lunes, 1 de noviembre de 2010

Introspecciones

Llevo días navegando por mi mente. Aproximándome a la costa cuan Caronte al Hades a través de la Laguna Estigia. Transportando en mi barca los recuerdos del pasado, como si fuesen la tarantella que atraviesa la bota del sur al norte con el barquero calabrés que cambia su oscura región por la romántica Venecia.

El camino que he seguido yo ha sido inverso. Mi canción, mi abstracción. La introspección, mi sitio de llegada. Y ni buscando el nosce te ipsum logro evitar las pesadillas cuando sueño.

Los que me conocen saben que soy más sentido como escritor que como persona. Y sin embargo estos días siento, siento mucho. Lo hago porque recuerdo, cuando lo que más deseo es olvidar. En cambio, veo esa postal…

No es más que un fiel reflejo de un engaño. De algo que un día brotó con la teatralidad de un reality show. Santander fue tan solo el Seaheaven de mi vida, y Pontevedra el detonante de un Truman tardío.

Como él, también yo tengo mis miedos. Algunos similares. Otros, quizá opuestos. Ambos buscamos huir. Ambos lo conseguimos, después de reencontrarnos con aquella figura cuya ausencia regía nuestras vidas.

Siempre he sido de la opinión de que nada es blanco, ni tampoco negro. Lo mejor es ser como los bollos, suizo. Pero, ¿cómo ser neutro cuando tu tranquilidad continuamente invaden?

Desnudar lo que pienso cuando escribo me convierte en vulnerable. O eso he creído siempre. Hoy, en cambio, me parece la mejor terapia de pareja. El mejor acto de conciliación entre alma y mente.

Saber que no es bueno el odio, ni tan malo ser indiferente. Terminar siendo un filósofo made in China. Acariciar la introversión. Quitarme la careta en un día en que la gente se disfraza. Eso y más logro en La Lola’s Club.

Cuando uno hace introspección, de muchas cosas se da cuenta. Yo lo he hecho de que no soy tan diferente de aquellos a los que Leyre sirve. No por vestirme de bufón soy menos arrastrado de aquellos que me superan en valentía, que no necesitan vivir otras mentiras para ser feliz viviendo su propia vida.

Mi historia ahí dentro es una más. Lo saben las desgracias y los chicos del billar. Si fuese un poquito más inteligente no precisaría introspección para saber que fue la vanidad, y no el delincuente, quien mató a aquel jodido periodista. Para darme cuenta de que, o afronto mi vida, o puedo ser el siguiente…

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