miércoles, 29 de abril de 2009

You know that I'm no good

Nadie sabe la razón por la cual Pedro comenzó a delirar matarratas en mano. Nadie sabe la razón por la cual en sus delirios mezclaba a gatos con parados y a cerdos con crisis. Se revelaba de una forma un tanto extraña contra cosas que no consideraba para nada buenas. Se revelaba justo cuando cantaba Irene sobre otro tipo de bondades, pero al fin y al cabo, bondades como las de esta canción.

De cerdos, gatos y parados

Tengo una amiga que tiene un conocido cuya prima ha estado en México. Dicen que está la pobre muy preocupada por la gripe porcina, aún cuando su vegetarianismo sólo le ha permitido allí llevarse a la boca la cabeza de un pollo, y no precisamente para comerla. Me asaltan ahí dudas sobre su tosquedad. Debe ser esta enorme para arrancar la cabeza a un ave a mordiscos, cuando entre pirámides acostumbran más bien a hacerlo retorciendo al pollino el pescuezo cuán destornillador eléctrico enganchado en quinta marcha.

Estará preocupada por lo que dice la prensa. Ha salido también en mi periódico que el equipo chino de salto ha decidido suspender aquello que quiera que en suelo americano hacían por miedo. Ellos, que entre salto y salto fríen un gato y respiran un rato polución por doquier. Tienen miedo ellos a una simple gripe provocada por unos gorrinos cuando, como la chica esa de la que te he hablado, peores cosas se ha llevado a la boca.

No es que me parezca mal que coman gatos. De hecho, creo que debían pasarse unos cuantos chinos por mi barrio y llevarse a los mil y un mininos que en la ruinosa casa de enfrente a la mia viven para luego servirlos a la cazuela o en tapas en sus restaurantes. Si donde hay una nube de polución lo hacen, ¿por qué no hacerlo aquí, si apenas esos gatos respiran mierda?

De mierda es de lo que estoy harto. Es muy bonita la fauna y la flora, pero cuando la flora proviene de un descuido y la fauna del cuidado de una vieja, no todo es tan bonito. En ocasiones, las más, así será; pero en otras, las menos, acabará uno por ver al animal en cuestión como algo casi tan odioso como la señora que los mantiene, la cual se convertirá a los ojos de quién odie a la comuna de gatos hippies en la vieja loca de Los Simpson que arroja gatos mientras balbucea quién sabe qué.

Para acabar con tal comuna, sin que la madre amantísima gatuna pudiese verme, probé a darles matarratas del que aquí ponen, y en lugar de cómo veneno, funcionó como afrodisíaco. Montaron los putos gatos tal orgía que de estar ellas en celo, tendrían los machos bien que parar a repostar su máquina sexual sin importar el posterior resultado, o bien hacerlo para coger una radial y ponerse de nuevo en marcha tras un parón.

Ello, de ser posible, porque bien sabes, chico, como está la situación laboral en este mundo animal. Vamos, como sabrá alguien de tu inteligencia, cuesta abajo y sin frenos. Somos hoy día un barco a la deriva que se hunde un poco más por cada milla avanzada. Y todo porque, como decía una vieja cancioncilla popular, "esta noche no alumbra la farola del mar". Ni esta noche ni ninguna, añadiría. Y todo porque las medidas hasta ahora puestas en marcha han resultado ser de todo salvo bombillas de bajo consumo y, como el matarratas que yo eché a los gatos, sólo han servido para aumentar el número de bocas desprotegidas y por alimentar y la superficie por limpiar.

No veas en mis palabras un ataque frontal al gobierno. Nada más lejos. Es entendible la situación actual, después de todo. Debe ser difícil levantar un país sustentado durante vivido mucho tiempo del ladrillo, o mejor dicho, de que uno coloque el ladrillo mientras cuatro ven como lo hace. Y debe ser difícil porque, en tiempos como los que corren, los primeros que son abandonados a la suerte de la vieja que de madrugada echa ese par de sardinas a los mininos son aquellos que, en noches en las que el matarratas funcionaba como afrodisíaco, despreocupados, se dedicaban a parar a repostar en lugar de terminar su turno de amor y empezar con la labor.

Cree alguna gente que, como en el caso de los gatos de mi barrio, pasa la clave por el exterminio por medio del matarratas. Después de mi experiencia, diría que quizá sea mejor utilizar otro tipo de veneno. Sin montarse orgía alguna, fíjate sino aquí el efecto que provoca. Como en el caso de los gatos ninfómanos, también aquí sube el veneno que con ellos utilicé para subir la bilirrubina al personal.

Habiendo cosas más importantes de las que hablar, ahora esta muy en boga el hacerlo de la gripe porcina. Hasta aquellos que abrazan el Islam parecen preocupados por ella. La prima del conocido de mi amiga también lo está. A mi, personalmente, me preocupa más la crisis, pero lo que hoy vende periódicos es eso. Intentaré solventar los problemas de mi barrio echando pedacitos de gorrino a los gatos, y que la gripe del cerdo haga el resto. Si no soluciona el problema, al menos lo ocultará un rato. Lo ocultará como en mi periódico parece ocultar tal virus la importancia de la crisis.

Vale, chico. Zapatero puede no tener la culpa de que los gatos sean una pandemia en mi barrio. Después de todo, no llegan ellos en patera, ni tampoco se unen como los Latin King para atemorizar a los ancianos. Nadie puede culparle de que esa pobre señora no tenga mejor cosa qué hacer que alimentar a semejante prole felino-callejera. Sin embargo, aunque mi periódico hoy lo obvie hablando de un virus todavía animal, sí es culpable de que esos cuatro millones de parados sean también obviados por la prensa escrita como esos cuatro gatos famélicos que maúllan a la pobre anciana sin ser escuchados, si bien a esos cuatro gatos les basta con empeñar las espinas sobrantes de las sardinas que otros comen para comprar un sonotone con el que salir de la crisis. Mientras, a esos cuatro gatos parados, sin embargo, no parece serles dichas espinas no ya para salir de la crisis, sino para hacerlo en las portadas.

Y es que, chico, hoy esta mierda de gato vende en mi periódico como lo hace la gripe del cerdo. Lo que no vende es la crisis. Increíble, pero cierto. No tan increíble como lo es la insuficiencia del sonotone para hacerse escuchar aquel que se encuentra hoy en situación felina. No menos cierto como lo es que de esta situación no hay matarratas ni sardina que nos saque. Ahora bien, parece descabellado, pero la solución puede estar en echar también pedacitos de gorrino a los parados, y que la gripe del cerdo haga el resto.

miércoles, 22 de abril de 2009

Killing me softly

Quizá sea lo que canta Irene lo que ha llevado a Marco a hablarme de matar. Puede parecer un error rondando tan cerca un policía. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de matar errores, de lo máximo que se le podría culpar es de intentar acabar con ellos cometiendo otro nuevo, el seguir hablando de sus amigas.

Matando errores

Estoy plenamente convencido de que, para conseguir un mundo mejor, hay que matar a gente. Ni crisis, ni pobreza, ni milongas fritas con guarnición. La solución de todos los males del mundo es la sustitución de la Seguridad Social por un hombre armado en cada esquina, y al primero que flaquee, ¡pam! Disparo en la tibia, y que se desangre. No haría falta ni tan siquiera excesiva preparación. Bastaría con reciclar al personal sanitario. La puntería debe venir ya de fábrica, teniendo en cuenta el manejo que deben tener de bisturís e inyecciones. Tampoco sería preciso demasiado gasto. Llegaría con emplear en armamento lo que se emplea en sanidad.

Puede que me esté volviendo loco. No lo niego. Dice mi amigo invisible que no es así, que son los otros los que deliran. Me parece, sin embargo, demasiado extraño que nadie salvo yo sea capaz de ver la anguila gigante que repta por el techo de mi habitación. No sé, puede que esté equivocado, y que mi amigo tenga razón, pero lo cierto es que creo que me engaña cuando me dice que las miradas de la gente hacia mi maceta no son de extrañeza, sino de envidia.

Él ha sido quién me ha inculcado esa idea de un darwinismo social radical. Ávido de sangre, en más de una ocasión me ha pedido que decapite a alguna de mis tres amigas, habida cuenta del profundo amor que les profeso. Podría decirse, incluso, que mi profesión es el odio, y la suya desquiciarme con su mera presencia. No sé qué se me pasó por la cabeza cuando pasaron ellas a formar parte de mi vida. Podría decir aquello de que era joven y que no sabía lo que hacía sin temor a equivocarme. Bastante error fue el conocerlas antes de aquí despreciarlas. Puedo, al menos, decir en mi defensa que todo el mundo comete errores. La clave de ellos está en cometerlos cuando nadie nos ve. Ninguno de los aquí presentes me veía entonces, y sin embargo, con el tiempo, cometí otro error, el reconocerlas como merecedoras de la muerte desde tiempos inmemoriados.

Esa muerte viene rondando mucho este lugar en los últimos tiempos. No sé si es esa aproximación fruto de la casualidad, o si finalmente la señora de negro tendrá a bien en atender a mis plegarias, pero lo cierto es que trabajando tan cerca como lo viene haciendo, parece más sencillo que caiga en la cuenta de que, si realmente pretende un mundo mejor, puede comenzar a labrar este mundo cargándose al Señor Andrés, La Silla o La Hipotenusa, como antes se ha cargado a esas cuatro neuronas.

No sé como lo habrá hecho, dejándose a partir de su primera víctima Pablo caer por aquí, pero lo cierto es que con esas otras dos neuronas ha resultado eficaz. Desde que esos dos han desaparecido, los chicos del billar parecen más tranquilitos. No sé si es mayor el efecto disuasorio de la muerte o de la autoridad, pero lo cierto es que en la escala de prioridades que mejorarían el mundo, se van ganando poco a poco el perder esa primera posición que hasta ahora ostentaban. Mis amigas, sin embargo, permanecen impasibles ante las muertes y siguen priorizando el aparentar sobre el sobrevivir.

Yo creo que hay que matar a gente, y mi amigo también. Funciona este como el diablillo de mi conciencia, mientras mi planta cizañera se viste de ángel. Es ella quién de momento gana la partida, como lo hace en ellas el vivir al morir. Mi amigo me invita a cometer un crimen, pero lo cierto es que no quiero pagar las consecuencias. Por eso apelo a la muerte, y confío en que se las lleve por delante, aún cuando intentan ganarse mi favor haciéndome el favor de saludarme perdonándome la vida. Tratan con ello de acallar mis plegarias, y buscan que sea yo quién les perdone la vida. Pobres zorras asquerosas…

Dice mi amigo invisible que quizá lo hagan con otros fines. Estamos en crisis, ya se sabe. Tal cual está la economía, es difícil emborrachar a alguien del sexo opuesto. Hay que ser un hacha para derribar el árbol ayudado de alguien a quién no has emborrachado previamente. La ternura, dicen, ayuda a recibir sexo, pero no es ese mi estilo. No con ellas. Ellas dan sexo para recibir ternura. Sólo falta que, después de cometer el error de conocerlas y reconocerlas, intenten darme sexo para recibir su perdón. Ese error, chico, no me lo perdonaría ni aunque nadie me viese cometerlo. Puedo echar a la anguila gigante de casa, y dejar a mi amigo cuidando de mi planta. Lo que nunca podría sería convencer a mi otro amigo de que, de tener razón el primero, no estaría acometiendo con el perdón un error.

lunes, 20 de abril de 2009

El gordo de la lotería

Creí, chico, que no volvería a verte por estos lares. Por suerte, las luces del Jamaica acaban siendo para quién en La Lola's alguna vez ha estado como aquella estrella que desde Oriente ejerció de guía para los Reyes Magos. Esas luces que anuncian la entrada a la ciudad son para los que alguna vez por Leyre habéis sido servidos señal irrefutable de que los caminos del Señor se encuentran alejados de la lujuria de quién en tiempo de crisis frecuenta tal prostíbulo y de aquellos pobres diablos que en lugar de compartir su dinero con las meretrices, lo hacen conmigo a cambio de alcohol.

De pequeño soñaba con ser un niño de San Ildefonso y dar el gordo de la lotería. Ahora el único gordo que concibo forme parte de mi vida es ese inepto proveedor de alcohol llamado Alfonso, con el cual realizar un pedido resulta casi tan quimerístico como que me toque la lotería, sobre todo teniendo en cuenta que el probar con el azar jamás ha sido una de mis prioridades en la vida. Tampoco lo es tratar tan directamente con un dos neuronas, pero al fin y al cabo las provisiones de quienes vienen a La Lola's renunciando al Jamaica dependen de ello.

Delgada es la línea que separa esa casa de buena vida de este rincón de mala muerte, chico, y más en esas noches en las que el brillo de la ausencia de la clientela me hace pensar a oscuras en la posibilidad de que la presencia de ese tipo de mujeres que cobran por lo que Las Tres Desgracias hacen sea algo habitual por estos lares. Sin embargo, y aunque estas también a mi me caen gordas, acabo rehusando la opción, como bien sabes, por miedo a ser yo quién más utilice sus servicios. Y es que en tiempo de crisis, lo que menos se me ocurre es realizar una ingente inversión para follarla en lugar de amortizarla.

No es el dinero lo único que me hace pensar fríamente algo tan serio como convertir esto en un prostíbulo. Están también Leyre e Irene, que no encajarían aquí, y sobre todo el policía cantarín quién, por cierto, como tú, llevaba hasta hoy varios días sin aparecer por aquí.

Dijo la última vez que no creía que hubiese relación entre los dos homicidios que se han dado por esta zona en los últimos tiempos. Pura coincidencia, cree él que ha sido, que ambos fuesen clientes habituales de La Lola's Club. Ya sabes lo que pienso de ello y de que siga paseándose por aquí. Puede parecer histeria, pero es que no soy tan pánfilo como para creerme su historia. No me la creo porque no creo en Dios, ni en el amor, ni en la justicia. Puede parecer histeria, pero no me creo la historia que quiere hacerme creer ese justiciero de medio pelo. Quiere hacerme creer que el Dios del amor le ha puesto en el camino a mi corista justo después de perder el mundo cuatro neuronas. Yo hago que creo, pero en realidad asiento ante sus palabras como ante las del gordo e inepto proveedor.

Muchas veces él se equivoca en sus pedidos y acaba trayendo lo que le viene en gana. No es tampoco que me importe demasiado, pues aquí lo único básico es el ron y el matarratas, pero tengo que dar imagen de jefe. También imagen de jefe debo dar con el tal Pablo, pero aunque me cueste reconocerlo, resulta un filón su aportación.

Tuve, tengo y tendré mis reservas, pero lo cierto es que me sale mucho más a cuenta el que él suba de cuando en vez al escenario e invite a acabar antes las copas a que quién invite sean los clientes a las meretrices. Sólo falta que igual de competente que es en su tiempo libre lo sea en las horas que el trabajo le mantiene ocupado y, como mi amigo el proveedor, reporte a mi club algo más que benditos errores.

Y es que Alfonso, con cada error que en la quiniela de pedidos comete, nos reporta un reintegro en forma de promoción. También Pablo promociona el local con cada visita. La recaudación aumenta cuando él aparece. Sin embargo, mayor beneficio que el reintegro resultante de la no resolución de sus casos provendría de una mayor del uno a los pedidos y del otro a los fallecidos.

Rehab

Suena la música mientras John habla. Es una de esas noches en las que tan sólo las ratas visitan La Lola's Club. Las ratas, Las Tres Desgracias, un policía, y yo. Apenas cuatro gatos. Cuatro gatos que no encuentran lugar para la rehabilitación.

sábado, 18 de abril de 2009

Emigrante

Esta es, simple y llanamente, la historia del emigrante.

Juez y parte

Creía mi ausencia irrelevante, pero el pobre John y los arrastrados del lugar estaban ya taquicárdicos pensando en una posible ausencia definitiva de La Lola's Club. A decir verdad, también yo los extrañaba, pero cuando el deber te llama, no puedes sino atender al teléfono y prestarle atención, aún cuando no sea precisamente tu mayor deseo el hacerlo.

Ese deber me viene casi convirtiendo en alter ego de Diego en los últimos tiempos. Son varios los viajes que vengo haciendo y que me obligan a ausentarme de ese rincón donde tan a gusto me encuentro. Ese deber me ha llevado en los últimos tiempos a viajar a lugares conocidos que al visitarlos, provocan en mi sentimientos dispares. Y la cuestión es que, quiera o no, aún me queda mucho por sentir.

Hace ya un mes topé conmigo mismo en una playa. No debía estar allí, y sin embargo estuve. Nos tomamos juntos unos chatos y deparamos sobre el futuro, coincidiendo ambos en determinados aspectos y abriéndome mi otro yo los ojos en otros. Me sorprendió ver que conozco ciertas cosas de mi y conocer otras. No tanto sufrir con la despedida. Ya se sabe, cuando uno está a gusto…

La semana pasada me encontré en otro de mis viajes con un viejo amigo. Siempre se caracterizó por su oscuridad y tormento, y todavía hoy destaca por ello. Dado el tamaño de aquel lugar sin ley ni orden, topé con él en unas cuantas ocasiones durante mi estancia. Tantas, que también con él abrí los ojos y, al hacerlo, pude ver que por suerte, es para mi ya alguien más viejo que amigo.

Antes de volver a la rutina, me lo encontré por última vez acompañado de otras dos viejas amistades. Pueden llamarse viejas estas por hacer ya unos cuantos años que nos conocemos, pero quizá no tanto porque puedan ellas sentirme viejas. Más bien al contrario, con ellas el viejo era yo. Y era viejo no porque me sienta mayor, sino porque las jóvenes eran ellas. Tanto, que parecían no haber cambiado un ápice no ya desde la última vez que coincidimos, sino desde aquellos dulces dieciseis en los que las hormonas no te permitían pensar en nada que no fuese el chico de la clase de al lado.

No es que sea malo no cambiar. Hay mucha gente que permanece impasible ante las desavenencias que con la vida tiene. Algunas personas se juran a sí mismas amor eterno de tal modo que cualquier cosa que suponga una alteración en su orden lógico vital es desterrada al olvido. Respetable es ese destierro, siempre que no provoque el estancamiento de quién enjuicia.

En mi último viaje pude quebrantar ese destierro y entrar unos instantes en la jurisdicción de quién de mi se olvidó por no permanecer inmóvil aún cuando los vientos de mi vida eran huracanados. Al hacerlo, pude adoptar también yo esa posición de juez y parte y, como con mis otros yo hice en otros momentos, abrir los ojos con quienes sin serlo, eran parte casi tan indispensable de mi vida como yo mismo. Abrí los ojos y, gracias a indirectas y reproches, pude ver que la otra parte me había enjuiciado por no estancarme en mis dulces dieciseis.

Juicio injusto a todas luces el que conmigo acometieron, no ya por ser quién enjuiciaba también parte, sino porque, al contrario que ellas, yo jamás tuve dulces dieciseis. Ellas deberían saberlo, pues aderezaba su dulzura con mis agrios momentos, pero parecían obviar lo que de mi conocían para poco menos que calificarme como perfecto desconocido, decían, por haber cambiado.

Quizá también yo esté siendo injusto ahora por ser también juez y parte, pero dicen en aquellas tierras que uno por otro no es pecado, lo que sumado a mi amistad con Caronte, me permitirá el no ser juzgado también por prevaricación. Sé que debería inhibirme y dejar al tiempo obrar, pero hoy me he levantado "Garzón" y me apetece ser yo quién hable de experiencias, y no quién las escuche.

El tiempo debería tomar cartas en un asunto así, aún cuando parece haberlo hecho ya. Jamás me ha gustado ser presuntuoso, pero la labor altruista que con mil y un arrastrados realizo no creo que me haga merecedor de reproches sobre cambios, y menos estando orgulloso de que estos se hayan producido. Estos cambios nos hacen tener un presente distinto, del cual ellas parecen estar amargadas, aunque no arrepentidas. Yo, sin embargo, disfruto con algo tan amargo como verme separado de alguien que ambiciona un futuro tan distinto.

Cierto es que esas pobres inocentes jamás precisarán un estirado facial. No creo tampoco que ello sea motivo de orgullo cuando lo que precisa ser estirado es la mente. Poco me importa el precisar pasaporte para visitar sujetos tan variopintos como eses u otros que por aquellas tierras transitan. Sería capaz, incluso, de hablar con John y declarar La Lola's Club estado independiente con tal de seguir como hasta ahora, orgulloso de ver pasar el tiempo con mi alter ego, aún sintiéndome un inmigrante en mi propia tierra, a ser uno más y que por mi no pase el tiempo.

miércoles, 1 de abril de 2009

Donde habita el olvido

En El Rincón de los Arrastrados, una muerte te coloca en el mapa. Dos lo hacen en entredicho. Tras esa segunda muerte, qué diferente parece todo para John con respecto a cuando La Lola's no estaba en el mapa. Qué diferente con respecto a cuando La Lola's habitaba en el olvido.

A medio camino

"Tu vida es un continuo déjà vu de otras vidas, chico. Por tus oídos pasan las imágenes que por los ojos ajenos transitan, y es tu imaginación a la interpretación de sus historias lo que la película al libro. Puede no ser del todo fehaciente. Puede ser más fea la cenicienta de lo que la imaginas. En tu mente, puede ser casi cualquier cosa. Lo que es seguro es que en ningún caso deja de ser la imaginación de una historia que te es ajena".

No le faltaba razón a Alvite cuando te decía que eres como el torso desnudo de una instantánea comprada en un mercadillo. Para las almas errantes que por aquí transitan, eres el medio camino entre ninguna parte y el olvido. No es tu constitución excesivamente delgada, pero sí es delgada la línea que marcas entre dos lugares tan inciertos.
Según yo lo entiendo, el olvido habita en la cesación del recuerdo en la propia mente. Ese recuerdo es relegado a ninguna parte cuando antes de darse tal olvido, este recuerdo se comparte y por otros es ignorado. Contigo, sin embargo, quién sabe por que extraña razón, ese recuerdo se da con un éxito que sólo encuentra parangón en el último film del guaperas de turno.

Tienes tanto gancho, chico, que de no ser tu éxito compartido con Irene, cambiaría el escenario por un cuadrilátero y rescataría al Poli Díaz de los suburbios para golpear de forma más directa si cabe al personal. Sería una opción más sangrienta y menos dialogante, pero más morbosa y menos sexual que el que los golpes los propine con la voz mi chica. De no haber tenido ella éxito, habría probado esa fórmula. Quizá perdiese en denuncias, pero a buen seguro me saldría a cuenta. El papel higiénico gastado diariamente en el servicio de hombres sería claramente inferior. Y es que igual que las heridas no son siempre dolorosas, tampoco sirve siempre como absorbente el papel higiénico, y menos cuando el líquido a absorber es el que estás pensando.

La gente contigo se abre con la misma facilidad con la que moja sus labios en matarratas, pero a ello le encuentro un defecto: Qué la muerte todavía no se te ha abierto nunca, ni con esa ni con una menor facilidad.
No me malinterpretes. También yo tengo la sensación de que es justamente abierta como conquista a esos chicos que luego envenena, pues es el veneno y esta manzana lo que en común tienen ambos. Eso, y que los dos frecuentaban el local, cosa que la muerte no hace.

El nuevo cadáver era en vida al sexo lo que la muerte a la necrofilia. Le gustaban tanto las peras, que dice nuestro amigo el inspector cantante que murió por un indigesto de ellas. Se ve que además de salir al escenario con Irene, en su tiempo libre debe gustarle el disfrazarse de Grison. De ello y de humorista, pues sino no me explico no sólo que juegue a ser CSI, sino también que frivolice con algo tan serio como lo último que una de sus víctimas, a priori, se llevó a la boca.

Qué tipo de peras eran, sólo la muerte lo sabe, aunque lo cierto es que el que apareciese con los pantalones por los tobillos quizá sea indicativo de algo. De algo como el que esa bruja disfruta en esta manzana con su necrofilia tanto como los arrastrados recibiendo sus sacramentos. No creas que me importan en demasía sus gustos en la cama, siempre que a quién se tire en el hoyo no sume más de dos neuronas. Después de todo, esas escasas neuronas son el sacrificio que debo pagar porque ella coloque mi local en el mapa.

No es eso lo que me preocupa, sino que siendo esto una república bananera, quizá por ello acabe convirtiéndose en un país plagado de melones. No me importa, siempre que el sacrificio no sea excesivo. Y es que además de neuronas, con lo que la muerte viene haciendo, corro peligro de perder también clientela. Puede esta asegurarme más limpieza, ya que más limpias suelen ser las mujeres, pero nunca podrá asegurarme que estas disfrutarán pecando de pensamiento primero y confesándote ante ti después como día tras día ocurre.

Por ello, chico, me gustaría ponerle una copa a la muerte y saber porqué estando esto a medio camino, se empeña en mandar postales a ninguna parte desde el olvido. Quisiera que se sentase postal en mano y escribiese en su dorso porqué siendo este tan perfecto purgatorio en vida, se empeña en desahuciar a los arrastrados olvidados y en enviarlos a sólo ella sabe a qué parte.

lunes, 30 de marzo de 2009

Rockferry

Recuerda Irene su San Martín particular casi como algo en blanco y negro. No hay en sus palabras añoranza, ni tampoco tristeza. Únicamente hay recuerdos. Recuerdos en blanco y negro como a los que Duffy parece cantar en esta canción:

Un San Martín muy particular

Mi vida nunca se ha caracterizado por su pulcritud, cielo. Mis vestidos son de un rojo impoluto, pero no son sino vestidos teñidos de sangre, esa sangre que los avatares de la vida me ha provocado con sus golpes.

Para nada. Mi vida nunca ha sido fácil, ni mucho menos. La única atención que mi madre me prestaba era para declararme juez y parte de mis propios castigos. Era bastante más que la recibida del bastardo de mi padre. El único recuerdo que tengo de mi infancia en el que no aparece bebido pertenece a aquel día en el que, ante mis problemas de audición, decidió comprarme un par de gafas. Sabía que con aquello no cambiaría mi sentido del tacto, pero confiaba al menos en que sí agudizase mi olfato.

Al menos aquello me sirvió de algo. Me sirvió para darme cuenta desde pequeña que mi padre jamás me iba a servir de nada. Sin embargo, me equivoqué. Me sirvió al menos de mal ejemplo, aún cuando mi madre se empeñaba en que en su interior se escondían cosas buenas. Tan bien escondidas debían estar esas cosas, que lo único valioso que logré encontrar yo dentro de aquel baúl con patas fue el gusto por la música, aún cuando él carecía de oído para la misma.

Me acostumbré desde pequeña a que me cantase antes de dormir. Unas veces lo hacía borracho. Otras simplemente ebrio. Las menos, alcoholizado. No lo hacía para agradarme. Ni tan siquiera para entretenerme. Fuera en el estado que fuese, él sólo cantaba. Su registro vocal era bastante precario. Pésimo, diría. Tanto, que podría asegurar que esos problemas de oído que de pequeña arrastraba se debían a las letras que él balbuceaba. Sino, no me explico como mi audición mejoró cuando él se fue. O fue su marcha, o fueron las gafas, y todos sabemos para que sirven estas, por lo qué…

Quizá esa sea también la razón de mis problemas de comunicación con mi madre. Siempre pensé que ella no me escuchaba, y teniendo a aquel conato de mariachi junto a ella en la cama, fácil que hubiese perdido también capacidad auditiva por él. Sí, sé que suena extraño, pero ya sabes que aquí quién no se consuela es porque no quiere. Prefiero pensar eso a creer directamente que mi madre optaba siempre por ignorarme. Y es que, se hiciese la sorda o lo estuviese, jamás he logrado entenderme con ella.

No me entendía cuando el bastardo estaba aún en casa, pero tampoco lo hizo después de que no volviese de comprar tabaco. Sería, quizá, porque la voz cantante debía ser la suya y, sin embargo, la que mejor cantaba era la mia. Jamás lo reconoció, ni tan siquiera cuando comencé a actuar, pero tampoco es algo que me importe. Produciéndolas mi voz, las canciones en inglés le parecían cantadas por cualquier ingle, y las italianas de las que gustaba sonaban para ella en Dios sabe qué lengua muerta.

Disfruté con mi partida. Estaba cansada de no ser escuchada. Ella rápido se arrepintió. También él quiso dar marcha atrás. Ilusos. parecen todavía ignorar que el tiempo jamás repara las heridas. Cuando se detiene, tan sólo lo hace para poner a cada uno en su sitio. Mi sitio está en renegar del detergente con el que han intentado limpiarme después de tanto haberme ensuciado. El suyo está en la soledad. En la soledad y en la ignorancia, esa ignorancia que les llevaba a creer que yo era el error que se obtenía de sumar alcohol y sordera. No era yo sin embargo su error, aunque así lo creyesen. Su error era creer que aún portándose como cerdos, para ellos no habría San Martín. No sé si les parecía esa la mejor forma de educarme, pero de hecho lo fue. En sus cerdas manos, no existía mejor educación que la que uno mismo pudiera procurarse.

Ahora llevo tiempo sin recibir noticias de ellos. Tampoco añoro el recibirlas. Para mi su San Martín es la indiferencia que hacia ellos siento, y la sangre derramada que de rojo tiñe mis vestidos.Y es que mis vestidos se tiñen de rojo sangre por los golpes que de la vida he ido recibiendo. Por los golpes, cielo, y por renegar de ese detergente suyo que me desharía de un San Martín tan particular.

domingo, 29 de marzo de 2009

Llamando a la tierra

Parece Pedro llamar a la tierra con sus palabras. Parece llamar a una tierra donde aquello que realmente importa se ha convertido en algo irrelevante, y donde cosas, vidas, personas, carentes de sentido, han adquirido un cáriz de relevancia claramente mayor al merecido.

Llama a la tierra Pedro, esperando, iluso, contestación. Esperando, iluso, una contestación como la de esta canción:

Periodismo de necesidad

No se estila ya el periodismo ameno hecho a mano y aderezado con calor humano. Lo que ahora se lleva es ese escarnio barato del que, como periodista, estoy avergonzado y harto. Harto, porque no considero eso periodismo. Avergonzado porque, para poder pagarme las copas que aquí me tomo, alguna que otra vez he tenido que caer también yo en ese amarillismo.

Dice mi jefe que en tiempo de crisis, esa manera de hacer periodismo no quiebra la ética periodística. En un hipotético juicio ético, dice, el estado de necesidad sería nuestra eximente. Y es que, en tiempo de crisis, lo que vende no es otra cosa que la desgracia ajena. Las historias humanas son bonitas cuando tienes un clinex a mano y la billetera llena de dinero. Con la cartera libre de casi cualquier efecto pecuniario, lo que quiere la gente es consolarse viendo que siempre hay alguien más jodido que él.

Cierto es que en mis historias humanas la gente suele estar más jodida que uno mismo, pero cuando las monedas que llevas en el bolsillo apenas dan para dejar a deber el periódico del día, la gente prefiere endeudarse a costa del dolor de los demás. Y es que en tiempo de crisis, chico, las historias humanas sólo sirven como papel de baño. Un papel de baño costoso del que todo el mundo reniega en cuanto el quiosquero advierte del inminente cese del plazo de pagos atrasados.

Llegado tal punto, debe ser el lector quién escoja entre quedarse con la mierda que escribimos en la mano e intentar limpiarse con la publicidad del buzón el ano, o mantener limpias manos y ano a costa de un escarnio menos y un rollo de papel higiénico más.
En efecto, la elección parece fácil, y lo es. En esta España corrupta todos pedimos a los políticos higiene, pero somos nosotros los primeros que nos llenamos de mierda prefiriendo el periodismo pestilente a la higiene mental. En esta España en crisis, chico, la gente prefiere llenarse de mierda las manos viendo a quién se ha tirado el tal Mohedano o por quién va a fichar Cristiano a, qué se yo, cualquier otra cosa que tenga verdadero cáriz humano.

Y qué que nos exima el estado de necesidad. Y qué que sea hoy día ese el opio del pueblo. No me gusta. Odio que la noticia no esté en una ardua investigación, sino en la llamada de la ex del primo de la hermana de cualquier pobre diablo que se haya acostado con alguien que se ha hecho famoso por acostarse con el padre de alguien realmente conocido. Quién mató al chico del callejón no importa. Tampoco importa la razón. Importa que este, aquel, o el de más allá salgan en la prensa criticando a alguien que, por desgracia, no puede ya defenderse.

Yo tengo suerte. No sé si buena o mala, pero es suerte, al fin y al cabo. Tengo cierto margen para escribir. Habitualmente el jefe me dice que sin mi paja es imposible acabar la mierda que publicamos, pero no me siento presionado. Puede sonar prepotente, pero cierto es que sin mi aportación la redacción parece sufrir gastroenteriti. En efecto, soy quién da consistencia a esa mierda, aunque no sea el escribir sobre coprofagia mi mayor interés.

El caso es que esa manera de redactar, de hacer periodismo, viene marcándome en las últimas fechas. No me siento ya como hace un tiempo inspirado. Será la primavera, que desarrolla en mi alergia a mi profesión. O será simplemente que tengo más ética que Patiño, Temprano, Mariñas o Cantizano. Si su periodismo ha sustituido al mio, chico, malditos sean el estado de necesidad, las mentes que a este dan sentido y la gastroenteritis de sus neuronas. Si lo que ellos hacen es periodismo, y no lo mio, bendito sea el estreñimiento de las mias.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Crazy

¿Quién no ha querido, como Gustavo, tocar a arrebato alguna vez? En el anterior relato, él se deja llevar por un arrebato de locura, locura sobre la que trata esta canción:

Todo por la patria

Siempre quise pertenecer a La Benemérita, chico. Nunca intenté pasar las pruebas, cierto es, pero era una de mis ilusiones de chico, y sigue siéndolo. Y qué que se me haya pasado el arroz. Madurito y uniformado gustaré más. Estoy cansado ya del "Todo por la patria".

Alguna vez he tocado a arrebato, pero no por mandato de un superior, sino por estímulos de mujer. De no ser eso, mujeres, a más de una me habría gustado golpearla cuan antidisturbios en celo. A otras, el celo me habría gustado transmitírselo yo en medio de una redada sexual. El caso es que en mi diccionario no se encuentra la palabra indiferencia. Unas merecen la muerte; otras merecen, como poco, un buen cacheo.

No me veo ya capacitado para cachear en exceso, sin embargo, y el dedicarme a deshacerme de las que me rechazan no me saldrían rentable. Seguro que, de terminar así de obcecado, podría estar un día matando tontas, y al llegar la medianoche caería en la cuenta de que todavía quedan. Es por eso que quiero acceder al cuerpo de la Guardia Civil. Aún estoy en edad para ello. El que me sienta viejo en temas de faldas no hace sino confirmar que están todas locas. O al menos las que no acceden a acostarse conmigo.

Imagíname uniformado. Estoy seguro de que ganaría mucho. Ya, no hace falta que digas nada. Entiendo tu heterosexualidad, y como bien sabes, la comparto hasta el último polvo, pero lo cierto es que, así, seguro que podría intentar superar mi abstinencia y misoginia con algo distinto a lo que frecuenta mi cama. Poco a poco voy experimentando cierta mejoría en ello. Recuerda aquellos tiempos en los que sólo con Leyre era capaz de hablar. Ahora lo que quiero es volver a la circulación y al mercado. Volviendo a trabajar, y más en algo con tanto caché, seguro que podré volver a la práctica luz mediante.

Sí, en los últimos tiempos mi noble corcel ha sido cabalgado alguna que otra vez, pero he preferido no mirar. La palabra amazona como significado de aquella que cabalga cambiaría si a alguna de esas mujeres no me las follase a oscuras. Ya sé que tampoco yo soy gran cosa, pero justamente por eso exijo. Para adefesio me llega conmigo mismo. No te sorprendas. Con otras ha sido todavía más impersonal. Con una de ellas no me dio tiempo a apagar la luz. En cuanto la vi desnuda, cielos, a punto estuve de dejarle mi carnet de identidad para que siguiese sola. Sin embargo, aguanté estoicamente, y le hice de todo… por la patria.

Pensarás que sólo los locos son así de patriotas. A decir verdad, barajé también la opción de entrar en la legión. La deseché por miedo a enamorarme de la cabra. Y es que cuando uno ha sufrido lo que yo cuando ella por aquella ventana se arrojó, cualquier pensamiento que por la cabeza vague es digno de una alegación de enagenación mental, sea esta transitoria o permanente. La lástima fue no haber haberme dado cuenta de ello antes. No me habría gastado tanto dinero en mi defensa. Hasta entonces, jamás nadie había pagado porque un juez le recomendase unas vacaciones, o en su defecto, un tratamiento psiquiátrico.

Para irme de viaje tuve menos fuerza de voluntad que para dejar de fumar. Para ir al psiquiatra al menos cogí cierta rutina. Pagaba con cierta frecuencia, pero como quién se propone el uno de enero el perder peso, el ir era ya algo que no entraba en mis planes. Lo cierto es que me apunté a sabiendas de que no tendría tiempo ni ganas para empezar una nueva relación. Demasiado apego tenía a mi sofá y a mi locura…

El salir a comprar tabaco vino bien a mi salud. Gasto menos en médicos y más en alcohol, cierto, pero no menos cierto es que, de no haber conocido este lugar, a buen seguro lo que me depararía el futuro no sería ser cabalgado por cualquier cabra a la que le gusten los hombres uniformados, sino cabalgar yo en un arrebato a la mascota de la legión.

martes, 24 de marzo de 2009

El hombre del piano

Recordaba Juan en el último relato el momento en que conoció a Olvido. Todo surgió alrededor de un piano. Curioso. Otra de las almas errantes que por La Lola's Club vagan me dijo antes haber conocido a alguien especial sentado en un piano.

Da igual el tema. Pudo ser jazz, o quizá música clásica. A lo mejor fue una canción sin sentido. Lo cierto es que, en recuerdo a sus chicas del piano, a ambos les dedica Leyre esta canción cantada por Ana Belén:

Tócala otra vez, Juan

Cuando la conocí, una de mis mayores aficiones era tocar el piano. Lo cierto es que jamás había sido un virtuoso. Jamás nadie me había dicho aquello de "tócala otra vez, Juan". Aún así, sentado a cualquier piano me sentía bien… Hasta que la conocí a ella.

Me encontraba de viaje con unos viejos amigos y, de repente, mi mirada topó con un viejo piano en la esquina del lugar donde nos topábamos. Sin tan siquiera pedir permiso a los responsables del local, me senté y comencé a mover los dedos como en otros tiempos lo había hecho, sin llegar siquiera a tocar las teclas, hasta que llegó ella.

No dijo nada. Fue mejor así. Me venció gracias al factor sorpresa. Llegó junto a mi, se sentó a mi derecha y al instante hizo sonar no recuerdo qué melodía. Me levanté como alma que lleva el diablo, medio avergonzado por haber profanado aquel que en ese momento se convirtió en su altar y medio asombrado por su destreza musical. Posiblemente no fuese la primera vez que escuchaba aquella melodía, y a buen seguro que no era ella la mejor de las pianistas, pero lo cierto es que en cuanto Olvido comenzó a tocar el piano, yo me aproximé al cielo como nunca antes lo había hecho.

Aquel fue el principio del fin. No porque durase poco nuestra historia, sino porque de no haberme sentado a aquel piano, quizá mis noches nunca se habrían reducido a una oda al recuerdo de una Olvido. De no haberme sentado a aquel piano, posiblemente de ella jamás me hubiese enamorado, y es más que probable que tampoco lo habría hecho de esta barra y este trago.
Maldigo aquel piano, chico, como maldigo al dos neuronas que me la arrebató y a la serpiente que jamás se lo comió.

Igual que barajé el hacerme budista y que pensé incluso en el suicidio, después de aquello quise tirar mi piano por la ventana, pero me encontré con un problema. Cada vez que abría la ventana, imaginaba en el balcón de piso inferior al mio el escote que ella lucía. La calle, mientras, me parecía una metáfora de sus piernas, pues igual que a la primera solía recorrerla, quería vagar perdiendo el sentido debajo de su cintura.

Finalmente, rehusé la idea. No me salía a cuenta el pagar la multa o, quién sabe, acabar en la cárcel si el piano alcanzaba a alguien, sólo por intentar olvidar con aquello a Olvido. Después de todo, ni tan siquiera aquello me aseguraba el deshacerme del recuerdo de los días siguientes.
Y es que, tras el asunto del piano, chico, el azar quiso que nos encontrásemos casualmente una vez más. Fue en el hall del hotel donde mis amigos y yo estábamos hospedados. Nuestras miradas se encontraron con una conexión mayor a lo sentido hacia aquel instrumento maldito. Nos dirigimos el uno hacia el otro y, casi por arte de magia, continuó lo que hoy entiendo como una odisea.

Charlamos un rato y, maldito el momento, decidí dejar esa tarde tirados a mis amigos por aquella perfecta desconocida. Hablamos de todo y de nada. Nos conocimos más por nuestras miradas que por nuestras palabras. Decidimos ver juntos el atardecer, y nuestros cuerpos pensaron por nosotros que quizá no estaría de más ver también juntos amanecer. Ella era para mi en aquellos instantes un reloj de arena cuyo último grano había hecho expirar consigo el ultimatum del tiempo al sentimiento. Perdió el primero, y los sentimientos afloraron. Desgraciadamente, más tarde, el tiempo se tomó su venganza y volvió a correr en el mismo instante en que nos separamos.

Así se sucedieron los días, hasta que el destino la trajo a mi ciudad. Entonces todo fue como en aquel mágico transitar de las horas. Las miradas vencían a las palabras, y los sentimientos seguían doblegando al tiempo, quién, por ello, se cobró una nueva venganza.
En un instante para mi atemporal, mientras ella tocaba el piano, aproveché para ir a comprar mi serpiente. Ya sabes el resto de la historia, chico. Cuando ello sucedió, el tiempo volvió a correr y ella aprovechó mi descuido para irse con otro.

Aquello me tocó mucho las teclas, no puedo negarlo. Sin embargo, la melodía obtenida no era la que Olvido acostumbraba tocar. Aún no entiendo la razón por la cual el tiempo hizo que mi pianista dejase aquella dulce melodía y prefiriese el sonido hueco de la mente de otro, o el irritante sonar de los muelles de otra cama que no era la mia.
Lo cierto es que, desde aquello, muchas han tocado mis teclas, pero nadie ha dado con la melodía adecuada. Nadie ha sido capaz de encontrar pulsando un par de teclas una nueva melodía que lleve a mis sentimientos a doblegar al tiempo.

Todo empezó cuando se sentó junto a mi. Me venció gracias al factor sorpresa. Por aquel entonces una de mis mayores aficiones era tocar el piano. Desde su partida, muchas han tocado mis teclas, pero ninguna ha logrado convertir su melodía en un sugerente "tócame otra vez, Juan".

domingo, 22 de marzo de 2009

Mi ventana al mar

Una semana llevaba Diego sin pasarse por el local. Una semana que para él fue como un instante.
También yo llevaba una semana sin pasarme por La Lola's Club por, como él, ver como el tiempo se detenía en el mismo instante en que mi mirada conectaba con, sí, el mar.

Al contrario que Diego, sin embargo, yo sí soy capaz de dar las gracias. Gracias a toda esa gente con quién he compartido esta semana por hacer de esta semana, si no la mejor, una de las mejores de mi vida.
Sarita, Jess, Álvaro, Isi, Cristian, Aina, Laia, Fanny, Sandra, Gonzalo, Melissa, Nuri, Loly, Sergio, Nacho, Miriam, Laura, Tono, Nacho, Rober... A todos y cada uno de los que habeis estado en el Curso de Inmersión de la UIMP. You're simply the best, guys.

En recuerdo de algo, para mi, tan mágico como lo vivido, este relato y esta canción:

Deteniendo con la mirada el tiempo

No tengo remedio, chico. Mi maleta se cayó al mar justo cuando mi barco iba a atracar, y así, atracado, es como me siento. Algo, no sé muy bien el qué, me ha robado eso que hacia ella sentía, aún sin saber muy bien qué era aquel sentimiento.

Quién arrojó mi maleta al mar me dejó sin trajes, zapatos y ropa interior. Sólo me dejó el disfraz de bufón que en ese momento portaba y al que, como puedes comprobar, todavía no he sido capaz de encontrar sustituto. Salta a la vista que no me sienta mal del todo. De hecho, disfruto aparentando ser quién no soy y escondiendo en esta burda apariencia mi realidad. Es sólo que, junto a ese puñado de recuerdos impregnados en mi disfraz, me gustaría haber podido conservar algo más.

Y es que, aunque no lo creas, en ocasiones preferiría ser marinero de agua dulce en lugar de recordar a una en cada puerto. En alguna ocasión la vida me ha golpeado con sus remos o me ha salpicado de agua mezclada con lejía, tanto aquí como allá, pero pocas veces había estado como ahora. No al menos sin mediar alcohol. Tampoco es que aquí no hubiesen corrido ríos de ron, pero el caso es que mi aproximación al nirvana se debió más a otros menesteres.

En más de una ocasión se ha hablado aquí de los síndromes de Diógenes y Estocolmo. Allí, sin embargo, no atendía a mitología ni geografía más allá de su mirada. He estado sujeto a ella una semana, y sin ella me siento más que indefenso. Qué le voy a hacer, como dice la canción, pendenciero y mujeriego lo seré hasta que me muera, esté en Lieja, Turín, Dortmund o Santander.

Ha sido sólo una semana, pero ha sido una semana en la que ni tan siquiera he recordado la voz de Irene cantando "hay amores", ni la sonrisa de Leyre mientras, tan gentil como siempre, me sirve una copa de aguarrás. Puede parecer increíble, por lo que aquí se dice sobre los síndromes, pero creo haber encontrado mi cura. Lo que realmente parece sintomático de quién sabe qué no es lo que aquí vivía antes, sino el haber tenido que volver a la cruda realidad, y con ella, a mi enfermedad.
No me malinterpretes. No es que La Lola's Club sea mi enfermedad, es que la vida real lo es. Aquello era como una dimensión desconocida en la que el tiempo parecía haberse detenido. Esto, sin embargo…

En la otra dimensión era feliz, chico. No recuerdo que hubiese ningún "I love you". Posiblemente tampoco hayamos hecho de videntes con un "I will miss you". Tras lo vivido, dejamos atrás los formalismos y los "Nice to meet you". O eso creo… A decir verdad, estoy bastante confuso sobre qué hubo y qué dejó de haber. Ahora todo me parece un sueño. Supongo que será el efecto secundario de mi medicina, que la parada del tiempo acaba confundiendo hasta al más cuerdo, aunque no sea yo este.

Ella hablaba inglés. Yo, a duras penas puedo hacerlo. No era sin embargo la lengua óbice para el entendimiento. Nos bastaba con una cómplice mirada para acercarnos al nirvana. Tal era esa complicidad que, sin habernos separado, ya la estaba extrañando. Otro de los efectos secundarios que en mi provoca tal medicina, supongo. El caso es que no me dio tiempo a transmitirle el mono que en mi provocaba. No pude agradecerle los servicios prestados pues, cuando quise hacerlo, había ya emprendido el viaje de vuelta al mundo real. Finalmente, cuando quise darme cuenta, había relegado a ese mono que en mi provocaba a la categoría de un simio más de los muchos que por mi vida transitan.

Cuando partía, mi maleta cayó al mar, y como por arte de magia, los malos recuerdos volvieron a aflorar y volvieron a correr las horas. Ayer nuestras miradas eran una realidad, hoy sólo un recuerdo. Un recuerdo, y un sueño:
El de que por medio de una nueva mirada, tarde o temprano, vuelva con ella a detenerse el tiempo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Agua

El jarabe de palo es la mejor medicina para días extraños como el de hoy.
Las canciones de Jarabe de Palo son las que más se ajustan a momentos como este.
Canciones como esta de Jarabe de Palo son las que más se ajustan a textos que desprenden dolor, soledad o melancolía, y que sin embargo no son más que fruto del arrastre de un alma errante como es el gran Alberto.

Para él, como mejor acompañante de sus versos, esta canción:

Por ti...

Hablar de ti sin conocerte,
amarte sin recordar tu nombre...
Soñar contigo, imaginarte,
buscarte sin saber donde.

Escapar de mí, maldecirte,
desearte como hombre...
Bailar conmigo sin pisarte
revelarte lo que la verdad esconde.

Pintar ojeras cada madrugada,
rayar la locura,
olvidar cada noche quién fui...

Dar todo a cambio de nada,
rasgar mis vestiduras,
escribir estas líneas por ti...


* Escrito por: Alberto Rodríguez

lunes, 9 de marzo de 2009

El lado oscuro

Ha tardado un grupo como Jarabe de Palo en entrar al Rincón de los Arrastrados. No es que no se justen sus canciones a este humilde blog. Simplemente, hasta ahora no había habido opción de que fuese banda sonora de uno de los relatos que aquí ocurren una de sus grandísimas canciones, como es la siguiente:

Destino, jodido borracho

La crisis no ha pasado por La Lola's Club, chico. El otro día me pareció verla haciendo nuevamente el ademán de entrar, pero finalmente pareció pensárselo mejor, y le doy las gracias. Bastante tenemos con ser prudentes y deber guardar las formas por si al policía ese le da por ejercer, como para encima tener que ahogar nuestras penas en cristasol, o peor aún, en agua de grifo.

Quién sí viene muchas veces por aquí es el destino, y he de decir que es un jodido borracho. Me cae gordo, lo reconozco. No es para menos. El otro día intentó espantarme la clientela haciendo que apareciesen dos neuronas muertas. Suerte que al final le salió el tiro por la culata, e incluso he conseguido hacer nuevos clientes. Ha intentado también privar a estos de la guapa camarera que normalmente sirve, privándole a ella de un ser querido. También nos ha enviado al tal Pablo como perrito guardián, él sabrá con qué fin.

Si quisiera, podría denunciarle por tentativa de robo de clientela con violencia e intimidación, pero el caso es que me da lástima. Como digo, no es más que un jodido borracho loco. Fíjate sino cual ha sido su última apetencia. Ningún cuerdo, a no ser que estuviese bebido, cometería sus errores. ¿Cómo explicarías sino mediante una torpeza de un borracho loco el que ese policía haya pasado con tanta celeridad de investigar un crimen cometido en el callejón a salir al escenario de La Lola's acompañado de una guitarra y precediendo a mi corista, chico?

No me vale como excusa el que este haya podido adquirir el síndrome de Estocolmo. Tampoco acepto el síndrome de Diógenes como eximente. Puede que no le apetezca sacar a relucir toda la mierda del caso del chico del callejón, o puede que haya captado ya ese sugerente regusto a matarratas del final de cada copa, pero ello no lo convierte por obra y gracia de Hades en una estrella. Al contrario, debería haberle convertido más bien en un estrellado, y no parece que Irene le trate como tal.
Contigo se hizo una excepción y saliste al escenario acompañándola porque le desvelé a mi chica aquel que era nuestro secreto, pero aún gustándome la improvisación, lo de este tío te juro que no lo entiendo.

El caso es que, torpeza o no, los avatares del destino incluso me están beneficiando. Cada noche sale ebrio de La Lola's y, al sacar su vehículo del aparcamiento, acaba siempre empotrándolo contra la entrada del local. Sin embargo, en lugar de derribarlo, le deja un nuevo y mejor efecto que el que anteriormente parecía tener.
Primero lo hizo dando publicidad al local por lo de ese chico. Luego, hace unos días, me hizo a mi ponerme circunstancialmente detrás de la barra. Hoy, mientras, parece haberse dado de bruces con las intenciones que haya podido tener con el inspector ese al que tanto gusta ser protagonista, y no precisamente por sus actos de servicio. Creo que, por su bien, alguien debería decirle al destino aquello de "si bebes, no conduzcas".

Y es que hoy ese policía se ha dejado la placa, la gabardina, los principios y las preguntas en casa. Hoy son más bien las almas errantes las que se cuestionan cómo ha podido pasar en tan poco tiempo de ser un desconocido más de los muchos que por aquí transitan a permitirse la desfachatez de preceder en el escenario a esa chica que les tiene cautivados oídos y corazones, si los hubiere.

Él no les ha cautivado, si bien parecen no estar tampoco excesivamente disgustados con su actuación. Sin embargo, no acaban de concebir que un ángel custodio se haya convertido en pecador con tal celeridad. Seguro que, tras ver La Guerra de las Galaxias, ninguno de ellos se quedó con la sensación de una tan fácil corrupción como la suya, pues ni tan siquiera George Lucas concibió un tan rápido cambio al lado oscuro.

Parecía como si al tal Pablo le hubiese pasado por encima Mister Proper "manchasuelos" en mano, o como si le hubiera tocado en gracia en la tómbola del barrio una espiritual oscuridad más propia del anuncio aquel en el cual, como en la etiqueta del "Don Limpio", aparecía también sin articular palabra un místico alopécico. Aunque, a decir verdad, no creas que me importa mucho. Al contrario que el líquido de suelos, me da igual que no limpie. Sólo espero que tampoco manche.

No sé qué nos deparará el mañana, chico. Sólo el alcohol lo sabe. Ese alcohol que el destino, ese jodido borracho, absorbe cuán esponja en la barra para, quizá, volver mañana a empotrar su coche contra mi puerta. Sólo espero que, de hacerlo, sean los daños tan escasos como lo han sido hoy.

viernes, 6 de marzo de 2009

My inmortal

Como Irene, alguien a quién tengo un gran aprecio, viene de perder a un ser querido.
Como Irene, ese alguien a quién aprecio ha sufrido por perder a alguien a quién quiere.
Como los borrachos del local, también yo he sufrido con "mi Irene".

Para ella, este relato y esta canción: