lunes, 18 de octubre de 2010

La red social

Frecuentaba hace tiempo la compañía de una dama que con otro hombre vivía. Jamás le dolió en prendas incluso reconocerse ninfómana, aun a sabiendas de que su manía poco tenía que ver con semejarse a una ninfa, sino en ser más bien una zorra infiel.

En este mundo en que las redes sociales son el pan nuestro de cada día, he terminado por aceptar de ella una amistad fingida, casi tanto como decía ella fingir los orgasmos con ese pobre diablo con el que aún habita.

Veo las fotos de ambos en su casa o de viaje y pienso si seguirá siendo como entonces, una rubia oxigenada más bien ligerita de cascos, y de prendas cuando cae la noche y las puertas de los baños de este antro se cierran.

Adornó su invitación de amistad con un simple “hola”, como si lo vivido juntos se hubiese desvanecido. Como si una ola hubiese convertido aquel frágil castillo de arena en indiferencia.

He de reconocer que no me importa demasiado. Simplemente me confunde el ver cómo la hipocresía se extrapola de la realidad a la pantalla de un ordenador con la misma facilidad con que los dioses de la farándula convierten su vida en una obra de teatro pseudorreal y pseudoperiodística.

Un buen día le pregunté si alguna vez se había planteado si con ello podía estar haciéndole daño al pobre diablo con el que todavía sigue. ¡Maldito imbécil! Como si aquello le hubiese violentado, no volvimos a tener sexo nunca más.

Con el tiempo dejó incluso de venir al local, y perdimos el poco contacto que aún manteníamos. Una de las últimas veces que charlamos me abofeteó. Como si no hubiese sido suficiente con aquella puta preguntita, le pregunté porqué solía maquillarse cuan ramera, si luego entre sus planes no aparecía el cobrar.

A pesar de todo ello, puedes creerme, al abrir esa dichosa red social, me encontré con su “hola”. Un simple saludo, sí, pero que encierra tras de sí una supuesta amistad. O eso es lo que teóricamente, con el hecho en sí, se busca.

Dudo, no obstante, que así sea. Si desease mi amistad, volvería a emborracharse junto a mí. Ya no digo a copular. Hablo de un simple “hola”, personal e intransferible, cara a cara y menos frío.

Quizá me equivoque, pero con tan burda patraña hecha amistad, sospecho que pretende ser tan sumamente insustancial como aquellos quinceañeros a los que entonces daba clase, a los que de tanto magnificar la realidad, ella misma decía odiar.

Buscará, simple y llanamente, convertirme en uno más en su obra teatral. Un amigo más de quién fardar y con quién fardar de lo feliz que es desde que La Lola’s Club ha desaparecido de su vida.

Pues, chico, ¿sabes que te digo? Que cuando vuelva a casa, de mi facebook la pienso borrar.

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