miércoles, 31 de marzo de 2010

Los padres del descenso

Aún recuerdo las palabras de aquel maldito niño. Los Reyes Magos no existen, son los padres, dijo en los días previos a las vacaciones de navidad. Era algo mayor que yo, pero no me dolió en prendas enfrentarme a él.

Unos días más tarde, el mismo maldito niño dijo a un ilusionado párvulo que aquellas cien pesetas no habían sido fruto de ningún intercambio con un roedor. El Ratoncito Pérez no existe, son los padres, aseveró.

Sus puños volvieron a intercambiar pareceres con mis incisivos. Uno de ellos, ya medio suelto, se suicidó. El grandullón recibió su castigo. Yo veinte duros como compensación de parte de un ratón.

Tres sobres de cromos y unas chuches dieron buena cuenta de lo que pudo haber sido una demanda a la que luego habría de añadirse otra a la televisión. Yo no sabía qué era aquello de ser gay, pero estaba seguro que Ricky Martin no podía serlo.

No se me había todavía agudizado el oído musical, y era su disco el primero que aspiraba a recibir en mi corta vida. Se lo había pedido a Baltasar. En medio de la noche me levanté a miccionar y, ¡horror!, allí estaba mi madre, colocando los regalos bajo el árbol.

Intentó convencerme de que había sido cosa del desorden real, pero no lo logró. Todavía estaban intactos el vino y el turrón. Recordé a mi agresor. ¡Tenía razón! Pero, ¿y el ratón? Mi madre confesó. Y yo lloré. ¿El regalo? El dichoso cd que había pedido.

Ha pasado tiempo y aquel rumor tan extendido ha sido confirmado. El propio cantante lo ha hecho. Ha salido de ese armario en que uno desearía encerrar juntos al ratón, a los Reyes y al fantasma del descenso.

Hoy éste sobrevuela sin remedio sobre el José Zorrilla, como ave que percibe desde el cielo el nauseabundo olor de quien navega a la deriva. Porque así navega hoy el Real Valladolid; mientras Carlos Suárez se empeña en repetir que el descenso no existe, son los padres.

Hace tiempo algunos venimos barruntando el hundimiento. Alarmistas, nos decían unos. Oportunistas, clamaban otros. Y todo por ir más allá del dudoso rendimiento de jugadores como Haris, Manucho, Nauzet o Pelé. Todo por hablar de su escasa profesionalidad.

Las cuatro multas posteriores al encuentro ante el Atlético de Madrid nos abrieron los ojos. Nos vimos reflejados en aquel niño que perdió un incisivo una. Aquel partido fue, como el día que encontramos a mamá colocando los regalos bajo el árbol, el principio del fin de una ilusión.

Como si del matón del cole se tratase, fue Mendilibar el puesto de cara a la pared. Ahora, pasado el tiempo, se demuestra que en sus aseveraciones y decisiones no le faltaba un ápice de razón. Como la tuvo también aquel que en su día me dio pa’l pelo.

El día de autos, mis compañeros se pusieron de parte del más fuerte. También pasó con el de Zaldibar. La plantilla podía más, y la directiva permitió que se rompiese la cuerda por el lado del más débil. Y lo que es peor, la tormenta amenaza cobrarse una segunda víctima, en la figura de otro entrenador-carnaza.

En el caso que nos atañe, no fue la directiva la única que miró hacia otro lado. El gremio no quiso ganarse la fama de acusica ni dejar de molar al más popular del cole. Ni cuando varios jugadores se excedieron en la celebración de una derrota, ni cuando Mendilibar fue largado con viento fresco.

Como los que estaban en el patio aquel recreo, miraban inquisidores al matón y comentaban en pequeños corros, pero optaban por reírles las gracias, no se fueran a mosquear, cuan pelota de diez años.

Tras la derrota ante el Xerez, en cambio, todo parece haber cambiado. Recuerden, señores, al gran Sabina. Ahora es demasiado tarde, princesa, cantaba en una de sus canciones menos canalla que lo que pueden ser considerados parte de los que visten la violeta y blanca.

Porque ese es el menor calificativo que se puede dedicar a la gran parte de nuestra plantilla, canalla. Y desvergonzada. ¿O acaso no es verdad que hasta la lesión de uno y la suplencia de otro, dos chicos de diecinueve y dieciocho años venían sacando los colores a gente en teoría más preparada?

Pocos se salvan de la quema. Muchos decepcionan. Y los que no lo hacen, a buen seguro se verán recompensados con su salida a otro primera, cuando aquellos a los que los intereses del club no importa nada logren lo que parecen haberse propuesto, engrosar sus currículos con un descenso y mala fama.

Les importe el club o no, ese es un estigma que se llevarán cuando de aquí se vayan, y es por salir con un expediente limpio por lo que deberían luchar. Oportunidades para redimirse de sobra han tenido. Y, como un delincuente enfermo, en su lugar han reincidido.

Pero, ahora que estamos en época de pasión, no debemos olvidar aquello de quien esté libre de todo pecado que tire la primera piedra. Absténganse pues, como de hecho lo hacen, los señores Olabe y Suárez.

El uno ha fracasado en su política de renovación de la plantilla, a la cual él mismo reconoció no haber visto en el enésimo ridículo de la temporada. El otro, tropieza de nuevo con una pasmosa pasividad ante la indolencia que ya llevó al club que dirige a segunda división hace unos años.

Pero, vayamos más allá. ¿Acaso Roberto Olabe no tiene como adjunto a aquel que a su vez ha de ser nexo entre plantilla y organigrama técnico? ¿Por qué entonces la fractura en la plantilla, una vez extirpado el que para unos y otros era el mal? ¿Por qué Carlos Suárez extirpa el presunto problema, y sin embargo las cosas no marchan? ¿Por qué hace oídos sordos a los gritos de auxilio de Alberto Marcos, él, que ha vivido una situación similar en el pasado?

Al contrario de mi conflicto con aquel chico de un curso superior, señores, estas cosas no son ni mucho menos de niños. Estamos nada menos que hablando de un nuevo descenso, provocado una vez más por la pasividad de los que mandan y la indolencia de los que juegan.

Yo, créanme, quiero creer que como antaño, toparé con una realidad distinta de la que creo. Permítanme que lo ponga en duda. Me encantaría a final de temporada decir aquello de el descenso no existe, son los padres, pero…

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