viernes, 4 de septiembre de 2009

Lágrimas negras

Lluvia de lágrimas por una mujer. Lágrimas que mezcladas con alcohol se vuelven negras. Negras, como las lágrimas de esta magnífica canción.

Lluvia de lágrimas por una mujer

Anoche, al encender el cigarrillo que acompañaba a mi tercera copa, mi mirada topó nuevamente de bruces con ella. Debí obviarla, pero no pude dejar de mirarla. Después de todo, aquel encuentro había sido por mi buscado. Y es que, sé que suena triste, chico, pero lo cierto es que fumo porque en el humo creo verla.

A aquel veneno le sucedieron otros tres arsénicos. Ninguno cumplió su cometido. Lo máximo que conseguí, fue poseerla. Y es que, puede parecerte un chiste, pero me emborracho porque en los delirios de mi alcohol, en mi alcoba creo tenerla.

Debes creer que debería bastarme con el humo del local para confundirme con el entorno, y en realidad así es. Ocurre que la confusión no llega, sin tabaco de por medio, en ningún caso a enajenación; del mismo modo que no llega sin alcohol a ansias de posesión de algo que sin el padecimiento de un grave síndrome de Estocolmo no pasaría de una triste historia de amor.

Esa es la verdad, chico. En lugar de odiarla, no logro sino ansiarla. No dejo de adorarla, aún cuando debía aborrecerla. Noche tras noche, es Leyre quién me cabalga. Mi caprichosa imaginación hace que, quiera o no quiera, sea Olvido quién me fustiga. Únicamente el que trabajemos como autónomos hace posible su satisfacción, y creo que también la de la camarera que me da de beber.

¿La mía? Mi satisfacción, amigo mío, poco importa, pero ya que me lo preguntas, quizá estuviese hoy día en atreverme a descolgar el auricular y llamarla. Con ella hablaría lo justo y necesario para pedirle que pasase a su corazón el teléfono.

A decir verdad, no sé exactamente de qué hablaría con lo que ella misma denominaba su “medio limón agrio”. Quizá de los brotes verdes de Zapatero. O puede que del cambio climático y del primo de Rajoy. A lo mejor le pediría su opinión sobre una cosa que he experimentado. Le preguntaría, muy posiblemente, si ve factible que se produzca en algún momento lluvia de lágrimas por una mujer.

Pétalos marchitos

Dos grandes de la canción española se unieron en este tema para no volver. "Entre el frío y el hastío" se une a este Rincón, ajeno al oscuro trasiego de La Lola's Club, oliendo a "Pétalos marchitos".

Entre el estío y el frío

Se irán para no volver,
cruzando el túnel del sueño.
Dejando un haz de luz,
un ligero destello.

Se irán para no volver,
como pájaros sin dueño.
Desangrando el cielo
con su caótico vuelo.

Cuando los ojos creían
que el eterno azul era eterno,
cuando los veranos de una vida
ardían en un mísero invierno;

cuando había una salida
al otro lado del averno…
Ya sabía que te quería.
Ya te amaba sin saberlo.

martes, 1 de septiembre de 2009

La paga

En la vida de uno, siempre hay cosas difíciles de explicar. En la vida de Marco, su episodio con la tortilla es una de ellas. Otra podría ser, fácilmente, que al alzar la copa con la que solventar su problema con un huevo, la canción que de fondo sonaba fuese esta:

Kill Tortill'

Cada día, chico, me encuentro más preocupado por mi salud mental. Antes del cierre obligado del rincón, creía remontar, pero me ocurrió hace un par de semanas una cosa que me dejó…

El caso es que estaba yo en casa, tan tranquilo con mi cizaña preparando una tortilla para cenar, cuando mi imaginación me jugó una de las peores pasadas de mi vida, o eso quiero creer. Y es que una vez terminé de trocear las patatas, un huevo me abordó cuchillo en mano. Comencé a temblar aterrorizado. Jamás antes un homicida había tenido los cojones de matarme. Tampoco, para desgracia mia, había intentado jamás hacerlo un buen vino. Ahora, sin embargo, parecía dispuesto a ser trinchado por un huevo. Por suerte no era esa su intención, pues lo único que hizo fue instarme a detener enseguida los preparativos de mi cena con la amenaza de que llamaría a la policía y me acusaría de intento de violación.

Pregunté entonces a mi cizaña que de qué iba aquello, y me contestó esta que se encontraba la cebolla llorando por su desnudez, de una forma casi tan fría como gélido es el abrazo de un pingüino sin alas. Parecía como si, conociéndome como mi planta me conoce, no supiera que no es precisamente una de mis filias el abusar de nada que haya dado la tierra. Ni tan siquiera del cannabis. Y sin embargo, allí estaba, mirándome con una indiferencia que sonaba a reproche, aún cuando sabe ella más que de sobra que, a falta de orgasmos que me alivien, tiendo en mi tiempo libre a alternar entre órgano y mandolina.

Dejé en la cocina a aquel huevo armado y a aquella amada planta sin mirar tan siquiera a la cara de aquella cebolla a quién había desprovisto, según aquel proyecto de tortilla, de su vestimenta y honor, y me preparé una copa de lejía y alcohol del noventa y seis, sin escatimar en alcohol.

Mientras escogía con qué música hacer arder mis adentros, unos gritos me detuvieron. Era el huevo. Había descuartizado y arrojado al fuego a la cebolla y se había suicidado. Mi cizaña tenía ya el número de la policía marcado cuando le arranqué el teléfono de las ramas y me dispuse a terminar con la tortilla que tiempo atrás había empezado. Me reprochó que fuese a esconder el delito en mi cocina perpetrado, pero el hambre y las ganas de terminar con aquella locura pudieron más.

No sé, chico. Quiero creer que todo aquello fue fruto de mi imaginación, pero lo cierto es que todo lo viví de un modo muy real. Puede que, igual que los juguetes cobran vida cuando los niños en los baúles los guardan, también la comida viva una vida similar a la nuestra en la nevera. O eso, o estoy yo loco, aunque sinceramente, no creo que sea ese el caso.

Quizá haya sido fruto de imaginación, pero todo aquello creo haberlo vivido realmente. Mi cizaña, además, respalda mi coartada. Ella vio la ira en los ojos de aquel huevo. Algo debió pasar antes de los preparativos de mi tortilla para que actuase así. Quiso ser él mismo quién se cargase a aquella cebolla. Quizá tuviesen en aquella nevera un lío y ella le dejase por un pepino. Estoy seguro que actuó como un huevo despechado, como sin huevos actúan muchos hijos de puta hoy día. Me engañó a mi y engañó a mi planta para hacerme parecer que en verdad me había metido en aquel ajo, y así actuar con premeditación y alevosía.

Sé que parece increíble todo esto que te cuento. Pensarás que debo llamar a un loquero, cuando, más bien, para hacer la tortilla debí llamar a la policía primero. Sé que puede parecer que estoy enfermo, y yo mismo tengo miedo de ello, chico, pero estoy seguro de lo que aquel crimen fue cometido por aquel huevo…

lunes, 31 de agosto de 2009

Amigo

Tiende Diego, para aparentar una mayor fortaleza y experiencia, a hablar de sus múltiples viajes. Uno de estos hoy le ha hecho recordar, sin embargo, un capítulo no todo lo frívolo que él acostumbra a ser. Todo, por la canción que en aquel momento Irene suavemente cantaba.

Lo que Diego no sabe es que, mientras él habla, encuentra su confesor un claro paralelismo con una experiencia similar. Su amiga es argentina. La de quién escribe, catalana. Una y otra son, como dice la canción, "la hermana del alma, realmente la amiga que en todo camino y jornada está siempre conmigo...".

A Diego se le escapa una cosa. Y es que, a sabiendas de ello o inconscientemente en ningún momento habla de gratitud. Yo, por segundo día seguido, y sin que sirva de precedente en este Rincón, sí debo hacerlo y, Laura, darte las gracias por todo lo que día a día por mi haces.

No sos vos, soy yo

Ocurrió unos tres años atrás. Me encontraba en un bar cuando topé con ella. Su luz me envolvió, como esa envolvente luz que te aproxima a la muerte a lo largo del túnel. Pero, como aquellos que viven una experiencia cercana a esta, terminé regresando.

Cuando uno sufre una ECM, dicen, termina volviendo porque una voz así lo dicta. Unos creen que es simplemente el facultativo quién te hace revivir. Otros, que es quién al otro lado te espera quién te comunica que no ha llegado tu hora. En mi caso, fue ella misma quién me hizo despertar del profundo sueño.

Todo ocurrió un martes. Habían pasado dos jueves desde que nos habíamos conocido. Yo parecía ya un hombre rehabilitado. Casi había olvidado a aquella habitante de Júpiter que me hizo creer marciano. Sonaba en la radio Lucas Masciano. Creo recordar que “Primavera rota”. Y entonces, llegó ella, para también romper el verano.

Me pidió que me sentase y suavemente me dijo “cielo, no sos vos, soy yo”. Íbamos muy rápido, alegó. Poca defensa pude contraponer. Demasiado era ya el empeño que había puesto porque aquella luz fuese la que me aproximase al paraíso. Demasiadas fuerzas fueron las gastadas como para negar la evidencia.

Era un martes. Dice el refranero que “ni te cases ni te embarques”. Cierto es que iba aprisa. Cuando me dejó, lo que esperaba era una contestación a la proposición que le había hecho de irnos juntos de crucero. Pensaba ya, también, en comprarle un perro. Al final, el perro me lo compré a mi y quise tirar todos mis planes juntos por la borda.

Debo decir, en su descargo, que me rompió el corazón, sí, pero que aquel sentimiento poco duró. Dura ello habitualmente lo que tarda en aparecer otra perfección en mi vida. Con ella, sin embargo, un clavo no fue preciso para sacar otro clavo. Y es que ella obvió tal brusquedad, se posó en mi vida y anidó en mi corazón.

Por aquel entonces, ardía por tenerla cerca, aún cuando ella se mostraba fría. Poco a poco, fue esa frialdad lo que convirtió mi ansia en ternura, y mi ternura lo que la convirtió a ella en cercana. Suena extraño, lo sé pero cuando por ella estaba dispuesto a dejarlo todo, no dejándome dar un paso más, fue ella quién acabó por darme todo a mi.

Cuando la conocí, tres años atrás, la creí ángel. Quise con ella tocar el cielo, y mandó mis palabras de amor al infierno. Ello no la convirtió, en contra de lo habitual, en diablo. Más bien al contrario. Lo que después me dio la hizo diosa.

Ella me obligó a volver al mundo real con aquel rechazo. Con aquello, y con aquellos días felices que bien podrían haber sido un final alternativo a “Verano Azul” u otra teleserie de la época. Y es que me declinó mi oferta de amor y crucero, sí, pero para embarcarnos en algo muy poco habitual en la actualidad, como es una amistad entre seres sexualmente desiguales.

No necesitamos velas. Nos bastó con tocar todos los palos para navegar hacia un cariño hoy casi fraternal. No precisamos tener hermanos para comparar lo que el uno del otro hoy sabemos y soportamos. Gracias a su empeño, no hizo falta mucho para que el ansia de amor fuese cubierto por su más que suficiente aprecio.

Sin embargo, pasado cierto tiempo, tuvo mi furgoneta del amor que dejar La Pampa y cruzar el charco. Empapado de papel fotográfico transcurrió el viaje. A cada foto, un recuerdo. A cada recuerdo, una palabra. A cada palabra, un paso más hacia el confort de un alma viajera que en Argentina dejó algo más que una amiga.

“No sos vos, soy yo”, dijo como preludio. Como en mi vida tiende a ser habitual, y de no haberse ella esforzado en que lo que parecía un “adiós” no fuese más que un “hasta luego”, pudo aquello haber sido un final por desamor. Fue, sin embargo, el preludio del más bello no-amor que he vivido, vivo y viviré.

Come fly with me

Hoy, con más de veinticuatro horas de adelanto, por ella.

"Lo que Sinatra ha unido, que no lo separe el hombre..."

Ella

Cuando la conocí, comencé a pensar que antes de hacer una obra de arte, Dios hizo un mal boceto. Al poco, al saberme más joven, me cercioré en que, aún pudiendo ser cierto lo anterior con respecto al hombre y la mujer, en este caso, la perfección fue primero.

Podría decirse que, como precedente, Dios me puso en el camino, como John suele decir, una perfecta imperfección. Y es que de defectos está el mundo lleno, y quizá sea ella una de las personas en las que estos más se manifiestan. Y qué más da. Sin ellos no sería ella.

Tan sólo recuerda el último San Valentín. Mientras Gustavo, Marco, Juan y Diego parecían emular a Javier Urrutia y sus amigos, yo aquí estaba, contento y feliz como una perdiz. Y no precisamente por amor. Es más, te diré que la noche anterior habíamos discutido, pero incluso, pese a eso, me encontraba bien. Y es que, sin duda, y como a ella misma le dije a posteriori, prefiero discutir con ella a hacer el amor con cualquier otra.

Pasados meses, aquí me tienes. Poco o nada ha cambiado. Era feliz con su presencia antes y lo sigo siendo ahora. Cambia únicamente el escenario, pero no los sentimientos. Yo sigo siendo yo. Ella sigue siendo ella. Por aquel entonces, San Valentín, ahora un aniversario.

Da igual cual sea el próximo evento. Nosotros seguiremos siendo nosotros. Yo seguiré intentando alcanzar la excelencia por ella. Ella seguirá siendo eso, ella. Y con ello me bastará. No preciso más.

Unos para ser felices quieren un camión, como decía la canción. A mi me basta con tenerla cerca, aunque quizá, en realidad, esté lejana. Y es que puede estarlo de manera física, pero no en mi memoria. Ya lo dice la ranchera, “dicen que la distancia es el olvido, mas yo no concibo esa razón”. Y es que para mi, chico, no hay razón sin ella.

Y es que los años pasan, como pasa la gente. Las fotografías se suceden, juntos y separados. Las anécdotas acontecen, del mismo modo. Todo pasa. Todo se sucede. Todo cambia. Todo… menos nosotros, y mi gratitud.