jueves, 22 de enero de 2009

Crime

Es difícil encontrar algo que se ajuste al maremagnum musical del que en el anterior relato hablo. Quizá, por ser eso, un maremagnum, me transmite una vacía sensación.
O quizá se deba esto a que, en un lugar como La Lola's Club, alguien como yo no encontraría su propia banda sonora.

Suenan muchas canciones en el Rincón del que escribo, pero ninguna me define. Es por ello que, quizá, la canción que más vengo escuchando a lo largo del día sea la que defina un momento de indefinición como este.

Banda sonora

"En La Lola's suena jazz, pero no es el jazz su banda sonora. La banda sonora del local no existe, sino que cada alma errante que allí entra tiene su propia BSO.
En la Lola's suena jazz, pero también suena pop, indie, música latina, o incluso rap. No suena, sin embargo, pachangueo alguno, ni mucho menos reggaeton.
En La Lola's Club tienen sitio sólo aquellos cuya banda sonora estimule un canto, un llanto, o un lamento. Tienen sitio aquellos no que tengan una historia que contar, sino que den lugar a una historia contada. Eso es lo que diferencia a mi local del Savoy, chico. Eso, y que en el local de la Gran Manzana, llamar a alguien por su nombre de pila puede provocar que te vacíen el cargador de un arma encima, mientras que aquí el no hacerlo puede provocar que te conecten a la corriente para cargarte las pilas".

Al bueno de John no le faltaba razón. Llevaba demasiado tiempo sólo como para saber que no necesitaba a nadie. Demasiado tiempo a cargo de La Lola's, como para considerarse una voz autorizada a hablar de qué era en realidad aquello que, sin ser nada especial, era considerado para quién por allí transitaba como un lugar de culto a la vida bohemia.

Tenía razón también cuando decía que en La Lola's Club, como Obama, todos tenían su propia banda sonora original. Gracias a lo que con el local había conseguido, y a que es él el mayor de los bohemios que por allí transitan, puede decirse que su mejor definición se encuentra en el tema "El Rey".
Tampoco el jazz habla de ninguno de los chicos del billar. Dice siempre John que ellos son como el rock duro, fuertes e intensos, pero que sus letras llaman a la razón. Como es obvio, a la razón de la que todos sabemos que carecen, pues consideran que esta está reñida con las caricias de sus mayores amores, sus tacos de billar.

Al igual que al dueño del local, a "Las Tres Desgracias" también podría definírselas con una canción. Inspirándonos en la letra, todos hemos pensado alguna vez en tintarles el cristal del espejo gastado en el que tanto se miran, o que eran estas un tumor del club, aunque en el fondo, todos las queremos. ¿De quién nos reiríamos si no de ellas?

Leyre, mientras, es sensual como un tango, y para algunos, sexual como el jazz. En lenguaje alvitiano (a quién, por cierto, le sienta Sabina mejor que a Scarlett Johansson sus habituales palabra de honor encarnados), sería ella un nueve largo encubierto en la imberbe apariencia de un mediocre seis, a quién el sonido de un saxo haría más justicia que cualquier falda corta.

Gustavo y Juan, esa extraña pareja. Más de una vez han compartido mesa, barra, cogorza o servicio. Sin embargo, para nada comparten una definición musical. A Juan le define cualquier canción que hable de una puta y un bobo, mientras que para templar el temperamento de Gustavo, en ocasiones, sería preciso el new age de Yanni o Sakya Tashi Ling.

A Marco quizá le pegue más algo del gran Riki López, como "un hombre despechado". Es lo más justo, teniendo en cuenta que habla y actúa con respecto a esos tres frutos de su pasado como si fuesen ex novias que le hubiesen llevado a la infelicidad, a las drogas, o a ambas cosas.

Pedro es ingenuo como un grupo de indie. Escribe sus artículos como si no existiese maldad en el mundo, o como si hubiese acabado de colocarse con una raya de azúcar siendo diabético.

Yo, mientras, soy indefinible. Únicamente soy un mero espectador de lo que en La Lola's ocurre, un mero oyente de lo que allí se cuenta, una mera nota de ese saxofón cuya alma se asemeja a un nueve largo.

miércoles, 21 de enero de 2009

Puntos suspensivos

Ha llegado Sabina al Rincón de los Arrastrados. Dos pasos detrás de él, venía el gran Alberto, primera de esas Almas Errantes que se han prestado a hacer de este Rincón algo tan acogedor que cualquier pobre diablo preferirá yacer durante una eternidad en estos lares en lugar de hacerlo en otros vestido con pijama de pino.

No fue bueno... pero fue lo mejor

Las mujeres, los hombres, los niños, los perros...todos, absolutamente todos, perseguimos el mismo deseo durante nuestra existencia: ‘Amar y ser amados’.

Odio a esa clase de personas que reniegan del amor, a ese tipo de personas que se escudan con frases del tipo: ‘El amor no está hecho para mí’…‘Realmente nunca supe amar’…‘Amo mi soledad’…‘Nací para ser libre’… Mentira. Todo es una falacia.

No son más que frases carentes de sentido, frases de consuelo para tipos tristes, para hombres, mujeres, niños y perros que fueron abandonados a su buena suerte.
Quizá no fue en una cuneta, quizá tampoco en un bar, quizá no sufriste directamente el abandono físico por parte de otra persona o ser animado…pero lo sientes así.
Sientes que nadie te comprende, que todo el maldito y ruidoso mundo vive en pareja, que estás condenado a caminar solo por el mundo…piensas que jamás conocerás a nadie que merezca la pena...Piensas que la humanidad se está yendo a pique, y que nadie se encuentra a salvo…Piensas que...dejar de pensar sería la mejor respuesta.

Últimamente tan solo frecuentas cuerpos, desnudas mentes, recorres calles de madrugada, y todo ello ¿para qué?... cariño, yo tengo la respuesta; Todo ello para volver a casa sintiendo que tu vida está un poquito más vacía. Esto debe ser lo que los bohemios entienden por felicidad. En fin.

Cansado de navegar entre dos aguas, cansado de la rutina, casado de todo y de nada, cansado sin más. Estoy cansado.
Odio conocer a desconocidos, y desconocer a los que creo conocer. Odio demasiadas cosas, pero he de reconocer que amo muchas más de las que odio.
Me odio por tirar por tierra mis principios, por ser en ocasiones un cobarde. Me odio…pero he de reconocer que me amo mucho más.
Tengo una teoría, basada en que el ser humano realmente no busca comprensión en otras personas, sino simple y puro amor. Amor verdadero. Amor ‘del bueno’ que dicen.
Es una simple teoría, tengo otras mucho mejores.

Decía el gran y pérdido sabina en una de sus coplas:

Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos…

No le falta razón…pero yo soy de los que piensan que hay que saltar al vacío cuando uno así lo siente, a pesar de los efectos de la caída.
Podría decirse del amor, cuando termina: ‘No fue bueno, pero fue lo mejor’.

Ay dios, si del mundo yo tuviera el timón…


* Escrito por: Alberto Rodríguez

martes, 20 de enero de 2009

The change is gonna come

En efecto, soy un escéptico del cambio. Hoy es un día histórico, sí, pero no más histórico que ayer, ni menos que mañana. El color de la historia será distinto, sí, pero su argumento será, sin duda, el mismo.
Al menos eso creo yo. Ojalá no sea así, pero poco puedo cambiar el en Imperio, más allá de Guantánamo. Ojalá no sea así, y pueda aquí hablar, algún día, de cambio.

No lo llames cambio, llámalo marioneta

Barack Obama jamás tendría sitio en un lugar como La Lola's Club. No es que corra riesgo de recibir el cariño de los tacos de billar y sus portadores, que también, sino que alguien como él jamás se rebajaría a tratar con gente que se ha quedado a medias en un curso a distancia para oligofrénicos aspirantes a terroristas.

Un hombre de su porte y carisma podría degustar un buen vino en cualquier vinoteca de Porto, pero nunca emborracharse a la hora de la eucaristía en un sitio como este. Y es que no hay en La Lola's Club un sólo arrastrado con apariencia de estrella del Savoy.
No es que Leyre pida currículo alguno para servir una copa de matarratas, ni tampoco que no pueda inspirar al pollo que tan bien cae a Al una buena historia. Simplemente, no es La Lola's un sitio de esos donde los personajes se ven en blanco y negro, sino que más bien un paraje sacado de alguna película de Almodóvar donde lo que prime no sea el rosa fucsia y mujeres al borde de un ataque de nervios.

Pese a esto, quizá sí tuviese sitio en el Savoy en alguna de las mesas cercanas al escenario. Mientras aquí los chicos del billar se extrañarían de ver como alguien de color pretende desafiarles en su juego, en el local de Ernie más de un tipo duro buscaría sitio junto a él para escuchar la historia por la que después le pegaría un tiro en el callejón.

Y es que es Barack Obama una de esas estrellas surgidas de la nada una familia mundana y humilde y cuya juventud estuvo cargada de sexo, drogas y rock'n roll. Sin embargo, algo cambió en él. Escuchó un día a su hermano negro Martin Luther King hablar de sus sueños, y empezó a soñar él también, recordando las historias que su padre contaba sobre Kenia.
Se dijo a sí mismo que alguien tan cosmopolita como él no podía ser un mediocre más, y empezó a cambiar su mundo, y a convertirse en eso por lo que hoy día en el Savoy sería condenado a muerte: Su ambición.

Como Frankie, empezó a ganarse el favor de gente cercana a JFK y a subir como la espuma en su vida. Empezó también, por esa ambición, a soñar con que el cambio fuese más allá de su fuero interno, hasta que consiguió hacer realidad ese sueño de ser el primer César negro del Imperio Norteamericano.
"El cambio ha llegado", dijo tras convertirse en Emperador mundial electo, aunque es aún hoy cuando toma posesión de tan preciado cargo.

Me dijo el otro día Al que hay mentes con olor a rancio que piensan que lo difícil era que no se produjese cambio alguno con respecto al reinado del mal del Monstruo de las galletas, ese a quién Iraq le confundieron recientemente con nuestro presidente cuando le dijeron eso de "zapatero, a mis zapatos". Mentes rancias, decía, no ya por restar mérito futuro a alguien en plena senectud, sino a una mujer o un negro. Raro es que esas mentes no estén todavía jugando con los chicos del billar, o que no hayan yacido aún en el callejón.

Y es que en el Savoy no importa el sexo ni el color, sino lo amargo de tu historia personal, y es esa amargura lo que hoy día salva a Obama de dormir en pijama de pino. No ya esa amargura pasada, sino la amargura que, como el cambio, está aún por venir.

Comentaba el otro día con John que, lo crea él o no, las cartas están ya sobre la mesa, y difícil es cambiar el sentido del juego. "En estos tiempos del sálvese quién pueda, el único cambio posible es el del nombre de aquel que por el sistema es manejado. Ayer era Bush, hoy será Obama", añadió. Según él, poco importa que la película sea en blanco y negro o a color. Lo realmente importante es el argumento.

Dejando Guantánamo de lado, en el fondo no le falta razón. El cambio vendrá cuando los intereses muevan los hilos para que la marioneta actúe en un distinto sentido. Ayer era Bush, hoy será Obama, y yo mañana me levantaré siendo el mismo.
¿Cambio? Quizá, pero nunca antes de que la marioneta se dé cuenta de los hilos que de su cabeza penden. Para entonces será ya demasiado tarde, tanto, que Barack se habrá ganado el favor de los tipos duros del Savoy. Será entonces cuando realmente se produzca el cambio, de condenado a morir en el callejón, a condenado a beber en el Savoy.

I'm your man

En La Lola's Club la gente no baila, pero sí se escucha música bailable, música sensual que incita a unir el propio cuerpo con el de alguien del sexo opuesto y ser jazz.

Fauna jazzística

La gente no suele bailar en La Lola's Club. La música, habitualmente, invita a ello, pero lo más similar a un baile que se produce no es al son de la música, sino de una victoria en el billar. Aunque antiestéticos, también pueden considerarse proyectos de baile los resbalones que se producen cuando los borrachos dejan de llenar sus bocas de alcohol para inundar el suelo con este. Y es que muchas veces, hay demasiadas aves carroñeras ávidas de sangre como para sólo hacer el amago de agarrarse al palo de la escoba.

Si eres hombre, corres el riesgo de entrarle por el ojo a alguna de Las Tres Desgracias, o de hacerlo por el rabillo de su campo visual. A mi, personalmente, me es indiferente esto último. Al contrario, casi prefiero que las miradas sean de superioridad a que en ellas se vea la lascivia que en ocasiones les embarga.

Mientras, si eres mujer, puedes darte por jodida. Mientras los radares de los chicos del billar no se activan con la presencia de ningún hombre que no forme parte de la partida, lo hacen por sistema cuando es una mujer quién mueve sus caderas a lo largo y ancho del local. Existen, tras ello, dos opciones. Si esas caderas se prestan anchas, dirigen sus miradas a la mesa donde se encuentran Las Tres Desgracias, buscando miradas cómplices favorables al escarnio, y si son largas, se juegan a "piedra, papel y tijera" quién será el que intente atraer a la dama a la mesa mediante gruñidos.
Normalmente, este ritual es tan llamativo, que las mujeres huyen despavoridas. De no ser así, sufrirán igualmente el escarnio de las ínclitas si se acercan al resto de chicos o verán su voluntad sometida a la de palo de escoba si se niegan a hacerlo.

Estos comportamientos, casi instintivos, sería dignos de formar parte de los estudios sobre fauna ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente si este todavía viviese, y también si fuese capaz de permanecer cuerdo viendo actos que si bien son habituales a lo largo de las cadenas montañosas españolas, no lo son tanto allí donde, en teoría, debería primar la razón.

No es que yo sea un visionario, o que quiera compararme con quién tan ingentes estudios ha realizado sobre los animales de la península, pero para ser sincero, a su obra le han faltado un par de copas en La Lola's Club para poder considerarse completa. Tampoco le culpo. Hasta yo preferiría observar el ritual de apareamiento del lince ibérico en lugar de ver como cabestros bípedos se pavonean como lo hacen por recordar durante unos segundos qué es un orgasmo. Tampoco sería completa mi observación si no le reconociese mérito a uno de esos bípedos. Él, al menos, puede recordar desde hace un tiempo que hay sexo más allá de "El Solitario", aunque a qué precio. Mil bancos robaría, si fuese preciso, a cambio de evitar que el "Señor Andrés" me susurrase al oído que iba a proceder a echarme unos polvitos mágicos, y no precisamente en mi copa de ron.

La gente no baila en La Lola's Club. Lástima. Quizá, de hacerlo, conseguirían dejar atrás el merecimiento de ser incluidos en "Fauna Ibérica" y poder considerarse, a todos los efectos y como los tipos del Savoy y sus acompañantes, fauna jazzística.

domingo, 18 de enero de 2009

Smoke gets in your eyes

Es justo, creo, que después de hablar de tabaco, la canción que acompañe al último texto se refiera, cuanto menos, al humo que este desprende, tal y como hace este tema.

Tabaco en oferta

"Cuando te reveles contra algo que detestes, chico, las obleas con las que emules al sacerdote de tu parroquia no han de estar sino cargadas de paciencia y tranquilidad. De lo contrario, no captarán lo que están recibiendo como un dardo envenenado, sino como el berrinche de un párvulo".

Aquel hombre había salido de su casa para comprar tabaco, y no volvió. No es que su intención fuese la de fugarse. Simplemente, cometió un gran error: Entrar a comprar tabaco a un sitio como La Lola's Club.
Había entrado en uno de aquellos días en los que, aún con toda la nieve que caía, el cielo se reflejaba en el suelo gris de La Lola's con un color azul intenso y un sol rebosante de luz. Llegaba a ser pedante este ambiente que en ocasiones había en el local. Y sin embargo, con su mera entrada, un par de nubarrones cubrieron esa luminosidad del suelo. Al poco, nos dimos cuenta de que así estaba su vida, llena de nubarrones. Su mayor desgracia no fue no encontrar la salida a esa espiral de billar y alcohol, ni tampoco que en La Lola's no haya máquina expendedora de tabaco, sino que nadie esperaba que dejase La Lola's Club y volviese a casa. Seguramente, incluso su perro habría aprovechado la oportunidad para saltar por la ventana, tal y como había hecho su concubina años atrás. Desde entonces, era un hombre atormentado. Había sido despojado de su oficio por depresión, decían, y sin embargo, su beneficio le permitía vivir de manera bastante holgada, dada la pensión que recibía. Por esto último, no tenía mayor preocupación que llevar siempre en la cartera dinero suficiente para invitar a una ronda al resto de chicos del billar, ni mayor alegría que ser capaz de reponerse de vez en cuando a su acuciante misoginia y, al menos, articular de cuando en vez , o algo más, con alguien del sexo opuesto.

Leyre era una de esas chicas con las que sí era capaz de hablar. Después de que su mujer se suicidase, fue tal el odio que adquirió a la mujeres, que pensaba que estas tenían forma de ángel, corazón de serpiente y mente de asno. A ella, sin embargo, no la tenía por un ser inferior. Quizá le recordase a su mujer, quién sabe. La cuestión es que él siempre se sentaba en la esquina de la barra donde ella atendía, y sólo gustaba de ser atendido por ella. Quizá también porque, con el tiempo, ella acabó comenzando a cobrarle a precio "de amigo" o, como él decía, a "venderle tabaco en oferta". Y es que, para él, eran esos dos sus mayores vicios, el tabaco y el alcohol.

Un día, hablando de mujeres, reflexionó sobre cómo se las debe tratar. Pese a ese odio que tiene al sexo opuesto, parece que Leyre le ha ablandado el corazón. Gracias a su tabaco en oferta, iba relacionándose ya con mujeres, y también acostándose. Entonces, no habló ya de dureza, sino de un dardo envenenado en forma de paciencia y tranquilidad.
Supongo que con ello lo que pretendía es decir que, en caso de disputa, hay siempre que intentar ser más inteligente que la otra parte. A mi modo de ver, ello se puede hacer extensivo también a disputas entre hombres, aunque ese no fuese el tema. Y es que puede ese hombre ser misógino, fumador, alcohólico o hare krisknaar, si con ello es feliz. Lo que está claro, es que en aquellas sabias palabras no le falta razón alguna.

sábado, 17 de enero de 2009

Mad about the boy

La Lola's Club no es un sabor. Tampoco es un olor, ni un sonido.
No es, ni de lejos, el Savoy. Aquellos que transitan por los dos locales, sabe que jamás será La Lola's como el local neoyorkino. Sin embargo, saben que de ser un sabor, sería añejo. De ser un olor, sería similar a ese incienso que busca purificar el ambiente. Y de ser un sonido, bien podría ser un tema como el siguiente:

Alguien especial

"Sabes, cielo, tampoco yo sé bien que le encuentro a semejante amargado. Tú mismo lo has visto, en cuanto lleva un par de copas encima, no deja de hablar de ella. Y aún así, jamás he cortado su historia ni he dejado de compadecerle. Tampoco le he negado nunca una cita, aunque en ocasiones me haya dejado plantada. Es el único cliente que puede presumir de que fuera de La Lola's quede con él, y aún así, me desperdicia como a un despojo cualquiera. Y es que no son pocos los que me pretenden, cielo, pero sí a los que no mando a paseo, y él…"

Definitivamente, sí había algo más entre Leyre y aquel pobre diablo. Para que luego diga Alvite que en La Lola's no ocurren cosas interesantes. Ella me había engañado a base de bien. Creía yo viendo a ese sujeto que quizá ella tuviese algo especial, como Earnie, como para que la gente le contase sus penas al segundo sorbo de bourbon, y lo único que tenía de especial, a lo sumo, habrían sido un par de polvos en alguna noche lluviosa. No podía reprocharle nada, aún así, encima de tener que soportar sobre sus hombros aquel aura divina, tampoco iba yo a ponerme quisquilloso con la chica porque el estar detrás de la barra la equiparase con el sacerdote de mi parroquia. No creo que le faltase, además, razón en eso de que no serán pocos los que le pretenden ya que sin ser una top model, he de reconocer que la chica está de muy buen ver. No es que a mi me guste la chica, pero hay que reconocerle el mérito al chico para conquistarla.

Le falta bastante a Leyre para ser como "La Mesa", "La Hipotenusa" y "El Señor Andrés", por suerte. Al menos, tres sesiones de chapa y cuatro de pintura, más dos semanas siguiendo la dieta de la alcachofa. También debería crecer medio metro más, ese medio metro de aguja que utilizan Las Tres Desgracias para elevarse sobre lo que ellas consideran el populacho, que no es, en realidad, más la gente normal. No exhibe tampoco tanto postureo como ellas. Sí comparten el que tampoco ella tiene el glamour de las estrellas que se retocan el maquillaje en los lavabos del Savoy, quizá porque alguien como ella, en el local de la Gran Manzana, sólo conseguiría empleo para limpiar estos.

En esto último, al menos, ganaba con respecto a las otras. Ellas jamás se rebajarían a limpiar los bajos, ni tan siquiera los suyos, mientras Leyre no lleva anillo alguno en la mano como para no bajar el lomo para frotar el suelo, o quién sabe, si para limpiar algún que otro bajo. Lo poco que con ella he tratado, no parece de las que hacen esto último, la verdad. Es mundana, sí, pero recatada, sin caer en lo pedante de las tres desgracias. No es que a mi me importe a lo que se rebaja, en su vida laboral o sentimental, pero sí parece extraño que lo haga en esto último, y sin embargo, con ese imbécil lo hace.

Siguió contándome entre copa y copa servidas que también ella había estado enamorada, y que quizá esa compasión que por él sentía se debiese al hijoputismo que había tenido que soportar. Le corté diciendo que por la caridad entra la peste, pero rápidamente contestó "cuando has estado con alguien tan testarudo como para haber necesitado el baño de su casa para ser bautizado, cielo, te das cuenta de que hasta un chute de bubónica puede funcionar en el amor mejor que cualquier psicotrópico". Intuí que o que pretendía decirme con eso es que, en ocasiones, el amor es ciego.
De repente, vi entrar al "Señor Andrés" del fornido brazo de uno de los chicos del billar, y supe que de estar en lo cierto en mi interpretación, Leyre tenía razón, y más cuando nos miramos y me dijo "cielo, he dicho bubónica, no oligofrenia". También con ello llevaba razón, pues sólo un oligofrénico podría dejarse tocar por "aquello".

El hombre que nos había hablado el día anterior de ella, aseveró, "Dios los da, y ellos se juntan. Sólo espero que así se los encuentre el día del Juicio. De lo contrario, tendrá que malgastar mucho dinero en taxi para ir a la mierda donde se tope aquel que encuentre de último". Yo, la verdad, dudo que Dios vaya en taxi, pero por su bien, y de ser así, espero que se cumpla la petición de aquel bendito… o que la crisis le pille confesado.

viernes, 16 de enero de 2009

That's life

No hay nada mejor que la sátira para retratar a alguien que no es de tu agrado. Y poco mejor hay que algo estúpido para acompañar tal sátira, máxime si lo canta Sinatra.

Las Tres Desgracias

Hoy me he acordado mucho de Frankie. Nada más entrar en La Lola's, me vino a la mente aquello que él me dijo cuando fui a visitarlo. Y es que en la esquina opuesta a la mesa de billar había tres sujetos curiosos. Tres personajes de esos a los que Sinatra se había referido, esa gente que en busca del glamour, no come por no defecar.
No conocí a Ava Gardner, Mia Farrow o Marilyn Monroe, pero sabía que aquellos sujetos no se parecían, ni de lejos, a ellas tres, aunque así lo creyesen. Al solía hablarme del encanto de Lorraine Webster. Tampoco creo que a ella se pareciesen.
A decir verdad, aunque así se sintiesen, más que "Las Tres Gracias", parecían aquellas insulsas "Las Tres Desgracias". Hasta las tres gordas del cuadro eran más gráciles que esas tres arpías. Los chicos del billar, de ser preguntados, seguramente contestasen que no las tocarían ni con un palo con la punta ardiendo y aderezada con tropezones de bosta bovina.

En la barra me encontré con un hombre que, entre sorbo y sorbo, las miraba y se reía. Decía haber compartido algunos momentos de su vida con ellas.
Según él, cuando las conoció, sus mentes tenían diez años más que sus cuerpos. Ahora, saltaba a la vista que eran sus cuerpos quienes aventajaban en una década a sus mentes. Pretendieron madurar pronto, y lo que lograron fue envejecer demasiado deprisa.

Aún así, aquel hombre no parecía compadecerlas. De hecho, se refería a ellas tres como "La Hipotenusa", "La Silla" y "el Señor Andrés".
No es que esta última gastase mostacho, ni tampoco que fuese demasiado varonil, sino que solía buscar en la gente el mero provecho. "Polo pan baila o can", aseveró una de las allí presentes con su acento gallego. "Por el interés te quiere Andrés", tuve que traducir al resto de oyentes de tan peculiar escarnio.
Con cierto desprecio, a la de en medio la llamaba "La Silla". Decía de ella que su materia gris y su personalidad eran del mismo tamaño que las de un mueble. Con la espalda recta y estirada, daba la sensación de que si alguien se le sentase encima, lo máximo que podría recibir como respuesta sería el chasquido de la madera carcomida, salvo que "La Hipotenusa" alzase la voz.
Era "La Hipotenusa" la más llamativa de las tres. Mientras "el Señor Andrés" buscaba encubrir con esa falsa sonrisa que en ocasiones esbozaba y con su sociabilidad algo a caballo entre el Fuhrer y un malo de una película de Marvel cualquiera y "La Silla" era casi un mueble más de La Lola's Club, la tercera en discordia daba la sensación de que era de esos animales a los que hay que dar de comer aparte.
Decía aquel hombre que en su juventud, muchas veces se la veía acompañada de dos catetos cuadrados. Es obvio, pues, que su apodo provenía de un juego de palabras entre el tamaño físico de aquellos aplaude-bobos que besaban por donde ella pisaba y su forma de ser respecto de terceros.

Yo, la verdad, sé poco de matemáticas, pero creo recordar que la hipotenusa es el lado más largo del triángulo, algo que de entre las tres, saltaba a la vista que así era. También era su tono de voz más alto de entre las tres, y también ella parecía ser quién más destacaba. Sin embargo, tampoco tiene mucho mérito ser el lado más largo de un triángulo cuando los otros dos que lo acompañan parecen más bien ser los lados más cortitos de un rectángulo.

La verdad, a mi sí acabaron dándome pena. Pobres. Aquel hombre había llegado a La Lola's Club abrazando una maceta de cizaña. Seguro que estando en manos de cualquier santo, preferiría este ser demonizado haciendo un favor al mundo no dándoles qué hablar por medio de las miradas (de las que ellas se reían, creyéndose más monas que Chita y más divinas que Audrey Hepburn), sino dándoles sentido a su vida dándoles un abrazo a ellas guadaña en mano.

Definitivamente, Frankie tenía razón. Mucha aparente sabiduría y mucho postureo, y resulta que, tal y como él decía, sí existe ese tipo de gente cuyo valor es menor que el de su propia mierda. La muestra, en aquella mesa de La Lola's Club.

Misty

Ya no hay nieve fuera de La Lola's Club. No pasea el jazz por las calles como hace días. No es motivo, sin embargo, para que la gran Sarah Vaughan deje de ser fuente de inspiración para los arrastrados que por el local transitan.

Año de nieves, año de bienes

"Definitivamente, muchacho, La Lola's no es, ni por asomo, como el Savoy. Llevo un rato fijándome en la gente, y la mayoría creo que deben todavía medio metro para llegar a la suela de los zapatos a los tipos del Savoy. Allí, eres un completo desconocido la segunda vez que entras, pero a la tercera, todos te reconocen cuando como si de un rito sectario se tratase, te diriges al lavabo a persignarte con el agua del retrete. Aquí, sin embargo, los meapilas que transitan no se persignarían ni aún colocando una pila bautismal como portero. No creas que no siento lástima por ellos. Deben creerse mucho. Pobres. En el Savoy, sería su sangre con lo que aquellos que se persignan se santiguan.
Fíjate en el pollo de aquella mesa. He estado antes charlando con él, y todavía no sabe si cuece o enriquece. Entre cacareo y cacareo, he conseguido descifrar que su cometido es el de escribir un artículo de opinión. Donde estén aquellas columnas góticas del gran Chester Newman, muchacho… Deseo, por su bien, que haya cambiado de idea. Lo que llevaba escrito cuando me retiré de allí sólo tendría sentido en el Savoy como segundo plato, con guarnición de bazofia".

Parecía que Alvite empezaba a conocer realmente como es por dentro La Lola's Club. Dijo, entre sorbo y sorbo de bourbon, que lo que aquel bendito buscaba plasmar era algo tan insulso e insípido como la polémica que se ha creado en Barajas por culpa de la nieve. Su mayor error no era ya el querer plasmar esa idea, sino el haber puesto nombre al niño antes de saber si sería varón o hembra. Decía algo así como que "Año de nieves, año de bienes, fin de la crisis, pensarán los socialistas; mientras los populares rezan por que esas nieves se repitan no para que haya más bienes, sino para, ávidos de sangre, ver como ruedan cabezas si lo que se repiten son los males del gobierno". Buena metáfora, la suya, de no ser que en días como hoy, en los cuales hasta los chicos del billar han hecho un muñeco de nieve antes de entrar a tomarse sus copas, es algo poco elocuente.

Ayer, igual de imprevisible que siempre, faltó a su cita. Tuvo suerte, el bueno de Alvite. De haber acudido a mi llamada, habría conocido a aquel alma cándida que añadía a su copa de ron un par de lágrimas por palabra que balbuceaba. No es que sea atípico el encontrarse con alguien que, a fin de cuentas, tenga su corazoncito, pero sí que lo abra de par en par en un sitio como este. Aquel lamento de amor tan sólo lo escuchamos Leyre y yo, y por como ella le miraba, creo que no era la primera vez que lo hacía. Le faltan canas y le sobra pecho para ser como dice Alvite que es Ernie, pero si en Valladolid hay alguien con su magia, quizá sea ella, pues es ella quién consigue dar de madrugada ese ambiente a caballo entre el morbo y la compasión en La Lola's.
Supongo que, de escuchar tal paralelismo, Alvite lo consideraría descabellado, o incluso un insulto hacia su añorado Savoy. Para él, aquello era como un purgatorio de almas errantes, al cual faltaba limpieza para ser cielo y sobraba humo para ser infierno. Y es que incluso el infierno suele tener el ambiente menos cargado que el del Savoy.

Nunca he estado allí, pero dudo mucho que Ernie diste mucho de lo que él cuenta. Dice siempre Alvite que Loquasto no tiene suficientes virtudes como para ser considerado diablo, ni suficientes defectos como para que lo tomen por un santo; pero después de todo, bastante tiene con purgar almas diariamente mojando su trapo con licor cuarenta y tres, ¿no?

jueves, 15 de enero de 2009

El Rey Tiburón

Con este tema, rompo los esquemas musicales que hasta ahora había seguido. Sin embargo, no hay canción que mejor se ajuste con el texto anterior que esta, "El Rey Tiburón".

Enamorado de la vida

Sabes, chico, una vez estuve enamorado de verdad. Ella no era como aquellas chicas de las que siempre hablas, esas que ilustraban las historias de tu maestro. No, chico, ella no era tan glamourosa como aquellas mujeres que se maquilaban aprovechando las chispas que provocaban los disparos. Era una chica mundana. Guapa, pero del montón. Con buen cuerpo, sí, pero sin llamar demasiado la atención por ello. Sin embargo, por mi podría haber sido fea como un demonio, y con más carne que el dibujo de Homer Simpson, porque tenía algo mágico que seguro aún siendo así permanecería: Su mirada.

Antiguamente, trataban a las oráculos casi como diosas. En ocasiones, su belleza era tal que no se permitía siquiera mirar a la cara a chicas como ella. Eso me habría gustado hacer con ella, prohibir siquiera que dos ojos lascivos conectasen con una mirada como la suya. De haber podido, a aquel malnacido le habría arrancado las córneas y me habría hecho un collar con ellas. Sin embargo, tenía un gran problema: Era dos veces yo.

Tuvimos un pequeño escarceo antes de la aparición del hombre sin córneas. ¿He nombrado que tampoco tenía cerebro? Me refiero a él. Bueno, y también a ella, aunque es típico en el amor el preferir a alguien que te caliente y no a quién te entienda. Y es que eso hacía yo, entenderla, pero no tuvo ni eso en cuenta ni lo mucho que le demostraba que le quería.

Durante mucho tiempo fui un imbécil, más aún de lo que ahora soy. Deseando ser postre, no pasaba de segundo plato. Tenía que conformarme con las sobras, a la vez que ella desaprovechaba algo que no creo que sea tan poco apetitoso como quiso hacerme ver. Y es que aunque no parezca un plato apetecible, aquí donde me ves, antes de aquello solía dejar un buen sabor de boca.

Lo peor no fue ver tal desprecio, sino que fuese ella quién se sintiese agraviada cuando me di cuenta. Y es que sí, era imbécil, pero llegado el momento, hasta el musculitos ese si le hubiese arrancado las córneas como deseaba, habría visto que gustándome tanto el ron, lo único que habitualmente pagaba eran fantas, recibiendo a cambio sólo miradas, o en ocasiones ni eso.

No se lo reprocho, chico, ni le lloro ni tan siquiera un euro. Al que faltaban las córneas y una tercera neurona que ordenase una mente donde sólo había carreras entre sus dos hermanas, era yo. No era el único, es verdad, pero al fin y al cabo sí el verdadero culpable, porque a diferencia de ella y su amiguito, yo sí era capaz de saber que uno más uno suelen sumar dos.
Tardé en darme cuenta de aquello, pero lo hice. Nunca es tarde si la dicha es buena, dicen, y hoy mi dicha es mucha. Aquel desamor no dejó más que un vago recuerdo en el rincón de pendientes a olvidar, y un segundo plato ávido de algo que llevarse a la boca.

Es tanta la gula que me dejó, chico, que he vuelto a enamorarme un par de veces. La última, sin ir más lejos, este mediodía, aunque sé que ya luego se me pasará, en cuanto otro bombón luzca su envoltorio en las proximidades de esta mesa y moje los labios en ron. Eso dejó, chico, un hombre rácano que ya sólo paga su consumición, que busca siempre tener algo que llevarse a la boca y que cree en el amor. En el amor que tengo a mi propia vida.

miércoles, 14 de enero de 2009

My way

Frankie vivió a su manera. Puede que en el Savoy diese sensación de estrellado, pero lo cierto es que fue más bien una gran estrella, gracias a su voz.
Su voz ha sido, es, y será siempre, La Voz, por temas inolvidables como este "My way".

La Voz de la Experiencia

Sabes, muchacho, la vida no me trató mal.
Siempre tuve carácter suficiente para imponerme allá donde iba. Nada más nacer, impuse mi ley. Dejé el piso donde había vivido hasta entonces como si hubiese pasado por allí una banda de cuatreros. A todas las mujeres quise hacer únicamente mias, hasta mi madre. Por eso le hice sufrir tanto con mi nacimiento, para ser el único que allí había dejado su huella. Allí, y en el tímpano que le reventé como advertencia de que no consentiría escarceos con otros. Sí, nací mediante un parto difícil, pero ella se lo buscó. Mi madre fue mi primera mujer, pero no la última. No, se puede decir que mujeres no me faltaron.

Fui también un buen italiano en los años que corrían. Trabajaba allí donde los negros fuesen mercancía de igual valor al mio. Cuando mi valor era mayor, ayudaba a los mios; y cuando era menor, eran los de fuera los que me "ayudaban" a mi. Así forjé amistad con varios policías. Y ellos forjaron mi cuerpo a base de puntapiés.

Luego comencé en la música y, muchacho, fue ahí donde me gané el cielo. El que yo esté aquí es un error, un capricho de Hades. Pregunta al bueno de Al, yo siempre ayudaba a los mios. Fui un buen italiano, muchacho. Ayudé incluso a aquellos chicos de la "Oficina".
No eran malos tipos aquellos. Algunos, incluso, pese a ser de Jersey, iban a veces por el Savoy. Una noche, Ernie presentó a Moretti y a Lucky Luciano al bueno de Al. Al día siguiente Newman publicaba la descripción de los tres fiambres que les acompañaban en la mesa del fondo. También había descrito a los muertos que se disponían a degustarlos, aunque la descripción de estos era más triste y aburrida.

También conocí a JFK. Gracias a él, el fichero que de mi guardaba el FBI no tuvo mayor relevancia que el que yo mismo podría haber hecho sobre mis escarceos con el sexo opuesto, y gracias a haber hecho campaña para él. Y es que si de algo puedo presumir, muchacho, es de haber sido amigo de mis amigos y amante de mis amantes.
Me casé cuatro veces, y puedo presumir de haber estado con mujeres como Ava Gardner o Mia Farrow, o incluso de haber sido soportado por Marilyn Monroe. Qué gran pareja hacíamos. Ahora, sin embargo, el glamour ha dejado paso al postureo. Ahí tienes a los Beckham, o a Brad Pitt y Angelina Jolie. Antes, cualquier estrella podía cebarse como un gorrino y seguir siendo estrella. Hoy día hay incluso quién no come para evitar el defecar, ignorando que quizá sea su mierda aquello que más sustancia tiene en su personalidad.

Si de verdad quieres ser alguien, evita regímenes como ese. Decántate siempre por la democracia del comer, del beber y del procrear. Deja de lado, en definitiva, la dictadura del aparentar. Evita que tu mierda valga más que tus ideas, y no pierdas nunca la cabeza. Haz que sean los otros quienes la pierdan por ti, quienes se preocupen de tenerte como amigo o de temerte como enemigo. No permitas nunca que tu buen corazón provoque que tus ojos vean monstruos allí donde tan sólo hay molinos, y deja el jazz te escolte hasta las puertas del Averno.
Si dejas que el jazz te guíe, muchacho, el nivel de tu narrativa alcanzará tales cotas que incluso un niño de parvulario preferirá tu cálculo renal al "uno más uno son siete" del cálculo habitual en su aprendizaje.

martes, 13 de enero de 2009

Al otro lado del río

Si el Savoy se encuentra al otro lado del charco, bien podríamos decir que La Lola's Club se encuentra al otro lado del río.
Al otro lado del charco ganó esta canción un Oscar. Con "Al otro lado del río" ganó Jorge Drexler su premio más preciado: La posteridad.

Savoy, jazz y muerte

Tardé en encontrarlo. Más bien, se puede decir que él, como siempre imprevisible, me encontró a mi. Como no, en el Savoy, donde recibió mi invitación a La Lola's Club.
Afirmó el maestro Alvite tras conocer la existencia de La Lola's que a este club únicamente le separan del Savoy unas cuantas almas errantes y un par de charcos.
El primero, el Atlántico, es el que pone tierra de por medio entre Valladolid y Nueva York. El segundo, el de sangre, es el que recibe en el local de Ernie Loquasto a quienes entran con el único afán de encontrar la salida, y el que pone tierra de por medio entre el jazz y la muerte.

Y es que eso es el Savoy, un local a caballo entre el jazz y la muerte. Es difícil tachar a los mafiosos de personajes de novela negra sin que su arma percuta al instante tu sien.
Se suele decir que nada es verdad, y nada es mentira, sino que todo depende del color del cristal con qué se mira. En el Savoy, es preferible no mirarse en estos, ya que incluso el tocador del aseo de mujeres es capaz de fulminarte por un quítame allá ese pestañeo.

A los tipos de La Lola's, a lo máximo a lo que les llegan las agallas es para acariciarte con un taco del billar. Son hombres de todas las madres. Tipos que presumen de considerar las armas de fuego un juego de niños. Ilusos. No saben que los tipos del Savoy, algunos concebidos incluso sin precisar comadrona, e incluso madre, no presumen siquiera de un logro mayor. Ser capaces de acabar con la vida de uno con la pistola de agua con la que jugaba el hijo de su décima víctima.

Quién conozca el Savoy antes que La Lola's, sabrá que los matones descansan el domingo. Al volver a sus tareas, el lunes, está el ambiente tan cargado que incluso a veces el humo no deja ver la oscuridad.
En La Lola's, son Los Lunnis quienes no dejan ver el humo. Se debe esto a que son esos días aquellos en los que los padres abandonan a sus amantes en la cuarta copa para ejercer de tal arropando a sus hijos. Pecan, también aquí. Desconocen que los tipos del Savoy prefieren esos días abandonar a sus víctimas al décimo disparo para arropar al nuevo huérfano.

Y es que es el Savoy un lugar tan especial que incluso grandes estrellas del celuloide como Humphrey Bogart o Cary Grant han mezclado allí sus lágrimas con bourbon, por culpa de esa mujer que les miraba desde el fondo de la barra, atravesando los cuerpos de quienes bailaban.
Ría como una estrella o llore como un estrellado, nadie pasará nunca desapercibido en el Savoy. Ernie nunca negará consejo a un pesimista o escarnio a un escéptico. Ni Chester Newman dejará tampoco de hacerse eco de lo que aquellos benditos estrellados cuentan, o de las historias de esas malditas estrellas en su bloc de notas. Y es que el mayor pecado que en el Savoy se puede cometer es ser afortunado, pues son estos quienes suelen entrar con camisa y corbata y salir enfundados en un bonito pijama de pino en un lapso de tiempo menor al que Lorraine Webster emplea en emular a Sarah Vaughan y su "Misty".

Poco tiene que ver Jordi González con el savoir faire de Chester Newman, y menos aún se asemeja al carácter mujeriego y pendenciero de Sinatra la forma de ser de Julián Muñoz. La única manera que tendría de llamar la atención esa carnaza de prensa rosa en el local de la esquina sería recibiendo caricias con el taco después de haber injuriado a los tipos duros del lugar, o después de haberles mojado con líquido transparente esas camisas que el único color que reconocen es el del ron añejo que sus portadores disfrutan noche tras noche. Y es que en La Lola's poco importa que alguien entre con traje gris y salga con el alma más cristalina que el agua de las Bermudas, o con una vestimenta de ese mismo nombre. Lo único que importa es que si tiene una historia que contar, la cuente a la camarera o calle para siempre.

Fue muy benévolo con La Lola's el maestro Alvite cuando estableció sus diferencias con el Savoy. O muy parco. Y es que es esa característica, junto a su pesimismo, la que lo define. Como al Savoy le definen las manchas de sangre en el suelo y de carmín en los lavabos.

También, semanas atrás, podía caracterizarlo como un hombre esquivo. Como uno de esos tipos de La Lola's que te citan en el callejón para darte una paliza y en lugar de ello, acaba dándote un beso en la frente y las buenas noches. Ahora, sin embargo, acude a las citas como si estas fuesen con la muerte. El otro día, en una de ellas, ingenuo, le pregunté:
- Maestro Alvite, ¿realmente es preciso escribir en el retrete para que lo que de la mente brota parezca un cálculo renal?

Y de forma enigmática, respondió:
- Basta con que Frankie te guíe, muchacho. Pero por el camino ten en cuenta una premisa que él siempre recordaba. A cada paso que da el zorro, se acerca un poco más a la peletería.

lunes, 12 de enero de 2009

Y nos dieron las diez

No por vivir una mentira, deja de ser menos real la narrativa. Una narrativa como la del maestro Alvite, acompañada de una nocturnidad como la de este tema de otro maestro.

domingo, 11 de enero de 2009

Una narrativa de mentira

Leía recientemente al maestro Alvite en una entrevista. En ella, decía con gran acierto que cualquier narrativa lleva consigo parte de autobiografía, y parte de ensoñación.

Pese a tener su parte de razón, en ocasiones, y como si de una máquina se tratase, nos resulta más sencillo ofrecer contestaciones automáticas y que asemejan ser certeras que ofrecer la verdadera "narrativa".
Nos convertimos, pues, en una obra de otro. Soñamos lo que otros sueñan, y sentimos lo que otros sienten, únicamente por disfrazar una realidad, sea esta cual fuere.

Dice la canción que supone esto el disfrazar con cómicos atuendos las lágrimas que realmente se llevan dentro. Quién dice lágrimas, dice frustraciones, u otros sentimientos que pueden no ser agradables para el lector.
¿Por qué íbamos sino a plagiar la narrativa ideal de otro?

También, en ocasiones, es difícil para aquellos que somos dados a escribir el hecho de autodefinirnos, o hacerlo a imagen y semejanza de nuestros sueños.
Buscamos, con ahínco, el soltarnos de las cadenas de las ideas y ver las letras que estas proyectan en el mundo exterior, muchas veces en vano.
Ocurre, en ocasiones, que la rentabilidad es mayor si permanecemos resguardados en la caverna. Resulta más cómodo, por alguna razón que no alcanzo a entender (pese a topar yo mismo, ocasionalmente, con el pecado capital de la pereza en mi camino) permanecer en el interior de la cueva, viviendo - o escribiendo, según se tercie - una mentira.

Otras veces, las menos, es la simple carestía de estrellas la que nos lleva al ostracismo artístico. Y es que sale muy caro comprar una estrella en los tiempos que corren, llámese esta tiempo, llámese lucidez o llámese como se llame.
De este modo, pues, alcanzamos la frustración de ser capaces de autodefinirnos, pero por alguna razón, no de hacerlo como soñamos.

En uno de esos sueños, la noche pasada, lancé una plegaria al viento:
- Maestro Alvite, ¿donde te escondes? Los grilletes de mis carceleros son demasiado resistentes, no me permiten salir de la cueva; y las yemas de mis dedos no logran plasmar lo que mis ideas pretenden.
Allí donde estés, ¿no puedes tú enviarme una estrella… o una lima?

Y el viento, de forma enigmática, respondió:
- Qué cada cual viva su propia narrativa… o su propia mentira.