sábado, 18 de abril de 2009

Emigrante

Esta es, simple y llanamente, la historia del emigrante.

Juez y parte

Creía mi ausencia irrelevante, pero el pobre John y los arrastrados del lugar estaban ya taquicárdicos pensando en una posible ausencia definitiva de La Lola's Club. A decir verdad, también yo los extrañaba, pero cuando el deber te llama, no puedes sino atender al teléfono y prestarle atención, aún cuando no sea precisamente tu mayor deseo el hacerlo.

Ese deber me viene casi convirtiendo en alter ego de Diego en los últimos tiempos. Son varios los viajes que vengo haciendo y que me obligan a ausentarme de ese rincón donde tan a gusto me encuentro. Ese deber me ha llevado en los últimos tiempos a viajar a lugares conocidos que al visitarlos, provocan en mi sentimientos dispares. Y la cuestión es que, quiera o no, aún me queda mucho por sentir.

Hace ya un mes topé conmigo mismo en una playa. No debía estar allí, y sin embargo estuve. Nos tomamos juntos unos chatos y deparamos sobre el futuro, coincidiendo ambos en determinados aspectos y abriéndome mi otro yo los ojos en otros. Me sorprendió ver que conozco ciertas cosas de mi y conocer otras. No tanto sufrir con la despedida. Ya se sabe, cuando uno está a gusto…

La semana pasada me encontré en otro de mis viajes con un viejo amigo. Siempre se caracterizó por su oscuridad y tormento, y todavía hoy destaca por ello. Dado el tamaño de aquel lugar sin ley ni orden, topé con él en unas cuantas ocasiones durante mi estancia. Tantas, que también con él abrí los ojos y, al hacerlo, pude ver que por suerte, es para mi ya alguien más viejo que amigo.

Antes de volver a la rutina, me lo encontré por última vez acompañado de otras dos viejas amistades. Pueden llamarse viejas estas por hacer ya unos cuantos años que nos conocemos, pero quizá no tanto porque puedan ellas sentirme viejas. Más bien al contrario, con ellas el viejo era yo. Y era viejo no porque me sienta mayor, sino porque las jóvenes eran ellas. Tanto, que parecían no haber cambiado un ápice no ya desde la última vez que coincidimos, sino desde aquellos dulces dieciseis en los que las hormonas no te permitían pensar en nada que no fuese el chico de la clase de al lado.

No es que sea malo no cambiar. Hay mucha gente que permanece impasible ante las desavenencias que con la vida tiene. Algunas personas se juran a sí mismas amor eterno de tal modo que cualquier cosa que suponga una alteración en su orden lógico vital es desterrada al olvido. Respetable es ese destierro, siempre que no provoque el estancamiento de quién enjuicia.

En mi último viaje pude quebrantar ese destierro y entrar unos instantes en la jurisdicción de quién de mi se olvidó por no permanecer inmóvil aún cuando los vientos de mi vida eran huracanados. Al hacerlo, pude adoptar también yo esa posición de juez y parte y, como con mis otros yo hice en otros momentos, abrir los ojos con quienes sin serlo, eran parte casi tan indispensable de mi vida como yo mismo. Abrí los ojos y, gracias a indirectas y reproches, pude ver que la otra parte me había enjuiciado por no estancarme en mis dulces dieciseis.

Juicio injusto a todas luces el que conmigo acometieron, no ya por ser quién enjuiciaba también parte, sino porque, al contrario que ellas, yo jamás tuve dulces dieciseis. Ellas deberían saberlo, pues aderezaba su dulzura con mis agrios momentos, pero parecían obviar lo que de mi conocían para poco menos que calificarme como perfecto desconocido, decían, por haber cambiado.

Quizá también yo esté siendo injusto ahora por ser también juez y parte, pero dicen en aquellas tierras que uno por otro no es pecado, lo que sumado a mi amistad con Caronte, me permitirá el no ser juzgado también por prevaricación. Sé que debería inhibirme y dejar al tiempo obrar, pero hoy me he levantado "Garzón" y me apetece ser yo quién hable de experiencias, y no quién las escuche.

El tiempo debería tomar cartas en un asunto así, aún cuando parece haberlo hecho ya. Jamás me ha gustado ser presuntuoso, pero la labor altruista que con mil y un arrastrados realizo no creo que me haga merecedor de reproches sobre cambios, y menos estando orgulloso de que estos se hayan producido. Estos cambios nos hacen tener un presente distinto, del cual ellas parecen estar amargadas, aunque no arrepentidas. Yo, sin embargo, disfruto con algo tan amargo como verme separado de alguien que ambiciona un futuro tan distinto.

Cierto es que esas pobres inocentes jamás precisarán un estirado facial. No creo tampoco que ello sea motivo de orgullo cuando lo que precisa ser estirado es la mente. Poco me importa el precisar pasaporte para visitar sujetos tan variopintos como eses u otros que por aquellas tierras transitan. Sería capaz, incluso, de hablar con John y declarar La Lola's Club estado independiente con tal de seguir como hasta ahora, orgulloso de ver pasar el tiempo con mi alter ego, aún sintiéndome un inmigrante en mi propia tierra, a ser uno más y que por mi no pase el tiempo.