lunes, 21 de septiembre de 2009

Muerto de amor

Sabes, chico, por extraño que parezca, temo a la muerte. Creo en la inmortalidad del ser no como algo divino, sino como un mero recuerdo en la memoria de aquellos que te han amado. Es justamente por ello por lo que temo al último suspiro, porque pocas personas creo que sean capaces de amarme sin cobrar por horas. Y es que hoy día, muchas veces soy amado, pero pocas de forma gratuita.

Podría dejar de buscar el amor en prostitutas y hacer un casting como los que salen en televisión para contratar a un par de jóvenes plañideras para mi velatorio, cierto es, pero no menos cierto es que les costaría más encariñarse conmigo que a mi sacar mi cartera en el Jamaica. Después de todo, hasta en el amor es más fácil recibir que dar… y diría que también más placentero.

Sé que mi concepto de amor es insustancial o, como diría mi amigo Juan Lapuerta, imperialista y prepotente. Soy culpable, lo admito. Lo reconozco, soy la antítesis del romanticismo. No soy capaz de verme en una relación con una mujer más allá del tanga de la dama de turno que muy gustosamente me llame “papito” por un puñado de billetes.

Soy culpable, he dicho, pero no menos culpables sois todos los que por aquí pasais. Después de todo, mi imperio se basa en el aguarrás que bebeis y mi prepotencia en el caché que al local dais, imperio y prepotencia que me han llevado hasta hace un par de semanas al cese temporal de la convivencia alcohólica por reformas y buena vida.

Lo cierto es que quería dar al local una nueva vuelta de tuerca. Lástima que finalmente no haya hecho sino dársela a una de las que en mi sien se encuentran. Quedó ello reflejado en el mismo instante en que te dejé sin lugar de hobbie y a los arrastrados a la altura de un hobbit, pero qué le voy a hacer, ya te he dicho que soy como un prepotente emperador.
Como dueño de este antro de mala muerte que tanta vida da a aquellos que veranean en el purgatorio, me creí con poder suficiente para desafiar al mismísimo Julio César. Mi sorpresa fue que, cuando este arribó a la dirección donde nos habíamos citado, era el ex central del Valladolid quién había aparecido.

Esa broma pesada gastada por la vida me hizo replantearme mi relación con la muerte, aunque creo que en nuestra relación no hay ya remedio. No me gusta frivolizar ni comparar mi situación con la de nadie. Únicamente te diré que me siento vejado y maltratado. No creo haberme merecido aquellos dos golpes de los que, en efecto, todavía no me he olvidado, por mucho que las heridas parezcan cicatrizar. Si aquellos pobres benditos no se merecían morir, menos merecía yo que lo hiciesen en mi edificio.

Tampoco creo que aquella otra chica mereciese morir. Quizá sí su marido, pero no ella. Es una de tantas historias desgarradoras, en las que alguien que dice ser hombre acaba con la vida de su mujer a base de golpes. Cierto es que esta vez los golpes le partieron tanto el alma, que fue ella quién buscó a la muerte, pero no es excusa. Ni tampoco toda esa mierda que sacan ahora en la prensa local, al más puro estilo prensa del corazón. Él era un hijo’puta, pero quién murió fue ella. Qué importan el cariño y el amor.

Quizá sea cosa mia, chico. Hace tiempo que no encuentro el amor sin chequera, ni que por amor llevo preservativos en mi guantera. No me malinterpretes. Yo podría haber protagonizado el anuncio ese televisivo diciendo aquello de “todo con condón, todo con Control”. Es sólo que, como cliente habitual de sus instalaciones, las provisiones me las otorga ya el estado jamaicano.

Sé que mi concepto de amor es insustancial, y sé que puede que lo sea porque jamás se da en mi vida el amor sin pagar. Y qué le voy a hacer si, como cantaba James Brown, no soy nada sin una mujer. Y qué le voy a hacer si ninguna mujer me hace temer más a la muerte…

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