lunes, 21 de diciembre de 2009

Desde el frente

Llevo días durmiendo con un puñal bajo la almohada. No temo cortarme las venas. Ansío cortarme las penas. Y es que dice un buen amigo que es éste buen remedio para partirlas en dos. Mejor remedio incluso que encomendarse para ello a Dios.

En blanco y negro, llegan mensajes de retaguardia. Hace tiempo los cañones callan. Helicópteros en tierra. Este mundo es una mierda. Todo olía mejor cuando en vanguardia salpicaban sangre, alcohol y lágrimas.

Apenas últimamente ha opuesto el enemigo resistencia. La existente ha sido sesgada con vehemencia. Comienza a tornarse en aburrido ser veterano en el arte de vivir estando el frente tan lejano del propio sentir.

No hay mayor novedad desde la mediocridad. No creo en Papa Noel, aunque sea un Dios profano. Sintonizo la radio en color. ¡Se acerca un nuevo año! De nada sirven las noticias, en vanguardia actúan en vano.

El frío acompaña a un nuevo mal. Las tropas yacen confiadas. Los malos no van de blanco. Vuelta al siglo XXI. La infancia sólo es pasado. El físico no importa. Importa más el desasosiego. Se combate con tilas. Sin sangre no hay dolor, y ningún golpe es comparable con los recibidos amistándose en el Congo con gorilas.

Comienzo a considerar la apatridia una salida. Es más frustrante la desidia de ser en tierra de uno inmigrante y no profeta. Quizá sea uno más cuando lleguen las valkirias.

Mis compañeros caen. Uno lo hace tras otro. Todo era bonito, hasta el triunfo del turrón. “Todo por la patria”, gritan los lisiados. Piensan los hijos de un Dios menor en sus hermanos. Siento compasión por los ilusos. Permanecen por el consumismo anestesiados.

La Navidad triunfa, con un niño de la mano. Y qué más da para los que han sido curados. Para otros, nunca nada será como antes. Hay heridas incurables. Son años de batallas y sentimientos frustrados. Todo cambia cuando nada ha cambiado. Y qué le voy a hacer si yo no creo en Reyes Magos, ni tampoco en la familia…

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