sábado, 14 de febrero de 2009

¿Donde estás?

En días como hoy, cualquier alma errante piensa en el amor sin que ello sea motivo de expulsión del local. En días como hoy, cualquier arrastrado tiene derecho a hablar de amor, aún cuando no esté enamorado. Los que lo están, hablarán de sus parejas o de quién lo estén. Los que no, se preguntarán donde está su media naranja.

Personalmente, aún diciendo te quiero, o felicitando el día a alguien, yo no sé donde está la mia. Por ello, en días como hoy canto con esas cuatro almas errantes al amor, como en esta canción lo hacen cuatro grandes: Enrique Bunbury, Jaime Urrutia, Loquillo y Andrés Calamaro.

Días como hoy...

En días como hoy, cualquier alma errante piensa en el amor sin que ello sea motivo de expulsión del local. En días como hoy, cualquier arrastrado tiene derecho a hablar de amor, aún cuando no esté enamorado. Los que lo están, hablarán de sus parejas o de quién lo estén. Los que no, se preguntarán donde está su media naranja.

Pedro es el único habitual en La Lola's que en un día como hoy tiene media naranja. Ese pobre pollo que según Alvite no sabe aún si cuece o enriquece con su prosa periodística, es el único que no tiene derecho a subirse hoy al escenario de La Lola's a cantar al amor, aunque sea el único que conozca hoy día de su significado. Y es que en La Lola's Club no se le da ese cáriz romántico a un día así.

Gustavo, Marco, Juan y Diego, consideran que es más que el día del amor, un día más de esos en los cuales El Corte Inglés se hace su agosto aún quedando mucho para que este llegue. No piensan en un día así en encontrar pareja, no. Piensan, más bien, en hacer lo mismo de todos los días, emborracharse, con la única diferencia de que en días así, hasta John se desmelena y deja de pensar en dinero y putas para pensar, más bien, en pasárselo bien. En días así, pone a sus clientes habituales las copas a mitad de precio y con la mitad del matarratas habitual. No quiere en un día así matar a los suyos. No sin antes reírse con ellos y sus desamores un rato, esos desamores que hoy sirven para cantar al amor alto, fuerte y alcoholizado.

¿Y qué que no tenga pareja ninguno de los cuatro? No es motivo para dejar de desplazar a Irene de su protagonismo habitual en el escenario, coger los instrumentos, y sonar como cuatro grandes, no por sus voces ni por su destreza musical, sino por sus corazones rotos de una forma tan peculiarmente cómica. Cantan ellos cuatro no a una mujer, sino a un ente. Para ellos el amor es como Dios, todos creen en él, pero ninguno lo ha visto ni ha experimentado en sus propias carnes alguno de sus milagros. No. Lo único que han podido experimentar, a lo sumo, es sexo. Y tampoco el sexo es, dicen, todo lo gratificante que pudiera ser mediando amor de verdad, lo mismo que el vino no sabe igual si no tienes la seguridad de que antes de que Jesucristo actuase, no era más que agua.

De estar hoy Alvite en La Lola's, saldría asombrado. O también mareado. Acostumbrado a los tipos duros del Savoy, dudo que fuese capaz de dar crédito al espectáculo que vería y a lo que sus oídos sufrirían. Seguramente, de hecho, le pareciese más que deplorable, pero también lo es Ortega Cano cuando torea, y no por ello deja de considerarse tal hecho un espectáculo. Tampoco creo que a las cuatro almas errantes les importe. Después de todo, hasta Frankie cantaba en ocasiones al amor, o a alguna de las mujeres que por su vida transitaban cuan automóviles por la Gran Manzana.

Lo único que a ellos les importa hoy, a buen seguro, es el tener un pretexto más para emborracharse, divertirse y hablar mal de las mujeres que por sus vidas han pasado, con la salvedad de que el plato del día no sería spaghetti carbonara, sino canto al ron, aderezado con un chorro de savoir-faire y con guarnición de pendenciero.

Le cantan hoy a ella, aún cuando no conocen su identidad. Y es que dicen siempre que el mejor amor está por llegar. La quieren ya de antemano, sin saber si será rubia o morena, alta o baja. La quieren porque la tienen que querer, como Pedro a su chica o como Leyre a Juan. La quieren porque, como quien cree en Dios, a alguien tienen que querer. La quieren porque hoy toca. En este día de San Corte Inglés, incluso para ellos, es pecado no querer a alguien.

Incluso yo he dicho hoy te quiero, o he felicitado a alguien, ¿y qué? Puede que me esté ablandando. El otro día cogí la trompeta para acompañar a Leyre, hoy cogí flores para regalarlas a Dios sabe quién, pero es que en días así, yo también quiero a esa chica a la que ellos cantan. Esa chica ideal de cuya identidad no tienen idea. Después de todo, ni esto es el Savoy, ni yo soy un tipo duro…

Feliz día de San Valentín a los enamorados y del San Corte Inglés a los arrastrados.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Pájaros en la cabeza

Pocas veces he tenido tan clara la banda sonora de alguno de mis relatos.
Pocas veces he tenido menos argumentos para considerar una canción banda sonora de un relato.
Pocas veces, también, he sido capaz de encontrar un acompañamiento mejor para una de mis entradas que la que ahora he encontrado con el gran Ismael Serrano.

Y la rata se comió al gato

Siempre me considere un hombre abstemio, chico. Siempre, hasta que la encontré a ella. En el tercer abrazo que le di, de forma repelente, me dijo "suéltame, borracho". Me di cuenta entonces de que quizá no fuese la que yo mismo hacía la mejor definición posible de mi persona. Y menos, teniendo en cuenta que siempre he acostumbrado a bajar a la calle sobrio y volver a casa arrastrándome a gatas por las escaleras.

No se puede decir que en el momento en que empezó a formar parte de mi vida, se debiese a que me encontrase con ella de bruces. Más bien, creo que fue ella quién me encontró a mi. Cierto es que ella estaba en aquella tienda antes de que yo entrase, sí, pero de no haberse cruzado en mi camino, no creo que ahora estuviese conmigo. Y es que cuando buscaba un ramo de flores que me gustasen para la que por aquel entonces era mi chica, choqué con ella provocando que acabase por los suelos.
"El que rompe paga", dijo la dependienta, y puestos a pagar, por muy fea que me pareciese en el momento, decidí llevarme la planta a casa. No compré flores, y ese mismo día, mi chica me dejó, pero la cizaña, a día de hoy, todavía sigue siéndome más fiel que aquella puta que no me perdonó que le comprase aquellos bombones rellenos de licor. Todavía no acierto a saber el porqué ocurrió así, pero sí la razón por la cual desde aquel maldito momento renegué del licor y el alcohol, aunque en este último me refugie desde entonces.

Quizá tuviese otro, o quizá no le gustase la idea de engordar y pasar a tener más cintura que tobillo. Ahora que lo pienso, lo suyo sería que le hubiese regalado una paloma, pues no tenía más que pájaros en la cabeza. Ansiaba, por esto, volar y sin embargo, más que pájaro, acabó siendo rata. A lo mejor las alas debía habérselas regalado yo. Por su carácter, lo justo es reconocer no la habría convertido en ángel, pero sí que sí habría provocado su conversión en un roedor alado. Y es que eso hacía conmigo, roer mis huesos y darme sólo cariño y sexo cuando le convenía. Siempre fui un lince para reconocer a gente así, chico, pero ella me domesticó como a un gato. Luego, la curiosidad me mató, y ella solita me comió, hasta el día en que lo que no quiso comer fueron unos bombones. Increíble, sí, pero cierto. Por una vez, la rata comió al gato.

Aquel día acababa de comprar esta planta que siempre me acompaña, chico. Lástima que no me hubiese hecho con una carnívora. Una planta que a su paso abriese las fauces y la devorase. Todavía tengo esperanzas en que mi sueño se cumpla, como si fuese yo Gepetto y esta maceta mi Pinocho. Muchas veces, en mis delirios, pienso que es Irene mi hada roja, y que ella me hará devolvérselas todas juntas, relegándola al olvido y a ser alimento de mi cizaña. Pido mucho, lo sé. El jazz no hace milagros, sólo provoca desgracias, pero y qué si deseo verla igual de carcomida que como ella me dejó. Después de todo, al peor sitio al que me puede llevar el rencor es al infierno, y dudo mucho que aquello diste mucho de esto más allá de un par de grados, porque las putas y sus hijos ya los vemos en este mundo todos los días.

No, chico. Soy rencoroso, pero no un resentido. No le deseo nada bueno, pero tampoco creo que el abrazarla a ella fuese mejor que abrazar mi maceta. Después de todo, con esta el sol y el agua no me costarán tanto como el llevarla a ella a la playa o pagarle sus refrigerios. Es más, regarla e iluminarla, no me costará más que aquella puta caja de bombones que sólo sirvió como detonante de todo. Como detonante para que la rata escupiese al gato y me llevase a lo que soy hoy, un perro cizañero y sin más curiosidad que la de saber con qué copa me podré considerar hoy ebrio, o tras la cual volver a declararme abstemio.

martes, 10 de febrero de 2009

A song for you

Hacía tiempo que no me dejaba caer por El Rincón de los Arrastrados. Tiempo que no veía, pues, a la mujer de rojo y a mi camarera favorita. Ahora, ya con más tiempo libre, he vuelto a La Lola's Club. Al entrar, sonaba esta canción:

Lágrimas de suavidad

Jamás mis manos han destacado por ser excesivamente suaves. Se puede decir, de hecho, que mi suavidad era casi como la de una lija. No es que fuesen tan cortantes mis manos como a veces lo son mis palabras, pero casi. Sin embargo, aquel rato en La Lola's lo cambió todo. No acostumbro a tomar entre mis manos a nadie de esa manera, pero ella me obligó. Esa boca, esa voz, el ambiente... Todo. Todo era propicio para que la tomase entre mis manos y me dejase llevar.

A decir verdad, hacía mucho tiempo no sólo que mis actos no contradecían a mi habitual prudencia, sino incluso que no tocaba, o no al menos con la pasión que en ese momento me embargó.
Suelen ser los lunes días donde la improvisación se apodera de La Lola's. Son estos días atípicos, ya que las cucarachas que esperan en el callejón para dar una paliza al insecticida que dentro se encuentra son más que los clientes que acompañan dentro al asesino de insectos. Combaten en días así el aburrimiento Leyre pensando en él, John en putas e Irene en cambiar el curso de sus habituales actuaciones. En esto, me pidió Irene que tomase entre mis manos una trompeta y le acompañase en uno de sus temas.

Aunque no eran muchas las almas errantes de nuestro rincón, al subir con ella al escenario sufrí pánico escénico, hasta que supe qué tema iba a tocar. Desde la barra, John me sonrió, ante lo cual me di cuenta que había sido él quién había dicho a la guapa corista que en otros tiempos, la trompeta y yo éramos íntimos. La cogí entre mis manos, y ahí se acabó todo. El jazz me envolvió como jamás en la barra lo hacía. Por primera vez, me sentí protagonista en La Lola's, aunque únicamente las cucarachas del callejón prestasen atención más allá de quienes siempre me rodean como los fieles al predicador, aún cuando son ellos quienes predican con sus penas siendo únicamente fieles al alcohol. Fueron sólo cinco los minutos que allí encima estuve, pero fueron cinco minutos en los que me pareció haber superado el vértigo viendo el mundo desde su cúspide junto a quién durante esos momentos me parecía casi una diosa. A decir verdad, también al bajarme me lo pareció, sólo que se me pasó en cuanto Leyre me devolvió a la realidad y a la falta de líbido con sus lágrimas.

Puede decirse que era para ella un lunes normal. Uno de esos en los que estaba más amargada que Las Tres Desgracias, y en los cuales el trago que más le apetecía tomar era ácido sulfúrico. Sólo le frenaba el pillarse cogorza con tal bebida el pensar que quizá al día siguiente volviese a estar con él en el Hotel California. Lo que diferenciaba ese lunes de otro es que las lágrimas no se debían a su ausencia de ese día, sino a que hacía ya un par de días que Juan no se pasaba por La Lola's. Era algo que se escapaba a mi conocimiento, ya que también yo he faltado a mi cita con nuestro rincón últimamente.

Lloraba, me decía, por no ser capaz de coger el teléfono y averiguar la razón de su ausencia. Lloraba por no saber nada de él. Lloraba por no tener suficiente valor para decir lo que siente. Lloraba por no saber si sus sentimientos son correspondidos. Lloraba por porque Irene había logrado tocarle la fibra sensible con el tema que a medias habíamos interpretado. Lloraba por llorar, pero sobre todo lloraba porque en aquel momento, lo que más ansiaba era que quién le dijese "cariño, esta canción para ti" no fuese la mujer de rojo, sino ese hombre cuya suavidad se asemeja a la de mis manos. Ese hombre que en ocasiones la trata como un despojo, pero ese hombre por el cual, al fin y al cabo, no es capaz de dejar de llorar.