Al llegar a La Lola's, era John quién estaba detrás de la barra. Había pasado ya la hora de entrada de Leyre, pero a esta no se la veía por ningún lado. Al poco, esta circunstancia cambió, pero por desgracia, fue John quién siguió emulando a Ernie Loquasto hasta el final de la noche, aunque quizá fuese ello sin pretenderlo.
Poco rato después de arribar yo, lo hizo ella, y los allí presentes comprendimos la razón por la cual, nada más entrar, John le comunicó que le daba la noche libre. No se dio ello porque quisiera ser como aquel de quién tanto Alvite nos tiene hablado. Nada más lejos. Se debía a su compañía. No es que el no estar sólo sea motivo por el cual dar descanso a un empleado, es que su compañía era una manifiesta tristeza.
Algo debía pasarle a la guapa camarera para mostrarse tan mustia en un día tan soleado. Nadie en el local la había visto nunca así, ni cuando viene de tener otro desencuentro con aquel a quién ama. Posiblemente, ni tan siquiera el propio Juan la viese jamás acompañada de nadie que no fuese él, ni tampoco abrazada a un extraño como lo era aquel sentimiento en su rostro. Hasta ese momento, en La Lola's, Leyre siempre había sido la única capaz de mantener la compostura, pero ayer parecía no ser capaz siquiera de mantenerse en pie sin apoyarse en su tristeza.
Antes de irse, acudió al camerino de su ya casi inseparable amiga Irene. Luego, esta salió, por primera vez desde su llegada a nuestras borracheras, con retraso. Lo hizo, también por primera vez, vestida de negro. Cantó primero en silencio, en honor alguien, dijo, era demasiado querido para Leyre como para obviar sus sentimientos y encubrirlos sonriendo sin querer y sirviendo a una panda de borrachos. Dadas las explicaciones sobre porqué era ayer John quién nos servía, una lágrima asomó por sus lacrimales. Antes siquiera de que esta se deslizase por su mejilla, comenzó a cantar una canción sobre la inmortalidad. Una canción que, sin duda alguna, me hizo pensar.
Al contrario que ella, puedo presumir de no haber perdido a ningún ser querido en bastante tiempo, y lo cierto es que a aquel a quién perdí, todavía me lo encuentro en ocasiones. Por desgracia, desde aquel fatídico día, sólo lo hago en mi mente. Aquello me hizo recapacitar, como ayer el ver su sonrisa apagada o fuera de cobertura. Y es que cuando la muerte aparece, el teléfono de aquel con quién luego se esfuma comunica por toda la eternidad. En esa eternidad me hizo pensar la canción que Irene cantaba.
Fue justamente una llamada lo que por aquel entonces me hizo divagar sobre la inmortalidad. No puede decirse que antes fuese manifiestamente creyente, pero de creer en algo, aquello puede considerarse el principio del fin de mi religiosidad. Sí comencé, pese a ello, a pensar en la durabilidad del alma, no como algo existente en otra dimensión o gracias a un ser superior, sino en algo permanente y coetáneo a mi propia mente.
Quizá, pese a la canción que Irene entonaba, lo inmortal no exista. O puede que sí. Puede que la existencia de Las Tres Desgracias algún día se extinga, como también se extinguirá la de Marco y su cizaña; o puede que unos y otros permanezcan.
Es más que probable que, en algún momento, como ese chico que apareció muerto el otro día en el callejón, dejen de existir. Sin embargo, no creo en ello como algo coetáneo a la última calada de ese cigarro de vida. Es más que probable que Las Tres Desgracias no sean inmortales, y que tampoco Marco y su cizaña lo sean. Sin embargo, lo serán mientras sus recuerdos permanezcan, como permanece el de ese ser querido que perdí, o el de aquel al que Leyre despide hoy entre lágrimas. Puedo parecer un iluso, o quizá un idealista, pero lo cierto es que creo en la inmortalidad del alma mientras permanezca vivo el recuerdo.
Lo cierto es que, fuera de mi mente, no he vuelto a ver jamás a aquel ser querido que perdí. Tampoco Leyre volverá a ver a quién hoy llora. Y qué. Ambos viven en nuestras mentes, y ahí vivirán hasta que nuestras muertes lo desalojen.
Hoy entiendo su dolor, como en su día entendía el mio propio. Hoy entiendo que no conciba nada más que sus lágrimas, como espero mañana entienda aquello de lo que hablo. Mañana, espero, vendrá Leyre acompañada, pero no de la tristeza, sino del recuerdo. De ese recuerdo que, como el mio, mantiene vivo a ese ser querido. Mañana, espero, vendrá Leyre acompañada de su sonrisa, esa que sólo con divisarla, ilumina frecuentemente las mentes oscuras y sin luces de esta panda de borrachos a quién hoy Irene canta hablando de inmortalidad.
viernes, 6 de marzo de 2009
jueves, 5 de marzo de 2009
Rey Sol
Hoy, pese al viento, el frío, y ese puñado de copos de nieve, vuelve a estar soleado.
Hoy, pese a que a mucha gente disfruta del Sol, yo vuelvo a maldecir a la climatología.
Hoy, el Sol es menos dañino para mis ánimos escuchando esta canción:
Hoy, pese a que a mucha gente disfruta del Sol, yo vuelvo a maldecir a la climatología.
Hoy, el Sol es menos dañino para mis ánimos escuchando esta canción:
Astro Rey
Se aproxima la llegada de la primavera. No hay más que ver días como el de hoy. Corren malos tiempos para la lírica, chico. Y es que ningún pesimista bohemio que se precie escribirá jamás un poema al Sol o a las flores. Escribirá, a lo sumo, al polen, y no precisamente a aquel que proviene de los pétalos, sino a ese que provoca alucinaciones y del que tanto gustan algunos de los chicos del billar.
Otros, los menos, no precisan de polvos mágicos para elevarse a los altares del alucinantismo. Les basta con sentirse importantes siendo ellos los cortejados por las tres cortesanas de enfrente, o viendo como estas se convierten en animales de corte en comparación con quién les emborracha noche tras noche o con quién ameniza sus cogorzas con esas canciones que luego ellos balbucean de camino a casa.
A mi, la verdad, estos días sólo me invitan a beber más, y no porque la deshidratación sea mayor, sino porque es mayor la animadversión que tengo a la climatología. Con lo bonita que es la sensación de llegar a nuestro rincón húmedo, y tiene que comenzar ahora el astro rey a asomar la cabeza. ¡A la guillotina lo mandaba yo, coño! Y es que son los días como el de hoy en los que los republicanos debían aflorar para pedir la vuelta del mal tiempo, aunque por ello se volviesen, a la larga, mustios.
No creas que tengo nada en contra de los republicanos, chico. Yo soy claramente monárquico, pero al fin y al cabo, su forma de concebir el estado es la misma que la mia, con el matiz de la familiaridad.
A la Familia Real, al menos, podemos considerarla como parte de nuestra familia. El que los mantengamos no es nada contra lo que revelarse. Después de todo, tampoco he conocido nunca a mis tíos de Argentina, y no por ello hemos dejado de mandarle todos los años la típica postal navideña. Y qué que vivan de nuestros impuestos. Prefiero concebir a la Familia Real como mi familia que a un presidente de una República como a una de esas novias que sólo te quiere por tu dinero.
Seas rico o pobre, el que el rey nos sangre no dista mucho del enviar postales a familiares lejanos, o del hacer un costoso regalo de boda a la prima de la mujer de tu hermano. Al menos al rey puedes verlo una vez al año, a la hija del hermano de tu suegra, ni eso.
En cambio, el que el mantenido de turno sea uno diferente cada cierto tiempo, no sé a ti, pero a mi me hace sentirme un poco como la Pantoja. El presidente de la República es, para mi, como las novias de Paquirrín. Hoy el pueblo se decanta por un hombre y su familia a los que debes mantener, como Kiko se decanta por la Choni de turno; y mañana, cuando la Choni deja la jefatura del Estado, o cuando el presidente abandona a Kiko, el único recuerdo que te queda de ese que de ti ha vivido es que, aún habiéndole maldicho mil veces y aún acordándose otras mil de su madre, vivirá de por vida a cuenta tuya, bien por el sueldo vitalicio de turno, o bien por enseñar sus tetas en la portada de Interviú.
Sí, lo sé. Estarás pensando en que peor ha sido siempre la situación de la Iglesia. Sin embargo, sabrás eso de que la religión es el opio del pueblo. Por ello, con la religión no me meto. Jamás me han gustado los curas ni he probado las drogas. No creo que estas me gustasen, del mismo modo que nunca se me ocurriría probar de una novicia más que sus dulces elaborados.
Pensándolo bien quizá deje el alcohol y empiece yo también a dedicarme al rezo. No fumo, ni frecuento compañías femeninas, pero el ron me hace delirar. Al Sol puedo culparle de que por su culpa asquee la astrología, pero jamás podré culparle por las estupideces que balbuceo.
O a lo mejor, más que en dejar el alcohol y dedicarme al rezo, la cuestión estará en que empiece a fumar y deje que cualquiera de aquellas tres zorras trate con mi noble corcel.
No sé, chico. Cuando vuelva la climatología bohemia, creo que decidiré qué hacer. Por lo pronto, no soy republicano pero, ¡me cago en el Astro Rey!
Otros, los menos, no precisan de polvos mágicos para elevarse a los altares del alucinantismo. Les basta con sentirse importantes siendo ellos los cortejados por las tres cortesanas de enfrente, o viendo como estas se convierten en animales de corte en comparación con quién les emborracha noche tras noche o con quién ameniza sus cogorzas con esas canciones que luego ellos balbucean de camino a casa.
A mi, la verdad, estos días sólo me invitan a beber más, y no porque la deshidratación sea mayor, sino porque es mayor la animadversión que tengo a la climatología. Con lo bonita que es la sensación de llegar a nuestro rincón húmedo, y tiene que comenzar ahora el astro rey a asomar la cabeza. ¡A la guillotina lo mandaba yo, coño! Y es que son los días como el de hoy en los que los republicanos debían aflorar para pedir la vuelta del mal tiempo, aunque por ello se volviesen, a la larga, mustios.
No creas que tengo nada en contra de los republicanos, chico. Yo soy claramente monárquico, pero al fin y al cabo, su forma de concebir el estado es la misma que la mia, con el matiz de la familiaridad.
A la Familia Real, al menos, podemos considerarla como parte de nuestra familia. El que los mantengamos no es nada contra lo que revelarse. Después de todo, tampoco he conocido nunca a mis tíos de Argentina, y no por ello hemos dejado de mandarle todos los años la típica postal navideña. Y qué que vivan de nuestros impuestos. Prefiero concebir a la Familia Real como mi familia que a un presidente de una República como a una de esas novias que sólo te quiere por tu dinero.
Seas rico o pobre, el que el rey nos sangre no dista mucho del enviar postales a familiares lejanos, o del hacer un costoso regalo de boda a la prima de la mujer de tu hermano. Al menos al rey puedes verlo una vez al año, a la hija del hermano de tu suegra, ni eso.
En cambio, el que el mantenido de turno sea uno diferente cada cierto tiempo, no sé a ti, pero a mi me hace sentirme un poco como la Pantoja. El presidente de la República es, para mi, como las novias de Paquirrín. Hoy el pueblo se decanta por un hombre y su familia a los que debes mantener, como Kiko se decanta por la Choni de turno; y mañana, cuando la Choni deja la jefatura del Estado, o cuando el presidente abandona a Kiko, el único recuerdo que te queda de ese que de ti ha vivido es que, aún habiéndole maldicho mil veces y aún acordándose otras mil de su madre, vivirá de por vida a cuenta tuya, bien por el sueldo vitalicio de turno, o bien por enseñar sus tetas en la portada de Interviú.
Sí, lo sé. Estarás pensando en que peor ha sido siempre la situación de la Iglesia. Sin embargo, sabrás eso de que la religión es el opio del pueblo. Por ello, con la religión no me meto. Jamás me han gustado los curas ni he probado las drogas. No creo que estas me gustasen, del mismo modo que nunca se me ocurriría probar de una novicia más que sus dulces elaborados.
Pensándolo bien quizá deje el alcohol y empiece yo también a dedicarme al rezo. No fumo, ni frecuento compañías femeninas, pero el ron me hace delirar. Al Sol puedo culparle de que por su culpa asquee la astrología, pero jamás podré culparle por las estupideces que balbuceo.
O a lo mejor, más que en dejar el alcohol y dedicarme al rezo, la cuestión estará en que empiece a fumar y deje que cualquiera de aquellas tres zorras trate con mi noble corcel.
No sé, chico. Cuando vuelva la climatología bohemia, creo que decidiré qué hacer. Por lo pronto, no soy republicano pero, ¡me cago en el Astro Rey!
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
miércoles, 4 de marzo de 2009
Al olvido
Es justo que, hablando de olvidos, recurra a una canción como esta. Es difícil hablar de olvido y recordar un buen tema que trate sobre ello. No lo es tanto recordar este tema y considerarlo una gran canción.
Olvidando a Olvido
Sé que suena paradójico, pero esa chica a la que soy incapaz de olvidar se llama Olvido. Ya, ya sé que muchas veces he dicho que después de lo suyo, únicamente he sido capaz de enamorarme de mi propia vida, y también que a las mujeres que mi cama frecuentan las olvido con la misma facilidad que pronuncio su nombre.
No sé, chico. Ya no pago fantas. Ahora sólo bebo ron. No soy ya ese idiota que la quiere a morir. Simplemente, de vez en cuando pienso en dejar el alcohol por algo más dulce que el fondo de esta copa. Y eso dulce es ella. Ya, ya sé que lo he pasado mal, y creeme, todavía en ocasiones tengo mis malos momentos, y vuelvo a sentir por ella Dios sabe qué. Como esos enamoramientos que sufro hacia otras, al poco se me pasa, pero quiero pensar que el que en ella piense, en ocasiones, no es indicativo de algo.
El caso es que, se llama Olvido, y sin embargo, de ella muchas veces me acuerdo. La recuerdo en casi cada canción que Irene canta. Casi en cada cartel que por la calle veo en el cual salga algo que tenga que ver con amor o sucedáneos. La recuerdo en casa, en cada foto que guardo, o en cada carta que me escribió y que todavía, en ocasiones, leo. Sé que suena paradójico, pero aún cuando quiero olvidar, no puedo sino recordar.
Estoy enamorado de la vida, chico, pero ella dejó una huella imborrable. Por olvidarla, sería capaz de arrojar mi corazón en un cazo lleno de lejía. Viajaría a Milán en busca de la mayor goma de borrar. Borraría de mi esos recuerdos inolvidables de Olvido de cualquier manera posible que no conllevase el suicidio. Hasta en ello tengo pensado, no creas. He declinado la oferta de mi serpiente no por no tentadora, sino por miedo a tener que purgar mi alma como fantasma en su casa.
Has escuchado bien. Tengo una serpiente. Es mi fiel compañera desde que ella me envió al rincón de su olvido. La compré con la esperanza de que se comiese a aquella enorme rata que me la arrebató. Se lo propuse, pero la idea no cuajó. En cuanto supo de la existencia del dos neuronas, se hizo vegetariana. Antes de su llegada pensaba hacerme budista, ahora incluso me planteo el hacerme seminarista. He dejado los mantras por la inseminación de mis mantas, y todo porque, por culpa de mi serpiente, he olvidado que ningún rezo hare krisknaar me hará olvidar que, aún no siendo buena, sí fue la mejor.
Eso es lo que me separa del seminario, chico. Podría purgar mis pecados, pero nunca olvidar la tentación no ya de morder la manzana envenenada que mi pecaminosa serpiente me ofrece, sino de buscar en otra mujer el pecar como con ella pecaba y el olvidar, por fin, a Olvido.
Quizá siendo hare krisknaar pudiera hacerlo. También los budistas pecan, pero dudo mucho que en el budismo represente una serpiente lo que en el catolicismo. Quizá por mis mantra se compadeciese de mi Buda como Dios no lo hace y dejase mi serpiente de representar el recuerdo de algo que pretendo olvidar. Puede que, de ser budista, lograse concentrarme en no pecar. No creo, sin embargo, que siquiera el más efectivo de los tantras escritos lograse hacerme dejar de recordar.
Lo sé. Suena paradójico que permanezca siempre en mi el recuerdo de una Olvido. Creeme, chico, mil opciones he barajado, y mil religiones he profesado. Sin embargo, y aunque me pese, he de reconocer que sólo la de mi Diosa serpiente he abrazado. Aunque me pese, chico, a todas menos a Olvido he olvidado.
No sé, chico. Ya no pago fantas. Ahora sólo bebo ron. No soy ya ese idiota que la quiere a morir. Simplemente, de vez en cuando pienso en dejar el alcohol por algo más dulce que el fondo de esta copa. Y eso dulce es ella. Ya, ya sé que lo he pasado mal, y creeme, todavía en ocasiones tengo mis malos momentos, y vuelvo a sentir por ella Dios sabe qué. Como esos enamoramientos que sufro hacia otras, al poco se me pasa, pero quiero pensar que el que en ella piense, en ocasiones, no es indicativo de algo.
El caso es que, se llama Olvido, y sin embargo, de ella muchas veces me acuerdo. La recuerdo en casi cada canción que Irene canta. Casi en cada cartel que por la calle veo en el cual salga algo que tenga que ver con amor o sucedáneos. La recuerdo en casa, en cada foto que guardo, o en cada carta que me escribió y que todavía, en ocasiones, leo. Sé que suena paradójico, pero aún cuando quiero olvidar, no puedo sino recordar.
Estoy enamorado de la vida, chico, pero ella dejó una huella imborrable. Por olvidarla, sería capaz de arrojar mi corazón en un cazo lleno de lejía. Viajaría a Milán en busca de la mayor goma de borrar. Borraría de mi esos recuerdos inolvidables de Olvido de cualquier manera posible que no conllevase el suicidio. Hasta en ello tengo pensado, no creas. He declinado la oferta de mi serpiente no por no tentadora, sino por miedo a tener que purgar mi alma como fantasma en su casa.
Has escuchado bien. Tengo una serpiente. Es mi fiel compañera desde que ella me envió al rincón de su olvido. La compré con la esperanza de que se comiese a aquella enorme rata que me la arrebató. Se lo propuse, pero la idea no cuajó. En cuanto supo de la existencia del dos neuronas, se hizo vegetariana. Antes de su llegada pensaba hacerme budista, ahora incluso me planteo el hacerme seminarista. He dejado los mantras por la inseminación de mis mantas, y todo porque, por culpa de mi serpiente, he olvidado que ningún rezo hare krisknaar me hará olvidar que, aún no siendo buena, sí fue la mejor.
Eso es lo que me separa del seminario, chico. Podría purgar mis pecados, pero nunca olvidar la tentación no ya de morder la manzana envenenada que mi pecaminosa serpiente me ofrece, sino de buscar en otra mujer el pecar como con ella pecaba y el olvidar, por fin, a Olvido.
Quizá siendo hare krisknaar pudiera hacerlo. También los budistas pecan, pero dudo mucho que en el budismo represente una serpiente lo que en el catolicismo. Quizá por mis mantra se compadeciese de mi Buda como Dios no lo hace y dejase mi serpiente de representar el recuerdo de algo que pretendo olvidar. Puede que, de ser budista, lograse concentrarme en no pecar. No creo, sin embargo, que siquiera el más efectivo de los tantras escritos lograse hacerme dejar de recordar.
Lo sé. Suena paradójico que permanezca siempre en mi el recuerdo de una Olvido. Creeme, chico, mil opciones he barajado, y mil religiones he profesado. Sin embargo, y aunque me pese, he de reconocer que sólo la de mi Diosa serpiente he abrazado. Aunque me pese, chico, a todas menos a Olvido he olvidado.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
martes, 3 de marzo de 2009
Pelagia's Song
"Jonhy cogió su fusil", dicen, es una gran película. "Marco cogió su mandolina", podría también serlo. O al menos, como gran tratamiento de pacificación se entiende en el último relato, como también se entiende como instrumento básico para la concepción de la película la mandolina en la película que Nicolas Cage y Penélope Cruz protagonizan, tal y como demuestra esta canción:
Psicología cinematográfica
Fue una noche de película, la de ayer. Como si John fuese parte del reparto de "Premonición", acertó en sus deseos de que aquel policía volviese. Vaya si volvió. Volvió y la escena que se montó pareció sacada de "El club de la lucha", después de su intento de parecer un superhéroe ante la férrea defensa que un borracho comenzó a aplicar sobre Irene. Pese a su habitual forma de ser, quién apaciguó los ánimos tuvo que ser Marco, y no arrojando a nadie su planta cizañera, sino sacando del otro lado no de la cama, sino de la barra una mandolina, para así emular a Nicolas Cage en "La idem del Capitán Corelli".
Seguro que lo que en esa sucesión de hechos tan sólo faltó algún Goya o un Oscar. Quizá fuese un Grammy quién faltó a su cita. O la cordura, quién sabe. Lo cierto es que el ambiente pedía algo más, fuese esto el título de otra mala película, o el nombre de un buen psicólogo. Y es que en un enagenado ambiente como aquel, se escuchó por parte de Leyre un "todos locos…" que cercioraba la necesidad de algún experto en mentes extrañas.
Enagenado estaba aquel que agarró del brazo a la guapa Irene. Era su enagenación transitoria, o no, quién sabe. El caso es que no era un borracho normal, sino que era un hombre ebrio atípico en La Lola's y violento como nunca se había visto a nadie allí dentro. Empezó escupiendo alcohol y balbuceando piropos, prosiguió pidiendo un beso a la corista y terminó por recibir un par de caricias del nuevo cliente del local, tras intentar propasarse.
No menos loco puede decirse que esté el inspector. Cierto es que esta vez se dejó la gabardina en casa y que no interrogó a nadie, pero ello no es óbice para liarse a mamporros con el primer borracho que encuentre, por muy oligofrénico que este sea y por mucho que oprima a la chica que tanto pareció llamarle la atención en su primera experiencia entre arrastrados. Poco tardó en pasar a la acción, bien haciéndose el machito, bien en integrarse entre sujetos bineuronales.
No más cuerdo creo que esté Marco, aunque lo suyo no sea ya novedad. De venir siempre acompañado por una maceta, ha pasado a portar por un lado su inseparable cizaña y, por otro, una mandolina. Separó un silla de la mesa más cercana a la escena, abandonando su habitual sitio en la barra, y se sentó. Sin que los contendientes de la afrenta se inmutasen en un principio, comenzó lentamente a acariciar las cuerdas, cuya sonoridad comenzó a ir poco a poco en aumento, hasta que los acordes llegaron a los oídos del policía y su nuevo amigo.
Como si de un tratamiento de choque se tratase, aquellos dos locos habían comenzado a prestar atención a lo que un tercero hacía. Quizá sea cierto eso de que la música amansa a las fieras, o quizá únicamente viese el policía en aquello la mejor excusa para dejar de hacer el ridículo y el borracho para dejar de recibir mandobles. Lo cierto es que todo el mundo allí comenzó a prestar por primera vez atención a Marco sin que tal interés proviniese del contagio de maldad por parte de su planta.
Aquella escena dantesca y todas las escenas que en ese momento se sucedían en La Lola's se detuvieron ante el sonido de aquella mandolina, como aquel tigre que se detiene ante el sonido del látigo o aquel enagenado que ve como sus delirios se frenan por medio de su medicación.
Nadie conocía de esa virtud de Marco. Leyre, Irene, John, el policía, el borracho… Todos se detuvieron ante su improvisada actuación. Todos vieron como aquella representación cinematográfica convertía en algo tan simple como el sonido de una mandolina en algo digno de estudio psicológico. Todos se quedaron atónitos ante la declaración de amor de Marco a su amante. "Todos locos…", se escuchó de nuevo aseverar a Leyre, quién una vez más acertaba, pero, ¿qué sería de ella sin los locos del lugar?
Seguro que lo que en esa sucesión de hechos tan sólo faltó algún Goya o un Oscar. Quizá fuese un Grammy quién faltó a su cita. O la cordura, quién sabe. Lo cierto es que el ambiente pedía algo más, fuese esto el título de otra mala película, o el nombre de un buen psicólogo. Y es que en un enagenado ambiente como aquel, se escuchó por parte de Leyre un "todos locos…" que cercioraba la necesidad de algún experto en mentes extrañas.
Enagenado estaba aquel que agarró del brazo a la guapa Irene. Era su enagenación transitoria, o no, quién sabe. El caso es que no era un borracho normal, sino que era un hombre ebrio atípico en La Lola's y violento como nunca se había visto a nadie allí dentro. Empezó escupiendo alcohol y balbuceando piropos, prosiguió pidiendo un beso a la corista y terminó por recibir un par de caricias del nuevo cliente del local, tras intentar propasarse.
No menos loco puede decirse que esté el inspector. Cierto es que esta vez se dejó la gabardina en casa y que no interrogó a nadie, pero ello no es óbice para liarse a mamporros con el primer borracho que encuentre, por muy oligofrénico que este sea y por mucho que oprima a la chica que tanto pareció llamarle la atención en su primera experiencia entre arrastrados. Poco tardó en pasar a la acción, bien haciéndose el machito, bien en integrarse entre sujetos bineuronales.
No más cuerdo creo que esté Marco, aunque lo suyo no sea ya novedad. De venir siempre acompañado por una maceta, ha pasado a portar por un lado su inseparable cizaña y, por otro, una mandolina. Separó un silla de la mesa más cercana a la escena, abandonando su habitual sitio en la barra, y se sentó. Sin que los contendientes de la afrenta se inmutasen en un principio, comenzó lentamente a acariciar las cuerdas, cuya sonoridad comenzó a ir poco a poco en aumento, hasta que los acordes llegaron a los oídos del policía y su nuevo amigo.
Como si de un tratamiento de choque se tratase, aquellos dos locos habían comenzado a prestar atención a lo que un tercero hacía. Quizá sea cierto eso de que la música amansa a las fieras, o quizá únicamente viese el policía en aquello la mejor excusa para dejar de hacer el ridículo y el borracho para dejar de recibir mandobles. Lo cierto es que todo el mundo allí comenzó a prestar por primera vez atención a Marco sin que tal interés proviniese del contagio de maldad por parte de su planta.
Aquella escena dantesca y todas las escenas que en ese momento se sucedían en La Lola's se detuvieron ante el sonido de aquella mandolina, como aquel tigre que se detiene ante el sonido del látigo o aquel enagenado que ve como sus delirios se frenan por medio de su medicación.
Nadie conocía de esa virtud de Marco. Leyre, Irene, John, el policía, el borracho… Todos se detuvieron ante su improvisada actuación. Todos vieron como aquella representación cinematográfica convertía en algo tan simple como el sonido de una mandolina en algo digno de estudio psicológico. Todos se quedaron atónitos ante la declaración de amor de Marco a su amante. "Todos locos…", se escuchó de nuevo aseverar a Leyre, quién una vez más acertaba, pero, ¿qué sería de ella sin los locos del lugar?
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viernes, 27 de febrero de 2009
Stronger than me
Como no podía ser de otro modo, Irene sigue enamorando almas errantes. Hace no tanto que ha llegado, pero son ya tantos los que han sucumbido a sus encantos.
El último, un joven policía que quedó prendado de ella al escucharla cantar la siguiente canción:
El último, un joven policía que quedó prendado de ella al escucharla cantar la siguiente canción:
Publicidad policial
Ya toda la ciudad sabe qué ocurrió, chico. Falta averiguar quién lo hizo, para variar. A decir verdad, se sabe que apareció ese chico en el callejón, pero no qué le ocurrió exactamente. El caso es que esa noche llovía, y según me contó el policía que ayer vino, apareció ahogado dentro de una bañera que había, quién sabe si abandonada o colocada aposta al lado de los contenedores. Aunque parezca mentira, iban por ahí un poco las preguntas del inspector, por intentar adivinar qué coño pinta una bañera así en un callejón como el de atrás.
No sé si fue el alcohol o su escasa discrecionalidad, pero lo cierto es que incluso me reveló ese hombre que la autopsia dice que se ahogó siendo consciente de ello, pero sin poder evitarlo. Decían las pruebas toxicológicas que antes de que empezase el fin, le había sido suministrado un relajante muscular que, sin permitirle realizar movimiento alguno más allá de la búsqueda de aliento, sí pudo darse cuenta de que iba a perecer. Muerte cruel, la suya, inevitable a todas luces salvo a las de aquel o aquella que decidió acabar con su vida.
No quiero ni tan siquiera imaginarme esa sensación de ahogo tan angustiosa. Poco importa el que pasados unos minutos acabe todo y, por tanto, ese sufrimiento no sea nada palpable. No tengo enemigos, chico, o al meno que yo sepa, pero de tenerlos, ni tan siquiera a ellos les desearía una muerte tan horrenda. Saber que vas a perecer no de un coma etílico, sino tragando aquello con lo que cualquiera aquí tiene pesadillas, agua. Darte cuenta de ello, y de cómo los pulmones se te encharcan lentamente, a la misma ínfima velocidad en que el final llega.
No sé. Lo cierto es que me jode perder a un cliente, pero más de esta manera. Aunque no fuese más que eso, un cliente, no me gusta la sensación de inseguridad que da el que cosas así se produzcan, y más si ocurren cerca de mi club. No sé si por recochineo o por descuido, además, uno de los dos se llevó una tiza del billar que faltaba, y si has visto estas, tienen el logo de La Lola's, igual que los tacos. No es tampoco que me importe por su valor económico, sino que justamente esa caracterización en la parte superior es lo que ha acabado de cerciorar al inspector de que quizá alguien de los que aquí estamos habitualmente tenga que ver con el delito.
Charlamos un rato, fue indiscreto, y se fue hacia Irene. Me dio una tarjeta y le cogió a ella el teléfono. No es que esté celoso. No es mi tipo. Ni tan siquiera es mujer. Es sólo que no alcanzo a adivinar si sería un metefichas de servicio o la versión Don Juan del Action Man policía. Ni sé qué habló con ella, ni me importa. A decir verdad, prefiero que todos los clientes piquen ante el nuevo reclamo, para que así vuelvan. Es sólo que yo en acto de servicio dudo mucho que me dedicase a intentar conquistar a nadie del lugar donde debiera realizar investigación alguna. Y es que no creo que siguiese con la misma mientras hablaba con Irene, porque se la veía a esta demasiado contenta y risueña para estar hablando de delitos, en lugar de pecados.
No sé si hoy volverá, pero me gustaría que así fuese. No es mi tipo de pareja, porque ni tan siquiera es mujer, pero es el tipo de cliente ideal, o eso pareció ayer, al menos. Viene, se gasta los cuartos en una copa de matarratas, elimina el líquido adquirido por sus poros debido al calor que mis dos chicas le produce, y vuelta a empezar con el ritual del alcohol. A veces, incluso, los sudores van acompañados de babas, lo cual hace que el número de cubatas necesarios para doblar a quién los succione sea el doble del que habitualmente este aguante.
Cierto que el que ronde la policía a los chicos del billar sobrevivientes y al local en general no hace buena publicidad, pero al menos nos da a conocer. Prefiero eso a la indiferencia, chico. Y es que la indiferencia equivale a la muerte del alma. Ese chico asesinado ha muerto físicamente, pero su alma perdurará mientras lo haga el recuerdo de lo que con él haya acontecido, aunque no sea esto agradable. Eso quiero yo que ocurra con La Lola's Club, que sea recordada. Sea buena o mala la publicidad que la policía nos da, al menos no me hará falta convertir esto en un puti ni dar papelitos por la calle para maximizar beneficios. Bastará con el informe policial del nuevo pretendiente de Irene, chico, para ser conocidos.
No sé si fue el alcohol o su escasa discrecionalidad, pero lo cierto es que incluso me reveló ese hombre que la autopsia dice que se ahogó siendo consciente de ello, pero sin poder evitarlo. Decían las pruebas toxicológicas que antes de que empezase el fin, le había sido suministrado un relajante muscular que, sin permitirle realizar movimiento alguno más allá de la búsqueda de aliento, sí pudo darse cuenta de que iba a perecer. Muerte cruel, la suya, inevitable a todas luces salvo a las de aquel o aquella que decidió acabar con su vida.
No quiero ni tan siquiera imaginarme esa sensación de ahogo tan angustiosa. Poco importa el que pasados unos minutos acabe todo y, por tanto, ese sufrimiento no sea nada palpable. No tengo enemigos, chico, o al meno que yo sepa, pero de tenerlos, ni tan siquiera a ellos les desearía una muerte tan horrenda. Saber que vas a perecer no de un coma etílico, sino tragando aquello con lo que cualquiera aquí tiene pesadillas, agua. Darte cuenta de ello, y de cómo los pulmones se te encharcan lentamente, a la misma ínfima velocidad en que el final llega.
No sé. Lo cierto es que me jode perder a un cliente, pero más de esta manera. Aunque no fuese más que eso, un cliente, no me gusta la sensación de inseguridad que da el que cosas así se produzcan, y más si ocurren cerca de mi club. No sé si por recochineo o por descuido, además, uno de los dos se llevó una tiza del billar que faltaba, y si has visto estas, tienen el logo de La Lola's, igual que los tacos. No es tampoco que me importe por su valor económico, sino que justamente esa caracterización en la parte superior es lo que ha acabado de cerciorar al inspector de que quizá alguien de los que aquí estamos habitualmente tenga que ver con el delito.
Charlamos un rato, fue indiscreto, y se fue hacia Irene. Me dio una tarjeta y le cogió a ella el teléfono. No es que esté celoso. No es mi tipo. Ni tan siquiera es mujer. Es sólo que no alcanzo a adivinar si sería un metefichas de servicio o la versión Don Juan del Action Man policía. Ni sé qué habló con ella, ni me importa. A decir verdad, prefiero que todos los clientes piquen ante el nuevo reclamo, para que así vuelvan. Es sólo que yo en acto de servicio dudo mucho que me dedicase a intentar conquistar a nadie del lugar donde debiera realizar investigación alguna. Y es que no creo que siguiese con la misma mientras hablaba con Irene, porque se la veía a esta demasiado contenta y risueña para estar hablando de delitos, en lugar de pecados.
No sé si hoy volverá, pero me gustaría que así fuese. No es mi tipo de pareja, porque ni tan siquiera es mujer, pero es el tipo de cliente ideal, o eso pareció ayer, al menos. Viene, se gasta los cuartos en una copa de matarratas, elimina el líquido adquirido por sus poros debido al calor que mis dos chicas le produce, y vuelta a empezar con el ritual del alcohol. A veces, incluso, los sudores van acompañados de babas, lo cual hace que el número de cubatas necesarios para doblar a quién los succione sea el doble del que habitualmente este aguante.
Cierto que el que ronde la policía a los chicos del billar sobrevivientes y al local en general no hace buena publicidad, pero al menos nos da a conocer. Prefiero eso a la indiferencia, chico. Y es que la indiferencia equivale a la muerte del alma. Ese chico asesinado ha muerto físicamente, pero su alma perdurará mientras lo haga el recuerdo de lo que con él haya acontecido, aunque no sea esto agradable. Eso quiero yo que ocurra con La Lola's Club, que sea recordada. Sea buena o mala la publicidad que la policía nos da, al menos no me hará falta convertir esto en un puti ni dar papelitos por la calle para maximizar beneficios. Bastará con el informe policial del nuevo pretendiente de Irene, chico, para ser conocidos.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
jueves, 26 de febrero de 2009
Illegal
Habla el último relato de ilegalidades varias, bien sean penales o concernientes con alguna divinidad.
Hablaba, también, de ilegalidades Irene cuando el inspector se quedó prendado de su actuación.
Hablaba de ilegalidades Irene con esta canción.
Hablaba, también, de ilegalidades Irene cuando el inspector se quedó prendado de su actuación.
Hablaba de ilegalidades Irene con esta canción.
Delitos y pecados
Ayer noche, ya de madrugada, entró un inspector de policía a La Lola's. Nada más entrar, se sacó su gabardina de película de Hollywood y se sentó en la esquina de la barra. Lo hizo frotándose las manos, como quién entra en una mañana de invierno a su cafetería habitual para entrar en calor con el primer café del día. Tras ello, primero solicitó a Leyre un buen trago, y luego que se personase el dueño del local.
John vino enseguida. Ya todos sabíamos qué quería aquel policía. Es este un barrio de porteras, que se activa especialmente cuando ocurre algo como lo que todo el mundo venía comentando por la ciudad. En cierto modo, lo ocurrido en el callejón había incluso publicitado a La Lola's Club, aunque fuese en sentido negativo. No negativo porque lo acontecido tenga relación con el club, sino porque quizá el amarillismo de la prensa y lo casposo de la gente cotilla difícilmente harían de esa publicidad algo bueno.
A decir verdad, y pese al dicho ese de que "Spain is different", quizá esta vez los murmullos se darían, con razón, incluso aunque la noticia se hubiese dado en el centro de Lieja o a las afueras de Baviera. Después de todo, aquel pobre diablo frecuentaba La Lola's Club. Normal que hasta las pesquisas policiales empezasen en este lúgubre rincón donde transitan almas como la suya. Es posible que incluso todavía esté atrapada aquí. No es precisamente La Lola's Club el purgatorio, pero sí sus gentes parecen almas que buscan bien las alas o bien los cuernos. Algunos, incluso, parecen buscar el infierno con su estancia entre nosotros.
También el inspector parecía buscar un rincón donde arrastrarse. Las horas tan intempestivas en las que su visita se dio invitaban a pensar en ello. Se sentó cercano a la entrada, como si su única pretensión fuese allí el buscar una salida, pero parecía disfrutar de su copa, aunque ni tan siquiera la presencia de John alterase su situación. Era como si le estuviese esperando fuera otro cadáver. De ser así, este tuvo que esperar tanto como Irene tardó en acabar la función.
Todos aquí nos conocemos, y no parecía precisamente él muy por la labor de integrarse hasta que, quién sino el periodista, decidió acercarse a realizar un tercer grado similar al que él antes había realizado con John. Nada sobre el caso consiguió sacar en claro, aunque sí logró adivinar por sus palabras lo que otros veíamos en sus ojos, que Irene sería la próxima con quién hablaría, bien fuese de delitos o de pecados.
Ese lógico interés en alguien cuya visión fuese capaz de traspasar todo aquel humo se hizo realidad en el primer descanso de su actuación, ese en el cual solía ella retozar un rato con su chico latino, a quién por esta vez dejó de lado, y parece que gustosa, para hablar con el inspector. Por las risas de ella no pareció que hablasen justamente de delitos, ni tampoco por la mirada celosa del único de los chicos del billar que sumaba más de dos neuronas. Al propio inspector se le veía más ocioso de aquí a Lima que en el rato que charló con el jefe, especialmente durante los segundos que tardó en guardar en su agenda telefónica el número de la corista. Hasta eso distaba de lo ocurrido con John, pues a él pudimos ver como le daba la típica tarjeta que luego quién la recibe usa antes de ser asesinado para avisar de su inminente peligro al potencial héroe de turno.
Ese inspector vino a por respuestas y se llevó un número de teléfono. Pretendía realizar pesquisas y "realizó" una cogorza. Quería esclarecer su caso más reciente y casi comete un pecado uniformado. Y es que aunque los delincuentes no entienden de horarios, tampoco de esto entienden los pecados…
John vino enseguida. Ya todos sabíamos qué quería aquel policía. Es este un barrio de porteras, que se activa especialmente cuando ocurre algo como lo que todo el mundo venía comentando por la ciudad. En cierto modo, lo ocurrido en el callejón había incluso publicitado a La Lola's Club, aunque fuese en sentido negativo. No negativo porque lo acontecido tenga relación con el club, sino porque quizá el amarillismo de la prensa y lo casposo de la gente cotilla difícilmente harían de esa publicidad algo bueno.
A decir verdad, y pese al dicho ese de que "Spain is different", quizá esta vez los murmullos se darían, con razón, incluso aunque la noticia se hubiese dado en el centro de Lieja o a las afueras de Baviera. Después de todo, aquel pobre diablo frecuentaba La Lola's Club. Normal que hasta las pesquisas policiales empezasen en este lúgubre rincón donde transitan almas como la suya. Es posible que incluso todavía esté atrapada aquí. No es precisamente La Lola's Club el purgatorio, pero sí sus gentes parecen almas que buscan bien las alas o bien los cuernos. Algunos, incluso, parecen buscar el infierno con su estancia entre nosotros.
También el inspector parecía buscar un rincón donde arrastrarse. Las horas tan intempestivas en las que su visita se dio invitaban a pensar en ello. Se sentó cercano a la entrada, como si su única pretensión fuese allí el buscar una salida, pero parecía disfrutar de su copa, aunque ni tan siquiera la presencia de John alterase su situación. Era como si le estuviese esperando fuera otro cadáver. De ser así, este tuvo que esperar tanto como Irene tardó en acabar la función.
Todos aquí nos conocemos, y no parecía precisamente él muy por la labor de integrarse hasta que, quién sino el periodista, decidió acercarse a realizar un tercer grado similar al que él antes había realizado con John. Nada sobre el caso consiguió sacar en claro, aunque sí logró adivinar por sus palabras lo que otros veíamos en sus ojos, que Irene sería la próxima con quién hablaría, bien fuese de delitos o de pecados.
Ese lógico interés en alguien cuya visión fuese capaz de traspasar todo aquel humo se hizo realidad en el primer descanso de su actuación, ese en el cual solía ella retozar un rato con su chico latino, a quién por esta vez dejó de lado, y parece que gustosa, para hablar con el inspector. Por las risas de ella no pareció que hablasen justamente de delitos, ni tampoco por la mirada celosa del único de los chicos del billar que sumaba más de dos neuronas. Al propio inspector se le veía más ocioso de aquí a Lima que en el rato que charló con el jefe, especialmente durante los segundos que tardó en guardar en su agenda telefónica el número de la corista. Hasta eso distaba de lo ocurrido con John, pues a él pudimos ver como le daba la típica tarjeta que luego quién la recibe usa antes de ser asesinado para avisar de su inminente peligro al potencial héroe de turno.
Ese inspector vino a por respuestas y se llevó un número de teléfono. Pretendía realizar pesquisas y "realizó" una cogorza. Quería esclarecer su caso más reciente y casi comete un pecado uniformado. Y es que aunque los delincuentes no entienden de horarios, tampoco de esto entienden los pecados…
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miércoles, 25 de febrero de 2009
La cuadratura del círculo
Como Diego, esta canción habla de Lima, Quito o Buenos Aires. Como Diego, Vetusta Morla habla con este tema de "La cuadratura del círculo". No logran lo imposible, cuadrarlo, pero sí logran, sin embargo, dar con una canción como pocas hay.
Expiación en alcohol
He estado en La Paz, Quito, Buenos Aires y Lima. He estado también en Viena, Paris o Budapest. No hay lugar en España, por recóndito que pueda parecer, que se escape a mi conocimiento, ni hay tampoco mujer que haya podido conocer que se parezca a ella, por muy recóndito que sea su emplazamiento.
Han sido miles las mujeres que han cabalgado a lomos de mi noble corcel, chico, pero ninguna como ella. La recuerdo vagamente. No recuerdo más de ella que lo mucho que la quería, casi tanto como Marco a su cizaña. Puede que fuese como Leyre, o puede que como Irene, no lo sé. No sé si se llamaría como una de las chicas de este local, Lara, Andrea o Laura.
Demasiadas mujeres en mi vida para recordar siquiera a la única que he querido. Demasiado alcohol como para no haberla olvidado. Demasiadas ganas de olvidarla como para no hacerlo. Después de todo, nuestra compatibilidad era la misma que la de un marciano y un ser arribado desde Júpiter. Lo nuestro, chico, era igual de factible que la cuadratura del círculo.
Recuerdo más bien nada de ella, pero sí todavía guardo en mi memoria algo de nuestra historia. Decía ella que debíamos conservar la distancia, pues era ese nuestro mayor impedimento. Cada uno con su vida, era el mensaje de fondo de sus discursos. Cada loco con su tema, pretendía decir con cada una de sus palabras. Yo, mientras, le pedía que dejase fluir todo de un modo distinto. Ambos queríamos dejar el río seguir por su cauce, con la salvedad de que para ella este suponía ser que yo algo no era capaz de concebir.
En unas de esas, yo, que siempre he sido un culo inquieto, emprendí uno de mis múltiples viajes para nunca más volver a su lado. Dicen que la distancia es el olvido, y en cierto modo conmigo así ha funcionado. Me costó mucho alcohol y mujeres, pero conseguí borrarla de mi mente casi por completo. Y es que esto que te cuento sobre el amor es ya más una anécdota del pasado que un sueño para el futuro.
Conocí en ese viaje muchas camas. Muchas mujeres frecuenté. Unas llamadas María, otras Mónica, alguna que otra Marta… pero ninguna como ella. O sí, quién sabe, aunque no creo, pues a ninguna la recuerdo más allá del primer sorbo de mi quinta copa del día siguiente.
Estuve también en Marruecos, Argelia o Túnez, y en Japón, China y Filipinas. Llegué a dormir en camas hechas de paja, o a pasar la noche en vela porque una mujer me hacía esto último, e incluso cosas más obscenas. La verdad es que no puedo quejarme de no haber tenido éxito entre las mujeres, pues siempre he sido como la cerveza San Miguel y he triunfado allí donde iba. Lo que jamás he conseguido es recordar de ella algo distinto de su fragancia, su mirada y aquel intento infructuoso de cuadrar el círculo. Por aquel entonces, chico, mi pecado fue el no tener arraigo a nada más que mi maleta, y mi pecado el estar preparado para irme del lugar al que dos minutos antes había llegado.
Ahora intento expiar mis penas en espera y alcohol. No espero que por la puerta aparezca ella, pero sí algo que me traiga esos malditos recuerdos. No espero que el alcohol los traiga, pues ha sido él quién se los ha llevado.
No espero más que la próxima canción. Quizá en ella Irene la nombre, o logre que olvide la espera, las penas y el alcohol y me enamore de ella, al menos como antes me he enamorado de esas otras muchas amazonas que por mi vida han transitado como por aquí lo hacen, como tú y yo, las almas errantes.
Han sido miles las mujeres que han cabalgado a lomos de mi noble corcel, chico, pero ninguna como ella. La recuerdo vagamente. No recuerdo más de ella que lo mucho que la quería, casi tanto como Marco a su cizaña. Puede que fuese como Leyre, o puede que como Irene, no lo sé. No sé si se llamaría como una de las chicas de este local, Lara, Andrea o Laura.
Demasiadas mujeres en mi vida para recordar siquiera a la única que he querido. Demasiado alcohol como para no haberla olvidado. Demasiadas ganas de olvidarla como para no hacerlo. Después de todo, nuestra compatibilidad era la misma que la de un marciano y un ser arribado desde Júpiter. Lo nuestro, chico, era igual de factible que la cuadratura del círculo.
Recuerdo más bien nada de ella, pero sí todavía guardo en mi memoria algo de nuestra historia. Decía ella que debíamos conservar la distancia, pues era ese nuestro mayor impedimento. Cada uno con su vida, era el mensaje de fondo de sus discursos. Cada loco con su tema, pretendía decir con cada una de sus palabras. Yo, mientras, le pedía que dejase fluir todo de un modo distinto. Ambos queríamos dejar el río seguir por su cauce, con la salvedad de que para ella este suponía ser que yo algo no era capaz de concebir.
En unas de esas, yo, que siempre he sido un culo inquieto, emprendí uno de mis múltiples viajes para nunca más volver a su lado. Dicen que la distancia es el olvido, y en cierto modo conmigo así ha funcionado. Me costó mucho alcohol y mujeres, pero conseguí borrarla de mi mente casi por completo. Y es que esto que te cuento sobre el amor es ya más una anécdota del pasado que un sueño para el futuro.
Conocí en ese viaje muchas camas. Muchas mujeres frecuenté. Unas llamadas María, otras Mónica, alguna que otra Marta… pero ninguna como ella. O sí, quién sabe, aunque no creo, pues a ninguna la recuerdo más allá del primer sorbo de mi quinta copa del día siguiente.
Estuve también en Marruecos, Argelia o Túnez, y en Japón, China y Filipinas. Llegué a dormir en camas hechas de paja, o a pasar la noche en vela porque una mujer me hacía esto último, e incluso cosas más obscenas. La verdad es que no puedo quejarme de no haber tenido éxito entre las mujeres, pues siempre he sido como la cerveza San Miguel y he triunfado allí donde iba. Lo que jamás he conseguido es recordar de ella algo distinto de su fragancia, su mirada y aquel intento infructuoso de cuadrar el círculo. Por aquel entonces, chico, mi pecado fue el no tener arraigo a nada más que mi maleta, y mi pecado el estar preparado para irme del lugar al que dos minutos antes había llegado.
Ahora intento expiar mis penas en espera y alcohol. No espero que por la puerta aparezca ella, pero sí algo que me traiga esos malditos recuerdos. No espero que el alcohol los traiga, pues ha sido él quién se los ha llevado.
No espero más que la próxima canción. Quizá en ella Irene la nombre, o logre que olvide la espera, las penas y el alcohol y me enamore de ella, al menos como antes me he enamorado de esas otras muchas amazonas que por mi vida han transitado como por aquí lo hacen, como tú y yo, las almas errantes.
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lunes, 23 de febrero de 2009
Underneath your clothes
Después de ese descanso, en el que deparamos sobre amor, la sensual Irene volvió a ser el Sol que por las noches ilumina el local con una dulce balada de alguien a quién muchas veces emula y recuerda.
No es que sea la música de Shakira la que más suena en un club de jazz, pero desde su llegada, todo es posible. Todo es posible, incluso que suene una balada como la siguiente:
No es que sea la música de Shakira la que más suena en un club de jazz, pero desde su llegada, todo es posible. Todo es posible, incluso que suene una balada como la siguiente:
Canción de amor
Cuando te has acostado varias veces con la misma persona, cielo, la diferencia entre polvo y amor la establece tu comportamiento al despertar.
Si de verdad ha sido un polvo más, lo primero que harás será levantarte a darte una ducha; sino, te quedarás mirando al techo esperando a que ella se despierte. Ella, sin embargo, si está enamorada, se quedará mirándote embobada hasta que seas tú quién abra los ojos, o bien, de no estarlo, se levantará con sigilo, se vestirá, y saldrá de la habitación de aquel hotel de mala muerte donde hayais estado como si viniese de dormir sola.
Aunque quizá no lo creas, yo soy más de estas últimas. Con él estoy bien, pero no quiero ningún tipo de compromiso que suponga el dar las buenas noches a alguien que a la mañana siguiente me pedirá que le regale mis mejores días. No me imagino en mi senectud agarrada del mismo brazo de hoy día tras convertirse su portador en un hombre calvo, gordo, canoso apoyado en un bastón. Tampoco es que tenga in mente irme a Cuba a buscarme un negro zumbón que se pase el día llamándome mi amol mientras porta únicamente un tanga y una pajarita. Simplemente, no pienso en el futuro más allá de mi próxima actuación.
No sé qué piensa él, ni como se levanta. Habitualmente, y por suerte, soy yo la primera en despertar. Me visto, y ni le miro. No soportaría ver como me mira recién levantada. Quizá esté enamorado, o quizá no. Por fortuna, a mi el ciego me dura hasta más allá del amanecer, por lo que es algo que se me escapa, aunque a veces tenga él la sensación de que lo que hago es cualquier cosa menos escaparme. Es justo esa la única canción que le canto, "Escapar", y lo hago más por mofa que porque me guste cantar a mis ligues.
Y es que no me gusta sentirme como una ramera, cielo. Aquí me pagan por cantar, y me gusta hacerlo, pero odio la idea de que alguien se acueste conmigo porque antes le haya dedicado una canción. Por eso no suelo cantarle a nadie con quién antes haya estado. Alguna vez me he bajado incluso de algún caballo por pedirme este un susurro al oído. Y es que, como te digo, cantaré en la noche, pero La Lola's no es precisamente un club de alterne, aunque a veces a John se le pase por la cabeza el convertir su club en ello.
Esas chicas, esas a las que Marco llama Las Tres Desgracias, me da la sensación de que sí cantan. Estoy segura de que por un hombre cantarían bulerías, reggaeton o hasta una de esas canciones salidas en cualquier película de serie 'B' en las cuales quién canta lo hace con acento francés, sólo por la manera en que desnudan con la mirada a los chicos del billar. Es más, de ser La Lola's un prostíbulo, a buen seguro que el francés lo utilizarían sobre la propia mesa de billar.
Puede parecer que desde ahí arriba uno no se entera de mucho, y en cierto modo es verdad. Puedo no escuchar las conversaciones, y el pensar en lo que estoy haciendo no me permite tampoco leer los labios, pero dentro de la concentración que requieren las letras, me fijo igualmente en lo que me rodea. Quizá lo hayas percibido cuando subiste el otro día conmigo.
Uno ahí arriba se siente el centro del universo. Todo el mundo presta atención a lo que los focos iluminan, y en la penumbra se divisan almas errantes de lo más variopintas. Todos debajo tuya, pendientes de la luz que desprende tu voz, como los planetas lo están del Sol, o como esa chica con la que te has acostado fija en ti su mirada enamorada en el rato previo a tu despertar.
Lo sé, cielo. Amo la música, pero no es la canción como el amor. Estarás conmigo en que tampoco lo que yo hago es precisamente la calle, del mismo modo que no es lo mismo levantarte follado que enamorado.
Si de verdad ha sido un polvo más, lo primero que harás será levantarte a darte una ducha; sino, te quedarás mirando al techo esperando a que ella se despierte. Ella, sin embargo, si está enamorada, se quedará mirándote embobada hasta que seas tú quién abra los ojos, o bien, de no estarlo, se levantará con sigilo, se vestirá, y saldrá de la habitación de aquel hotel de mala muerte donde hayais estado como si viniese de dormir sola.
Aunque quizá no lo creas, yo soy más de estas últimas. Con él estoy bien, pero no quiero ningún tipo de compromiso que suponga el dar las buenas noches a alguien que a la mañana siguiente me pedirá que le regale mis mejores días. No me imagino en mi senectud agarrada del mismo brazo de hoy día tras convertirse su portador en un hombre calvo, gordo, canoso apoyado en un bastón. Tampoco es que tenga in mente irme a Cuba a buscarme un negro zumbón que se pase el día llamándome mi amol mientras porta únicamente un tanga y una pajarita. Simplemente, no pienso en el futuro más allá de mi próxima actuación.
No sé qué piensa él, ni como se levanta. Habitualmente, y por suerte, soy yo la primera en despertar. Me visto, y ni le miro. No soportaría ver como me mira recién levantada. Quizá esté enamorado, o quizá no. Por fortuna, a mi el ciego me dura hasta más allá del amanecer, por lo que es algo que se me escapa, aunque a veces tenga él la sensación de que lo que hago es cualquier cosa menos escaparme. Es justo esa la única canción que le canto, "Escapar", y lo hago más por mofa que porque me guste cantar a mis ligues.
Y es que no me gusta sentirme como una ramera, cielo. Aquí me pagan por cantar, y me gusta hacerlo, pero odio la idea de que alguien se acueste conmigo porque antes le haya dedicado una canción. Por eso no suelo cantarle a nadie con quién antes haya estado. Alguna vez me he bajado incluso de algún caballo por pedirme este un susurro al oído. Y es que, como te digo, cantaré en la noche, pero La Lola's no es precisamente un club de alterne, aunque a veces a John se le pase por la cabeza el convertir su club en ello.
Esas chicas, esas a las que Marco llama Las Tres Desgracias, me da la sensación de que sí cantan. Estoy segura de que por un hombre cantarían bulerías, reggaeton o hasta una de esas canciones salidas en cualquier película de serie 'B' en las cuales quién canta lo hace con acento francés, sólo por la manera en que desnudan con la mirada a los chicos del billar. Es más, de ser La Lola's un prostíbulo, a buen seguro que el francés lo utilizarían sobre la propia mesa de billar.
Puede parecer que desde ahí arriba uno no se entera de mucho, y en cierto modo es verdad. Puedo no escuchar las conversaciones, y el pensar en lo que estoy haciendo no me permite tampoco leer los labios, pero dentro de la concentración que requieren las letras, me fijo igualmente en lo que me rodea. Quizá lo hayas percibido cuando subiste el otro día conmigo.
Uno ahí arriba se siente el centro del universo. Todo el mundo presta atención a lo que los focos iluminan, y en la penumbra se divisan almas errantes de lo más variopintas. Todos debajo tuya, pendientes de la luz que desprende tu voz, como los planetas lo están del Sol, o como esa chica con la que te has acostado fija en ti su mirada enamorada en el rato previo a tu despertar.
Lo sé, cielo. Amo la música, pero no es la canción como el amor. Estarás conmigo en que tampoco lo que yo hago es precisamente la calle, del mismo modo que no es lo mismo levantarte follado que enamorado.
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sábado, 21 de febrero de 2009
Insensible
Como a Marco, en ocasiones la sociedad me pervierte. La sociedad me pervierte y me lleva a la sátira o incluso al escarnio. En ocasiones, la sociedad me pervierte hasta tal punto, que yo también soy un insensible.
Carnaval, carnaval...
Adoro los carnavales, chico. Adoro ver como la gente disfraza sus complejos y defectos. Fíjate sino en mis tres amigas. Pobres, y todavía creerán, para variar, que van divinas. En cierto modo, incluso aciertan esta vez. Van divinamente patéticas. Míralas. Simplemente, indescriptibles. Creía que el día a día sería difícil de superar, pero han logrado con sus vestimentas de estos días ser todavía más ridículas.
Aunque en apariencia no lo parezca, me han obligado a mi también a disfrazarme. Sí, chico, aunque no lo parezca, voy disfrazado, sólo que mi disfraz es más elocuente. ¿No te dicen nada las hojas que llevo de mi planta colgadas en las orejas? En efecto, yo voy disfrazado de planta cizañera. Sólo me falta la maceta a los pies, pero a tanto no me he atrevido a desvestir a mi compañera. La respeto demasiado como para ello.
A ellas, sin embargo, no las respeto nada. No se lo merecen. Por ello, a ellas sí las desproveería de sus atuendos, pero tranquilo, jamás con fines impuros o sexuales. No. Yo las desvestiría (eso sí, siempre con guantes y con un pañuelo en los ojos, para no provocarme un daño irreparable en mis retinas) para ayudarles a vestirse luego unos bonitos pijamas. Irían, gracias a mi, disfrazadas de dormilonas. Gracias a mi, dormirían para siempre en sus pijamas de pino. Si de mi dependiera, en sus vidas sería siempre carnaval, y su disfraz, como no puede ser de otro modo, sería la muerte.
No pretendas aparentar ahora ser tú un buen chico. Seguro que has pensado en lo mismo, o en algo peor. Después de todo, algún pretexto tienes que tener para emborracharte día tras día con nosotros. Alguien cuya vida marche sobre ruedas, jamás verá a Irene disfrazarse de regla un día tras otro, ni tampoco ver como esas tres, como dice el anuncio, se reencargan el pijas. Seguro que en más de una ocasión has deseado reencargarte tú en una AK47 para cargártelas. Creeme, a todos nos pasa, incluido el dos neuronas que se tira a "El Señor Andrés". ¿No ves acaso la cara de estreñido que lleva siempre? Eso es que viene mal follado, o que no las soporta. O incluso las dos cosas.
Lo sé, soy un insensible, y disfruto siéndolo. Yo antes no era así. Es la sociedad, que me pervierte. La sociedad, y esa furcia de la que el otro día te hablaba. Desde entonces, raro que sienta yo compasión por alguien del sexo opuesto. No es que sea misógino, como Gustavo. Simplemente no he encontrado todavía, más allá de mi planta, otra mujer que merezca mi atención o sensibilidad, al menos en positivo. Él las odia a todas por el mero hecho de ser hembras, para mi en cambio Irene y Leyre se acercan al ideal de mujer que me suele provocar cierta empatía, pero después de todo, puede que incluso en ellas sea todo apariencia. La cordialidad es en ellas una obligación. Habría que ver si fuera no son como Las Tres Desgracias, quienes con sus pisadas consiguen que, como Atila el huno, allí por donde vayan nada más crezca. No es que ellas sean despiadadas, es que son asquerosas. Hasta a la Madre Tierra le reproducen tales arcadas, que esta prefiere permanecer virgen a descubrir qué horrores sucederán a sus huellas.
Hoy esas pisadas se suceden con medias de colores, minifaldas y tacones. Pobre Madre Tierra. Ella no tiene disfraz. Antes de sufrir los que Las Tres Desgracias visten. A buen seguro preferiría portar un pijama de pino y hacerse la dormilona a vislumbrar con sus habituales atuendos sobre sí tales adefesios travestidos.
Cierto es que no es la única que sufre viéndolas. Irene las divisa desde el escenario disfrazada de menstruación, y ve día a día en ellas el radicalismo de la monstruación. Yo sufro acompañado de mi inseparable cizaña. Gustavo, de su misoginia. Leyre incluso tiene que servirles y ver como la hacen de menos.
A cada cual en La Lola's, le acompaña una manera distinta de soportar a esos tres sujetos. El nexo que a todos es común es que, como la Madre Tierra, a todos nos gustaría invitarlas a ese trago de cianuro que tú ayer fuiste incapaz de tomar.
Lástima que mi planta me tenga prohibido el invitar a nada a otra mujer. El carnaval podría ser la mejor excusa para hacer un favor al mundo. Y es que, aunque no lo creas, a mi también me gusta el carnaval y disfrazarme, sólo que mi cizaña no me permite hacerlo de buen chico, como su forma de ser no permite a esas zorras hacerlo de simples personas.
Aunque en apariencia no lo parezca, me han obligado a mi también a disfrazarme. Sí, chico, aunque no lo parezca, voy disfrazado, sólo que mi disfraz es más elocuente. ¿No te dicen nada las hojas que llevo de mi planta colgadas en las orejas? En efecto, yo voy disfrazado de planta cizañera. Sólo me falta la maceta a los pies, pero a tanto no me he atrevido a desvestir a mi compañera. La respeto demasiado como para ello.
A ellas, sin embargo, no las respeto nada. No se lo merecen. Por ello, a ellas sí las desproveería de sus atuendos, pero tranquilo, jamás con fines impuros o sexuales. No. Yo las desvestiría (eso sí, siempre con guantes y con un pañuelo en los ojos, para no provocarme un daño irreparable en mis retinas) para ayudarles a vestirse luego unos bonitos pijamas. Irían, gracias a mi, disfrazadas de dormilonas. Gracias a mi, dormirían para siempre en sus pijamas de pino. Si de mi dependiera, en sus vidas sería siempre carnaval, y su disfraz, como no puede ser de otro modo, sería la muerte.
No pretendas aparentar ahora ser tú un buen chico. Seguro que has pensado en lo mismo, o en algo peor. Después de todo, algún pretexto tienes que tener para emborracharte día tras día con nosotros. Alguien cuya vida marche sobre ruedas, jamás verá a Irene disfrazarse de regla un día tras otro, ni tampoco ver como esas tres, como dice el anuncio, se reencargan el pijas. Seguro que en más de una ocasión has deseado reencargarte tú en una AK47 para cargártelas. Creeme, a todos nos pasa, incluido el dos neuronas que se tira a "El Señor Andrés". ¿No ves acaso la cara de estreñido que lleva siempre? Eso es que viene mal follado, o que no las soporta. O incluso las dos cosas.
Lo sé, soy un insensible, y disfruto siéndolo. Yo antes no era así. Es la sociedad, que me pervierte. La sociedad, y esa furcia de la que el otro día te hablaba. Desde entonces, raro que sienta yo compasión por alguien del sexo opuesto. No es que sea misógino, como Gustavo. Simplemente no he encontrado todavía, más allá de mi planta, otra mujer que merezca mi atención o sensibilidad, al menos en positivo. Él las odia a todas por el mero hecho de ser hembras, para mi en cambio Irene y Leyre se acercan al ideal de mujer que me suele provocar cierta empatía, pero después de todo, puede que incluso en ellas sea todo apariencia. La cordialidad es en ellas una obligación. Habría que ver si fuera no son como Las Tres Desgracias, quienes con sus pisadas consiguen que, como Atila el huno, allí por donde vayan nada más crezca. No es que ellas sean despiadadas, es que son asquerosas. Hasta a la Madre Tierra le reproducen tales arcadas, que esta prefiere permanecer virgen a descubrir qué horrores sucederán a sus huellas.
Hoy esas pisadas se suceden con medias de colores, minifaldas y tacones. Pobre Madre Tierra. Ella no tiene disfraz. Antes de sufrir los que Las Tres Desgracias visten. A buen seguro preferiría portar un pijama de pino y hacerse la dormilona a vislumbrar con sus habituales atuendos sobre sí tales adefesios travestidos.
Cierto es que no es la única que sufre viéndolas. Irene las divisa desde el escenario disfrazada de menstruación, y ve día a día en ellas el radicalismo de la monstruación. Yo sufro acompañado de mi inseparable cizaña. Gustavo, de su misoginia. Leyre incluso tiene que servirles y ver como la hacen de menos.
A cada cual en La Lola's, le acompaña una manera distinta de soportar a esos tres sujetos. El nexo que a todos es común es que, como la Madre Tierra, a todos nos gustaría invitarlas a ese trago de cianuro que tú ayer fuiste incapaz de tomar.
Lástima que mi planta me tenga prohibido el invitar a nada a otra mujer. El carnaval podría ser la mejor excusa para hacer un favor al mundo. Y es que, aunque no lo creas, a mi también me gusta el carnaval y disfrazarme, sólo que mi cizaña no me permite hacerlo de buen chico, como su forma de ser no permite a esas zorras hacerlo de simples personas.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
viernes, 20 de febrero de 2009
Fly me to the Moon
Tiene Irene varios temas fijos en su repertorio jazzístico, de entre los cuales suele destacar uno que canta a la Luna.
No es posible entablar comparación alguna entre su versión y la de Frankie, no ya porque no sea posible transmitir aquí mediante audio lo que en La Lola's Club ocurre, qué también, sino porque sencillamente, Frank Sinatra es incomparable, y más la destreza por él mostrada en temas como el siguiente:
No es posible entablar comparación alguna entre su versión y la de Frankie, no ya porque no sea posible transmitir aquí mediante audio lo que en La Lola's Club ocurre, qué también, sino porque sencillamente, Frank Sinatra es incomparable, y más la destreza por él mostrada en temas como el siguiente:
A la luz de los pecados
"Buenas noches. Como cantábamos ayer…". Comenzaron a sonar tras las palabras de Irene los acordes de una canción que solía cantar desde su llegada al local. Cómplice, guiñó un ojo a Leyre, quién en ese momento se encontraba sirviéndome una copa de cianuro. Pura ostentación, creyeron los que me oyeron pedir algo que no fuese mi habitual matarratas. Como si con aquella petición buscase dar la razón a esos estudios de la Santa Sede en los que se dice que la lujuria es el pecado en el que más caemos los hombres.
Mediante el que dicen es el pecado más común en las féminas, la soberbia, Leyre afirmaba ser capaz de aguantar el tipo incluso bebiendo cuatro copas como la recién servida. Sin haber probado jamás la bebida mortal, dice tener suficientes anticuerpos como para contrarrestar sus efectos.
Solicité unos ganchitos como aperitivo previo a mi cena en el infierno, y volvió a pecar de soberbia añadiendo a mis vocablos que, de ir ella a suicidarse, se daría antes un buen festín con una buena mariscada, de esas que hacen época y que sólo pueden ser disfrutadas en mi tierra. En efecto, la gula, como la alegría, va por barrios en La Lola's.
Comenzamos tras su afirmación a deparar sobre la amplia variedad de mariscos habidos y por haber, y uno, que tiene raíces marineras, comenzó a hacerse el interesante hablando de los mil y un modos de cocinar cada molusco o crustáceo. Mi copa había pasado ya a un segundo plano. Como buen pecador, la pereza me había embargado. Leyre había conseguido salirse con la suya. Tiempo habría para el suicidio.
A decir verdad, no es que no me apetezca seguir viviendo. No. Puede decirse, incluso, que me divierto día tras día con Dios, aunque a veces este sólo aparezca en la mesa debido a mis plegarias. Únicamente pretendía con aquello volver a visitar al bueno de Frankie. Después de todo, Caronte había sido bastante simpático la última vez. Si me permitió volver una primera vez, ¿por qué no iba a hacerlo una segunda?
No es que se esté mal en este rincón lleno de arrastrados. Como Alvite decía sobre los que él considera mis clientes, yo también sufro el síndrome de Estocolmo. Sufro también el de Diógenes, ese que me impide desterrar de mi mente la basura que sobra, y que en días como hoy, provoca que cambie el trago para frecuentar viejas amistades. Y es que en días como hoy, mi mayor pecado cometido es la ira. Ira contra el sol, por radiarme; ira contra el mundo, por rodearme; ira contra mi mismo, por dejarme rodear. En días como hoy, lo odio todo, aunque no haya motivo ni razón para ello.
Definitivamente, el sol me afecta. En días como hoy, como buen gallego, siento morriña pensando en nubes y lluvias, y reniego de todo lo que no sea la oscuridad, sobre todo si la que no se da es la oscuridad del alma.
Tampoco a John le gustan los días como el de hoy. No es que tenga nada en contra del sol o el buen tiempo. Como diría el Gran Don, "no es nada personal, son sólo negocios". Es sólo que, cuanto más bueno hace fuera, menos tránsito hay dentro, y eso, en La Lola's Club, es relegar un miércoles o un jueves a la categoría de un lunes cualquiera; cosa que en día de diario consigue incluso afear como en un insulso lunes a la guapa Leyre o hacer de menos la sensual voz de Irene, esa que tanto luce en un día oscuro con una pieza de jazz, un buen tango o, incluso si ella lo pretendiese, con el chiki-chiki.
Seguro que si preguntase a otras almas errantes, también dirían odiar los días como hoy, en los que su semblante semeja menos duro, o peor incluso, más alegre, por la mera apetencia del astro rey.
Seguro que si preguntase, a más de un alma errante le apetecería que el rey apagase la luz para así, a oscuras, poder brillar todos los arrastrados con la misma oscuridad propia con la que La Mujer de Rojo suele hacerlo en el escenario.
Aquel que haya vivido el día con luz y entre en La Lola's en una noche como la de hoy, se verá afectado de tal modo que únicamente tendrá dos opciones para acabar bien la jornada, pecar de ira hacia el astro rey o buscar en silencio la salida del club.
Seguro que, de ser cuestionado sobre ello, hasta el mismísimo Caronte se permitiría el lujo de pagar una copa de cianuro al sol sólo por disfrutar un ratito más de lúgubre tristeza de La Lola's y por unos acordes más de una Irene difuminada por la oscuridad.
Lástima que, en días como hoy, la oscuridad hable ociosa sobre marisco y el sol obvie su copa de cianuro. Lástima, en definitiva, que también peque la oscuridad de soberbia y lujuria y lo haga de pereza el sol.
Mediante el que dicen es el pecado más común en las féminas, la soberbia, Leyre afirmaba ser capaz de aguantar el tipo incluso bebiendo cuatro copas como la recién servida. Sin haber probado jamás la bebida mortal, dice tener suficientes anticuerpos como para contrarrestar sus efectos.
Solicité unos ganchitos como aperitivo previo a mi cena en el infierno, y volvió a pecar de soberbia añadiendo a mis vocablos que, de ir ella a suicidarse, se daría antes un buen festín con una buena mariscada, de esas que hacen época y que sólo pueden ser disfrutadas en mi tierra. En efecto, la gula, como la alegría, va por barrios en La Lola's.
Comenzamos tras su afirmación a deparar sobre la amplia variedad de mariscos habidos y por haber, y uno, que tiene raíces marineras, comenzó a hacerse el interesante hablando de los mil y un modos de cocinar cada molusco o crustáceo. Mi copa había pasado ya a un segundo plano. Como buen pecador, la pereza me había embargado. Leyre había conseguido salirse con la suya. Tiempo habría para el suicidio.
A decir verdad, no es que no me apetezca seguir viviendo. No. Puede decirse, incluso, que me divierto día tras día con Dios, aunque a veces este sólo aparezca en la mesa debido a mis plegarias. Únicamente pretendía con aquello volver a visitar al bueno de Frankie. Después de todo, Caronte había sido bastante simpático la última vez. Si me permitió volver una primera vez, ¿por qué no iba a hacerlo una segunda?
No es que se esté mal en este rincón lleno de arrastrados. Como Alvite decía sobre los que él considera mis clientes, yo también sufro el síndrome de Estocolmo. Sufro también el de Diógenes, ese que me impide desterrar de mi mente la basura que sobra, y que en días como hoy, provoca que cambie el trago para frecuentar viejas amistades. Y es que en días como hoy, mi mayor pecado cometido es la ira. Ira contra el sol, por radiarme; ira contra el mundo, por rodearme; ira contra mi mismo, por dejarme rodear. En días como hoy, lo odio todo, aunque no haya motivo ni razón para ello.
Definitivamente, el sol me afecta. En días como hoy, como buen gallego, siento morriña pensando en nubes y lluvias, y reniego de todo lo que no sea la oscuridad, sobre todo si la que no se da es la oscuridad del alma.
Tampoco a John le gustan los días como el de hoy. No es que tenga nada en contra del sol o el buen tiempo. Como diría el Gran Don, "no es nada personal, son sólo negocios". Es sólo que, cuanto más bueno hace fuera, menos tránsito hay dentro, y eso, en La Lola's Club, es relegar un miércoles o un jueves a la categoría de un lunes cualquiera; cosa que en día de diario consigue incluso afear como en un insulso lunes a la guapa Leyre o hacer de menos la sensual voz de Irene, esa que tanto luce en un día oscuro con una pieza de jazz, un buen tango o, incluso si ella lo pretendiese, con el chiki-chiki.
Seguro que si preguntase a otras almas errantes, también dirían odiar los días como hoy, en los que su semblante semeja menos duro, o peor incluso, más alegre, por la mera apetencia del astro rey.
Seguro que si preguntase, a más de un alma errante le apetecería que el rey apagase la luz para así, a oscuras, poder brillar todos los arrastrados con la misma oscuridad propia con la que La Mujer de Rojo suele hacerlo en el escenario.
Aquel que haya vivido el día con luz y entre en La Lola's en una noche como la de hoy, se verá afectado de tal modo que únicamente tendrá dos opciones para acabar bien la jornada, pecar de ira hacia el astro rey o buscar en silencio la salida del club.
Seguro que, de ser cuestionado sobre ello, hasta el mismísimo Caronte se permitiría el lujo de pagar una copa de cianuro al sol sólo por disfrutar un ratito más de lúgubre tristeza de La Lola's y por unos acordes más de una Irene difuminada por la oscuridad.
Lástima que, en días como hoy, la oscuridad hable ociosa sobre marisco y el sol obvie su copa de cianuro. Lástima, en definitiva, que también peque la oscuridad de soberbia y lujuria y lo haga de pereza el sol.
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jueves, 19 de febrero de 2009
Copenhage
Muchas veces me siento como esas postales de Copenhage. Unas veces pretendiéndolo, otras no tanto, pero en más de una ocasión, me da la sensación de valer, como Alvite dijo en el último relato, más por mis silencios que por mis palabras.
En honor a Copenhage, y a esas valiosas postales, este tema:
En honor a Copenhage, y a esas valiosas postales, este tema:
Postales psicológicas
Es curioso, muchacho, ver como vas adquiriendo, sin pretenderlo, un papel de sacerdote confesor. Aquí no hay tipos duros ni estrellas estrelladas. Incluso dejan en La Lola's el bourbon paso al ron y las mujeres glamourosas a las feas y casposas. Nadie aquí se da un aire a Humphrey Bogart, ni tú sacas a la trompeta el sonido de Louis Armstrong. Además, Leyre es en ocasiones al nueve largo lo que Lorraine al ogro de la película.
Aún así, demonios, también esto parece "El diario de Patricia", y eso pese a que no es precisamente la zona pectoral de la que más sobrado andas. La gente acaba adquiriendo aquí hasta tal punto el síndrome de Estocolmo, que acaba ignorando que tú eres más gallego que sueco. Les secuestra el alcohol de tal modo que en cuanto tú callas, destapan ellos el tarro de las esencias y cuentan sus intimidades como si fueses el mismísimo Ernie Loquasto. De sobra sabes que La Lola's es al Savoy lo que Pedro Almodóvar a Woody Allen, como bien te dijo el otro día Pedro "El Pollo", pero hasta a mi empieza a parecerme este un sitio entrañable. No ideal para el suicidio o para ser asesinado, pero sí para recibir una paliza o darme de cabezazos contra el tocador del baño.
Una vez estuve en Copenhage. No física, pero sí mentalmente. Un amigo de mi infancia estuvo allí y me trajo una colección de postales de aquel lugar. Detrás de cada una de ellas, me contaba alguna anécdota del viaje, algo que le había recordado el sitio que en la imagen salía, o banalidades varias sobre el momento de adquirir una u otra instantánea.
Esas postales fueron para mi amigo lo que tú para esta gente. Eres, muchacho, como el torso desnudo de una instantánea comprada en un mercadillo. Vale más tu cruz que tu cara. Valen más tus silencios que tus palabras, como para mi amigo valió más la parte trasera de las postales que las propias imágenes que en ellas se reflejaban.
No tomes a mal mis palabras. Después de todo, los gallegos somos así. No sabemos si vamos o venimos, no sabemos si sí, si no, o si todo lo contrario. Y a veces, ni tan siquiera parece que sepamos más que escuchar. Es algo que con nosotros va de suyo, como el acento. Me pasa a mi, le pasa a la gente del pueblo, a Rouco Varela, ¡no ibas a ser tú una excepción!
De algún modo, todos somos como esas postales de Copenhage. Siempre creemos tener algo que mostrar, o algo que enseñar, y lo único que realmente tendemos a hacer con acierto es escuchar. Lo único que puedes hacer frente a ello es ser más listo que el resto y empezar a cobrar por hacer la labor que a un psicólogo corresponde. Y qué que no hayas cursado tales estudios, al fin y al cabo, ellos utilizan igualmente tus hombros como clinex, ¿no?
Sería un buen negocio si te falla eso a lo que te dedicas. No necesitarías ni tan siquiera alquilar ningún local para ejercer, pues te bastaría con sentarte a esperar, como habitualmente haces. Lo único que diferenciaría tu situación actual de ello sería que la borrachera diaria la pagarían quienes sus penas te cuentan, pero no en calidad de ebrio, sino en calidad de paciente. Y es que a mi la paciencia cuando visito a Ernie en el Savoy no me hace falta, ya que al fin y al cabo aquella gente y sus historias son interesantes, pero esto, aún en tal apariencia, cambia radicalmente cuando posas tu mirada en aquella esquina y ves a aquellos tipos, o peor aún, cuando la posas en la esquina de enfrente y ves como con la suya los desnudan aquellos híbridos obtenidos de entre una zorra y un lagarto.
Definitivamente, es el futuro que te auguro si algún día la crisis arriba a tu vida. Ya te he dicho alguna vez que la videncia no es mi fuerte, pero en ocasiones como esta, sí lo es la evidencia. Y qué si no tienes el título que te permite ejercer, te basta con lo que de la vida aprendes. Eres psicólogo porque así te ven ellos. De ello ejerces, y hasta ellos han hecho de La Lola's tu lugar de trabajo, como lo para mi lo es el Savoy de culto.
Sólo te falta, muchacho, recibir y enmarcar en esa pared húmeda una postal de Copenhage cuyo dorso hable más y calle menos de lo que tú serás jamás capaz para dejar de serlo de hecho y pasar a serlo de derecho.
Aún así, demonios, también esto parece "El diario de Patricia", y eso pese a que no es precisamente la zona pectoral de la que más sobrado andas. La gente acaba adquiriendo aquí hasta tal punto el síndrome de Estocolmo, que acaba ignorando que tú eres más gallego que sueco. Les secuestra el alcohol de tal modo que en cuanto tú callas, destapan ellos el tarro de las esencias y cuentan sus intimidades como si fueses el mismísimo Ernie Loquasto. De sobra sabes que La Lola's es al Savoy lo que Pedro Almodóvar a Woody Allen, como bien te dijo el otro día Pedro "El Pollo", pero hasta a mi empieza a parecerme este un sitio entrañable. No ideal para el suicidio o para ser asesinado, pero sí para recibir una paliza o darme de cabezazos contra el tocador del baño.
Una vez estuve en Copenhage. No física, pero sí mentalmente. Un amigo de mi infancia estuvo allí y me trajo una colección de postales de aquel lugar. Detrás de cada una de ellas, me contaba alguna anécdota del viaje, algo que le había recordado el sitio que en la imagen salía, o banalidades varias sobre el momento de adquirir una u otra instantánea.
Esas postales fueron para mi amigo lo que tú para esta gente. Eres, muchacho, como el torso desnudo de una instantánea comprada en un mercadillo. Vale más tu cruz que tu cara. Valen más tus silencios que tus palabras, como para mi amigo valió más la parte trasera de las postales que las propias imágenes que en ellas se reflejaban.
No tomes a mal mis palabras. Después de todo, los gallegos somos así. No sabemos si vamos o venimos, no sabemos si sí, si no, o si todo lo contrario. Y a veces, ni tan siquiera parece que sepamos más que escuchar. Es algo que con nosotros va de suyo, como el acento. Me pasa a mi, le pasa a la gente del pueblo, a Rouco Varela, ¡no ibas a ser tú una excepción!
De algún modo, todos somos como esas postales de Copenhage. Siempre creemos tener algo que mostrar, o algo que enseñar, y lo único que realmente tendemos a hacer con acierto es escuchar. Lo único que puedes hacer frente a ello es ser más listo que el resto y empezar a cobrar por hacer la labor que a un psicólogo corresponde. Y qué que no hayas cursado tales estudios, al fin y al cabo, ellos utilizan igualmente tus hombros como clinex, ¿no?
Sería un buen negocio si te falla eso a lo que te dedicas. No necesitarías ni tan siquiera alquilar ningún local para ejercer, pues te bastaría con sentarte a esperar, como habitualmente haces. Lo único que diferenciaría tu situación actual de ello sería que la borrachera diaria la pagarían quienes sus penas te cuentan, pero no en calidad de ebrio, sino en calidad de paciente. Y es que a mi la paciencia cuando visito a Ernie en el Savoy no me hace falta, ya que al fin y al cabo aquella gente y sus historias son interesantes, pero esto, aún en tal apariencia, cambia radicalmente cuando posas tu mirada en aquella esquina y ves a aquellos tipos, o peor aún, cuando la posas en la esquina de enfrente y ves como con la suya los desnudan aquellos híbridos obtenidos de entre una zorra y un lagarto.
Definitivamente, es el futuro que te auguro si algún día la crisis arriba a tu vida. Ya te he dicho alguna vez que la videncia no es mi fuerte, pero en ocasiones como esta, sí lo es la evidencia. Y qué si no tienes el título que te permite ejercer, te basta con lo que de la vida aprendes. Eres psicólogo porque así te ven ellos. De ello ejerces, y hasta ellos han hecho de La Lola's tu lugar de trabajo, como lo para mi lo es el Savoy de culto.
Sólo te falta, muchacho, recibir y enmarcar en esa pared húmeda una postal de Copenhage cuyo dorso hable más y calle menos de lo que tú serás jamás capaz para dejar de serlo de hecho y pasar a serlo de derecho.
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miércoles, 18 de febrero de 2009
Drinking again
A veces, como a Pedro le ocurre en el anterior relato, uno tiene la sensación de querer contar algo y no saber el qué. Otras, las menos, directamente no existe nada que contar, y uno se refugia en el alcohol. Y otras, sin ni tan siquiera alcohol, uno acaba escribiendo sin saber bien sobre el qué.
Para Pedro el alcohol es un estímulo, para mi, en ocasiones, lo es la música. Es de recibo, pues, acompañar al último relato de una canción donde se mencione la bebida.
Para Pedro el alcohol es un estímulo, para mi, en ocasiones, lo es la música. Es de recibo, pues, acompañar al último relato de una canción donde se mencione la bebida.
Alcohólicos anónimos
Estoy desganado, chico, falto de inspiración. Ni tan siquiera esta me acompaña para dejar este folio en blanco y encontrar una excusa mejor para ello que la muerte de mi décima abuela. Tampoco tengo mayor salvoconducto que el alcohol. No se me ocurre otra cosa que no sea el dejar mi cuaderno apartado y mojar mis labios en ron. Empieza hasta a darme igual el ir a recibir una nueva amenaza de despido si no encuentro de qué hablar, pero es que esa es la realidad, sólo me apetece beber hasta perder el control. No, chico, no soy un alcohólico. Sólo soy un borracho. Los alcohólicos van a reuniones, y yo estas sólo las frecuento cuando voy a recibir órdenes más específicas que un simple "espero tu opinión, sin tu paja es más difícil acabar esta mierda".
Si fuera esto el Savoy, como Chester Newman, escribiría sobre las gentes que aquí habitan, pero no creo que lo que el hombre de la cizaña cuenta sobre Las Tres Desgracias venda. Ni tampoco el hablar de los polvos de a nueva corista con aquel dos-neuronas. Entre otras cosas, porque no son gente de glamour como esa de la que Alvite habla. No. La almas que por aquí transitan parecen más sacadas de películas de serie "B" que de un film de Hollywood. Son estos personajes a los tipos duros del Savoy lo que las mujeres Almodóvar a las de Woody Allen, Penélope Cruz aparte. Basta para darse cuenta de ello con ver que aún americanizando su nombre con su diminutivo, John no es ni la sombra de Ernie Loquasto, o con ver que mientras en el Savoy recibirías un disparo por no referirte a alguien con sus apellidos, aquí da la sensación de que sólo existen nombres, y de conocerse más allá de estos, el nombrar los apellidos sería condición suficiente para recibir un par de caricias de los chicos del billar.
Es lo suyo, chico. En el local de la Gran Manzana, me sería fácil escribir. Sé que estarás pensando. En efecto, jamás he estado en el Savoy, pero por lo que Alvite cuenta, no veo más semejanza entre un lado del charco y el otro que el sexo del dueño del local. Y es que al contrario de lo que allí me ocurriría, aquí lo único que percibo como sencillo es el gastarme más en ver a Irene y Leyre que a mi propia novia. Sólo me ha faltado el sábado regalarles a ellas las flores en lugar de a mi chica, o que como ocurre contigo, recibir de ellas el apelativo de "cariño". Me falta para ser capaz de inspirarme en algo de este local no la suerte de recibir ese apelativo, ni tampoco el contar con una actuación como la tuya del otro día, sino aquella que supondría el que el matarratas me lo echasen en la copa en una mayor cantidad que el alcohol. Quizá así, más sobrio, pudiera tener, como tú, algo más que contar sobre esta gentuza que los pasos que me lleva el llegar al aseo a aliviarme.
Sí, me parecen gentuza, pero no me malinterpretes. No soy mejor que ellos. Después de todo, todos meamos en el mismo orinal (salvo Las Tres Desgracias, o eso creo, pues todavía estoy por descubrir si tienen o no rabo), y a todos nos sirve la misma chica que Juan se folla. Todos venimos aquí sino diariamente, casi, a ver como ella nos pone alcohol, y lo que no es alcohol, y a escuchar como Irene intenta emular a las grandes voces, olvidando que es conditio sine qua non para destacar en la música más allá de este sitio no sólo tener buena voz, sino el comprimir el pecho y enseñar cinco centímetros más de pierna.
Definitivamente, creo que no. No hay razones por las cuales no emborracharme hoy de nuevo, salvo que mi novia venga ahora y lo remedie. Otra puta noche más estoy en este rincón escuchando a Irene y bebiendo matarratas con ron. Otra puta noche más estoy aquí sin saber sobre qué escribir. Sin embargo, otra puta noche más estoy aquí mejor que en ningún otro lado.
Otra puta noche más comienzo a pensar que quizá deba reconocer la obviedad y que quizá sí sea yo un alcohólico. Después de todo, soy un bebedor anónimo que se reúne periódicamente con otros pobres hombres igual o más borrachos que yo, ¿no?
La única diferencia, chico, es que para mi no existe rehabilitación. La única diferencia, chico, es que yo no tengo una historia que contar.
Si fuera esto el Savoy, como Chester Newman, escribiría sobre las gentes que aquí habitan, pero no creo que lo que el hombre de la cizaña cuenta sobre Las Tres Desgracias venda. Ni tampoco el hablar de los polvos de a nueva corista con aquel dos-neuronas. Entre otras cosas, porque no son gente de glamour como esa de la que Alvite habla. No. La almas que por aquí transitan parecen más sacadas de películas de serie "B" que de un film de Hollywood. Son estos personajes a los tipos duros del Savoy lo que las mujeres Almodóvar a las de Woody Allen, Penélope Cruz aparte. Basta para darse cuenta de ello con ver que aún americanizando su nombre con su diminutivo, John no es ni la sombra de Ernie Loquasto, o con ver que mientras en el Savoy recibirías un disparo por no referirte a alguien con sus apellidos, aquí da la sensación de que sólo existen nombres, y de conocerse más allá de estos, el nombrar los apellidos sería condición suficiente para recibir un par de caricias de los chicos del billar.
Es lo suyo, chico. En el local de la Gran Manzana, me sería fácil escribir. Sé que estarás pensando. En efecto, jamás he estado en el Savoy, pero por lo que Alvite cuenta, no veo más semejanza entre un lado del charco y el otro que el sexo del dueño del local. Y es que al contrario de lo que allí me ocurriría, aquí lo único que percibo como sencillo es el gastarme más en ver a Irene y Leyre que a mi propia novia. Sólo me ha faltado el sábado regalarles a ellas las flores en lugar de a mi chica, o que como ocurre contigo, recibir de ellas el apelativo de "cariño". Me falta para ser capaz de inspirarme en algo de este local no la suerte de recibir ese apelativo, ni tampoco el contar con una actuación como la tuya del otro día, sino aquella que supondría el que el matarratas me lo echasen en la copa en una mayor cantidad que el alcohol. Quizá así, más sobrio, pudiera tener, como tú, algo más que contar sobre esta gentuza que los pasos que me lleva el llegar al aseo a aliviarme.
Sí, me parecen gentuza, pero no me malinterpretes. No soy mejor que ellos. Después de todo, todos meamos en el mismo orinal (salvo Las Tres Desgracias, o eso creo, pues todavía estoy por descubrir si tienen o no rabo), y a todos nos sirve la misma chica que Juan se folla. Todos venimos aquí sino diariamente, casi, a ver como ella nos pone alcohol, y lo que no es alcohol, y a escuchar como Irene intenta emular a las grandes voces, olvidando que es conditio sine qua non para destacar en la música más allá de este sitio no sólo tener buena voz, sino el comprimir el pecho y enseñar cinco centímetros más de pierna.
Definitivamente, creo que no. No hay razones por las cuales no emborracharme hoy de nuevo, salvo que mi novia venga ahora y lo remedie. Otra puta noche más estoy en este rincón escuchando a Irene y bebiendo matarratas con ron. Otra puta noche más estoy aquí sin saber sobre qué escribir. Sin embargo, otra puta noche más estoy aquí mejor que en ningún otro lado.
Otra puta noche más comienzo a pensar que quizá deba reconocer la obviedad y que quizá sí sea yo un alcohólico. Después de todo, soy un bebedor anónimo que se reúne periódicamente con otros pobres hombres igual o más borrachos que yo, ¿no?
La única diferencia, chico, es que para mi no existe rehabilitación. La única diferencia, chico, es que yo no tengo una historia que contar.
martes, 17 de febrero de 2009
Vidas cruzadas
Cruce de caminos. Sendas paralelas. Carreteras que fluyen una junto a otra. Vidas cruzadas. Muchas son las vidas que se encuentran en algún momento. Personalmente, esperaré a que así ocurra y nuestros caminos se crucen. Mientras, estos dos grandes, Iván Ferreiro y Quique González, son los que más cerca pasan del sentido del último relato con el siguiente tema.
Cruce de caminos
"Lo nuestro es imposible, chico. Son las nuestras vidas cruzadas, sí, pero aún cuando nuestros cruces confluyen en la barra de La Lola's Club, son nuestros hábitos radicalmente distintos, más allá del sexo que en el Hotel California pueda haber. Por más que quiera pensar en ella como algo más que un objeto sexual, la razón me impide hacer otra cosa que no sea simplemente follármela".
Juan era claro con respecto a Leyre. Ni tan siquiera en una conversación con tal apariencia de seriedad como aquella le hacía descubrir más de sí que no fuesen sus escarceos con la camarera del local y su corazón roto. Sí parecía, sin embargo, establecer con sus palabras una clara diferencia entre el acto sexual como mera acción insustancial y el hecho de que en este pudiera haber amor. Jamás he entendido ese afán suyo de establecer entre los dos la imposibilidad de que exista algo más. Dice el anuncio de un multinacional de ropa deportiva que "impossible is nothing", pero él no entiende a esa razón. Tampoco seré yo quién intente hacerle razonar. Después de todo, él sabrá a quién le hace el amor o a quién se folla…
Lo cierto es que aquella conversación con Juan me dejó bastante pensativo. Quizá, en cierto modo, me sentía identificado con sus palabras o con su historia.
En mi historia, sin embargo, mi mentalidad dista de la suya y se asemeja más a la de la incombustible Leyre. Como ella, también yo he intentado siempre ir más allá sin éxito, aunque en mi caso ni tan siquiera el Hotel California me alivie. Tampoco es que me importe esto último, pero sí puede considerarse una de las grandes diferencias. Como semejanza, puede establecerse el comienzo, en ambos casos en forma de juego por parte del varón de turno. Pueden considerarse también nuestras historias parecidas en que en uno y otro caso, es confuso el sentimiento de uno de los protagonistas. Por contra, mientras a ellos les separan unos minutos, a nosotros lo hacen unas cuantas horas…
Así, enumerando convergencias y divergencias, podría estar más horas de las que nos llevaría estar cercanos, pero a decir verdad, de poco serviría. Y es que no por mucho lamentarme o alegrarme, cambiará mi historia como creo pudiera cambiar la suya.
Dice Juan que las suyas son vidas cruzadas. Radica ahí mi empecinamiento en que lo suyo no sea una historia imposible. Cuando una persona se cruza en el camino de la otra, lo fácil es poner mil y una excusas con las que intentar maquillar el rechazo, pero jamás he visto otro caso en el que la existencia de un nexo común fuese justamente el impedimento para seguir adelante. Me niego a creer que es esa la razón verdadera. O simplemente Leyre no le atrae lo suficiente, o hay algo más en la vida de Juan para que su cabezonería sea inversamente proporcional a mis ganas de ejercer de Celestina en un caso como este.
Y es que ya quisiera yo que un cruce de caminos apareciese en mi vida. Todo sería mucho más fácil. De darse, no haría lo que hoy día, resignarme a algo que aún teniendo mucha más sustancia que su relación, no acaba de equipararme a Pedro y a eso que el sábado pudo sentir él aún sin subirse al escenario de La Lola's.
Todo será cuestión, quizá, de que en medio de mi resignación intente convencer a Leyre de que un clavo saca otro clavo. Después de todo, yo tengo mucho amor por dar, y ella a cambio tan sólo tendría que cambiar de caballo en el que cabalgar, como Juan suele decir.
No creo que sea yo precisamente Humphrey Bogart, ni voy rompiendo corazones por doquier, pero después de todo tampoco creo que ella desayune con diamantes, ni tampoco se parece a Audrey Hepburn. Lo que sí sé seguro es que si un cruce de caminos uniese nuestras vidas, jamás emularía a mi compañero de borrachera y me empeñaría en otra cosa que no fuese impedir que nuestras sendas jamás se separen.
Juan era claro con respecto a Leyre. Ni tan siquiera en una conversación con tal apariencia de seriedad como aquella le hacía descubrir más de sí que no fuesen sus escarceos con la camarera del local y su corazón roto. Sí parecía, sin embargo, establecer con sus palabras una clara diferencia entre el acto sexual como mera acción insustancial y el hecho de que en este pudiera haber amor. Jamás he entendido ese afán suyo de establecer entre los dos la imposibilidad de que exista algo más. Dice el anuncio de un multinacional de ropa deportiva que "impossible is nothing", pero él no entiende a esa razón. Tampoco seré yo quién intente hacerle razonar. Después de todo, él sabrá a quién le hace el amor o a quién se folla…
Lo cierto es que aquella conversación con Juan me dejó bastante pensativo. Quizá, en cierto modo, me sentía identificado con sus palabras o con su historia.
En mi historia, sin embargo, mi mentalidad dista de la suya y se asemeja más a la de la incombustible Leyre. Como ella, también yo he intentado siempre ir más allá sin éxito, aunque en mi caso ni tan siquiera el Hotel California me alivie. Tampoco es que me importe esto último, pero sí puede considerarse una de las grandes diferencias. Como semejanza, puede establecerse el comienzo, en ambos casos en forma de juego por parte del varón de turno. Pueden considerarse también nuestras historias parecidas en que en uno y otro caso, es confuso el sentimiento de uno de los protagonistas. Por contra, mientras a ellos les separan unos minutos, a nosotros lo hacen unas cuantas horas…
Así, enumerando convergencias y divergencias, podría estar más horas de las que nos llevaría estar cercanos, pero a decir verdad, de poco serviría. Y es que no por mucho lamentarme o alegrarme, cambiará mi historia como creo pudiera cambiar la suya.
Dice Juan que las suyas son vidas cruzadas. Radica ahí mi empecinamiento en que lo suyo no sea una historia imposible. Cuando una persona se cruza en el camino de la otra, lo fácil es poner mil y una excusas con las que intentar maquillar el rechazo, pero jamás he visto otro caso en el que la existencia de un nexo común fuese justamente el impedimento para seguir adelante. Me niego a creer que es esa la razón verdadera. O simplemente Leyre no le atrae lo suficiente, o hay algo más en la vida de Juan para que su cabezonería sea inversamente proporcional a mis ganas de ejercer de Celestina en un caso como este.
Y es que ya quisiera yo que un cruce de caminos apareciese en mi vida. Todo sería mucho más fácil. De darse, no haría lo que hoy día, resignarme a algo que aún teniendo mucha más sustancia que su relación, no acaba de equipararme a Pedro y a eso que el sábado pudo sentir él aún sin subirse al escenario de La Lola's.
Todo será cuestión, quizá, de que en medio de mi resignación intente convencer a Leyre de que un clavo saca otro clavo. Después de todo, yo tengo mucho amor por dar, y ella a cambio tan sólo tendría que cambiar de caballo en el que cabalgar, como Juan suele decir.
No creo que sea yo precisamente Humphrey Bogart, ni voy rompiendo corazones por doquier, pero después de todo tampoco creo que ella desayune con diamantes, ni tampoco se parece a Audrey Hepburn. Lo que sí sé seguro es que si un cruce de caminos uniese nuestras vidas, jamás emularía a mi compañero de borrachera y me empeñaría en otra cosa que no fuese impedir que nuestras sendas jamás se separen.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
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