lunes, 31 de agosto de 2009

No sos vos, soy yo

Ocurrió unos tres años atrás. Me encontraba en un bar cuando topé con ella. Su luz me envolvió, como esa envolvente luz que te aproxima a la muerte a lo largo del túnel. Pero, como aquellos que viven una experiencia cercana a esta, terminé regresando.

Cuando uno sufre una ECM, dicen, termina volviendo porque una voz así lo dicta. Unos creen que es simplemente el facultativo quién te hace revivir. Otros, que es quién al otro lado te espera quién te comunica que no ha llegado tu hora. En mi caso, fue ella misma quién me hizo despertar del profundo sueño.

Todo ocurrió un martes. Habían pasado dos jueves desde que nos habíamos conocido. Yo parecía ya un hombre rehabilitado. Casi había olvidado a aquella habitante de Júpiter que me hizo creer marciano. Sonaba en la radio Lucas Masciano. Creo recordar que “Primavera rota”. Y entonces, llegó ella, para también romper el verano.

Me pidió que me sentase y suavemente me dijo “cielo, no sos vos, soy yo”. Íbamos muy rápido, alegó. Poca defensa pude contraponer. Demasiado era ya el empeño que había puesto porque aquella luz fuese la que me aproximase al paraíso. Demasiadas fuerzas fueron las gastadas como para negar la evidencia.

Era un martes. Dice el refranero que “ni te cases ni te embarques”. Cierto es que iba aprisa. Cuando me dejó, lo que esperaba era una contestación a la proposición que le había hecho de irnos juntos de crucero. Pensaba ya, también, en comprarle un perro. Al final, el perro me lo compré a mi y quise tirar todos mis planes juntos por la borda.

Debo decir, en su descargo, que me rompió el corazón, sí, pero que aquel sentimiento poco duró. Dura ello habitualmente lo que tarda en aparecer otra perfección en mi vida. Con ella, sin embargo, un clavo no fue preciso para sacar otro clavo. Y es que ella obvió tal brusquedad, se posó en mi vida y anidó en mi corazón.

Por aquel entonces, ardía por tenerla cerca, aún cuando ella se mostraba fría. Poco a poco, fue esa frialdad lo que convirtió mi ansia en ternura, y mi ternura lo que la convirtió a ella en cercana. Suena extraño, lo sé pero cuando por ella estaba dispuesto a dejarlo todo, no dejándome dar un paso más, fue ella quién acabó por darme todo a mi.

Cuando la conocí, tres años atrás, la creí ángel. Quise con ella tocar el cielo, y mandó mis palabras de amor al infierno. Ello no la convirtió, en contra de lo habitual, en diablo. Más bien al contrario. Lo que después me dio la hizo diosa.

Ella me obligó a volver al mundo real con aquel rechazo. Con aquello, y con aquellos días felices que bien podrían haber sido un final alternativo a “Verano Azul” u otra teleserie de la época. Y es que me declinó mi oferta de amor y crucero, sí, pero para embarcarnos en algo muy poco habitual en la actualidad, como es una amistad entre seres sexualmente desiguales.

No necesitamos velas. Nos bastó con tocar todos los palos para navegar hacia un cariño hoy casi fraternal. No precisamos tener hermanos para comparar lo que el uno del otro hoy sabemos y soportamos. Gracias a su empeño, no hizo falta mucho para que el ansia de amor fuese cubierto por su más que suficiente aprecio.

Sin embargo, pasado cierto tiempo, tuvo mi furgoneta del amor que dejar La Pampa y cruzar el charco. Empapado de papel fotográfico transcurrió el viaje. A cada foto, un recuerdo. A cada recuerdo, una palabra. A cada palabra, un paso más hacia el confort de un alma viajera que en Argentina dejó algo más que una amiga.

“No sos vos, soy yo”, dijo como preludio. Como en mi vida tiende a ser habitual, y de no haberse ella esforzado en que lo que parecía un “adiós” no fuese más que un “hasta luego”, pudo aquello haber sido un final por desamor. Fue, sin embargo, el preludio del más bello no-amor que he vivido, vivo y viviré.

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