viernes, 27 de febrero de 2009

Stronger than me

Como no podía ser de otro modo, Irene sigue enamorando almas errantes. Hace no tanto que ha llegado, pero son ya tantos los que han sucumbido a sus encantos.
El último, un joven policía que quedó prendado de ella al escucharla cantar la siguiente canción:

Publicidad policial

Ya toda la ciudad sabe qué ocurrió, chico. Falta averiguar quién lo hizo, para variar. A decir verdad, se sabe que apareció ese chico en el callejón, pero no qué le ocurrió exactamente. El caso es que esa noche llovía, y según me contó el policía que ayer vino, apareció ahogado dentro de una bañera que había, quién sabe si abandonada o colocada aposta al lado de los contenedores. Aunque parezca mentira, iban por ahí un poco las preguntas del inspector, por intentar adivinar qué coño pinta una bañera así en un callejón como el de atrás.

No sé si fue el alcohol o su escasa discrecionalidad, pero lo cierto es que incluso me reveló ese hombre que la autopsia dice que se ahogó siendo consciente de ello, pero sin poder evitarlo. Decían las pruebas toxicológicas que antes de que empezase el fin, le había sido suministrado un relajante muscular que, sin permitirle realizar movimiento alguno más allá de la búsqueda de aliento, sí pudo darse cuenta de que iba a perecer. Muerte cruel, la suya, inevitable a todas luces salvo a las de aquel o aquella que decidió acabar con su vida.

No quiero ni tan siquiera imaginarme esa sensación de ahogo tan angustiosa. Poco importa el que pasados unos minutos acabe todo y, por tanto, ese sufrimiento no sea nada palpable. No tengo enemigos, chico, o al meno que yo sepa, pero de tenerlos, ni tan siquiera a ellos les desearía una muerte tan horrenda. Saber que vas a perecer no de un coma etílico, sino tragando aquello con lo que cualquiera aquí tiene pesadillas, agua. Darte cuenta de ello, y de cómo los pulmones se te encharcan lentamente, a la misma ínfima velocidad en que el final llega.

No sé. Lo cierto es que me jode perder a un cliente, pero más de esta manera. Aunque no fuese más que eso, un cliente, no me gusta la sensación de inseguridad que da el que cosas así se produzcan, y más si ocurren cerca de mi club. No sé si por recochineo o por descuido, además, uno de los dos se llevó una tiza del billar que faltaba, y si has visto estas, tienen el logo de La Lola's, igual que los tacos. No es tampoco que me importe por su valor económico, sino que justamente esa caracterización en la parte superior es lo que ha acabado de cerciorar al inspector de que quizá alguien de los que aquí estamos habitualmente tenga que ver con el delito.

Charlamos un rato, fue indiscreto, y se fue hacia Irene. Me dio una tarjeta y le cogió a ella el teléfono. No es que esté celoso. No es mi tipo. Ni tan siquiera es mujer. Es sólo que no alcanzo a adivinar si sería un metefichas de servicio o la versión Don Juan del Action Man policía. Ni sé qué habló con ella, ni me importa. A decir verdad, prefiero que todos los clientes piquen ante el nuevo reclamo, para que así vuelvan. Es sólo que yo en acto de servicio dudo mucho que me dedicase a intentar conquistar a nadie del lugar donde debiera realizar investigación alguna. Y es que no creo que siguiese con la misma mientras hablaba con Irene, porque se la veía a esta demasiado contenta y risueña para estar hablando de delitos, en lugar de pecados.

No sé si hoy volverá, pero me gustaría que así fuese. No es mi tipo de pareja, porque ni tan siquiera es mujer, pero es el tipo de cliente ideal, o eso pareció ayer, al menos. Viene, se gasta los cuartos en una copa de matarratas, elimina el líquido adquirido por sus poros debido al calor que mis dos chicas le produce, y vuelta a empezar con el ritual del alcohol. A veces, incluso, los sudores van acompañados de babas, lo cual hace que el número de cubatas necesarios para doblar a quién los succione sea el doble del que habitualmente este aguante.

Cierto que el que ronde la policía a los chicos del billar sobrevivientes y al local en general no hace buena publicidad, pero al menos nos da a conocer. Prefiero eso a la indiferencia, chico. Y es que la indiferencia equivale a la muerte del alma. Ese chico asesinado ha muerto físicamente, pero su alma perdurará mientras lo haga el recuerdo de lo que con él haya acontecido, aunque no sea esto agradable. Eso quiero yo que ocurra con La Lola's Club, que sea recordada. Sea buena o mala la publicidad que la policía nos da, al menos no me hará falta convertir esto en un puti ni dar papelitos por la calle para maximizar beneficios. Bastará con el informe policial del nuevo pretendiente de Irene, chico, para ser conocidos.

jueves, 26 de febrero de 2009

Illegal

Habla el último relato de ilegalidades varias, bien sean penales o concernientes con alguna divinidad.
Hablaba, también, de ilegalidades Irene cuando el inspector se quedó prendado de su actuación.
Hablaba de ilegalidades Irene con esta canción.

Delitos y pecados

Ayer noche, ya de madrugada, entró un inspector de policía a La Lola's. Nada más entrar, se sacó su gabardina de película de Hollywood y se sentó en la esquina de la barra. Lo hizo frotándose las manos, como quién entra en una mañana de invierno a su cafetería habitual para entrar en calor con el primer café del día. Tras ello, primero solicitó a Leyre un buen trago, y luego que se personase el dueño del local.

John vino enseguida. Ya todos sabíamos qué quería aquel policía. Es este un barrio de porteras, que se activa especialmente cuando ocurre algo como lo que todo el mundo venía comentando por la ciudad. En cierto modo, lo ocurrido en el callejón había incluso publicitado a La Lola's Club, aunque fuese en sentido negativo. No negativo porque lo acontecido tenga relación con el club, sino porque quizá el amarillismo de la prensa y lo casposo de la gente cotilla difícilmente harían de esa publicidad algo bueno.

A decir verdad, y pese al dicho ese de que "Spain is different", quizá esta vez los murmullos se darían, con razón, incluso aunque la noticia se hubiese dado en el centro de Lieja o a las afueras de Baviera. Después de todo, aquel pobre diablo frecuentaba La Lola's Club. Normal que hasta las pesquisas policiales empezasen en este lúgubre rincón donde transitan almas como la suya. Es posible que incluso todavía esté atrapada aquí. No es precisamente La Lola's Club el purgatorio, pero sí sus gentes parecen almas que buscan bien las alas o bien los cuernos. Algunos, incluso, parecen buscar el infierno con su estancia entre nosotros.

También el inspector parecía buscar un rincón donde arrastrarse. Las horas tan intempestivas en las que su visita se dio invitaban a pensar en ello. Se sentó cercano a la entrada, como si su única pretensión fuese allí el buscar una salida, pero parecía disfrutar de su copa, aunque ni tan siquiera la presencia de John alterase su situación. Era como si le estuviese esperando fuera otro cadáver. De ser así, este tuvo que esperar tanto como Irene tardó en acabar la función.

Todos aquí nos conocemos, y no parecía precisamente él muy por la labor de integrarse hasta que, quién sino el periodista, decidió acercarse a realizar un tercer grado similar al que él antes había realizado con John. Nada sobre el caso consiguió sacar en claro, aunque sí logró adivinar por sus palabras lo que otros veíamos en sus ojos, que Irene sería la próxima con quién hablaría, bien fuese de delitos o de pecados.
Ese lógico interés en alguien cuya visión fuese capaz de traspasar todo aquel humo se hizo realidad en el primer descanso de su actuación, ese en el cual solía ella retozar un rato con su chico latino, a quién por esta vez dejó de lado, y parece que gustosa, para hablar con el inspector. Por las risas de ella no pareció que hablasen justamente de delitos, ni tampoco por la mirada celosa del único de los chicos del billar que sumaba más de dos neuronas. Al propio inspector se le veía más ocioso de aquí a Lima que en el rato que charló con el jefe, especialmente durante los segundos que tardó en guardar en su agenda telefónica el número de la corista. Hasta eso distaba de lo ocurrido con John, pues a él pudimos ver como le daba la típica tarjeta que luego quién la recibe usa antes de ser asesinado para avisar de su inminente peligro al potencial héroe de turno.

Ese inspector vino a por respuestas y se llevó un número de teléfono. Pretendía realizar pesquisas y "realizó" una cogorza. Quería esclarecer su caso más reciente y casi comete un pecado uniformado. Y es que aunque los delincuentes no entienden de horarios, tampoco de esto entienden los pecados…

miércoles, 25 de febrero de 2009

La cuadratura del círculo

Como Diego, esta canción habla de Lima, Quito o Buenos Aires. Como Diego, Vetusta Morla habla con este tema de "La cuadratura del círculo". No logran lo imposible, cuadrarlo, pero sí logran, sin embargo, dar con una canción como pocas hay.

Expiación en alcohol

He estado en La Paz, Quito, Buenos Aires y Lima. He estado también en Viena, Paris o Budapest. No hay lugar en España, por recóndito que pueda parecer, que se escape a mi conocimiento, ni hay tampoco mujer que haya podido conocer que se parezca a ella, por muy recóndito que sea su emplazamiento.

Han sido miles las mujeres que han cabalgado a lomos de mi noble corcel, chico, pero ninguna como ella. La recuerdo vagamente. No recuerdo más de ella que lo mucho que la quería, casi tanto como Marco a su cizaña. Puede que fuese como Leyre, o puede que como Irene, no lo sé. No sé si se llamaría como una de las chicas de este local, Lara, Andrea o Laura.
Demasiadas mujeres en mi vida para recordar siquiera a la única que he querido. Demasiado alcohol como para no haberla olvidado. Demasiadas ganas de olvidarla como para no hacerlo. Después de todo, nuestra compatibilidad era la misma que la de un marciano y un ser arribado desde Júpiter. Lo nuestro, chico, era igual de factible que la cuadratura del círculo.

Recuerdo más bien nada de ella, pero sí todavía guardo en mi memoria algo de nuestra historia. Decía ella que debíamos conservar la distancia, pues era ese nuestro mayor impedimento. Cada uno con su vida, era el mensaje de fondo de sus discursos. Cada loco con su tema, pretendía decir con cada una de sus palabras. Yo, mientras, le pedía que dejase fluir todo de un modo distinto. Ambos queríamos dejar el río seguir por su cauce, con la salvedad de que para ella este suponía ser que yo algo no era capaz de concebir.

En unas de esas, yo, que siempre he sido un culo inquieto, emprendí uno de mis múltiples viajes para nunca más volver a su lado. Dicen que la distancia es el olvido, y en cierto modo conmigo así ha funcionado. Me costó mucho alcohol y mujeres, pero conseguí borrarla de mi mente casi por completo. Y es que esto que te cuento sobre el amor es ya más una anécdota del pasado que un sueño para el futuro.
Conocí en ese viaje muchas camas. Muchas mujeres frecuenté. Unas llamadas María, otras Mónica, alguna que otra Marta… pero ninguna como ella. O sí, quién sabe, aunque no creo, pues a ninguna la recuerdo más allá del primer sorbo de mi quinta copa del día siguiente.

Estuve también en Marruecos, Argelia o Túnez, y en Japón, China y Filipinas. Llegué a dormir en camas hechas de paja, o a pasar la noche en vela porque una mujer me hacía esto último, e incluso cosas más obscenas. La verdad es que no puedo quejarme de no haber tenido éxito entre las mujeres, pues siempre he sido como la cerveza San Miguel y he triunfado allí donde iba. Lo que jamás he conseguido es recordar de ella algo distinto de su fragancia, su mirada y aquel intento infructuoso de cuadrar el círculo. Por aquel entonces, chico, mi pecado fue el no tener arraigo a nada más que mi maleta, y mi pecado el estar preparado para irme del lugar al que dos minutos antes había llegado.

Ahora intento expiar mis penas en espera y alcohol. No espero que por la puerta aparezca ella, pero sí algo que me traiga esos malditos recuerdos. No espero que el alcohol los traiga, pues ha sido él quién se los ha llevado.
No espero más que la próxima canción. Quizá en ella Irene la nombre, o logre que olvide la espera, las penas y el alcohol y me enamore de ella, al menos como antes me he enamorado de esas otras muchas amazonas que por mi vida han transitado como por aquí lo hacen, como tú y yo, las almas errantes.

lunes, 23 de febrero de 2009

Underneath your clothes

Después de ese descanso, en el que deparamos sobre amor, la sensual Irene volvió a ser el Sol que por las noches ilumina el local con una dulce balada de alguien a quién muchas veces emula y recuerda.

No es que sea la música de Shakira la que más suena en un club de jazz, pero desde su llegada, todo es posible. Todo es posible, incluso que suene una balada como la siguiente:

Canción de amor

Cuando te has acostado varias veces con la misma persona, cielo, la diferencia entre polvo y amor la establece tu comportamiento al despertar.
Si de verdad ha sido un polvo más, lo primero que harás será levantarte a darte una ducha; sino, te quedarás mirando al techo esperando a que ella se despierte. Ella, sin embargo, si está enamorada, se quedará mirándote embobada hasta que seas tú quién abra los ojos, o bien, de no estarlo, se levantará con sigilo, se vestirá, y saldrá de la habitación de aquel hotel de mala muerte donde hayais estado como si viniese de dormir sola.

Aunque quizá no lo creas, yo soy más de estas últimas. Con él estoy bien, pero no quiero ningún tipo de compromiso que suponga el dar las buenas noches a alguien que a la mañana siguiente me pedirá que le regale mis mejores días. No me imagino en mi senectud agarrada del mismo brazo de hoy día tras convertirse su portador en un hombre calvo, gordo, canoso apoyado en un bastón. Tampoco es que tenga in mente irme a Cuba a buscarme un negro zumbón que se pase el día llamándome mi amol mientras porta únicamente un tanga y una pajarita. Simplemente, no pienso en el futuro más allá de mi próxima actuación.

No sé qué piensa él, ni como se levanta. Habitualmente, y por suerte, soy yo la primera en despertar. Me visto, y ni le miro. No soportaría ver como me mira recién levantada. Quizá esté enamorado, o quizá no. Por fortuna, a mi el ciego me dura hasta más allá del amanecer, por lo que es algo que se me escapa, aunque a veces tenga él la sensación de que lo que hago es cualquier cosa menos escaparme. Es justo esa la única canción que le canto, "Escapar", y lo hago más por mofa que porque me guste cantar a mis ligues.

Y es que no me gusta sentirme como una ramera, cielo. Aquí me pagan por cantar, y me gusta hacerlo, pero odio la idea de que alguien se acueste conmigo porque antes le haya dedicado una canción. Por eso no suelo cantarle a nadie con quién antes haya estado. Alguna vez me he bajado incluso de algún caballo por pedirme este un susurro al oído. Y es que, como te digo, cantaré en la noche, pero La Lola's no es precisamente un club de alterne, aunque a veces a John se le pase por la cabeza el convertir su club en ello.

Esas chicas, esas a las que Marco llama Las Tres Desgracias, me da la sensación de que sí cantan. Estoy segura de que por un hombre cantarían bulerías, reggaeton o hasta una de esas canciones salidas en cualquier película de serie 'B' en las cuales quién canta lo hace con acento francés, sólo por la manera en que desnudan con la mirada a los chicos del billar. Es más, de ser La Lola's un prostíbulo, a buen seguro que el francés lo utilizarían sobre la propia mesa de billar.

Puede parecer que desde ahí arriba uno no se entera de mucho, y en cierto modo es verdad. Puedo no escuchar las conversaciones, y el pensar en lo que estoy haciendo no me permite tampoco leer los labios, pero dentro de la concentración que requieren las letras, me fijo igualmente en lo que me rodea. Quizá lo hayas percibido cuando subiste el otro día conmigo.
Uno ahí arriba se siente el centro del universo. Todo el mundo presta atención a lo que los focos iluminan, y en la penumbra se divisan almas errantes de lo más variopintas. Todos debajo tuya, pendientes de la luz que desprende tu voz, como los planetas lo están del Sol, o como esa chica con la que te has acostado fija en ti su mirada enamorada en el rato previo a tu despertar.

Lo sé, cielo. Amo la música, pero no es la canción como el amor. Estarás conmigo en que tampoco lo que yo hago es precisamente la calle, del mismo modo que no es lo mismo levantarte follado que enamorado.