Ya toda la ciudad sabe qué ocurrió, chico. Falta averiguar quién lo hizo, para variar. A decir verdad, se sabe que apareció ese chico en el callejón, pero no qué le ocurrió exactamente. El caso es que esa noche llovía, y según me contó el policía que ayer vino, apareció ahogado dentro de una bañera que había, quién sabe si abandonada o colocada aposta al lado de los contenedores. Aunque parezca mentira, iban por ahí un poco las preguntas del inspector, por intentar adivinar qué coño pinta una bañera así en un callejón como el de atrás.
No sé si fue el alcohol o su escasa discrecionalidad, pero lo cierto es que incluso me reveló ese hombre que la autopsia dice que se ahogó siendo consciente de ello, pero sin poder evitarlo. Decían las pruebas toxicológicas que antes de que empezase el fin, le había sido suministrado un relajante muscular que, sin permitirle realizar movimiento alguno más allá de la búsqueda de aliento, sí pudo darse cuenta de que iba a perecer. Muerte cruel, la suya, inevitable a todas luces salvo a las de aquel o aquella que decidió acabar con su vida.
No quiero ni tan siquiera imaginarme esa sensación de ahogo tan angustiosa. Poco importa el que pasados unos minutos acabe todo y, por tanto, ese sufrimiento no sea nada palpable. No tengo enemigos, chico, o al meno que yo sepa, pero de tenerlos, ni tan siquiera a ellos les desearía una muerte tan horrenda. Saber que vas a perecer no de un coma etílico, sino tragando aquello con lo que cualquiera aquí tiene pesadillas, agua. Darte cuenta de ello, y de cómo los pulmones se te encharcan lentamente, a la misma ínfima velocidad en que el final llega.
No sé. Lo cierto es que me jode perder a un cliente, pero más de esta manera. Aunque no fuese más que eso, un cliente, no me gusta la sensación de inseguridad que da el que cosas así se produzcan, y más si ocurren cerca de mi club. No sé si por recochineo o por descuido, además, uno de los dos se llevó una tiza del billar que faltaba, y si has visto estas, tienen el logo de La Lola's, igual que los tacos. No es tampoco que me importe por su valor económico, sino que justamente esa caracterización en la parte superior es lo que ha acabado de cerciorar al inspector de que quizá alguien de los que aquí estamos habitualmente tenga que ver con el delito.
Charlamos un rato, fue indiscreto, y se fue hacia Irene. Me dio una tarjeta y le cogió a ella el teléfono. No es que esté celoso. No es mi tipo. Ni tan siquiera es mujer. Es sólo que no alcanzo a adivinar si sería un metefichas de servicio o la versión Don Juan del Action Man policía. Ni sé qué habló con ella, ni me importa. A decir verdad, prefiero que todos los clientes piquen ante el nuevo reclamo, para que así vuelvan. Es sólo que yo en acto de servicio dudo mucho que me dedicase a intentar conquistar a nadie del lugar donde debiera realizar investigación alguna. Y es que no creo que siguiese con la misma mientras hablaba con Irene, porque se la veía a esta demasiado contenta y risueña para estar hablando de delitos, en lugar de pecados.
No sé si hoy volverá, pero me gustaría que así fuese. No es mi tipo de pareja, porque ni tan siquiera es mujer, pero es el tipo de cliente ideal, o eso pareció ayer, al menos. Viene, se gasta los cuartos en una copa de matarratas, elimina el líquido adquirido por sus poros debido al calor que mis dos chicas le produce, y vuelta a empezar con el ritual del alcohol. A veces, incluso, los sudores van acompañados de babas, lo cual hace que el número de cubatas necesarios para doblar a quién los succione sea el doble del que habitualmente este aguante.
Cierto que el que ronde la policía a los chicos del billar sobrevivientes y al local en general no hace buena publicidad, pero al menos nos da a conocer. Prefiero eso a la indiferencia, chico. Y es que la indiferencia equivale a la muerte del alma. Ese chico asesinado ha muerto físicamente, pero su alma perdurará mientras lo haga el recuerdo de lo que con él haya acontecido, aunque no sea esto agradable. Eso quiero yo que ocurra con La Lola's Club, que sea recordada. Sea buena o mala la publicidad que la policía nos da, al menos no me hará falta convertir esto en un puti ni dar papelitos por la calle para maximizar beneficios. Bastará con el informe policial del nuevo pretendiente de Irene, chico, para ser conocidos.
viernes, 27 de febrero de 2009
jueves, 26 de febrero de 2009
Illegal
Habla el último relato de ilegalidades varias, bien sean penales o concernientes con alguna divinidad.
Hablaba, también, de ilegalidades Irene cuando el inspector se quedó prendado de su actuación.
Hablaba de ilegalidades Irene con esta canción.
Hablaba, también, de ilegalidades Irene cuando el inspector se quedó prendado de su actuación.
Hablaba de ilegalidades Irene con esta canción.
Delitos y pecados
Ayer noche, ya de madrugada, entró un inspector de policía a La Lola's. Nada más entrar, se sacó su gabardina de película de Hollywood y se sentó en la esquina de la barra. Lo hizo frotándose las manos, como quién entra en una mañana de invierno a su cafetería habitual para entrar en calor con el primer café del día. Tras ello, primero solicitó a Leyre un buen trago, y luego que se personase el dueño del local.
John vino enseguida. Ya todos sabíamos qué quería aquel policía. Es este un barrio de porteras, que se activa especialmente cuando ocurre algo como lo que todo el mundo venía comentando por la ciudad. En cierto modo, lo ocurrido en el callejón había incluso publicitado a La Lola's Club, aunque fuese en sentido negativo. No negativo porque lo acontecido tenga relación con el club, sino porque quizá el amarillismo de la prensa y lo casposo de la gente cotilla difícilmente harían de esa publicidad algo bueno.
A decir verdad, y pese al dicho ese de que "Spain is different", quizá esta vez los murmullos se darían, con razón, incluso aunque la noticia se hubiese dado en el centro de Lieja o a las afueras de Baviera. Después de todo, aquel pobre diablo frecuentaba La Lola's Club. Normal que hasta las pesquisas policiales empezasen en este lúgubre rincón donde transitan almas como la suya. Es posible que incluso todavía esté atrapada aquí. No es precisamente La Lola's Club el purgatorio, pero sí sus gentes parecen almas que buscan bien las alas o bien los cuernos. Algunos, incluso, parecen buscar el infierno con su estancia entre nosotros.
También el inspector parecía buscar un rincón donde arrastrarse. Las horas tan intempestivas en las que su visita se dio invitaban a pensar en ello. Se sentó cercano a la entrada, como si su única pretensión fuese allí el buscar una salida, pero parecía disfrutar de su copa, aunque ni tan siquiera la presencia de John alterase su situación. Era como si le estuviese esperando fuera otro cadáver. De ser así, este tuvo que esperar tanto como Irene tardó en acabar la función.
Todos aquí nos conocemos, y no parecía precisamente él muy por la labor de integrarse hasta que, quién sino el periodista, decidió acercarse a realizar un tercer grado similar al que él antes había realizado con John. Nada sobre el caso consiguió sacar en claro, aunque sí logró adivinar por sus palabras lo que otros veíamos en sus ojos, que Irene sería la próxima con quién hablaría, bien fuese de delitos o de pecados.
Ese lógico interés en alguien cuya visión fuese capaz de traspasar todo aquel humo se hizo realidad en el primer descanso de su actuación, ese en el cual solía ella retozar un rato con su chico latino, a quién por esta vez dejó de lado, y parece que gustosa, para hablar con el inspector. Por las risas de ella no pareció que hablasen justamente de delitos, ni tampoco por la mirada celosa del único de los chicos del billar que sumaba más de dos neuronas. Al propio inspector se le veía más ocioso de aquí a Lima que en el rato que charló con el jefe, especialmente durante los segundos que tardó en guardar en su agenda telefónica el número de la corista. Hasta eso distaba de lo ocurrido con John, pues a él pudimos ver como le daba la típica tarjeta que luego quién la recibe usa antes de ser asesinado para avisar de su inminente peligro al potencial héroe de turno.
Ese inspector vino a por respuestas y se llevó un número de teléfono. Pretendía realizar pesquisas y "realizó" una cogorza. Quería esclarecer su caso más reciente y casi comete un pecado uniformado. Y es que aunque los delincuentes no entienden de horarios, tampoco de esto entienden los pecados…
John vino enseguida. Ya todos sabíamos qué quería aquel policía. Es este un barrio de porteras, que se activa especialmente cuando ocurre algo como lo que todo el mundo venía comentando por la ciudad. En cierto modo, lo ocurrido en el callejón había incluso publicitado a La Lola's Club, aunque fuese en sentido negativo. No negativo porque lo acontecido tenga relación con el club, sino porque quizá el amarillismo de la prensa y lo casposo de la gente cotilla difícilmente harían de esa publicidad algo bueno.
A decir verdad, y pese al dicho ese de que "Spain is different", quizá esta vez los murmullos se darían, con razón, incluso aunque la noticia se hubiese dado en el centro de Lieja o a las afueras de Baviera. Después de todo, aquel pobre diablo frecuentaba La Lola's Club. Normal que hasta las pesquisas policiales empezasen en este lúgubre rincón donde transitan almas como la suya. Es posible que incluso todavía esté atrapada aquí. No es precisamente La Lola's Club el purgatorio, pero sí sus gentes parecen almas que buscan bien las alas o bien los cuernos. Algunos, incluso, parecen buscar el infierno con su estancia entre nosotros.
También el inspector parecía buscar un rincón donde arrastrarse. Las horas tan intempestivas en las que su visita se dio invitaban a pensar en ello. Se sentó cercano a la entrada, como si su única pretensión fuese allí el buscar una salida, pero parecía disfrutar de su copa, aunque ni tan siquiera la presencia de John alterase su situación. Era como si le estuviese esperando fuera otro cadáver. De ser así, este tuvo que esperar tanto como Irene tardó en acabar la función.
Todos aquí nos conocemos, y no parecía precisamente él muy por la labor de integrarse hasta que, quién sino el periodista, decidió acercarse a realizar un tercer grado similar al que él antes había realizado con John. Nada sobre el caso consiguió sacar en claro, aunque sí logró adivinar por sus palabras lo que otros veíamos en sus ojos, que Irene sería la próxima con quién hablaría, bien fuese de delitos o de pecados.
Ese lógico interés en alguien cuya visión fuese capaz de traspasar todo aquel humo se hizo realidad en el primer descanso de su actuación, ese en el cual solía ella retozar un rato con su chico latino, a quién por esta vez dejó de lado, y parece que gustosa, para hablar con el inspector. Por las risas de ella no pareció que hablasen justamente de delitos, ni tampoco por la mirada celosa del único de los chicos del billar que sumaba más de dos neuronas. Al propio inspector se le veía más ocioso de aquí a Lima que en el rato que charló con el jefe, especialmente durante los segundos que tardó en guardar en su agenda telefónica el número de la corista. Hasta eso distaba de lo ocurrido con John, pues a él pudimos ver como le daba la típica tarjeta que luego quién la recibe usa antes de ser asesinado para avisar de su inminente peligro al potencial héroe de turno.
Ese inspector vino a por respuestas y se llevó un número de teléfono. Pretendía realizar pesquisas y "realizó" una cogorza. Quería esclarecer su caso más reciente y casi comete un pecado uniformado. Y es que aunque los delincuentes no entienden de horarios, tampoco de esto entienden los pecados…
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Jesús Domínguez,
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miércoles, 25 de febrero de 2009
La cuadratura del círculo
Como Diego, esta canción habla de Lima, Quito o Buenos Aires. Como Diego, Vetusta Morla habla con este tema de "La cuadratura del círculo". No logran lo imposible, cuadrarlo, pero sí logran, sin embargo, dar con una canción como pocas hay.
Expiación en alcohol
He estado en La Paz, Quito, Buenos Aires y Lima. He estado también en Viena, Paris o Budapest. No hay lugar en España, por recóndito que pueda parecer, que se escape a mi conocimiento, ni hay tampoco mujer que haya podido conocer que se parezca a ella, por muy recóndito que sea su emplazamiento.
Han sido miles las mujeres que han cabalgado a lomos de mi noble corcel, chico, pero ninguna como ella. La recuerdo vagamente. No recuerdo más de ella que lo mucho que la quería, casi tanto como Marco a su cizaña. Puede que fuese como Leyre, o puede que como Irene, no lo sé. No sé si se llamaría como una de las chicas de este local, Lara, Andrea o Laura.
Demasiadas mujeres en mi vida para recordar siquiera a la única que he querido. Demasiado alcohol como para no haberla olvidado. Demasiadas ganas de olvidarla como para no hacerlo. Después de todo, nuestra compatibilidad era la misma que la de un marciano y un ser arribado desde Júpiter. Lo nuestro, chico, era igual de factible que la cuadratura del círculo.
Recuerdo más bien nada de ella, pero sí todavía guardo en mi memoria algo de nuestra historia. Decía ella que debíamos conservar la distancia, pues era ese nuestro mayor impedimento. Cada uno con su vida, era el mensaje de fondo de sus discursos. Cada loco con su tema, pretendía decir con cada una de sus palabras. Yo, mientras, le pedía que dejase fluir todo de un modo distinto. Ambos queríamos dejar el río seguir por su cauce, con la salvedad de que para ella este suponía ser que yo algo no era capaz de concebir.
En unas de esas, yo, que siempre he sido un culo inquieto, emprendí uno de mis múltiples viajes para nunca más volver a su lado. Dicen que la distancia es el olvido, y en cierto modo conmigo así ha funcionado. Me costó mucho alcohol y mujeres, pero conseguí borrarla de mi mente casi por completo. Y es que esto que te cuento sobre el amor es ya más una anécdota del pasado que un sueño para el futuro.
Conocí en ese viaje muchas camas. Muchas mujeres frecuenté. Unas llamadas María, otras Mónica, alguna que otra Marta… pero ninguna como ella. O sí, quién sabe, aunque no creo, pues a ninguna la recuerdo más allá del primer sorbo de mi quinta copa del día siguiente.
Estuve también en Marruecos, Argelia o Túnez, y en Japón, China y Filipinas. Llegué a dormir en camas hechas de paja, o a pasar la noche en vela porque una mujer me hacía esto último, e incluso cosas más obscenas. La verdad es que no puedo quejarme de no haber tenido éxito entre las mujeres, pues siempre he sido como la cerveza San Miguel y he triunfado allí donde iba. Lo que jamás he conseguido es recordar de ella algo distinto de su fragancia, su mirada y aquel intento infructuoso de cuadrar el círculo. Por aquel entonces, chico, mi pecado fue el no tener arraigo a nada más que mi maleta, y mi pecado el estar preparado para irme del lugar al que dos minutos antes había llegado.
Ahora intento expiar mis penas en espera y alcohol. No espero que por la puerta aparezca ella, pero sí algo que me traiga esos malditos recuerdos. No espero que el alcohol los traiga, pues ha sido él quién se los ha llevado.
No espero más que la próxima canción. Quizá en ella Irene la nombre, o logre que olvide la espera, las penas y el alcohol y me enamore de ella, al menos como antes me he enamorado de esas otras muchas amazonas que por mi vida han transitado como por aquí lo hacen, como tú y yo, las almas errantes.
Han sido miles las mujeres que han cabalgado a lomos de mi noble corcel, chico, pero ninguna como ella. La recuerdo vagamente. No recuerdo más de ella que lo mucho que la quería, casi tanto como Marco a su cizaña. Puede que fuese como Leyre, o puede que como Irene, no lo sé. No sé si se llamaría como una de las chicas de este local, Lara, Andrea o Laura.
Demasiadas mujeres en mi vida para recordar siquiera a la única que he querido. Demasiado alcohol como para no haberla olvidado. Demasiadas ganas de olvidarla como para no hacerlo. Después de todo, nuestra compatibilidad era la misma que la de un marciano y un ser arribado desde Júpiter. Lo nuestro, chico, era igual de factible que la cuadratura del círculo.
Recuerdo más bien nada de ella, pero sí todavía guardo en mi memoria algo de nuestra historia. Decía ella que debíamos conservar la distancia, pues era ese nuestro mayor impedimento. Cada uno con su vida, era el mensaje de fondo de sus discursos. Cada loco con su tema, pretendía decir con cada una de sus palabras. Yo, mientras, le pedía que dejase fluir todo de un modo distinto. Ambos queríamos dejar el río seguir por su cauce, con la salvedad de que para ella este suponía ser que yo algo no era capaz de concebir.
En unas de esas, yo, que siempre he sido un culo inquieto, emprendí uno de mis múltiples viajes para nunca más volver a su lado. Dicen que la distancia es el olvido, y en cierto modo conmigo así ha funcionado. Me costó mucho alcohol y mujeres, pero conseguí borrarla de mi mente casi por completo. Y es que esto que te cuento sobre el amor es ya más una anécdota del pasado que un sueño para el futuro.
Conocí en ese viaje muchas camas. Muchas mujeres frecuenté. Unas llamadas María, otras Mónica, alguna que otra Marta… pero ninguna como ella. O sí, quién sabe, aunque no creo, pues a ninguna la recuerdo más allá del primer sorbo de mi quinta copa del día siguiente.
Estuve también en Marruecos, Argelia o Túnez, y en Japón, China y Filipinas. Llegué a dormir en camas hechas de paja, o a pasar la noche en vela porque una mujer me hacía esto último, e incluso cosas más obscenas. La verdad es que no puedo quejarme de no haber tenido éxito entre las mujeres, pues siempre he sido como la cerveza San Miguel y he triunfado allí donde iba. Lo que jamás he conseguido es recordar de ella algo distinto de su fragancia, su mirada y aquel intento infructuoso de cuadrar el círculo. Por aquel entonces, chico, mi pecado fue el no tener arraigo a nada más que mi maleta, y mi pecado el estar preparado para irme del lugar al que dos minutos antes había llegado.
Ahora intento expiar mis penas en espera y alcohol. No espero que por la puerta aparezca ella, pero sí algo que me traiga esos malditos recuerdos. No espero que el alcohol los traiga, pues ha sido él quién se los ha llevado.
No espero más que la próxima canción. Quizá en ella Irene la nombre, o logre que olvide la espera, las penas y el alcohol y me enamore de ella, al menos como antes me he enamorado de esas otras muchas amazonas que por mi vida han transitado como por aquí lo hacen, como tú y yo, las almas errantes.
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lunes, 23 de febrero de 2009
Underneath your clothes
Después de ese descanso, en el que deparamos sobre amor, la sensual Irene volvió a ser el Sol que por las noches ilumina el local con una dulce balada de alguien a quién muchas veces emula y recuerda.
No es que sea la música de Shakira la que más suena en un club de jazz, pero desde su llegada, todo es posible. Todo es posible, incluso que suene una balada como la siguiente:
No es que sea la música de Shakira la que más suena en un club de jazz, pero desde su llegada, todo es posible. Todo es posible, incluso que suene una balada como la siguiente:
Canción de amor
Cuando te has acostado varias veces con la misma persona, cielo, la diferencia entre polvo y amor la establece tu comportamiento al despertar.
Si de verdad ha sido un polvo más, lo primero que harás será levantarte a darte una ducha; sino, te quedarás mirando al techo esperando a que ella se despierte. Ella, sin embargo, si está enamorada, se quedará mirándote embobada hasta que seas tú quién abra los ojos, o bien, de no estarlo, se levantará con sigilo, se vestirá, y saldrá de la habitación de aquel hotel de mala muerte donde hayais estado como si viniese de dormir sola.
Aunque quizá no lo creas, yo soy más de estas últimas. Con él estoy bien, pero no quiero ningún tipo de compromiso que suponga el dar las buenas noches a alguien que a la mañana siguiente me pedirá que le regale mis mejores días. No me imagino en mi senectud agarrada del mismo brazo de hoy día tras convertirse su portador en un hombre calvo, gordo, canoso apoyado en un bastón. Tampoco es que tenga in mente irme a Cuba a buscarme un negro zumbón que se pase el día llamándome mi amol mientras porta únicamente un tanga y una pajarita. Simplemente, no pienso en el futuro más allá de mi próxima actuación.
No sé qué piensa él, ni como se levanta. Habitualmente, y por suerte, soy yo la primera en despertar. Me visto, y ni le miro. No soportaría ver como me mira recién levantada. Quizá esté enamorado, o quizá no. Por fortuna, a mi el ciego me dura hasta más allá del amanecer, por lo que es algo que se me escapa, aunque a veces tenga él la sensación de que lo que hago es cualquier cosa menos escaparme. Es justo esa la única canción que le canto, "Escapar", y lo hago más por mofa que porque me guste cantar a mis ligues.
Y es que no me gusta sentirme como una ramera, cielo. Aquí me pagan por cantar, y me gusta hacerlo, pero odio la idea de que alguien se acueste conmigo porque antes le haya dedicado una canción. Por eso no suelo cantarle a nadie con quién antes haya estado. Alguna vez me he bajado incluso de algún caballo por pedirme este un susurro al oído. Y es que, como te digo, cantaré en la noche, pero La Lola's no es precisamente un club de alterne, aunque a veces a John se le pase por la cabeza el convertir su club en ello.
Esas chicas, esas a las que Marco llama Las Tres Desgracias, me da la sensación de que sí cantan. Estoy segura de que por un hombre cantarían bulerías, reggaeton o hasta una de esas canciones salidas en cualquier película de serie 'B' en las cuales quién canta lo hace con acento francés, sólo por la manera en que desnudan con la mirada a los chicos del billar. Es más, de ser La Lola's un prostíbulo, a buen seguro que el francés lo utilizarían sobre la propia mesa de billar.
Puede parecer que desde ahí arriba uno no se entera de mucho, y en cierto modo es verdad. Puedo no escuchar las conversaciones, y el pensar en lo que estoy haciendo no me permite tampoco leer los labios, pero dentro de la concentración que requieren las letras, me fijo igualmente en lo que me rodea. Quizá lo hayas percibido cuando subiste el otro día conmigo.
Uno ahí arriba se siente el centro del universo. Todo el mundo presta atención a lo que los focos iluminan, y en la penumbra se divisan almas errantes de lo más variopintas. Todos debajo tuya, pendientes de la luz que desprende tu voz, como los planetas lo están del Sol, o como esa chica con la que te has acostado fija en ti su mirada enamorada en el rato previo a tu despertar.
Lo sé, cielo. Amo la música, pero no es la canción como el amor. Estarás conmigo en que tampoco lo que yo hago es precisamente la calle, del mismo modo que no es lo mismo levantarte follado que enamorado.
Si de verdad ha sido un polvo más, lo primero que harás será levantarte a darte una ducha; sino, te quedarás mirando al techo esperando a que ella se despierte. Ella, sin embargo, si está enamorada, se quedará mirándote embobada hasta que seas tú quién abra los ojos, o bien, de no estarlo, se levantará con sigilo, se vestirá, y saldrá de la habitación de aquel hotel de mala muerte donde hayais estado como si viniese de dormir sola.
Aunque quizá no lo creas, yo soy más de estas últimas. Con él estoy bien, pero no quiero ningún tipo de compromiso que suponga el dar las buenas noches a alguien que a la mañana siguiente me pedirá que le regale mis mejores días. No me imagino en mi senectud agarrada del mismo brazo de hoy día tras convertirse su portador en un hombre calvo, gordo, canoso apoyado en un bastón. Tampoco es que tenga in mente irme a Cuba a buscarme un negro zumbón que se pase el día llamándome mi amol mientras porta únicamente un tanga y una pajarita. Simplemente, no pienso en el futuro más allá de mi próxima actuación.
No sé qué piensa él, ni como se levanta. Habitualmente, y por suerte, soy yo la primera en despertar. Me visto, y ni le miro. No soportaría ver como me mira recién levantada. Quizá esté enamorado, o quizá no. Por fortuna, a mi el ciego me dura hasta más allá del amanecer, por lo que es algo que se me escapa, aunque a veces tenga él la sensación de que lo que hago es cualquier cosa menos escaparme. Es justo esa la única canción que le canto, "Escapar", y lo hago más por mofa que porque me guste cantar a mis ligues.
Y es que no me gusta sentirme como una ramera, cielo. Aquí me pagan por cantar, y me gusta hacerlo, pero odio la idea de que alguien se acueste conmigo porque antes le haya dedicado una canción. Por eso no suelo cantarle a nadie con quién antes haya estado. Alguna vez me he bajado incluso de algún caballo por pedirme este un susurro al oído. Y es que, como te digo, cantaré en la noche, pero La Lola's no es precisamente un club de alterne, aunque a veces a John se le pase por la cabeza el convertir su club en ello.
Esas chicas, esas a las que Marco llama Las Tres Desgracias, me da la sensación de que sí cantan. Estoy segura de que por un hombre cantarían bulerías, reggaeton o hasta una de esas canciones salidas en cualquier película de serie 'B' en las cuales quién canta lo hace con acento francés, sólo por la manera en que desnudan con la mirada a los chicos del billar. Es más, de ser La Lola's un prostíbulo, a buen seguro que el francés lo utilizarían sobre la propia mesa de billar.
Puede parecer que desde ahí arriba uno no se entera de mucho, y en cierto modo es verdad. Puedo no escuchar las conversaciones, y el pensar en lo que estoy haciendo no me permite tampoco leer los labios, pero dentro de la concentración que requieren las letras, me fijo igualmente en lo que me rodea. Quizá lo hayas percibido cuando subiste el otro día conmigo.
Uno ahí arriba se siente el centro del universo. Todo el mundo presta atención a lo que los focos iluminan, y en la penumbra se divisan almas errantes de lo más variopintas. Todos debajo tuya, pendientes de la luz que desprende tu voz, como los planetas lo están del Sol, o como esa chica con la que te has acostado fija en ti su mirada enamorada en el rato previo a tu despertar.
Lo sé, cielo. Amo la música, pero no es la canción como el amor. Estarás conmigo en que tampoco lo que yo hago es precisamente la calle, del mismo modo que no es lo mismo levantarte follado que enamorado.
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sábado, 21 de febrero de 2009
Insensible
Como a Marco, en ocasiones la sociedad me pervierte. La sociedad me pervierte y me lleva a la sátira o incluso al escarnio. En ocasiones, la sociedad me pervierte hasta tal punto, que yo también soy un insensible.
Carnaval, carnaval...
Adoro los carnavales, chico. Adoro ver como la gente disfraza sus complejos y defectos. Fíjate sino en mis tres amigas. Pobres, y todavía creerán, para variar, que van divinas. En cierto modo, incluso aciertan esta vez. Van divinamente patéticas. Míralas. Simplemente, indescriptibles. Creía que el día a día sería difícil de superar, pero han logrado con sus vestimentas de estos días ser todavía más ridículas.
Aunque en apariencia no lo parezca, me han obligado a mi también a disfrazarme. Sí, chico, aunque no lo parezca, voy disfrazado, sólo que mi disfraz es más elocuente. ¿No te dicen nada las hojas que llevo de mi planta colgadas en las orejas? En efecto, yo voy disfrazado de planta cizañera. Sólo me falta la maceta a los pies, pero a tanto no me he atrevido a desvestir a mi compañera. La respeto demasiado como para ello.
A ellas, sin embargo, no las respeto nada. No se lo merecen. Por ello, a ellas sí las desproveería de sus atuendos, pero tranquilo, jamás con fines impuros o sexuales. No. Yo las desvestiría (eso sí, siempre con guantes y con un pañuelo en los ojos, para no provocarme un daño irreparable en mis retinas) para ayudarles a vestirse luego unos bonitos pijamas. Irían, gracias a mi, disfrazadas de dormilonas. Gracias a mi, dormirían para siempre en sus pijamas de pino. Si de mi dependiera, en sus vidas sería siempre carnaval, y su disfraz, como no puede ser de otro modo, sería la muerte.
No pretendas aparentar ahora ser tú un buen chico. Seguro que has pensado en lo mismo, o en algo peor. Después de todo, algún pretexto tienes que tener para emborracharte día tras día con nosotros. Alguien cuya vida marche sobre ruedas, jamás verá a Irene disfrazarse de regla un día tras otro, ni tampoco ver como esas tres, como dice el anuncio, se reencargan el pijas. Seguro que en más de una ocasión has deseado reencargarte tú en una AK47 para cargártelas. Creeme, a todos nos pasa, incluido el dos neuronas que se tira a "El Señor Andrés". ¿No ves acaso la cara de estreñido que lleva siempre? Eso es que viene mal follado, o que no las soporta. O incluso las dos cosas.
Lo sé, soy un insensible, y disfruto siéndolo. Yo antes no era así. Es la sociedad, que me pervierte. La sociedad, y esa furcia de la que el otro día te hablaba. Desde entonces, raro que sienta yo compasión por alguien del sexo opuesto. No es que sea misógino, como Gustavo. Simplemente no he encontrado todavía, más allá de mi planta, otra mujer que merezca mi atención o sensibilidad, al menos en positivo. Él las odia a todas por el mero hecho de ser hembras, para mi en cambio Irene y Leyre se acercan al ideal de mujer que me suele provocar cierta empatía, pero después de todo, puede que incluso en ellas sea todo apariencia. La cordialidad es en ellas una obligación. Habría que ver si fuera no son como Las Tres Desgracias, quienes con sus pisadas consiguen que, como Atila el huno, allí por donde vayan nada más crezca. No es que ellas sean despiadadas, es que son asquerosas. Hasta a la Madre Tierra le reproducen tales arcadas, que esta prefiere permanecer virgen a descubrir qué horrores sucederán a sus huellas.
Hoy esas pisadas se suceden con medias de colores, minifaldas y tacones. Pobre Madre Tierra. Ella no tiene disfraz. Antes de sufrir los que Las Tres Desgracias visten. A buen seguro preferiría portar un pijama de pino y hacerse la dormilona a vislumbrar con sus habituales atuendos sobre sí tales adefesios travestidos.
Cierto es que no es la única que sufre viéndolas. Irene las divisa desde el escenario disfrazada de menstruación, y ve día a día en ellas el radicalismo de la monstruación. Yo sufro acompañado de mi inseparable cizaña. Gustavo, de su misoginia. Leyre incluso tiene que servirles y ver como la hacen de menos.
A cada cual en La Lola's, le acompaña una manera distinta de soportar a esos tres sujetos. El nexo que a todos es común es que, como la Madre Tierra, a todos nos gustaría invitarlas a ese trago de cianuro que tú ayer fuiste incapaz de tomar.
Lástima que mi planta me tenga prohibido el invitar a nada a otra mujer. El carnaval podría ser la mejor excusa para hacer un favor al mundo. Y es que, aunque no lo creas, a mi también me gusta el carnaval y disfrazarme, sólo que mi cizaña no me permite hacerlo de buen chico, como su forma de ser no permite a esas zorras hacerlo de simples personas.
Aunque en apariencia no lo parezca, me han obligado a mi también a disfrazarme. Sí, chico, aunque no lo parezca, voy disfrazado, sólo que mi disfraz es más elocuente. ¿No te dicen nada las hojas que llevo de mi planta colgadas en las orejas? En efecto, yo voy disfrazado de planta cizañera. Sólo me falta la maceta a los pies, pero a tanto no me he atrevido a desvestir a mi compañera. La respeto demasiado como para ello.
A ellas, sin embargo, no las respeto nada. No se lo merecen. Por ello, a ellas sí las desproveería de sus atuendos, pero tranquilo, jamás con fines impuros o sexuales. No. Yo las desvestiría (eso sí, siempre con guantes y con un pañuelo en los ojos, para no provocarme un daño irreparable en mis retinas) para ayudarles a vestirse luego unos bonitos pijamas. Irían, gracias a mi, disfrazadas de dormilonas. Gracias a mi, dormirían para siempre en sus pijamas de pino. Si de mi dependiera, en sus vidas sería siempre carnaval, y su disfraz, como no puede ser de otro modo, sería la muerte.
No pretendas aparentar ahora ser tú un buen chico. Seguro que has pensado en lo mismo, o en algo peor. Después de todo, algún pretexto tienes que tener para emborracharte día tras día con nosotros. Alguien cuya vida marche sobre ruedas, jamás verá a Irene disfrazarse de regla un día tras otro, ni tampoco ver como esas tres, como dice el anuncio, se reencargan el pijas. Seguro que en más de una ocasión has deseado reencargarte tú en una AK47 para cargártelas. Creeme, a todos nos pasa, incluido el dos neuronas que se tira a "El Señor Andrés". ¿No ves acaso la cara de estreñido que lleva siempre? Eso es que viene mal follado, o que no las soporta. O incluso las dos cosas.
Lo sé, soy un insensible, y disfruto siéndolo. Yo antes no era así. Es la sociedad, que me pervierte. La sociedad, y esa furcia de la que el otro día te hablaba. Desde entonces, raro que sienta yo compasión por alguien del sexo opuesto. No es que sea misógino, como Gustavo. Simplemente no he encontrado todavía, más allá de mi planta, otra mujer que merezca mi atención o sensibilidad, al menos en positivo. Él las odia a todas por el mero hecho de ser hembras, para mi en cambio Irene y Leyre se acercan al ideal de mujer que me suele provocar cierta empatía, pero después de todo, puede que incluso en ellas sea todo apariencia. La cordialidad es en ellas una obligación. Habría que ver si fuera no son como Las Tres Desgracias, quienes con sus pisadas consiguen que, como Atila el huno, allí por donde vayan nada más crezca. No es que ellas sean despiadadas, es que son asquerosas. Hasta a la Madre Tierra le reproducen tales arcadas, que esta prefiere permanecer virgen a descubrir qué horrores sucederán a sus huellas.
Hoy esas pisadas se suceden con medias de colores, minifaldas y tacones. Pobre Madre Tierra. Ella no tiene disfraz. Antes de sufrir los que Las Tres Desgracias visten. A buen seguro preferiría portar un pijama de pino y hacerse la dormilona a vislumbrar con sus habituales atuendos sobre sí tales adefesios travestidos.
Cierto es que no es la única que sufre viéndolas. Irene las divisa desde el escenario disfrazada de menstruación, y ve día a día en ellas el radicalismo de la monstruación. Yo sufro acompañado de mi inseparable cizaña. Gustavo, de su misoginia. Leyre incluso tiene que servirles y ver como la hacen de menos.
A cada cual en La Lola's, le acompaña una manera distinta de soportar a esos tres sujetos. El nexo que a todos es común es que, como la Madre Tierra, a todos nos gustaría invitarlas a ese trago de cianuro que tú ayer fuiste incapaz de tomar.
Lástima que mi planta me tenga prohibido el invitar a nada a otra mujer. El carnaval podría ser la mejor excusa para hacer un favor al mundo. Y es que, aunque no lo creas, a mi también me gusta el carnaval y disfrazarme, sólo que mi cizaña no me permite hacerlo de buen chico, como su forma de ser no permite a esas zorras hacerlo de simples personas.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
viernes, 20 de febrero de 2009
Fly me to the Moon
Tiene Irene varios temas fijos en su repertorio jazzístico, de entre los cuales suele destacar uno que canta a la Luna.
No es posible entablar comparación alguna entre su versión y la de Frankie, no ya porque no sea posible transmitir aquí mediante audio lo que en La Lola's Club ocurre, qué también, sino porque sencillamente, Frank Sinatra es incomparable, y más la destreza por él mostrada en temas como el siguiente:
No es posible entablar comparación alguna entre su versión y la de Frankie, no ya porque no sea posible transmitir aquí mediante audio lo que en La Lola's Club ocurre, qué también, sino porque sencillamente, Frank Sinatra es incomparable, y más la destreza por él mostrada en temas como el siguiente:
A la luz de los pecados
"Buenas noches. Como cantábamos ayer…". Comenzaron a sonar tras las palabras de Irene los acordes de una canción que solía cantar desde su llegada al local. Cómplice, guiñó un ojo a Leyre, quién en ese momento se encontraba sirviéndome una copa de cianuro. Pura ostentación, creyeron los que me oyeron pedir algo que no fuese mi habitual matarratas. Como si con aquella petición buscase dar la razón a esos estudios de la Santa Sede en los que se dice que la lujuria es el pecado en el que más caemos los hombres.
Mediante el que dicen es el pecado más común en las féminas, la soberbia, Leyre afirmaba ser capaz de aguantar el tipo incluso bebiendo cuatro copas como la recién servida. Sin haber probado jamás la bebida mortal, dice tener suficientes anticuerpos como para contrarrestar sus efectos.
Solicité unos ganchitos como aperitivo previo a mi cena en el infierno, y volvió a pecar de soberbia añadiendo a mis vocablos que, de ir ella a suicidarse, se daría antes un buen festín con una buena mariscada, de esas que hacen época y que sólo pueden ser disfrutadas en mi tierra. En efecto, la gula, como la alegría, va por barrios en La Lola's.
Comenzamos tras su afirmación a deparar sobre la amplia variedad de mariscos habidos y por haber, y uno, que tiene raíces marineras, comenzó a hacerse el interesante hablando de los mil y un modos de cocinar cada molusco o crustáceo. Mi copa había pasado ya a un segundo plano. Como buen pecador, la pereza me había embargado. Leyre había conseguido salirse con la suya. Tiempo habría para el suicidio.
A decir verdad, no es que no me apetezca seguir viviendo. No. Puede decirse, incluso, que me divierto día tras día con Dios, aunque a veces este sólo aparezca en la mesa debido a mis plegarias. Únicamente pretendía con aquello volver a visitar al bueno de Frankie. Después de todo, Caronte había sido bastante simpático la última vez. Si me permitió volver una primera vez, ¿por qué no iba a hacerlo una segunda?
No es que se esté mal en este rincón lleno de arrastrados. Como Alvite decía sobre los que él considera mis clientes, yo también sufro el síndrome de Estocolmo. Sufro también el de Diógenes, ese que me impide desterrar de mi mente la basura que sobra, y que en días como hoy, provoca que cambie el trago para frecuentar viejas amistades. Y es que en días como hoy, mi mayor pecado cometido es la ira. Ira contra el sol, por radiarme; ira contra el mundo, por rodearme; ira contra mi mismo, por dejarme rodear. En días como hoy, lo odio todo, aunque no haya motivo ni razón para ello.
Definitivamente, el sol me afecta. En días como hoy, como buen gallego, siento morriña pensando en nubes y lluvias, y reniego de todo lo que no sea la oscuridad, sobre todo si la que no se da es la oscuridad del alma.
Tampoco a John le gustan los días como el de hoy. No es que tenga nada en contra del sol o el buen tiempo. Como diría el Gran Don, "no es nada personal, son sólo negocios". Es sólo que, cuanto más bueno hace fuera, menos tránsito hay dentro, y eso, en La Lola's Club, es relegar un miércoles o un jueves a la categoría de un lunes cualquiera; cosa que en día de diario consigue incluso afear como en un insulso lunes a la guapa Leyre o hacer de menos la sensual voz de Irene, esa que tanto luce en un día oscuro con una pieza de jazz, un buen tango o, incluso si ella lo pretendiese, con el chiki-chiki.
Seguro que si preguntase a otras almas errantes, también dirían odiar los días como hoy, en los que su semblante semeja menos duro, o peor incluso, más alegre, por la mera apetencia del astro rey.
Seguro que si preguntase, a más de un alma errante le apetecería que el rey apagase la luz para así, a oscuras, poder brillar todos los arrastrados con la misma oscuridad propia con la que La Mujer de Rojo suele hacerlo en el escenario.
Aquel que haya vivido el día con luz y entre en La Lola's en una noche como la de hoy, se verá afectado de tal modo que únicamente tendrá dos opciones para acabar bien la jornada, pecar de ira hacia el astro rey o buscar en silencio la salida del club.
Seguro que, de ser cuestionado sobre ello, hasta el mismísimo Caronte se permitiría el lujo de pagar una copa de cianuro al sol sólo por disfrutar un ratito más de lúgubre tristeza de La Lola's y por unos acordes más de una Irene difuminada por la oscuridad.
Lástima que, en días como hoy, la oscuridad hable ociosa sobre marisco y el sol obvie su copa de cianuro. Lástima, en definitiva, que también peque la oscuridad de soberbia y lujuria y lo haga de pereza el sol.
Mediante el que dicen es el pecado más común en las féminas, la soberbia, Leyre afirmaba ser capaz de aguantar el tipo incluso bebiendo cuatro copas como la recién servida. Sin haber probado jamás la bebida mortal, dice tener suficientes anticuerpos como para contrarrestar sus efectos.
Solicité unos ganchitos como aperitivo previo a mi cena en el infierno, y volvió a pecar de soberbia añadiendo a mis vocablos que, de ir ella a suicidarse, se daría antes un buen festín con una buena mariscada, de esas que hacen época y que sólo pueden ser disfrutadas en mi tierra. En efecto, la gula, como la alegría, va por barrios en La Lola's.
Comenzamos tras su afirmación a deparar sobre la amplia variedad de mariscos habidos y por haber, y uno, que tiene raíces marineras, comenzó a hacerse el interesante hablando de los mil y un modos de cocinar cada molusco o crustáceo. Mi copa había pasado ya a un segundo plano. Como buen pecador, la pereza me había embargado. Leyre había conseguido salirse con la suya. Tiempo habría para el suicidio.
A decir verdad, no es que no me apetezca seguir viviendo. No. Puede decirse, incluso, que me divierto día tras día con Dios, aunque a veces este sólo aparezca en la mesa debido a mis plegarias. Únicamente pretendía con aquello volver a visitar al bueno de Frankie. Después de todo, Caronte había sido bastante simpático la última vez. Si me permitió volver una primera vez, ¿por qué no iba a hacerlo una segunda?
No es que se esté mal en este rincón lleno de arrastrados. Como Alvite decía sobre los que él considera mis clientes, yo también sufro el síndrome de Estocolmo. Sufro también el de Diógenes, ese que me impide desterrar de mi mente la basura que sobra, y que en días como hoy, provoca que cambie el trago para frecuentar viejas amistades. Y es que en días como hoy, mi mayor pecado cometido es la ira. Ira contra el sol, por radiarme; ira contra el mundo, por rodearme; ira contra mi mismo, por dejarme rodear. En días como hoy, lo odio todo, aunque no haya motivo ni razón para ello.
Definitivamente, el sol me afecta. En días como hoy, como buen gallego, siento morriña pensando en nubes y lluvias, y reniego de todo lo que no sea la oscuridad, sobre todo si la que no se da es la oscuridad del alma.
Tampoco a John le gustan los días como el de hoy. No es que tenga nada en contra del sol o el buen tiempo. Como diría el Gran Don, "no es nada personal, son sólo negocios". Es sólo que, cuanto más bueno hace fuera, menos tránsito hay dentro, y eso, en La Lola's Club, es relegar un miércoles o un jueves a la categoría de un lunes cualquiera; cosa que en día de diario consigue incluso afear como en un insulso lunes a la guapa Leyre o hacer de menos la sensual voz de Irene, esa que tanto luce en un día oscuro con una pieza de jazz, un buen tango o, incluso si ella lo pretendiese, con el chiki-chiki.
Seguro que si preguntase a otras almas errantes, también dirían odiar los días como hoy, en los que su semblante semeja menos duro, o peor incluso, más alegre, por la mera apetencia del astro rey.
Seguro que si preguntase, a más de un alma errante le apetecería que el rey apagase la luz para así, a oscuras, poder brillar todos los arrastrados con la misma oscuridad propia con la que La Mujer de Rojo suele hacerlo en el escenario.
Aquel que haya vivido el día con luz y entre en La Lola's en una noche como la de hoy, se verá afectado de tal modo que únicamente tendrá dos opciones para acabar bien la jornada, pecar de ira hacia el astro rey o buscar en silencio la salida del club.
Seguro que, de ser cuestionado sobre ello, hasta el mismísimo Caronte se permitiría el lujo de pagar una copa de cianuro al sol sólo por disfrutar un ratito más de lúgubre tristeza de La Lola's y por unos acordes más de una Irene difuminada por la oscuridad.
Lástima que, en días como hoy, la oscuridad hable ociosa sobre marisco y el sol obvie su copa de cianuro. Lástima, en definitiva, que también peque la oscuridad de soberbia y lujuria y lo haga de pereza el sol.
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Jesús Domínguez,
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jueves, 19 de febrero de 2009
Copenhage
Muchas veces me siento como esas postales de Copenhage. Unas veces pretendiéndolo, otras no tanto, pero en más de una ocasión, me da la sensación de valer, como Alvite dijo en el último relato, más por mis silencios que por mis palabras.
En honor a Copenhage, y a esas valiosas postales, este tema:
En honor a Copenhage, y a esas valiosas postales, este tema:
Postales psicológicas
Es curioso, muchacho, ver como vas adquiriendo, sin pretenderlo, un papel de sacerdote confesor. Aquí no hay tipos duros ni estrellas estrelladas. Incluso dejan en La Lola's el bourbon paso al ron y las mujeres glamourosas a las feas y casposas. Nadie aquí se da un aire a Humphrey Bogart, ni tú sacas a la trompeta el sonido de Louis Armstrong. Además, Leyre es en ocasiones al nueve largo lo que Lorraine al ogro de la película.
Aún así, demonios, también esto parece "El diario de Patricia", y eso pese a que no es precisamente la zona pectoral de la que más sobrado andas. La gente acaba adquiriendo aquí hasta tal punto el síndrome de Estocolmo, que acaba ignorando que tú eres más gallego que sueco. Les secuestra el alcohol de tal modo que en cuanto tú callas, destapan ellos el tarro de las esencias y cuentan sus intimidades como si fueses el mismísimo Ernie Loquasto. De sobra sabes que La Lola's es al Savoy lo que Pedro Almodóvar a Woody Allen, como bien te dijo el otro día Pedro "El Pollo", pero hasta a mi empieza a parecerme este un sitio entrañable. No ideal para el suicidio o para ser asesinado, pero sí para recibir una paliza o darme de cabezazos contra el tocador del baño.
Una vez estuve en Copenhage. No física, pero sí mentalmente. Un amigo de mi infancia estuvo allí y me trajo una colección de postales de aquel lugar. Detrás de cada una de ellas, me contaba alguna anécdota del viaje, algo que le había recordado el sitio que en la imagen salía, o banalidades varias sobre el momento de adquirir una u otra instantánea.
Esas postales fueron para mi amigo lo que tú para esta gente. Eres, muchacho, como el torso desnudo de una instantánea comprada en un mercadillo. Vale más tu cruz que tu cara. Valen más tus silencios que tus palabras, como para mi amigo valió más la parte trasera de las postales que las propias imágenes que en ellas se reflejaban.
No tomes a mal mis palabras. Después de todo, los gallegos somos así. No sabemos si vamos o venimos, no sabemos si sí, si no, o si todo lo contrario. Y a veces, ni tan siquiera parece que sepamos más que escuchar. Es algo que con nosotros va de suyo, como el acento. Me pasa a mi, le pasa a la gente del pueblo, a Rouco Varela, ¡no ibas a ser tú una excepción!
De algún modo, todos somos como esas postales de Copenhage. Siempre creemos tener algo que mostrar, o algo que enseñar, y lo único que realmente tendemos a hacer con acierto es escuchar. Lo único que puedes hacer frente a ello es ser más listo que el resto y empezar a cobrar por hacer la labor que a un psicólogo corresponde. Y qué que no hayas cursado tales estudios, al fin y al cabo, ellos utilizan igualmente tus hombros como clinex, ¿no?
Sería un buen negocio si te falla eso a lo que te dedicas. No necesitarías ni tan siquiera alquilar ningún local para ejercer, pues te bastaría con sentarte a esperar, como habitualmente haces. Lo único que diferenciaría tu situación actual de ello sería que la borrachera diaria la pagarían quienes sus penas te cuentan, pero no en calidad de ebrio, sino en calidad de paciente. Y es que a mi la paciencia cuando visito a Ernie en el Savoy no me hace falta, ya que al fin y al cabo aquella gente y sus historias son interesantes, pero esto, aún en tal apariencia, cambia radicalmente cuando posas tu mirada en aquella esquina y ves a aquellos tipos, o peor aún, cuando la posas en la esquina de enfrente y ves como con la suya los desnudan aquellos híbridos obtenidos de entre una zorra y un lagarto.
Definitivamente, es el futuro que te auguro si algún día la crisis arriba a tu vida. Ya te he dicho alguna vez que la videncia no es mi fuerte, pero en ocasiones como esta, sí lo es la evidencia. Y qué si no tienes el título que te permite ejercer, te basta con lo que de la vida aprendes. Eres psicólogo porque así te ven ellos. De ello ejerces, y hasta ellos han hecho de La Lola's tu lugar de trabajo, como lo para mi lo es el Savoy de culto.
Sólo te falta, muchacho, recibir y enmarcar en esa pared húmeda una postal de Copenhage cuyo dorso hable más y calle menos de lo que tú serás jamás capaz para dejar de serlo de hecho y pasar a serlo de derecho.
Aún así, demonios, también esto parece "El diario de Patricia", y eso pese a que no es precisamente la zona pectoral de la que más sobrado andas. La gente acaba adquiriendo aquí hasta tal punto el síndrome de Estocolmo, que acaba ignorando que tú eres más gallego que sueco. Les secuestra el alcohol de tal modo que en cuanto tú callas, destapan ellos el tarro de las esencias y cuentan sus intimidades como si fueses el mismísimo Ernie Loquasto. De sobra sabes que La Lola's es al Savoy lo que Pedro Almodóvar a Woody Allen, como bien te dijo el otro día Pedro "El Pollo", pero hasta a mi empieza a parecerme este un sitio entrañable. No ideal para el suicidio o para ser asesinado, pero sí para recibir una paliza o darme de cabezazos contra el tocador del baño.
Una vez estuve en Copenhage. No física, pero sí mentalmente. Un amigo de mi infancia estuvo allí y me trajo una colección de postales de aquel lugar. Detrás de cada una de ellas, me contaba alguna anécdota del viaje, algo que le había recordado el sitio que en la imagen salía, o banalidades varias sobre el momento de adquirir una u otra instantánea.
Esas postales fueron para mi amigo lo que tú para esta gente. Eres, muchacho, como el torso desnudo de una instantánea comprada en un mercadillo. Vale más tu cruz que tu cara. Valen más tus silencios que tus palabras, como para mi amigo valió más la parte trasera de las postales que las propias imágenes que en ellas se reflejaban.
No tomes a mal mis palabras. Después de todo, los gallegos somos así. No sabemos si vamos o venimos, no sabemos si sí, si no, o si todo lo contrario. Y a veces, ni tan siquiera parece que sepamos más que escuchar. Es algo que con nosotros va de suyo, como el acento. Me pasa a mi, le pasa a la gente del pueblo, a Rouco Varela, ¡no ibas a ser tú una excepción!
De algún modo, todos somos como esas postales de Copenhage. Siempre creemos tener algo que mostrar, o algo que enseñar, y lo único que realmente tendemos a hacer con acierto es escuchar. Lo único que puedes hacer frente a ello es ser más listo que el resto y empezar a cobrar por hacer la labor que a un psicólogo corresponde. Y qué que no hayas cursado tales estudios, al fin y al cabo, ellos utilizan igualmente tus hombros como clinex, ¿no?
Sería un buen negocio si te falla eso a lo que te dedicas. No necesitarías ni tan siquiera alquilar ningún local para ejercer, pues te bastaría con sentarte a esperar, como habitualmente haces. Lo único que diferenciaría tu situación actual de ello sería que la borrachera diaria la pagarían quienes sus penas te cuentan, pero no en calidad de ebrio, sino en calidad de paciente. Y es que a mi la paciencia cuando visito a Ernie en el Savoy no me hace falta, ya que al fin y al cabo aquella gente y sus historias son interesantes, pero esto, aún en tal apariencia, cambia radicalmente cuando posas tu mirada en aquella esquina y ves a aquellos tipos, o peor aún, cuando la posas en la esquina de enfrente y ves como con la suya los desnudan aquellos híbridos obtenidos de entre una zorra y un lagarto.
Definitivamente, es el futuro que te auguro si algún día la crisis arriba a tu vida. Ya te he dicho alguna vez que la videncia no es mi fuerte, pero en ocasiones como esta, sí lo es la evidencia. Y qué si no tienes el título que te permite ejercer, te basta con lo que de la vida aprendes. Eres psicólogo porque así te ven ellos. De ello ejerces, y hasta ellos han hecho de La Lola's tu lugar de trabajo, como lo para mi lo es el Savoy de culto.
Sólo te falta, muchacho, recibir y enmarcar en esa pared húmeda una postal de Copenhage cuyo dorso hable más y calle menos de lo que tú serás jamás capaz para dejar de serlo de hecho y pasar a serlo de derecho.
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miércoles, 18 de febrero de 2009
Drinking again
A veces, como a Pedro le ocurre en el anterior relato, uno tiene la sensación de querer contar algo y no saber el qué. Otras, las menos, directamente no existe nada que contar, y uno se refugia en el alcohol. Y otras, sin ni tan siquiera alcohol, uno acaba escribiendo sin saber bien sobre el qué.
Para Pedro el alcohol es un estímulo, para mi, en ocasiones, lo es la música. Es de recibo, pues, acompañar al último relato de una canción donde se mencione la bebida.
Para Pedro el alcohol es un estímulo, para mi, en ocasiones, lo es la música. Es de recibo, pues, acompañar al último relato de una canción donde se mencione la bebida.
Alcohólicos anónimos
Estoy desganado, chico, falto de inspiración. Ni tan siquiera esta me acompaña para dejar este folio en blanco y encontrar una excusa mejor para ello que la muerte de mi décima abuela. Tampoco tengo mayor salvoconducto que el alcohol. No se me ocurre otra cosa que no sea el dejar mi cuaderno apartado y mojar mis labios en ron. Empieza hasta a darme igual el ir a recibir una nueva amenaza de despido si no encuentro de qué hablar, pero es que esa es la realidad, sólo me apetece beber hasta perder el control. No, chico, no soy un alcohólico. Sólo soy un borracho. Los alcohólicos van a reuniones, y yo estas sólo las frecuento cuando voy a recibir órdenes más específicas que un simple "espero tu opinión, sin tu paja es más difícil acabar esta mierda".
Si fuera esto el Savoy, como Chester Newman, escribiría sobre las gentes que aquí habitan, pero no creo que lo que el hombre de la cizaña cuenta sobre Las Tres Desgracias venda. Ni tampoco el hablar de los polvos de a nueva corista con aquel dos-neuronas. Entre otras cosas, porque no son gente de glamour como esa de la que Alvite habla. No. La almas que por aquí transitan parecen más sacadas de películas de serie "B" que de un film de Hollywood. Son estos personajes a los tipos duros del Savoy lo que las mujeres Almodóvar a las de Woody Allen, Penélope Cruz aparte. Basta para darse cuenta de ello con ver que aún americanizando su nombre con su diminutivo, John no es ni la sombra de Ernie Loquasto, o con ver que mientras en el Savoy recibirías un disparo por no referirte a alguien con sus apellidos, aquí da la sensación de que sólo existen nombres, y de conocerse más allá de estos, el nombrar los apellidos sería condición suficiente para recibir un par de caricias de los chicos del billar.
Es lo suyo, chico. En el local de la Gran Manzana, me sería fácil escribir. Sé que estarás pensando. En efecto, jamás he estado en el Savoy, pero por lo que Alvite cuenta, no veo más semejanza entre un lado del charco y el otro que el sexo del dueño del local. Y es que al contrario de lo que allí me ocurriría, aquí lo único que percibo como sencillo es el gastarme más en ver a Irene y Leyre que a mi propia novia. Sólo me ha faltado el sábado regalarles a ellas las flores en lugar de a mi chica, o que como ocurre contigo, recibir de ellas el apelativo de "cariño". Me falta para ser capaz de inspirarme en algo de este local no la suerte de recibir ese apelativo, ni tampoco el contar con una actuación como la tuya del otro día, sino aquella que supondría el que el matarratas me lo echasen en la copa en una mayor cantidad que el alcohol. Quizá así, más sobrio, pudiera tener, como tú, algo más que contar sobre esta gentuza que los pasos que me lleva el llegar al aseo a aliviarme.
Sí, me parecen gentuza, pero no me malinterpretes. No soy mejor que ellos. Después de todo, todos meamos en el mismo orinal (salvo Las Tres Desgracias, o eso creo, pues todavía estoy por descubrir si tienen o no rabo), y a todos nos sirve la misma chica que Juan se folla. Todos venimos aquí sino diariamente, casi, a ver como ella nos pone alcohol, y lo que no es alcohol, y a escuchar como Irene intenta emular a las grandes voces, olvidando que es conditio sine qua non para destacar en la música más allá de este sitio no sólo tener buena voz, sino el comprimir el pecho y enseñar cinco centímetros más de pierna.
Definitivamente, creo que no. No hay razones por las cuales no emborracharme hoy de nuevo, salvo que mi novia venga ahora y lo remedie. Otra puta noche más estoy en este rincón escuchando a Irene y bebiendo matarratas con ron. Otra puta noche más estoy aquí sin saber sobre qué escribir. Sin embargo, otra puta noche más estoy aquí mejor que en ningún otro lado.
Otra puta noche más comienzo a pensar que quizá deba reconocer la obviedad y que quizá sí sea yo un alcohólico. Después de todo, soy un bebedor anónimo que se reúne periódicamente con otros pobres hombres igual o más borrachos que yo, ¿no?
La única diferencia, chico, es que para mi no existe rehabilitación. La única diferencia, chico, es que yo no tengo una historia que contar.
Si fuera esto el Savoy, como Chester Newman, escribiría sobre las gentes que aquí habitan, pero no creo que lo que el hombre de la cizaña cuenta sobre Las Tres Desgracias venda. Ni tampoco el hablar de los polvos de a nueva corista con aquel dos-neuronas. Entre otras cosas, porque no son gente de glamour como esa de la que Alvite habla. No. La almas que por aquí transitan parecen más sacadas de películas de serie "B" que de un film de Hollywood. Son estos personajes a los tipos duros del Savoy lo que las mujeres Almodóvar a las de Woody Allen, Penélope Cruz aparte. Basta para darse cuenta de ello con ver que aún americanizando su nombre con su diminutivo, John no es ni la sombra de Ernie Loquasto, o con ver que mientras en el Savoy recibirías un disparo por no referirte a alguien con sus apellidos, aquí da la sensación de que sólo existen nombres, y de conocerse más allá de estos, el nombrar los apellidos sería condición suficiente para recibir un par de caricias de los chicos del billar.
Es lo suyo, chico. En el local de la Gran Manzana, me sería fácil escribir. Sé que estarás pensando. En efecto, jamás he estado en el Savoy, pero por lo que Alvite cuenta, no veo más semejanza entre un lado del charco y el otro que el sexo del dueño del local. Y es que al contrario de lo que allí me ocurriría, aquí lo único que percibo como sencillo es el gastarme más en ver a Irene y Leyre que a mi propia novia. Sólo me ha faltado el sábado regalarles a ellas las flores en lugar de a mi chica, o que como ocurre contigo, recibir de ellas el apelativo de "cariño". Me falta para ser capaz de inspirarme en algo de este local no la suerte de recibir ese apelativo, ni tampoco el contar con una actuación como la tuya del otro día, sino aquella que supondría el que el matarratas me lo echasen en la copa en una mayor cantidad que el alcohol. Quizá así, más sobrio, pudiera tener, como tú, algo más que contar sobre esta gentuza que los pasos que me lleva el llegar al aseo a aliviarme.
Sí, me parecen gentuza, pero no me malinterpretes. No soy mejor que ellos. Después de todo, todos meamos en el mismo orinal (salvo Las Tres Desgracias, o eso creo, pues todavía estoy por descubrir si tienen o no rabo), y a todos nos sirve la misma chica que Juan se folla. Todos venimos aquí sino diariamente, casi, a ver como ella nos pone alcohol, y lo que no es alcohol, y a escuchar como Irene intenta emular a las grandes voces, olvidando que es conditio sine qua non para destacar en la música más allá de este sitio no sólo tener buena voz, sino el comprimir el pecho y enseñar cinco centímetros más de pierna.
Definitivamente, creo que no. No hay razones por las cuales no emborracharme hoy de nuevo, salvo que mi novia venga ahora y lo remedie. Otra puta noche más estoy en este rincón escuchando a Irene y bebiendo matarratas con ron. Otra puta noche más estoy aquí sin saber sobre qué escribir. Sin embargo, otra puta noche más estoy aquí mejor que en ningún otro lado.
Otra puta noche más comienzo a pensar que quizá deba reconocer la obviedad y que quizá sí sea yo un alcohólico. Después de todo, soy un bebedor anónimo que se reúne periódicamente con otros pobres hombres igual o más borrachos que yo, ¿no?
La única diferencia, chico, es que para mi no existe rehabilitación. La única diferencia, chico, es que yo no tengo una historia que contar.
martes, 17 de febrero de 2009
Vidas cruzadas
Cruce de caminos. Sendas paralelas. Carreteras que fluyen una junto a otra. Vidas cruzadas. Muchas son las vidas que se encuentran en algún momento. Personalmente, esperaré a que así ocurra y nuestros caminos se crucen. Mientras, estos dos grandes, Iván Ferreiro y Quique González, son los que más cerca pasan del sentido del último relato con el siguiente tema.
Cruce de caminos
"Lo nuestro es imposible, chico. Son las nuestras vidas cruzadas, sí, pero aún cuando nuestros cruces confluyen en la barra de La Lola's Club, son nuestros hábitos radicalmente distintos, más allá del sexo que en el Hotel California pueda haber. Por más que quiera pensar en ella como algo más que un objeto sexual, la razón me impide hacer otra cosa que no sea simplemente follármela".
Juan era claro con respecto a Leyre. Ni tan siquiera en una conversación con tal apariencia de seriedad como aquella le hacía descubrir más de sí que no fuesen sus escarceos con la camarera del local y su corazón roto. Sí parecía, sin embargo, establecer con sus palabras una clara diferencia entre el acto sexual como mera acción insustancial y el hecho de que en este pudiera haber amor. Jamás he entendido ese afán suyo de establecer entre los dos la imposibilidad de que exista algo más. Dice el anuncio de un multinacional de ropa deportiva que "impossible is nothing", pero él no entiende a esa razón. Tampoco seré yo quién intente hacerle razonar. Después de todo, él sabrá a quién le hace el amor o a quién se folla…
Lo cierto es que aquella conversación con Juan me dejó bastante pensativo. Quizá, en cierto modo, me sentía identificado con sus palabras o con su historia.
En mi historia, sin embargo, mi mentalidad dista de la suya y se asemeja más a la de la incombustible Leyre. Como ella, también yo he intentado siempre ir más allá sin éxito, aunque en mi caso ni tan siquiera el Hotel California me alivie. Tampoco es que me importe esto último, pero sí puede considerarse una de las grandes diferencias. Como semejanza, puede establecerse el comienzo, en ambos casos en forma de juego por parte del varón de turno. Pueden considerarse también nuestras historias parecidas en que en uno y otro caso, es confuso el sentimiento de uno de los protagonistas. Por contra, mientras a ellos les separan unos minutos, a nosotros lo hacen unas cuantas horas…
Así, enumerando convergencias y divergencias, podría estar más horas de las que nos llevaría estar cercanos, pero a decir verdad, de poco serviría. Y es que no por mucho lamentarme o alegrarme, cambiará mi historia como creo pudiera cambiar la suya.
Dice Juan que las suyas son vidas cruzadas. Radica ahí mi empecinamiento en que lo suyo no sea una historia imposible. Cuando una persona se cruza en el camino de la otra, lo fácil es poner mil y una excusas con las que intentar maquillar el rechazo, pero jamás he visto otro caso en el que la existencia de un nexo común fuese justamente el impedimento para seguir adelante. Me niego a creer que es esa la razón verdadera. O simplemente Leyre no le atrae lo suficiente, o hay algo más en la vida de Juan para que su cabezonería sea inversamente proporcional a mis ganas de ejercer de Celestina en un caso como este.
Y es que ya quisiera yo que un cruce de caminos apareciese en mi vida. Todo sería mucho más fácil. De darse, no haría lo que hoy día, resignarme a algo que aún teniendo mucha más sustancia que su relación, no acaba de equipararme a Pedro y a eso que el sábado pudo sentir él aún sin subirse al escenario de La Lola's.
Todo será cuestión, quizá, de que en medio de mi resignación intente convencer a Leyre de que un clavo saca otro clavo. Después de todo, yo tengo mucho amor por dar, y ella a cambio tan sólo tendría que cambiar de caballo en el que cabalgar, como Juan suele decir.
No creo que sea yo precisamente Humphrey Bogart, ni voy rompiendo corazones por doquier, pero después de todo tampoco creo que ella desayune con diamantes, ni tampoco se parece a Audrey Hepburn. Lo que sí sé seguro es que si un cruce de caminos uniese nuestras vidas, jamás emularía a mi compañero de borrachera y me empeñaría en otra cosa que no fuese impedir que nuestras sendas jamás se separen.
Juan era claro con respecto a Leyre. Ni tan siquiera en una conversación con tal apariencia de seriedad como aquella le hacía descubrir más de sí que no fuesen sus escarceos con la camarera del local y su corazón roto. Sí parecía, sin embargo, establecer con sus palabras una clara diferencia entre el acto sexual como mera acción insustancial y el hecho de que en este pudiera haber amor. Jamás he entendido ese afán suyo de establecer entre los dos la imposibilidad de que exista algo más. Dice el anuncio de un multinacional de ropa deportiva que "impossible is nothing", pero él no entiende a esa razón. Tampoco seré yo quién intente hacerle razonar. Después de todo, él sabrá a quién le hace el amor o a quién se folla…
Lo cierto es que aquella conversación con Juan me dejó bastante pensativo. Quizá, en cierto modo, me sentía identificado con sus palabras o con su historia.
En mi historia, sin embargo, mi mentalidad dista de la suya y se asemeja más a la de la incombustible Leyre. Como ella, también yo he intentado siempre ir más allá sin éxito, aunque en mi caso ni tan siquiera el Hotel California me alivie. Tampoco es que me importe esto último, pero sí puede considerarse una de las grandes diferencias. Como semejanza, puede establecerse el comienzo, en ambos casos en forma de juego por parte del varón de turno. Pueden considerarse también nuestras historias parecidas en que en uno y otro caso, es confuso el sentimiento de uno de los protagonistas. Por contra, mientras a ellos les separan unos minutos, a nosotros lo hacen unas cuantas horas…
Así, enumerando convergencias y divergencias, podría estar más horas de las que nos llevaría estar cercanos, pero a decir verdad, de poco serviría. Y es que no por mucho lamentarme o alegrarme, cambiará mi historia como creo pudiera cambiar la suya.
Dice Juan que las suyas son vidas cruzadas. Radica ahí mi empecinamiento en que lo suyo no sea una historia imposible. Cuando una persona se cruza en el camino de la otra, lo fácil es poner mil y una excusas con las que intentar maquillar el rechazo, pero jamás he visto otro caso en el que la existencia de un nexo común fuese justamente el impedimento para seguir adelante. Me niego a creer que es esa la razón verdadera. O simplemente Leyre no le atrae lo suficiente, o hay algo más en la vida de Juan para que su cabezonería sea inversamente proporcional a mis ganas de ejercer de Celestina en un caso como este.
Y es que ya quisiera yo que un cruce de caminos apareciese en mi vida. Todo sería mucho más fácil. De darse, no haría lo que hoy día, resignarme a algo que aún teniendo mucha más sustancia que su relación, no acaba de equipararme a Pedro y a eso que el sábado pudo sentir él aún sin subirse al escenario de La Lola's.
Todo será cuestión, quizá, de que en medio de mi resignación intente convencer a Leyre de que un clavo saca otro clavo. Después de todo, yo tengo mucho amor por dar, y ella a cambio tan sólo tendría que cambiar de caballo en el que cabalgar, como Juan suele decir.
No creo que sea yo precisamente Humphrey Bogart, ni voy rompiendo corazones por doquier, pero después de todo tampoco creo que ella desayune con diamantes, ni tampoco se parece a Audrey Hepburn. Lo que sí sé seguro es que si un cruce de caminos uniese nuestras vidas, jamás emularía a mi compañero de borrachera y me empeñaría en otra cosa que no fuese impedir que nuestras sendas jamás se separen.
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Jesús Domínguez,
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sábado, 14 de febrero de 2009
¿Donde estás?
En días como hoy, cualquier alma errante piensa en el amor sin que ello sea motivo de expulsión del local. En días como hoy, cualquier arrastrado tiene derecho a hablar de amor, aún cuando no esté enamorado. Los que lo están, hablarán de sus parejas o de quién lo estén. Los que no, se preguntarán donde está su media naranja.
Personalmente, aún diciendo te quiero, o felicitando el día a alguien, yo no sé donde está la mia. Por ello, en días como hoy canto con esas cuatro almas errantes al amor, como en esta canción lo hacen cuatro grandes: Enrique Bunbury, Jaime Urrutia, Loquillo y Andrés Calamaro.
Personalmente, aún diciendo te quiero, o felicitando el día a alguien, yo no sé donde está la mia. Por ello, en días como hoy canto con esas cuatro almas errantes al amor, como en esta canción lo hacen cuatro grandes: Enrique Bunbury, Jaime Urrutia, Loquillo y Andrés Calamaro.
Días como hoy...
En días como hoy, cualquier alma errante piensa en el amor sin que ello sea motivo de expulsión del local. En días como hoy, cualquier arrastrado tiene derecho a hablar de amor, aún cuando no esté enamorado. Los que lo están, hablarán de sus parejas o de quién lo estén. Los que no, se preguntarán donde está su media naranja.
Pedro es el único habitual en La Lola's que en un día como hoy tiene media naranja. Ese pobre pollo que según Alvite no sabe aún si cuece o enriquece con su prosa periodística, es el único que no tiene derecho a subirse hoy al escenario de La Lola's a cantar al amor, aunque sea el único que conozca hoy día de su significado. Y es que en La Lola's Club no se le da ese cáriz romántico a un día así.
Gustavo, Marco, Juan y Diego, consideran que es más que el día del amor, un día más de esos en los cuales El Corte Inglés se hace su agosto aún quedando mucho para que este llegue. No piensan en un día así en encontrar pareja, no. Piensan, más bien, en hacer lo mismo de todos los días, emborracharse, con la única diferencia de que en días así, hasta John se desmelena y deja de pensar en dinero y putas para pensar, más bien, en pasárselo bien. En días así, pone a sus clientes habituales las copas a mitad de precio y con la mitad del matarratas habitual. No quiere en un día así matar a los suyos. No sin antes reírse con ellos y sus desamores un rato, esos desamores que hoy sirven para cantar al amor alto, fuerte y alcoholizado.
¿Y qué que no tenga pareja ninguno de los cuatro? No es motivo para dejar de desplazar a Irene de su protagonismo habitual en el escenario, coger los instrumentos, y sonar como cuatro grandes, no por sus voces ni por su destreza musical, sino por sus corazones rotos de una forma tan peculiarmente cómica. Cantan ellos cuatro no a una mujer, sino a un ente. Para ellos el amor es como Dios, todos creen en él, pero ninguno lo ha visto ni ha experimentado en sus propias carnes alguno de sus milagros. No. Lo único que han podido experimentar, a lo sumo, es sexo. Y tampoco el sexo es, dicen, todo lo gratificante que pudiera ser mediando amor de verdad, lo mismo que el vino no sabe igual si no tienes la seguridad de que antes de que Jesucristo actuase, no era más que agua.
De estar hoy Alvite en La Lola's, saldría asombrado. O también mareado. Acostumbrado a los tipos duros del Savoy, dudo que fuese capaz de dar crédito al espectáculo que vería y a lo que sus oídos sufrirían. Seguramente, de hecho, le pareciese más que deplorable, pero también lo es Ortega Cano cuando torea, y no por ello deja de considerarse tal hecho un espectáculo. Tampoco creo que a las cuatro almas errantes les importe. Después de todo, hasta Frankie cantaba en ocasiones al amor, o a alguna de las mujeres que por su vida transitaban cuan automóviles por la Gran Manzana.
Lo único que a ellos les importa hoy, a buen seguro, es el tener un pretexto más para emborracharse, divertirse y hablar mal de las mujeres que por sus vidas han pasado, con la salvedad de que el plato del día no sería spaghetti carbonara, sino canto al ron, aderezado con un chorro de savoir-faire y con guarnición de pendenciero.
Le cantan hoy a ella, aún cuando no conocen su identidad. Y es que dicen siempre que el mejor amor está por llegar. La quieren ya de antemano, sin saber si será rubia o morena, alta o baja. La quieren porque la tienen que querer, como Pedro a su chica o como Leyre a Juan. La quieren porque, como quien cree en Dios, a alguien tienen que querer. La quieren porque hoy toca. En este día de San Corte Inglés, incluso para ellos, es pecado no querer a alguien.
Incluso yo he dicho hoy te quiero, o he felicitado a alguien, ¿y qué? Puede que me esté ablandando. El otro día cogí la trompeta para acompañar a Leyre, hoy cogí flores para regalarlas a Dios sabe quién, pero es que en días así, yo también quiero a esa chica a la que ellos cantan. Esa chica ideal de cuya identidad no tienen idea. Después de todo, ni esto es el Savoy, ni yo soy un tipo duro…
Feliz día de San Valentín a los enamorados y del San Corte Inglés a los arrastrados.
Pedro es el único habitual en La Lola's que en un día como hoy tiene media naranja. Ese pobre pollo que según Alvite no sabe aún si cuece o enriquece con su prosa periodística, es el único que no tiene derecho a subirse hoy al escenario de La Lola's a cantar al amor, aunque sea el único que conozca hoy día de su significado. Y es que en La Lola's Club no se le da ese cáriz romántico a un día así.
Gustavo, Marco, Juan y Diego, consideran que es más que el día del amor, un día más de esos en los cuales El Corte Inglés se hace su agosto aún quedando mucho para que este llegue. No piensan en un día así en encontrar pareja, no. Piensan, más bien, en hacer lo mismo de todos los días, emborracharse, con la única diferencia de que en días así, hasta John se desmelena y deja de pensar en dinero y putas para pensar, más bien, en pasárselo bien. En días así, pone a sus clientes habituales las copas a mitad de precio y con la mitad del matarratas habitual. No quiere en un día así matar a los suyos. No sin antes reírse con ellos y sus desamores un rato, esos desamores que hoy sirven para cantar al amor alto, fuerte y alcoholizado.
¿Y qué que no tenga pareja ninguno de los cuatro? No es motivo para dejar de desplazar a Irene de su protagonismo habitual en el escenario, coger los instrumentos, y sonar como cuatro grandes, no por sus voces ni por su destreza musical, sino por sus corazones rotos de una forma tan peculiarmente cómica. Cantan ellos cuatro no a una mujer, sino a un ente. Para ellos el amor es como Dios, todos creen en él, pero ninguno lo ha visto ni ha experimentado en sus propias carnes alguno de sus milagros. No. Lo único que han podido experimentar, a lo sumo, es sexo. Y tampoco el sexo es, dicen, todo lo gratificante que pudiera ser mediando amor de verdad, lo mismo que el vino no sabe igual si no tienes la seguridad de que antes de que Jesucristo actuase, no era más que agua.
De estar hoy Alvite en La Lola's, saldría asombrado. O también mareado. Acostumbrado a los tipos duros del Savoy, dudo que fuese capaz de dar crédito al espectáculo que vería y a lo que sus oídos sufrirían. Seguramente, de hecho, le pareciese más que deplorable, pero también lo es Ortega Cano cuando torea, y no por ello deja de considerarse tal hecho un espectáculo. Tampoco creo que a las cuatro almas errantes les importe. Después de todo, hasta Frankie cantaba en ocasiones al amor, o a alguna de las mujeres que por su vida transitaban cuan automóviles por la Gran Manzana.
Lo único que a ellos les importa hoy, a buen seguro, es el tener un pretexto más para emborracharse, divertirse y hablar mal de las mujeres que por sus vidas han pasado, con la salvedad de que el plato del día no sería spaghetti carbonara, sino canto al ron, aderezado con un chorro de savoir-faire y con guarnición de pendenciero.
Le cantan hoy a ella, aún cuando no conocen su identidad. Y es que dicen siempre que el mejor amor está por llegar. La quieren ya de antemano, sin saber si será rubia o morena, alta o baja. La quieren porque la tienen que querer, como Pedro a su chica o como Leyre a Juan. La quieren porque, como quien cree en Dios, a alguien tienen que querer. La quieren porque hoy toca. En este día de San Corte Inglés, incluso para ellos, es pecado no querer a alguien.
Incluso yo he dicho hoy te quiero, o he felicitado a alguien, ¿y qué? Puede que me esté ablandando. El otro día cogí la trompeta para acompañar a Leyre, hoy cogí flores para regalarlas a Dios sabe quién, pero es que en días así, yo también quiero a esa chica a la que ellos cantan. Esa chica ideal de cuya identidad no tienen idea. Después de todo, ni esto es el Savoy, ni yo soy un tipo duro…
Feliz día de San Valentín a los enamorados y del San Corte Inglés a los arrastrados.
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miércoles, 11 de febrero de 2009
Pájaros en la cabeza
Pocas veces he tenido tan clara la banda sonora de alguno de mis relatos.
Pocas veces he tenido menos argumentos para considerar una canción banda sonora de un relato.
Pocas veces, también, he sido capaz de encontrar un acompañamiento mejor para una de mis entradas que la que ahora he encontrado con el gran Ismael Serrano.
Pocas veces he tenido menos argumentos para considerar una canción banda sonora de un relato.
Pocas veces, también, he sido capaz de encontrar un acompañamiento mejor para una de mis entradas que la que ahora he encontrado con el gran Ismael Serrano.
Y la rata se comió al gato
Siempre me considere un hombre abstemio, chico. Siempre, hasta que la encontré a ella. En el tercer abrazo que le di, de forma repelente, me dijo "suéltame, borracho". Me di cuenta entonces de que quizá no fuese la que yo mismo hacía la mejor definición posible de mi persona. Y menos, teniendo en cuenta que siempre he acostumbrado a bajar a la calle sobrio y volver a casa arrastrándome a gatas por las escaleras.
No se puede decir que en el momento en que empezó a formar parte de mi vida, se debiese a que me encontrase con ella de bruces. Más bien, creo que fue ella quién me encontró a mi. Cierto es que ella estaba en aquella tienda antes de que yo entrase, sí, pero de no haberse cruzado en mi camino, no creo que ahora estuviese conmigo. Y es que cuando buscaba un ramo de flores que me gustasen para la que por aquel entonces era mi chica, choqué con ella provocando que acabase por los suelos.
"El que rompe paga", dijo la dependienta, y puestos a pagar, por muy fea que me pareciese en el momento, decidí llevarme la planta a casa. No compré flores, y ese mismo día, mi chica me dejó, pero la cizaña, a día de hoy, todavía sigue siéndome más fiel que aquella puta que no me perdonó que le comprase aquellos bombones rellenos de licor. Todavía no acierto a saber el porqué ocurrió así, pero sí la razón por la cual desde aquel maldito momento renegué del licor y el alcohol, aunque en este último me refugie desde entonces.
Quizá tuviese otro, o quizá no le gustase la idea de engordar y pasar a tener más cintura que tobillo. Ahora que lo pienso, lo suyo sería que le hubiese regalado una paloma, pues no tenía más que pájaros en la cabeza. Ansiaba, por esto, volar y sin embargo, más que pájaro, acabó siendo rata. A lo mejor las alas debía habérselas regalado yo. Por su carácter, lo justo es reconocer no la habría convertido en ángel, pero sí que sí habría provocado su conversión en un roedor alado. Y es que eso hacía conmigo, roer mis huesos y darme sólo cariño y sexo cuando le convenía. Siempre fui un lince para reconocer a gente así, chico, pero ella me domesticó como a un gato. Luego, la curiosidad me mató, y ella solita me comió, hasta el día en que lo que no quiso comer fueron unos bombones. Increíble, sí, pero cierto. Por una vez, la rata comió al gato.
Aquel día acababa de comprar esta planta que siempre me acompaña, chico. Lástima que no me hubiese hecho con una carnívora. Una planta que a su paso abriese las fauces y la devorase. Todavía tengo esperanzas en que mi sueño se cumpla, como si fuese yo Gepetto y esta maceta mi Pinocho. Muchas veces, en mis delirios, pienso que es Irene mi hada roja, y que ella me hará devolvérselas todas juntas, relegándola al olvido y a ser alimento de mi cizaña. Pido mucho, lo sé. El jazz no hace milagros, sólo provoca desgracias, pero y qué si deseo verla igual de carcomida que como ella me dejó. Después de todo, al peor sitio al que me puede llevar el rencor es al infierno, y dudo mucho que aquello diste mucho de esto más allá de un par de grados, porque las putas y sus hijos ya los vemos en este mundo todos los días.
No, chico. Soy rencoroso, pero no un resentido. No le deseo nada bueno, pero tampoco creo que el abrazarla a ella fuese mejor que abrazar mi maceta. Después de todo, con esta el sol y el agua no me costarán tanto como el llevarla a ella a la playa o pagarle sus refrigerios. Es más, regarla e iluminarla, no me costará más que aquella puta caja de bombones que sólo sirvió como detonante de todo. Como detonante para que la rata escupiese al gato y me llevase a lo que soy hoy, un perro cizañero y sin más curiosidad que la de saber con qué copa me podré considerar hoy ebrio, o tras la cual volver a declararme abstemio.
No se puede decir que en el momento en que empezó a formar parte de mi vida, se debiese a que me encontrase con ella de bruces. Más bien, creo que fue ella quién me encontró a mi. Cierto es que ella estaba en aquella tienda antes de que yo entrase, sí, pero de no haberse cruzado en mi camino, no creo que ahora estuviese conmigo. Y es que cuando buscaba un ramo de flores que me gustasen para la que por aquel entonces era mi chica, choqué con ella provocando que acabase por los suelos.
"El que rompe paga", dijo la dependienta, y puestos a pagar, por muy fea que me pareciese en el momento, decidí llevarme la planta a casa. No compré flores, y ese mismo día, mi chica me dejó, pero la cizaña, a día de hoy, todavía sigue siéndome más fiel que aquella puta que no me perdonó que le comprase aquellos bombones rellenos de licor. Todavía no acierto a saber el porqué ocurrió así, pero sí la razón por la cual desde aquel maldito momento renegué del licor y el alcohol, aunque en este último me refugie desde entonces.
Quizá tuviese otro, o quizá no le gustase la idea de engordar y pasar a tener más cintura que tobillo. Ahora que lo pienso, lo suyo sería que le hubiese regalado una paloma, pues no tenía más que pájaros en la cabeza. Ansiaba, por esto, volar y sin embargo, más que pájaro, acabó siendo rata. A lo mejor las alas debía habérselas regalado yo. Por su carácter, lo justo es reconocer no la habría convertido en ángel, pero sí que sí habría provocado su conversión en un roedor alado. Y es que eso hacía conmigo, roer mis huesos y darme sólo cariño y sexo cuando le convenía. Siempre fui un lince para reconocer a gente así, chico, pero ella me domesticó como a un gato. Luego, la curiosidad me mató, y ella solita me comió, hasta el día en que lo que no quiso comer fueron unos bombones. Increíble, sí, pero cierto. Por una vez, la rata comió al gato.
Aquel día acababa de comprar esta planta que siempre me acompaña, chico. Lástima que no me hubiese hecho con una carnívora. Una planta que a su paso abriese las fauces y la devorase. Todavía tengo esperanzas en que mi sueño se cumpla, como si fuese yo Gepetto y esta maceta mi Pinocho. Muchas veces, en mis delirios, pienso que es Irene mi hada roja, y que ella me hará devolvérselas todas juntas, relegándola al olvido y a ser alimento de mi cizaña. Pido mucho, lo sé. El jazz no hace milagros, sólo provoca desgracias, pero y qué si deseo verla igual de carcomida que como ella me dejó. Después de todo, al peor sitio al que me puede llevar el rencor es al infierno, y dudo mucho que aquello diste mucho de esto más allá de un par de grados, porque las putas y sus hijos ya los vemos en este mundo todos los días.
No, chico. Soy rencoroso, pero no un resentido. No le deseo nada bueno, pero tampoco creo que el abrazarla a ella fuese mejor que abrazar mi maceta. Después de todo, con esta el sol y el agua no me costarán tanto como el llevarla a ella a la playa o pagarle sus refrigerios. Es más, regarla e iluminarla, no me costará más que aquella puta caja de bombones que sólo sirvió como detonante de todo. Como detonante para que la rata escupiese al gato y me llevase a lo que soy hoy, un perro cizañero y sin más curiosidad que la de saber con qué copa me podré considerar hoy ebrio, o tras la cual volver a declararme abstemio.
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martes, 10 de febrero de 2009
A song for you
Hacía tiempo que no me dejaba caer por El Rincón de los Arrastrados. Tiempo que no veía, pues, a la mujer de rojo y a mi camarera favorita. Ahora, ya con más tiempo libre, he vuelto a La Lola's Club. Al entrar, sonaba esta canción:
Lágrimas de suavidad
Jamás mis manos han destacado por ser excesivamente suaves. Se puede decir, de hecho, que mi suavidad era casi como la de una lija. No es que fuesen tan cortantes mis manos como a veces lo son mis palabras, pero casi. Sin embargo, aquel rato en La Lola's lo cambió todo. No acostumbro a tomar entre mis manos a nadie de esa manera, pero ella me obligó. Esa boca, esa voz, el ambiente... Todo. Todo era propicio para que la tomase entre mis manos y me dejase llevar.
A decir verdad, hacía mucho tiempo no sólo que mis actos no contradecían a mi habitual prudencia, sino incluso que no tocaba, o no al menos con la pasión que en ese momento me embargó.
Suelen ser los lunes días donde la improvisación se apodera de La Lola's. Son estos días atípicos, ya que las cucarachas que esperan en el callejón para dar una paliza al insecticida que dentro se encuentra son más que los clientes que acompañan dentro al asesino de insectos. Combaten en días así el aburrimiento Leyre pensando en él, John en putas e Irene en cambiar el curso de sus habituales actuaciones. En esto, me pidió Irene que tomase entre mis manos una trompeta y le acompañase en uno de sus temas.
Aunque no eran muchas las almas errantes de nuestro rincón, al subir con ella al escenario sufrí pánico escénico, hasta que supe qué tema iba a tocar. Desde la barra, John me sonrió, ante lo cual me di cuenta que había sido él quién había dicho a la guapa corista que en otros tiempos, la trompeta y yo éramos íntimos. La cogí entre mis manos, y ahí se acabó todo. El jazz me envolvió como jamás en la barra lo hacía. Por primera vez, me sentí protagonista en La Lola's, aunque únicamente las cucarachas del callejón prestasen atención más allá de quienes siempre me rodean como los fieles al predicador, aún cuando son ellos quienes predican con sus penas siendo únicamente fieles al alcohol. Fueron sólo cinco los minutos que allí encima estuve, pero fueron cinco minutos en los que me pareció haber superado el vértigo viendo el mundo desde su cúspide junto a quién durante esos momentos me parecía casi una diosa. A decir verdad, también al bajarme me lo pareció, sólo que se me pasó en cuanto Leyre me devolvió a la realidad y a la falta de líbido con sus lágrimas.
Puede decirse que era para ella un lunes normal. Uno de esos en los que estaba más amargada que Las Tres Desgracias, y en los cuales el trago que más le apetecía tomar era ácido sulfúrico. Sólo le frenaba el pillarse cogorza con tal bebida el pensar que quizá al día siguiente volviese a estar con él en el Hotel California. Lo que diferenciaba ese lunes de otro es que las lágrimas no se debían a su ausencia de ese día, sino a que hacía ya un par de días que Juan no se pasaba por La Lola's. Era algo que se escapaba a mi conocimiento, ya que también yo he faltado a mi cita con nuestro rincón últimamente.
Lloraba, me decía, por no ser capaz de coger el teléfono y averiguar la razón de su ausencia. Lloraba por no saber nada de él. Lloraba por no tener suficiente valor para decir lo que siente. Lloraba por no saber si sus sentimientos son correspondidos. Lloraba por porque Irene había logrado tocarle la fibra sensible con el tema que a medias habíamos interpretado. Lloraba por llorar, pero sobre todo lloraba porque en aquel momento, lo que más ansiaba era que quién le dijese "cariño, esta canción para ti" no fuese la mujer de rojo, sino ese hombre cuya suavidad se asemeja a la de mis manos. Ese hombre que en ocasiones la trata como un despojo, pero ese hombre por el cual, al fin y al cabo, no es capaz de dejar de llorar.
A decir verdad, hacía mucho tiempo no sólo que mis actos no contradecían a mi habitual prudencia, sino incluso que no tocaba, o no al menos con la pasión que en ese momento me embargó.
Suelen ser los lunes días donde la improvisación se apodera de La Lola's. Son estos días atípicos, ya que las cucarachas que esperan en el callejón para dar una paliza al insecticida que dentro se encuentra son más que los clientes que acompañan dentro al asesino de insectos. Combaten en días así el aburrimiento Leyre pensando en él, John en putas e Irene en cambiar el curso de sus habituales actuaciones. En esto, me pidió Irene que tomase entre mis manos una trompeta y le acompañase en uno de sus temas.
Aunque no eran muchas las almas errantes de nuestro rincón, al subir con ella al escenario sufrí pánico escénico, hasta que supe qué tema iba a tocar. Desde la barra, John me sonrió, ante lo cual me di cuenta que había sido él quién había dicho a la guapa corista que en otros tiempos, la trompeta y yo éramos íntimos. La cogí entre mis manos, y ahí se acabó todo. El jazz me envolvió como jamás en la barra lo hacía. Por primera vez, me sentí protagonista en La Lola's, aunque únicamente las cucarachas del callejón prestasen atención más allá de quienes siempre me rodean como los fieles al predicador, aún cuando son ellos quienes predican con sus penas siendo únicamente fieles al alcohol. Fueron sólo cinco los minutos que allí encima estuve, pero fueron cinco minutos en los que me pareció haber superado el vértigo viendo el mundo desde su cúspide junto a quién durante esos momentos me parecía casi una diosa. A decir verdad, también al bajarme me lo pareció, sólo que se me pasó en cuanto Leyre me devolvió a la realidad y a la falta de líbido con sus lágrimas.
Puede decirse que era para ella un lunes normal. Uno de esos en los que estaba más amargada que Las Tres Desgracias, y en los cuales el trago que más le apetecía tomar era ácido sulfúrico. Sólo le frenaba el pillarse cogorza con tal bebida el pensar que quizá al día siguiente volviese a estar con él en el Hotel California. Lo que diferenciaba ese lunes de otro es que las lágrimas no se debían a su ausencia de ese día, sino a que hacía ya un par de días que Juan no se pasaba por La Lola's. Era algo que se escapaba a mi conocimiento, ya que también yo he faltado a mi cita con nuestro rincón últimamente.
Lloraba, me decía, por no ser capaz de coger el teléfono y averiguar la razón de su ausencia. Lloraba por no saber nada de él. Lloraba por no tener suficiente valor para decir lo que siente. Lloraba por no saber si sus sentimientos son correspondidos. Lloraba por porque Irene había logrado tocarle la fibra sensible con el tema que a medias habíamos interpretado. Lloraba por llorar, pero sobre todo lloraba porque en aquel momento, lo que más ansiaba era que quién le dijese "cariño, esta canción para ti" no fuese la mujer de rojo, sino ese hombre cuya suavidad se asemeja a la de mis manos. Ese hombre que en ocasiones la trata como un despojo, pero ese hombre por el cual, al fin y al cabo, no es capaz de dejar de llorar.
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miércoles, 4 de febrero de 2009
Hotel California
Dado el título de la anterior entrada, es de recibo que al último relato le acompañe la canción que le da nombre, "Hotel California".
Tema grandioso donde los haya. Simplemente, una de las mejores baladas rockeras de la historia, sino la mejor. Disfrutadla.
Tema grandioso donde los haya. Simplemente, una de las mejores baladas rockeras de la historia, sino la mejor. Disfrutadla.
Hotel California
No hay estos días mucho movimiento por La Lola's Club, dice John. Están los fieles. Los chicos del billar, con Las Tres Desgracias enfrente. El misógino Gustavo y el pendenciero Diego. Pedro y el pollo, y Marco y su cizaña. También Juan estaba. No así Alvite, de quién todos conocemos ya su funcionamiento. Como no, también estaban Leyre e Irene. Ay, Irene…
La verdad es que en el poco tiempo que llevaba en La Lola's había conseguido ya levantar pasiones y otros menesteres más masculinos. Cada vez que entre sus manos cogía el micrófono para dar la función por comenzada con su "buenas noches. Como cantábamos ayer…", un halo celestial la envolvía, y más de uno soñaba con que lo envuelto fuese su falo entre sus manos. Diferentes formas de concebir la sensualidad y la sexualidad.
"Mírala, parece una superestrella. Si algún día vuelvo a confiar en alguna mujer, espero topar con alguna que cante a mi micrófono como ella lo hace a ese objeto inanimado. Y espero que el mio sea capaz de animarlo", solía decir Gustavo a la tercera copa.
"Bah, tampoco es para tanto. Cualquier mujer de Ipanema, coja, sorda o manca, haría mejores trabajos que ella. Incluso cualquiera que fuese las tres cosas", sentenciaba Diego, haciéndose el interesante al citar uno de los muchos sitios en los que confraternizó con el sexo opuesto.
"Pues quieres que te diga, si algún día consiguiese dejar mi cizaña a más de veinte centímetros de mi, no me importaría que entre mis brazos la sustituyese ella…", añadía frecuentemente Marco.
Pedro completaba el sanedrín de sabios, pero como siempre, dilucidaba entre cocer comentando a viva voz o enriquecer mediante su pluma, para así evitar la inercia de la chabacanería.
Juan no solía unirse a la conversación. No es que no fuese buen conversador, ni tampoco que no gustase de la compañía del resto de contertulios. Simplemente, no le parecía de recibo alabar públicamente los atributos de la compañera de quién muchas veces acababa la noche con él en el Hotel California. Solía ser acusado por las otras caras conocidas del local de poco hombre por ello, pues ellos se pensaban que el latino del billar era la razón de que guardase silencio, desconocedores de que fuera de aquellas cuatro paredes, él tenía algo con quién les emborrachaba diariamente. Algo, por no decir sexo, ya que en él no había, ni mucho menos, amor.
Era aquel su nidito de amor, aunque no existiese tal sentimiento por su parte. Nadie sabía qué había en su vida para que él dispusiese siempre de la llave de esa habitación que tantas veces dejaban patas arriba, la 229. Tampoco nunca Leyre se había molestado en preguntar. "Es sólo un polvo", intentaba autoconvencerse frecuentemente. De ello había intentado convencer a Pedro cuando este reconoció haberlos visto una noche. Por suerte, en lugar de periodista, ejerció de confesor no contando nada a nadie, pensaba ella. Como si la gente de La Lola's fuese imbécil y no se diese cuenta de nada…
La propia Irene pareció darse cuenta rápido, aunque tampoco Leyre se lo puso difícil. Buscando un gesto cómplice por su parte, decidió un día pedir a la nueva corista que rompiese con los sus frecuentes esquemas y que emulase a los Eagles. Era uno de esos días de los que John me hablaba hoy. Uno de esos días donde ni tan siquiera vagaba por entre los pasillos de La Lola's una de esas plantas rodantes de las películas del oeste. Era como si aquellas almas errantes esperasen expectantes en sus sitios un duelo, o como si hubiesen yacido en el mismo.
Nada se movía en La Lola's Club cuando Leyre rompió a llorar ante la indiferencia de Juan hacia la que ella consideraba su canción. Todos desearon que los matojos pasasen cuán tupido velo cuando ella cayó. Y es que había perdido el duelo desde el mismo instante en que Irene dijo "buenas noches. Como cantábamos ayer…".
La verdad es que en el poco tiempo que llevaba en La Lola's había conseguido ya levantar pasiones y otros menesteres más masculinos. Cada vez que entre sus manos cogía el micrófono para dar la función por comenzada con su "buenas noches. Como cantábamos ayer…", un halo celestial la envolvía, y más de uno soñaba con que lo envuelto fuese su falo entre sus manos. Diferentes formas de concebir la sensualidad y la sexualidad.
"Mírala, parece una superestrella. Si algún día vuelvo a confiar en alguna mujer, espero topar con alguna que cante a mi micrófono como ella lo hace a ese objeto inanimado. Y espero que el mio sea capaz de animarlo", solía decir Gustavo a la tercera copa.
"Bah, tampoco es para tanto. Cualquier mujer de Ipanema, coja, sorda o manca, haría mejores trabajos que ella. Incluso cualquiera que fuese las tres cosas", sentenciaba Diego, haciéndose el interesante al citar uno de los muchos sitios en los que confraternizó con el sexo opuesto.
"Pues quieres que te diga, si algún día consiguiese dejar mi cizaña a más de veinte centímetros de mi, no me importaría que entre mis brazos la sustituyese ella…", añadía frecuentemente Marco.
Pedro completaba el sanedrín de sabios, pero como siempre, dilucidaba entre cocer comentando a viva voz o enriquecer mediante su pluma, para así evitar la inercia de la chabacanería.
Juan no solía unirse a la conversación. No es que no fuese buen conversador, ni tampoco que no gustase de la compañía del resto de contertulios. Simplemente, no le parecía de recibo alabar públicamente los atributos de la compañera de quién muchas veces acababa la noche con él en el Hotel California. Solía ser acusado por las otras caras conocidas del local de poco hombre por ello, pues ellos se pensaban que el latino del billar era la razón de que guardase silencio, desconocedores de que fuera de aquellas cuatro paredes, él tenía algo con quién les emborrachaba diariamente. Algo, por no decir sexo, ya que en él no había, ni mucho menos, amor.
Era aquel su nidito de amor, aunque no existiese tal sentimiento por su parte. Nadie sabía qué había en su vida para que él dispusiese siempre de la llave de esa habitación que tantas veces dejaban patas arriba, la 229. Tampoco nunca Leyre se había molestado en preguntar. "Es sólo un polvo", intentaba autoconvencerse frecuentemente. De ello había intentado convencer a Pedro cuando este reconoció haberlos visto una noche. Por suerte, en lugar de periodista, ejerció de confesor no contando nada a nadie, pensaba ella. Como si la gente de La Lola's fuese imbécil y no se diese cuenta de nada…
La propia Irene pareció darse cuenta rápido, aunque tampoco Leyre se lo puso difícil. Buscando un gesto cómplice por su parte, decidió un día pedir a la nueva corista que rompiese con los sus frecuentes esquemas y que emulase a los Eagles. Era uno de esos días de los que John me hablaba hoy. Uno de esos días donde ni tan siquiera vagaba por entre los pasillos de La Lola's una de esas plantas rodantes de las películas del oeste. Era como si aquellas almas errantes esperasen expectantes en sus sitios un duelo, o como si hubiesen yacido en el mismo.
Nada se movía en La Lola's Club cuando Leyre rompió a llorar ante la indiferencia de Juan hacia la que ella consideraba su canción. Todos desearon que los matojos pasasen cuán tupido velo cuando ella cayó. Y es que había perdido el duelo desde el mismo instante en que Irene dijo "buenas noches. Como cantábamos ayer…".
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
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