domingo, 11 de octubre de 2009

Perfecto desconocido

A mi edad puede parecer un tanto ridículo, pero he de reconocer que, a estas alturas de la vida, aún comparto cuarto con otro ser.

No es cosa del alquiler. Tampoco nada voluntario ni buscado. Desconozco el motivo y la razón, como tampoco conozco a quién también ocupa mi habitación. Y es que, aún compartiendo cuarto, lo cierto es que es el uno para el otro un perfecto desconocido.

Nos desconocemos de una manera tan perfecta, que únicamente sé de él que trabaja como actor. No sé si de cine o televisión. Tampoco sé si de teatro. Sólo que día a día se viste con mis ropas e imita a la perfección lo que hago.

Diría, por su repetitiva actuación, que trabaja como mimo. Sin embargo, no parece tal por su porte y percha, y porque en alguna ocasión actúa con total independencia. Tampoco creo, además, que en tiempo de crisis den para tanto las calles…

Y es que su armario, como el mio, no parece hecho precisamente de paja. Alguna que otra vez viste distinto a mi, y puedo ver igualmente en él primeras marcas, marcas que amablemente recomienda e incluso ofrece, demostrando no ser tampoco mudo.

Creo, por contra, que sí es abstemio. Busco a veces agradecerle sus buenos gestos y palabras invitándole a una copa en este rincón y acaba siempre rechazándolo. Sonríe y me cede el paso al salir de nuestro cuarto, pero desaparece sin mediar palabra en cuanto de casa salgo.

No se lo tengo ya en cuenta, pues sé que es parco en palabras, del mismo modo que sé bien ya que cuando aparca los silencios, puede llegar a ser bastante pedante, e incluso hiriente.

Aunque me evite e ignore, reconozco que tiende a tratarme con respeto y buenos modos. Con esa ya inconfundible sonrisa gratifica mis oídos con anécdotas y alabanzas. Me halaga y hace creerme superior a cualquiera, aún cuando diría que a cualquiera conoce mejor que a mi. Y es que, como él, también yo soy parco en palabras en lo que a mi vida respecta.

Por desgracia, eso es algo que no respeta. Odio que en ella se entrometa. Y sin embargo, lo hace. Pese a mi parquedad, parece conocerlo todo de mi. Puede parecer lógico compartiendo habitación, pero creo que lo es menos no conociendo ni su nombre.

Él el mio seguro lo conocerá. Abrirá mi correspondencia. Investigará cosas sobre mi con astucia y paciencia. Qué se yo… La cuestión es que que tanto de mi sepa me asusta, como asusta la total ligereza con la que me habla y aconseja.

Decía que a veces puede ser hiriente. En su descargo he de decir que no es algo frecuente. Sin embargo, cuando frunce el ceño o camina altanero, produce en mi un efecto que a los ojos mirarle no puedo.

Igual que me eleva me entierra. Igual que con sus palabras me encanta, con ellas me espanta. Con ellas y su trato, indistintamente me atrapa y aparta. Con su vida, y su conocimiento de la mia, me confunde.

Puede llamarse Alberto. Puede que sea su nombre Óscar, aún cuando es eso lo que por todo merece. Puede merecer un César, o también llamarse de ese modo. Puede ser Judas y besarme, o ser Pedro y negarme. Puede ser mil nombres y uno sólo.

Puede serlo todo, o puede ser nada. Puedo ser tan sólo yo, o puede ser únicamente él. Puede ser nada menos que un amigo, o nada más que un perfecto desconocido. Puede no ser nadie o ser, simplemente, mi reflejo encontrado en un espejo.

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