. Junto a mí. Dentro de mí.

Quisiera hacerte eterna. Alzar un altar en tu nombre. Con cada uno de los instantes que juntos hemos vivido. Como si no hubiesen más momentos que los nuestros.

Unir nuestras almas. Ser uno. Los dos. Tú y yo. Olvidarnos de todo lo demás. De tus preocupaciones y las mías. De aquello que nos debilita, y si es preciso, también de lo que nos fortalece.

Inertes, veríamos las horas pasar por mi ventana. Lentas. Torpes, como torpes son las palabras cuando intentan dar nombre a lo que uno siente, y sin embargo la única definición posible es el silencio.

Entregarme y que te entregues. Enmudecer, y que tú también lo hagas. ¿Para qué hablar, si las palabras se las lleva el viento? Mejor es sentir como yo siento, como te siento y como te querría sentir.

Robarte hasta el último de tus besos es el primero de mis sueños. Convertirte en literatura, el último de ellos. ¿Qué es lo que hay en medio? Tan solo nuestros pies descalzos.

Ocultarme entre tus senos es mi perdición, mi juego favorito, mi mayor ilusión. Espantar en ellos los fantasmas que perturban mi paciencia, mis ganas, mi resuello.

Convertirte en mi pasatiempo es, en definitiva, lo que más deseo. Porque, en definitiva, yo te quiero.

Como decirte

En unas ocasiones, uno tiene más que decir que lo que realmente dice. En otras, no sabe cómo hacerlo, y por eso no lo hace...

Fue una noche en Barcelona... II

Llevábamos un rato apostados junto al puente cuando, mirando al cielo, preguntó:
- ¿Sabes en qué piensa un voyeur cuando se mira en el espejo?
- Dudo que ninguno se busque en un reflejo, nena. Y si lo hacen, te aseguro que sus pensamientos serán lo de menos…


Con la mirada perdida, calló. Su inocencia invitaba a pensar que no había entendido. Era, sin embargo, mucho más inteligente de lo que parecía. Preguntas como aquella formaban parte de una adolescente curiosidad que no era más que un condimento de su personalidad.

Aquello lo comprendí más tarde. Entonces pensé en lo bendito de la inocencia que una noche me encontré en la calle. Creí entonces que quizá fuese ella de ese tipo de personas que consideran la palabra filósofo un insulto. Me equivoqué…

Fue una noche en Barcelona cuando conocí aquellos ojos tristes. Varias más navegué en ellos, junto al puerto. Intentando descifrar lo enigmático de una mirada veinte años más experta que su portadora. Fue cuando la perdí cuando comprendí que hay cosas sin mayor explicación.

No recuerdo el nombre, pero sí la cafetería. Su pelo recogido en una alegre coleta. Aquella blusa blanca que estilizaba su bello cuerpo. Aquellos pantalones prietos. Aquel comienzo…

Pensé en lo enriquecedor que sería estudiar dos carreras en sus piernas. Y, no voy a negarlo, un máster entre ellas. Cuan ave rapaz, sigiloso me acerqué. La curvatura que dibujaban sus finos labios me ganó antes incluso de que brotasen las palabras.

Más tarde, alcohol de por medio, lo hicieron como flor en primavera. ¡Diablos!, cómo la echo de menos…

Mi historia con aquella chica es lo más cercano que he estado del verdadero amor. De la pureza de no necesitar sexo para ser feliz compartiendo cama con alguien del sexo opuesto.

Sus ojos guardaban un secreto con otro hombre. Hubo ocasiones en las que poco me importó. El alcohol y yo la importunábamos tratando de alegrar con sexo nuestras almas.

Me equivoqué, y quizá por ello la perdí. O no, quién sabe. Lo cierto es que desde entonces no he vuelto a Barcelona. Quizá por el temor de encontrarla en aquel puerto. Por el temor de no saber conjuntar felicidad e inspiración.

No puedo reprocharle nada. Fui yo quien se apartó. ¡Maldito boceto de escritor! Por escribir, dejé atrás a mi musa. Por tener una historia más que contar, olvidé hacerla feliz, cuando quizá necesitaba ella más de mí que yo de mi literatura.

Bastaba con hablar de amor para que existiese. Entonces no lo comprendí. Ahora me arrepiento, chico, y no sabes cuánto… ¿Qué otra cosa puedo hacer? Cierto. Quizá lo mejor sea callar. Callar, y escribir.

martes, 26 de octubre de 2010

Negra sombra

Negra sombra perseguidora. Falacia o reflexión. Realidad o ficción. Entre un nunca y quién sabe, que diría Joaquín Sabina. Juzguen ustedes mismos. Háganlo con esta canción:

Muera usted mañana

Cuesta creer que cuando llueve siempre escampa cuando esta tormenta tanto se prolonga. Cuesta creerlo cuando algo que debería ser un triste recuerdo se convierte en un mal compañero de viaje, en una china en el zapato de tu vida.

Me gustaría recordar su muerte como la de alguien a quien se lo llevó por delante su propio signo del horóscopo, pero la cuestión es que aún no ha muerto, y que además es virgo.

Podría ser la suya la triste historia de un vagabundo, y sin embargo no lo es porque siempre prefirió aparentar ser rico. En historias, en conocimientos, en gente. A pesar de jamás haberlo sido.

Igual que Larra un día escribió “Vuelva usted mañana”, por triste que parezca, a mí me aliviaría hoy un “Muera usted mañana”. Egoísmo latente el mío, pero siempre basado en la calma que su deceso me traería.

No es algo que desee. Sólo es algo que me calmaría, quizá definitivamente. Mientras disfruto retratando vidas más rotas que la mía por simple instinto, por el mero intento de aliviarla contemplando el dolor ajeno.

Jamás me he regocijado en éste, pero me apena ser sabedor de que aún estoy a tiempo de hacerlo. Me apene ser sabedor de que yo también puedo ser un lobo para el hombre, que decía Thomas Hobbes.

Su presencia me perturba, me violenta. Me obliga a recordar una historia que cuando parece haber sido desterrada de mi mente, demuestra que las barreras que limitan a ésta son frágiles, como termina siendo frágil la coraza de casi cualquier ser humano.

En días como hoy, no puedo sino dar la razón a quien una vez me dijo que los escritores apenas somos un recuerdo de lo que vivimos, una burda copia de lo que nos rodea o una inútil representación de lo que deseamos.

Acostumbro a negar en mis adentros que así sea. Maquillo mi verdad, vivo una mentira o simplemente escribo. Siempre disfrazado. Nunca desnudo. ¿Nunca? Quién sabe. Quizá algún día emule al maestro Larra y escribiendo aquel “Muera usted mañana” sí lo haga.

lunes, 25 de octubre de 2010

La cajita de música



Sabes, cariño, también yo me arrepiento.

Una de arrepentimientos

Siempre nos arrepentimos de no haber sabido tatuarnos en la piel los besos del otro, de no habernos sorbido el alma. Siempre nos arrepentimos de no poder memorizar cada uno de sus pliegues, de no tener un botecito en la mesilla de noche con la esencia de su olor.

Siempre nos arrepentimos de no poder guardar nuestras palabras en una cajita, y que al abrirse suenen como si fuera música. Siempre nos arrepentimos de no haber sabido conservar en nuestros poros cada una de sus caricias.

Siempre nos arrepentimos de no habernos hecho parte de nuestras propias vísceras, de no haber jurado al amanecer que nada teníamos que ver con aquellas ojeras que eran nuestra única ropa…




Una mancha de tinta hacía ininteligible el resto de la carta. Bastaba con lo leído para que uno se diese cuenta de que aquella era una de esas típicas epístolas que uno envía en el preciso instante en que incluso la soledad le abandona.

Aquellas palabras parecían haber sido escritas bajo ese triste efecto que produce el que incluso te cuelgue el teléfono el teleoperador sudamericano que es sobreexplotado por “Apadrina un guiño”.

Se percibía en aquella caligrafía un par de suspiros melancólicos que trajeron a mi mente aquellos parques en que nos desgastábamos los labios como si no fuera nunca más a ser de día.

Recordé también cómo intentó disuadirme, afirmando que era para mí una mujer poco recomendable, como si desconociese que el dolor del escritor no dura más que esos efímeros segundos que tarda en calentarse en el microondas mi café.

Con Quique fuimos tres cuando en un banco le susurré una canción. Pensé en escribirle y reprocharle sus letras al ver que no había escrito el remite en el sobre. Por no dejar sus huellas, que diría González.

Recapacité. No me parecía justo culparle de que aquellas soledades paralelas en un triste viaje se encontrasen. El guión es el que nosotros escogimos. Él tan solo puso banda sonora a lo que sentimos.

Escribí igualmente, sólo por desahogo. Sin remite ni dirección, tartamudeé en un folio un “te quiero”, con la estúpida esperanza de que algún día llegue a ella. Con la esperanza de que algún día sepa de que de todo lo que un día dijo, también yo me arrepiento.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Mariposa traicionera

En ocasiones, la felicidad sólo es un velo tras en cual se esconde una mariposa traicionera...

Cuando se es feliz...

- Conviérteme en literatura, cielo, y no contaré a nadie que soy yo quien te ha dejado.
- Para poder hacerlo, antes tendrías que dejarme.
- ¿Acaso si lo hiciera ahora escribirías un soneto diciendo que soy muy puta?
- Yo no sé escribir sonetos.
- Ni yo cobro por sexo, pero eso nadie tiene porqué saberlo…



Aquel intercambio de palabras fue lo último que compartimos. Podría hacerle caso y decir que no fue más que una muesca en mi revólver, pero cualquier intento de desprecio sonaría tan forzado como la risa de un enterrador soltero.

Muchas la precedieron. Otras tantas la sucedieron. Ninguna ha sido capaz jamás de cambiar tanto mis prioridades como ella hizo. Follar más y escribir menos era mi máxima y mi mínima, el medidor de la temperatura de algo que creía que era amor.

¿Sabes, chico?, con ella descubrí que incluso un pendenciero como yo deja a un lado a Joaquín Sabina por los relatos de un pobre cantautor acostumbrado a la cerveza sin alcohol y a dormir todas las noches en caliente.

Cuando uno es feliz, chico, es capaz de abandonar al gran maestro por cualquier perdiz con la que charlar un rato a la hora de cenar, y de creer que vivir en democracia significa que no te engañe el anuncio de los donuts.

En honor a la verdad, debo reconocer que ese nauseabundo olor me embriagó hasta tal punto que llegué a considerar la posibilidad de dejarme llevar por la lírica de entre sus piernas y escribir algo más propio de una mala comedia norteamericana.

Estuve bastante cerca de definir un puto polvo como lo haría un simple quinceañero. De olvidar que mi carácter es un blues y la tristeza los acordes de mi vida. ¡Maldita sea!, a punto estuve de convertirme en autor de una balada soñadora en la que el sueño eterno es ella.

Pero un buen día, de golpe y porrazo, me despertó. Tras arribar a mi vida con la ligereza con que una mariposa golpea a una margarita, en su marcha fue ruidosa, como el dolor de unas muelas revoltosas que juegan a ser gallegas.

De golpe y porrazo se despidió, y aunque entonces nada entendí, ahora debo agradecerle que me devolviese mi vida de escritor bohemio. Esa vida en la que la única alegría posible es la de lamentar que hay una piedra en el camino. Ésa en la que la felicidad sólo tiene cabida como supositorio de un antiguo amor, ahora lejano.

lunes, 18 de octubre de 2010

Gente

Gente que se despierta cuando aún es de noche y cocina cuando cae el sol. Gente que acompaña a gente en hospitales, parques...

Gente que...

Gente que pasado el tiempo desaparece de tu vida. Gente que deja de quererte de repente. Gente que de repente parece olvidarse de tu nombre. Gente a la que nombras y te ignora.

Gente que te mira sin conocerte. Gente que sonríe al encontrar tu mirada con la suya. Gente que se sienta en un vagón de metro. Gente que transita alrededor tuyo, que camina junto a ti.

Gente con la que hace tiempo no paseas, a la que tiempo hace que no ves. Gente que te escucha y te aconseja. Gente que no lo hace, que escucha como si estuviese ausente. Gente que está y con la que no hablas.

Gente con la que te gustaría hablar y ya no está. Gente que está sólo cuando le conviene. Gente a la que extrañas sin saberlo. Gente que sabe que la extrañas, pero a la que le da lo mismo.

Gente que se mira en el espejo y se cree mejor que tú. Gente que es mejor que tú pero es humilde. Gente humilde que duerme en el parque de enfrente. Gente que no va de frente ni con el transitar de los años.

Gente que con los años deja de importarte. Gente a la que no te gustaría jamás parecerte. Gente que cree parecerse a ti, pero que en realidad sólo te imita. Gente a la que tan solo le importan los regalos que le haces por su cumpleaños.

Gente que se emborracha cuando no debe. Gente que te debe algo pero no paga. Gente a la que pagarías un billete a un viaje lejano sólo de ida. Gente ida de la olla con la que conviene tener cuidado.

Gente en cuya compañía disfrutas, pero que apenas ves. Gente que ves hasta en la sopa y que aborreces. Gente aburrida que sale en televisión. Gente cuya televisión permanece encendida todo el día.

Gente a la que has querido, pero que ahora se encuentra en el olvido. Gente a la que no puedes olvidar, por más que lo desees. Gente con la que te gustaría estar, pero no puedes. Gente con la que no puedes estar, ni quieres.

Gente a la que quieres, a pesar de que te hizo llorar. Gente que te hizo llorar y a la que no quieres. Gente a la que odias, y a la que te gustaría ver sufrir. Gente que sufre y a la que te gustaría ayudar.

Gente a la que has ayudado y no te lo ha sabido pagar. Gente que no te ha querido pagar por todo lo que le has ayudado. Gente a la que has ayudado y no ha servido de nada. Gente a la que de nada sirve que le ayudes.

Gente cuya sola presencia duele. Gente que te duele que esté ausente. Gente que simplemente duele. Gente que te duele que sea tan simple, esté o no esté presente.

Gente que te hace sentir bien. Gente a la que haces sentir bien. Gente que siente y que padece. Gente que padece y no lo dice, bien por no importunar o por evitar sentirse débil frente a los demás.

Gente que frente a los demás se crece. Gente infantil, que jamás crece. Gente que decrece con los años. Gente que mejora con el paso de los años, mientras ve a los otros empeorar.

Gente que se mira en el espejo y se cree feo. Gente fea que se mira en el espejo y se ve gorda. Gente gorda que se mira en el espejo y se cree que no existe el relleno. Gente que se pone relleno para verse en el espejo.

Gente demente. Gente que parece inteligente. Gente que con sus palabras es consecuente. Gente que en inventarse una vida distinta a la suya y mejorada, su tiempo invierte.

Gente en la que jamás invertirías un segundo de tu tiempo. Gente a la que no dedicarías ni tiempo ni saliva. Gente con la que intercambiarías tus fluidos. Gente en cuya compañía desearías detener el tiempo.

Gente, simplemente. A la que quieres. A la que odias. A la que eres indiferente. Gente que forma parte de tu vida, o que en algún momento estuvo en ella. Gente por la que darías todo. O nada. Gente, mucha gente. Demasiada. De todo tipo. Tan solo gente.

For once in my life

En efecto, aunque parezca atípico, en La Lola's Club también se habla de redes sociales, siempre con jazz de fondo.

La red social

Frecuentaba hace tiempo la compañía de una dama que con otro hombre vivía. Jamás le dolió en prendas incluso reconocerse ninfómana, aun a sabiendas de que su manía poco tenía que ver con semejarse a una ninfa, sino en ser más bien una zorra infiel.

En este mundo en que las redes sociales son el pan nuestro de cada día, he terminado por aceptar de ella una amistad fingida, casi tanto como decía ella fingir los orgasmos con ese pobre diablo con el que aún habita.

Veo las fotos de ambos en su casa o de viaje y pienso si seguirá siendo como entonces, una rubia oxigenada más bien ligerita de cascos, y de prendas cuando cae la noche y las puertas de los baños de este antro se cierran.

Adornó su invitación de amistad con un simple “hola”, como si lo vivido juntos se hubiese desvanecido. Como si una ola hubiese convertido aquel frágil castillo de arena en indiferencia.

He de reconocer que no me importa demasiado. Simplemente me confunde el ver cómo la hipocresía se extrapola de la realidad a la pantalla de un ordenador con la misma facilidad con que los dioses de la farándula convierten su vida en una obra de teatro pseudorreal y pseudoperiodística.

Un buen día le pregunté si alguna vez se había planteado si con ello podía estar haciéndole daño al pobre diablo con el que todavía sigue. ¡Maldito imbécil! Como si aquello le hubiese violentado, no volvimos a tener sexo nunca más.

Con el tiempo dejó incluso de venir al local, y perdimos el poco contacto que aún manteníamos. Una de las últimas veces que charlamos me abofeteó. Como si no hubiese sido suficiente con aquella puta preguntita, le pregunté porqué solía maquillarse cuan ramera, si luego entre sus planes no aparecía el cobrar.

A pesar de todo ello, puedes creerme, al abrir esa dichosa red social, me encontré con su “hola”. Un simple saludo, sí, pero que encierra tras de sí una supuesta amistad. O eso es lo que teóricamente, con el hecho en sí, se busca.

Dudo, no obstante, que así sea. Si desease mi amistad, volvería a emborracharse junto a mí. Ya no digo a copular. Hablo de un simple “hola”, personal e intransferible, cara a cara y menos frío.

Quizá me equivoque, pero con tan burda patraña hecha amistad, sospecho que pretende ser tan sumamente insustancial como aquellos quinceañeros a los que entonces daba clase, a los que de tanto magnificar la realidad, ella misma decía odiar.

Buscará, simple y llanamente, convertirme en uno más en su obra teatral. Un amigo más de quién fardar y con quién fardar de lo feliz que es desde que La Lola’s Club ha desaparecido de su vida.

Pues, chico, ¿sabes que te digo? Que cuando vuelva a casa, de mi facebook la pienso borrar.

domingo, 17 de octubre de 2010

Cuarenta y diez

Hace falta tener cuarenta y diez para tener tan poca vergüenza como la del relator anterior. Más o menos, como la que dice tener el Gran Maestro.

Ternura panameña a precio de saldo

Prefiero yacer aquí cualquier noche que volver a casa, ahora que en mi calle arrecian alternos bajo un arco iris blanco y negro mis pasados sueños y recuerdos.

Allí de cuando en vez extraño aquellas ocasiones en que lo hacíamos con los calcetines blancos puestos. Aquellas ocasiones en las que simular ser catetos era la mejor vía para buscar juntos, sin mayor teorema que nuestra pasión, la hipotenusa del amor.

Ahora me conformo con una prostituta panameña cuyo susurro no es el mismo. No me acostumbro a que dos labios inferiores me acusen de ser padre mientras otros superiores me trabajan a la vez de usted.

Suele decirse que palabras que silencios hieren menos, pero éstos para mí son más placenteros si no son tus versos los que me enaltecen. Inexistentes me parecen ellos si solitarios mis labios permanecen, como de hecho sin ti hacen.

Y es que no es buen compañero el aroma de carmín que Ana deja al miembro. Junto a mí, que no conmigo, al finalizar siempre llora. Tiene un hijo y dos hermanos. Tres pobres engañados.

Cuando los ejecutivos duermen, comienzan sus horas de oficina. Eso es lo que les dice. Falsa mentira. Si bien en realidad sí limpia, no es la suya más que una realidad maquillada que convierte otro polvo en buen negocio.

Ternura panameña a precio casi de saldo, es su historia una de las tantas que aspirando a grandeza a España llegan, y terminan por conformarse con un puñado de euros y quince centímetros.

Ella, tú y yo sabemos que no soy un hombre hecho para ser animal de compañía. Aún así conmigo se desfoga después de que de otro modo yo lo haga, como si fuese capaz de ver que más allá de mi miembro y mis ganas de follar hay uno de esos hombres utópicos que además saben escuchar.

No puedo decir que su historia me enternezca. Sabes, nena, que de siempre yo prefiero la ternera. Lo nuestro me dejó marcado, como si fuese el amor una guerra, y no puedo ahora sino buscar la paz con quien conmigo mejor opera.

El escucharla al acabar es tan solo un plus que tengo que pagar. Ella se desfoga. Yo pienso que te follo y me ruborizo. Jamás por pensar en ti, ni tampoco por lo que entre sus piernas hago. La única vergüenza que me queda es pagar tan poco por un poco de ternura panameña…

In the air tonight

Porque no siempre las cosas son lo que parecen...

El final de una farsa

Esperaba con las manos ensangrentadas a que él llegase. Cogió del mini-bar una botella y se sirvió una copa. Deseaba que le pegase. Y vaya si lo hizo.

Todo le parecía una farsa desde hacía tiempo. Lo que le rodeaba. Lo que vivía. Lo que antes amaba. Aquella puta rutina les había envuelto de tal modo, que además de ropa, a la locura también tendía.

Aquellas cuatro puñaladas habían acabado con todo lo que les unía. Ni tan siquiera aquella casa era real. No para ella. Todo lo alto que había subido sólo había servido para hacer mayor la caída.

No alcanzaba a entender porqué se había desgastado, porqué se había roto. ¿Por qué dejar de ser felices así, sin más? Tantas miradas. Tantas caricias. Tantos “te quiero”. Todo se iría por la borda cuando él llegase.

Sabía que se enfadaría. Mucho. Por eso lo mató. Al final, aquello no era más que la excusa perfecta para que él hiciese lo que ella, cobarde, jamás sería capaz de hacer.

Por un instante volvió a estremecerse viendo tan dantesca escena. Luego decidió que mejor sería trasladar el cuerpo hasta el pasillo, para que nada más entrar, él lo viese. Después de hacerlo pensó que jamás había sido tan fría.

Al pasar por el espejo se vio las manos. Se las llevó a la cara, dejándose en ella marcas de sangre. Rompió el cristal de un golpe, haciéndose una pequeña herida que poco le importó. Mayores eran las que tenía en el corazón.

Siguió bebiendo. La hemorragia tardó un poco en parar. Él lo hizo más. Tanto que se cansó de aquella botella, que terminó estampada contra la pared. En un ataque de histeria, en el suelo acabaron los adornos de dos estanterías. También una vajilla. Llevaba horas fuera de sí.

Pasaban de las tres cuando abrió la puerta. Estaba medio dormida sobre la mesa de la cocina. Borracha, se acercó a besarle. Con cara desencajada, él no entendió lo que veía. No entendió hasta que ella habló:

“Lo he hecho yo, Jonnhy, y volvería a hacerlo. Estoy harta de tus putas, y de ser para ti sólo la imbécil que cocina. Estoy cansada de esta farsa. Cansada de ti, de mí, de vivir…”.

Entonces, reaccionó. Había soportado meses sin sexo. Había buscado en otras lo que con ella no obtenía. Había obviado tantos y tantos ataques de histeria. Había intentado soportar su enfermedad. Al fin y al cabo, la quería.

Aquel maldito descontrol era uno más en su día a día, pero la gota de su gato colmó el vaso. No podía más. ¿Por qué seguir soportando a aquella tía? Pensó en huir, pero la ira pudo más. Por eso se quedó. Y por eso, por primera vez, le pegó.

Fue también la última. Ella se defendió como un jabato. Cuchillo en mano le atacó. La esquivó, la empujó sobre el sofá y la asfixió. Y toda aquella farsa se acabó.

sábado, 16 de octubre de 2010

Entre mis recuerdos

Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos...

Todo por estar aquí

Santander, Viérnoles, Torrelavega. Valença, Viana, Caminha. Madrid, Sevilla, Castellón. Granada, Barcelona, Andorra.

Jugar al escondite con la tía Son. Ir al parque con mi hermana. Acompañar a mi abuelo al Cisne. El compañero de mi madre. La batería de la guardería Globos.

Mi abuelo. Una hermana de mi madre. A mi propio padre. Más de uno y dos amigos. Algún que otro conocido. Personas cercanas. Otros, menos.

Cariño, aprecio, amor. Lágrimas, abrazos, besos. Nervios, vértigos, ansiedad. Bastante indiferencia. Mucho dolor.

Muchas cosas han quedado atrás. Otras las he simplemente perdido. Todo hasta llegar aquí. Todo por estar aquí. Y a pesar de todo, de nada me arrepiento.

viernes, 8 de octubre de 2010

How can you mend a broken heart

No suelo ser partidario de obligarme a escribir. Después de tanto tiempo sin que nada brotase, hoy tenía la necesidad de hacerlo, con Michael Bublé de fondo.

Humo y radiografía

Extraño aquellos tiempos en que éramos desconocidos. Aquellos en que tú eras al jazz lo que el tomate frito a mi cocido. En mi memoria hay un sofrito de recuerdos. A todos los maldigo.

Lo hago contigo siempre que te miro. Borraría todos nuestros días. A Dios pongo por testigo. A Dios y la barra de este bar, en el que borracho te escribo.

Sonrío a mis demonios cuando pienso en acabar con los chicos del billar. Hijos de la LOGSE, desearían follar más. En pensar, parecen pensar menos.

Con tres tristes zorras practican la endogamia. Como tres desgracias las definió un día el loco de la planta. Sé que puede parecerte triste, pero aquí el menos cuerdo es el más atento. La puerta de aquel baño sabe a qué me refiero.

En una esquina hay también un periodista. Cronista de noticias sin sentido, con la mirada desviste a la corista con la boca tan llena de fluidos como termina la noche entre las piernas de su chica.

Misógino atormentado, arrodillado ante su vicio, alza otro cliente la copa en la que por las noches se cobija. Es su único modo de tirarse luego a una puta que, por edad, bien podría ser su hija.

El jefe sin tabaco extrañará al humo y su radiografía cuando la nueva normativa entierre esa oscuridad que aquí a tanta gente trae, como si en lugar de fauna salvaje, fuesen arrastrados de peregrinaje.

Muchos somos los que, embriagados, ganamos aquí una compostelana. Yo hace tiempo lo hice por ti. Hoy, porque me da la gana. Tengo que reconocer que de este sitio hay algo en mí que me prohíbe besar mi recortada.

Sus labios de plomo me llaman. Mis oídos, ociosos, ignoran. Puede más el magnetismo de pensar que cualquier día me despertaré incluso alejado de mí mismo.

Ese día tú desaparecerás. Y contigo, aunque me pese, también el regocijo de poder decirte:
“Nena, aunque se te ve feliz, siento decirte que muy mal te ha tratado el tiempo…”.

martes, 31 de agosto de 2010

Up in the air

No quería dejar de compartir con aquellos arrastrados que por el rincón transitan la mayor oda a la soledad jamás vista por mí en una película.

El anterior monólogo pertenece a Ryan Bingham, personaje que encarna a la perfección George Clooney en "Up in the air" y que a mi juicio bien habría valido la pena un Oscar.

El film es una adaptación de la novela de 2001 escrita por Walter Kirn y, si bien se reviste de comedia romántica, me parece a todas recomendable para toda aquella persona que en el cine sea capaz de ir "un poquito más allá".

No somos cisnes...

Imaginen por un segundo que llevan una mochila. Quiero que noten las correas sobre los hombros. ¿Las notan? Ahora quiero que la llenen con todas las cosas que tienen en su vida. Empiecen por las que hay en los estantes, en los cajones, las tonterías que coleccionan. Noten como se acumula el peso. Ahora cosas más grandes. Ropa, pequeños electrodomésticos, lámparas, toallas, la tele… La mochila ya pesa.

Ahora cosas más grandes. El sofa, la cama, alguna mesa. Métanlo todo dentro. El coche, añádanlo. La casa, un estudio o un partamento de dos dormitorios. Quiero que introduczcan todo eso dentro de la mochila. Intenten caminar. Es difícil, ¿no? Pues esto es lo que hacemos con nuestra vida diaria, nos vamos sobrecargando hasta que no podemos ni movernos, y no se equivoquen, moverse es vivir.

Ahora voy a prenderle a esa mochila fuego. ¿Qué quieren sacar? ¿Las fotos? Las fotos son para la gente que no puede recordar. Tomen ginseng y quémenlas. Es más, dejen que se queme todo e imagínense despertando mañana sin nada. Resulta estimulante, ¿no es así?

Esto va a ser un poco difícil, presten atención. Tienen otra mochila, solo que esta vez deben llenarla de personas. Pueden empezar por los conocidos, amigos de amigos, la gente de la oficina, y luego pasen a las personas a las que confían sus secretos.

Sus primos, tías, tíos, hermanos hermanas, sus padres, y por fin, su marido, su mujer, su novio o su novia. Métanlos en la mochila. Tranquilos, no les voy a pedir que les prendan fuego. Sientan el peso de la mochila. Puedo asegurarles que las relaciones son la carga más pesada de su vida. ¿No sienten un peso clavándose en sus hombros?

Todas esas negociaciones, discursiones, secretos y compromisos. No necesitan cargar con eso. ¿Por qué no dejan la mochila? Hay animales que viven cargando con otros en simbiosis toda su vida. Amantes sin suerte, cisnes monógamos, no somos esos animales. Si nos movemos despacio morimos rápido. Nosotros no somos cisnes, sino tiburones.

viernes, 27 de agosto de 2010

Camas vacías



Simplemente Sabina. Simplemente Maestro.

[Bienvenida de nuevo al juego del gallego]

Te quise tanto...

¿Sabes, nena?, hay mañanas en las que me levanto pesimista sin motivo. Días oscuros en que preferiría ser pájaro y acudir a otro reclamo. Otro al que pudiese acudir volando, y no bajando estos peldaños.

No es superstición. Creer en el azar da mala suerte. No me gusta pensar en cuántas noches perdidas te suceden, pero rodeado de arrastrados no es sino eso lo que hago.

La otra noche, caminando por aquellas calles que un día me vieron crecer, no pude evitar pensarte. Recordarte y recordarme, abrazándote. No puedo negarlo. Te quise tanto…

Ahora no tengo patria ni bandera. Quizá tampoco a nadie que me quiera. Vivo con un hombre que no vive conmigo. En mis sueños follo más que existo. Pero, ¡qué narices!, soñar es el único vicio que nunca me ha salido caro.

Recordarte tanto tiempo fue para mí un lujo. Malvivir imaginándome tus ojos, un castigo. El dinero que tenía lo gasté en mantequilla, cañones y pitillos. El sello que te adjunto se lo robé a un niño. Suerte que en este bar me fían…

Preguntarás porqué te escribo. La razón es bien sencilla. Incluso en este mundo loco el más lunático es considerado demente, y como tal no me fiarían. Además, de no hacerlo, precisaría para pagar al psicólogo una fortuna.

Brotes psicóticos. El más grave síntoma, tenerte. Espero al menos haberte complacido. Tendrás a bien reconocer el haberlo disfrutado. Yo te quise tanto… Ahora corren otros tiempos. Ya no extraño como lo hacen los perros a sus dueños.

Con arena en los bolsillos y algunas deudas pero, ¿sabes, nena?, hoy vuelvo a ser feliz.

La vida es



La vida es eso y mucho más... si tú estás junto a mí.

Ser o no ser

Grillos en invierno. Tormentas de verano. Pelea de perros dentro de un seiscientos. Mendigos ricos en sardinas enlatadas. Una ex putón que esputa sobre mi recuerdo.

Pájaros mojados. Ojos rubios. Oídos susurrantes. Obscenidades tiempo atrás jamás soñadas. Labios grises balbucean aceite en la cocina. Un huevo kinder acompaña la ensalada.

Carreteras vacías. Una sota y su espalda. Maleteros llenos. Siete de espadas. Atasco y encrucijada. El as de la baraja. Un beso que nunca sabrá a nada.

Nada es lo que importa. No ser Humphrey Bogart, ni tampoco Cary Grant. Jurar que he disfrutado. Que añoro tu mirada. Acariciar tus pechos y volverme loco en ti. Tenerte sobre mí. Intuirte más tarde, luz apagada.

Marinero de agua dulce, huelo a sexo y a sardina. Como gato, cambio ideas por tejados. Vivo atrapado en mi niñez. Siento decirlo, hoy extrañé tu tez. Beber de tu veneno. Que vengas a apagar mi sed.

Qué vida tan triste la del deshuesador de olivas. Pretender un corazón de contrabando. Vivir lejos de ti. Mi mala fama bien ganada. Desvestirme y que no sigas. No poder ser sólo contigo. Que puedas ser sin mí.

domingo, 11 de julio de 2010

El final del verano

Hay ocasiones en que, por sorpresa, llega el final. Otras, simplemente se espera...

No hay esperanza

Blanco vida.

Pasillos amarillos. Batas verdes, tubos rojos. Luces transparentes. Azules sirvientes. ¿Mirlos blancos? No hay esperanza.

Intranscendentes charlas, cielo gris. Acompañantes, galenos, transeuntes. Cuidados. Familiares impacientes. Matasanos, gente insomne. Enfermos ávidos de anis.

Pesimismo. Enfermedad. Lágrimas. Tristeza. Soledad.

Negro muerte.

lunes, 14 de junio de 2010

La Flaca

Por un beso de La Flaca daría lo que fuera,
por un beso de ella, aunque solo uno fuera.

Moje mis sabanas blancas, como dice la canción,
recordando las caricias que me brindo el primer día.


En la puerta una reseña...

Ayer. Hoy. Nosotros. Jamás.
Mañana. Pasado. Nosotros. ¿Quizás?

Tu vientre. Mis labios. La Lola’s. Los baños.
Tu novio. Mi chica. Dos excusas. Dos engaños.

Piercing. Tatuaje. Sexo. Amor salvaje.
Cinturón. Camisa. Pantalón. Adiós, traje.

Llamada al móvil. Suena jazz. Tu chico. Canta Irene.
Atranco la puerta. Marcha atrás. Te beso. Alguien viene.

Tapo tu boca. Sigo empujando. Ya estás llegando.
Es el loco. Estaba orinando. La está guardando.

Recoge su planta. Cierra la puerta. Seguimos.
Dentro y fuera. Aumento el ritmo. ¿Continuamos?

Una noche en los baños, perdiendo la cabeza entre tus piernas.
Jamás a vernos volvimos, por eso las imagino eternas.

En tus pechos enloquecí. Parecías pequeña.
Delgada, pelo largo. En la puerta una reseña.

Hoy no es hoy, sino mañana, escribí entonces aquí.
Se hizo mañana contigo. Se acabó el hoy por ti.

viernes, 11 de junio de 2010

Recuerdo

Mirarte a los ojos y tal vez recordarte que antes de rendirnos fuimos eternos. Me levanto decidido y me acerco a ti...

Fue una noche en Barcelona... I

Cuando me acerqué volvió a vestir una sonrisa maltratada como el tanga de un feriante. Fue en una noche sombría, una de ésas en que incluso las nubes caminan a oscuras.

Se disculpó por haber maquillado sus ojos de tristeza. La invité a una copa, a riesgo de que apareciera en aquel momento un chulo. Confirmó que no era puta, a pesar de yacer plantada en una esquina.

Al rato me contó que vivía allí cerca. Yo reconocí que hacía tiempo la observaba. Se excusó diciendo que esperaba a un chico. Entonces, enrojecí. No debía conocer tan bien la noche si creía profesionales aquellos finos labios apenas resaltados con carmín.

“El cine es más divertido que la vida”, dije con la cuarta. “Mi abuela tiene nombre de regalo”, aseveró ella con la sexta. “Mi vocación es la derrota. Mi carácter la resignación”. Y al final, nos acostamos.

Aquello terminó con un coitos interruptus. Apenas me importó. Yo me lo busqué. Quise ser caballo entre una sota y rey. Olvidé que era ella un pájaro sin sueños. Un paraguas sin voz.

Fue una noche en Barcelona cuando, ahogadas mil penas en alcohol, pretendí también ahogar en mis labios sus gemidos. Naufragamos en mis pies de vagabundo, pero al menos lo hicimos abrazados.

No hubo conjeturas, ni tampoco gestos fríos. Yo soy ave nocturna y ella precisaba un hombro en que llorar. Tampoco hubo reproches. Varias veces más nos pilló levantado el camión de la basura.

Vivimos en abril un falso agosto. Por sus heridas pregunté a un anticuario cual era el valor de un beso. Ella se seguía preguntando: “¿Por qué a la indiferencia hemos llegado, si del amor al odio no hay más que un paso?”. Qué difícil es desandar lo andado.

“Estoy falto de cansancio, nena, eso es todo”. Entendió mi insistencia, mas no aceptó. Mayor locura habría sido, supongo, siquiera suerte haber probado. Al fin y al cabo, ella tenía su vida. Y yo, mi literatura.

viernes, 28 de mayo de 2010

Guitarra

Llevo días sin pasarme por La Lola's. Poco tiempo para vivir como arrastrado. El poco que tengo lo malgasto en el recuerdo. Al son de un fado.

Recuerdos de Portugal

Jamás pasé tanto calor como entonces. Rara vez me sentí tan agotado. Incluso las sombras huían de aquel suelo gris por el que caminaba en pleno mes de abril.

A decir verdad, quizá fuera aquello en mayo. Puede que incluso en julio. No lo sé. Tan solo recuerdo a mi madre junto a mí, y la vía del tren a nuestro lado.

Sé que no es algo de lo deba estar orgulloso, pero diría que aquel fue uno de los ratos más largos por ambos compartidos. O por lo menos, uno de los ahora muchos no fingidos.

No sé a qué viene ahora aquel recuerdo. No puede decirse que fuera la mía una infancia feliz. Yo no disfrutaba con aquello, y para ella fue un alivio deshacerse de ello.

Muchos fueron los domingos malgastados. Muchos los kilómetros consumidos. Muchas las mimosas podadas. Muchas las piedras colocadas. Para luego, nada.

Supongo que ése es el motivo por el cual de pequeño odiaba Portugal. Era para mí sinónimo de trabajo, cansancio y tardes sin fútbol. Las vistas no me consolaban. Tampoco los dulces que con ansia devoraba.

Recuerdo que Manuel, el hombre del ultramarinos, era quien mejor me trataba. Me invitaba a coca-cola, aunque en contraprestación pretendía hacerme del Sporting de Lisboa. No entendía que por entonces fuera yo del Barcelona.

Al otro lado de aquel monte vivía una anciana que debía ser abuela de Matusalén. Lucia, se llamaba. Aunque siempre íbamos a verla, jamás entramos en su casa. Desconfianzas de quien me acompañaba.

Una pareja de franceses vivía cerca nuestra. De ellos me acuerdo tan solo por el bigote de aquel hombre, el cuatro por cuatro que tenían a las puertas de su palacete y una discusión sobre el Mundial.

Días después, a cientos de kilómetros, asentí dándole la razón al ver a la Francia de Zizou alzarse con el campeonato. Yo creía a Brasil favorita, pero… No volví a verlo. Tampoco aquellas tierras. Mi madre las vendió. Aquello se acabó.

Recuerdo los sandwiches con boletes de Viana. Los intempestivos trenes de Redondela. Ver desde lo alto el parque de atracciones de Braga. Y recuerdo también envidiar la felicidad de los niños que allí estuviesen.

Conocí terrenos más al sur, pero nunca Bracalandia. Recuerdo visitar Porto, Coimbra, Lisboa… y Fátima. Aquel tren a alguna parte, con un agujero en el subsuelo. Veinticinco kilómetros de curvas. Sólo para rezar.

Mi madre de rodillas. Mi hermano en sus brazos. Yo junto a mi tía. Eran otros tiempos… Tampoco aquel viaje me gustó. De camino me mareé, y entre tanta gente me agobiaba. Pero era una promesa.

Eran otros tiempos, decía. Tiempos en que la familia fingía estar unida. Tiempos en los que el abuelo vivía. Recuerdo el mono azul con que cortaba las acacias, sin despojarse jamás de su visera. Esa que hoy, donde quiera que esté, todavía le acompaña.

En otra de las ocasiones que visité la Lusitania, nos encontramos por casualidad con una tía. No sé si fue en D’Arques o Barcelos. Tan solo sé que fui yo quien acabó con la indecisión que nos sacó de aquella plaza.

Quizá fuese la excusa para salir de allí. No podría asegurarlo, pero si convencí a mi madre fue seguro porque no me gustaba lo que oía. Bastantes fados escuchaba cuando iba a casa de la portuguesa.

Con mi tía o sin mi tía, lo siguiente que florece en mi memoria somos yo y mi madre en una cafetería y aquella compra de pasteles. Como los desayunos en Viana, era una de las pocas cosas positivas de ir tan frecuentemente a Portugal.

Otra era aquella fonda en la que el abuelo siempre pedía bacalhau, y yo me comía un buen filete. Si volviera, no sabría llegar a la alameda, pero sí dar con el lugar exacto de aquella cuesta en que tantos lunes y domingos pasé cuando era crío.

De pronto dejé de ver aquel lago un día. Aquellas casas derruidas dejaron de ser nuestras. He de confesar que me alegré. Lo entendía entonces como un peso. Supongo que por eso lo recuerdo.

Los años han pasado, y con ellos mil historias. Sólo quedan recuerdos que he ido hilando. Hechos desagradables de los que con el paso del tiempo me he ido dando cuenta. Puros apenas quedan un par de recuerdos. Entonces no lo concebía así, pero ahora puros sólo quedan recuerdos de Portugal…

jueves, 13 de mayo de 2010

Woman in live

No tengo ninguna alhaja que ofrecer. Ni tan siquiera bisutería fina 'Made in China'. Nada más que joyas del maestro, como este tributo a su vieja y malograda amiga.

Woman in live

Ahora ya no está aquí y no podré llamarla para que me busque bajo la lluvia en cualquier rincón de la ciudad, como cuando le telefoneaba a las cuatro de la madrugada y se presentaba a mi lado a tiempo casi de colgar con su mano el teléfono. Los suyos eran aquellos días los únicos ojos que en medio del naufragio veían la luz de mis bengalas y se hacían a la mar para estar a mi lado en el agua. El barman de «El Corzo» pinchaba «Woman in love» cuando la sala estaba despejada, en ese momento en el que casi llega desde la calle el sonido de la lluvia en la marquesina de la puerta. Era nuestra canción. Sólo la bailaba con ella y eso ocurrió media docena de veces cada año desde que la conocí hasta que el maldito cáncer le impidió ponerse al teléfono. Se llamaba Marta y los tres minutos de aquella canción en la voz de Barbra Streisand fueron la única vez que estando despierto pasé tanto tiempo sin fumar. Escribí para ella docenas de notas en los posavasos de papel de aquel club. Ella las respondía siempre con una sonrisa y las guardaba luego en el bolso. No niego que en otras circunstancias me hubiese apetecido llegar a más con ella, pero en aquel momento me conformaba con ser la parte más autógrafa de sus pertenencias. Ni siquiera apretaba al bailar «Woman in love» y sólo me ponía un poco más íntimo si lo pedía ella. «Puedes tomarme de la cintura; te aseguro que ni se me pasará por la cabeza llamar a un guardia». Luego me pedía que le dijese cosas al oído. «No importa de que se trate –decía–. Me conformo con saber que llevo encima algo más varonil que la lluvia». Yo le recordaba entonces aquellas cosas tan hermosas que jamás nos sucedieron. «¿Recuerdas, Marta, amiga mía, aquella noche en el Berlín dividido? Tú no tenías tabaco y yo había perdido mi mechero. Fuimos un vicio antes de ser una pareja. Fuiste como una aparición en una ciudad de pana en la que no había una sola flor que no fuese más gris que sus cenizas». «Aquella noche bailamos por primera “Woman in love” en una boite en la que dijiste que la mitad de la gente era mala y el resto no eran de fiar». «Aquella madrugada no te dije que te quería por temor a que me diese la tos, Marta. Y sé que tú no me lo dirás esta noche porque no se puede ser sincera si se está acatarrada». La última madrugada que bailamos aquella canción, Marta se llevó en su bolso el posavasos de papel que ya jamás me contestará con el afectuoso autógrafo de su sonrisa: «Si por lo que sea te vas algún día de mi vida, sólo te pido que ni tus ojos vomiten sin memoria los míos, ni por culpa del olvido me devuelve tu bolso el correo». Ahora Marta está enterrada y yo suelto tierra al bailar «Woman in love».

sábado, 1 de mayo de 2010

I've got you under my skin

Suenan las palabras del maestro con Sinatra de fondo. De nuevo se unen dos grandes en este rincón para hablar de Casablanca, como si fueran cosas de ayer y hoy.

Cinismo en la niebla

En la escena final de "Casablanca", Rick Blaine le pide a Ilsa Lund que se suba al avión que la alejará de él. Parece el sublime acto de generosidad de un hombre dispuesto a renunciar al amor de una mujer hermosa para no interferir en sus relaciones matrimoniales ni perjudicar el apoyo que ella le presta a su marido en la lucha por una causa patriótica. ¿Lo es realmente? ¿Se trata de un sublime y doloroso acto de desprendimiento? ¿No será tal vez la cruel venganza de Rick por haber sido antes abandonado por ella cuando vivían en París la dulzura sentimental de lo que empieza? ¿No habrán fermentado hasta el rencor los agridulces recuerdos del enigmático americano?
Por más veces que revise la vieja película de Curtiz, no acabo de creer que Rick siga enamorado de Ilsa, ni que a ella en su reencuentro con él le interese otra cosa que no sea conseguir los salvoconductos para ponerse a salvo de los nazis al lado de su marido. Años atrás el humo de un tren los había separado en París y al final de la película es la niebla del aeropuerto de Casablanca lo que vuelve a distanciarlos. Una mujer enamorada jamás habría tomado ese avión, ni un hombre que sintiese lo mismo se habría quedado cruzado de brazos. Ilsa insiste en quedarse en Casablanca, pero lo hace seguramente a sabiendas de que la resistencia de Rick a que se quede le servirá de pretexto para aparentar un dolor y una resignación que en el fondo no siente. Él lo sabe desde la decepcionante experiencia parisina y oculta con algunas frases falsamente sentimentales su deseo de que ella se suba aquel maldito avión antes que la niebla espese y frustre el despegue. En medio de un falso dramatismo, ella esconde su egoísmo y él disimula su rencor. En la famosa escena nocturna en el aeropuerto, una de las más hermosas del cine, realmente solo es sincera la niebla. Puede que una despedida así sea decepcionante para los amantes de los finales felices, pero lo cierto es que el distanciamiento a última hora de Ilsa y Rick es lo que hace de "Casablanca" una película realmente hermosa gracias precisamente a esa conclusión en apariencia tan desalentadora. Rick es un cínico y sabe por experiencia propia que el amor raras veces sobrevive a la rutina de la felicidad y que al cabo de algunos meses, tal vez unos pocos años, a él le molestará llevar tanto tiempo encima el maldito pijama de rayas y a ella la doméstica comodidad del amor se le volverá grasa en la cintura. Lo que cuenta para él es el recuerdo de los buenos momentos de París, los días benévolos bajo la lluvia y aquellos besos de Ilsa en los que ni siquiera había un resquicio para enfriar la saliva. Se estaban conociendo y compartían la esperanza, el aliento y los martinis. Ya no sería lo mismo a partir de su reencuentro en el café de Rick. La Ilsa romántica de París se ha convertido en una mujer falsamente conmemorativa que lo que pretende es que Rick Blaine se conmueva con la efeméride de los agradables días que precedieron al humo del tren. Aunque dice volver por sus besos, en realidad lo que ella espera de Rick no es el anillo de boda, sino un salvoconducto para su marido. Por la sangre ofimática de Ilsa corre ahora el inconfundible ruido del papeleo. Cínico pero caballeroso, Rick le resuelve la papeleta y se la quita de encima con exquisita elegancia, sin forzar la situación, insistiendo lo justo para que ella encuentre en las frases de su antiguo amante la excusa pecfecta que le permita subirse sin remordimientos al dichoso avión.
Hay quien cree que la película habría salido ganando con una escena complementaria en la que Ilsa reapareciese entre la niebla mientras el avión despega sin ella. Al guionista no le habría costado mucho dar con unas cuantas frases para que Rick demostrase lo feliz que le hace la inesperada decisión final de su chica, pero yo creo que cualquier añadido desvirtuaría el verdadero carácter de los personajes: El de ella, porque una mujer como Ilsa Lund es incapaz de estropear el sombrero y arriesgarse a un catarro por culpa de volverse atrás con tanta niebla; y el de Rick, no nos engañemos, porque cada vez que veo "Casablanca" tengo más claro que lo que él espera realmente es que el avión se estrelle al despegar. Así son en realidad los tipos como el protagonista de "Casablanca". Suena duro, tal vez incluso cruel, pero lo cierto es que si un tipo como Rick Blaine no puede conseguir el amor desinteresado y sincero de una chica como Ilsa Lund, no le importará en absoluto conformarse con el privilegio de identificar su cadáver.

sábado, 24 de abril de 2010

Piernas de marioneta

En la lona piernas de marioneta. La factura de resistir [...]. Al bajar los puños a las caderas perdió el combate...

Nudillos de perdedor

Me he batido el cobre con mi propia sombra y he perdido. Caí en aquel rincón en que una noche desnudé por ella una canción. Se vistieron mis nudillos de cansado perdedor. Yací por su culpa alcoholizado.

Nada es igual desde que no me asomo a su balcón. Todo lo he perdido. Nada me queda. El único recuerdo que guardo de sus labios es el replique de aquel timbre. Números rojos en la cuenta del banco del olvido.

A la resignación llamo, buscando un punto y seguido. La incomprensión contesta veloz y rauda. Me traiciona y torna mi gravedad en coma. Lo hace a mi primer descuido, como ya antes hicieran otras. ¿Otra vez del cuadrilátero barrido?

Convirtió nuestro mañana incierto en un equívoco. Me miró de usted y me noqueó con un tajante adiós. Atravesó mi corazón con un atajo, y con otro de la mano. Jodida ramera, ¿por qué acabaste con un simple adiós?

Arrancó a mordiscos el polvo de mi lona al cerrar la puerta. Me repuse antes de la cuenta y me asomé por la ventana. Lancé instintivamente la toalla con la que me acababa de secar. ¿Por ése te vas?

Hubiera preferido que se hubiese despedido dejando en mi barra el carmín de sus labios, pero no… Escogió otros besos con los que engordar sin darme tiempo a reaccionar. Arrojó a un contenedor mi suciedad. Y con ella, mi corazón.

Permanezco invicto desde aquello sobre un ring. Sueño con la cara de aquel tipo y pego como un ex convicto, pero lo peor viene cuando seco mi sudor. Entonces pienso en aquello y golpeo la pared como si fuese mi rival aquel bastardo.

El después ya lo conoces. Mi vergüenza torera me convierte en boxeador alcohólico. Y todo por una mujer. Aquella llamada al timbre suena en mi cabeza como la campana que anuncia la derrota de la vida ante la muerte.

No quise guardar de ella otro recuerdo. Me deshice de sus cosas. La toalla no la recuperé. Su lugar en mi memoria lo ocupa, a modo de anestesia, un gran reserva del noventa y seis, pero así yo lo prefiero.

Sólo me queda de sus labios aquel timbre. Salvo la cara de aquel tipo, todo lo demás ya lo he olvidado. De intentar no recordarlo me he cansado. Mi propia sombra me ha ganado.

Ahora yo sobre la lona por KO siempre lo hago. Poco importa si cuando seco mi sudor viene a mi memoria aquel adiós. Poco importa ya si, aunque siempre gano, cuando seco mi sudor vuelven mis nudillos a ser de perdedor…

martes, 20 de abril de 2010

Veinte de abril

Hoy es el día:

Ya no queda casi nadie de los de antes, y los que hay, han cambiado…

Veinte de abril, malos tiempos para la blanquivioleta...

Cuentan las malas lenguas que veinte años después de aquella, Jesús Cifuentes se ha cansado de esperar respuesta de la fría pucelana a la que iba su letra dirigida. Bastante paciencia ha tenido, pensarán. Pues sí. Yo no hubiera aguantado tanto.

Los lugareños cuya adolescencia o madurez transcurriese en los principios de los noventa recordarán mejor que el pipiolo que les escribe que la letra decía algo así como ya no queda casi nadie de los de antes, y los que hay, han cambiado…

Llegados a este punto, más de uno habrá pensado en lo poco original que resulta hablar hoy del grupo vallisoletano y su canción. No obstante, ¿puede alguien presumir en tal día como hoy de por lo menos no haberla tarareado?

Cuando he hecho referencia a ella, seguro que todos han caído. Y quien diga que no, miente. Por el contrario, no lo ha hecho nunca la letra de Cifu y sus chicos, y hoy sigue sin hacerlo.

Seguro que más de uno y de dos han creído alguna vez que estaba escrita para aquella ocasión en que su mejor amigo dejó el grupo por la chica guapa de turno, o que en su siguiente concierto la pieza le sería dedicada por haber sido capaz de soportar que aquella chica tan maja y encantadora se reencargase en pija una vez licenciada en burrología y letras.

Les confieso que incluso yo he pensado mucho en ello, con una diferencia. Uno, que es un enfermo del fútbol, no deja de pensar hoy en que la canción va como anillo al dedo de nuestro Real Valladolid. Porque, díganme, ¿qué nos queda de aquel ascenso en Tenerife fraguado hace tres años?

Apenas unos pocos de los actuales jugadores vivieron aquel hito. Y los que siguen vistiendo la blanca y violeta, vaya si han cambiado. Igual que aquella chica del noventa debe ser hoy un adefesio, para ellos el tiempo no ha pasado en valde. El rendimiento, como el físico, ha ido en deterioro.

Pero no querría uno quedarse anclado en el noventa y en cómo los designios del tiempo han tratado a los que otrora fueron héroes. Como uno no lleva demasiado en la ciudad, inexorablemente ha de hablar de lo que conoce. De los gallegos.

Por eso les invito a que cojan su máquina del tiempo y escriban en su pizarra “Vigo – 1983”. Cuando lleguen, aparecerán en el local de ensayo de Golpes Bajos, un grupo local cuya letra más recordada sería la que hablaba de los malos tiempos para la lírica.

Me gustaría que aquellos que no se sintieron especialmente aludidos con la anterior canción pensasen ahora en esa premisa. ¿Se ajusta o no con la situación actual de nuestro Real Valladolid? Si los pocos nos quedan de aquel reverdecimiento de laureles en las islas hace tres campañas han sido castigados por el tiempo, piensen en nuestra situación actual.

Tres entrenadores en una temporada, una dirección deportiva inoperante y/o incompetente, un presidente superado por todo lo que le rodea, unos jugadores apartados o en la picota por excederse en sus hábitos fuera del verde, otros inexpertos o por debajo del rendimiento presupuesto…

Esta semana, la del veinte de abril, el Valladolid se la juega en El Molinón. Corren malos tiempos para la blanquivioleta. Toca ganar o morir. Como ambas canciones, atrás queda nuestra gloria…

sábado, 3 de abril de 2010

Fix you

Hay quien llama destino a esa sinrazón que en un determinado momento sobreviene y se deshace de un amor. Y hay quien, como yo, no cree en el sino, pero sí ha vivido algún que otro desamor como para identificarse con lo que Leyre nos cuenta.



A ti, que cuando experimentas una desazón me permites estar cerca. Si me dejas que así siga, te prometo que en todo momento
"I will try to fix you".

Hay quien lo llama destino

Lo nuestro fueron quince minutos de lluvia en Móstoles y un par de sudores con los que calentar la sopa fría. Algo esporádico. Inesperado. Casi insignificante fue aquella unión que nos llevó a soñar el uno con el otro. Y a la postre, algo doloroso.

Amigo. Confidente. Simplemente él. Aquel que sigue cantando para bingo aunque una decida colocarse en primera línea de fuego. Amigo. Confidente. Simplemente él. Aquel por el que valió la pena buscar el cuerpo a cuerpo saliendo de trincheras.

Pero en toda guerra hay víctimas, y toda guerra toca en algún momento a su fin. Incluso las de los sentimientos. Hay quien llama destino a lo que a nosotros sobrevino. Cruel y despiadado sino el que se lo llevó de mi lado.

Lo nuestro acabó, y de todo aquello sólo quedan hoy un par de medias mojadas y dos boletos cuyo premio es la no consolación. A cuatro metros bajo tierra sentí tomar el sol, un sol bajo el cual día a día sentía una desazón tal como si alguien estuviese tratando de acabar conmigo a base de pellizcos.

Días. Semanas. Meses. Toda una vida compartida hasta aquella triste despedida. ¿Qué dejó de funcionar? Cartas. Notas. Corazones de un papel hoy sesgado por tijera y desamor, precedieron aquel instante en que me creí condenada.

Recuerdo aquellas noches en que oíamos en el pecho del otro los tambores sordos de algo que creíamos era amor. Sin temor a equivocarme, puedo decir que nos queríamos. Éramos uno debilidad de otro. Cada cual se equilibraba con su otra mitad. Aquello era especial… pero todo parece tener un fin, y el nuestro de pronto llegó.

Desconfianza, error y arrepentimiento; venganza, frialdad y miedo; permitieron el triunfo de un adiós. Atrás quedaron ingentes recuerdos. Fotos y canciones en cantidades industriales. Pero, pese a la revolución, algo en el corazón quedó que mar adentro la marea no llevó.

Y es que todavía hoy cuando imagino nuestras almas vagando por una playa plagada de recuerdos. Todavía hoy cuando pienso, pienso que yo solo era con él, y él sólo era conmigo. Todavía hoy cuando sueño, puedo escuchar nuestras voces jurando amor eterno. En secreto. En silencio.

Hay quien llama destino a lo que a nosotros sobrevino. Maldito y cruel sino el de aquel que teniendo un cariño tal, acaba sufriendo tanto mal como el que hoy yo padezco cuando recuerdo cuánto quiero. En secreto. En silencio.

Balada del desarraigado

Son varias las ocasiones en que en los últimos tiempos el maestro Alvite ha servido para iluminar mi camino mejor de lo que cualquiera lo haría. Esta vez, con una "Balada del desarraigado" bajo el brazo.

El aviador del hospicio

Es cierto que cada ser humano tiene una sola madre biológica y es indiscutible el eterno tirón de la sangre, pero que yo recuerde, he sido un niño con poco sentido umbilical, un crío que se desentendía de los abrazos de su madre, un fugitivo que en las fotos de familia salía siempre retratado con la indiferente tristeza de un rehén. A veces me soltaba de la mano de mi madre durante el paseo camino del parque y corría hasta el hospicio para ver a todos aquellos chiquillos ruidosos, tristes y expósitos, arrastrado hasta allí por la extraña sensación de que mi verdadero sitio estaba entre ellos. Jamás pude explicarme aquella amarga propensión a la orfandad, pero lo cierto es que otras veces me escapaba hasta el río Sar y entraba desnudo en aquellas aguas puerperales y caldosas en las que acababan de enfriar sus vaginas las yeguas de los soldados. De niño me he perdido unas cuantas veces por la ciudad y casi sin darme cuenta le he dado la mano a la primera mujer que pasaba, como si fuese un genérico hijo en tránsito. No sé si me gustaría saber por qué hacía aquello, pero lo cierto es que no le encuentro sentido a que me incomodase regresar a un hogar cálido y confortable en el que incluso me amaba el gato. Con el paso de los años no hizo sino crecer en mí la tentación por la independencia, sin importarme que fuese la misma que la tentación de la más estricta y dolorosa soledad. Todavía a veces presiento en el agua del lavabo el placer expósito y transeúnte que me producía de niño aquel río ventral y caldoso al que debo la inenarrable sensación de haber recibido entre las piernas la tibia pomada labial de las vulvas de las yeguas. De aquella lejana evitación de la familia me viene seguramente mi costumbre de viajar rodeando las ciudades, probablemente porque aún ahora, como cuando era sólo un niño, por mi costumbre de escapar sólo le encuentro algún sentido a las ciudades de cuyas calles sepa con absoluta seguridad que jamás pasarán algún día por la mía. El río Sar baja ahora un poco sucio y algo escaso, pero, ¿sabes?, a veces me detengo a mirarlo y aún creo posible recorrerlo volando entre sus aguas en un aeroplano con las alas de tela, como un aviador que si falleciese en el cielo amniótico de su infancia sólo pondría de luto a los niños muertos de aquel hospicio.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Entre mis recuerdos

Se me antojaba inevitable que volviera a aparecer el fútbol en el rincón de nuevo esta vez, dada la literalidad de parte de mi último artículo de opinión.

Por ser también algo poco habitual, se me antoja también nuevamente difícil adjuntarle cualquier canción, aunque bien podría ser ésta la que de fondo sonase, por ejemplo.

Los padres del descenso

Aún recuerdo las palabras de aquel maldito niño. Los Reyes Magos no existen, son los padres, dijo en los días previos a las vacaciones de navidad. Era algo mayor que yo, pero no me dolió en prendas enfrentarme a él.

Unos días más tarde, el mismo maldito niño dijo a un ilusionado párvulo que aquellas cien pesetas no habían sido fruto de ningún intercambio con un roedor. El Ratoncito Pérez no existe, son los padres, aseveró.

Sus puños volvieron a intercambiar pareceres con mis incisivos. Uno de ellos, ya medio suelto, se suicidó. El grandullón recibió su castigo. Yo veinte duros como compensación de parte de un ratón.

Tres sobres de cromos y unas chuches dieron buena cuenta de lo que pudo haber sido una demanda a la que luego habría de añadirse otra a la televisión. Yo no sabía qué era aquello de ser gay, pero estaba seguro que Ricky Martin no podía serlo.

No se me había todavía agudizado el oído musical, y era su disco el primero que aspiraba a recibir en mi corta vida. Se lo había pedido a Baltasar. En medio de la noche me levanté a miccionar y, ¡horror!, allí estaba mi madre, colocando los regalos bajo el árbol.

Intentó convencerme de que había sido cosa del desorden real, pero no lo logró. Todavía estaban intactos el vino y el turrón. Recordé a mi agresor. ¡Tenía razón! Pero, ¿y el ratón? Mi madre confesó. Y yo lloré. ¿El regalo? El dichoso cd que había pedido.

Ha pasado tiempo y aquel rumor tan extendido ha sido confirmado. El propio cantante lo ha hecho. Ha salido de ese armario en que uno desearía encerrar juntos al ratón, a los Reyes y al fantasma del descenso.

Hoy éste sobrevuela sin remedio sobre el José Zorrilla, como ave que percibe desde el cielo el nauseabundo olor de quien navega a la deriva. Porque así navega hoy el Real Valladolid; mientras Carlos Suárez se empeña en repetir que el descenso no existe, son los padres.

Hace tiempo algunos venimos barruntando el hundimiento. Alarmistas, nos decían unos. Oportunistas, clamaban otros. Y todo por ir más allá del dudoso rendimiento de jugadores como Haris, Manucho, Nauzet o Pelé. Todo por hablar de su escasa profesionalidad.

Las cuatro multas posteriores al encuentro ante el Atlético de Madrid nos abrieron los ojos. Nos vimos reflejados en aquel niño que perdió un incisivo una. Aquel partido fue, como el día que encontramos a mamá colocando los regalos bajo el árbol, el principio del fin de una ilusión.

Como si del matón del cole se tratase, fue Mendilibar el puesto de cara a la pared. Ahora, pasado el tiempo, se demuestra que en sus aseveraciones y decisiones no le faltaba un ápice de razón. Como la tuvo también aquel que en su día me dio pa’l pelo.

El día de autos, mis compañeros se pusieron de parte del más fuerte. También pasó con el de Zaldibar. La plantilla podía más, y la directiva permitió que se rompiese la cuerda por el lado del más débil. Y lo que es peor, la tormenta amenaza cobrarse una segunda víctima, en la figura de otro entrenador-carnaza.

En el caso que nos atañe, no fue la directiva la única que miró hacia otro lado. El gremio no quiso ganarse la fama de acusica ni dejar de molar al más popular del cole. Ni cuando varios jugadores se excedieron en la celebración de una derrota, ni cuando Mendilibar fue largado con viento fresco.

Como los que estaban en el patio aquel recreo, miraban inquisidores al matón y comentaban en pequeños corros, pero optaban por reírles las gracias, no se fueran a mosquear, cuan pelota de diez años.

Tras la derrota ante el Xerez, en cambio, todo parece haber cambiado. Recuerden, señores, al gran Sabina. Ahora es demasiado tarde, princesa, cantaba en una de sus canciones menos canalla que lo que pueden ser considerados parte de los que visten la violeta y blanca.

Porque ese es el menor calificativo que se puede dedicar a la gran parte de nuestra plantilla, canalla. Y desvergonzada. ¿O acaso no es verdad que hasta la lesión de uno y la suplencia de otro, dos chicos de diecinueve y dieciocho años venían sacando los colores a gente en teoría más preparada?

Pocos se salvan de la quema. Muchos decepcionan. Y los que no lo hacen, a buen seguro se verán recompensados con su salida a otro primera, cuando aquellos a los que los intereses del club no importa nada logren lo que parecen haberse propuesto, engrosar sus currículos con un descenso y mala fama.

Les importe el club o no, ese es un estigma que se llevarán cuando de aquí se vayan, y es por salir con un expediente limpio por lo que deberían luchar. Oportunidades para redimirse de sobra han tenido. Y, como un delincuente enfermo, en su lugar han reincidido.

Pero, ahora que estamos en época de pasión, no debemos olvidar aquello de quien esté libre de todo pecado que tire la primera piedra. Absténganse pues, como de hecho lo hacen, los señores Olabe y Suárez.

El uno ha fracasado en su política de renovación de la plantilla, a la cual él mismo reconoció no haber visto en el enésimo ridículo de la temporada. El otro, tropieza de nuevo con una pasmosa pasividad ante la indolencia que ya llevó al club que dirige a segunda división hace unos años.

Pero, vayamos más allá. ¿Acaso Roberto Olabe no tiene como adjunto a aquel que a su vez ha de ser nexo entre plantilla y organigrama técnico? ¿Por qué entonces la fractura en la plantilla, una vez extirpado el que para unos y otros era el mal? ¿Por qué Carlos Suárez extirpa el presunto problema, y sin embargo las cosas no marchan? ¿Por qué hace oídos sordos a los gritos de auxilio de Alberto Marcos, él, que ha vivido una situación similar en el pasado?

Al contrario de mi conflicto con aquel chico de un curso superior, señores, estas cosas no son ni mucho menos de niños. Estamos nada menos que hablando de un nuevo descenso, provocado una vez más por la pasividad de los que mandan y la indolencia de los que juegan.

Yo, créanme, quiero creer que como antaño, toparé con una realidad distinta de la que creo. Permítanme que lo ponga en duda. Me encantaría a final de temporada decir aquello de el descenso no existe, son los padres, pero…

lunes, 29 de marzo de 2010

Gone, play on

No hay nada como viajar en tren al compás de Russian Red como inspirarse. O quizá sí, pero esa es la fórmula que hoy yo he utilizado.

Ligero de equipaje

Viajo en tren por el mero placer de moverme a la velocidad de las vías. Disfruto de las nubes, que inquietas buscan el sendero por que camino con la leve cojera del vagón desde el que con ellas intercambio una sonrisa cómplice, casi de despedida, que incita a una voz femenina e impersonal a recitar aquellos besos que, como olvidados, atrás dejo en el espacio. En el tiempo.

Busco dos sueltos versos con que decir adiós a un par de estrofas carentes de sentimiento, mas cargadas de dolor. Huelen a raíl y piedras pequeñas, esas que un día se me atragantaron en el desayuno de la vida, en esa adolescencia en que los ojos me doblaban casi en edad.

Mis ojos esquivan una madurez sobrevenida. Por eso, supongo, disfruto cuando viajo en tren. Consumo kilómetros. Espero acabar con otros. A la par veo castillos, en cuyas mazmorras de buena gana encerraría personas. Mientras escribo, se tornan para mí de arena, fina como aquella de la playa en que un día fui imaginado.

Mis amigas de azules ojos señalan aquellos montes tras los que se esconden mis sueños. Mi caligrafía mejora con un alto en el camino, con el canal como testigo. Ancha es Castilla, y cuantiosos sus molinos, como cuantiosos son los monstruos que atrás hoy dejo en el camino. Sin pensar. Sin jamás dudar.

Qué pudo haber sido me pregunto cuando suena el teléfono del olvido. Hay cosas que es mejor enterrar, que dejar en la última estación. Ligero de equipaje con el mío extraviado, nunca reclamado. Perdido, como perdidos terminan siendo los abrazos de quien se reencuentra en el andén si no son luego bien abonados.

Por eso no suele ser bueno el barbecho cuando hay en juego sentimientos. El viento al final siempre recoge las heridas un día sembradas en forma de descuido. A quien las hace, el tiempo suele señalar un tren perdido. A quien las sufre, suele hacer ver en el siguiente una nueva opción para disfrutar, viajando una vez más ligero de equipaje.

sábado, 27 de marzo de 2010

Night and day

Frank Sinatra cantaba a la noche y al día, aunque verdaderamente vivía lo primero. Como el maestro.

Accidentes como aquellos

No tengo motivos para quejarme de los efectos de la mala vida. Puedo tomar copas sin que me afecten en absoluto y lo peor que me sucede con el tabaco es que me entra tos cuando dejo de fumar. En la época de vida nocturna más intensa he dormido un promedio de hora y media cada día durante veinte años sin que se me resintiese el cuerpo, aunque debo reconocer que esa fue la razón por la que acabé, triste y sin esperanza, en la consulta del siquiatra. Sucumbía al sueño sólo en circunstancias extremas, alguna vez en la carretera, sentado, casi muerto, al volante del coche. Sufrí por ese motivo tres percances en los que podría haber perdido la vida y sin embargó resulté con lesiones de escasa importancia, casi como las que podría haberme causado el barbero al afeitarme. En una ocasión me quedé dormido en un cambio de rasante y recorrí quinientos metros en sueños sin que me ocurriese nada. A veces me vencía el cansancio en plena obsesión por no dormirme y entonces soñaba que iba conduciendo por la carretera real y resolvía los lances del viaje con la misma facilidad que si condujese despierto, viajando con los ojos cerrados por una carretera imaginaria cuyo trazado se correspondía al pie de la letra con la carretera real, con la única diferencia que en mi sueño la muerte era amarilla, y el asfalto, azul. En un accidente que sufrí en la Autopista del Atlántico me falló la magia y me empotré contra otro coche al que di alcance a más de ciento cuarenta quilómetros por hora. Desperté con la sensación de haberme caído de cama sobre una alfombra de púas. Me toqué la cara, apenas ensangrentada por los cristales del parabrisas. Por un momento pensé que se me había cambiado de brazo el reloj. También se me pasó por la cabeza el engorro que sería renovar la documentación por culpa de haber quedado irreconocible porque el golpe incluso me hubiese cambiado de raza. Después de localizar mis gafas en el asiento de atrás, salí del coche y me interesé por el otro conductor. Tampoco a él le había ocurrido nada serio. Su automóvil tenía el maletero en el asiento del chofer; mi coche estaba tan destrozado que fue como si el golpe me lo hubiese cambiado de marca. Me disculpé con aquel tipo, cotejamos las pólizas de seguro y nos intercambiamos los teléfonos. A los pocos minutos se presentó una patrulla de Tráfico y le dijimos que no habiendo lesiones graves, aquello lo arreglábamos como amigos de toda la vida que acabasen de conocerse. Después el otro conductor y yo nos fumamos unos cigarrillos sentados en el quitamiedos del arcén mientras esperábamos una grúa que arrastrase mi coche. ¡Joder!, el vehículo estaba tan aplastado que pensé que podríamos retirarlo de la autopista metiéndolo en el maletero del otro coche. Al cabo de una hora llegó la grúa. El otro tipo se despidió y siguió viaje al volante de un coche que renqueaba como un barco con la carga corrida, dejando atrás un ruido de bolera.
Aquel hombre y yo conservamos nuestra amistad hasta el día de hoy. La verdad es que no creo haber hecho desde entonces muchas amistades como las suya. Yo no sé si eso se debe a que no abundan los tipos como aquel o, sencillamente, porque ya ni siquiera hay accidentes tan agradables como los de entonces, que yo creo que eran vida social. El caso es que, de regreso en Compostela, me tomé unas cuantas copas en “El Corzo” a la salud de aquel amigo después de haberme aseado un rato en el lavabo y asegurarme de que no tenía la nariz por debajo de la boca. Aquella fue una de las madrugadas más triunfales de mi existencia. Y aunque no me atrevo a jurarlo, yo creo que si aquella noche mis amigas estuvieron conmigo más cariñosas de lo habitual fue porque, en el fondo, nunca creyeron que mi existencia alma fuese en absoluto más interesante que el maletero del coche.