martes, 2 de noviembre de 2010

The way you look tonight

He aquí una pequeña perla de lo que me gustaría fuese algo más que un puñado de hojas mojadas. Si la constancia, la paciencia y la música acompañan, quién sabe qué saldrá de ésto que acabo de iniciar...

De amigos, plantas y mujeres

El jefe y yo nos conocimos en noviembre del noventa y nueve. ¡Cielos, chico!, la mala suerte arreciaba como si nunca hubiesen habido desgracias. Como si todo en mi vida hubiese sido tiempos de bonanza.

Yo acababa de perder mi antigua planta. Él, bueno… Él venía de perder la cabeza por una de esas mujeres que invitan habitualmente al derroche de nervios y dinero. Una de esas mujeres, chico, de las que si no te separas a tiempo, pueden provocar que de tu puta ruleta rusa formen parte cinco balas de plata y una de agua.

El jefe, te decía, venía de partirse dos caras y media con un folio en blanco después de encontrarse a aquella mujer con el maldito chico de los recados de la empresa en la que ambos trabajaban, tras encontrársela haciendo de tutora de un puto becario.

Salió de su casa para regar su enfado en alcohol, como florero que pierde un geranio. A ella no volvió a verla. Aquella noche durmió en un sucio hostal. Antes compartimos borrachera en un tugurio de mala muerte, cercano al puerto.

- Voló con una ráfaga de viento. ¡Joder!, ni tan siquiera dijo “adiós”.
- Al menos no te la encontraste en tu cama con un cactus. O con un maldito canastillo…
- Chico, olvídala. Imagínala muerta. Cómprate unos cuernos de ciervo y llévalos al cementerio. Seguro que te sentirás mejor.
- ¿Y qué hay de ti? ¡Estás lloriqueando por el suicidio de una planta!
- No era una planta, era mi petunia. La más bonita que jamás hayas visto. Tus cuernos son simple fruto de una infidelidad. Mi petunia pasó a mejor vida por intentar volar, ¡eso sí que es raro!


A la mañana siguiente me cuasi-obligó a ser yo quien recogiese sus cosas. Por no verla. Por no verle. Renunció al trabajo que tenía por evitar sólo Dios sabe qué tipo de primitivos instintos.

Luego me abrazó y se despidió. Nada más supe hasta que también yo cambié de ciudad. Con el tiempo soporté la pérdida de mi petunia, pero perder luego a mi pequeña azalea fue demasiado. También yo tuve que emigrar…

No me pareció el reencuentro un simple avatar del destino. Siquiera de forma inconsciente, algo me trajo a él. Estoy más que seguro.

Era mi segunda noche en este lugar. La primera que salía junto a mi cizaña. Coqueta, dirigió su mirada a uno de los chicos del billar, que bajaba las escaleras de forma tan grácil como juvenil.

Aquel nombre me resultaba familiar… Quizá de algún otro club de alterne, creía. De mi equivocación caí en la cuenta nada más entrar. En el preciso instante en que me cegó la oscuridad que aún hoy adorna el local.

Un afónico saxo insinuaba las notas de una suave pieza de jazz. Uno de tantos que hacen recordar a alguien como Johnny que cualquier tiempo pasado entre las piernas de una dama fue mejor… El resto de la historia lo conoces. Ya jamás de aquí logré escapar.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Que me arrastre el viento

Algo tiene ese bar que está cerca de aquí, que es más fácil entrar que aprender a salir...

Introspecciones

Llevo días navegando por mi mente. Aproximándome a la costa cuan Caronte al Hades a través de la Laguna Estigia. Transportando en mi barca los recuerdos del pasado, como si fuesen la tarantella que atraviesa la bota del sur al norte con el barquero calabrés que cambia su oscura región por la romántica Venecia.

El camino que he seguido yo ha sido inverso. Mi canción, mi abstracción. La introspección, mi sitio de llegada. Y ni buscando el nosce te ipsum logro evitar las pesadillas cuando sueño.

Los que me conocen saben que soy más sentido como escritor que como persona. Y sin embargo estos días siento, siento mucho. Lo hago porque recuerdo, cuando lo que más deseo es olvidar. En cambio, veo esa postal…

No es más que un fiel reflejo de un engaño. De algo que un día brotó con la teatralidad de un reality show. Santander fue tan solo el Seaheaven de mi vida, y Pontevedra el detonante de un Truman tardío.

Como él, también yo tengo mis miedos. Algunos similares. Otros, quizá opuestos. Ambos buscamos huir. Ambos lo conseguimos, después de reencontrarnos con aquella figura cuya ausencia regía nuestras vidas.

Siempre he sido de la opinión de que nada es blanco, ni tampoco negro. Lo mejor es ser como los bollos, suizo. Pero, ¿cómo ser neutro cuando tu tranquilidad continuamente invaden?

Desnudar lo que pienso cuando escribo me convierte en vulnerable. O eso he creído siempre. Hoy, en cambio, me parece la mejor terapia de pareja. El mejor acto de conciliación entre alma y mente.

Saber que no es bueno el odio, ni tan malo ser indiferente. Terminar siendo un filósofo made in China. Acariciar la introversión. Quitarme la careta en un día en que la gente se disfraza. Eso y más logro en La Lola’s Club.

Cuando uno hace introspección, de muchas cosas se da cuenta. Yo lo he hecho de que no soy tan diferente de aquellos a los que Leyre sirve. No por vestirme de bufón soy menos arrastrado de aquellos que me superan en valentía, que no necesitan vivir otras mentiras para ser feliz viviendo su propia vida.

Mi historia ahí dentro es una más. Lo saben las desgracias y los chicos del billar. Si fuese un poquito más inteligente no precisaría introspección para saber que fue la vanidad, y no el delincuente, quien mató a aquel jodido periodista. Para darme cuenta de que, o afronto mi vida, o puedo ser el siguiente…

domingo, 31 de octubre de 2010

Yo sólo quiero

Por ti, porque en la cercanía y la distancia, eres quien espanta mis fantasmas.

Mi pasatiempo

Te recuerdo en cada momento en que me gustaría desaparecer. En cada instante en que perderme sería la mayor de mis suertes. En que olvidar mi propio nombre sería la mayor de las bendiciones.

En una cajita de cristal te guardaría para tenerte siempre conmigo. De día en mi mesita. Por la noche ocupando el hueco que comparten mi cama y mi corazón. Junto a mí. Dentro de mí.

Quisiera hacerte eterna. Alzar un altar en tu nombre. Con cada uno de los instantes que juntos hemos vivido. Como si no hubiesen más momentos que los nuestros.

Unir nuestras almas. Ser uno. Los dos. Tú y yo. Olvidarnos de todo lo demás. De tus preocupaciones y las mías. De aquello que nos debilita, y si es preciso, también de lo que nos fortalece.

Inertes, veríamos las horas pasar por mi ventana. Lentas. Torpes, como torpes son las palabras cuando intentan dar nombre a lo que uno siente, y sin embargo la única definición posible es el silencio.

Entregarme y que te entregues. Enmudecer, y que tú también lo hagas. ¿Para qué hablar, si las palabras se las lleva el viento? Mejor es sentir como yo siento, como te siento y como te querría sentir.

Robarte hasta el último de tus besos es el primero de mis sueños. Convertirte en literatura, el último de ellos. ¿Qué es lo que hay en medio? Tan solo nuestros pies descalzos.

Ocultarme entre tus senos es mi perdición, mi juego favorito, mi mayor ilusión. Espantar en ellos los fantasmas que perturban mi paciencia, mis ganas, mi resuello.

Convertirte en mi pasatiempo es, en definitiva, lo que más deseo. Porque, en definitiva, yo te quiero.

Como decirte

En unas ocasiones, uno tiene más que decir que lo que realmente dice. En otras, no sabe cómo hacerlo, y por eso no lo hace...

Fue una noche en Barcelona... II

Llevábamos un rato apostados junto al puente cuando, mirando al cielo, preguntó:
- ¿Sabes en qué piensa un voyeur cuando se mira en el espejo?
- Dudo que ninguno se busque en un reflejo, nena. Y si lo hacen, te aseguro que sus pensamientos serán lo de menos…


Con la mirada perdida, calló. Su inocencia invitaba a pensar que no había entendido. Era, sin embargo, mucho más inteligente de lo que parecía. Preguntas como aquella formaban parte de una adolescente curiosidad que no era más que un condimento de su personalidad.

Aquello lo comprendí más tarde. Entonces pensé en lo bendito de la inocencia que una noche me encontré en la calle. Creí entonces que quizá fuese ella de ese tipo de personas que consideran la palabra filósofo un insulto. Me equivoqué…

Fue una noche en Barcelona cuando conocí aquellos ojos tristes. Varias más navegué en ellos, junto al puerto. Intentando descifrar lo enigmático de una mirada veinte años más experta que su portadora. Fue cuando la perdí cuando comprendí que hay cosas sin mayor explicación.

No recuerdo el nombre, pero sí la cafetería. Su pelo recogido en una alegre coleta. Aquella blusa blanca que estilizaba su bello cuerpo. Aquellos pantalones prietos. Aquel comienzo…

Pensé en lo enriquecedor que sería estudiar dos carreras en sus piernas. Y, no voy a negarlo, un máster entre ellas. Cuan ave rapaz, sigiloso me acerqué. La curvatura que dibujaban sus finos labios me ganó antes incluso de que brotasen las palabras.

Más tarde, alcohol de por medio, lo hicieron como flor en primavera. ¡Diablos!, cómo la echo de menos…

Mi historia con aquella chica es lo más cercano que he estado del verdadero amor. De la pureza de no necesitar sexo para ser feliz compartiendo cama con alguien del sexo opuesto.

Sus ojos guardaban un secreto con otro hombre. Hubo ocasiones en las que poco me importó. El alcohol y yo la importunábamos tratando de alegrar con sexo nuestras almas.

Me equivoqué, y quizá por ello la perdí. O no, quién sabe. Lo cierto es que desde entonces no he vuelto a Barcelona. Quizá por el temor de encontrarla en aquel puerto. Por el temor de no saber conjuntar felicidad e inspiración.

No puedo reprocharle nada. Fui yo quien se apartó. ¡Maldito boceto de escritor! Por escribir, dejé atrás a mi musa. Por tener una historia más que contar, olvidé hacerla feliz, cuando quizá necesitaba ella más de mí que yo de mi literatura.

Bastaba con hablar de amor para que existiese. Entonces no lo comprendí. Ahora me arrepiento, chico, y no sabes cuánto… ¿Qué otra cosa puedo hacer? Cierto. Quizá lo mejor sea callar. Callar, y escribir.