martes, 26 de octubre de 2010

Negra sombra

Negra sombra perseguidora. Falacia o reflexión. Realidad o ficción. Entre un nunca y quién sabe, que diría Joaquín Sabina. Juzguen ustedes mismos. Háganlo con esta canción:

Muera usted mañana

Cuesta creer que cuando llueve siempre escampa cuando esta tormenta tanto se prolonga. Cuesta creerlo cuando algo que debería ser un triste recuerdo se convierte en un mal compañero de viaje, en una china en el zapato de tu vida.

Me gustaría recordar su muerte como la de alguien a quien se lo llevó por delante su propio signo del horóscopo, pero la cuestión es que aún no ha muerto, y que además es virgo.

Podría ser la suya la triste historia de un vagabundo, y sin embargo no lo es porque siempre prefirió aparentar ser rico. En historias, en conocimientos, en gente. A pesar de jamás haberlo sido.

Igual que Larra un día escribió “Vuelva usted mañana”, por triste que parezca, a mí me aliviaría hoy un “Muera usted mañana”. Egoísmo latente el mío, pero siempre basado en la calma que su deceso me traería.

No es algo que desee. Sólo es algo que me calmaría, quizá definitivamente. Mientras disfruto retratando vidas más rotas que la mía por simple instinto, por el mero intento de aliviarla contemplando el dolor ajeno.

Jamás me he regocijado en éste, pero me apena ser sabedor de que aún estoy a tiempo de hacerlo. Me apene ser sabedor de que yo también puedo ser un lobo para el hombre, que decía Thomas Hobbes.

Su presencia me perturba, me violenta. Me obliga a recordar una historia que cuando parece haber sido desterrada de mi mente, demuestra que las barreras que limitan a ésta son frágiles, como termina siendo frágil la coraza de casi cualquier ser humano.

En días como hoy, no puedo sino dar la razón a quien una vez me dijo que los escritores apenas somos un recuerdo de lo que vivimos, una burda copia de lo que nos rodea o una inútil representación de lo que deseamos.

Acostumbro a negar en mis adentros que así sea. Maquillo mi verdad, vivo una mentira o simplemente escribo. Siempre disfrazado. Nunca desnudo. ¿Nunca? Quién sabe. Quizá algún día emule al maestro Larra y escribiendo aquel “Muera usted mañana” sí lo haga.

lunes, 25 de octubre de 2010

La cajita de música



Sabes, cariño, también yo me arrepiento.

Una de arrepentimientos

Siempre nos arrepentimos de no haber sabido tatuarnos en la piel los besos del otro, de no habernos sorbido el alma. Siempre nos arrepentimos de no poder memorizar cada uno de sus pliegues, de no tener un botecito en la mesilla de noche con la esencia de su olor.

Siempre nos arrepentimos de no poder guardar nuestras palabras en una cajita, y que al abrirse suenen como si fuera música. Siempre nos arrepentimos de no haber sabido conservar en nuestros poros cada una de sus caricias.

Siempre nos arrepentimos de no habernos hecho parte de nuestras propias vísceras, de no haber jurado al amanecer que nada teníamos que ver con aquellas ojeras que eran nuestra única ropa…




Una mancha de tinta hacía ininteligible el resto de la carta. Bastaba con lo leído para que uno se diese cuenta de que aquella era una de esas típicas epístolas que uno envía en el preciso instante en que incluso la soledad le abandona.

Aquellas palabras parecían haber sido escritas bajo ese triste efecto que produce el que incluso te cuelgue el teléfono el teleoperador sudamericano que es sobreexplotado por “Apadrina un guiño”.

Se percibía en aquella caligrafía un par de suspiros melancólicos que trajeron a mi mente aquellos parques en que nos desgastábamos los labios como si no fuera nunca más a ser de día.

Recordé también cómo intentó disuadirme, afirmando que era para mí una mujer poco recomendable, como si desconociese que el dolor del escritor no dura más que esos efímeros segundos que tarda en calentarse en el microondas mi café.

Con Quique fuimos tres cuando en un banco le susurré una canción. Pensé en escribirle y reprocharle sus letras al ver que no había escrito el remite en el sobre. Por no dejar sus huellas, que diría González.

Recapacité. No me parecía justo culparle de que aquellas soledades paralelas en un triste viaje se encontrasen. El guión es el que nosotros escogimos. Él tan solo puso banda sonora a lo que sentimos.

Escribí igualmente, sólo por desahogo. Sin remite ni dirección, tartamudeé en un folio un “te quiero”, con la estúpida esperanza de que algún día llegue a ella. Con la esperanza de que algún día sepa de que de todo lo que un día dijo, también yo me arrepiento.