martes, 1 de septiembre de 2009

Kill Tortill'

Cada día, chico, me encuentro más preocupado por mi salud mental. Antes del cierre obligado del rincón, creía remontar, pero me ocurrió hace un par de semanas una cosa que me dejó…

El caso es que estaba yo en casa, tan tranquilo con mi cizaña preparando una tortilla para cenar, cuando mi imaginación me jugó una de las peores pasadas de mi vida, o eso quiero creer. Y es que una vez terminé de trocear las patatas, un huevo me abordó cuchillo en mano. Comencé a temblar aterrorizado. Jamás antes un homicida había tenido los cojones de matarme. Tampoco, para desgracia mia, había intentado jamás hacerlo un buen vino. Ahora, sin embargo, parecía dispuesto a ser trinchado por un huevo. Por suerte no era esa su intención, pues lo único que hizo fue instarme a detener enseguida los preparativos de mi cena con la amenaza de que llamaría a la policía y me acusaría de intento de violación.

Pregunté entonces a mi cizaña que de qué iba aquello, y me contestó esta que se encontraba la cebolla llorando por su desnudez, de una forma casi tan fría como gélido es el abrazo de un pingüino sin alas. Parecía como si, conociéndome como mi planta me conoce, no supiera que no es precisamente una de mis filias el abusar de nada que haya dado la tierra. Ni tan siquiera del cannabis. Y sin embargo, allí estaba, mirándome con una indiferencia que sonaba a reproche, aún cuando sabe ella más que de sobra que, a falta de orgasmos que me alivien, tiendo en mi tiempo libre a alternar entre órgano y mandolina.

Dejé en la cocina a aquel huevo armado y a aquella amada planta sin mirar tan siquiera a la cara de aquella cebolla a quién había desprovisto, según aquel proyecto de tortilla, de su vestimenta y honor, y me preparé una copa de lejía y alcohol del noventa y seis, sin escatimar en alcohol.

Mientras escogía con qué música hacer arder mis adentros, unos gritos me detuvieron. Era el huevo. Había descuartizado y arrojado al fuego a la cebolla y se había suicidado. Mi cizaña tenía ya el número de la policía marcado cuando le arranqué el teléfono de las ramas y me dispuse a terminar con la tortilla que tiempo atrás había empezado. Me reprochó que fuese a esconder el delito en mi cocina perpetrado, pero el hambre y las ganas de terminar con aquella locura pudieron más.

No sé, chico. Quiero creer que todo aquello fue fruto de mi imaginación, pero lo cierto es que todo lo viví de un modo muy real. Puede que, igual que los juguetes cobran vida cuando los niños en los baúles los guardan, también la comida viva una vida similar a la nuestra en la nevera. O eso, o estoy yo loco, aunque sinceramente, no creo que sea ese el caso.

Quizá haya sido fruto de imaginación, pero todo aquello creo haberlo vivido realmente. Mi cizaña, además, respalda mi coartada. Ella vio la ira en los ojos de aquel huevo. Algo debió pasar antes de los preparativos de mi tortilla para que actuase así. Quiso ser él mismo quién se cargase a aquella cebolla. Quizá tuviesen en aquella nevera un lío y ella le dejase por un pepino. Estoy seguro que actuó como un huevo despechado, como sin huevos actúan muchos hijos de puta hoy día. Me engañó a mi y engañó a mi planta para hacerme parecer que en verdad me había metido en aquel ajo, y así actuar con premeditación y alevosía.

Sé que parece increíble todo esto que te cuento. Pensarás que debo llamar a un loquero, cuando, más bien, para hacer la tortilla debí llamar a la policía primero. Sé que puede parecer que estoy enfermo, y yo mismo tengo miedo de ello, chico, pero estoy seguro de lo que aquel crimen fue cometido por aquel huevo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario