sábado, 17 de enero de 2009

Mad about the boy

La Lola's Club no es un sabor. Tampoco es un olor, ni un sonido.
No es, ni de lejos, el Savoy. Aquellos que transitan por los dos locales, sabe que jamás será La Lola's como el local neoyorkino. Sin embargo, saben que de ser un sabor, sería añejo. De ser un olor, sería similar a ese incienso que busca purificar el ambiente. Y de ser un sonido, bien podría ser un tema como el siguiente:

Alguien especial

"Sabes, cielo, tampoco yo sé bien que le encuentro a semejante amargado. Tú mismo lo has visto, en cuanto lleva un par de copas encima, no deja de hablar de ella. Y aún así, jamás he cortado su historia ni he dejado de compadecerle. Tampoco le he negado nunca una cita, aunque en ocasiones me haya dejado plantada. Es el único cliente que puede presumir de que fuera de La Lola's quede con él, y aún así, me desperdicia como a un despojo cualquiera. Y es que no son pocos los que me pretenden, cielo, pero sí a los que no mando a paseo, y él…"

Definitivamente, sí había algo más entre Leyre y aquel pobre diablo. Para que luego diga Alvite que en La Lola's no ocurren cosas interesantes. Ella me había engañado a base de bien. Creía yo viendo a ese sujeto que quizá ella tuviese algo especial, como Earnie, como para que la gente le contase sus penas al segundo sorbo de bourbon, y lo único que tenía de especial, a lo sumo, habrían sido un par de polvos en alguna noche lluviosa. No podía reprocharle nada, aún así, encima de tener que soportar sobre sus hombros aquel aura divina, tampoco iba yo a ponerme quisquilloso con la chica porque el estar detrás de la barra la equiparase con el sacerdote de mi parroquia. No creo que le faltase, además, razón en eso de que no serán pocos los que le pretenden ya que sin ser una top model, he de reconocer que la chica está de muy buen ver. No es que a mi me guste la chica, pero hay que reconocerle el mérito al chico para conquistarla.

Le falta bastante a Leyre para ser como "La Mesa", "La Hipotenusa" y "El Señor Andrés", por suerte. Al menos, tres sesiones de chapa y cuatro de pintura, más dos semanas siguiendo la dieta de la alcachofa. También debería crecer medio metro más, ese medio metro de aguja que utilizan Las Tres Desgracias para elevarse sobre lo que ellas consideran el populacho, que no es, en realidad, más la gente normal. No exhibe tampoco tanto postureo como ellas. Sí comparten el que tampoco ella tiene el glamour de las estrellas que se retocan el maquillaje en los lavabos del Savoy, quizá porque alguien como ella, en el local de la Gran Manzana, sólo conseguiría empleo para limpiar estos.

En esto último, al menos, ganaba con respecto a las otras. Ellas jamás se rebajarían a limpiar los bajos, ni tan siquiera los suyos, mientras Leyre no lleva anillo alguno en la mano como para no bajar el lomo para frotar el suelo, o quién sabe, si para limpiar algún que otro bajo. Lo poco que con ella he tratado, no parece de las que hacen esto último, la verdad. Es mundana, sí, pero recatada, sin caer en lo pedante de las tres desgracias. No es que a mi me importe a lo que se rebaja, en su vida laboral o sentimental, pero sí parece extraño que lo haga en esto último, y sin embargo, con ese imbécil lo hace.

Siguió contándome entre copa y copa servidas que también ella había estado enamorada, y que quizá esa compasión que por él sentía se debiese al hijoputismo que había tenido que soportar. Le corté diciendo que por la caridad entra la peste, pero rápidamente contestó "cuando has estado con alguien tan testarudo como para haber necesitado el baño de su casa para ser bautizado, cielo, te das cuenta de que hasta un chute de bubónica puede funcionar en el amor mejor que cualquier psicotrópico". Intuí que o que pretendía decirme con eso es que, en ocasiones, el amor es ciego.
De repente, vi entrar al "Señor Andrés" del fornido brazo de uno de los chicos del billar, y supe que de estar en lo cierto en mi interpretación, Leyre tenía razón, y más cuando nos miramos y me dijo "cielo, he dicho bubónica, no oligofrenia". También con ello llevaba razón, pues sólo un oligofrénico podría dejarse tocar por "aquello".

El hombre que nos había hablado el día anterior de ella, aseveró, "Dios los da, y ellos se juntan. Sólo espero que así se los encuentre el día del Juicio. De lo contrario, tendrá que malgastar mucho dinero en taxi para ir a la mierda donde se tope aquel que encuentre de último". Yo, la verdad, dudo que Dios vaya en taxi, pero por su bien, y de ser así, espero que se cumpla la petición de aquel bendito… o que la crisis le pille confesado.

viernes, 16 de enero de 2009

That's life

No hay nada mejor que la sátira para retratar a alguien que no es de tu agrado. Y poco mejor hay que algo estúpido para acompañar tal sátira, máxime si lo canta Sinatra.

Las Tres Desgracias

Hoy me he acordado mucho de Frankie. Nada más entrar en La Lola's, me vino a la mente aquello que él me dijo cuando fui a visitarlo. Y es que en la esquina opuesta a la mesa de billar había tres sujetos curiosos. Tres personajes de esos a los que Sinatra se había referido, esa gente que en busca del glamour, no come por no defecar.
No conocí a Ava Gardner, Mia Farrow o Marilyn Monroe, pero sabía que aquellos sujetos no se parecían, ni de lejos, a ellas tres, aunque así lo creyesen. Al solía hablarme del encanto de Lorraine Webster. Tampoco creo que a ella se pareciesen.
A decir verdad, aunque así se sintiesen, más que "Las Tres Gracias", parecían aquellas insulsas "Las Tres Desgracias". Hasta las tres gordas del cuadro eran más gráciles que esas tres arpías. Los chicos del billar, de ser preguntados, seguramente contestasen que no las tocarían ni con un palo con la punta ardiendo y aderezada con tropezones de bosta bovina.

En la barra me encontré con un hombre que, entre sorbo y sorbo, las miraba y se reía. Decía haber compartido algunos momentos de su vida con ellas.
Según él, cuando las conoció, sus mentes tenían diez años más que sus cuerpos. Ahora, saltaba a la vista que eran sus cuerpos quienes aventajaban en una década a sus mentes. Pretendieron madurar pronto, y lo que lograron fue envejecer demasiado deprisa.

Aún así, aquel hombre no parecía compadecerlas. De hecho, se refería a ellas tres como "La Hipotenusa", "La Silla" y "el Señor Andrés".
No es que esta última gastase mostacho, ni tampoco que fuese demasiado varonil, sino que solía buscar en la gente el mero provecho. "Polo pan baila o can", aseveró una de las allí presentes con su acento gallego. "Por el interés te quiere Andrés", tuve que traducir al resto de oyentes de tan peculiar escarnio.
Con cierto desprecio, a la de en medio la llamaba "La Silla". Decía de ella que su materia gris y su personalidad eran del mismo tamaño que las de un mueble. Con la espalda recta y estirada, daba la sensación de que si alguien se le sentase encima, lo máximo que podría recibir como respuesta sería el chasquido de la madera carcomida, salvo que "La Hipotenusa" alzase la voz.
Era "La Hipotenusa" la más llamativa de las tres. Mientras "el Señor Andrés" buscaba encubrir con esa falsa sonrisa que en ocasiones esbozaba y con su sociabilidad algo a caballo entre el Fuhrer y un malo de una película de Marvel cualquiera y "La Silla" era casi un mueble más de La Lola's Club, la tercera en discordia daba la sensación de que era de esos animales a los que hay que dar de comer aparte.
Decía aquel hombre que en su juventud, muchas veces se la veía acompañada de dos catetos cuadrados. Es obvio, pues, que su apodo provenía de un juego de palabras entre el tamaño físico de aquellos aplaude-bobos que besaban por donde ella pisaba y su forma de ser respecto de terceros.

Yo, la verdad, sé poco de matemáticas, pero creo recordar que la hipotenusa es el lado más largo del triángulo, algo que de entre las tres, saltaba a la vista que así era. También era su tono de voz más alto de entre las tres, y también ella parecía ser quién más destacaba. Sin embargo, tampoco tiene mucho mérito ser el lado más largo de un triángulo cuando los otros dos que lo acompañan parecen más bien ser los lados más cortitos de un rectángulo.

La verdad, a mi sí acabaron dándome pena. Pobres. Aquel hombre había llegado a La Lola's Club abrazando una maceta de cizaña. Seguro que estando en manos de cualquier santo, preferiría este ser demonizado haciendo un favor al mundo no dándoles qué hablar por medio de las miradas (de las que ellas se reían, creyéndose más monas que Chita y más divinas que Audrey Hepburn), sino dándoles sentido a su vida dándoles un abrazo a ellas guadaña en mano.

Definitivamente, Frankie tenía razón. Mucha aparente sabiduría y mucho postureo, y resulta que, tal y como él decía, sí existe ese tipo de gente cuyo valor es menor que el de su propia mierda. La muestra, en aquella mesa de La Lola's Club.

Misty

Ya no hay nieve fuera de La Lola's Club. No pasea el jazz por las calles como hace días. No es motivo, sin embargo, para que la gran Sarah Vaughan deje de ser fuente de inspiración para los arrastrados que por el local transitan.

Año de nieves, año de bienes

"Definitivamente, muchacho, La Lola's no es, ni por asomo, como el Savoy. Llevo un rato fijándome en la gente, y la mayoría creo que deben todavía medio metro para llegar a la suela de los zapatos a los tipos del Savoy. Allí, eres un completo desconocido la segunda vez que entras, pero a la tercera, todos te reconocen cuando como si de un rito sectario se tratase, te diriges al lavabo a persignarte con el agua del retrete. Aquí, sin embargo, los meapilas que transitan no se persignarían ni aún colocando una pila bautismal como portero. No creas que no siento lástima por ellos. Deben creerse mucho. Pobres. En el Savoy, sería su sangre con lo que aquellos que se persignan se santiguan.
Fíjate en el pollo de aquella mesa. He estado antes charlando con él, y todavía no sabe si cuece o enriquece. Entre cacareo y cacareo, he conseguido descifrar que su cometido es el de escribir un artículo de opinión. Donde estén aquellas columnas góticas del gran Chester Newman, muchacho… Deseo, por su bien, que haya cambiado de idea. Lo que llevaba escrito cuando me retiré de allí sólo tendría sentido en el Savoy como segundo plato, con guarnición de bazofia".

Parecía que Alvite empezaba a conocer realmente como es por dentro La Lola's Club. Dijo, entre sorbo y sorbo de bourbon, que lo que aquel bendito buscaba plasmar era algo tan insulso e insípido como la polémica que se ha creado en Barajas por culpa de la nieve. Su mayor error no era ya el querer plasmar esa idea, sino el haber puesto nombre al niño antes de saber si sería varón o hembra. Decía algo así como que "Año de nieves, año de bienes, fin de la crisis, pensarán los socialistas; mientras los populares rezan por que esas nieves se repitan no para que haya más bienes, sino para, ávidos de sangre, ver como ruedan cabezas si lo que se repiten son los males del gobierno". Buena metáfora, la suya, de no ser que en días como hoy, en los cuales hasta los chicos del billar han hecho un muñeco de nieve antes de entrar a tomarse sus copas, es algo poco elocuente.

Ayer, igual de imprevisible que siempre, faltó a su cita. Tuvo suerte, el bueno de Alvite. De haber acudido a mi llamada, habría conocido a aquel alma cándida que añadía a su copa de ron un par de lágrimas por palabra que balbuceaba. No es que sea atípico el encontrarse con alguien que, a fin de cuentas, tenga su corazoncito, pero sí que lo abra de par en par en un sitio como este. Aquel lamento de amor tan sólo lo escuchamos Leyre y yo, y por como ella le miraba, creo que no era la primera vez que lo hacía. Le faltan canas y le sobra pecho para ser como dice Alvite que es Ernie, pero si en Valladolid hay alguien con su magia, quizá sea ella, pues es ella quién consigue dar de madrugada ese ambiente a caballo entre el morbo y la compasión en La Lola's.
Supongo que, de escuchar tal paralelismo, Alvite lo consideraría descabellado, o incluso un insulto hacia su añorado Savoy. Para él, aquello era como un purgatorio de almas errantes, al cual faltaba limpieza para ser cielo y sobraba humo para ser infierno. Y es que incluso el infierno suele tener el ambiente menos cargado que el del Savoy.

Nunca he estado allí, pero dudo mucho que Ernie diste mucho de lo que él cuenta. Dice siempre Alvite que Loquasto no tiene suficientes virtudes como para ser considerado diablo, ni suficientes defectos como para que lo tomen por un santo; pero después de todo, bastante tiene con purgar almas diariamente mojando su trapo con licor cuarenta y tres, ¿no?

jueves, 15 de enero de 2009

El Rey Tiburón

Con este tema, rompo los esquemas musicales que hasta ahora había seguido. Sin embargo, no hay canción que mejor se ajuste con el texto anterior que esta, "El Rey Tiburón".

Enamorado de la vida

Sabes, chico, una vez estuve enamorado de verdad. Ella no era como aquellas chicas de las que siempre hablas, esas que ilustraban las historias de tu maestro. No, chico, ella no era tan glamourosa como aquellas mujeres que se maquilaban aprovechando las chispas que provocaban los disparos. Era una chica mundana. Guapa, pero del montón. Con buen cuerpo, sí, pero sin llamar demasiado la atención por ello. Sin embargo, por mi podría haber sido fea como un demonio, y con más carne que el dibujo de Homer Simpson, porque tenía algo mágico que seguro aún siendo así permanecería: Su mirada.

Antiguamente, trataban a las oráculos casi como diosas. En ocasiones, su belleza era tal que no se permitía siquiera mirar a la cara a chicas como ella. Eso me habría gustado hacer con ella, prohibir siquiera que dos ojos lascivos conectasen con una mirada como la suya. De haber podido, a aquel malnacido le habría arrancado las córneas y me habría hecho un collar con ellas. Sin embargo, tenía un gran problema: Era dos veces yo.

Tuvimos un pequeño escarceo antes de la aparición del hombre sin córneas. ¿He nombrado que tampoco tenía cerebro? Me refiero a él. Bueno, y también a ella, aunque es típico en el amor el preferir a alguien que te caliente y no a quién te entienda. Y es que eso hacía yo, entenderla, pero no tuvo ni eso en cuenta ni lo mucho que le demostraba que le quería.

Durante mucho tiempo fui un imbécil, más aún de lo que ahora soy. Deseando ser postre, no pasaba de segundo plato. Tenía que conformarme con las sobras, a la vez que ella desaprovechaba algo que no creo que sea tan poco apetitoso como quiso hacerme ver. Y es que aunque no parezca un plato apetecible, aquí donde me ves, antes de aquello solía dejar un buen sabor de boca.

Lo peor no fue ver tal desprecio, sino que fuese ella quién se sintiese agraviada cuando me di cuenta. Y es que sí, era imbécil, pero llegado el momento, hasta el musculitos ese si le hubiese arrancado las córneas como deseaba, habría visto que gustándome tanto el ron, lo único que habitualmente pagaba eran fantas, recibiendo a cambio sólo miradas, o en ocasiones ni eso.

No se lo reprocho, chico, ni le lloro ni tan siquiera un euro. Al que faltaban las córneas y una tercera neurona que ordenase una mente donde sólo había carreras entre sus dos hermanas, era yo. No era el único, es verdad, pero al fin y al cabo sí el verdadero culpable, porque a diferencia de ella y su amiguito, yo sí era capaz de saber que uno más uno suelen sumar dos.
Tardé en darme cuenta de aquello, pero lo hice. Nunca es tarde si la dicha es buena, dicen, y hoy mi dicha es mucha. Aquel desamor no dejó más que un vago recuerdo en el rincón de pendientes a olvidar, y un segundo plato ávido de algo que llevarse a la boca.

Es tanta la gula que me dejó, chico, que he vuelto a enamorarme un par de veces. La última, sin ir más lejos, este mediodía, aunque sé que ya luego se me pasará, en cuanto otro bombón luzca su envoltorio en las proximidades de esta mesa y moje los labios en ron. Eso dejó, chico, un hombre rácano que ya sólo paga su consumición, que busca siempre tener algo que llevarse a la boca y que cree en el amor. En el amor que tengo a mi propia vida.

miércoles, 14 de enero de 2009

My way

Frankie vivió a su manera. Puede que en el Savoy diese sensación de estrellado, pero lo cierto es que fue más bien una gran estrella, gracias a su voz.
Su voz ha sido, es, y será siempre, La Voz, por temas inolvidables como este "My way".

La Voz de la Experiencia

Sabes, muchacho, la vida no me trató mal.
Siempre tuve carácter suficiente para imponerme allá donde iba. Nada más nacer, impuse mi ley. Dejé el piso donde había vivido hasta entonces como si hubiese pasado por allí una banda de cuatreros. A todas las mujeres quise hacer únicamente mias, hasta mi madre. Por eso le hice sufrir tanto con mi nacimiento, para ser el único que allí había dejado su huella. Allí, y en el tímpano que le reventé como advertencia de que no consentiría escarceos con otros. Sí, nací mediante un parto difícil, pero ella se lo buscó. Mi madre fue mi primera mujer, pero no la última. No, se puede decir que mujeres no me faltaron.

Fui también un buen italiano en los años que corrían. Trabajaba allí donde los negros fuesen mercancía de igual valor al mio. Cuando mi valor era mayor, ayudaba a los mios; y cuando era menor, eran los de fuera los que me "ayudaban" a mi. Así forjé amistad con varios policías. Y ellos forjaron mi cuerpo a base de puntapiés.

Luego comencé en la música y, muchacho, fue ahí donde me gané el cielo. El que yo esté aquí es un error, un capricho de Hades. Pregunta al bueno de Al, yo siempre ayudaba a los mios. Fui un buen italiano, muchacho. Ayudé incluso a aquellos chicos de la "Oficina".
No eran malos tipos aquellos. Algunos, incluso, pese a ser de Jersey, iban a veces por el Savoy. Una noche, Ernie presentó a Moretti y a Lucky Luciano al bueno de Al. Al día siguiente Newman publicaba la descripción de los tres fiambres que les acompañaban en la mesa del fondo. También había descrito a los muertos que se disponían a degustarlos, aunque la descripción de estos era más triste y aburrida.

También conocí a JFK. Gracias a él, el fichero que de mi guardaba el FBI no tuvo mayor relevancia que el que yo mismo podría haber hecho sobre mis escarceos con el sexo opuesto, y gracias a haber hecho campaña para él. Y es que si de algo puedo presumir, muchacho, es de haber sido amigo de mis amigos y amante de mis amantes.
Me casé cuatro veces, y puedo presumir de haber estado con mujeres como Ava Gardner o Mia Farrow, o incluso de haber sido soportado por Marilyn Monroe. Qué gran pareja hacíamos. Ahora, sin embargo, el glamour ha dejado paso al postureo. Ahí tienes a los Beckham, o a Brad Pitt y Angelina Jolie. Antes, cualquier estrella podía cebarse como un gorrino y seguir siendo estrella. Hoy día hay incluso quién no come para evitar el defecar, ignorando que quizá sea su mierda aquello que más sustancia tiene en su personalidad.

Si de verdad quieres ser alguien, evita regímenes como ese. Decántate siempre por la democracia del comer, del beber y del procrear. Deja de lado, en definitiva, la dictadura del aparentar. Evita que tu mierda valga más que tus ideas, y no pierdas nunca la cabeza. Haz que sean los otros quienes la pierdan por ti, quienes se preocupen de tenerte como amigo o de temerte como enemigo. No permitas nunca que tu buen corazón provoque que tus ojos vean monstruos allí donde tan sólo hay molinos, y deja el jazz te escolte hasta las puertas del Averno.
Si dejas que el jazz te guíe, muchacho, el nivel de tu narrativa alcanzará tales cotas que incluso un niño de parvulario preferirá tu cálculo renal al "uno más uno son siete" del cálculo habitual en su aprendizaje.

martes, 13 de enero de 2009

Al otro lado del río

Si el Savoy se encuentra al otro lado del charco, bien podríamos decir que La Lola's Club se encuentra al otro lado del río.
Al otro lado del charco ganó esta canción un Oscar. Con "Al otro lado del río" ganó Jorge Drexler su premio más preciado: La posteridad.

Savoy, jazz y muerte

Tardé en encontrarlo. Más bien, se puede decir que él, como siempre imprevisible, me encontró a mi. Como no, en el Savoy, donde recibió mi invitación a La Lola's Club.
Afirmó el maestro Alvite tras conocer la existencia de La Lola's que a este club únicamente le separan del Savoy unas cuantas almas errantes y un par de charcos.
El primero, el Atlántico, es el que pone tierra de por medio entre Valladolid y Nueva York. El segundo, el de sangre, es el que recibe en el local de Ernie Loquasto a quienes entran con el único afán de encontrar la salida, y el que pone tierra de por medio entre el jazz y la muerte.

Y es que eso es el Savoy, un local a caballo entre el jazz y la muerte. Es difícil tachar a los mafiosos de personajes de novela negra sin que su arma percuta al instante tu sien.
Se suele decir que nada es verdad, y nada es mentira, sino que todo depende del color del cristal con qué se mira. En el Savoy, es preferible no mirarse en estos, ya que incluso el tocador del aseo de mujeres es capaz de fulminarte por un quítame allá ese pestañeo.

A los tipos de La Lola's, a lo máximo a lo que les llegan las agallas es para acariciarte con un taco del billar. Son hombres de todas las madres. Tipos que presumen de considerar las armas de fuego un juego de niños. Ilusos. No saben que los tipos del Savoy, algunos concebidos incluso sin precisar comadrona, e incluso madre, no presumen siquiera de un logro mayor. Ser capaces de acabar con la vida de uno con la pistola de agua con la que jugaba el hijo de su décima víctima.

Quién conozca el Savoy antes que La Lola's, sabrá que los matones descansan el domingo. Al volver a sus tareas, el lunes, está el ambiente tan cargado que incluso a veces el humo no deja ver la oscuridad.
En La Lola's, son Los Lunnis quienes no dejan ver el humo. Se debe esto a que son esos días aquellos en los que los padres abandonan a sus amantes en la cuarta copa para ejercer de tal arropando a sus hijos. Pecan, también aquí. Desconocen que los tipos del Savoy prefieren esos días abandonar a sus víctimas al décimo disparo para arropar al nuevo huérfano.

Y es que es el Savoy un lugar tan especial que incluso grandes estrellas del celuloide como Humphrey Bogart o Cary Grant han mezclado allí sus lágrimas con bourbon, por culpa de esa mujer que les miraba desde el fondo de la barra, atravesando los cuerpos de quienes bailaban.
Ría como una estrella o llore como un estrellado, nadie pasará nunca desapercibido en el Savoy. Ernie nunca negará consejo a un pesimista o escarnio a un escéptico. Ni Chester Newman dejará tampoco de hacerse eco de lo que aquellos benditos estrellados cuentan, o de las historias de esas malditas estrellas en su bloc de notas. Y es que el mayor pecado que en el Savoy se puede cometer es ser afortunado, pues son estos quienes suelen entrar con camisa y corbata y salir enfundados en un bonito pijama de pino en un lapso de tiempo menor al que Lorraine Webster emplea en emular a Sarah Vaughan y su "Misty".

Poco tiene que ver Jordi González con el savoir faire de Chester Newman, y menos aún se asemeja al carácter mujeriego y pendenciero de Sinatra la forma de ser de Julián Muñoz. La única manera que tendría de llamar la atención esa carnaza de prensa rosa en el local de la esquina sería recibiendo caricias con el taco después de haber injuriado a los tipos duros del lugar, o después de haberles mojado con líquido transparente esas camisas que el único color que reconocen es el del ron añejo que sus portadores disfrutan noche tras noche. Y es que en La Lola's poco importa que alguien entre con traje gris y salga con el alma más cristalina que el agua de las Bermudas, o con una vestimenta de ese mismo nombre. Lo único que importa es que si tiene una historia que contar, la cuente a la camarera o calle para siempre.

Fue muy benévolo con La Lola's el maestro Alvite cuando estableció sus diferencias con el Savoy. O muy parco. Y es que es esa característica, junto a su pesimismo, la que lo define. Como al Savoy le definen las manchas de sangre en el suelo y de carmín en los lavabos.

También, semanas atrás, podía caracterizarlo como un hombre esquivo. Como uno de esos tipos de La Lola's que te citan en el callejón para darte una paliza y en lugar de ello, acaba dándote un beso en la frente y las buenas noches. Ahora, sin embargo, acude a las citas como si estas fuesen con la muerte. El otro día, en una de ellas, ingenuo, le pregunté:
- Maestro Alvite, ¿realmente es preciso escribir en el retrete para que lo que de la mente brota parezca un cálculo renal?

Y de forma enigmática, respondió:
- Basta con que Frankie te guíe, muchacho. Pero por el camino ten en cuenta una premisa que él siempre recordaba. A cada paso que da el zorro, se acerca un poco más a la peletería.

lunes, 12 de enero de 2009

Y nos dieron las diez

No por vivir una mentira, deja de ser menos real la narrativa. Una narrativa como la del maestro Alvite, acompañada de una nocturnidad como la de este tema de otro maestro.

domingo, 11 de enero de 2009

Una narrativa de mentira

Leía recientemente al maestro Alvite en una entrevista. En ella, decía con gran acierto que cualquier narrativa lleva consigo parte de autobiografía, y parte de ensoñación.

Pese a tener su parte de razón, en ocasiones, y como si de una máquina se tratase, nos resulta más sencillo ofrecer contestaciones automáticas y que asemejan ser certeras que ofrecer la verdadera "narrativa".
Nos convertimos, pues, en una obra de otro. Soñamos lo que otros sueñan, y sentimos lo que otros sienten, únicamente por disfrazar una realidad, sea esta cual fuere.

Dice la canción que supone esto el disfrazar con cómicos atuendos las lágrimas que realmente se llevan dentro. Quién dice lágrimas, dice frustraciones, u otros sentimientos que pueden no ser agradables para el lector.
¿Por qué íbamos sino a plagiar la narrativa ideal de otro?

También, en ocasiones, es difícil para aquellos que somos dados a escribir el hecho de autodefinirnos, o hacerlo a imagen y semejanza de nuestros sueños.
Buscamos, con ahínco, el soltarnos de las cadenas de las ideas y ver las letras que estas proyectan en el mundo exterior, muchas veces en vano.
Ocurre, en ocasiones, que la rentabilidad es mayor si permanecemos resguardados en la caverna. Resulta más cómodo, por alguna razón que no alcanzo a entender (pese a topar yo mismo, ocasionalmente, con el pecado capital de la pereza en mi camino) permanecer en el interior de la cueva, viviendo - o escribiendo, según se tercie - una mentira.

Otras veces, las menos, es la simple carestía de estrellas la que nos lleva al ostracismo artístico. Y es que sale muy caro comprar una estrella en los tiempos que corren, llámese esta tiempo, llámese lucidez o llámese como se llame.
De este modo, pues, alcanzamos la frustración de ser capaces de autodefinirnos, pero por alguna razón, no de hacerlo como soñamos.

En uno de esos sueños, la noche pasada, lancé una plegaria al viento:
- Maestro Alvite, ¿donde te escondes? Los grilletes de mis carceleros son demasiado resistentes, no me permiten salir de la cueva; y las yemas de mis dedos no logran plasmar lo que mis ideas pretenden.
Allí donde estés, ¿no puedes tú enviarme una estrella… o una lima?

Y el viento, de forma enigmática, respondió:
- Qué cada cual viva su propia narrativa… o su propia mentira.