miércoles, 4 de febrero de 2009

Hotel California

Dado el título de la anterior entrada, es de recibo que al último relato le acompañe la canción que le da nombre, "Hotel California".

Tema grandioso donde los haya. Simplemente, una de las mejores baladas rockeras de la historia, sino la mejor. Disfrutadla.

Hotel California

No hay estos días mucho movimiento por La Lola's Club, dice John. Están los fieles. Los chicos del billar, con Las Tres Desgracias enfrente. El misógino Gustavo y el pendenciero Diego. Pedro y el pollo, y Marco y su cizaña. También Juan estaba. No así Alvite, de quién todos conocemos ya su funcionamiento. Como no, también estaban Leyre e Irene. Ay, Irene…

La verdad es que en el poco tiempo que llevaba en La Lola's había conseguido ya levantar pasiones y otros menesteres más masculinos. Cada vez que entre sus manos cogía el micrófono para dar la función por comenzada con su "buenas noches. Como cantábamos ayer…", un halo celestial la envolvía, y más de uno soñaba con que lo envuelto fuese su falo entre sus manos. Diferentes formas de concebir la sensualidad y la sexualidad.

"Mírala, parece una superestrella. Si algún día vuelvo a confiar en alguna mujer, espero topar con alguna que cante a mi micrófono como ella lo hace a ese objeto inanimado. Y espero que el mio sea capaz de animarlo", solía decir Gustavo a la tercera copa.
"Bah, tampoco es para tanto. Cualquier mujer de Ipanema, coja, sorda o manca, haría mejores trabajos que ella. Incluso cualquiera que fuese las tres cosas", sentenciaba Diego, haciéndose el interesante al citar uno de los muchos sitios en los que confraternizó con el sexo opuesto.
"Pues quieres que te diga, si algún día consiguiese dejar mi cizaña a más de veinte centímetros de mi, no me importaría que entre mis brazos la sustituyese ella…", añadía frecuentemente Marco.
Pedro completaba el sanedrín de sabios, pero como siempre, dilucidaba entre cocer comentando a viva voz o enriquecer mediante su pluma, para así evitar la inercia de la chabacanería.

Juan no solía unirse a la conversación. No es que no fuese buen conversador, ni tampoco que no gustase de la compañía del resto de contertulios. Simplemente, no le parecía de recibo alabar públicamente los atributos de la compañera de quién muchas veces acababa la noche con él en el Hotel California. Solía ser acusado por las otras caras conocidas del local de poco hombre por ello, pues ellos se pensaban que el latino del billar era la razón de que guardase silencio, desconocedores de que fuera de aquellas cuatro paredes, él tenía algo con quién les emborrachaba diariamente. Algo, por no decir sexo, ya que en él no había, ni mucho menos, amor.

Era aquel su nidito de amor, aunque no existiese tal sentimiento por su parte. Nadie sabía qué había en su vida para que él dispusiese siempre de la llave de esa habitación que tantas veces dejaban patas arriba, la 229. Tampoco nunca Leyre se había molestado en preguntar. "Es sólo un polvo", intentaba autoconvencerse frecuentemente. De ello había intentado convencer a Pedro cuando este reconoció haberlos visto una noche. Por suerte, en lugar de periodista, ejerció de confesor no contando nada a nadie, pensaba ella. Como si la gente de La Lola's fuese imbécil y no se diese cuenta de nada…

La propia Irene pareció darse cuenta rápido, aunque tampoco Leyre se lo puso difícil. Buscando un gesto cómplice por su parte, decidió un día pedir a la nueva corista que rompiese con los sus frecuentes esquemas y que emulase a los Eagles. Era uno de esos días de los que John me hablaba hoy. Uno de esos días donde ni tan siquiera vagaba por entre los pasillos de La Lola's una de esas plantas rodantes de las películas del oeste. Era como si aquellas almas errantes esperasen expectantes en sus sitios un duelo, o como si hubiesen yacido en el mismo.

Nada se movía en La Lola's Club cuando Leyre rompió a llorar ante la indiferencia de Juan hacia la que ella consideraba su canción. Todos desearon que los matojos pasasen cuán tupido velo cuando ella cayó. Y es que había perdido el duelo desde el mismo instante en que Irene dijo "buenas noches. Como cantábamos ayer…".