Qué bonita noche esta, ¿no crees? La noche. Luz lúgubre y tenue. Buena música y una botella de ron. Tan sólo falta la compañía de una fémina y un par de profilácticos para hacer de esta noche perfecta.
Pensando con la testa que sobre los hombros tengo, he llegado a la conclusión de que el sexo no lo es todo. Después de lo acontecido el otro día en el servicio, suelo intentar aderezar mi avidez sobrevenida de sexo con seso.
Lo que ocurrió sólo responde a algún tipo de correctivo divino. No me sorprende, tampoco. Es obvio que este no es lugar para una señorita. Dios me mandó al instante un correctivo por pretender corromper a una de sus vírgenes. Él mismo sabe que mi imperio daría por algo más que romper con su idem.
El caso es que no me esperaba algo así. Jamás me había dispersado de tal modo. Y todo por una puta reseña escrita en una puerta, como mil hay en cada servicio de cualquier rincón no ya como este, sino como cualquiera. De hecho, no era ni tan siquiera la primera ocasión que leía esa frase. Sin embargo, si fue la primera vez que pensé en algo al hacerlo. No pudo llegar esa reflexión en mejor momento…
Siempre he pensado que, en ocasiones, hay más literatura en un beso que en el sexo, aunque tienda este a ser más propenso a una manifestación más o menos irracional mediante algo similar a algún tipo de vocablo. Así entendí sus besos, como pura literatura, aún dándose en mis bajos.
Bajos eran mis instintos, pero supe, sin embargo, diferenciar un buen francés de aquella postal divina llegada por correspondencia. Esta se establece mediante la diferenciación en la frecuencia con que la remitente recita un beso o regala un verso. Dios sabe que cualquier otra meretriz me habría hecho lo primero. Ella, chico, hizo lo segundo, y con gran destreza, me permitiría añadir.
Estaba a punto de abrirse el cielo sobre mi, ante tal éxtasis sexual cuando no tuve mejor cosa que abrir aquella postal. "Hoy no es hoy, sino mañana", decía la nota en papel reciclado que dentro había. Y sin previo aviso, el ascensorista decidió descender de las puertas del cielo al sótano del infierno.
Hoy no es hoy, sino mañana. Una de las múltiples citas poéticas que rezan en los servicios de La Lola's. Al diablo vendería mi alma por poder disfrutar de otro instante en el obviar cualquier tipo de encuentro con ella, salvo que la cita llevase consigo el conocer al malnacido que la escribió. Primero le rompería la cara. Luego le preguntaría si, como mi mente aseveró en ese momento, cree él que el hoy es el futuro más inmediato que precede a un mañana mejor.
Eso me aseguró mi conciencia en el preciso momento en que creía acercarme al final del tunel. En lugar de un ser querido, al otro lado estaba alguien con un cartel que rezaba "hoy no es hoy, sino mañana", y no tuve yo mejor cosa que pensar en un mañana mejor. A la mierda el carpe diem, y a la mierda mi polvo de esa noche. Y todo por pensar en un mañana mejor.
Lo cierto es que, utilizando el seso para interpretar el sexo, mi mañana mejor en ningún momento llegó. Mi mañana mejor era continuar con mi cura, y dejar mi misoginia atrás. En este futuro tan inmediato como el hoy, después de haber pasado aquel mal trago, no encuentro momento para seguir con mi tratamiento.
Quizá esté equivocado. Sólo quién escribió aquella cita puede sacarme de dudas. Aquella cita parecía divina, y se convirtió en lastimosa. Creí que con aquella postal Dios quería desearme una feliz navidad, y más bien me envió con ello un próspero vete al cuerno. Como al cuerno se fueron mi cita con aquella virgen celestial, mi mente y, para que negarlo, mi autoestima.
Lo ocurrido aquella noche me ha hecho recapacitar. Desconozco aún si el mensaje de Dios con el derrumbe de la torre de Babel pretendía decirme que no es ese el camino hacia la salvación, o si lo que me estaba insinuando era precisamente que para mi no existe cura ni redención. Aquella señorita y aquella postal me han hecho devanarme los sesos pensando en el sexo, y aún así, no he llegado aún a ninguna clara observación.
No sé, chico. No entiendo las razones que llevaron a Dios a dejarme en evidencia ante una de sus vírgenes, como no entiendo tampoco el mensaje de qué quiere decir esa absurda reseña. Quizá, llegados a este punto, lo suyo sea pensar en un mañana más clarificador o, quizá, en un mañana mejor.
jueves, 21 de mayo de 2009
miércoles, 20 de mayo de 2009
Justicia, tierra y libertad
Es difícil introducir un relato en el que no es otro el que se desahoga con el narrador, sino que este es quién hace lo propio con un tercero. No es fácil introducir un relato donde lo que predomina son meros pensamientos sueltos, aunque no estén estos inconexos. No brotan las palabras con excesiva facilidad cuando es uno mismo el que habla y reclama "justicia, tierra y libertad".
Palabra de confesor
No me gusta el victimismo. No es mi estilo. Jamás he pecado de indiscreto. Ni mi propia familia me conoce, apenas. Escasas son las personas que pueden presumir de ello. Menos aún las que pueden hacerlo de saber de mi y de mi vida. De ahí, maestro Alvite, que no destaque precisamente por ser uno de los mayores arrastrados.
Tampoco así me considero. Sería pretencioso el hacerlo. Hay gente más sabia, con más mundo recorrido y más experiencias vividas. No por ello puedo, sin embargo, considerarme tampoco menos, pues bastantes historias tengo también que contar, aunque sea más propenso en este lugar a recibir información que a proporcionarla. Qué le voy a hacer, si es a mi a quién las almas errantes confían sus secretos y vivencias.
El caso es que, en días como hoy, me gustaría tener también yo un confesor. Quizá puedas tú considerarte como tal, dada la amistad que nos une, pero siempre he preferido contigo desarrollar mi faceta más canalla y pendenciera. No es que no confíe en ti. Simplemente, no creo que fuese capaz de volver a mirarte a la cara si me dejo llevar ahora por sentimentalismos. Nuestras borracheras juntos, a buen seguro, no serían ya iguales.
Como el resto de arrastrados, también hoy necesito yo ser oído. Quizá pueda ser Irene, en uno de sus descansos, quién soporte mis historias. O quizá pueda contárselo a Leyre, entre copa y copa. O también puedo hablar con John, aún a riesgo de que él combata mis historias hablándome de putas. A las demás almas errantes, como a ti, no las tengo siquiera en cuenta, por motivos obvios que no sabría si definir como laborales.
Está de moda entre las almas errantes el solicitar justicia. Incluso un nuevo arrastrado, nuestro amigo Pablo, solicita necesariedad, que es lo que al fin y al cabo es la justicia objetiva marcada por las normas. Es él el encargado de buscar que se dé el fin que solicita, como lo es la propia necesariedad lo que llevo tiempo reclamando.
Y es que a todos aquí se les llena la boca solicitando una justicia que en realidad no existe, y que es más bien una forma de venganza hacia quién les ha dejado las heridas que hoy lucen, siendo habitualmente mujeres sobre quién desean que se dé dicha justicia. Mi caso, sin embargo, corresponde no a las ansias de venganza, sino a la pretensión de recibir lo que legitimamente me corresponde.
Ya sé, maestro Alvite, que he dicho que no me gusta hacerme la víctima. Entiendo que reclamar lo mio no lo es. Es, tan sólo, intentar mamar a través del lloro, dado que a través de la serenidad no logro hacerlo. Todo sea por la libertad económica que dan un puñado de euros, y la libertad mental que otorga el saberse recompensado tras tanto mal.
Eso necesito también, libertad. Demuestro noche tras noche, en cada conversación aquí, que mi libertad es amplia, pero como todo, es mejorable. Infinitamente mejorable, diría en mi caso. Y es que no sabes qué liberatorio puede llegar a ser que un mero papel pase a tramitarse desde el rincón del olvido.
Lo que, sin embargo, no me proporcionará ese maldito trámite burocrático convertido en justicia, ni tampoco la libertad, es una tierra entendida como propia. Tú sabes bien que soy gallego, pero has de saber también que estoy aquí bien a gusto. Y, con todo, de cuando en vez necesito a escapar a ese otro lugar de donde también me considero, en parte.
No sé si a lo mio se puede llamar crisis de identidad, o si debido a la mezcla de razas que en mi hay, puedo considerarme un tanto mestizo. Sea como fuere, lo cierto es que me siento extranjero en mi tierra cuando voy allí donde debía residir. No así ocurre con esto. Aquí me siento uno más, aún sin serlo. Al contrario de lo que en nuestra tierra me ocurre, soy un foráneo que se siente uno más. Y luego, están mis fugaces viajes a esas otras tierras, las que añoro y de las que tiendo a no querer volver…
No es que ello me obsesione. Ni tan siquiera tiendo a ponerle mente. Debo reconocer, pese a ello, que es difícil entender nada como propio cuando es la nada lo que encuentras en la búsqueda de una justicia liberadora.
En fin…
Sé que dije que no pretendía considerarte mi confesor, y así lo hago. Todo esto son pensamientos en alto. No es mi problema si eres tú quién se halla aquí para interceptarlos y procesarlos. Tan sólo son esto meras divagaciones de un confesor. Simples pensamientos de un arrastrado más, diferenciado del resto no en calidad o cantidad, sino en la posibilidad de confesarse ante un tercero que purgue el alma en una palabra, o que utilice como arma una copa como yo lo hago.
Tampoco así me considero. Sería pretencioso el hacerlo. Hay gente más sabia, con más mundo recorrido y más experiencias vividas. No por ello puedo, sin embargo, considerarme tampoco menos, pues bastantes historias tengo también que contar, aunque sea más propenso en este lugar a recibir información que a proporcionarla. Qué le voy a hacer, si es a mi a quién las almas errantes confían sus secretos y vivencias.
El caso es que, en días como hoy, me gustaría tener también yo un confesor. Quizá puedas tú considerarte como tal, dada la amistad que nos une, pero siempre he preferido contigo desarrollar mi faceta más canalla y pendenciera. No es que no confíe en ti. Simplemente, no creo que fuese capaz de volver a mirarte a la cara si me dejo llevar ahora por sentimentalismos. Nuestras borracheras juntos, a buen seguro, no serían ya iguales.
Como el resto de arrastrados, también hoy necesito yo ser oído. Quizá pueda ser Irene, en uno de sus descansos, quién soporte mis historias. O quizá pueda contárselo a Leyre, entre copa y copa. O también puedo hablar con John, aún a riesgo de que él combata mis historias hablándome de putas. A las demás almas errantes, como a ti, no las tengo siquiera en cuenta, por motivos obvios que no sabría si definir como laborales.
Está de moda entre las almas errantes el solicitar justicia. Incluso un nuevo arrastrado, nuestro amigo Pablo, solicita necesariedad, que es lo que al fin y al cabo es la justicia objetiva marcada por las normas. Es él el encargado de buscar que se dé el fin que solicita, como lo es la propia necesariedad lo que llevo tiempo reclamando.
Y es que a todos aquí se les llena la boca solicitando una justicia que en realidad no existe, y que es más bien una forma de venganza hacia quién les ha dejado las heridas que hoy lucen, siendo habitualmente mujeres sobre quién desean que se dé dicha justicia. Mi caso, sin embargo, corresponde no a las ansias de venganza, sino a la pretensión de recibir lo que legitimamente me corresponde.
Ya sé, maestro Alvite, que he dicho que no me gusta hacerme la víctima. Entiendo que reclamar lo mio no lo es. Es, tan sólo, intentar mamar a través del lloro, dado que a través de la serenidad no logro hacerlo. Todo sea por la libertad económica que dan un puñado de euros, y la libertad mental que otorga el saberse recompensado tras tanto mal.
Eso necesito también, libertad. Demuestro noche tras noche, en cada conversación aquí, que mi libertad es amplia, pero como todo, es mejorable. Infinitamente mejorable, diría en mi caso. Y es que no sabes qué liberatorio puede llegar a ser que un mero papel pase a tramitarse desde el rincón del olvido.
Lo que, sin embargo, no me proporcionará ese maldito trámite burocrático convertido en justicia, ni tampoco la libertad, es una tierra entendida como propia. Tú sabes bien que soy gallego, pero has de saber también que estoy aquí bien a gusto. Y, con todo, de cuando en vez necesito a escapar a ese otro lugar de donde también me considero, en parte.
No sé si a lo mio se puede llamar crisis de identidad, o si debido a la mezcla de razas que en mi hay, puedo considerarme un tanto mestizo. Sea como fuere, lo cierto es que me siento extranjero en mi tierra cuando voy allí donde debía residir. No así ocurre con esto. Aquí me siento uno más, aún sin serlo. Al contrario de lo que en nuestra tierra me ocurre, soy un foráneo que se siente uno más. Y luego, están mis fugaces viajes a esas otras tierras, las que añoro y de las que tiendo a no querer volver…
No es que ello me obsesione. Ni tan siquiera tiendo a ponerle mente. Debo reconocer, pese a ello, que es difícil entender nada como propio cuando es la nada lo que encuentras en la búsqueda de una justicia liberadora.
En fin…
Sé que dije que no pretendía considerarte mi confesor, y así lo hago. Todo esto son pensamientos en alto. No es mi problema si eres tú quién se halla aquí para interceptarlos y procesarlos. Tan sólo son esto meras divagaciones de un confesor. Simples pensamientos de un arrastrado más, diferenciado del resto no en calidad o cantidad, sino en la posibilidad de confesarse ante un tercero que purgue el alma en una palabra, o que utilice como arma una copa como yo lo hago.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
martes, 19 de mayo de 2009
A los puristas desaprensivos
Espero que los puristas desaprensivos no se ofendan por el atrevimiento. Simplemente quisiera dedicar este soneto a la memoria de uno de los más grandes y prolíficos escritores líricos que ha dado la lengua castellana. Este soneto, va por su memoria, aunque él no lo sepa. Gracias.
( A Mario Benedetti, 1920-2009 )
Alberto Rodríguez
( A Mario Benedetti, 1920-2009 )
Alberto Rodríguez
A un grande
El olvido está lleno de memoria
tu memoria vacía del olvido
el último latido ya es historia
en el salón de los pasos perdidos
¿Por qué la noche está de ojos abiertos?
¿por qué tuvo que ser el mes de Mayo?
¿por qué cayó un rayo en este desierto
llevándose consigo al uruguayo?
Voy a cerrar los ojos un segundo
voy a permitir que se escape el día
esperaré la oscuridad del cielo
Hoy no deseo subirme a este mundo
no voy a estar para otra poesía
que no sea la que levantó el vuelo
* Escrito por Alberto Rodríguez.
tu memoria vacía del olvido
el último latido ya es historia
en el salón de los pasos perdidos
¿Por qué la noche está de ojos abiertos?
¿por qué tuvo que ser el mes de Mayo?
¿por qué cayó un rayo en este desierto
llevándose consigo al uruguayo?
Voy a cerrar los ojos un segundo
voy a permitir que se escape el día
esperaré la oscuridad del cielo
Hoy no deseo subirme a este mundo
no voy a estar para otra poesía
que no sea la que levantó el vuelo
* Escrito por Alberto Rodríguez.
viernes, 15 de mayo de 2009
Tierna y dulce historia de amor
Bien podría ser esta una tierna y dulce historia de amor. Sin embargo, lo que en La Lola's abundan son heridas de mala y canciones de desamor. Quizá en un futuro no muy lejano, gracias a "Granjero busca esposa" o no, Diego acabe sentando la cabeza, aunque hoy lo niegue. Quizá, algún día, acabe cantando una canción como esta:
La granja del amor
Si en algo tiene razón el policía ese, además de que en su propia visión de persona non grata, es en que cualquiera de los que aquí vagamos lucimos por corbata heridas de mala. No sé tú, pero yo no lo oculto, ni lo haré. En mis intentos de conquista, siempre alego heridas de cualquier inexistente guerra para asombrar a la posible alma piadosa que me lleve a su cama.
No considero mis palabras engaño. Siempre voy con la verdad por delante. Y es que, después de todo, lo cierto es que para retomar cualquier tipo de relación, habría antes que firmar un tratado de paz. Cierto es que jamás los tanques salieron a la calle, pues solicité antes de hacerlo asilo político en el exterior. Aún con ello, la represión sufrida provocó estas yagas de las que ahora presumo.
Nuestra guerra fue fría, aún cuando el calor entre ambos estaba latente. Jamás estallaron las bombas, pero tampoco se detuvieron nunca las invasiones de camas ajenas. Y ya se sabe, chico, que cuando uno siembra cuernos, acaba siempre recogiendo tempestades.
No sé si como tempestad interpretaría mi partida, pero así lo espero. En caso contrario, espero que el reinicio de las hostilidades por mi parte sea para ella como la mayor de las condenas y la peor de las tormentas. Sé que no debería hacerlo, y menos no habiendo perdido un ápice de interés femenino en mi, pero justo ahora vengo de hacer un casting para un programa de televisión, "Granjero busca esposa".
El mundo casposo no es lo mio. De hecho, no creo que nadie cuya fragancia sea Eau de Sobaco mezclada con Varón Dandy y coñac pueda competir conmigo, pero no menos cierto es que esas tempestades cosechadas con tanto mimo en mi mente me han descubierto una nueva vocación.
Pensarás que, además de en mi mente, jamás he visitado una granja. Estás en lo cierto. Ni tan siquiera jugaba con la granja de Playmobil cuando era pequeño. Tampoco la de granja de Pin y Pon con la que mis amigas jugaban era de mi agrado. Apenas he visto animales domésticos en foto. Y plantas, pocas han pasado por delante de mis ojos, además de la de nuestro amigo Marco. Y qué. A tiempo estoy de familiarizarme con la madre naturaleza.
Haré la guerra a un puñado de recuerdos haciéndome hippie. Allá donde quiera que ella esté, junto a su fragancia y su mirada, espero que se revuelva como yo lo hago cuando no logro recordar más de ella que eso, y lo mucho que la quería.
Te decía, chico, que mi guerra con ella, más que fría, será atípica. Me compraré una granja en la ancha Castilla para recordar su estrechez y cultivar hierbajos. Aprovecharé también para, ahora que nadie nos oye, comerciar con opio con otros hippies, aún a riesgo de que el humo me haga verla, o que las mujeres que por el programa pasen me descubran. Dejaré, por último, una amplia superficie en la cual mis conquistas puedan cabalgar sobre mi noble corcel.
Y es que, la atípica venganza, haya sentido o sienta ella algo por mi, se fraguará con mayores conquistas que la que ella en su día hizo. No habrá lugar donde no se conozcan mis logros con el pico y la pala, en el campo y en la cama.
No tengo conocimientos sobre tierras o plantas, ni tampoco sobre animales. Tampoco en su día tenía conocimientos sobre el alcohol, y aún con ello me di a la bebida. No conocía tampoco mundo exterior, y me dediqué a viajar por el mundo buscando cubrir su lugar. Jamás pretendí hacerlo de una manera para nada sólida. Siempre preferí intercambiar fluidos con unas y otras circunstancialmente.
No es fuese el suyo el valor de mil mujeres, pero sí, su ausencia intenté colmarla con otras mil. Ahora, en cambio, sí habrá solidez, la de los elementos de mi granja. Sé que no es ese el fin, pero intentaré hacer de ella la mejor de toda España. Sé que no por tener un mayor éxito con las tierras, encontraré una mujer que dé también solidez a mi vida. Tampoco lo pretendo, aunque para ello esté hecho el programa. Con esta en mis tierras basta. Lo que yo pretendo apuntándome al programa, chico, es una atípica venganza fraguada en la paz de mis tierras, el amor de las mujeres y la fluidez con que estas cabalguen sobre mi noble corcel.
No considero mis palabras engaño. Siempre voy con la verdad por delante. Y es que, después de todo, lo cierto es que para retomar cualquier tipo de relación, habría antes que firmar un tratado de paz. Cierto es que jamás los tanques salieron a la calle, pues solicité antes de hacerlo asilo político en el exterior. Aún con ello, la represión sufrida provocó estas yagas de las que ahora presumo.
Nuestra guerra fue fría, aún cuando el calor entre ambos estaba latente. Jamás estallaron las bombas, pero tampoco se detuvieron nunca las invasiones de camas ajenas. Y ya se sabe, chico, que cuando uno siembra cuernos, acaba siempre recogiendo tempestades.
No sé si como tempestad interpretaría mi partida, pero así lo espero. En caso contrario, espero que el reinicio de las hostilidades por mi parte sea para ella como la mayor de las condenas y la peor de las tormentas. Sé que no debería hacerlo, y menos no habiendo perdido un ápice de interés femenino en mi, pero justo ahora vengo de hacer un casting para un programa de televisión, "Granjero busca esposa".
El mundo casposo no es lo mio. De hecho, no creo que nadie cuya fragancia sea Eau de Sobaco mezclada con Varón Dandy y coñac pueda competir conmigo, pero no menos cierto es que esas tempestades cosechadas con tanto mimo en mi mente me han descubierto una nueva vocación.
Pensarás que, además de en mi mente, jamás he visitado una granja. Estás en lo cierto. Ni tan siquiera jugaba con la granja de Playmobil cuando era pequeño. Tampoco la de granja de Pin y Pon con la que mis amigas jugaban era de mi agrado. Apenas he visto animales domésticos en foto. Y plantas, pocas han pasado por delante de mis ojos, además de la de nuestro amigo Marco. Y qué. A tiempo estoy de familiarizarme con la madre naturaleza.
Haré la guerra a un puñado de recuerdos haciéndome hippie. Allá donde quiera que ella esté, junto a su fragancia y su mirada, espero que se revuelva como yo lo hago cuando no logro recordar más de ella que eso, y lo mucho que la quería.
Te decía, chico, que mi guerra con ella, más que fría, será atípica. Me compraré una granja en la ancha Castilla para recordar su estrechez y cultivar hierbajos. Aprovecharé también para, ahora que nadie nos oye, comerciar con opio con otros hippies, aún a riesgo de que el humo me haga verla, o que las mujeres que por el programa pasen me descubran. Dejaré, por último, una amplia superficie en la cual mis conquistas puedan cabalgar sobre mi noble corcel.
Y es que, la atípica venganza, haya sentido o sienta ella algo por mi, se fraguará con mayores conquistas que la que ella en su día hizo. No habrá lugar donde no se conozcan mis logros con el pico y la pala, en el campo y en la cama.
No tengo conocimientos sobre tierras o plantas, ni tampoco sobre animales. Tampoco en su día tenía conocimientos sobre el alcohol, y aún con ello me di a la bebida. No conocía tampoco mundo exterior, y me dediqué a viajar por el mundo buscando cubrir su lugar. Jamás pretendí hacerlo de una manera para nada sólida. Siempre preferí intercambiar fluidos con unas y otras circunstancialmente.
No es fuese el suyo el valor de mil mujeres, pero sí, su ausencia intenté colmarla con otras mil. Ahora, en cambio, sí habrá solidez, la de los elementos de mi granja. Sé que no es ese el fin, pero intentaré hacer de ella la mejor de toda España. Sé que no por tener un mayor éxito con las tierras, encontraré una mujer que dé también solidez a mi vida. Tampoco lo pretendo, aunque para ello esté hecho el programa. Con esta en mis tierras basta. Lo que yo pretendo apuntándome al programa, chico, es una atípica venganza fraguada en la paz de mis tierras, el amor de las mujeres y la fluidez con que estas cabalguen sobre mi noble corcel.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
martes, 12 de mayo de 2009
Se dejaba llevar
Escribiendo, quizá sin mucho sentido, me he dejado llevar. Y es que, como el anterior relato, poco sentido parece tener lo que he escrito y aquí transmito.
Quizá sirva en un futuro para que coja verdaderamente fuerza La Lola's Club como historia, más que como local. O quizá no sirva de nada. Poco me preocupa una u otra cosa. El tiempo dirá si se da lo primero o o segundo. Yo, lo tengo claro. Por el momento, como Pablo hace con su guitarra, me dejo llevar.
Efectivamente. Lo primero hacia lo que me he dejado llevar, con este tema, es a intentar honrar en la medida de lo posible el alma de un grande.
DEP, Antonio Vega.
Quizá sirva en un futuro para que coja verdaderamente fuerza La Lola's Club como historia, más que como local. O quizá no sirva de nada. Poco me preocupa una u otra cosa. El tiempo dirá si se da lo primero o o segundo. Yo, lo tengo claro. Por el momento, como Pablo hace con su guitarra, me dejo llevar.
Efectivamente. Lo primero hacia lo que me he dejado llevar, con este tema, es a intentar honrar en la medida de lo posible el alma de un grande.
DEP, Antonio Vega.
Confesiones de un desconfiado
Sé que no soy aquí bien recibido. Comprendo las reservas que todos tienen con respecto a mi presencia. Entiendo que, quizá, incluso tú prefieras cualquier compañía en lugar de la mia. No me parece nada descabellado ni tan siquiera que las palabras que intercambio con Irene sean pura fachada.
Diré en mi defensa, y aún a riesgo de que todo esto te importe a ti un pito, que el ser desconfiado va no sólo en mi naturaleza, sino también, por motivos obvios, en mi cargo. Sé que es justamente eso lo que intimida a los aquí presentes. Qué le voy a hacer. Tampoco yo creí cuando entré aquí que después de realizar las primeras pesquisas sobre los dos crímenes que estoy investigando, acabaría actuando más en este lugar como cliente que como inspector.
No quiero que pienses que ejerzo de juez. Repito, mi naturaleza y la de mi trabajo me hacen ser malpensado, pero no pretendo aquí juzgar a nadie. No negaré que me gustaría ser para esos arrastrados algo más que una figura autoritaria, pero, al fin y al cabo, no deja de ser una reacción lógica la suya. Personalmente, siempre he sido de la opinión de que un comportamiento tan instintivo y primitivo es fruto de la juventud e inexperiencia de quién los lleva a cabo, o de la urgente necesidad de que quién así se comporta de ocultar algo. Entiendo, sin embargo, la peculiaridad de quienes en este rincón transitan, aún en la consideración de que a buen seguro ninguna de las almas errantes tiene como mayor defecto la inexperiencia.
No es, sin embargo, la posible ocultación de datos que favorecerían al esclarecimiento de los casos que aquí me han traído lo que contigo quería tratar. Es por ello que no me gustaría que vieses lo que aquí me transmitas como una declaración. Por presuponer tu heterosexualidad, tampoco espero que consideres mis halagos como ningún tipo de flirteo. Únicamente pretendía sentarme aquí, con quién es titular de sus confianzas, a hablar sobre sus reservas.
He de reconocer que al principio también estas me asaltaban a mi a mano armada con respecto a ti. En contra del sentimiento que la mayoría experimenta con respecto a Don Vito Corleone, dada mi posición, siempre me ha parecido un criminal. Lo mismo me ocurría contigo, de inicio. Desde el inicio, he caído en la cuenta de que todo el mundo parede pedirte consejo o favores. Como con El Gran Don ocurre, siempre he creído que se debía ello a algo. Y sigo sin descartar que así sea, aunque, aquí me tienes, sentado contigo matarratas en mano.
Por mi cargo, más que matarratas, suelen ser un arma o unas esposas lo que pende de mis manos. Tiendo, sin embargo, a rehusar soportar lo primero. Siempre me he considerado un hombre pacífico. Sobre lo segundo, baste con decirte que me considero también soltero y entero. Sin embargo, prefiero, como aquí alguna vez he mostrado ya, que sea una guitarra lo que pueda tocar con mis dedos.
Es eso quizá lo que más choque aquí, dada mi escasa prudencia a la hora de conducir mis apariciones en este lugar. Prefiero pecar, aún así, de imprudente, que hacerlo de temerario. Sé que es poco convencional, pero a ello me lleva mi experiencia en el cuerpo. Es esa, para mi mente, la mejor vía de escape de esa cárcel llamada vida.
Aunque no lo creas, también yo me considero ya un arrastrado. Seguro que tú sabrás mucho más sobre cada personaje de tan peculiar antro de lo que yo jamás sabré, pero es imposible no palpar en el ambiente que lo que aquí a todos une son unos casquillos de mala. No hace falta análisis de balística, siquiera, para detectar que si los corazones lucen así de espinados es por heridas de mujer.
Aunque no lo creas, debajo de mi chaleco comparto con todos ellos esa herida. Quizá lo haga incluso contigo. Ello les lleva a ellos a contigo compartir sus historias. Tú, mientras, pareces dejarte llevar como yo lo hago. Es distinto, sí, tú te dejas llevar por las historias y el alcohol, yo por este y una guitarra; pero, y qué más dan las diferencias, cuando el trasfondo es igual.
Por mi posición, sé que no soy aquí bien recibido. Tú que con ellos hablas, puedes transmitirles que poco me importa. Como a ellos, sólo me importa que el departamento de balística recoja de mi vida mis casquillos de mala.
Diré en mi defensa, y aún a riesgo de que todo esto te importe a ti un pito, que el ser desconfiado va no sólo en mi naturaleza, sino también, por motivos obvios, en mi cargo. Sé que es justamente eso lo que intimida a los aquí presentes. Qué le voy a hacer. Tampoco yo creí cuando entré aquí que después de realizar las primeras pesquisas sobre los dos crímenes que estoy investigando, acabaría actuando más en este lugar como cliente que como inspector.
No quiero que pienses que ejerzo de juez. Repito, mi naturaleza y la de mi trabajo me hacen ser malpensado, pero no pretendo aquí juzgar a nadie. No negaré que me gustaría ser para esos arrastrados algo más que una figura autoritaria, pero, al fin y al cabo, no deja de ser una reacción lógica la suya. Personalmente, siempre he sido de la opinión de que un comportamiento tan instintivo y primitivo es fruto de la juventud e inexperiencia de quién los lleva a cabo, o de la urgente necesidad de que quién así se comporta de ocultar algo. Entiendo, sin embargo, la peculiaridad de quienes en este rincón transitan, aún en la consideración de que a buen seguro ninguna de las almas errantes tiene como mayor defecto la inexperiencia.
No es, sin embargo, la posible ocultación de datos que favorecerían al esclarecimiento de los casos que aquí me han traído lo que contigo quería tratar. Es por ello que no me gustaría que vieses lo que aquí me transmitas como una declaración. Por presuponer tu heterosexualidad, tampoco espero que consideres mis halagos como ningún tipo de flirteo. Únicamente pretendía sentarme aquí, con quién es titular de sus confianzas, a hablar sobre sus reservas.
He de reconocer que al principio también estas me asaltaban a mi a mano armada con respecto a ti. En contra del sentimiento que la mayoría experimenta con respecto a Don Vito Corleone, dada mi posición, siempre me ha parecido un criminal. Lo mismo me ocurría contigo, de inicio. Desde el inicio, he caído en la cuenta de que todo el mundo parede pedirte consejo o favores. Como con El Gran Don ocurre, siempre he creído que se debía ello a algo. Y sigo sin descartar que así sea, aunque, aquí me tienes, sentado contigo matarratas en mano.
Por mi cargo, más que matarratas, suelen ser un arma o unas esposas lo que pende de mis manos. Tiendo, sin embargo, a rehusar soportar lo primero. Siempre me he considerado un hombre pacífico. Sobre lo segundo, baste con decirte que me considero también soltero y entero. Sin embargo, prefiero, como aquí alguna vez he mostrado ya, que sea una guitarra lo que pueda tocar con mis dedos.
Es eso quizá lo que más choque aquí, dada mi escasa prudencia a la hora de conducir mis apariciones en este lugar. Prefiero pecar, aún así, de imprudente, que hacerlo de temerario. Sé que es poco convencional, pero a ello me lleva mi experiencia en el cuerpo. Es esa, para mi mente, la mejor vía de escape de esa cárcel llamada vida.
Aunque no lo creas, también yo me considero ya un arrastrado. Seguro que tú sabrás mucho más sobre cada personaje de tan peculiar antro de lo que yo jamás sabré, pero es imposible no palpar en el ambiente que lo que aquí a todos une son unos casquillos de mala. No hace falta análisis de balística, siquiera, para detectar que si los corazones lucen así de espinados es por heridas de mujer.
Aunque no lo creas, debajo de mi chaleco comparto con todos ellos esa herida. Quizá lo haga incluso contigo. Ello les lleva a ellos a contigo compartir sus historias. Tú, mientras, pareces dejarte llevar como yo lo hago. Es distinto, sí, tú te dejas llevar por las historias y el alcohol, yo por este y una guitarra; pero, y qué más dan las diferencias, cuando el trasfondo es igual.
Por mi posición, sé que no soy aquí bien recibido. Tú que con ellos hablas, puedes transmitirles que poco me importa. Como a ellos, sólo me importa que el departamento de balística recoja de mi vida mis casquillos de mala.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
Sonrisas de papel
Como Juan dice en el anterior relato, "siento marearte tanto con algo que seguro te aburre e incluso quizá no entiendas. A decir verdad, tampoco yo entiendo muchas veces lo que digo. Igual que tampoco entiende el amor de cordura y, por ende, de justicia".
En medio de todo el mareo, quizá sea difícil entender nada. Como Juan, tampoco yo entiendo muchas veces lo que escribo. Si bien, en este caso, sí entiendo una cosa:
Puede olvidarse un amor, lo que nunca podrá olvidarse, por mucha condena que medie, es la persona a la que se ha amado.
En medio de todo el mareo, quizá sea difícil entender nada. Como Juan, tampoco yo entiendo muchas veces lo que escribo. Si bien, en este caso, sí entiendo una cosa:
Puede olvidarse un amor, lo que nunca podrá olvidarse, por mucha condena que medie, es la persona a la que se ha amado.
Olvido por condena
Escuchándome noche tras noche, debes estar ya harto de la justicia. No te culpo, chico. No debe ser plato de buen gusto para nadie escuchar noche tras noche la misma sentencia y ver como esta no se ejecuta. Aunque no lo creas, pretendo evitarlo. Como ves, en ocasiones no logro hacerlo ni aún siendo lunes.
De verdad que siento atormentarte siempre con la misma historia. Sé que, en lugar de hablar, debería obrar. De poco sirve que condene a esa mujer al olvido, si luego permanece en mi su recuerdo. La cuestión está en que, aunque me cueste reconocerlo, no puedo con ello. Lo intento, creeme, pero no logro hacerlo, ni siquiera con ayuda de Leyre. Sé que ella no lo merece, pero si de pequeño jugabas a ello, sabrás que cualquier mujer tijera es capaz de sesgar con un mero recuerdo cualquier sonrisa de papel.
En noches como esta, aún siendo lunes, parece ser esa la fragilidad latente en mi sonrisa. Me queda sólo registrar la patente para hacerla definitivamente una señal definitoria de mi personalidad. Y no porque esa fragilidad se ajuste a ella, sino porque ella es más fuerte que yo. Es curioso, chico, pero incluso sin encontrármela más que en mi mente, muchas veces su piedra vence a esa tijera que intento usar para olvidarla.
Lo cierto es Leyre me trata como jamás nadie me había tratado, ni tan siquiera ella. Lo cierto es que, con ella, me siento como si fuese rey plátano en alguna remota república bananera. El problema surge con su recuerdo, pues es en ese momento en el que casi veo necesario para pactar la paz con el diablo comprar algún tipo de arma a Dios. Es por eso que, en ocasiones, aún pudiendo acabar la noche con ella, esta termina conmigo sólo.
Como alguna otra mujer de las varias que han frecuentado mi cama en los últimos tiempos, son varias las veces que me ha preguntado si soy sonámbulo. A todas contesto afirmativamente cuando me cuestionan, aún no siendo ello lo que me lleva a levantarme de la cama, pues dudo mucho que pudiesen entender que gusto de ambular sólo tras la lujuria de una noche. Dudo, incluso, que Leyre pudiese entender que gusto de ambular sólo tras una noche de lujuria.
Lo justo sería definirme no como sonámbulo, sino como "solámbulo", pero qué sabrán ellas, si ni tan siquiera han sido capaces de hacerme creer que el tiempo en ellas perdido ha sido más bien un regalo. O sí. Un regalo hecho como engaño no a ellas, sino a mi mismo. Y es que ese es mi mayor problema, que soy tan astuto que jamás he sido capaz de engañarme. A las pruebas me remito. Jugando el otro día al tan manido en televisión "piedra, papel, tijera", como a los gatos del anuncio les ocurre, no lograba deshacer el empate.
En mi caso, como no podía ser de otro modo, siempre salía papel, y en este, escrita la condena a Olvido. En tal sentencia se la condena al olvido, aún teniendo en cuenta lo que en su día juntos hemos vivido. Suena injusto, lo sé. No se tiene en cuenta atenuante alguno, y además ejerzo yo de juez, pero dime, ¿acaso te parece poco castigo a esta humilde parte el ser inhabilitado para ejecutar tal olvido?
Lo sé. Escuchándome también hoy, debes estar hartándote todavía más de la justicia. A decir verdad, tampoco a mi me agrada, no creas. Según yo lo veo, la única justicia que existe es la propia. Aquello que intenta conciliar a las partes no es justicia, sino necesariedad. Ahora bien, dime, después de lo que ella hizo, ¿no crees que esa mal llamada justicia debe provocar que la olvide? ¡Si cualquier jurado cuerdo y cabal la condenaría como yo lo he hecho!
Quizá ese sea el problema, chico. Siento marearte tanto con algo que seguro te aburre e incluso quizá no entiendas. A decir verdad, tampoco yo entiendo muchas veces lo que digo. Igual que tampoco entiende el amor de cordura y, por ende, de justicia.
De verdad que siento atormentarte siempre con la misma historia. Sé que, en lugar de hablar, debería obrar. De poco sirve que condene a esa mujer al olvido, si luego permanece en mi su recuerdo. La cuestión está en que, aunque me cueste reconocerlo, no puedo con ello. Lo intento, creeme, pero no logro hacerlo, ni siquiera con ayuda de Leyre. Sé que ella no lo merece, pero si de pequeño jugabas a ello, sabrás que cualquier mujer tijera es capaz de sesgar con un mero recuerdo cualquier sonrisa de papel.
En noches como esta, aún siendo lunes, parece ser esa la fragilidad latente en mi sonrisa. Me queda sólo registrar la patente para hacerla definitivamente una señal definitoria de mi personalidad. Y no porque esa fragilidad se ajuste a ella, sino porque ella es más fuerte que yo. Es curioso, chico, pero incluso sin encontrármela más que en mi mente, muchas veces su piedra vence a esa tijera que intento usar para olvidarla.
Lo cierto es Leyre me trata como jamás nadie me había tratado, ni tan siquiera ella. Lo cierto es que, con ella, me siento como si fuese rey plátano en alguna remota república bananera. El problema surge con su recuerdo, pues es en ese momento en el que casi veo necesario para pactar la paz con el diablo comprar algún tipo de arma a Dios. Es por eso que, en ocasiones, aún pudiendo acabar la noche con ella, esta termina conmigo sólo.
Como alguna otra mujer de las varias que han frecuentado mi cama en los últimos tiempos, son varias las veces que me ha preguntado si soy sonámbulo. A todas contesto afirmativamente cuando me cuestionan, aún no siendo ello lo que me lleva a levantarme de la cama, pues dudo mucho que pudiesen entender que gusto de ambular sólo tras la lujuria de una noche. Dudo, incluso, que Leyre pudiese entender que gusto de ambular sólo tras una noche de lujuria.
Lo justo sería definirme no como sonámbulo, sino como "solámbulo", pero qué sabrán ellas, si ni tan siquiera han sido capaces de hacerme creer que el tiempo en ellas perdido ha sido más bien un regalo. O sí. Un regalo hecho como engaño no a ellas, sino a mi mismo. Y es que ese es mi mayor problema, que soy tan astuto que jamás he sido capaz de engañarme. A las pruebas me remito. Jugando el otro día al tan manido en televisión "piedra, papel, tijera", como a los gatos del anuncio les ocurre, no lograba deshacer el empate.
En mi caso, como no podía ser de otro modo, siempre salía papel, y en este, escrita la condena a Olvido. En tal sentencia se la condena al olvido, aún teniendo en cuenta lo que en su día juntos hemos vivido. Suena injusto, lo sé. No se tiene en cuenta atenuante alguno, y además ejerzo yo de juez, pero dime, ¿acaso te parece poco castigo a esta humilde parte el ser inhabilitado para ejecutar tal olvido?
Lo sé. Escuchándome también hoy, debes estar hartándote todavía más de la justicia. A decir verdad, tampoco a mi me agrada, no creas. Según yo lo veo, la única justicia que existe es la propia. Aquello que intenta conciliar a las partes no es justicia, sino necesariedad. Ahora bien, dime, después de lo que ella hizo, ¿no crees que esa mal llamada justicia debe provocar que la olvide? ¡Si cualquier jurado cuerdo y cabal la condenaría como yo lo he hecho!
Quizá ese sea el problema, chico. Siento marearte tanto con algo que seguro te aburre e incluso quizá no entiendas. A decir verdad, tampoco yo entiendo muchas veces lo que digo. Igual que tampoco entiende el amor de cordura y, por ende, de justicia.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
viernes, 8 de mayo de 2009
Crímenes perfectos
Hasta ahora había sido un alma errante más. No había sido más que uno más en El Rincón de los Arrastrados, hasta ahora.
No es su primer aporte, pero quizá sea el definitivo. El definitivo para culminar un "crimen perfecto" con esa otra visión que Alberto Rodríguez, mi buen amigo Alberto, puede dar a este Rincón del que, no sé si muchos o pocos, disfrutamos.
Hasta ahora había sido un alma errante más. Ahora, siendo ya un arrastrado más, llevaremos a cabo, si la inspiración nos lo permite, más de uno de esos "crímenes perfectos" a los que el maestro Calamaro canta.
No es su primer aporte, pero quizá sea el definitivo. El definitivo para culminar un "crimen perfecto" con esa otra visión que Alberto Rodríguez, mi buen amigo Alberto, puede dar a este Rincón del que, no sé si muchos o pocos, disfrutamos.
Hasta ahora había sido un alma errante más. Ahora, siendo ya un arrastrado más, llevaremos a cabo, si la inspiración nos lo permite, más de uno de esos "crímenes perfectos" a los que el maestro Calamaro canta.
Dama de burdel
No tengo remedio.
De un tiempo a esta parte, me juré alejarme de estos sitios… De éste en especial. Me juré no volver, pero he jurado en vano tantas veces a lo largo de mi vida, que a estas alturas jurar es un acto de fé que para mi carece fundamentalmente de valor. No obstante, en esta ocasión estuve a punto de creérmelo.
Después de unas semanas, al cabo de un tiempo, volví a verme bajar las escaleras, sintiendo en cada paso la cercanía al averno.
Antes de entrar, acaricie el cristal de la puerta (a la que, por cierto, no le hubiera venido nada mal una capa de pintura, y dos o tres de dignidad), y empecé a sentir una crisis de ansiedad.
‘No debí levantarme de la cama esta mañana’- pensé entre jadeos. - ‘Nunca debí volver a este rincón lleno de arrastrados’.
Creo que fue la primera y única vez en mi vida en la que sentí verdadera lástima por mí.
Me habría dejado caer allí mismo, justo a las puertas del infierno, de no ser por ella. Un efluvio dulce y gris recorrió la distancia entre mi posición y el peldaño más próximo a la realidad. Alcé la mirada, y como por arte de algún tipo de magia oscura, ella estaba allí.
Clavó sus pupilas en mi pecho, y sentí un dolor tan placentero que no pude evitar la sonrisa. Mi sonrisa… Aquella sonrisa, que terminó siendo más suya que mía.
Lo recuerdo perfectamente. Se deslizó escalera abajo con la gracia de Marilyn en ‘los caballeros las prefieren rubias’, y empujó suavemente el pomo de cobre oxidado anclado en la puerta, sin retirar ni un segundo sus ojos de mi estampa.
Que puedo decir… La seguí conteniendo la respiración. Había llovido mucho desde la última vez que me sentía completamente seguro de mis pasos. A decir verdad, en ese mismo instante, la habría seguido a las profundidades del océano si me lo hubiera pedido.
Todo seguía igual, nada había cambiado en absoluto. La apariencia que días atrás el bar había lucido seguía intacta. Aquello seguía dando tanto asco como desde el principio. Puede decirse que aquel era su encanto.
No sentamos en una mesa apartada del sudor de los pocos parroquianos que se habían dejado caer por allí un martes noche. El ambiente era tranquilo, tanto que pudimos conversar sin necesidad de alzar la voz por encima de nada ni nadie.
‘No sé aún tu nombre’ - le pregunté apurando las palabras. Esperé a que sus labios dibujaran una bocanada de humo. ‘Tampoco importa demasiado’ - respondió muy pagada de si misma. ‘No, desde luego que no’ - respondí tratando de comprender el significado de su expresión. ‘Eres algo estúpido’ - espetó. Aquello fue una afirmación en toda regla. Asentí. ‘Y creo entender que tú una prostituta’ - murmuré algo desorientado.
Poco después comprendí, que me había enamorado de una dama de burdel…
De un tiempo a esta parte, me juré alejarme de estos sitios… De éste en especial. Me juré no volver, pero he jurado en vano tantas veces a lo largo de mi vida, que a estas alturas jurar es un acto de fé que para mi carece fundamentalmente de valor. No obstante, en esta ocasión estuve a punto de creérmelo.
Después de unas semanas, al cabo de un tiempo, volví a verme bajar las escaleras, sintiendo en cada paso la cercanía al averno.
Antes de entrar, acaricie el cristal de la puerta (a la que, por cierto, no le hubiera venido nada mal una capa de pintura, y dos o tres de dignidad), y empecé a sentir una crisis de ansiedad.
‘No debí levantarme de la cama esta mañana’- pensé entre jadeos. - ‘Nunca debí volver a este rincón lleno de arrastrados’.
Creo que fue la primera y única vez en mi vida en la que sentí verdadera lástima por mí.
Me habría dejado caer allí mismo, justo a las puertas del infierno, de no ser por ella. Un efluvio dulce y gris recorrió la distancia entre mi posición y el peldaño más próximo a la realidad. Alcé la mirada, y como por arte de algún tipo de magia oscura, ella estaba allí.
Clavó sus pupilas en mi pecho, y sentí un dolor tan placentero que no pude evitar la sonrisa. Mi sonrisa… Aquella sonrisa, que terminó siendo más suya que mía.
Lo recuerdo perfectamente. Se deslizó escalera abajo con la gracia de Marilyn en ‘los caballeros las prefieren rubias’, y empujó suavemente el pomo de cobre oxidado anclado en la puerta, sin retirar ni un segundo sus ojos de mi estampa.
Que puedo decir… La seguí conteniendo la respiración. Había llovido mucho desde la última vez que me sentía completamente seguro de mis pasos. A decir verdad, en ese mismo instante, la habría seguido a las profundidades del océano si me lo hubiera pedido.
Todo seguía igual, nada había cambiado en absoluto. La apariencia que días atrás el bar había lucido seguía intacta. Aquello seguía dando tanto asco como desde el principio. Puede decirse que aquel era su encanto.
No sentamos en una mesa apartada del sudor de los pocos parroquianos que se habían dejado caer por allí un martes noche. El ambiente era tranquilo, tanto que pudimos conversar sin necesidad de alzar la voz por encima de nada ni nadie.
‘No sé aún tu nombre’ - le pregunté apurando las palabras. Esperé a que sus labios dibujaran una bocanada de humo. ‘Tampoco importa demasiado’ - respondió muy pagada de si misma. ‘No, desde luego que no’ - respondí tratando de comprender el significado de su expresión. ‘Eres algo estúpido’ - espetó. Aquello fue una afirmación en toda regla. Asentí. ‘Y creo entender que tú una prostituta’ - murmuré algo desorientado.
Poco después comprendí, que me había enamorado de una dama de burdel…
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Alberto Rodríguez,
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martes, 5 de mayo de 2009
The game of love
Como en el anterior relato, en la vida hay quién prefiere jugar al inocente "Truco o trato" y quién prefiere arriesgar más y hacerlo al "Susto o muerte". Hay, también, intrépidos jugadores que no se decantan por una u otra opción, sino por "The game of love".
Susto o muerte
Cuando era pequeña, cielo, me gustaba disfrazarme en la noche de brujas y salir por el vecindario a hacer a mis vecinos el juego del "truco o trato". Ahora, ya más mayor, he dejado mi disfraz de muerte a un lado, y más tras ver que el verdadero fin de la vida llega saque o no la guadaña del armario en Halloween. Aunque, no creas, en ocasiones todavía me gustaría dejar esta barra y acompañar a mi vieja amiga en sus andanzas.
No puede decirse que me disguste mi trabajo. Al fin y al cabo, colaboro a que, tarde o temprano, gente que merece morir lo haga. Lo que no me gusta es que os emborracheis con matarratas gente como tú o Juan, por mucho que el purgado que noche tras noche llevais a cabo de vuestro alma jamás os vaya a llevar al cielo. Tú me caes bien. Él, además, me lo hace también muy bien. Sin embargo, y por mucho que esto sea lo más parecido al purgatorio que existe, dudo mucho que seais pioneros alguno de vosotros en alcanzar el cielo desde La Lola's. Aunque no me guste reconocerlo, el día que mi vieja amiga os invite a una copa, lo hará, como ya lo ha hecho con esos dos chicos del billar que se ha llevado, en algún local del infierno.
Recuerdo al segundo de esos chicos. Era pirómano y ludópata. Con él yo me asemejaba más a un coche de choque de una feria que a una camarera. Se pasaba las noches metiéndome fichas entre copa y copa, aún a sabiendas de que ello sólo le reportaría rebotes, golpes y rechazo. Le encantaba jugar, aún a sabiendas de que el juego no le reportaría, conmigo al menos, beneficio alguno. Bien sabe el jefe que, de no ser por él, le habría metido el mechero con el que constantemente jugaba allí por donde la espalda pierde su honroso nombre, aún a riesgo de que uniendo fuego y gases esto saltase por los aires.
Y es que, habitualmente, entre copa y copa en la barra y partida y partida en el billar, jugueteaba con un mechero que parecía hipnotizarle. Lo encendía y apagaba como aquel niño que descubre que el interruptor de la luz sirve como infantil juego. Cualquiera que viese desde la lejanía su entretenimiento con el fuego, sabría que las neuronas perdidas no habían perecido ahogadas por alcohol, sino intoxicadas en algún incendio.
Aquel loco imbécil vino alguna vez acompañado por un conato de mujer que, más que pechos, tenía satélites. Sus dimensiones eran tales que parecía ser pariente lejano de algún elefante y primo hermano de un mamut. Su manera tosca, bestia y vasta como el rey de bastos de demostrar lo que ella debía considerar como cariño hacia él, además, le hizo ganarse el apelativo de "La Terminator", pues ante tales acciones cualquiera que sumase más de dos neuronas huiría despavorido o fallecería en el intento.
Quizá eso fuese lo que ocurrió con él. Quién sabe. En tiempo de guerra cualquier agujero es trinchera, dicen, y en estos tiempos de crisis hay mucha gente desesperada por llevarse algo a la boca. De ser yo un hombre, tendría claro que a semejante adefesio no la tocaría ni con un palo. Es más, creo que posiblemente pidiese una orden de alejamiento, en caso de que se atreviese a rondarme. Sin embargo, parece que al iluminati no debía preocuparle en exceso qué podría pasar si ella decidiese ponerse encima, y así le fue. Jugó a "susto o muerte", y cuando habitualmente era lo primero lo que recibía, acabó esta vez falleciendo.
Puede, también, que no fuese culpa de "La Terminator". Quizá fuese otra persona quién acabó de su vida. A lo mejor la temeridad cometida por el pirómano dos neuronas fue justamente el dejar de cobijarse tras semejante sombra. Sea como fuere, lo cierto es que mucho han cambiado los tiempos y los juegos. Y es que, aunque de pequeña me disfrazase de muerte, siempre me ha parecido más seguro el hacerles a mis vecinos el "Truco o trato" que jugar con nadie al "Susto o muerte".
No puede decirse que me disguste mi trabajo. Al fin y al cabo, colaboro a que, tarde o temprano, gente que merece morir lo haga. Lo que no me gusta es que os emborracheis con matarratas gente como tú o Juan, por mucho que el purgado que noche tras noche llevais a cabo de vuestro alma jamás os vaya a llevar al cielo. Tú me caes bien. Él, además, me lo hace también muy bien. Sin embargo, y por mucho que esto sea lo más parecido al purgatorio que existe, dudo mucho que seais pioneros alguno de vosotros en alcanzar el cielo desde La Lola's. Aunque no me guste reconocerlo, el día que mi vieja amiga os invite a una copa, lo hará, como ya lo ha hecho con esos dos chicos del billar que se ha llevado, en algún local del infierno.
Recuerdo al segundo de esos chicos. Era pirómano y ludópata. Con él yo me asemejaba más a un coche de choque de una feria que a una camarera. Se pasaba las noches metiéndome fichas entre copa y copa, aún a sabiendas de que ello sólo le reportaría rebotes, golpes y rechazo. Le encantaba jugar, aún a sabiendas de que el juego no le reportaría, conmigo al menos, beneficio alguno. Bien sabe el jefe que, de no ser por él, le habría metido el mechero con el que constantemente jugaba allí por donde la espalda pierde su honroso nombre, aún a riesgo de que uniendo fuego y gases esto saltase por los aires.
Y es que, habitualmente, entre copa y copa en la barra y partida y partida en el billar, jugueteaba con un mechero que parecía hipnotizarle. Lo encendía y apagaba como aquel niño que descubre que el interruptor de la luz sirve como infantil juego. Cualquiera que viese desde la lejanía su entretenimiento con el fuego, sabría que las neuronas perdidas no habían perecido ahogadas por alcohol, sino intoxicadas en algún incendio.
Aquel loco imbécil vino alguna vez acompañado por un conato de mujer que, más que pechos, tenía satélites. Sus dimensiones eran tales que parecía ser pariente lejano de algún elefante y primo hermano de un mamut. Su manera tosca, bestia y vasta como el rey de bastos de demostrar lo que ella debía considerar como cariño hacia él, además, le hizo ganarse el apelativo de "La Terminator", pues ante tales acciones cualquiera que sumase más de dos neuronas huiría despavorido o fallecería en el intento.
Quizá eso fuese lo que ocurrió con él. Quién sabe. En tiempo de guerra cualquier agujero es trinchera, dicen, y en estos tiempos de crisis hay mucha gente desesperada por llevarse algo a la boca. De ser yo un hombre, tendría claro que a semejante adefesio no la tocaría ni con un palo. Es más, creo que posiblemente pidiese una orden de alejamiento, en caso de que se atreviese a rondarme. Sin embargo, parece que al iluminati no debía preocuparle en exceso qué podría pasar si ella decidiese ponerse encima, y así le fue. Jugó a "susto o muerte", y cuando habitualmente era lo primero lo que recibía, acabó esta vez falleciendo.
Puede, también, que no fuese culpa de "La Terminator". Quizá fuese otra persona quién acabó de su vida. A lo mejor la temeridad cometida por el pirómano dos neuronas fue justamente el dejar de cobijarse tras semejante sombra. Sea como fuere, lo cierto es que mucho han cambiado los tiempos y los juegos. Y es que, aunque de pequeña me disfrazase de muerte, siempre me ha parecido más seguro el hacerles a mis vecinos el "Truco o trato" que jugar con nadie al "Susto o muerte".
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
Échame a mi la culpa
Puede no haber sido este que ha pasado el mejor fin de semana ni el más delirante, como puede no ser el anterior relato ni una cosa ni la otra, pero lo cierto es que no sería de recibo dar tan siquiera el par de pinceladas sobre una cosa en la otra, acompañando ambas cosas de la canción que "El Gallego" canta a todas sus presas, la cual, a su vez, ha pasado por ser, sin duda alguna, el hit del fin de semana.
Delirios con lirio
En el sexo, chico, querer es poder. Suena sencillo, y así es. Si ella quiere, tú puedes. Qué le pregunten sino a mi planta. El otro día conoció a un lirio, y no veas qué noche. Para nosotros fue una más, para ella fue, sin duda, por aquel escarceo un delirio.
Todo comenzó cuando aquel gallego llegó corriendo lirio en mano. Decía llegar tarde a su cita con una dama, y por sus palabras no parecía ella ser aquella con quién frecuentamos citarnos los arrastrados en un lúgubre lugar como este. No. No debía ser precisamente una borrachera con quién se había citado, aún cuando el sentimiento de todos encontrado ante sus palabras era el mismo desagradable sentimiento que recorre nuestro cuerpo cuando el líquido del lavavajillas coloniza nuestras venas en grandes cantidades.
Decía llevar buscando aquella cita durante siglos con una mujer que consideraba perfecta. Obvia decir que no debía ser tal si había sido este el lugar que había elegido para encontrarse con él. El caso es que nos la describió, y debía estar esculpida por dioses. Obvia también decir que su corazón debía haber sido escupido por demonios, pues la perfección está reñida con La Lola's Club desde tiempos inmemoriados como lo está la divina proporción con las mujeres que por aquí se dejan ver, más allá de las por John contratadas.
Tras hablar dos minutos sobre el amor de su vida, Leyre le puso su primera copa. A las dos horas, con la sexta, la perfección había dejado paso a perlas que parecían haber sido cultivadas en un mejillón gigante. Para entonces, ya hacía tiempo que había dejado el lirio a un lado, y también que yo había hecho lo propio con mi cizaña. Creí que si quién lo llevaba en la mano era tan ingenuo, más lo podría ser algo concebido como regalo a una dama, pero por lo que luego pude saber, me equivoqué.
Y es que, en contra de lo que yo pensaba, aquel lirio deliraba como delira cualquier arrastrado, y no como lo hacía quién lo portaba. Resultó ser, más que flor, un picaflor, tal cual con mi cizaña se comportó. Fue todo un galán, como lo habría sido anteriormente en los veranos en los que repartía rizomas por doquier, pero no por ello dejó de comportarse como mandan los cánones. Dijo a mi cizaña que para él todo lo que había por debajo de la cintura era poesía, y sin perder el sentido del humor, aseveró también después que era su "primera vez, y contigo", y que el francés de mi planta parecía más bien una postal enviada por Dios por correspondencia urgente.
Mientras mi cizaña y el lirio intimaban, seguía el gallego contándonos que tocaba en una orquesta. Iba de pueblo en pueblo, con sus amigos los trotamúsicos, tocando el saxofón. Era muy enamoradizo, tal y como demostró aquella noche, pero no era uno de esos enamoradizos de los que en La Lola's abundan. No. Él se enamoraba para toda la vida, pero con algo menos de frecuencia y mucha más inocencia.
Allí por donde pasaba su furgoneta del amor trataba tener una necorita, como él les llama, si bien no era él de esos que piensan que cualquier jornada de puertas abiertas en el cielo es propicia para que se cuele en este, gracias a Cupido, un fumador a espuertas y pecador en fiestas. Y es que esa era la primera gran mentira que a todas contaba.
"Ni bebo, ni fumo, ni frecuento mujeres", nos contó que solía decir a todas, aún cuando los tres vicios capitales formaban parte vital de su vida. Algunas llegaban incluso a creerle, tras no darle, principio, crédito, como quién intenta vender clinex en un semáforo y acaba comprándole un pañuelo a Gurruchaga en Chueca. Otras no lo hacían, pero gustaban de acrecentar esa autoestima padrinesca equivocada. Y es que con lo pánfilo que pareció ser con aquella supuesta oda a la perfección, demostró que aquello de que paga fantas y cobra polvos poco tiene que ver con los favores que realiza y cobra el Gran Don. Creía tener mundo, y sin embargo, apenas tenía otro estado que no fuese el de embriaguez al final de la noche.
Mientras él seguía, mi planta y su lirio disfrutaban de un postre formado por un puñado de frases lascivas con nata y del intercambio de diversas fresas sueltas. Era ese el postre favorito de aquel pobre inocente, como lo era volver a ver a sus presas allí por donde pasaba. Aquella con quién había quedado jamás lo había sido, ni ya lo será. A ella no le cantará el hit, como denominaba a aquella shit con la que intentó deleitarnos. No verá nunca con ella la inscripción en el baño de La Lola's que reza "hoy no es hoy, sino mañana".
Quizá de ese exceso de promiscuidad y de esa falta de un corazón roto de verdad se derivaba el que aquel hombre no nos asombrase más con sus historias y delirios que a mi cizaña su lirio. Ese gallego que con su rápida entrada parecía venir de correr en Los Cerros de San Rafael no sufría delirium tremens. Más bien se quedó sin probar los labios de miel y colgado de su teléfono Siemens, y lo que es peor, por muy plantado que le hubiesen quedado, seguía creyendo que, por ser músico, una bonita canción y una flor convertirían el querer en el poder, y que su delirio y el polvo del lirio no formaban sino parte del fin del trayecto a la mitad de camino en el que por su profesión se embarcaba diariamente.
Todo comenzó cuando aquel gallego llegó corriendo lirio en mano. Decía llegar tarde a su cita con una dama, y por sus palabras no parecía ella ser aquella con quién frecuentamos citarnos los arrastrados en un lúgubre lugar como este. No. No debía ser precisamente una borrachera con quién se había citado, aún cuando el sentimiento de todos encontrado ante sus palabras era el mismo desagradable sentimiento que recorre nuestro cuerpo cuando el líquido del lavavajillas coloniza nuestras venas en grandes cantidades.
Decía llevar buscando aquella cita durante siglos con una mujer que consideraba perfecta. Obvia decir que no debía ser tal si había sido este el lugar que había elegido para encontrarse con él. El caso es que nos la describió, y debía estar esculpida por dioses. Obvia también decir que su corazón debía haber sido escupido por demonios, pues la perfección está reñida con La Lola's Club desde tiempos inmemoriados como lo está la divina proporción con las mujeres que por aquí se dejan ver, más allá de las por John contratadas.
Tras hablar dos minutos sobre el amor de su vida, Leyre le puso su primera copa. A las dos horas, con la sexta, la perfección había dejado paso a perlas que parecían haber sido cultivadas en un mejillón gigante. Para entonces, ya hacía tiempo que había dejado el lirio a un lado, y también que yo había hecho lo propio con mi cizaña. Creí que si quién lo llevaba en la mano era tan ingenuo, más lo podría ser algo concebido como regalo a una dama, pero por lo que luego pude saber, me equivoqué.
Y es que, en contra de lo que yo pensaba, aquel lirio deliraba como delira cualquier arrastrado, y no como lo hacía quién lo portaba. Resultó ser, más que flor, un picaflor, tal cual con mi cizaña se comportó. Fue todo un galán, como lo habría sido anteriormente en los veranos en los que repartía rizomas por doquier, pero no por ello dejó de comportarse como mandan los cánones. Dijo a mi cizaña que para él todo lo que había por debajo de la cintura era poesía, y sin perder el sentido del humor, aseveró también después que era su "primera vez, y contigo", y que el francés de mi planta parecía más bien una postal enviada por Dios por correspondencia urgente.
Mientras mi cizaña y el lirio intimaban, seguía el gallego contándonos que tocaba en una orquesta. Iba de pueblo en pueblo, con sus amigos los trotamúsicos, tocando el saxofón. Era muy enamoradizo, tal y como demostró aquella noche, pero no era uno de esos enamoradizos de los que en La Lola's abundan. No. Él se enamoraba para toda la vida, pero con algo menos de frecuencia y mucha más inocencia.
Allí por donde pasaba su furgoneta del amor trataba tener una necorita, como él les llama, si bien no era él de esos que piensan que cualquier jornada de puertas abiertas en el cielo es propicia para que se cuele en este, gracias a Cupido, un fumador a espuertas y pecador en fiestas. Y es que esa era la primera gran mentira que a todas contaba.
"Ni bebo, ni fumo, ni frecuento mujeres", nos contó que solía decir a todas, aún cuando los tres vicios capitales formaban parte vital de su vida. Algunas llegaban incluso a creerle, tras no darle, principio, crédito, como quién intenta vender clinex en un semáforo y acaba comprándole un pañuelo a Gurruchaga en Chueca. Otras no lo hacían, pero gustaban de acrecentar esa autoestima padrinesca equivocada. Y es que con lo pánfilo que pareció ser con aquella supuesta oda a la perfección, demostró que aquello de que paga fantas y cobra polvos poco tiene que ver con los favores que realiza y cobra el Gran Don. Creía tener mundo, y sin embargo, apenas tenía otro estado que no fuese el de embriaguez al final de la noche.
Mientras él seguía, mi planta y su lirio disfrutaban de un postre formado por un puñado de frases lascivas con nata y del intercambio de diversas fresas sueltas. Era ese el postre favorito de aquel pobre inocente, como lo era volver a ver a sus presas allí por donde pasaba. Aquella con quién había quedado jamás lo había sido, ni ya lo será. A ella no le cantará el hit, como denominaba a aquella shit con la que intentó deleitarnos. No verá nunca con ella la inscripción en el baño de La Lola's que reza "hoy no es hoy, sino mañana".
Quizá de ese exceso de promiscuidad y de esa falta de un corazón roto de verdad se derivaba el que aquel hombre no nos asombrase más con sus historias y delirios que a mi cizaña su lirio. Ese gallego que con su rápida entrada parecía venir de correr en Los Cerros de San Rafael no sufría delirium tremens. Más bien se quedó sin probar los labios de miel y colgado de su teléfono Siemens, y lo que es peor, por muy plantado que le hubiesen quedado, seguía creyendo que, por ser músico, una bonita canción y una flor convertirían el querer en el poder, y que su delirio y el polvo del lirio no formaban sino parte del fin del trayecto a la mitad de camino en el que por su profesión se embarcaba diariamente.
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Jesús Domínguez,
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miércoles, 29 de abril de 2009
You know that I'm no good
Nadie sabe la razón por la cual Pedro comenzó a delirar matarratas en mano. Nadie sabe la razón por la cual en sus delirios mezclaba a gatos con parados y a cerdos con crisis. Se revelaba de una forma un tanto extraña contra cosas que no consideraba para nada buenas. Se revelaba justo cuando cantaba Irene sobre otro tipo de bondades, pero al fin y al cabo, bondades como las de esta canción.
De cerdos, gatos y parados
Tengo una amiga que tiene un conocido cuya prima ha estado en México. Dicen que está la pobre muy preocupada por la gripe porcina, aún cuando su vegetarianismo sólo le ha permitido allí llevarse a la boca la cabeza de un pollo, y no precisamente para comerla. Me asaltan ahí dudas sobre su tosquedad. Debe ser esta enorme para arrancar la cabeza a un ave a mordiscos, cuando entre pirámides acostumbran más bien a hacerlo retorciendo al pollino el pescuezo cuán destornillador eléctrico enganchado en quinta marcha.
Estará preocupada por lo que dice la prensa. Ha salido también en mi periódico que el equipo chino de salto ha decidido suspender aquello que quiera que en suelo americano hacían por miedo. Ellos, que entre salto y salto fríen un gato y respiran un rato polución por doquier. Tienen miedo ellos a una simple gripe provocada por unos gorrinos cuando, como la chica esa de la que te he hablado, peores cosas se ha llevado a la boca.
No es que me parezca mal que coman gatos. De hecho, creo que debían pasarse unos cuantos chinos por mi barrio y llevarse a los mil y un mininos que en la ruinosa casa de enfrente a la mia viven para luego servirlos a la cazuela o en tapas en sus restaurantes. Si donde hay una nube de polución lo hacen, ¿por qué no hacerlo aquí, si apenas esos gatos respiran mierda?
De mierda es de lo que estoy harto. Es muy bonita la fauna y la flora, pero cuando la flora proviene de un descuido y la fauna del cuidado de una vieja, no todo es tan bonito. En ocasiones, las más, así será; pero en otras, las menos, acabará uno por ver al animal en cuestión como algo casi tan odioso como la señora que los mantiene, la cual se convertirá a los ojos de quién odie a la comuna de gatos hippies en la vieja loca de Los Simpson que arroja gatos mientras balbucea quién sabe qué.
Para acabar con tal comuna, sin que la madre amantísima gatuna pudiese verme, probé a darles matarratas del que aquí ponen, y en lugar de cómo veneno, funcionó como afrodisíaco. Montaron los putos gatos tal orgía que de estar ellas en celo, tendrían los machos bien que parar a repostar su máquina sexual sin importar el posterior resultado, o bien hacerlo para coger una radial y ponerse de nuevo en marcha tras un parón.
Ello, de ser posible, porque bien sabes, chico, como está la situación laboral en este mundo animal. Vamos, como sabrá alguien de tu inteligencia, cuesta abajo y sin frenos. Somos hoy día un barco a la deriva que se hunde un poco más por cada milla avanzada. Y todo porque, como decía una vieja cancioncilla popular, "esta noche no alumbra la farola del mar". Ni esta noche ni ninguna, añadiría. Y todo porque las medidas hasta ahora puestas en marcha han resultado ser de todo salvo bombillas de bajo consumo y, como el matarratas que yo eché a los gatos, sólo han servido para aumentar el número de bocas desprotegidas y por alimentar y la superficie por limpiar.
No veas en mis palabras un ataque frontal al gobierno. Nada más lejos. Es entendible la situación actual, después de todo. Debe ser difícil levantar un país sustentado durante vivido mucho tiempo del ladrillo, o mejor dicho, de que uno coloque el ladrillo mientras cuatro ven como lo hace. Y debe ser difícil porque, en tiempos como los que corren, los primeros que son abandonados a la suerte de la vieja que de madrugada echa ese par de sardinas a los mininos son aquellos que, en noches en las que el matarratas funcionaba como afrodisíaco, despreocupados, se dedicaban a parar a repostar en lugar de terminar su turno de amor y empezar con la labor.
Cree alguna gente que, como en el caso de los gatos de mi barrio, pasa la clave por el exterminio por medio del matarratas. Después de mi experiencia, diría que quizá sea mejor utilizar otro tipo de veneno. Sin montarse orgía alguna, fíjate sino aquí el efecto que provoca. Como en el caso de los gatos ninfómanos, también aquí sube el veneno que con ellos utilicé para subir la bilirrubina al personal.
Habiendo cosas más importantes de las que hablar, ahora esta muy en boga el hacerlo de la gripe porcina. Hasta aquellos que abrazan el Islam parecen preocupados por ella. La prima del conocido de mi amiga también lo está. A mi, personalmente, me preocupa más la crisis, pero lo que hoy vende periódicos es eso. Intentaré solventar los problemas de mi barrio echando pedacitos de gorrino a los gatos, y que la gripe del cerdo haga el resto. Si no soluciona el problema, al menos lo ocultará un rato. Lo ocultará como en mi periódico parece ocultar tal virus la importancia de la crisis.
Vale, chico. Zapatero puede no tener la culpa de que los gatos sean una pandemia en mi barrio. Después de todo, no llegan ellos en patera, ni tampoco se unen como los Latin King para atemorizar a los ancianos. Nadie puede culparle de que esa pobre señora no tenga mejor cosa qué hacer que alimentar a semejante prole felino-callejera. Sin embargo, aunque mi periódico hoy lo obvie hablando de un virus todavía animal, sí es culpable de que esos cuatro millones de parados sean también obviados por la prensa escrita como esos cuatro gatos famélicos que maúllan a la pobre anciana sin ser escuchados, si bien a esos cuatro gatos les basta con empeñar las espinas sobrantes de las sardinas que otros comen para comprar un sonotone con el que salir de la crisis. Mientras, a esos cuatro gatos parados, sin embargo, no parece serles dichas espinas no ya para salir de la crisis, sino para hacerlo en las portadas.
Y es que, chico, hoy esta mierda de gato vende en mi periódico como lo hace la gripe del cerdo. Lo que no vende es la crisis. Increíble, pero cierto. No tan increíble como lo es la insuficiencia del sonotone para hacerse escuchar aquel que se encuentra hoy en situación felina. No menos cierto como lo es que de esta situación no hay matarratas ni sardina que nos saque. Ahora bien, parece descabellado, pero la solución puede estar en echar también pedacitos de gorrino a los parados, y que la gripe del cerdo haga el resto.
Estará preocupada por lo que dice la prensa. Ha salido también en mi periódico que el equipo chino de salto ha decidido suspender aquello que quiera que en suelo americano hacían por miedo. Ellos, que entre salto y salto fríen un gato y respiran un rato polución por doquier. Tienen miedo ellos a una simple gripe provocada por unos gorrinos cuando, como la chica esa de la que te he hablado, peores cosas se ha llevado a la boca.
No es que me parezca mal que coman gatos. De hecho, creo que debían pasarse unos cuantos chinos por mi barrio y llevarse a los mil y un mininos que en la ruinosa casa de enfrente a la mia viven para luego servirlos a la cazuela o en tapas en sus restaurantes. Si donde hay una nube de polución lo hacen, ¿por qué no hacerlo aquí, si apenas esos gatos respiran mierda?
De mierda es de lo que estoy harto. Es muy bonita la fauna y la flora, pero cuando la flora proviene de un descuido y la fauna del cuidado de una vieja, no todo es tan bonito. En ocasiones, las más, así será; pero en otras, las menos, acabará uno por ver al animal en cuestión como algo casi tan odioso como la señora que los mantiene, la cual se convertirá a los ojos de quién odie a la comuna de gatos hippies en la vieja loca de Los Simpson que arroja gatos mientras balbucea quién sabe qué.
Para acabar con tal comuna, sin que la madre amantísima gatuna pudiese verme, probé a darles matarratas del que aquí ponen, y en lugar de cómo veneno, funcionó como afrodisíaco. Montaron los putos gatos tal orgía que de estar ellas en celo, tendrían los machos bien que parar a repostar su máquina sexual sin importar el posterior resultado, o bien hacerlo para coger una radial y ponerse de nuevo en marcha tras un parón.
Ello, de ser posible, porque bien sabes, chico, como está la situación laboral en este mundo animal. Vamos, como sabrá alguien de tu inteligencia, cuesta abajo y sin frenos. Somos hoy día un barco a la deriva que se hunde un poco más por cada milla avanzada. Y todo porque, como decía una vieja cancioncilla popular, "esta noche no alumbra la farola del mar". Ni esta noche ni ninguna, añadiría. Y todo porque las medidas hasta ahora puestas en marcha han resultado ser de todo salvo bombillas de bajo consumo y, como el matarratas que yo eché a los gatos, sólo han servido para aumentar el número de bocas desprotegidas y por alimentar y la superficie por limpiar.
No veas en mis palabras un ataque frontal al gobierno. Nada más lejos. Es entendible la situación actual, después de todo. Debe ser difícil levantar un país sustentado durante vivido mucho tiempo del ladrillo, o mejor dicho, de que uno coloque el ladrillo mientras cuatro ven como lo hace. Y debe ser difícil porque, en tiempos como los que corren, los primeros que son abandonados a la suerte de la vieja que de madrugada echa ese par de sardinas a los mininos son aquellos que, en noches en las que el matarratas funcionaba como afrodisíaco, despreocupados, se dedicaban a parar a repostar en lugar de terminar su turno de amor y empezar con la labor.
Cree alguna gente que, como en el caso de los gatos de mi barrio, pasa la clave por el exterminio por medio del matarratas. Después de mi experiencia, diría que quizá sea mejor utilizar otro tipo de veneno. Sin montarse orgía alguna, fíjate sino aquí el efecto que provoca. Como en el caso de los gatos ninfómanos, también aquí sube el veneno que con ellos utilicé para subir la bilirrubina al personal.
Habiendo cosas más importantes de las que hablar, ahora esta muy en boga el hacerlo de la gripe porcina. Hasta aquellos que abrazan el Islam parecen preocupados por ella. La prima del conocido de mi amiga también lo está. A mi, personalmente, me preocupa más la crisis, pero lo que hoy vende periódicos es eso. Intentaré solventar los problemas de mi barrio echando pedacitos de gorrino a los gatos, y que la gripe del cerdo haga el resto. Si no soluciona el problema, al menos lo ocultará un rato. Lo ocultará como en mi periódico parece ocultar tal virus la importancia de la crisis.
Vale, chico. Zapatero puede no tener la culpa de que los gatos sean una pandemia en mi barrio. Después de todo, no llegan ellos en patera, ni tampoco se unen como los Latin King para atemorizar a los ancianos. Nadie puede culparle de que esa pobre señora no tenga mejor cosa qué hacer que alimentar a semejante prole felino-callejera. Sin embargo, aunque mi periódico hoy lo obvie hablando de un virus todavía animal, sí es culpable de que esos cuatro millones de parados sean también obviados por la prensa escrita como esos cuatro gatos famélicos que maúllan a la pobre anciana sin ser escuchados, si bien a esos cuatro gatos les basta con empeñar las espinas sobrantes de las sardinas que otros comen para comprar un sonotone con el que salir de la crisis. Mientras, a esos cuatro gatos parados, sin embargo, no parece serles dichas espinas no ya para salir de la crisis, sino para hacerlo en las portadas.
Y es que, chico, hoy esta mierda de gato vende en mi periódico como lo hace la gripe del cerdo. Lo que no vende es la crisis. Increíble, pero cierto. No tan increíble como lo es la insuficiencia del sonotone para hacerse escuchar aquel que se encuentra hoy en situación felina. No menos cierto como lo es que de esta situación no hay matarratas ni sardina que nos saque. Ahora bien, parece descabellado, pero la solución puede estar en echar también pedacitos de gorrino a los parados, y que la gripe del cerdo haga el resto.
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Jesús Domínguez,
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miércoles, 22 de abril de 2009
Killing me softly
Quizá sea lo que canta Irene lo que ha llevado a Marco a hablarme de matar. Puede parecer un error rondando tan cerca un policía. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de matar errores, de lo máximo que se le podría culpar es de intentar acabar con ellos cometiendo otro nuevo, el seguir hablando de sus amigas.
Matando errores
Estoy plenamente convencido de que, para conseguir un mundo mejor, hay que matar a gente. Ni crisis, ni pobreza, ni milongas fritas con guarnición. La solución de todos los males del mundo es la sustitución de la Seguridad Social por un hombre armado en cada esquina, y al primero que flaquee, ¡pam! Disparo en la tibia, y que se desangre. No haría falta ni tan siquiera excesiva preparación. Bastaría con reciclar al personal sanitario. La puntería debe venir ya de fábrica, teniendo en cuenta el manejo que deben tener de bisturís e inyecciones. Tampoco sería preciso demasiado gasto. Llegaría con emplear en armamento lo que se emplea en sanidad.
Puede que me esté volviendo loco. No lo niego. Dice mi amigo invisible que no es así, que son los otros los que deliran. Me parece, sin embargo, demasiado extraño que nadie salvo yo sea capaz de ver la anguila gigante que repta por el techo de mi habitación. No sé, puede que esté equivocado, y que mi amigo tenga razón, pero lo cierto es que creo que me engaña cuando me dice que las miradas de la gente hacia mi maceta no son de extrañeza, sino de envidia.
Él ha sido quién me ha inculcado esa idea de un darwinismo social radical. Ávido de sangre, en más de una ocasión me ha pedido que decapite a alguna de mis tres amigas, habida cuenta del profundo amor que les profeso. Podría decirse, incluso, que mi profesión es el odio, y la suya desquiciarme con su mera presencia. No sé qué se me pasó por la cabeza cuando pasaron ellas a formar parte de mi vida. Podría decir aquello de que era joven y que no sabía lo que hacía sin temor a equivocarme. Bastante error fue el conocerlas antes de aquí despreciarlas. Puedo, al menos, decir en mi defensa que todo el mundo comete errores. La clave de ellos está en cometerlos cuando nadie nos ve. Ninguno de los aquí presentes me veía entonces, y sin embargo, con el tiempo, cometí otro error, el reconocerlas como merecedoras de la muerte desde tiempos inmemoriados.
Esa muerte viene rondando mucho este lugar en los últimos tiempos. No sé si es esa aproximación fruto de la casualidad, o si finalmente la señora de negro tendrá a bien en atender a mis plegarias, pero lo cierto es que trabajando tan cerca como lo viene haciendo, parece más sencillo que caiga en la cuenta de que, si realmente pretende un mundo mejor, puede comenzar a labrar este mundo cargándose al Señor Andrés, La Silla o La Hipotenusa, como antes se ha cargado a esas cuatro neuronas.
No sé como lo habrá hecho, dejándose a partir de su primera víctima Pablo caer por aquí, pero lo cierto es que con esas otras dos neuronas ha resultado eficaz. Desde que esos dos han desaparecido, los chicos del billar parecen más tranquilitos. No sé si es mayor el efecto disuasorio de la muerte o de la autoridad, pero lo cierto es que en la escala de prioridades que mejorarían el mundo, se van ganando poco a poco el perder esa primera posición que hasta ahora ostentaban. Mis amigas, sin embargo, permanecen impasibles ante las muertes y siguen priorizando el aparentar sobre el sobrevivir.
Yo creo que hay que matar a gente, y mi amigo también. Funciona este como el diablillo de mi conciencia, mientras mi planta cizañera se viste de ángel. Es ella quién de momento gana la partida, como lo hace en ellas el vivir al morir. Mi amigo me invita a cometer un crimen, pero lo cierto es que no quiero pagar las consecuencias. Por eso apelo a la muerte, y confío en que se las lleve por delante, aún cuando intentan ganarse mi favor haciéndome el favor de saludarme perdonándome la vida. Tratan con ello de acallar mis plegarias, y buscan que sea yo quién les perdone la vida. Pobres zorras asquerosas…
Dice mi amigo invisible que quizá lo hagan con otros fines. Estamos en crisis, ya se sabe. Tal cual está la economía, es difícil emborrachar a alguien del sexo opuesto. Hay que ser un hacha para derribar el árbol ayudado de alguien a quién no has emborrachado previamente. La ternura, dicen, ayuda a recibir sexo, pero no es ese mi estilo. No con ellas. Ellas dan sexo para recibir ternura. Sólo falta que, después de cometer el error de conocerlas y reconocerlas, intenten darme sexo para recibir su perdón. Ese error, chico, no me lo perdonaría ni aunque nadie me viese cometerlo. Puedo echar a la anguila gigante de casa, y dejar a mi amigo cuidando de mi planta. Lo que nunca podría sería convencer a mi otro amigo de que, de tener razón el primero, no estaría acometiendo con el perdón un error.
Puede que me esté volviendo loco. No lo niego. Dice mi amigo invisible que no es así, que son los otros los que deliran. Me parece, sin embargo, demasiado extraño que nadie salvo yo sea capaz de ver la anguila gigante que repta por el techo de mi habitación. No sé, puede que esté equivocado, y que mi amigo tenga razón, pero lo cierto es que creo que me engaña cuando me dice que las miradas de la gente hacia mi maceta no son de extrañeza, sino de envidia.
Él ha sido quién me ha inculcado esa idea de un darwinismo social radical. Ávido de sangre, en más de una ocasión me ha pedido que decapite a alguna de mis tres amigas, habida cuenta del profundo amor que les profeso. Podría decirse, incluso, que mi profesión es el odio, y la suya desquiciarme con su mera presencia. No sé qué se me pasó por la cabeza cuando pasaron ellas a formar parte de mi vida. Podría decir aquello de que era joven y que no sabía lo que hacía sin temor a equivocarme. Bastante error fue el conocerlas antes de aquí despreciarlas. Puedo, al menos, decir en mi defensa que todo el mundo comete errores. La clave de ellos está en cometerlos cuando nadie nos ve. Ninguno de los aquí presentes me veía entonces, y sin embargo, con el tiempo, cometí otro error, el reconocerlas como merecedoras de la muerte desde tiempos inmemoriados.
Esa muerte viene rondando mucho este lugar en los últimos tiempos. No sé si es esa aproximación fruto de la casualidad, o si finalmente la señora de negro tendrá a bien en atender a mis plegarias, pero lo cierto es que trabajando tan cerca como lo viene haciendo, parece más sencillo que caiga en la cuenta de que, si realmente pretende un mundo mejor, puede comenzar a labrar este mundo cargándose al Señor Andrés, La Silla o La Hipotenusa, como antes se ha cargado a esas cuatro neuronas.
No sé como lo habrá hecho, dejándose a partir de su primera víctima Pablo caer por aquí, pero lo cierto es que con esas otras dos neuronas ha resultado eficaz. Desde que esos dos han desaparecido, los chicos del billar parecen más tranquilitos. No sé si es mayor el efecto disuasorio de la muerte o de la autoridad, pero lo cierto es que en la escala de prioridades que mejorarían el mundo, se van ganando poco a poco el perder esa primera posición que hasta ahora ostentaban. Mis amigas, sin embargo, permanecen impasibles ante las muertes y siguen priorizando el aparentar sobre el sobrevivir.
Yo creo que hay que matar a gente, y mi amigo también. Funciona este como el diablillo de mi conciencia, mientras mi planta cizañera se viste de ángel. Es ella quién de momento gana la partida, como lo hace en ellas el vivir al morir. Mi amigo me invita a cometer un crimen, pero lo cierto es que no quiero pagar las consecuencias. Por eso apelo a la muerte, y confío en que se las lleve por delante, aún cuando intentan ganarse mi favor haciéndome el favor de saludarme perdonándome la vida. Tratan con ello de acallar mis plegarias, y buscan que sea yo quién les perdone la vida. Pobres zorras asquerosas…
Dice mi amigo invisible que quizá lo hagan con otros fines. Estamos en crisis, ya se sabe. Tal cual está la economía, es difícil emborrachar a alguien del sexo opuesto. Hay que ser un hacha para derribar el árbol ayudado de alguien a quién no has emborrachado previamente. La ternura, dicen, ayuda a recibir sexo, pero no es ese mi estilo. No con ellas. Ellas dan sexo para recibir ternura. Sólo falta que, después de cometer el error de conocerlas y reconocerlas, intenten darme sexo para recibir su perdón. Ese error, chico, no me lo perdonaría ni aunque nadie me viese cometerlo. Puedo echar a la anguila gigante de casa, y dejar a mi amigo cuidando de mi planta. Lo que nunca podría sería convencer a mi otro amigo de que, de tener razón el primero, no estaría acometiendo con el perdón un error.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
lunes, 20 de abril de 2009
El gordo de la lotería
Creí, chico, que no volvería a verte por estos lares. Por suerte, las luces del Jamaica acaban siendo para quién en La Lola's alguna vez ha estado como aquella estrella que desde Oriente ejerció de guía para los Reyes Magos. Esas luces que anuncian la entrada a la ciudad son para los que alguna vez por Leyre habéis sido servidos señal irrefutable de que los caminos del Señor se encuentran alejados de la lujuria de quién en tiempo de crisis frecuenta tal prostíbulo y de aquellos pobres diablos que en lugar de compartir su dinero con las meretrices, lo hacen conmigo a cambio de alcohol.
De pequeño soñaba con ser un niño de San Ildefonso y dar el gordo de la lotería. Ahora el único gordo que concibo forme parte de mi vida es ese inepto proveedor de alcohol llamado Alfonso, con el cual realizar un pedido resulta casi tan quimerístico como que me toque la lotería, sobre todo teniendo en cuenta que el probar con el azar jamás ha sido una de mis prioridades en la vida. Tampoco lo es tratar tan directamente con un dos neuronas, pero al fin y al cabo las provisiones de quienes vienen a La Lola's renunciando al Jamaica dependen de ello.
Delgada es la línea que separa esa casa de buena vida de este rincón de mala muerte, chico, y más en esas noches en las que el brillo de la ausencia de la clientela me hace pensar a oscuras en la posibilidad de que la presencia de ese tipo de mujeres que cobran por lo que Las Tres Desgracias hacen sea algo habitual por estos lares. Sin embargo, y aunque estas también a mi me caen gordas, acabo rehusando la opción, como bien sabes, por miedo a ser yo quién más utilice sus servicios. Y es que en tiempo de crisis, lo que menos se me ocurre es realizar una ingente inversión para follarla en lugar de amortizarla.
No es el dinero lo único que me hace pensar fríamente algo tan serio como convertir esto en un prostíbulo. Están también Leyre e Irene, que no encajarían aquí, y sobre todo el policía cantarín quién, por cierto, como tú, llevaba hasta hoy varios días sin aparecer por aquí.
Dijo la última vez que no creía que hubiese relación entre los dos homicidios que se han dado por esta zona en los últimos tiempos. Pura coincidencia, cree él que ha sido, que ambos fuesen clientes habituales de La Lola's Club. Ya sabes lo que pienso de ello y de que siga paseándose por aquí. Puede parecer histeria, pero es que no soy tan pánfilo como para creerme su historia. No me la creo porque no creo en Dios, ni en el amor, ni en la justicia. Puede parecer histeria, pero no me creo la historia que quiere hacerme creer ese justiciero de medio pelo. Quiere hacerme creer que el Dios del amor le ha puesto en el camino a mi corista justo después de perder el mundo cuatro neuronas. Yo hago que creo, pero en realidad asiento ante sus palabras como ante las del gordo e inepto proveedor.
Muchas veces él se equivoca en sus pedidos y acaba trayendo lo que le viene en gana. No es tampoco que me importe demasiado, pues aquí lo único básico es el ron y el matarratas, pero tengo que dar imagen de jefe. También imagen de jefe debo dar con el tal Pablo, pero aunque me cueste reconocerlo, resulta un filón su aportación.
Tuve, tengo y tendré mis reservas, pero lo cierto es que me sale mucho más a cuenta el que él suba de cuando en vez al escenario e invite a acabar antes las copas a que quién invite sean los clientes a las meretrices. Sólo falta que igual de competente que es en su tiempo libre lo sea en las horas que el trabajo le mantiene ocupado y, como mi amigo el proveedor, reporte a mi club algo más que benditos errores.
Y es que Alfonso, con cada error que en la quiniela de pedidos comete, nos reporta un reintegro en forma de promoción. También Pablo promociona el local con cada visita. La recaudación aumenta cuando él aparece. Sin embargo, mayor beneficio que el reintegro resultante de la no resolución de sus casos provendría de una mayor del uno a los pedidos y del otro a los fallecidos.
De pequeño soñaba con ser un niño de San Ildefonso y dar el gordo de la lotería. Ahora el único gordo que concibo forme parte de mi vida es ese inepto proveedor de alcohol llamado Alfonso, con el cual realizar un pedido resulta casi tan quimerístico como que me toque la lotería, sobre todo teniendo en cuenta que el probar con el azar jamás ha sido una de mis prioridades en la vida. Tampoco lo es tratar tan directamente con un dos neuronas, pero al fin y al cabo las provisiones de quienes vienen a La Lola's renunciando al Jamaica dependen de ello.
Delgada es la línea que separa esa casa de buena vida de este rincón de mala muerte, chico, y más en esas noches en las que el brillo de la ausencia de la clientela me hace pensar a oscuras en la posibilidad de que la presencia de ese tipo de mujeres que cobran por lo que Las Tres Desgracias hacen sea algo habitual por estos lares. Sin embargo, y aunque estas también a mi me caen gordas, acabo rehusando la opción, como bien sabes, por miedo a ser yo quién más utilice sus servicios. Y es que en tiempo de crisis, lo que menos se me ocurre es realizar una ingente inversión para follarla en lugar de amortizarla.
No es el dinero lo único que me hace pensar fríamente algo tan serio como convertir esto en un prostíbulo. Están también Leyre e Irene, que no encajarían aquí, y sobre todo el policía cantarín quién, por cierto, como tú, llevaba hasta hoy varios días sin aparecer por aquí.
Dijo la última vez que no creía que hubiese relación entre los dos homicidios que se han dado por esta zona en los últimos tiempos. Pura coincidencia, cree él que ha sido, que ambos fuesen clientes habituales de La Lola's Club. Ya sabes lo que pienso de ello y de que siga paseándose por aquí. Puede parecer histeria, pero es que no soy tan pánfilo como para creerme su historia. No me la creo porque no creo en Dios, ni en el amor, ni en la justicia. Puede parecer histeria, pero no me creo la historia que quiere hacerme creer ese justiciero de medio pelo. Quiere hacerme creer que el Dios del amor le ha puesto en el camino a mi corista justo después de perder el mundo cuatro neuronas. Yo hago que creo, pero en realidad asiento ante sus palabras como ante las del gordo e inepto proveedor.
Muchas veces él se equivoca en sus pedidos y acaba trayendo lo que le viene en gana. No es tampoco que me importe demasiado, pues aquí lo único básico es el ron y el matarratas, pero tengo que dar imagen de jefe. También imagen de jefe debo dar con el tal Pablo, pero aunque me cueste reconocerlo, resulta un filón su aportación.
Tuve, tengo y tendré mis reservas, pero lo cierto es que me sale mucho más a cuenta el que él suba de cuando en vez al escenario e invite a acabar antes las copas a que quién invite sean los clientes a las meretrices. Sólo falta que igual de competente que es en su tiempo libre lo sea en las horas que el trabajo le mantiene ocupado y, como mi amigo el proveedor, reporte a mi club algo más que benditos errores.
Y es que Alfonso, con cada error que en la quiniela de pedidos comete, nos reporta un reintegro en forma de promoción. También Pablo promociona el local con cada visita. La recaudación aumenta cuando él aparece. Sin embargo, mayor beneficio que el reintegro resultante de la no resolución de sus casos provendría de una mayor del uno a los pedidos y del otro a los fallecidos.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
Rehab
Suena la música mientras John habla. Es una de esas noches en las que tan sólo las ratas visitan La Lola's Club. Las ratas, Las Tres Desgracias, un policía, y yo. Apenas cuatro gatos. Cuatro gatos que no encuentran lugar para la rehabilitación.
sábado, 18 de abril de 2009
Juez y parte
Creía mi ausencia irrelevante, pero el pobre John y los arrastrados del lugar estaban ya taquicárdicos pensando en una posible ausencia definitiva de La Lola's Club. A decir verdad, también yo los extrañaba, pero cuando el deber te llama, no puedes sino atender al teléfono y prestarle atención, aún cuando no sea precisamente tu mayor deseo el hacerlo.
Ese deber me viene casi convirtiendo en alter ego de Diego en los últimos tiempos. Son varios los viajes que vengo haciendo y que me obligan a ausentarme de ese rincón donde tan a gusto me encuentro. Ese deber me ha llevado en los últimos tiempos a viajar a lugares conocidos que al visitarlos, provocan en mi sentimientos dispares. Y la cuestión es que, quiera o no, aún me queda mucho por sentir.
Hace ya un mes topé conmigo mismo en una playa. No debía estar allí, y sin embargo estuve. Nos tomamos juntos unos chatos y deparamos sobre el futuro, coincidiendo ambos en determinados aspectos y abriéndome mi otro yo los ojos en otros. Me sorprendió ver que conozco ciertas cosas de mi y conocer otras. No tanto sufrir con la despedida. Ya se sabe, cuando uno está a gusto…
La semana pasada me encontré en otro de mis viajes con un viejo amigo. Siempre se caracterizó por su oscuridad y tormento, y todavía hoy destaca por ello. Dado el tamaño de aquel lugar sin ley ni orden, topé con él en unas cuantas ocasiones durante mi estancia. Tantas, que también con él abrí los ojos y, al hacerlo, pude ver que por suerte, es para mi ya alguien más viejo que amigo.
Antes de volver a la rutina, me lo encontré por última vez acompañado de otras dos viejas amistades. Pueden llamarse viejas estas por hacer ya unos cuantos años que nos conocemos, pero quizá no tanto porque puedan ellas sentirme viejas. Más bien al contrario, con ellas el viejo era yo. Y era viejo no porque me sienta mayor, sino porque las jóvenes eran ellas. Tanto, que parecían no haber cambiado un ápice no ya desde la última vez que coincidimos, sino desde aquellos dulces dieciseis en los que las hormonas no te permitían pensar en nada que no fuese el chico de la clase de al lado.
No es que sea malo no cambiar. Hay mucha gente que permanece impasible ante las desavenencias que con la vida tiene. Algunas personas se juran a sí mismas amor eterno de tal modo que cualquier cosa que suponga una alteración en su orden lógico vital es desterrada al olvido. Respetable es ese destierro, siempre que no provoque el estancamiento de quién enjuicia.
En mi último viaje pude quebrantar ese destierro y entrar unos instantes en la jurisdicción de quién de mi se olvidó por no permanecer inmóvil aún cuando los vientos de mi vida eran huracanados. Al hacerlo, pude adoptar también yo esa posición de juez y parte y, como con mis otros yo hice en otros momentos, abrir los ojos con quienes sin serlo, eran parte casi tan indispensable de mi vida como yo mismo. Abrí los ojos y, gracias a indirectas y reproches, pude ver que la otra parte me había enjuiciado por no estancarme en mis dulces dieciseis.
Juicio injusto a todas luces el que conmigo acometieron, no ya por ser quién enjuiciaba también parte, sino porque, al contrario que ellas, yo jamás tuve dulces dieciseis. Ellas deberían saberlo, pues aderezaba su dulzura con mis agrios momentos, pero parecían obviar lo que de mi conocían para poco menos que calificarme como perfecto desconocido, decían, por haber cambiado.
Quizá también yo esté siendo injusto ahora por ser también juez y parte, pero dicen en aquellas tierras que uno por otro no es pecado, lo que sumado a mi amistad con Caronte, me permitirá el no ser juzgado también por prevaricación. Sé que debería inhibirme y dejar al tiempo obrar, pero hoy me he levantado "Garzón" y me apetece ser yo quién hable de experiencias, y no quién las escuche.
El tiempo debería tomar cartas en un asunto así, aún cuando parece haberlo hecho ya. Jamás me ha gustado ser presuntuoso, pero la labor altruista que con mil y un arrastrados realizo no creo que me haga merecedor de reproches sobre cambios, y menos estando orgulloso de que estos se hayan producido. Estos cambios nos hacen tener un presente distinto, del cual ellas parecen estar amargadas, aunque no arrepentidas. Yo, sin embargo, disfruto con algo tan amargo como verme separado de alguien que ambiciona un futuro tan distinto.
Cierto es que esas pobres inocentes jamás precisarán un estirado facial. No creo tampoco que ello sea motivo de orgullo cuando lo que precisa ser estirado es la mente. Poco me importa el precisar pasaporte para visitar sujetos tan variopintos como eses u otros que por aquellas tierras transitan. Sería capaz, incluso, de hablar con John y declarar La Lola's Club estado independiente con tal de seguir como hasta ahora, orgulloso de ver pasar el tiempo con mi alter ego, aún sintiéndome un inmigrante en mi propia tierra, a ser uno más y que por mi no pase el tiempo.
Ese deber me viene casi convirtiendo en alter ego de Diego en los últimos tiempos. Son varios los viajes que vengo haciendo y que me obligan a ausentarme de ese rincón donde tan a gusto me encuentro. Ese deber me ha llevado en los últimos tiempos a viajar a lugares conocidos que al visitarlos, provocan en mi sentimientos dispares. Y la cuestión es que, quiera o no, aún me queda mucho por sentir.
Hace ya un mes topé conmigo mismo en una playa. No debía estar allí, y sin embargo estuve. Nos tomamos juntos unos chatos y deparamos sobre el futuro, coincidiendo ambos en determinados aspectos y abriéndome mi otro yo los ojos en otros. Me sorprendió ver que conozco ciertas cosas de mi y conocer otras. No tanto sufrir con la despedida. Ya se sabe, cuando uno está a gusto…
La semana pasada me encontré en otro de mis viajes con un viejo amigo. Siempre se caracterizó por su oscuridad y tormento, y todavía hoy destaca por ello. Dado el tamaño de aquel lugar sin ley ni orden, topé con él en unas cuantas ocasiones durante mi estancia. Tantas, que también con él abrí los ojos y, al hacerlo, pude ver que por suerte, es para mi ya alguien más viejo que amigo.
Antes de volver a la rutina, me lo encontré por última vez acompañado de otras dos viejas amistades. Pueden llamarse viejas estas por hacer ya unos cuantos años que nos conocemos, pero quizá no tanto porque puedan ellas sentirme viejas. Más bien al contrario, con ellas el viejo era yo. Y era viejo no porque me sienta mayor, sino porque las jóvenes eran ellas. Tanto, que parecían no haber cambiado un ápice no ya desde la última vez que coincidimos, sino desde aquellos dulces dieciseis en los que las hormonas no te permitían pensar en nada que no fuese el chico de la clase de al lado.
No es que sea malo no cambiar. Hay mucha gente que permanece impasible ante las desavenencias que con la vida tiene. Algunas personas se juran a sí mismas amor eterno de tal modo que cualquier cosa que suponga una alteración en su orden lógico vital es desterrada al olvido. Respetable es ese destierro, siempre que no provoque el estancamiento de quién enjuicia.
En mi último viaje pude quebrantar ese destierro y entrar unos instantes en la jurisdicción de quién de mi se olvidó por no permanecer inmóvil aún cuando los vientos de mi vida eran huracanados. Al hacerlo, pude adoptar también yo esa posición de juez y parte y, como con mis otros yo hice en otros momentos, abrir los ojos con quienes sin serlo, eran parte casi tan indispensable de mi vida como yo mismo. Abrí los ojos y, gracias a indirectas y reproches, pude ver que la otra parte me había enjuiciado por no estancarme en mis dulces dieciseis.
Juicio injusto a todas luces el que conmigo acometieron, no ya por ser quién enjuiciaba también parte, sino porque, al contrario que ellas, yo jamás tuve dulces dieciseis. Ellas deberían saberlo, pues aderezaba su dulzura con mis agrios momentos, pero parecían obviar lo que de mi conocían para poco menos que calificarme como perfecto desconocido, decían, por haber cambiado.
Quizá también yo esté siendo injusto ahora por ser también juez y parte, pero dicen en aquellas tierras que uno por otro no es pecado, lo que sumado a mi amistad con Caronte, me permitirá el no ser juzgado también por prevaricación. Sé que debería inhibirme y dejar al tiempo obrar, pero hoy me he levantado "Garzón" y me apetece ser yo quién hable de experiencias, y no quién las escuche.
El tiempo debería tomar cartas en un asunto así, aún cuando parece haberlo hecho ya. Jamás me ha gustado ser presuntuoso, pero la labor altruista que con mil y un arrastrados realizo no creo que me haga merecedor de reproches sobre cambios, y menos estando orgulloso de que estos se hayan producido. Estos cambios nos hacen tener un presente distinto, del cual ellas parecen estar amargadas, aunque no arrepentidas. Yo, sin embargo, disfruto con algo tan amargo como verme separado de alguien que ambiciona un futuro tan distinto.
Cierto es que esas pobres inocentes jamás precisarán un estirado facial. No creo tampoco que ello sea motivo de orgullo cuando lo que precisa ser estirado es la mente. Poco me importa el precisar pasaporte para visitar sujetos tan variopintos como eses u otros que por aquellas tierras transitan. Sería capaz, incluso, de hablar con John y declarar La Lola's Club estado independiente con tal de seguir como hasta ahora, orgulloso de ver pasar el tiempo con mi alter ego, aún sintiéndome un inmigrante en mi propia tierra, a ser uno más y que por mi no pase el tiempo.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
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