martes, 17 de febrero de 2009

Cruce de caminos

"Lo nuestro es imposible, chico. Son las nuestras vidas cruzadas, sí, pero aún cuando nuestros cruces confluyen en la barra de La Lola's Club, son nuestros hábitos radicalmente distintos, más allá del sexo que en el Hotel California pueda haber. Por más que quiera pensar en ella como algo más que un objeto sexual, la razón me impide hacer otra cosa que no sea simplemente follármela".

Juan era claro con respecto a Leyre. Ni tan siquiera en una conversación con tal apariencia de seriedad como aquella le hacía descubrir más de sí que no fuesen sus escarceos con la camarera del local y su corazón roto. Sí parecía, sin embargo, establecer con sus palabras una clara diferencia entre el acto sexual como mera acción insustancial y el hecho de que en este pudiera haber amor. Jamás he entendido ese afán suyo de establecer entre los dos la imposibilidad de que exista algo más. Dice el anuncio de un multinacional de ropa deportiva que "impossible is nothing", pero él no entiende a esa razón. Tampoco seré yo quién intente hacerle razonar. Después de todo, él sabrá a quién le hace el amor o a quién se folla…

Lo cierto es que aquella conversación con Juan me dejó bastante pensativo. Quizá, en cierto modo, me sentía identificado con sus palabras o con su historia.
En mi historia, sin embargo, mi mentalidad dista de la suya y se asemeja más a la de la incombustible Leyre. Como ella, también yo he intentado siempre ir más allá sin éxito, aunque en mi caso ni tan siquiera el Hotel California me alivie. Tampoco es que me importe esto último, pero sí puede considerarse una de las grandes diferencias. Como semejanza, puede establecerse el comienzo, en ambos casos en forma de juego por parte del varón de turno. Pueden considerarse también nuestras historias parecidas en que en uno y otro caso, es confuso el sentimiento de uno de los protagonistas. Por contra, mientras a ellos les separan unos minutos, a nosotros lo hacen unas cuantas horas…
Así, enumerando convergencias y divergencias, podría estar más horas de las que nos llevaría estar cercanos, pero a decir verdad, de poco serviría. Y es que no por mucho lamentarme o alegrarme, cambiará mi historia como creo pudiera cambiar la suya.

Dice Juan que las suyas son vidas cruzadas. Radica ahí mi empecinamiento en que lo suyo no sea una historia imposible. Cuando una persona se cruza en el camino de la otra, lo fácil es poner mil y una excusas con las que intentar maquillar el rechazo, pero jamás he visto otro caso en el que la existencia de un nexo común fuese justamente el impedimento para seguir adelante. Me niego a creer que es esa la razón verdadera. O simplemente Leyre no le atrae lo suficiente, o hay algo más en la vida de Juan para que su cabezonería sea inversamente proporcional a mis ganas de ejercer de Celestina en un caso como este.
Y es que ya quisiera yo que un cruce de caminos apareciese en mi vida. Todo sería mucho más fácil. De darse, no haría lo que hoy día, resignarme a algo que aún teniendo mucha más sustancia que su relación, no acaba de equipararme a Pedro y a eso que el sábado pudo sentir él aún sin subirse al escenario de La Lola's.

Todo será cuestión, quizá, de que en medio de mi resignación intente convencer a Leyre de que un clavo saca otro clavo. Después de todo, yo tengo mucho amor por dar, y ella a cambio tan sólo tendría que cambiar de caballo en el que cabalgar, como Juan suele decir.
No creo que sea yo precisamente Humphrey Bogart, ni voy rompiendo corazones por doquier, pero después de todo tampoco creo que ella desayune con diamantes, ni tampoco se parece a Audrey Hepburn. Lo que sí sé seguro es que si un cruce de caminos uniese nuestras vidas, jamás emularía a mi compañero de borrachera y me empeñaría en otra cosa que no fuese impedir que nuestras sendas jamás se separen.

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