miércoles, 20 de mayo de 2009

Palabra de confesor

No me gusta el victimismo. No es mi estilo. Jamás he pecado de indiscreto. Ni mi propia familia me conoce, apenas. Escasas son las personas que pueden presumir de ello. Menos aún las que pueden hacerlo de saber de mi y de mi vida. De ahí, maestro Alvite, que no destaque precisamente por ser uno de los mayores arrastrados.

Tampoco así me considero. Sería pretencioso el hacerlo. Hay gente más sabia, con más mundo recorrido y más experiencias vividas. No por ello puedo, sin embargo, considerarme tampoco menos, pues bastantes historias tengo también que contar, aunque sea más propenso en este lugar a recibir información que a proporcionarla. Qué le voy a hacer, si es a mi a quién las almas errantes confían sus secretos y vivencias.

El caso es que, en días como hoy, me gustaría tener también yo un confesor. Quizá puedas tú considerarte como tal, dada la amistad que nos une, pero siempre he preferido contigo desarrollar mi faceta más canalla y pendenciera. No es que no confíe en ti. Simplemente, no creo que fuese capaz de volver a mirarte a la cara si me dejo llevar ahora por sentimentalismos. Nuestras borracheras juntos, a buen seguro, no serían ya iguales.

Como el resto de arrastrados, también hoy necesito yo ser oído. Quizá pueda ser Irene, en uno de sus descansos, quién soporte mis historias. O quizá pueda contárselo a Leyre, entre copa y copa. O también puedo hablar con John, aún a riesgo de que él combata mis historias hablándome de putas. A las demás almas errantes, como a ti, no las tengo siquiera en cuenta, por motivos obvios que no sabría si definir como laborales.

Está de moda entre las almas errantes el solicitar justicia. Incluso un nuevo arrastrado, nuestro amigo Pablo, solicita necesariedad, que es lo que al fin y al cabo es la justicia objetiva marcada por las normas. Es él el encargado de buscar que se dé el fin que solicita, como lo es la propia necesariedad lo que llevo tiempo reclamando.

Y es que a todos aquí se les llena la boca solicitando una justicia que en realidad no existe, y que es más bien una forma de venganza hacia quién les ha dejado las heridas que hoy lucen, siendo habitualmente mujeres sobre quién desean que se dé dicha justicia. Mi caso, sin embargo, corresponde no a las ansias de venganza, sino a la pretensión de recibir lo que legitimamente me corresponde.

Ya sé, maestro Alvite, que he dicho que no me gusta hacerme la víctima. Entiendo que reclamar lo mio no lo es. Es, tan sólo, intentar mamar a través del lloro, dado que a través de la serenidad no logro hacerlo. Todo sea por la libertad económica que dan un puñado de euros, y la libertad mental que otorga el saberse recompensado tras tanto mal.

Eso necesito también, libertad. Demuestro noche tras noche, en cada conversación aquí, que mi libertad es amplia, pero como todo, es mejorable. Infinitamente mejorable, diría en mi caso. Y es que no sabes qué liberatorio puede llegar a ser que un mero papel pase a tramitarse desde el rincón del olvido.

Lo que, sin embargo, no me proporcionará ese maldito trámite burocrático convertido en justicia, ni tampoco la libertad, es una tierra entendida como propia. Tú sabes bien que soy gallego, pero has de saber también que estoy aquí bien a gusto. Y, con todo, de cuando en vez necesito a escapar a ese otro lugar de donde también me considero, en parte.

No sé si a lo mio se puede llamar crisis de identidad, o si debido a la mezcla de razas que en mi hay, puedo considerarme un tanto mestizo. Sea como fuere, lo cierto es que me siento extranjero en mi tierra cuando voy allí donde debía residir. No así ocurre con esto. Aquí me siento uno más, aún sin serlo. Al contrario de lo que en nuestra tierra me ocurre, soy un foráneo que se siente uno más. Y luego, están mis fugaces viajes a esas otras tierras, las que añoro y de las que tiendo a no querer volver…
No es que ello me obsesione. Ni tan siquiera tiendo a ponerle mente. Debo reconocer, pese a ello, que es difícil entender nada como propio cuando es la nada lo que encuentras en la búsqueda de una justicia liberadora.

En fin…

Sé que dije que no pretendía considerarte mi confesor, y así lo hago. Todo esto son pensamientos en alto. No es mi problema si eres tú quién se halla aquí para interceptarlos y procesarlos. Tan sólo son esto meras divagaciones de un confesor. Simples pensamientos de un arrastrado más, diferenciado del resto no en calidad o cantidad, sino en la posibilidad de confesarse ante un tercero que purgue el alma en una palabra, o que utilice como arma una copa como yo lo hago.

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