martes, 24 de marzo de 2009

El hombre del piano

Recordaba Juan en el último relato el momento en que conoció a Olvido. Todo surgió alrededor de un piano. Curioso. Otra de las almas errantes que por La Lola's Club vagan me dijo antes haber conocido a alguien especial sentado en un piano.

Da igual el tema. Pudo ser jazz, o quizá música clásica. A lo mejor fue una canción sin sentido. Lo cierto es que, en recuerdo a sus chicas del piano, a ambos les dedica Leyre esta canción cantada por Ana Belén:

Tócala otra vez, Juan

Cuando la conocí, una de mis mayores aficiones era tocar el piano. Lo cierto es que jamás había sido un virtuoso. Jamás nadie me había dicho aquello de "tócala otra vez, Juan". Aún así, sentado a cualquier piano me sentía bien… Hasta que la conocí a ella.

Me encontraba de viaje con unos viejos amigos y, de repente, mi mirada topó con un viejo piano en la esquina del lugar donde nos topábamos. Sin tan siquiera pedir permiso a los responsables del local, me senté y comencé a mover los dedos como en otros tiempos lo había hecho, sin llegar siquiera a tocar las teclas, hasta que llegó ella.

No dijo nada. Fue mejor así. Me venció gracias al factor sorpresa. Llegó junto a mi, se sentó a mi derecha y al instante hizo sonar no recuerdo qué melodía. Me levanté como alma que lleva el diablo, medio avergonzado por haber profanado aquel que en ese momento se convirtió en su altar y medio asombrado por su destreza musical. Posiblemente no fuese la primera vez que escuchaba aquella melodía, y a buen seguro que no era ella la mejor de las pianistas, pero lo cierto es que en cuanto Olvido comenzó a tocar el piano, yo me aproximé al cielo como nunca antes lo había hecho.

Aquel fue el principio del fin. No porque durase poco nuestra historia, sino porque de no haberme sentado a aquel piano, quizá mis noches nunca se habrían reducido a una oda al recuerdo de una Olvido. De no haberme sentado a aquel piano, posiblemente de ella jamás me hubiese enamorado, y es más que probable que tampoco lo habría hecho de esta barra y este trago.
Maldigo aquel piano, chico, como maldigo al dos neuronas que me la arrebató y a la serpiente que jamás se lo comió.

Igual que barajé el hacerme budista y que pensé incluso en el suicidio, después de aquello quise tirar mi piano por la ventana, pero me encontré con un problema. Cada vez que abría la ventana, imaginaba en el balcón de piso inferior al mio el escote que ella lucía. La calle, mientras, me parecía una metáfora de sus piernas, pues igual que a la primera solía recorrerla, quería vagar perdiendo el sentido debajo de su cintura.

Finalmente, rehusé la idea. No me salía a cuenta el pagar la multa o, quién sabe, acabar en la cárcel si el piano alcanzaba a alguien, sólo por intentar olvidar con aquello a Olvido. Después de todo, ni tan siquiera aquello me aseguraba el deshacerme del recuerdo de los días siguientes.
Y es que, tras el asunto del piano, chico, el azar quiso que nos encontrásemos casualmente una vez más. Fue en el hall del hotel donde mis amigos y yo estábamos hospedados. Nuestras miradas se encontraron con una conexión mayor a lo sentido hacia aquel instrumento maldito. Nos dirigimos el uno hacia el otro y, casi por arte de magia, continuó lo que hoy entiendo como una odisea.

Charlamos un rato y, maldito el momento, decidí dejar esa tarde tirados a mis amigos por aquella perfecta desconocida. Hablamos de todo y de nada. Nos conocimos más por nuestras miradas que por nuestras palabras. Decidimos ver juntos el atardecer, y nuestros cuerpos pensaron por nosotros que quizá no estaría de más ver también juntos amanecer. Ella era para mi en aquellos instantes un reloj de arena cuyo último grano había hecho expirar consigo el ultimatum del tiempo al sentimiento. Perdió el primero, y los sentimientos afloraron. Desgraciadamente, más tarde, el tiempo se tomó su venganza y volvió a correr en el mismo instante en que nos separamos.

Así se sucedieron los días, hasta que el destino la trajo a mi ciudad. Entonces todo fue como en aquel mágico transitar de las horas. Las miradas vencían a las palabras, y los sentimientos seguían doblegando al tiempo, quién, por ello, se cobró una nueva venganza.
En un instante para mi atemporal, mientras ella tocaba el piano, aproveché para ir a comprar mi serpiente. Ya sabes el resto de la historia, chico. Cuando ello sucedió, el tiempo volvió a correr y ella aprovechó mi descuido para irse con otro.

Aquello me tocó mucho las teclas, no puedo negarlo. Sin embargo, la melodía obtenida no era la que Olvido acostumbraba tocar. Aún no entiendo la razón por la cual el tiempo hizo que mi pianista dejase aquella dulce melodía y prefiriese el sonido hueco de la mente de otro, o el irritante sonar de los muelles de otra cama que no era la mia.
Lo cierto es que, desde aquello, muchas han tocado mis teclas, pero nadie ha dado con la melodía adecuada. Nadie ha sido capaz de encontrar pulsando un par de teclas una nueva melodía que lleve a mis sentimientos a doblegar al tiempo.

Todo empezó cuando se sentó junto a mi. Me venció gracias al factor sorpresa. Por aquel entonces una de mis mayores aficiones era tocar el piano. Desde su partida, muchas han tocado mis teclas, pero ninguna ha logrado convertir su melodía en un sugerente "tócame otra vez, Juan".

domingo, 22 de marzo de 2009

Mi ventana al mar

Una semana llevaba Diego sin pasarse por el local. Una semana que para él fue como un instante.
También yo llevaba una semana sin pasarme por La Lola's Club por, como él, ver como el tiempo se detenía en el mismo instante en que mi mirada conectaba con, sí, el mar.

Al contrario que Diego, sin embargo, yo sí soy capaz de dar las gracias. Gracias a toda esa gente con quién he compartido esta semana por hacer de esta semana, si no la mejor, una de las mejores de mi vida.
Sarita, Jess, Álvaro, Isi, Cristian, Aina, Laia, Fanny, Sandra, Gonzalo, Melissa, Nuri, Loly, Sergio, Nacho, Miriam, Laura, Tono, Nacho, Rober... A todos y cada uno de los que habeis estado en el Curso de Inmersión de la UIMP. You're simply the best, guys.

En recuerdo de algo, para mi, tan mágico como lo vivido, este relato y esta canción:

Deteniendo con la mirada el tiempo

No tengo remedio, chico. Mi maleta se cayó al mar justo cuando mi barco iba a atracar, y así, atracado, es como me siento. Algo, no sé muy bien el qué, me ha robado eso que hacia ella sentía, aún sin saber muy bien qué era aquel sentimiento.

Quién arrojó mi maleta al mar me dejó sin trajes, zapatos y ropa interior. Sólo me dejó el disfraz de bufón que en ese momento portaba y al que, como puedes comprobar, todavía no he sido capaz de encontrar sustituto. Salta a la vista que no me sienta mal del todo. De hecho, disfruto aparentando ser quién no soy y escondiendo en esta burda apariencia mi realidad. Es sólo que, junto a ese puñado de recuerdos impregnados en mi disfraz, me gustaría haber podido conservar algo más.

Y es que, aunque no lo creas, en ocasiones preferiría ser marinero de agua dulce en lugar de recordar a una en cada puerto. En alguna ocasión la vida me ha golpeado con sus remos o me ha salpicado de agua mezclada con lejía, tanto aquí como allá, pero pocas veces había estado como ahora. No al menos sin mediar alcohol. Tampoco es que aquí no hubiesen corrido ríos de ron, pero el caso es que mi aproximación al nirvana se debió más a otros menesteres.

En más de una ocasión se ha hablado aquí de los síndromes de Diógenes y Estocolmo. Allí, sin embargo, no atendía a mitología ni geografía más allá de su mirada. He estado sujeto a ella una semana, y sin ella me siento más que indefenso. Qué le voy a hacer, como dice la canción, pendenciero y mujeriego lo seré hasta que me muera, esté en Lieja, Turín, Dortmund o Santander.

Ha sido sólo una semana, pero ha sido una semana en la que ni tan siquiera he recordado la voz de Irene cantando "hay amores", ni la sonrisa de Leyre mientras, tan gentil como siempre, me sirve una copa de aguarrás. Puede parecer increíble, por lo que aquí se dice sobre los síndromes, pero creo haber encontrado mi cura. Lo que realmente parece sintomático de quién sabe qué no es lo que aquí vivía antes, sino el haber tenido que volver a la cruda realidad, y con ella, a mi enfermedad.
No me malinterpretes. No es que La Lola's Club sea mi enfermedad, es que la vida real lo es. Aquello era como una dimensión desconocida en la que el tiempo parecía haberse detenido. Esto, sin embargo…

En la otra dimensión era feliz, chico. No recuerdo que hubiese ningún "I love you". Posiblemente tampoco hayamos hecho de videntes con un "I will miss you". Tras lo vivido, dejamos atrás los formalismos y los "Nice to meet you". O eso creo… A decir verdad, estoy bastante confuso sobre qué hubo y qué dejó de haber. Ahora todo me parece un sueño. Supongo que será el efecto secundario de mi medicina, que la parada del tiempo acaba confundiendo hasta al más cuerdo, aunque no sea yo este.

Ella hablaba inglés. Yo, a duras penas puedo hacerlo. No era sin embargo la lengua óbice para el entendimiento. Nos bastaba con una cómplice mirada para acercarnos al nirvana. Tal era esa complicidad que, sin habernos separado, ya la estaba extrañando. Otro de los efectos secundarios que en mi provoca tal medicina, supongo. El caso es que no me dio tiempo a transmitirle el mono que en mi provocaba. No pude agradecerle los servicios prestados pues, cuando quise hacerlo, había ya emprendido el viaje de vuelta al mundo real. Finalmente, cuando quise darme cuenta, había relegado a ese mono que en mi provocaba a la categoría de un simio más de los muchos que por mi vida transitan.

Cuando partía, mi maleta cayó al mar, y como por arte de magia, los malos recuerdos volvieron a aflorar y volvieron a correr las horas. Ayer nuestras miradas eran una realidad, hoy sólo un recuerdo. Un recuerdo, y un sueño:
El de que por medio de una nueva mirada, tarde o temprano, vuelva con ella a detenerse el tiempo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Agua

El jarabe de palo es la mejor medicina para días extraños como el de hoy.
Las canciones de Jarabe de Palo son las que más se ajustan a momentos como este.
Canciones como esta de Jarabe de Palo son las que más se ajustan a textos que desprenden dolor, soledad o melancolía, y que sin embargo no son más que fruto del arrastre de un alma errante como es el gran Alberto.

Para él, como mejor acompañante de sus versos, esta canción:

Por ti...

Hablar de ti sin conocerte,
amarte sin recordar tu nombre...
Soñar contigo, imaginarte,
buscarte sin saber donde.

Escapar de mí, maldecirte,
desearte como hombre...
Bailar conmigo sin pisarte
revelarte lo que la verdad esconde.

Pintar ojeras cada madrugada,
rayar la locura,
olvidar cada noche quién fui...

Dar todo a cambio de nada,
rasgar mis vestiduras,
escribir estas líneas por ti...


* Escrito por: Alberto Rodríguez

lunes, 9 de marzo de 2009

El lado oscuro

Ha tardado un grupo como Jarabe de Palo en entrar al Rincón de los Arrastrados. No es que no se justen sus canciones a este humilde blog. Simplemente, hasta ahora no había habido opción de que fuese banda sonora de uno de los relatos que aquí ocurren una de sus grandísimas canciones, como es la siguiente:

Destino, jodido borracho

La crisis no ha pasado por La Lola's Club, chico. El otro día me pareció verla haciendo nuevamente el ademán de entrar, pero finalmente pareció pensárselo mejor, y le doy las gracias. Bastante tenemos con ser prudentes y deber guardar las formas por si al policía ese le da por ejercer, como para encima tener que ahogar nuestras penas en cristasol, o peor aún, en agua de grifo.

Quién sí viene muchas veces por aquí es el destino, y he de decir que es un jodido borracho. Me cae gordo, lo reconozco. No es para menos. El otro día intentó espantarme la clientela haciendo que apareciesen dos neuronas muertas. Suerte que al final le salió el tiro por la culata, e incluso he conseguido hacer nuevos clientes. Ha intentado también privar a estos de la guapa camarera que normalmente sirve, privándole a ella de un ser querido. También nos ha enviado al tal Pablo como perrito guardián, él sabrá con qué fin.

Si quisiera, podría denunciarle por tentativa de robo de clientela con violencia e intimidación, pero el caso es que me da lástima. Como digo, no es más que un jodido borracho loco. Fíjate sino cual ha sido su última apetencia. Ningún cuerdo, a no ser que estuviese bebido, cometería sus errores. ¿Cómo explicarías sino mediante una torpeza de un borracho loco el que ese policía haya pasado con tanta celeridad de investigar un crimen cometido en el callejón a salir al escenario de La Lola's acompañado de una guitarra y precediendo a mi corista, chico?

No me vale como excusa el que este haya podido adquirir el síndrome de Estocolmo. Tampoco acepto el síndrome de Diógenes como eximente. Puede que no le apetezca sacar a relucir toda la mierda del caso del chico del callejón, o puede que haya captado ya ese sugerente regusto a matarratas del final de cada copa, pero ello no lo convierte por obra y gracia de Hades en una estrella. Al contrario, debería haberle convertido más bien en un estrellado, y no parece que Irene le trate como tal.
Contigo se hizo una excepción y saliste al escenario acompañándola porque le desvelé a mi chica aquel que era nuestro secreto, pero aún gustándome la improvisación, lo de este tío te juro que no lo entiendo.

El caso es que, torpeza o no, los avatares del destino incluso me están beneficiando. Cada noche sale ebrio de La Lola's y, al sacar su vehículo del aparcamiento, acaba siempre empotrándolo contra la entrada del local. Sin embargo, en lugar de derribarlo, le deja un nuevo y mejor efecto que el que anteriormente parecía tener.
Primero lo hizo dando publicidad al local por lo de ese chico. Luego, hace unos días, me hizo a mi ponerme circunstancialmente detrás de la barra. Hoy, mientras, parece haberse dado de bruces con las intenciones que haya podido tener con el inspector ese al que tanto gusta ser protagonista, y no precisamente por sus actos de servicio. Creo que, por su bien, alguien debería decirle al destino aquello de "si bebes, no conduzcas".

Y es que hoy ese policía se ha dejado la placa, la gabardina, los principios y las preguntas en casa. Hoy son más bien las almas errantes las que se cuestionan cómo ha podido pasar en tan poco tiempo de ser un desconocido más de los muchos que por aquí transitan a permitirse la desfachatez de preceder en el escenario a esa chica que les tiene cautivados oídos y corazones, si los hubiere.

Él no les ha cautivado, si bien parecen no estar tampoco excesivamente disgustados con su actuación. Sin embargo, no acaban de concebir que un ángel custodio se haya convertido en pecador con tal celeridad. Seguro que, tras ver La Guerra de las Galaxias, ninguno de ellos se quedó con la sensación de una tan fácil corrupción como la suya, pues ni tan siquiera George Lucas concibió un tan rápido cambio al lado oscuro.

Parecía como si al tal Pablo le hubiese pasado por encima Mister Proper "manchasuelos" en mano, o como si le hubiera tocado en gracia en la tómbola del barrio una espiritual oscuridad más propia del anuncio aquel en el cual, como en la etiqueta del "Don Limpio", aparecía también sin articular palabra un místico alopécico. Aunque, a decir verdad, no creas que me importa mucho. Al contrario que el líquido de suelos, me da igual que no limpie. Sólo espero que tampoco manche.

No sé qué nos deparará el mañana, chico. Sólo el alcohol lo sabe. Ese alcohol que el destino, ese jodido borracho, absorbe cuán esponja en la barra para, quizá, volver mañana a empotrar su coche contra mi puerta. Sólo espero que, de hacerlo, sean los daños tan escasos como lo han sido hoy.

viernes, 6 de marzo de 2009

My inmortal

Como Irene, alguien a quién tengo un gran aprecio, viene de perder a un ser querido.
Como Irene, ese alguien a quién aprecio ha sufrido por perder a alguien a quién quiere.
Como los borrachos del local, también yo he sufrido con "mi Irene".

Para ella, este relato y esta canción:

El recuerdo de algo inmortal

Al llegar a La Lola's, era John quién estaba detrás de la barra. Había pasado ya la hora de entrada de Leyre, pero a esta no se la veía por ningún lado. Al poco, esta circunstancia cambió, pero por desgracia, fue John quién siguió emulando a Ernie Loquasto hasta el final de la noche, aunque quizá fuese ello sin pretenderlo.

Poco rato después de arribar yo, lo hizo ella, y los allí presentes comprendimos la razón por la cual, nada más entrar, John le comunicó que le daba la noche libre. No se dio ello porque quisiera ser como aquel de quién tanto Alvite nos tiene hablado. Nada más lejos. Se debía a su compañía. No es que el no estar sólo sea motivo por el cual dar descanso a un empleado, es que su compañía era una manifiesta tristeza.

Algo debía pasarle a la guapa camarera para mostrarse tan mustia en un día tan soleado. Nadie en el local la había visto nunca así, ni cuando viene de tener otro desencuentro con aquel a quién ama. Posiblemente, ni tan siquiera el propio Juan la viese jamás acompañada de nadie que no fuese él, ni tampoco abrazada a un extraño como lo era aquel sentimiento en su rostro. Hasta ese momento, en La Lola's, Leyre siempre había sido la única capaz de mantener la compostura, pero ayer parecía no ser capaz siquiera de mantenerse en pie sin apoyarse en su tristeza.

Antes de irse, acudió al camerino de su ya casi inseparable amiga Irene. Luego, esta salió, por primera vez desde su llegada a nuestras borracheras, con retraso. Lo hizo, también por primera vez, vestida de negro. Cantó primero en silencio, en honor alguien, dijo, era demasiado querido para Leyre como para obviar sus sentimientos y encubrirlos sonriendo sin querer y sirviendo a una panda de borrachos. Dadas las explicaciones sobre porqué era ayer John quién nos servía, una lágrima asomó por sus lacrimales. Antes siquiera de que esta se deslizase por su mejilla, comenzó a cantar una canción sobre la inmortalidad. Una canción que, sin duda alguna, me hizo pensar.

Al contrario que ella, puedo presumir de no haber perdido a ningún ser querido en bastante tiempo, y lo cierto es que a aquel a quién perdí, todavía me lo encuentro en ocasiones. Por desgracia, desde aquel fatídico día, sólo lo hago en mi mente. Aquello me hizo recapacitar, como ayer el ver su sonrisa apagada o fuera de cobertura. Y es que cuando la muerte aparece, el teléfono de aquel con quién luego se esfuma comunica por toda la eternidad. En esa eternidad me hizo pensar la canción que Irene cantaba.

Fue justamente una llamada lo que por aquel entonces me hizo divagar sobre la inmortalidad. No puede decirse que antes fuese manifiestamente creyente, pero de creer en algo, aquello puede considerarse el principio del fin de mi religiosidad. Sí comencé, pese a ello, a pensar en la durabilidad del alma, no como algo existente en otra dimensión o gracias a un ser superior, sino en algo permanente y coetáneo a mi propia mente.

Quizá, pese a la canción que Irene entonaba, lo inmortal no exista. O puede que sí. Puede que la existencia de Las Tres Desgracias algún día se extinga, como también se extinguirá la de Marco y su cizaña; o puede que unos y otros permanezcan.
Es más que probable que, en algún momento, como ese chico que apareció muerto el otro día en el callejón, dejen de existir. Sin embargo, no creo en ello como algo coetáneo a la última calada de ese cigarro de vida. Es más que probable que Las Tres Desgracias no sean inmortales, y que tampoco Marco y su cizaña lo sean. Sin embargo, lo serán mientras sus recuerdos permanezcan, como permanece el de ese ser querido que perdí, o el de aquel al que Leyre despide hoy entre lágrimas. Puedo parecer un iluso, o quizá un idealista, pero lo cierto es que creo en la inmortalidad del alma mientras permanezca vivo el recuerdo.

Lo cierto es que, fuera de mi mente, no he vuelto a ver jamás a aquel ser querido que perdí. Tampoco Leyre volverá a ver a quién hoy llora. Y qué. Ambos viven en nuestras mentes, y ahí vivirán hasta que nuestras muertes lo desalojen.
Hoy entiendo su dolor, como en su día entendía el mio propio. Hoy entiendo que no conciba nada más que sus lágrimas, como espero mañana entienda aquello de lo que hablo. Mañana, espero, vendrá Leyre acompañada, pero no de la tristeza, sino del recuerdo. De ese recuerdo que, como el mio, mantiene vivo a ese ser querido. Mañana, espero, vendrá Leyre acompañada de su sonrisa, esa que sólo con divisarla, ilumina frecuentemente las mentes oscuras y sin luces de esta panda de borrachos a quién hoy Irene canta hablando de inmortalidad.

jueves, 5 de marzo de 2009

Rey Sol

Hoy, pese al viento, el frío, y ese puñado de copos de nieve, vuelve a estar soleado.
Hoy, pese a que a mucha gente disfruta del Sol, yo vuelvo a maldecir a la climatología.
Hoy, el Sol es menos dañino para mis ánimos escuchando esta canción:

Astro Rey

Se aproxima la llegada de la primavera. No hay más que ver días como el de hoy. Corren malos tiempos para la lírica, chico. Y es que ningún pesimista bohemio que se precie escribirá jamás un poema al Sol o a las flores. Escribirá, a lo sumo, al polen, y no precisamente a aquel que proviene de los pétalos, sino a ese que provoca alucinaciones y del que tanto gustan algunos de los chicos del billar.

Otros, los menos, no precisan de polvos mágicos para elevarse a los altares del alucinantismo. Les basta con sentirse importantes siendo ellos los cortejados por las tres cortesanas de enfrente, o viendo como estas se convierten en animales de corte en comparación con quién les emborracha noche tras noche o con quién ameniza sus cogorzas con esas canciones que luego ellos balbucean de camino a casa.

A mi, la verdad, estos días sólo me invitan a beber más, y no porque la deshidratación sea mayor, sino porque es mayor la animadversión que tengo a la climatología. Con lo bonita que es la sensación de llegar a nuestro rincón húmedo, y tiene que comenzar ahora el astro rey a asomar la cabeza. ¡A la guillotina lo mandaba yo, coño! Y es que son los días como el de hoy en los que los republicanos debían aflorar para pedir la vuelta del mal tiempo, aunque por ello se volviesen, a la larga, mustios.

No creas que tengo nada en contra de los republicanos, chico. Yo soy claramente monárquico, pero al fin y al cabo, su forma de concebir el estado es la misma que la mia, con el matiz de la familiaridad.
A la Familia Real, al menos, podemos considerarla como parte de nuestra familia. El que los mantengamos no es nada contra lo que revelarse. Después de todo, tampoco he conocido nunca a mis tíos de Argentina, y no por ello hemos dejado de mandarle todos los años la típica postal navideña. Y qué que vivan de nuestros impuestos. Prefiero concebir a la Familia Real como mi familia que a un presidente de una República como a una de esas novias que sólo te quiere por tu dinero.

Seas rico o pobre, el que el rey nos sangre no dista mucho del enviar postales a familiares lejanos, o del hacer un costoso regalo de boda a la prima de la mujer de tu hermano. Al menos al rey puedes verlo una vez al año, a la hija del hermano de tu suegra, ni eso.
En cambio, el que el mantenido de turno sea uno diferente cada cierto tiempo, no sé a ti, pero a mi me hace sentirme un poco como la Pantoja. El presidente de la República es, para mi, como las novias de Paquirrín. Hoy el pueblo se decanta por un hombre y su familia a los que debes mantener, como Kiko se decanta por la Choni de turno; y mañana, cuando la Choni deja la jefatura del Estado, o cuando el presidente abandona a Kiko, el único recuerdo que te queda de ese que de ti ha vivido es que, aún habiéndole maldicho mil veces y aún acordándose otras mil de su madre, vivirá de por vida a cuenta tuya, bien por el sueldo vitalicio de turno, o bien por enseñar sus tetas en la portada de Interviú.

Sí, lo sé. Estarás pensando en que peor ha sido siempre la situación de la Iglesia. Sin embargo, sabrás eso de que la religión es el opio del pueblo. Por ello, con la religión no me meto. Jamás me han gustado los curas ni he probado las drogas. No creo que estas me gustasen, del mismo modo que nunca se me ocurriría probar de una novicia más que sus dulces elaborados.

Pensándolo bien quizá deje el alcohol y empiece yo también a dedicarme al rezo. No fumo, ni frecuento compañías femeninas, pero el ron me hace delirar. Al Sol puedo culparle de que por su culpa asquee la astrología, pero jamás podré culparle por las estupideces que balbuceo.
O a lo mejor, más que en dejar el alcohol y dedicarme al rezo, la cuestión estará en que empiece a fumar y deje que cualquiera de aquellas tres zorras trate con mi noble corcel.
No sé, chico. Cuando vuelva la climatología bohemia, creo que decidiré qué hacer. Por lo pronto, no soy republicano pero, ¡me cago en el Astro Rey!

miércoles, 4 de marzo de 2009

Al olvido

Es justo que, hablando de olvidos, recurra a una canción como esta. Es difícil hablar de olvido y recordar un buen tema que trate sobre ello. No lo es tanto recordar este tema y considerarlo una gran canción.

Olvidando a Olvido

Sé que suena paradójico, pero esa chica a la que soy incapaz de olvidar se llama Olvido. Ya, ya sé que muchas veces he dicho que después de lo suyo, únicamente he sido capaz de enamorarme de mi propia vida, y también que a las mujeres que mi cama frecuentan las olvido con la misma facilidad que pronuncio su nombre.

No sé, chico. Ya no pago fantas. Ahora sólo bebo ron. No soy ya ese idiota que la quiere a morir. Simplemente, de vez en cuando pienso en dejar el alcohol por algo más dulce que el fondo de esta copa. Y eso dulce es ella. Ya, ya sé que lo he pasado mal, y creeme, todavía en ocasiones tengo mis malos momentos, y vuelvo a sentir por ella Dios sabe qué. Como esos enamoramientos que sufro hacia otras, al poco se me pasa, pero quiero pensar que el que en ella piense, en ocasiones, no es indicativo de algo.

El caso es que, se llama Olvido, y sin embargo, de ella muchas veces me acuerdo. La recuerdo en casi cada canción que Irene canta. Casi en cada cartel que por la calle veo en el cual salga algo que tenga que ver con amor o sucedáneos. La recuerdo en casa, en cada foto que guardo, o en cada carta que me escribió y que todavía, en ocasiones, leo. Sé que suena paradójico, pero aún cuando quiero olvidar, no puedo sino recordar.

Estoy enamorado de la vida, chico, pero ella dejó una huella imborrable. Por olvidarla, sería capaz de arrojar mi corazón en un cazo lleno de lejía. Viajaría a Milán en busca de la mayor goma de borrar. Borraría de mi esos recuerdos inolvidables de Olvido de cualquier manera posible que no conllevase el suicidio. Hasta en ello tengo pensado, no creas. He declinado la oferta de mi serpiente no por no tentadora, sino por miedo a tener que purgar mi alma como fantasma en su casa.

Has escuchado bien. Tengo una serpiente. Es mi fiel compañera desde que ella me envió al rincón de su olvido. La compré con la esperanza de que se comiese a aquella enorme rata que me la arrebató. Se lo propuse, pero la idea no cuajó. En cuanto supo de la existencia del dos neuronas, se hizo vegetariana. Antes de su llegada pensaba hacerme budista, ahora incluso me planteo el hacerme seminarista. He dejado los mantras por la inseminación de mis mantas, y todo porque, por culpa de mi serpiente, he olvidado que ningún rezo hare krisknaar me hará olvidar que, aún no siendo buena, sí fue la mejor.
Eso es lo que me separa del seminario, chico. Podría purgar mis pecados, pero nunca olvidar la tentación no ya de morder la manzana envenenada que mi pecaminosa serpiente me ofrece, sino de buscar en otra mujer el pecar como con ella pecaba y el olvidar, por fin, a Olvido.

Quizá siendo hare krisknaar pudiera hacerlo. También los budistas pecan, pero dudo mucho que en el budismo represente una serpiente lo que en el catolicismo. Quizá por mis mantra se compadeciese de mi Buda como Dios no lo hace y dejase mi serpiente de representar el recuerdo de algo que pretendo olvidar. Puede que, de ser budista, lograse concentrarme en no pecar. No creo, sin embargo, que siquiera el más efectivo de los tantras escritos lograse hacerme dejar de recordar.

Lo sé. Suena paradójico que permanezca siempre en mi el recuerdo de una Olvido. Creeme, chico, mil opciones he barajado, y mil religiones he profesado. Sin embargo, y aunque me pese, he de reconocer que sólo la de mi Diosa serpiente he abrazado. Aunque me pese, chico, a todas menos a Olvido he olvidado.

martes, 3 de marzo de 2009

Pelagia's Song

"Jonhy cogió su fusil", dicen, es una gran película. "Marco cogió su mandolina", podría también serlo. O al menos, como gran tratamiento de pacificación se entiende en el último relato, como también se entiende como instrumento básico para la concepción de la película la mandolina en la película que Nicolas Cage y Penélope Cruz protagonizan, tal y como demuestra esta canción:

Psicología cinematográfica

Fue una noche de película, la de ayer. Como si John fuese parte del reparto de "Premonición", acertó en sus deseos de que aquel policía volviese. Vaya si volvió. Volvió y la escena que se montó pareció sacada de "El club de la lucha", después de su intento de parecer un superhéroe ante la férrea defensa que un borracho comenzó a aplicar sobre Irene. Pese a su habitual forma de ser, quién apaciguó los ánimos tuvo que ser Marco, y no arrojando a nadie su planta cizañera, sino sacando del otro lado no de la cama, sino de la barra una mandolina, para así emular a Nicolas Cage en "La idem del Capitán Corelli".

Seguro que lo que en esa sucesión de hechos tan sólo faltó algún Goya o un Oscar. Quizá fuese un Grammy quién faltó a su cita. O la cordura, quién sabe. Lo cierto es que el ambiente pedía algo más, fuese esto el título de otra mala película, o el nombre de un buen psicólogo. Y es que en un enagenado ambiente como aquel, se escuchó por parte de Leyre un "todos locos…" que cercioraba la necesidad de algún experto en mentes extrañas.

Enagenado estaba aquel que agarró del brazo a la guapa Irene. Era su enagenación transitoria, o no, quién sabe. El caso es que no era un borracho normal, sino que era un hombre ebrio atípico en La Lola's y violento como nunca se había visto a nadie allí dentro. Empezó escupiendo alcohol y balbuceando piropos, prosiguió pidiendo un beso a la corista y terminó por recibir un par de caricias del nuevo cliente del local, tras intentar propasarse.

No menos loco puede decirse que esté el inspector. Cierto es que esta vez se dejó la gabardina en casa y que no interrogó a nadie, pero ello no es óbice para liarse a mamporros con el primer borracho que encuentre, por muy oligofrénico que este sea y por mucho que oprima a la chica que tanto pareció llamarle la atención en su primera experiencia entre arrastrados. Poco tardó en pasar a la acción, bien haciéndose el machito, bien en integrarse entre sujetos bineuronales.

No más cuerdo creo que esté Marco, aunque lo suyo no sea ya novedad. De venir siempre acompañado por una maceta, ha pasado a portar por un lado su inseparable cizaña y, por otro, una mandolina. Separó un silla de la mesa más cercana a la escena, abandonando su habitual sitio en la barra, y se sentó. Sin que los contendientes de la afrenta se inmutasen en un principio, comenzó lentamente a acariciar las cuerdas, cuya sonoridad comenzó a ir poco a poco en aumento, hasta que los acordes llegaron a los oídos del policía y su nuevo amigo.

Como si de un tratamiento de choque se tratase, aquellos dos locos habían comenzado a prestar atención a lo que un tercero hacía. Quizá sea cierto eso de que la música amansa a las fieras, o quizá únicamente viese el policía en aquello la mejor excusa para dejar de hacer el ridículo y el borracho para dejar de recibir mandobles. Lo cierto es que todo el mundo allí comenzó a prestar por primera vez atención a Marco sin que tal interés proviniese del contagio de maldad por parte de su planta.

Aquella escena dantesca y todas las escenas que en ese momento se sucedían en La Lola's se detuvieron ante el sonido de aquella mandolina, como aquel tigre que se detiene ante el sonido del látigo o aquel enagenado que ve como sus delirios se frenan por medio de su medicación.

Nadie conocía de esa virtud de Marco. Leyre, Irene, John, el policía, el borracho… Todos se detuvieron ante su improvisada actuación. Todos vieron como aquella representación cinematográfica convertía en algo tan simple como el sonido de una mandolina en algo digno de estudio psicológico. Todos se quedaron atónitos ante la declaración de amor de Marco a su amante. "Todos locos…", se escuchó de nuevo aseverar a Leyre, quién una vez más acertaba, pero, ¿qué sería de ella sin los locos del lugar?

viernes, 27 de febrero de 2009

Stronger than me

Como no podía ser de otro modo, Irene sigue enamorando almas errantes. Hace no tanto que ha llegado, pero son ya tantos los que han sucumbido a sus encantos.
El último, un joven policía que quedó prendado de ella al escucharla cantar la siguiente canción:

Publicidad policial

Ya toda la ciudad sabe qué ocurrió, chico. Falta averiguar quién lo hizo, para variar. A decir verdad, se sabe que apareció ese chico en el callejón, pero no qué le ocurrió exactamente. El caso es que esa noche llovía, y según me contó el policía que ayer vino, apareció ahogado dentro de una bañera que había, quién sabe si abandonada o colocada aposta al lado de los contenedores. Aunque parezca mentira, iban por ahí un poco las preguntas del inspector, por intentar adivinar qué coño pinta una bañera así en un callejón como el de atrás.

No sé si fue el alcohol o su escasa discrecionalidad, pero lo cierto es que incluso me reveló ese hombre que la autopsia dice que se ahogó siendo consciente de ello, pero sin poder evitarlo. Decían las pruebas toxicológicas que antes de que empezase el fin, le había sido suministrado un relajante muscular que, sin permitirle realizar movimiento alguno más allá de la búsqueda de aliento, sí pudo darse cuenta de que iba a perecer. Muerte cruel, la suya, inevitable a todas luces salvo a las de aquel o aquella que decidió acabar con su vida.

No quiero ni tan siquiera imaginarme esa sensación de ahogo tan angustiosa. Poco importa el que pasados unos minutos acabe todo y, por tanto, ese sufrimiento no sea nada palpable. No tengo enemigos, chico, o al meno que yo sepa, pero de tenerlos, ni tan siquiera a ellos les desearía una muerte tan horrenda. Saber que vas a perecer no de un coma etílico, sino tragando aquello con lo que cualquiera aquí tiene pesadillas, agua. Darte cuenta de ello, y de cómo los pulmones se te encharcan lentamente, a la misma ínfima velocidad en que el final llega.

No sé. Lo cierto es que me jode perder a un cliente, pero más de esta manera. Aunque no fuese más que eso, un cliente, no me gusta la sensación de inseguridad que da el que cosas así se produzcan, y más si ocurren cerca de mi club. No sé si por recochineo o por descuido, además, uno de los dos se llevó una tiza del billar que faltaba, y si has visto estas, tienen el logo de La Lola's, igual que los tacos. No es tampoco que me importe por su valor económico, sino que justamente esa caracterización en la parte superior es lo que ha acabado de cerciorar al inspector de que quizá alguien de los que aquí estamos habitualmente tenga que ver con el delito.

Charlamos un rato, fue indiscreto, y se fue hacia Irene. Me dio una tarjeta y le cogió a ella el teléfono. No es que esté celoso. No es mi tipo. Ni tan siquiera es mujer. Es sólo que no alcanzo a adivinar si sería un metefichas de servicio o la versión Don Juan del Action Man policía. Ni sé qué habló con ella, ni me importa. A decir verdad, prefiero que todos los clientes piquen ante el nuevo reclamo, para que así vuelvan. Es sólo que yo en acto de servicio dudo mucho que me dedicase a intentar conquistar a nadie del lugar donde debiera realizar investigación alguna. Y es que no creo que siguiese con la misma mientras hablaba con Irene, porque se la veía a esta demasiado contenta y risueña para estar hablando de delitos, en lugar de pecados.

No sé si hoy volverá, pero me gustaría que así fuese. No es mi tipo de pareja, porque ni tan siquiera es mujer, pero es el tipo de cliente ideal, o eso pareció ayer, al menos. Viene, se gasta los cuartos en una copa de matarratas, elimina el líquido adquirido por sus poros debido al calor que mis dos chicas le produce, y vuelta a empezar con el ritual del alcohol. A veces, incluso, los sudores van acompañados de babas, lo cual hace que el número de cubatas necesarios para doblar a quién los succione sea el doble del que habitualmente este aguante.

Cierto que el que ronde la policía a los chicos del billar sobrevivientes y al local en general no hace buena publicidad, pero al menos nos da a conocer. Prefiero eso a la indiferencia, chico. Y es que la indiferencia equivale a la muerte del alma. Ese chico asesinado ha muerto físicamente, pero su alma perdurará mientras lo haga el recuerdo de lo que con él haya acontecido, aunque no sea esto agradable. Eso quiero yo que ocurra con La Lola's Club, que sea recordada. Sea buena o mala la publicidad que la policía nos da, al menos no me hará falta convertir esto en un puti ni dar papelitos por la calle para maximizar beneficios. Bastará con el informe policial del nuevo pretendiente de Irene, chico, para ser conocidos.

jueves, 26 de febrero de 2009

Illegal

Habla el último relato de ilegalidades varias, bien sean penales o concernientes con alguna divinidad.
Hablaba, también, de ilegalidades Irene cuando el inspector se quedó prendado de su actuación.
Hablaba de ilegalidades Irene con esta canción.

Delitos y pecados

Ayer noche, ya de madrugada, entró un inspector de policía a La Lola's. Nada más entrar, se sacó su gabardina de película de Hollywood y se sentó en la esquina de la barra. Lo hizo frotándose las manos, como quién entra en una mañana de invierno a su cafetería habitual para entrar en calor con el primer café del día. Tras ello, primero solicitó a Leyre un buen trago, y luego que se personase el dueño del local.

John vino enseguida. Ya todos sabíamos qué quería aquel policía. Es este un barrio de porteras, que se activa especialmente cuando ocurre algo como lo que todo el mundo venía comentando por la ciudad. En cierto modo, lo ocurrido en el callejón había incluso publicitado a La Lola's Club, aunque fuese en sentido negativo. No negativo porque lo acontecido tenga relación con el club, sino porque quizá el amarillismo de la prensa y lo casposo de la gente cotilla difícilmente harían de esa publicidad algo bueno.

A decir verdad, y pese al dicho ese de que "Spain is different", quizá esta vez los murmullos se darían, con razón, incluso aunque la noticia se hubiese dado en el centro de Lieja o a las afueras de Baviera. Después de todo, aquel pobre diablo frecuentaba La Lola's Club. Normal que hasta las pesquisas policiales empezasen en este lúgubre rincón donde transitan almas como la suya. Es posible que incluso todavía esté atrapada aquí. No es precisamente La Lola's Club el purgatorio, pero sí sus gentes parecen almas que buscan bien las alas o bien los cuernos. Algunos, incluso, parecen buscar el infierno con su estancia entre nosotros.

También el inspector parecía buscar un rincón donde arrastrarse. Las horas tan intempestivas en las que su visita se dio invitaban a pensar en ello. Se sentó cercano a la entrada, como si su única pretensión fuese allí el buscar una salida, pero parecía disfrutar de su copa, aunque ni tan siquiera la presencia de John alterase su situación. Era como si le estuviese esperando fuera otro cadáver. De ser así, este tuvo que esperar tanto como Irene tardó en acabar la función.

Todos aquí nos conocemos, y no parecía precisamente él muy por la labor de integrarse hasta que, quién sino el periodista, decidió acercarse a realizar un tercer grado similar al que él antes había realizado con John. Nada sobre el caso consiguió sacar en claro, aunque sí logró adivinar por sus palabras lo que otros veíamos en sus ojos, que Irene sería la próxima con quién hablaría, bien fuese de delitos o de pecados.
Ese lógico interés en alguien cuya visión fuese capaz de traspasar todo aquel humo se hizo realidad en el primer descanso de su actuación, ese en el cual solía ella retozar un rato con su chico latino, a quién por esta vez dejó de lado, y parece que gustosa, para hablar con el inspector. Por las risas de ella no pareció que hablasen justamente de delitos, ni tampoco por la mirada celosa del único de los chicos del billar que sumaba más de dos neuronas. Al propio inspector se le veía más ocioso de aquí a Lima que en el rato que charló con el jefe, especialmente durante los segundos que tardó en guardar en su agenda telefónica el número de la corista. Hasta eso distaba de lo ocurrido con John, pues a él pudimos ver como le daba la típica tarjeta que luego quién la recibe usa antes de ser asesinado para avisar de su inminente peligro al potencial héroe de turno.

Ese inspector vino a por respuestas y se llevó un número de teléfono. Pretendía realizar pesquisas y "realizó" una cogorza. Quería esclarecer su caso más reciente y casi comete un pecado uniformado. Y es que aunque los delincuentes no entienden de horarios, tampoco de esto entienden los pecados…

miércoles, 25 de febrero de 2009

La cuadratura del círculo

Como Diego, esta canción habla de Lima, Quito o Buenos Aires. Como Diego, Vetusta Morla habla con este tema de "La cuadratura del círculo". No logran lo imposible, cuadrarlo, pero sí logran, sin embargo, dar con una canción como pocas hay.

Expiación en alcohol

He estado en La Paz, Quito, Buenos Aires y Lima. He estado también en Viena, Paris o Budapest. No hay lugar en España, por recóndito que pueda parecer, que se escape a mi conocimiento, ni hay tampoco mujer que haya podido conocer que se parezca a ella, por muy recóndito que sea su emplazamiento.

Han sido miles las mujeres que han cabalgado a lomos de mi noble corcel, chico, pero ninguna como ella. La recuerdo vagamente. No recuerdo más de ella que lo mucho que la quería, casi tanto como Marco a su cizaña. Puede que fuese como Leyre, o puede que como Irene, no lo sé. No sé si se llamaría como una de las chicas de este local, Lara, Andrea o Laura.
Demasiadas mujeres en mi vida para recordar siquiera a la única que he querido. Demasiado alcohol como para no haberla olvidado. Demasiadas ganas de olvidarla como para no hacerlo. Después de todo, nuestra compatibilidad era la misma que la de un marciano y un ser arribado desde Júpiter. Lo nuestro, chico, era igual de factible que la cuadratura del círculo.

Recuerdo más bien nada de ella, pero sí todavía guardo en mi memoria algo de nuestra historia. Decía ella que debíamos conservar la distancia, pues era ese nuestro mayor impedimento. Cada uno con su vida, era el mensaje de fondo de sus discursos. Cada loco con su tema, pretendía decir con cada una de sus palabras. Yo, mientras, le pedía que dejase fluir todo de un modo distinto. Ambos queríamos dejar el río seguir por su cauce, con la salvedad de que para ella este suponía ser que yo algo no era capaz de concebir.

En unas de esas, yo, que siempre he sido un culo inquieto, emprendí uno de mis múltiples viajes para nunca más volver a su lado. Dicen que la distancia es el olvido, y en cierto modo conmigo así ha funcionado. Me costó mucho alcohol y mujeres, pero conseguí borrarla de mi mente casi por completo. Y es que esto que te cuento sobre el amor es ya más una anécdota del pasado que un sueño para el futuro.
Conocí en ese viaje muchas camas. Muchas mujeres frecuenté. Unas llamadas María, otras Mónica, alguna que otra Marta… pero ninguna como ella. O sí, quién sabe, aunque no creo, pues a ninguna la recuerdo más allá del primer sorbo de mi quinta copa del día siguiente.

Estuve también en Marruecos, Argelia o Túnez, y en Japón, China y Filipinas. Llegué a dormir en camas hechas de paja, o a pasar la noche en vela porque una mujer me hacía esto último, e incluso cosas más obscenas. La verdad es que no puedo quejarme de no haber tenido éxito entre las mujeres, pues siempre he sido como la cerveza San Miguel y he triunfado allí donde iba. Lo que jamás he conseguido es recordar de ella algo distinto de su fragancia, su mirada y aquel intento infructuoso de cuadrar el círculo. Por aquel entonces, chico, mi pecado fue el no tener arraigo a nada más que mi maleta, y mi pecado el estar preparado para irme del lugar al que dos minutos antes había llegado.

Ahora intento expiar mis penas en espera y alcohol. No espero que por la puerta aparezca ella, pero sí algo que me traiga esos malditos recuerdos. No espero que el alcohol los traiga, pues ha sido él quién se los ha llevado.
No espero más que la próxima canción. Quizá en ella Irene la nombre, o logre que olvide la espera, las penas y el alcohol y me enamore de ella, al menos como antes me he enamorado de esas otras muchas amazonas que por mi vida han transitado como por aquí lo hacen, como tú y yo, las almas errantes.

lunes, 23 de febrero de 2009

Underneath your clothes

Después de ese descanso, en el que deparamos sobre amor, la sensual Irene volvió a ser el Sol que por las noches ilumina el local con una dulce balada de alguien a quién muchas veces emula y recuerda.

No es que sea la música de Shakira la que más suena en un club de jazz, pero desde su llegada, todo es posible. Todo es posible, incluso que suene una balada como la siguiente:

Canción de amor

Cuando te has acostado varias veces con la misma persona, cielo, la diferencia entre polvo y amor la establece tu comportamiento al despertar.
Si de verdad ha sido un polvo más, lo primero que harás será levantarte a darte una ducha; sino, te quedarás mirando al techo esperando a que ella se despierte. Ella, sin embargo, si está enamorada, se quedará mirándote embobada hasta que seas tú quién abra los ojos, o bien, de no estarlo, se levantará con sigilo, se vestirá, y saldrá de la habitación de aquel hotel de mala muerte donde hayais estado como si viniese de dormir sola.

Aunque quizá no lo creas, yo soy más de estas últimas. Con él estoy bien, pero no quiero ningún tipo de compromiso que suponga el dar las buenas noches a alguien que a la mañana siguiente me pedirá que le regale mis mejores días. No me imagino en mi senectud agarrada del mismo brazo de hoy día tras convertirse su portador en un hombre calvo, gordo, canoso apoyado en un bastón. Tampoco es que tenga in mente irme a Cuba a buscarme un negro zumbón que se pase el día llamándome mi amol mientras porta únicamente un tanga y una pajarita. Simplemente, no pienso en el futuro más allá de mi próxima actuación.

No sé qué piensa él, ni como se levanta. Habitualmente, y por suerte, soy yo la primera en despertar. Me visto, y ni le miro. No soportaría ver como me mira recién levantada. Quizá esté enamorado, o quizá no. Por fortuna, a mi el ciego me dura hasta más allá del amanecer, por lo que es algo que se me escapa, aunque a veces tenga él la sensación de que lo que hago es cualquier cosa menos escaparme. Es justo esa la única canción que le canto, "Escapar", y lo hago más por mofa que porque me guste cantar a mis ligues.

Y es que no me gusta sentirme como una ramera, cielo. Aquí me pagan por cantar, y me gusta hacerlo, pero odio la idea de que alguien se acueste conmigo porque antes le haya dedicado una canción. Por eso no suelo cantarle a nadie con quién antes haya estado. Alguna vez me he bajado incluso de algún caballo por pedirme este un susurro al oído. Y es que, como te digo, cantaré en la noche, pero La Lola's no es precisamente un club de alterne, aunque a veces a John se le pase por la cabeza el convertir su club en ello.

Esas chicas, esas a las que Marco llama Las Tres Desgracias, me da la sensación de que sí cantan. Estoy segura de que por un hombre cantarían bulerías, reggaeton o hasta una de esas canciones salidas en cualquier película de serie 'B' en las cuales quién canta lo hace con acento francés, sólo por la manera en que desnudan con la mirada a los chicos del billar. Es más, de ser La Lola's un prostíbulo, a buen seguro que el francés lo utilizarían sobre la propia mesa de billar.

Puede parecer que desde ahí arriba uno no se entera de mucho, y en cierto modo es verdad. Puedo no escuchar las conversaciones, y el pensar en lo que estoy haciendo no me permite tampoco leer los labios, pero dentro de la concentración que requieren las letras, me fijo igualmente en lo que me rodea. Quizá lo hayas percibido cuando subiste el otro día conmigo.
Uno ahí arriba se siente el centro del universo. Todo el mundo presta atención a lo que los focos iluminan, y en la penumbra se divisan almas errantes de lo más variopintas. Todos debajo tuya, pendientes de la luz que desprende tu voz, como los planetas lo están del Sol, o como esa chica con la que te has acostado fija en ti su mirada enamorada en el rato previo a tu despertar.

Lo sé, cielo. Amo la música, pero no es la canción como el amor. Estarás conmigo en que tampoco lo que yo hago es precisamente la calle, del mismo modo que no es lo mismo levantarte follado que enamorado.

sábado, 21 de febrero de 2009

Insensible

Como a Marco, en ocasiones la sociedad me pervierte. La sociedad me pervierte y me lleva a la sátira o incluso al escarnio. En ocasiones, la sociedad me pervierte hasta tal punto, que yo también soy un insensible.