domingo, 11 de enero de 2009

Una narrativa de mentira

Leía recientemente al maestro Alvite en una entrevista. En ella, decía con gran acierto que cualquier narrativa lleva consigo parte de autobiografía, y parte de ensoñación.

Pese a tener su parte de razón, en ocasiones, y como si de una máquina se tratase, nos resulta más sencillo ofrecer contestaciones automáticas y que asemejan ser certeras que ofrecer la verdadera "narrativa".
Nos convertimos, pues, en una obra de otro. Soñamos lo que otros sueñan, y sentimos lo que otros sienten, únicamente por disfrazar una realidad, sea esta cual fuere.

Dice la canción que supone esto el disfrazar con cómicos atuendos las lágrimas que realmente se llevan dentro. Quién dice lágrimas, dice frustraciones, u otros sentimientos que pueden no ser agradables para el lector.
¿Por qué íbamos sino a plagiar la narrativa ideal de otro?

También, en ocasiones, es difícil para aquellos que somos dados a escribir el hecho de autodefinirnos, o hacerlo a imagen y semejanza de nuestros sueños.
Buscamos, con ahínco, el soltarnos de las cadenas de las ideas y ver las letras que estas proyectan en el mundo exterior, muchas veces en vano.
Ocurre, en ocasiones, que la rentabilidad es mayor si permanecemos resguardados en la caverna. Resulta más cómodo, por alguna razón que no alcanzo a entender (pese a topar yo mismo, ocasionalmente, con el pecado capital de la pereza en mi camino) permanecer en el interior de la cueva, viviendo - o escribiendo, según se tercie - una mentira.

Otras veces, las menos, es la simple carestía de estrellas la que nos lleva al ostracismo artístico. Y es que sale muy caro comprar una estrella en los tiempos que corren, llámese esta tiempo, llámese lucidez o llámese como se llame.
De este modo, pues, alcanzamos la frustración de ser capaces de autodefinirnos, pero por alguna razón, no de hacerlo como soñamos.

En uno de esos sueños, la noche pasada, lancé una plegaria al viento:
- Maestro Alvite, ¿donde te escondes? Los grilletes de mis carceleros son demasiado resistentes, no me permiten salir de la cueva; y las yemas de mis dedos no logran plasmar lo que mis ideas pretenden.
Allí donde estés, ¿no puedes tú enviarme una estrella… o una lima?

Y el viento, de forma enigmática, respondió:
- Qué cada cual viva su propia narrativa… o su propia mentira.

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