martes, 15 de septiembre de 2009

Amelie

Qué distintas son las noches cuando uno deja atrás Madrid y vuelve a La Lola's. Qué distinto es para Gustavo volver a las noches con los arrastrados después de disfrutar de su pequeña sonrisa de Amelie.

Los lunes al sol

Nos conocimos en Madrid. Creí, al principio, que era de esas a las que al escuchar “mira, un pájaro muerto”, miran al cielo raudas y veloces para observar el vuelo del difunto. Me equivoqué. Aquella rubia sí sabía de muy buena tinta que no todo al norte de los Pirineos es Estocolmo, y que Estocolmo no es una forma de quejarse por la ruptura de una uña.

Lo cierto es que su primera sonrisa me gratificó más que el primer empujón a cualquier otra. Recordé, gracias a ella, aquellos tiempos en que la aceleración de mi noble corcel era similar a la de un Ferrari. Aquellos tiempos en los que pasaba de misógino a promiscuo en seis segundos.

Pasamos un par de días siendo diez años más jóvenes de lo debido. Remamos en el Retiro como esas parejas de jóvenes adolescentes que comienzan a pensar en el sesenta y nueve como algo más que el resultado de tres por veintitrés. También, como pseudo-adolescentes, bebimos colonia de bebé y utilizamos la marcha atrás para algo más que aparcar.

Quise dejarle claro que, juntos o revueltos, yo con ella, pan y cebolla. Fue entonces cuando, ¡pam!, descubrí que, más que “Operación Retorno”, lo suyo sería una vuelta al cole. Topé de bruces con la realidad que me llevó a saberme más viejo de lo creído. Justo ese fue el momento en el que pensé cortarme la p****.

Podría decir en mi descargo que la culpa es de las madres, que las visten como putas. No es verdad. La culpa es de gilipollas como yo, que piensan que sólo el monte es orégano cuando llevan una década teniendo pelo. Estúpido de mi, sólo cuando la vi como algo no recomendable me di cuenta de que los tiempos cambian… y las mujeres también.

No logré, en los dos lunes siguientes, sin embargo, evitar salir con ella a remar. Ni tampoco llevarla al Retiro. Pasamos tres lunes al sol pecando en la sombra. Pecando, y delinquiendo. Poco me importaría ahora que me llegase una citación del juzgado. Bendito delito descubrir que tras aquella pequeña sonrisa de Amelie, se escondían dos pechos tan firmes como vírgenes.

Sus manos me encendían. Su sonrisa me iluminaba. Toda ella me hacía otro. Aquello tan poco recomendable valía la pena. Valía la pena parecer un adolescente con quién lo era. Valía la pena cambiar los lunes a la sombra por pasarlos al sol, remando en el Retiro.