viernes, 20 de febrero de 2009

A la luz de los pecados

"Buenas noches. Como cantábamos ayer…". Comenzaron a sonar tras las palabras de Irene los acordes de una canción que solía cantar desde su llegada al local. Cómplice, guiñó un ojo a Leyre, quién en ese momento se encontraba sirviéndome una copa de cianuro. Pura ostentación, creyeron los que me oyeron pedir algo que no fuese mi habitual matarratas. Como si con aquella petición buscase dar la razón a esos estudios de la Santa Sede en los que se dice que la lujuria es el pecado en el que más caemos los hombres.
Mediante el que dicen es el pecado más común en las féminas, la soberbia, Leyre afirmaba ser capaz de aguantar el tipo incluso bebiendo cuatro copas como la recién servida. Sin haber probado jamás la bebida mortal, dice tener suficientes anticuerpos como para contrarrestar sus efectos.

Solicité unos ganchitos como aperitivo previo a mi cena en el infierno, y volvió a pecar de soberbia añadiendo a mis vocablos que, de ir ella a suicidarse, se daría antes un buen festín con una buena mariscada, de esas que hacen época y que sólo pueden ser disfrutadas en mi tierra. En efecto, la gula, como la alegría, va por barrios en La Lola's.
Comenzamos tras su afirmación a deparar sobre la amplia variedad de mariscos habidos y por haber, y uno, que tiene raíces marineras, comenzó a hacerse el interesante hablando de los mil y un modos de cocinar cada molusco o crustáceo. Mi copa había pasado ya a un segundo plano. Como buen pecador, la pereza me había embargado. Leyre había conseguido salirse con la suya. Tiempo habría para el suicidio.

A decir verdad, no es que no me apetezca seguir viviendo. No. Puede decirse, incluso, que me divierto día tras día con Dios, aunque a veces este sólo aparezca en la mesa debido a mis plegarias. Únicamente pretendía con aquello volver a visitar al bueno de Frankie. Después de todo, Caronte había sido bastante simpático la última vez. Si me permitió volver una primera vez, ¿por qué no iba a hacerlo una segunda?

No es que se esté mal en este rincón lleno de arrastrados. Como Alvite decía sobre los que él considera mis clientes, yo también sufro el síndrome de Estocolmo. Sufro también el de Diógenes, ese que me impide desterrar de mi mente la basura que sobra, y que en días como hoy, provoca que cambie el trago para frecuentar viejas amistades. Y es que en días como hoy, mi mayor pecado cometido es la ira. Ira contra el sol, por radiarme; ira contra el mundo, por rodearme; ira contra mi mismo, por dejarme rodear. En días como hoy, lo odio todo, aunque no haya motivo ni razón para ello.
Definitivamente, el sol me afecta. En días como hoy, como buen gallego, siento morriña pensando en nubes y lluvias, y reniego de todo lo que no sea la oscuridad, sobre todo si la que no se da es la oscuridad del alma.

Tampoco a John le gustan los días como el de hoy. No es que tenga nada en contra del sol o el buen tiempo. Como diría el Gran Don, "no es nada personal, son sólo negocios". Es sólo que, cuanto más bueno hace fuera, menos tránsito hay dentro, y eso, en La Lola's Club, es relegar un miércoles o un jueves a la categoría de un lunes cualquiera; cosa que en día de diario consigue incluso afear como en un insulso lunes a la guapa Leyre o hacer de menos la sensual voz de Irene, esa que tanto luce en un día oscuro con una pieza de jazz, un buen tango o, incluso si ella lo pretendiese, con el chiki-chiki.

Seguro que si preguntase a otras almas errantes, también dirían odiar los días como hoy, en los que su semblante semeja menos duro, o peor incluso, más alegre, por la mera apetencia del astro rey.
Seguro que si preguntase, a más de un alma errante le apetecería que el rey apagase la luz para así, a oscuras, poder brillar todos los arrastrados con la misma oscuridad propia con la que La Mujer de Rojo suele hacerlo en el escenario.
Aquel que haya vivido el día con luz y entre en La Lola's en una noche como la de hoy, se verá afectado de tal modo que únicamente tendrá dos opciones para acabar bien la jornada, pecar de ira hacia el astro rey o buscar en silencio la salida del club.

Seguro que, de ser cuestionado sobre ello, hasta el mismísimo Caronte se permitiría el lujo de pagar una copa de cianuro al sol sólo por disfrutar un ratito más de lúgubre tristeza de La Lola's y por unos acordes más de una Irene difuminada por la oscuridad.
Lástima que, en días como hoy, la oscuridad hable ociosa sobre marisco y el sol obvie su copa de cianuro. Lástima, en definitiva, que también peque la oscuridad de soberbia y lujuria y lo haga de pereza el sol.

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