martes, 5 de mayo de 2009

Delirios con lirio

En el sexo, chico, querer es poder. Suena sencillo, y así es. Si ella quiere, tú puedes. Qué le pregunten sino a mi planta. El otro día conoció a un lirio, y no veas qué noche. Para nosotros fue una más, para ella fue, sin duda, por aquel escarceo un delirio.

Todo comenzó cuando aquel gallego llegó corriendo lirio en mano. Decía llegar tarde a su cita con una dama, y por sus palabras no parecía ella ser aquella con quién frecuentamos citarnos los arrastrados en un lúgubre lugar como este. No. No debía ser precisamente una borrachera con quién se había citado, aún cuando el sentimiento de todos encontrado ante sus palabras era el mismo desagradable sentimiento que recorre nuestro cuerpo cuando el líquido del lavavajillas coloniza nuestras venas en grandes cantidades.

Decía llevar buscando aquella cita durante siglos con una mujer que consideraba perfecta. Obvia decir que no debía ser tal si había sido este el lugar que había elegido para encontrarse con él. El caso es que nos la describió, y debía estar esculpida por dioses. Obvia también decir que su corazón debía haber sido escupido por demonios, pues la perfección está reñida con La Lola's Club desde tiempos inmemoriados como lo está la divina proporción con las mujeres que por aquí se dejan ver, más allá de las por John contratadas.

Tras hablar dos minutos sobre el amor de su vida, Leyre le puso su primera copa. A las dos horas, con la sexta, la perfección había dejado paso a perlas que parecían haber sido cultivadas en un mejillón gigante. Para entonces, ya hacía tiempo que había dejado el lirio a un lado, y también que yo había hecho lo propio con mi cizaña. Creí que si quién lo llevaba en la mano era tan ingenuo, más lo podría ser algo concebido como regalo a una dama, pero por lo que luego pude saber, me equivoqué.

Y es que, en contra de lo que yo pensaba, aquel lirio deliraba como delira cualquier arrastrado, y no como lo hacía quién lo portaba. Resultó ser, más que flor, un picaflor, tal cual con mi cizaña se comportó. Fue todo un galán, como lo habría sido anteriormente en los veranos en los que repartía rizomas por doquier, pero no por ello dejó de comportarse como mandan los cánones. Dijo a mi cizaña que para él todo lo que había por debajo de la cintura era poesía, y sin perder el sentido del humor, aseveró también después que era su "primera vez, y contigo", y que el francés de mi planta parecía más bien una postal enviada por Dios por correspondencia urgente.

Mientras mi cizaña y el lirio intimaban, seguía el gallego contándonos que tocaba en una orquesta. Iba de pueblo en pueblo, con sus amigos los trotamúsicos, tocando el saxofón. Era muy enamoradizo, tal y como demostró aquella noche, pero no era uno de esos enamoradizos de los que en La Lola's abundan. No. Él se enamoraba para toda la vida, pero con algo menos de frecuencia y mucha más inocencia.

Allí por donde pasaba su furgoneta del amor trataba tener una necorita, como él les llama, si bien no era él de esos que piensan que cualquier jornada de puertas abiertas en el cielo es propicia para que se cuele en este, gracias a Cupido, un fumador a espuertas y pecador en fiestas. Y es que esa era la primera gran mentira que a todas contaba.

"Ni bebo, ni fumo, ni frecuento mujeres", nos contó que solía decir a todas, aún cuando los tres vicios capitales formaban parte vital de su vida. Algunas llegaban incluso a creerle, tras no darle, principio, crédito, como quién intenta vender clinex en un semáforo y acaba comprándole un pañuelo a Gurruchaga en Chueca. Otras no lo hacían, pero gustaban de acrecentar esa autoestima padrinesca equivocada. Y es que con lo pánfilo que pareció ser con aquella supuesta oda a la perfección, demostró que aquello de que paga fantas y cobra polvos poco tiene que ver con los favores que realiza y cobra el Gran Don. Creía tener mundo, y sin embargo, apenas tenía otro estado que no fuese el de embriaguez al final de la noche.

Mientras él seguía, mi planta y su lirio disfrutaban de un postre formado por un puñado de frases lascivas con nata y del intercambio de diversas fresas sueltas. Era ese el postre favorito de aquel pobre inocente, como lo era volver a ver a sus presas allí por donde pasaba. Aquella con quién había quedado jamás lo había sido, ni ya lo será. A ella no le cantará el hit, como denominaba a aquella shit con la que intentó deleitarnos. No verá nunca con ella la inscripción en el baño de La Lola's que reza "hoy no es hoy, sino mañana".

Quizá de ese exceso de promiscuidad y de esa falta de un corazón roto de verdad se derivaba el que aquel hombre no nos asombrase más con sus historias y delirios que a mi cizaña su lirio. Ese gallego que con su rápida entrada parecía venir de correr en Los Cerros de San Rafael no sufría delirium tremens. Más bien se quedó sin probar los labios de miel y colgado de su teléfono Siemens, y lo que es peor, por muy plantado que le hubiesen quedado, seguía creyendo que, por ser músico, una bonita canción y una flor convertirían el querer en el poder, y que su delirio y el polvo del lirio no formaban sino parte del fin del trayecto a la mitad de camino en el que por su profesión se embarcaba diariamente.

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