martes, 12 de mayo de 2009

Olvido por condena

Escuchándome noche tras noche, debes estar ya harto de la justicia. No te culpo, chico. No debe ser plato de buen gusto para nadie escuchar noche tras noche la misma sentencia y ver como esta no se ejecuta. Aunque no lo creas, pretendo evitarlo. Como ves, en ocasiones no logro hacerlo ni aún siendo lunes.

De verdad que siento atormentarte siempre con la misma historia. Sé que, en lugar de hablar, debería obrar. De poco sirve que condene a esa mujer al olvido, si luego permanece en mi su recuerdo. La cuestión está en que, aunque me cueste reconocerlo, no puedo con ello. Lo intento, creeme, pero no logro hacerlo, ni siquiera con ayuda de Leyre. Sé que ella no lo merece, pero si de pequeño jugabas a ello, sabrás que cualquier mujer tijera es capaz de sesgar con un mero recuerdo cualquier sonrisa de papel.

En noches como esta, aún siendo lunes, parece ser esa la fragilidad latente en mi sonrisa. Me queda sólo registrar la patente para hacerla definitivamente una señal definitoria de mi personalidad. Y no porque esa fragilidad se ajuste a ella, sino porque ella es más fuerte que yo. Es curioso, chico, pero incluso sin encontrármela más que en mi mente, muchas veces su piedra vence a esa tijera que intento usar para olvidarla.

Lo cierto es Leyre me trata como jamás nadie me había tratado, ni tan siquiera ella. Lo cierto es que, con ella, me siento como si fuese rey plátano en alguna remota república bananera. El problema surge con su recuerdo, pues es en ese momento en el que casi veo necesario para pactar la paz con el diablo comprar algún tipo de arma a Dios. Es por eso que, en ocasiones, aún pudiendo acabar la noche con ella, esta termina conmigo sólo.

Como alguna otra mujer de las varias que han frecuentado mi cama en los últimos tiempos, son varias las veces que me ha preguntado si soy sonámbulo. A todas contesto afirmativamente cuando me cuestionan, aún no siendo ello lo que me lleva a levantarme de la cama, pues dudo mucho que pudiesen entender que gusto de ambular sólo tras la lujuria de una noche. Dudo, incluso, que Leyre pudiese entender que gusto de ambular sólo tras una noche de lujuria.

Lo justo sería definirme no como sonámbulo, sino como "solámbulo", pero qué sabrán ellas, si ni tan siquiera han sido capaces de hacerme creer que el tiempo en ellas perdido ha sido más bien un regalo. O sí. Un regalo hecho como engaño no a ellas, sino a mi mismo. Y es que ese es mi mayor problema, que soy tan astuto que jamás he sido capaz de engañarme. A las pruebas me remito. Jugando el otro día al tan manido en televisión "piedra, papel, tijera", como a los gatos del anuncio les ocurre, no lograba deshacer el empate.

En mi caso, como no podía ser de otro modo, siempre salía papel, y en este, escrita la condena a Olvido. En tal sentencia se la condena al olvido, aún teniendo en cuenta lo que en su día juntos hemos vivido. Suena injusto, lo sé. No se tiene en cuenta atenuante alguno, y además ejerzo yo de juez, pero dime, ¿acaso te parece poco castigo a esta humilde parte el ser inhabilitado para ejecutar tal olvido?

Lo sé. Escuchándome también hoy, debes estar hartándote todavía más de la justicia. A decir verdad, tampoco a mi me agrada, no creas. Según yo lo veo, la única justicia que existe es la propia. Aquello que intenta conciliar a las partes no es justicia, sino necesariedad. Ahora bien, dime, después de lo que ella hizo, ¿no crees que esa mal llamada justicia debe provocar que la olvide? ¡Si cualquier jurado cuerdo y cabal la condenaría como yo lo he hecho!

Quizá ese sea el problema, chico. Siento marearte tanto con algo que seguro te aburre e incluso quizá no entiendas. A decir verdad, tampoco yo entiendo muchas veces lo que digo. Igual que tampoco entiende el amor de cordura y, por ende, de justicia.

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