viernes, 16 de enero de 2009

Las Tres Desgracias

Hoy me he acordado mucho de Frankie. Nada más entrar en La Lola's, me vino a la mente aquello que él me dijo cuando fui a visitarlo. Y es que en la esquina opuesta a la mesa de billar había tres sujetos curiosos. Tres personajes de esos a los que Sinatra se había referido, esa gente que en busca del glamour, no come por no defecar.
No conocí a Ava Gardner, Mia Farrow o Marilyn Monroe, pero sabía que aquellos sujetos no se parecían, ni de lejos, a ellas tres, aunque así lo creyesen. Al solía hablarme del encanto de Lorraine Webster. Tampoco creo que a ella se pareciesen.
A decir verdad, aunque así se sintiesen, más que "Las Tres Gracias", parecían aquellas insulsas "Las Tres Desgracias". Hasta las tres gordas del cuadro eran más gráciles que esas tres arpías. Los chicos del billar, de ser preguntados, seguramente contestasen que no las tocarían ni con un palo con la punta ardiendo y aderezada con tropezones de bosta bovina.

En la barra me encontré con un hombre que, entre sorbo y sorbo, las miraba y se reía. Decía haber compartido algunos momentos de su vida con ellas.
Según él, cuando las conoció, sus mentes tenían diez años más que sus cuerpos. Ahora, saltaba a la vista que eran sus cuerpos quienes aventajaban en una década a sus mentes. Pretendieron madurar pronto, y lo que lograron fue envejecer demasiado deprisa.

Aún así, aquel hombre no parecía compadecerlas. De hecho, se refería a ellas tres como "La Hipotenusa", "La Silla" y "el Señor Andrés".
No es que esta última gastase mostacho, ni tampoco que fuese demasiado varonil, sino que solía buscar en la gente el mero provecho. "Polo pan baila o can", aseveró una de las allí presentes con su acento gallego. "Por el interés te quiere Andrés", tuve que traducir al resto de oyentes de tan peculiar escarnio.
Con cierto desprecio, a la de en medio la llamaba "La Silla". Decía de ella que su materia gris y su personalidad eran del mismo tamaño que las de un mueble. Con la espalda recta y estirada, daba la sensación de que si alguien se le sentase encima, lo máximo que podría recibir como respuesta sería el chasquido de la madera carcomida, salvo que "La Hipotenusa" alzase la voz.
Era "La Hipotenusa" la más llamativa de las tres. Mientras "el Señor Andrés" buscaba encubrir con esa falsa sonrisa que en ocasiones esbozaba y con su sociabilidad algo a caballo entre el Fuhrer y un malo de una película de Marvel cualquiera y "La Silla" era casi un mueble más de La Lola's Club, la tercera en discordia daba la sensación de que era de esos animales a los que hay que dar de comer aparte.
Decía aquel hombre que en su juventud, muchas veces se la veía acompañada de dos catetos cuadrados. Es obvio, pues, que su apodo provenía de un juego de palabras entre el tamaño físico de aquellos aplaude-bobos que besaban por donde ella pisaba y su forma de ser respecto de terceros.

Yo, la verdad, sé poco de matemáticas, pero creo recordar que la hipotenusa es el lado más largo del triángulo, algo que de entre las tres, saltaba a la vista que así era. También era su tono de voz más alto de entre las tres, y también ella parecía ser quién más destacaba. Sin embargo, tampoco tiene mucho mérito ser el lado más largo de un triángulo cuando los otros dos que lo acompañan parecen más bien ser los lados más cortitos de un rectángulo.

La verdad, a mi sí acabaron dándome pena. Pobres. Aquel hombre había llegado a La Lola's Club abrazando una maceta de cizaña. Seguro que estando en manos de cualquier santo, preferiría este ser demonizado haciendo un favor al mundo no dándoles qué hablar por medio de las miradas (de las que ellas se reían, creyéndose más monas que Chita y más divinas que Audrey Hepburn), sino dándoles sentido a su vida dándoles un abrazo a ellas guadaña en mano.

Definitivamente, Frankie tenía razón. Mucha aparente sabiduría y mucho postureo, y resulta que, tal y como él decía, sí existe ese tipo de gente cuyo valor es menor que el de su propia mierda. La muestra, en aquella mesa de La Lola's Club.

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