domingo, 29 de marzo de 2009

Periodismo de necesidad

No se estila ya el periodismo ameno hecho a mano y aderezado con calor humano. Lo que ahora se lleva es ese escarnio barato del que, como periodista, estoy avergonzado y harto. Harto, porque no considero eso periodismo. Avergonzado porque, para poder pagarme las copas que aquí me tomo, alguna que otra vez he tenido que caer también yo en ese amarillismo.

Dice mi jefe que en tiempo de crisis, esa manera de hacer periodismo no quiebra la ética periodística. En un hipotético juicio ético, dice, el estado de necesidad sería nuestra eximente. Y es que, en tiempo de crisis, lo que vende no es otra cosa que la desgracia ajena. Las historias humanas son bonitas cuando tienes un clinex a mano y la billetera llena de dinero. Con la cartera libre de casi cualquier efecto pecuniario, lo que quiere la gente es consolarse viendo que siempre hay alguien más jodido que él.

Cierto es que en mis historias humanas la gente suele estar más jodida que uno mismo, pero cuando las monedas que llevas en el bolsillo apenas dan para dejar a deber el periódico del día, la gente prefiere endeudarse a costa del dolor de los demás. Y es que en tiempo de crisis, chico, las historias humanas sólo sirven como papel de baño. Un papel de baño costoso del que todo el mundo reniega en cuanto el quiosquero advierte del inminente cese del plazo de pagos atrasados.

Llegado tal punto, debe ser el lector quién escoja entre quedarse con la mierda que escribimos en la mano e intentar limpiarse con la publicidad del buzón el ano, o mantener limpias manos y ano a costa de un escarnio menos y un rollo de papel higiénico más.
En efecto, la elección parece fácil, y lo es. En esta España corrupta todos pedimos a los políticos higiene, pero somos nosotros los primeros que nos llenamos de mierda prefiriendo el periodismo pestilente a la higiene mental. En esta España en crisis, chico, la gente prefiere llenarse de mierda las manos viendo a quién se ha tirado el tal Mohedano o por quién va a fichar Cristiano a, qué se yo, cualquier otra cosa que tenga verdadero cáriz humano.

Y qué que nos exima el estado de necesidad. Y qué que sea hoy día ese el opio del pueblo. No me gusta. Odio que la noticia no esté en una ardua investigación, sino en la llamada de la ex del primo de la hermana de cualquier pobre diablo que se haya acostado con alguien que se ha hecho famoso por acostarse con el padre de alguien realmente conocido. Quién mató al chico del callejón no importa. Tampoco importa la razón. Importa que este, aquel, o el de más allá salgan en la prensa criticando a alguien que, por desgracia, no puede ya defenderse.

Yo tengo suerte. No sé si buena o mala, pero es suerte, al fin y al cabo. Tengo cierto margen para escribir. Habitualmente el jefe me dice que sin mi paja es imposible acabar la mierda que publicamos, pero no me siento presionado. Puede sonar prepotente, pero cierto es que sin mi aportación la redacción parece sufrir gastroenteriti. En efecto, soy quién da consistencia a esa mierda, aunque no sea el escribir sobre coprofagia mi mayor interés.

El caso es que esa manera de redactar, de hacer periodismo, viene marcándome en las últimas fechas. No me siento ya como hace un tiempo inspirado. Será la primavera, que desarrolla en mi alergia a mi profesión. O será simplemente que tengo más ética que Patiño, Temprano, Mariñas o Cantizano. Si su periodismo ha sustituido al mio, chico, malditos sean el estado de necesidad, las mentes que a este dan sentido y la gastroenteritis de sus neuronas. Si lo que ellos hacen es periodismo, y no lo mio, bendito sea el estreñimiento de las mias.

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