martes, 12 de mayo de 2009

Confesiones de un desconfiado

Sé que no soy aquí bien recibido. Comprendo las reservas que todos tienen con respecto a mi presencia. Entiendo que, quizá, incluso tú prefieras cualquier compañía en lugar de la mia. No me parece nada descabellado ni tan siquiera que las palabras que intercambio con Irene sean pura fachada.

Diré en mi defensa, y aún a riesgo de que todo esto te importe a ti un pito, que el ser desconfiado va no sólo en mi naturaleza, sino también, por motivos obvios, en mi cargo. Sé que es justamente eso lo que intimida a los aquí presentes. Qué le voy a hacer. Tampoco yo creí cuando entré aquí que después de realizar las primeras pesquisas sobre los dos crímenes que estoy investigando, acabaría actuando más en este lugar como cliente que como inspector.

No quiero que pienses que ejerzo de juez. Repito, mi naturaleza y la de mi trabajo me hacen ser malpensado, pero no pretendo aquí juzgar a nadie. No negaré que me gustaría ser para esos arrastrados algo más que una figura autoritaria, pero, al fin y al cabo, no deja de ser una reacción lógica la suya. Personalmente, siempre he sido de la opinión de que un comportamiento tan instintivo y primitivo es fruto de la juventud e inexperiencia de quién los lleva a cabo, o de la urgente necesidad de que quién así se comporta de ocultar algo. Entiendo, sin embargo, la peculiaridad de quienes en este rincón transitan, aún en la consideración de que a buen seguro ninguna de las almas errantes tiene como mayor defecto la inexperiencia.

No es, sin embargo, la posible ocultación de datos que favorecerían al esclarecimiento de los casos que aquí me han traído lo que contigo quería tratar. Es por ello que no me gustaría que vieses lo que aquí me transmitas como una declaración. Por presuponer tu heterosexualidad, tampoco espero que consideres mis halagos como ningún tipo de flirteo. Únicamente pretendía sentarme aquí, con quién es titular de sus confianzas, a hablar sobre sus reservas.

He de reconocer que al principio también estas me asaltaban a mi a mano armada con respecto a ti. En contra del sentimiento que la mayoría experimenta con respecto a Don Vito Corleone, dada mi posición, siempre me ha parecido un criminal. Lo mismo me ocurría contigo, de inicio. Desde el inicio, he caído en la cuenta de que todo el mundo parede pedirte consejo o favores. Como con El Gran Don ocurre, siempre he creído que se debía ello a algo. Y sigo sin descartar que así sea, aunque, aquí me tienes, sentado contigo matarratas en mano.

Por mi cargo, más que matarratas, suelen ser un arma o unas esposas lo que pende de mis manos. Tiendo, sin embargo, a rehusar soportar lo primero. Siempre me he considerado un hombre pacífico. Sobre lo segundo, baste con decirte que me considero también soltero y entero. Sin embargo, prefiero, como aquí alguna vez he mostrado ya, que sea una guitarra lo que pueda tocar con mis dedos.

Es eso quizá lo que más choque aquí, dada mi escasa prudencia a la hora de conducir mis apariciones en este lugar. Prefiero pecar, aún así, de imprudente, que hacerlo de temerario. Sé que es poco convencional, pero a ello me lleva mi experiencia en el cuerpo. Es esa, para mi mente, la mejor vía de escape de esa cárcel llamada vida.

Aunque no lo creas, también yo me considero ya un arrastrado. Seguro que tú sabrás mucho más sobre cada personaje de tan peculiar antro de lo que yo jamás sabré, pero es imposible no palpar en el ambiente que lo que aquí a todos une son unos casquillos de mala. No hace falta análisis de balística, siquiera, para detectar que si los corazones lucen así de espinados es por heridas de mujer.

Aunque no lo creas, debajo de mi chaleco comparto con todos ellos esa herida. Quizá lo haga incluso contigo. Ello les lleva a ellos a contigo compartir sus historias. Tú, mientras, pareces dejarte llevar como yo lo hago. Es distinto, sí, tú te dejas llevar por las historias y el alcohol, yo por este y una guitarra; pero, y qué más dan las diferencias, cuando el trasfondo es igual.

Por mi posición, sé que no soy aquí bien recibido. Tú que con ellos hablas, puedes transmitirles que poco me importa. Como a ellos, sólo me importa que el departamento de balística recoja de mi vida mis casquillos de mala.

No hay comentarios:

Publicar un comentario