martes, 20 de enero de 2009

Fauna jazzística

La gente no suele bailar en La Lola's Club. La música, habitualmente, invita a ello, pero lo más similar a un baile que se produce no es al son de la música, sino de una victoria en el billar. Aunque antiestéticos, también pueden considerarse proyectos de baile los resbalones que se producen cuando los borrachos dejan de llenar sus bocas de alcohol para inundar el suelo con este. Y es que muchas veces, hay demasiadas aves carroñeras ávidas de sangre como para sólo hacer el amago de agarrarse al palo de la escoba.

Si eres hombre, corres el riesgo de entrarle por el ojo a alguna de Las Tres Desgracias, o de hacerlo por el rabillo de su campo visual. A mi, personalmente, me es indiferente esto último. Al contrario, casi prefiero que las miradas sean de superioridad a que en ellas se vea la lascivia que en ocasiones les embarga.

Mientras, si eres mujer, puedes darte por jodida. Mientras los radares de los chicos del billar no se activan con la presencia de ningún hombre que no forme parte de la partida, lo hacen por sistema cuando es una mujer quién mueve sus caderas a lo largo y ancho del local. Existen, tras ello, dos opciones. Si esas caderas se prestan anchas, dirigen sus miradas a la mesa donde se encuentran Las Tres Desgracias, buscando miradas cómplices favorables al escarnio, y si son largas, se juegan a "piedra, papel y tijera" quién será el que intente atraer a la dama a la mesa mediante gruñidos.
Normalmente, este ritual es tan llamativo, que las mujeres huyen despavoridas. De no ser así, sufrirán igualmente el escarnio de las ínclitas si se acercan al resto de chicos o verán su voluntad sometida a la de palo de escoba si se niegan a hacerlo.

Estos comportamientos, casi instintivos, sería dignos de formar parte de los estudios sobre fauna ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente si este todavía viviese, y también si fuese capaz de permanecer cuerdo viendo actos que si bien son habituales a lo largo de las cadenas montañosas españolas, no lo son tanto allí donde, en teoría, debería primar la razón.

No es que yo sea un visionario, o que quiera compararme con quién tan ingentes estudios ha realizado sobre los animales de la península, pero para ser sincero, a su obra le han faltado un par de copas en La Lola's Club para poder considerarse completa. Tampoco le culpo. Hasta yo preferiría observar el ritual de apareamiento del lince ibérico en lugar de ver como cabestros bípedos se pavonean como lo hacen por recordar durante unos segundos qué es un orgasmo. Tampoco sería completa mi observación si no le reconociese mérito a uno de esos bípedos. Él, al menos, puede recordar desde hace un tiempo que hay sexo más allá de "El Solitario", aunque a qué precio. Mil bancos robaría, si fuese preciso, a cambio de evitar que el "Señor Andrés" me susurrase al oído que iba a proceder a echarme unos polvitos mágicos, y no precisamente en mi copa de ron.

La gente no baila en La Lola's Club. Lástima. Quizá, de hacerlo, conseguirían dejar atrás el merecimiento de ser incluidos en "Fauna Ibérica" y poder considerarse, a todos los efectos y como los tipos del Savoy y sus acompañantes, fauna jazzística.

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