domingo, 22 de marzo de 2009

Deteniendo con la mirada el tiempo

No tengo remedio, chico. Mi maleta se cayó al mar justo cuando mi barco iba a atracar, y así, atracado, es como me siento. Algo, no sé muy bien el qué, me ha robado eso que hacia ella sentía, aún sin saber muy bien qué era aquel sentimiento.

Quién arrojó mi maleta al mar me dejó sin trajes, zapatos y ropa interior. Sólo me dejó el disfraz de bufón que en ese momento portaba y al que, como puedes comprobar, todavía no he sido capaz de encontrar sustituto. Salta a la vista que no me sienta mal del todo. De hecho, disfruto aparentando ser quién no soy y escondiendo en esta burda apariencia mi realidad. Es sólo que, junto a ese puñado de recuerdos impregnados en mi disfraz, me gustaría haber podido conservar algo más.

Y es que, aunque no lo creas, en ocasiones preferiría ser marinero de agua dulce en lugar de recordar a una en cada puerto. En alguna ocasión la vida me ha golpeado con sus remos o me ha salpicado de agua mezclada con lejía, tanto aquí como allá, pero pocas veces había estado como ahora. No al menos sin mediar alcohol. Tampoco es que aquí no hubiesen corrido ríos de ron, pero el caso es que mi aproximación al nirvana se debió más a otros menesteres.

En más de una ocasión se ha hablado aquí de los síndromes de Diógenes y Estocolmo. Allí, sin embargo, no atendía a mitología ni geografía más allá de su mirada. He estado sujeto a ella una semana, y sin ella me siento más que indefenso. Qué le voy a hacer, como dice la canción, pendenciero y mujeriego lo seré hasta que me muera, esté en Lieja, Turín, Dortmund o Santander.

Ha sido sólo una semana, pero ha sido una semana en la que ni tan siquiera he recordado la voz de Irene cantando "hay amores", ni la sonrisa de Leyre mientras, tan gentil como siempre, me sirve una copa de aguarrás. Puede parecer increíble, por lo que aquí se dice sobre los síndromes, pero creo haber encontrado mi cura. Lo que realmente parece sintomático de quién sabe qué no es lo que aquí vivía antes, sino el haber tenido que volver a la cruda realidad, y con ella, a mi enfermedad.
No me malinterpretes. No es que La Lola's Club sea mi enfermedad, es que la vida real lo es. Aquello era como una dimensión desconocida en la que el tiempo parecía haberse detenido. Esto, sin embargo…

En la otra dimensión era feliz, chico. No recuerdo que hubiese ningún "I love you". Posiblemente tampoco hayamos hecho de videntes con un "I will miss you". Tras lo vivido, dejamos atrás los formalismos y los "Nice to meet you". O eso creo… A decir verdad, estoy bastante confuso sobre qué hubo y qué dejó de haber. Ahora todo me parece un sueño. Supongo que será el efecto secundario de mi medicina, que la parada del tiempo acaba confundiendo hasta al más cuerdo, aunque no sea yo este.

Ella hablaba inglés. Yo, a duras penas puedo hacerlo. No era sin embargo la lengua óbice para el entendimiento. Nos bastaba con una cómplice mirada para acercarnos al nirvana. Tal era esa complicidad que, sin habernos separado, ya la estaba extrañando. Otro de los efectos secundarios que en mi provoca tal medicina, supongo. El caso es que no me dio tiempo a transmitirle el mono que en mi provocaba. No pude agradecerle los servicios prestados pues, cuando quise hacerlo, había ya emprendido el viaje de vuelta al mundo real. Finalmente, cuando quise darme cuenta, había relegado a ese mono que en mi provocaba a la categoría de un simio más de los muchos que por mi vida transitan.

Cuando partía, mi maleta cayó al mar, y como por arte de magia, los malos recuerdos volvieron a aflorar y volvieron a correr las horas. Ayer nuestras miradas eran una realidad, hoy sólo un recuerdo. Un recuerdo, y un sueño:
El de que por medio de una nueva mirada, tarde o temprano, vuelva con ella a detenerse el tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario