viernes, 15 de mayo de 2009

La granja del amor

Si en algo tiene razón el policía ese, además de que en su propia visión de persona non grata, es en que cualquiera de los que aquí vagamos lucimos por corbata heridas de mala. No sé tú, pero yo no lo oculto, ni lo haré. En mis intentos de conquista, siempre alego heridas de cualquier inexistente guerra para asombrar a la posible alma piadosa que me lleve a su cama.

No considero mis palabras engaño. Siempre voy con la verdad por delante. Y es que, después de todo, lo cierto es que para retomar cualquier tipo de relación, habría antes que firmar un tratado de paz. Cierto es que jamás los tanques salieron a la calle, pues solicité antes de hacerlo asilo político en el exterior. Aún con ello, la represión sufrida provocó estas yagas de las que ahora presumo.

Nuestra guerra fue fría, aún cuando el calor entre ambos estaba latente. Jamás estallaron las bombas, pero tampoco se detuvieron nunca las invasiones de camas ajenas. Y ya se sabe, chico, que cuando uno siembra cuernos, acaba siempre recogiendo tempestades.

No sé si como tempestad interpretaría mi partida, pero así lo espero. En caso contrario, espero que el reinicio de las hostilidades por mi parte sea para ella como la mayor de las condenas y la peor de las tormentas. Sé que no debería hacerlo, y menos no habiendo perdido un ápice de interés femenino en mi, pero justo ahora vengo de hacer un casting para un programa de televisión, "Granjero busca esposa".

El mundo casposo no es lo mio. De hecho, no creo que nadie cuya fragancia sea Eau de Sobaco mezclada con Varón Dandy y coñac pueda competir conmigo, pero no menos cierto es que esas tempestades cosechadas con tanto mimo en mi mente me han descubierto una nueva vocación.

Pensarás que, además de en mi mente, jamás he visitado una granja. Estás en lo cierto. Ni tan siquiera jugaba con la granja de Playmobil cuando era pequeño. Tampoco la de granja de Pin y Pon con la que mis amigas jugaban era de mi agrado. Apenas he visto animales domésticos en foto. Y plantas, pocas han pasado por delante de mis ojos, además de la de nuestro amigo Marco. Y qué. A tiempo estoy de familiarizarme con la madre naturaleza.

Haré la guerra a un puñado de recuerdos haciéndome hippie. Allá donde quiera que ella esté, junto a su fragancia y su mirada, espero que se revuelva como yo lo hago cuando no logro recordar más de ella que eso, y lo mucho que la quería.

Te decía, chico, que mi guerra con ella, más que fría, será atípica. Me compraré una granja en la ancha Castilla para recordar su estrechez y cultivar hierbajos. Aprovecharé también para, ahora que nadie nos oye, comerciar con opio con otros hippies, aún a riesgo de que el humo me haga verla, o que las mujeres que por el programa pasen me descubran. Dejaré, por último, una amplia superficie en la cual mis conquistas puedan cabalgar sobre mi noble corcel.

Y es que, la atípica venganza, haya sentido o sienta ella algo por mi, se fraguará con mayores conquistas que la que ella en su día hizo. No habrá lugar donde no se conozcan mis logros con el pico y la pala, en el campo y en la cama.

No tengo conocimientos sobre tierras o plantas, ni tampoco sobre animales. Tampoco en su día tenía conocimientos sobre el alcohol, y aún con ello me di a la bebida. No conocía tampoco mundo exterior, y me dediqué a viajar por el mundo buscando cubrir su lugar. Jamás pretendí hacerlo de una manera para nada sólida. Siempre preferí intercambiar fluidos con unas y otras circunstancialmente.

No es fuese el suyo el valor de mil mujeres, pero sí, su ausencia intenté colmarla con otras mil. Ahora, en cambio, sí habrá solidez, la de los elementos de mi granja. Sé que no es ese el fin, pero intentaré hacer de ella la mejor de toda España. Sé que no por tener un mayor éxito con las tierras, encontraré una mujer que dé también solidez a mi vida. Tampoco lo pretendo, aunque para ello esté hecho el programa. Con esta en mis tierras basta. Lo que yo pretendo apuntándome al programa, chico, es una atípica venganza fraguada en la paz de mis tierras, el amor de las mujeres y la fluidez con que estas cabalguen sobre mi noble corcel.

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