jueves, 22 de enero de 2009

Banda sonora

"En La Lola's suena jazz, pero no es el jazz su banda sonora. La banda sonora del local no existe, sino que cada alma errante que allí entra tiene su propia BSO.
En la Lola's suena jazz, pero también suena pop, indie, música latina, o incluso rap. No suena, sin embargo, pachangueo alguno, ni mucho menos reggaeton.
En La Lola's Club tienen sitio sólo aquellos cuya banda sonora estimule un canto, un llanto, o un lamento. Tienen sitio aquellos no que tengan una historia que contar, sino que den lugar a una historia contada. Eso es lo que diferencia a mi local del Savoy, chico. Eso, y que en el local de la Gran Manzana, llamar a alguien por su nombre de pila puede provocar que te vacíen el cargador de un arma encima, mientras que aquí el no hacerlo puede provocar que te conecten a la corriente para cargarte las pilas".

Al bueno de John no le faltaba razón. Llevaba demasiado tiempo sólo como para saber que no necesitaba a nadie. Demasiado tiempo a cargo de La Lola's, como para considerarse una voz autorizada a hablar de qué era en realidad aquello que, sin ser nada especial, era considerado para quién por allí transitaba como un lugar de culto a la vida bohemia.

Tenía razón también cuando decía que en La Lola's Club, como Obama, todos tenían su propia banda sonora original. Gracias a lo que con el local había conseguido, y a que es él el mayor de los bohemios que por allí transitan, puede decirse que su mejor definición se encuentra en el tema "El Rey".
Tampoco el jazz habla de ninguno de los chicos del billar. Dice siempre John que ellos son como el rock duro, fuertes e intensos, pero que sus letras llaman a la razón. Como es obvio, a la razón de la que todos sabemos que carecen, pues consideran que esta está reñida con las caricias de sus mayores amores, sus tacos de billar.

Al igual que al dueño del local, a "Las Tres Desgracias" también podría definírselas con una canción. Inspirándonos en la letra, todos hemos pensado alguna vez en tintarles el cristal del espejo gastado en el que tanto se miran, o que eran estas un tumor del club, aunque en el fondo, todos las queremos. ¿De quién nos reiríamos si no de ellas?

Leyre, mientras, es sensual como un tango, y para algunos, sexual como el jazz. En lenguaje alvitiano (a quién, por cierto, le sienta Sabina mejor que a Scarlett Johansson sus habituales palabra de honor encarnados), sería ella un nueve largo encubierto en la imberbe apariencia de un mediocre seis, a quién el sonido de un saxo haría más justicia que cualquier falda corta.

Gustavo y Juan, esa extraña pareja. Más de una vez han compartido mesa, barra, cogorza o servicio. Sin embargo, para nada comparten una definición musical. A Juan le define cualquier canción que hable de una puta y un bobo, mientras que para templar el temperamento de Gustavo, en ocasiones, sería preciso el new age de Yanni o Sakya Tashi Ling.

A Marco quizá le pegue más algo del gran Riki López, como "un hombre despechado". Es lo más justo, teniendo en cuenta que habla y actúa con respecto a esos tres frutos de su pasado como si fuesen ex novias que le hubiesen llevado a la infelicidad, a las drogas, o a ambas cosas.

Pedro es ingenuo como un grupo de indie. Escribe sus artículos como si no existiese maldad en el mundo, o como si hubiese acabado de colocarse con una raya de azúcar siendo diabético.

Yo, mientras, soy indefinible. Únicamente soy un mero espectador de lo que en La Lola's ocurre, un mero oyente de lo que allí se cuenta, una mera nota de ese saxofón cuya alma se asemeja a un nueve largo.

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