martes, 13 de enero de 2009

Savoy, jazz y muerte

Tardé en encontrarlo. Más bien, se puede decir que él, como siempre imprevisible, me encontró a mi. Como no, en el Savoy, donde recibió mi invitación a La Lola's Club.
Afirmó el maestro Alvite tras conocer la existencia de La Lola's que a este club únicamente le separan del Savoy unas cuantas almas errantes y un par de charcos.
El primero, el Atlántico, es el que pone tierra de por medio entre Valladolid y Nueva York. El segundo, el de sangre, es el que recibe en el local de Ernie Loquasto a quienes entran con el único afán de encontrar la salida, y el que pone tierra de por medio entre el jazz y la muerte.

Y es que eso es el Savoy, un local a caballo entre el jazz y la muerte. Es difícil tachar a los mafiosos de personajes de novela negra sin que su arma percuta al instante tu sien.
Se suele decir que nada es verdad, y nada es mentira, sino que todo depende del color del cristal con qué se mira. En el Savoy, es preferible no mirarse en estos, ya que incluso el tocador del aseo de mujeres es capaz de fulminarte por un quítame allá ese pestañeo.

A los tipos de La Lola's, a lo máximo a lo que les llegan las agallas es para acariciarte con un taco del billar. Son hombres de todas las madres. Tipos que presumen de considerar las armas de fuego un juego de niños. Ilusos. No saben que los tipos del Savoy, algunos concebidos incluso sin precisar comadrona, e incluso madre, no presumen siquiera de un logro mayor. Ser capaces de acabar con la vida de uno con la pistola de agua con la que jugaba el hijo de su décima víctima.

Quién conozca el Savoy antes que La Lola's, sabrá que los matones descansan el domingo. Al volver a sus tareas, el lunes, está el ambiente tan cargado que incluso a veces el humo no deja ver la oscuridad.
En La Lola's, son Los Lunnis quienes no dejan ver el humo. Se debe esto a que son esos días aquellos en los que los padres abandonan a sus amantes en la cuarta copa para ejercer de tal arropando a sus hijos. Pecan, también aquí. Desconocen que los tipos del Savoy prefieren esos días abandonar a sus víctimas al décimo disparo para arropar al nuevo huérfano.

Y es que es el Savoy un lugar tan especial que incluso grandes estrellas del celuloide como Humphrey Bogart o Cary Grant han mezclado allí sus lágrimas con bourbon, por culpa de esa mujer que les miraba desde el fondo de la barra, atravesando los cuerpos de quienes bailaban.
Ría como una estrella o llore como un estrellado, nadie pasará nunca desapercibido en el Savoy. Ernie nunca negará consejo a un pesimista o escarnio a un escéptico. Ni Chester Newman dejará tampoco de hacerse eco de lo que aquellos benditos estrellados cuentan, o de las historias de esas malditas estrellas en su bloc de notas. Y es que el mayor pecado que en el Savoy se puede cometer es ser afortunado, pues son estos quienes suelen entrar con camisa y corbata y salir enfundados en un bonito pijama de pino en un lapso de tiempo menor al que Lorraine Webster emplea en emular a Sarah Vaughan y su "Misty".

Poco tiene que ver Jordi González con el savoir faire de Chester Newman, y menos aún se asemeja al carácter mujeriego y pendenciero de Sinatra la forma de ser de Julián Muñoz. La única manera que tendría de llamar la atención esa carnaza de prensa rosa en el local de la esquina sería recibiendo caricias con el taco después de haber injuriado a los tipos duros del lugar, o después de haberles mojado con líquido transparente esas camisas que el único color que reconocen es el del ron añejo que sus portadores disfrutan noche tras noche. Y es que en La Lola's poco importa que alguien entre con traje gris y salga con el alma más cristalina que el agua de las Bermudas, o con una vestimenta de ese mismo nombre. Lo único que importa es que si tiene una historia que contar, la cuente a la camarera o calle para siempre.

Fue muy benévolo con La Lola's el maestro Alvite cuando estableció sus diferencias con el Savoy. O muy parco. Y es que es esa característica, junto a su pesimismo, la que lo define. Como al Savoy le definen las manchas de sangre en el suelo y de carmín en los lavabos.

También, semanas atrás, podía caracterizarlo como un hombre esquivo. Como uno de esos tipos de La Lola's que te citan en el callejón para darte una paliza y en lugar de ello, acaba dándote un beso en la frente y las buenas noches. Ahora, sin embargo, acude a las citas como si estas fuesen con la muerte. El otro día, en una de ellas, ingenuo, le pregunté:
- Maestro Alvite, ¿realmente es preciso escribir en el retrete para que lo que de la mente brota parezca un cálculo renal?

Y de forma enigmática, respondió:
- Basta con que Frankie te guíe, muchacho. Pero por el camino ten en cuenta una premisa que él siempre recordaba. A cada paso que da el zorro, se acerca un poco más a la peletería.

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