martes, 2 de marzo de 2010

Summertime

Otra vez es Diego quien nos habla, como si su fracaso en los camerinos no hubiera bastado. Lo hace de otro fracaso, o de al menos algo frustrado y que como en él es habitual no fue más allá de una noche. Aunque, conociéndolo, antes de los tiempos de verano, seguro se podrá reponer...

Ciclogénesis

Entre las piernas de aquella mujer, chico, la ciclogénesis no pareció más que un soplo al corazón de un camarón. El único viento que sentí en medio del ciclón fue un saxo tenor que surgió de entre las llamas del lavabo en el que en la lascivia retozábamos antes de que Irene, cantando a Sarah Vaughan, diese a sus rizos un sabor afrodisiaco similar al que el champán regala a una docena de fresas con intolerancia a la lactosa.

Olía a sexo y a sardina, como si su profesión fuera prostituta o pescantina. No obstante, seguí a lo mío. Ya sabes, los perros no distinguen razas, y si se olisquean sus tres cuartos traseros es sólo para saber a qué huelen las nubes, o si quien está enfrente guarda detrás suyo los restos de un bolero o la letra de unos escombros.

Desnuda resultaba igual de interesante que antes de tirar por el retrete al gnomo del fondo de mi copa. Parecía una de esas mujeres con las cuales resultaría incluso agradable buscar un sitio en que comer tras el camión de la basura sin haber desayunado.

Una de esas típicas chicas que parecen haber comenzado la dieta del bikini en marzo de hace tres años con el fin de convertir en virtud el fracaso de tenerla, y en el mayor de los honores asomarse al balcón de unos melones en los que cualquier empresario plantaría dos molinos al primer descuido en paños menores.

Mientras Leyre nos servía un par de copas, con Ella Fitzgerald nos deleitaba la corista. Al amor de verano cantaba, anunciando que quizá no fueran horas para agasajar a una pareja con un gato chino comprado en Chueca. Es lo único de valor que guardaba en el cuatro ruedas. Eso y un par de calzoncillos.

Con las manos vacías volví a entrar, ruborizado como aquel niño que es cazado por primera vez con una mano en la entrepierna y en otra la foto de aquella prima lejana del pueblo cuya velocidad de desarrollo es sólo equiparable a las mazorcas del gigante verde del anuncio.

“Cielo, hace tiempo compartimos barra. Sé que lo nuestro funcionaría, pero no eres lo que busco. Estoy cansada de zánganos cuya sustancia es menor que la que puedes encontrar en cualquier colmena cuya mayoría de obreras esperan en la cola del INEM las falsas promesas de bienestar de un proxeneta. Ya no quiero ser princesa si es un revolcón lo que me espera, pero entiéndeme, por muy interesantes que tus silencios resulten, creo que aspiro a más que llegar a fin de mes debiendo pagar oscuridad en el recibo de la luz”, aseveró.

Intenté persuadirla. “Nena, no olvides que es en la oscuridad donde más lucen las joyas, y serlo nunca está de más, aunque sea republicana la corona que tú ansías. No puedo prometerte luz. Ni tan siquiera puedo prometerte amor, pero quédate conmigo esta noche y te aseguro que por ti recibirán cada rey, un mono; y cada bufón, su trono”.

Me besó en la frente, dejándome en los labios la miel de una despedida como hubiera deseado. Como la ciclogénesis, fue breve, pero mucho más intenso. Mucho se ha hablado de esas dos borrascas pero, ¿sabes? Aquello sirve como muestra de que con tormentas mayores que esa he estado sentado en la barra de un bar.

domingo, 28 de febrero de 2010

Better make it through today

Todos los que en algún momento topamos con el maestro Alvite, sentimos el influjo de su prosa. Tanto, que somos capaces de aproximarnos hasta el punto que Vicente lo hace a ella, con esta canción de fondo.

La perversión del suspense

Me gustan las mujeres cuya sonrisa es su mayor incógnita. No hay mejor sexo que el que imaginas con una mujer cuya ropa es su biombo. Es la razón de que el amor sea tan efímero como el vuelo de una hoja al caer al suelo. Interés y suspense caminan a la par en las relaciones. Pese a todo, la gente aspira a conocerse y, por eso, todos los matrimonios fracasan. Cuando miro a una mujer la susurro con los ojos que me cuente una mentira para mantener vivo el vértigo que me da observar los bajos de su falda. Pocas han mantenido el suspense más de lo que lo hace la última carta del póquer antes de mostrarse. De la vida espero algo más que de la parada del bus. La rutina es una convención y yo no busco mujeres convencionales, busco alguna que de emoción al parte meteorológico, de esas de las que esperas un beso y te dan un disparo, de esas que no llevan spray de pimienta en el bolso sino una barra de labios carmín, de esas de cuyo sonido al andar esperas un terremoto. Si todo el mundo pensase así, probablemente se extinguiría la especie humana, yo me conformo con que entiendan que nunca me casaré.