martes, 3 de marzo de 2009

Psicología cinematográfica

Fue una noche de película, la de ayer. Como si John fuese parte del reparto de "Premonición", acertó en sus deseos de que aquel policía volviese. Vaya si volvió. Volvió y la escena que se montó pareció sacada de "El club de la lucha", después de su intento de parecer un superhéroe ante la férrea defensa que un borracho comenzó a aplicar sobre Irene. Pese a su habitual forma de ser, quién apaciguó los ánimos tuvo que ser Marco, y no arrojando a nadie su planta cizañera, sino sacando del otro lado no de la cama, sino de la barra una mandolina, para así emular a Nicolas Cage en "La idem del Capitán Corelli".

Seguro que lo que en esa sucesión de hechos tan sólo faltó algún Goya o un Oscar. Quizá fuese un Grammy quién faltó a su cita. O la cordura, quién sabe. Lo cierto es que el ambiente pedía algo más, fuese esto el título de otra mala película, o el nombre de un buen psicólogo. Y es que en un enagenado ambiente como aquel, se escuchó por parte de Leyre un "todos locos…" que cercioraba la necesidad de algún experto en mentes extrañas.

Enagenado estaba aquel que agarró del brazo a la guapa Irene. Era su enagenación transitoria, o no, quién sabe. El caso es que no era un borracho normal, sino que era un hombre ebrio atípico en La Lola's y violento como nunca se había visto a nadie allí dentro. Empezó escupiendo alcohol y balbuceando piropos, prosiguió pidiendo un beso a la corista y terminó por recibir un par de caricias del nuevo cliente del local, tras intentar propasarse.

No menos loco puede decirse que esté el inspector. Cierto es que esta vez se dejó la gabardina en casa y que no interrogó a nadie, pero ello no es óbice para liarse a mamporros con el primer borracho que encuentre, por muy oligofrénico que este sea y por mucho que oprima a la chica que tanto pareció llamarle la atención en su primera experiencia entre arrastrados. Poco tardó en pasar a la acción, bien haciéndose el machito, bien en integrarse entre sujetos bineuronales.

No más cuerdo creo que esté Marco, aunque lo suyo no sea ya novedad. De venir siempre acompañado por una maceta, ha pasado a portar por un lado su inseparable cizaña y, por otro, una mandolina. Separó un silla de la mesa más cercana a la escena, abandonando su habitual sitio en la barra, y se sentó. Sin que los contendientes de la afrenta se inmutasen en un principio, comenzó lentamente a acariciar las cuerdas, cuya sonoridad comenzó a ir poco a poco en aumento, hasta que los acordes llegaron a los oídos del policía y su nuevo amigo.

Como si de un tratamiento de choque se tratase, aquellos dos locos habían comenzado a prestar atención a lo que un tercero hacía. Quizá sea cierto eso de que la música amansa a las fieras, o quizá únicamente viese el policía en aquello la mejor excusa para dejar de hacer el ridículo y el borracho para dejar de recibir mandobles. Lo cierto es que todo el mundo allí comenzó a prestar por primera vez atención a Marco sin que tal interés proviniese del contagio de maldad por parte de su planta.

Aquella escena dantesca y todas las escenas que en ese momento se sucedían en La Lola's se detuvieron ante el sonido de aquella mandolina, como aquel tigre que se detiene ante el sonido del látigo o aquel enagenado que ve como sus delirios se frenan por medio de su medicación.

Nadie conocía de esa virtud de Marco. Leyre, Irene, John, el policía, el borracho… Todos se detuvieron ante su improvisada actuación. Todos vieron como aquella representación cinematográfica convertía en algo tan simple como el sonido de una mandolina en algo digno de estudio psicológico. Todos se quedaron atónitos ante la declaración de amor de Marco a su amante. "Todos locos…", se escuchó de nuevo aseverar a Leyre, quién una vez más acertaba, pero, ¿qué sería de ella sin los locos del lugar?

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