domingo, 7 de noviembre de 2010

Un puñado de recuerdos...

En ocasiones pienso que nací a la temprana edad de cuatro años. No porque no tenga recuerdos anteriores, sino porque siempre las cosas me han sobrevenido como si mis oídos y mis ojos tuviesen casi un lustro de experiencia más que el resto de mi cuerpo.

Lo cierto es que sé que no es así, porque todavía recuerdo mi tercer cumpleaños. La persiana bajada. La vela de mi tarta… Recuerdo que entonces desconocía el significado de la palabra soledad.

Ahora es en mi vida lo que más abunda, pero he de reconocer que de nada me arrepiento. Considero el arrepientimiento un planteamiento pueril y vano, insustancial y cobarde a todas luces.

También recuerdo aquellos veinte interminables minutos de una operación que me mostró lo efímero del ser humano. En un segundo aquel avión me castigo. Un puñado de segundos se convirtieron en algo casi eterno, postrado en una cama.

Recuerdo correr la calle en que vivía con los brazos abiertos, para abrazar a mi familia en aquella esquina que hoy apenas significa ya nada. Hacerlo a escondidas, como tantas otras cosas, de mi otra familia.

La puerta de un garaje. El portal de un edificio. La entrada a la discoteca a la que iba en carnaval a bailes. A mi madre hablarme de Santander. A gente hablando de mi padre… Era pequeño, pero son muchas las cosas que recuerdo.

A mi tío Alberto acostado en una cama a la que jamás ha vuelto. A alguien querido muy bebido, negado por los demás de la familia. A los amigos de mi abuelo, tomándose un chiquito.

Escuchar que tengo diez hermanos. Que no soy más que un bastardo. A mi madre hablando desde Puerto Rico. Descolgar un teléfono y que en lugar de encontrar ayuda, que todo se derrumbase.

Las lágrimas de una amiga de mi madre. Sus palabras, sus reproches. No acordarme del nombre de mi padre. Las risas de los niños cuando llegaba ese día en el que no tenía a quien regalarle.

Mi primer relato. Mi primer concurso. Que nadie valorase lo que hacía. Mucho tiempo sin ver a una de mis tías. Mi reacción al volver a verla, y ver cómo aquello se ha transformado en una realidad latente.

Mis problemas con los huesos. Mis múltiples radiografías. Darme cuenta tan pequeño que cuando alguien desaparecía es que había muerto. Que lo hiciese gente a la que tanto quería.

Mis juegos. Mis partidos. A Luis Enrique sangrando, y a mí llorando. Mi primer castigo sin fútbol. No ver a Nayim marcar. Viajar a Madrid casi en la clandestinidad. Volver a verlo. Y que volviera a desaparecer.

Recuerdo mis muchas fantasías, pero también mis reales pesadillas. Crecer creyéndome culpable de algunas de las cosas que me rodeaban. Que como culpable pretendiesen que me quisiera ver, siendo nada más que un niño.

Todo eso y más recuerdo, pero recuerdo sobre todo que aunque no sabía qué significaba esa palabra, frecuentemente estaba solo. Quizá rodeado de gente, pero sin que me hiciesen compañía.

Echo la mirada atrás y ahora entiendo muchas cosas. El dolor por unos hecho, por otros recibido. Echo la mirada atrás y me imagino bebiendo leche fría. Insípida, sin más azúcar que el apoyo de mi abuelo. Cielos, cómo ha pasado el tiempo…

Hoy ya no soy el niño que un día en el mercado caminó a su lado. Hoy el camino es mío. A veces por el mismo sendero. Nunca con el mismo cariño. Yo de nada me arrepiento. ¿Podrán otros decir lo mismo?

martes, 2 de noviembre de 2010

The way you look tonight

He aquí una pequeña perla de lo que me gustaría fuese algo más que un puñado de hojas mojadas. Si la constancia, la paciencia y la música acompañan, quién sabe qué saldrá de ésto que acabo de iniciar...

De amigos, plantas y mujeres

El jefe y yo nos conocimos en noviembre del noventa y nueve. ¡Cielos, chico!, la mala suerte arreciaba como si nunca hubiesen habido desgracias. Como si todo en mi vida hubiese sido tiempos de bonanza.

Yo acababa de perder mi antigua planta. Él, bueno… Él venía de perder la cabeza por una de esas mujeres que invitan habitualmente al derroche de nervios y dinero. Una de esas mujeres, chico, de las que si no te separas a tiempo, pueden provocar que de tu puta ruleta rusa formen parte cinco balas de plata y una de agua.

El jefe, te decía, venía de partirse dos caras y media con un folio en blanco después de encontrarse a aquella mujer con el maldito chico de los recados de la empresa en la que ambos trabajaban, tras encontrársela haciendo de tutora de un puto becario.

Salió de su casa para regar su enfado en alcohol, como florero que pierde un geranio. A ella no volvió a verla. Aquella noche durmió en un sucio hostal. Antes compartimos borrachera en un tugurio de mala muerte, cercano al puerto.

- Voló con una ráfaga de viento. ¡Joder!, ni tan siquiera dijo “adiós”.
- Al menos no te la encontraste en tu cama con un cactus. O con un maldito canastillo…
- Chico, olvídala. Imagínala muerta. Cómprate unos cuernos de ciervo y llévalos al cementerio. Seguro que te sentirás mejor.
- ¿Y qué hay de ti? ¡Estás lloriqueando por el suicidio de una planta!
- No era una planta, era mi petunia. La más bonita que jamás hayas visto. Tus cuernos son simple fruto de una infidelidad. Mi petunia pasó a mejor vida por intentar volar, ¡eso sí que es raro!


A la mañana siguiente me cuasi-obligó a ser yo quien recogiese sus cosas. Por no verla. Por no verle. Renunció al trabajo que tenía por evitar sólo Dios sabe qué tipo de primitivos instintos.

Luego me abrazó y se despidió. Nada más supe hasta que también yo cambié de ciudad. Con el tiempo soporté la pérdida de mi petunia, pero perder luego a mi pequeña azalea fue demasiado. También yo tuve que emigrar…

No me pareció el reencuentro un simple avatar del destino. Siquiera de forma inconsciente, algo me trajo a él. Estoy más que seguro.

Era mi segunda noche en este lugar. La primera que salía junto a mi cizaña. Coqueta, dirigió su mirada a uno de los chicos del billar, que bajaba las escaleras de forma tan grácil como juvenil.

Aquel nombre me resultaba familiar… Quizá de algún otro club de alterne, creía. De mi equivocación caí en la cuenta nada más entrar. En el preciso instante en que me cegó la oscuridad que aún hoy adorna el local.

Un afónico saxo insinuaba las notas de una suave pieza de jazz. Uno de tantos que hacen recordar a alguien como Johnny que cualquier tiempo pasado entre las piernas de una dama fue mejor… El resto de la historia lo conoces. Ya jamás de aquí logré escapar.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Que me arrastre el viento

Algo tiene ese bar que está cerca de aquí, que es más fácil entrar que aprender a salir...

Introspecciones

Llevo días navegando por mi mente. Aproximándome a la costa cuan Caronte al Hades a través de la Laguna Estigia. Transportando en mi barca los recuerdos del pasado, como si fuesen la tarantella que atraviesa la bota del sur al norte con el barquero calabrés que cambia su oscura región por la romántica Venecia.

El camino que he seguido yo ha sido inverso. Mi canción, mi abstracción. La introspección, mi sitio de llegada. Y ni buscando el nosce te ipsum logro evitar las pesadillas cuando sueño.

Los que me conocen saben que soy más sentido como escritor que como persona. Y sin embargo estos días siento, siento mucho. Lo hago porque recuerdo, cuando lo que más deseo es olvidar. En cambio, veo esa postal…

No es más que un fiel reflejo de un engaño. De algo que un día brotó con la teatralidad de un reality show. Santander fue tan solo el Seaheaven de mi vida, y Pontevedra el detonante de un Truman tardío.

Como él, también yo tengo mis miedos. Algunos similares. Otros, quizá opuestos. Ambos buscamos huir. Ambos lo conseguimos, después de reencontrarnos con aquella figura cuya ausencia regía nuestras vidas.

Siempre he sido de la opinión de que nada es blanco, ni tampoco negro. Lo mejor es ser como los bollos, suizo. Pero, ¿cómo ser neutro cuando tu tranquilidad continuamente invaden?

Desnudar lo que pienso cuando escribo me convierte en vulnerable. O eso he creído siempre. Hoy, en cambio, me parece la mejor terapia de pareja. El mejor acto de conciliación entre alma y mente.

Saber que no es bueno el odio, ni tan malo ser indiferente. Terminar siendo un filósofo made in China. Acariciar la introversión. Quitarme la careta en un día en que la gente se disfraza. Eso y más logro en La Lola’s Club.

Cuando uno hace introspección, de muchas cosas se da cuenta. Yo lo he hecho de que no soy tan diferente de aquellos a los que Leyre sirve. No por vestirme de bufón soy menos arrastrado de aquellos que me superan en valentía, que no necesitan vivir otras mentiras para ser feliz viviendo su propia vida.

Mi historia ahí dentro es una más. Lo saben las desgracias y los chicos del billar. Si fuese un poquito más inteligente no precisaría introspección para saber que fue la vanidad, y no el delincuente, quien mató a aquel jodido periodista. Para darme cuenta de que, o afronto mi vida, o puedo ser el siguiente…

domingo, 31 de octubre de 2010

Yo sólo quiero

Por ti, porque en la cercanía y la distancia, eres quien espanta mis fantasmas.

Mi pasatiempo

Te recuerdo en cada momento en que me gustaría desaparecer. En cada instante en que perderme sería la mayor de mis suertes. En que olvidar mi propio nombre sería la mayor de las bendiciones.

En una cajita de cristal te guardaría para tenerte siempre conmigo. De día en mi mesita. Por la noche ocupando el hueco que comparten mi cama y mi corazón. Junto a mí. Dentro de mí.

Quisiera hacerte eterna. Alzar un altar en tu nombre. Con cada uno de los instantes que juntos hemos vivido. Como si no hubiesen más momentos que los nuestros.

Unir nuestras almas. Ser uno. Los dos. Tú y yo. Olvidarnos de todo lo demás. De tus preocupaciones y las mías. De aquello que nos debilita, y si es preciso, también de lo que nos fortalece.

Inertes, veríamos las horas pasar por mi ventana. Lentas. Torpes, como torpes son las palabras cuando intentan dar nombre a lo que uno siente, y sin embargo la única definición posible es el silencio.

Entregarme y que te entregues. Enmudecer, y que tú también lo hagas. ¿Para qué hablar, si las palabras se las lleva el viento? Mejor es sentir como yo siento, como te siento y como te querría sentir.

Robarte hasta el último de tus besos es el primero de mis sueños. Convertirte en literatura, el último de ellos. ¿Qué es lo que hay en medio? Tan solo nuestros pies descalzos.

Ocultarme entre tus senos es mi perdición, mi juego favorito, mi mayor ilusión. Espantar en ellos los fantasmas que perturban mi paciencia, mis ganas, mi resuello.

Convertirte en mi pasatiempo es, en definitiva, lo que más deseo. Porque, en definitiva, yo te quiero.

Como decirte

En unas ocasiones, uno tiene más que decir que lo que realmente dice. En otras, no sabe cómo hacerlo, y por eso no lo hace...

Fue una noche en Barcelona... II

Llevábamos un rato apostados junto al puente cuando, mirando al cielo, preguntó:
- ¿Sabes en qué piensa un voyeur cuando se mira en el espejo?
- Dudo que ninguno se busque en un reflejo, nena. Y si lo hacen, te aseguro que sus pensamientos serán lo de menos…


Con la mirada perdida, calló. Su inocencia invitaba a pensar que no había entendido. Era, sin embargo, mucho más inteligente de lo que parecía. Preguntas como aquella formaban parte de una adolescente curiosidad que no era más que un condimento de su personalidad.

Aquello lo comprendí más tarde. Entonces pensé en lo bendito de la inocencia que una noche me encontré en la calle. Creí entonces que quizá fuese ella de ese tipo de personas que consideran la palabra filósofo un insulto. Me equivoqué…

Fue una noche en Barcelona cuando conocí aquellos ojos tristes. Varias más navegué en ellos, junto al puerto. Intentando descifrar lo enigmático de una mirada veinte años más experta que su portadora. Fue cuando la perdí cuando comprendí que hay cosas sin mayor explicación.

No recuerdo el nombre, pero sí la cafetería. Su pelo recogido en una alegre coleta. Aquella blusa blanca que estilizaba su bello cuerpo. Aquellos pantalones prietos. Aquel comienzo…

Pensé en lo enriquecedor que sería estudiar dos carreras en sus piernas. Y, no voy a negarlo, un máster entre ellas. Cuan ave rapaz, sigiloso me acerqué. La curvatura que dibujaban sus finos labios me ganó antes incluso de que brotasen las palabras.

Más tarde, alcohol de por medio, lo hicieron como flor en primavera. ¡Diablos!, cómo la echo de menos…

Mi historia con aquella chica es lo más cercano que he estado del verdadero amor. De la pureza de no necesitar sexo para ser feliz compartiendo cama con alguien del sexo opuesto.

Sus ojos guardaban un secreto con otro hombre. Hubo ocasiones en las que poco me importó. El alcohol y yo la importunábamos tratando de alegrar con sexo nuestras almas.

Me equivoqué, y quizá por ello la perdí. O no, quién sabe. Lo cierto es que desde entonces no he vuelto a Barcelona. Quizá por el temor de encontrarla en aquel puerto. Por el temor de no saber conjuntar felicidad e inspiración.

No puedo reprocharle nada. Fui yo quien se apartó. ¡Maldito boceto de escritor! Por escribir, dejé atrás a mi musa. Por tener una historia más que contar, olvidé hacerla feliz, cuando quizá necesitaba ella más de mí que yo de mi literatura.

Bastaba con hablar de amor para que existiese. Entonces no lo comprendí. Ahora me arrepiento, chico, y no sabes cuánto… ¿Qué otra cosa puedo hacer? Cierto. Quizá lo mejor sea callar. Callar, y escribir.

martes, 26 de octubre de 2010

Negra sombra

Negra sombra perseguidora. Falacia o reflexión. Realidad o ficción. Entre un nunca y quién sabe, que diría Joaquín Sabina. Juzguen ustedes mismos. Háganlo con esta canción:

Muera usted mañana

Cuesta creer que cuando llueve siempre escampa cuando esta tormenta tanto se prolonga. Cuesta creerlo cuando algo que debería ser un triste recuerdo se convierte en un mal compañero de viaje, en una china en el zapato de tu vida.

Me gustaría recordar su muerte como la de alguien a quien se lo llevó por delante su propio signo del horóscopo, pero la cuestión es que aún no ha muerto, y que además es virgo.

Podría ser la suya la triste historia de un vagabundo, y sin embargo no lo es porque siempre prefirió aparentar ser rico. En historias, en conocimientos, en gente. A pesar de jamás haberlo sido.

Igual que Larra un día escribió “Vuelva usted mañana”, por triste que parezca, a mí me aliviaría hoy un “Muera usted mañana”. Egoísmo latente el mío, pero siempre basado en la calma que su deceso me traería.

No es algo que desee. Sólo es algo que me calmaría, quizá definitivamente. Mientras disfruto retratando vidas más rotas que la mía por simple instinto, por el mero intento de aliviarla contemplando el dolor ajeno.

Jamás me he regocijado en éste, pero me apena ser sabedor de que aún estoy a tiempo de hacerlo. Me apene ser sabedor de que yo también puedo ser un lobo para el hombre, que decía Thomas Hobbes.

Su presencia me perturba, me violenta. Me obliga a recordar una historia que cuando parece haber sido desterrada de mi mente, demuestra que las barreras que limitan a ésta son frágiles, como termina siendo frágil la coraza de casi cualquier ser humano.

En días como hoy, no puedo sino dar la razón a quien una vez me dijo que los escritores apenas somos un recuerdo de lo que vivimos, una burda copia de lo que nos rodea o una inútil representación de lo que deseamos.

Acostumbro a negar en mis adentros que así sea. Maquillo mi verdad, vivo una mentira o simplemente escribo. Siempre disfrazado. Nunca desnudo. ¿Nunca? Quién sabe. Quizá algún día emule al maestro Larra y escribiendo aquel “Muera usted mañana” sí lo haga.

lunes, 25 de octubre de 2010

La cajita de música



Sabes, cariño, también yo me arrepiento.

Una de arrepentimientos

Siempre nos arrepentimos de no haber sabido tatuarnos en la piel los besos del otro, de no habernos sorbido el alma. Siempre nos arrepentimos de no poder memorizar cada uno de sus pliegues, de no tener un botecito en la mesilla de noche con la esencia de su olor.

Siempre nos arrepentimos de no poder guardar nuestras palabras en una cajita, y que al abrirse suenen como si fuera música. Siempre nos arrepentimos de no haber sabido conservar en nuestros poros cada una de sus caricias.

Siempre nos arrepentimos de no habernos hecho parte de nuestras propias vísceras, de no haber jurado al amanecer que nada teníamos que ver con aquellas ojeras que eran nuestra única ropa…




Una mancha de tinta hacía ininteligible el resto de la carta. Bastaba con lo leído para que uno se diese cuenta de que aquella era una de esas típicas epístolas que uno envía en el preciso instante en que incluso la soledad le abandona.

Aquellas palabras parecían haber sido escritas bajo ese triste efecto que produce el que incluso te cuelgue el teléfono el teleoperador sudamericano que es sobreexplotado por “Apadrina un guiño”.

Se percibía en aquella caligrafía un par de suspiros melancólicos que trajeron a mi mente aquellos parques en que nos desgastábamos los labios como si no fuera nunca más a ser de día.

Recordé también cómo intentó disuadirme, afirmando que era para mí una mujer poco recomendable, como si desconociese que el dolor del escritor no dura más que esos efímeros segundos que tarda en calentarse en el microondas mi café.

Con Quique fuimos tres cuando en un banco le susurré una canción. Pensé en escribirle y reprocharle sus letras al ver que no había escrito el remite en el sobre. Por no dejar sus huellas, que diría González.

Recapacité. No me parecía justo culparle de que aquellas soledades paralelas en un triste viaje se encontrasen. El guión es el que nosotros escogimos. Él tan solo puso banda sonora a lo que sentimos.

Escribí igualmente, sólo por desahogo. Sin remite ni dirección, tartamudeé en un folio un “te quiero”, con la estúpida esperanza de que algún día llegue a ella. Con la esperanza de que algún día sepa de que de todo lo que un día dijo, también yo me arrepiento.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Mariposa traicionera

En ocasiones, la felicidad sólo es un velo tras en cual se esconde una mariposa traicionera...

Cuando se es feliz...

- Conviérteme en literatura, cielo, y no contaré a nadie que soy yo quien te ha dejado.
- Para poder hacerlo, antes tendrías que dejarme.
- ¿Acaso si lo hiciera ahora escribirías un soneto diciendo que soy muy puta?
- Yo no sé escribir sonetos.
- Ni yo cobro por sexo, pero eso nadie tiene porqué saberlo…



Aquel intercambio de palabras fue lo último que compartimos. Podría hacerle caso y decir que no fue más que una muesca en mi revólver, pero cualquier intento de desprecio sonaría tan forzado como la risa de un enterrador soltero.

Muchas la precedieron. Otras tantas la sucedieron. Ninguna ha sido capaz jamás de cambiar tanto mis prioridades como ella hizo. Follar más y escribir menos era mi máxima y mi mínima, el medidor de la temperatura de algo que creía que era amor.

¿Sabes, chico?, con ella descubrí que incluso un pendenciero como yo deja a un lado a Joaquín Sabina por los relatos de un pobre cantautor acostumbrado a la cerveza sin alcohol y a dormir todas las noches en caliente.

Cuando uno es feliz, chico, es capaz de abandonar al gran maestro por cualquier perdiz con la que charlar un rato a la hora de cenar, y de creer que vivir en democracia significa que no te engañe el anuncio de los donuts.

En honor a la verdad, debo reconocer que ese nauseabundo olor me embriagó hasta tal punto que llegué a considerar la posibilidad de dejarme llevar por la lírica de entre sus piernas y escribir algo más propio de una mala comedia norteamericana.

Estuve bastante cerca de definir un puto polvo como lo haría un simple quinceañero. De olvidar que mi carácter es un blues y la tristeza los acordes de mi vida. ¡Maldita sea!, a punto estuve de convertirme en autor de una balada soñadora en la que el sueño eterno es ella.

Pero un buen día, de golpe y porrazo, me despertó. Tras arribar a mi vida con la ligereza con que una mariposa golpea a una margarita, en su marcha fue ruidosa, como el dolor de unas muelas revoltosas que juegan a ser gallegas.

De golpe y porrazo se despidió, y aunque entonces nada entendí, ahora debo agradecerle que me devolviese mi vida de escritor bohemio. Esa vida en la que la única alegría posible es la de lamentar que hay una piedra en el camino. Ésa en la que la felicidad sólo tiene cabida como supositorio de un antiguo amor, ahora lejano.

lunes, 18 de octubre de 2010

Gente

Gente que se despierta cuando aún es de noche y cocina cuando cae el sol. Gente que acompaña a gente en hospitales, parques...

Gente que...

Gente que pasado el tiempo desaparece de tu vida. Gente que deja de quererte de repente. Gente que de repente parece olvidarse de tu nombre. Gente a la que nombras y te ignora.

Gente que te mira sin conocerte. Gente que sonríe al encontrar tu mirada con la suya. Gente que se sienta en un vagón de metro. Gente que transita alrededor tuyo, que camina junto a ti.

Gente con la que hace tiempo no paseas, a la que tiempo hace que no ves. Gente que te escucha y te aconseja. Gente que no lo hace, que escucha como si estuviese ausente. Gente que está y con la que no hablas.

Gente con la que te gustaría hablar y ya no está. Gente que está sólo cuando le conviene. Gente a la que extrañas sin saberlo. Gente que sabe que la extrañas, pero a la que le da lo mismo.

Gente que se mira en el espejo y se cree mejor que tú. Gente que es mejor que tú pero es humilde. Gente humilde que duerme en el parque de enfrente. Gente que no va de frente ni con el transitar de los años.

Gente que con los años deja de importarte. Gente a la que no te gustaría jamás parecerte. Gente que cree parecerse a ti, pero que en realidad sólo te imita. Gente a la que tan solo le importan los regalos que le haces por su cumpleaños.

Gente que se emborracha cuando no debe. Gente que te debe algo pero no paga. Gente a la que pagarías un billete a un viaje lejano sólo de ida. Gente ida de la olla con la que conviene tener cuidado.

Gente en cuya compañía disfrutas, pero que apenas ves. Gente que ves hasta en la sopa y que aborreces. Gente aburrida que sale en televisión. Gente cuya televisión permanece encendida todo el día.

Gente a la que has querido, pero que ahora se encuentra en el olvido. Gente a la que no puedes olvidar, por más que lo desees. Gente con la que te gustaría estar, pero no puedes. Gente con la que no puedes estar, ni quieres.

Gente a la que quieres, a pesar de que te hizo llorar. Gente que te hizo llorar y a la que no quieres. Gente a la que odias, y a la que te gustaría ver sufrir. Gente que sufre y a la que te gustaría ayudar.

Gente a la que has ayudado y no te lo ha sabido pagar. Gente que no te ha querido pagar por todo lo que le has ayudado. Gente a la que has ayudado y no ha servido de nada. Gente a la que de nada sirve que le ayudes.

Gente cuya sola presencia duele. Gente que te duele que esté ausente. Gente que simplemente duele. Gente que te duele que sea tan simple, esté o no esté presente.

Gente que te hace sentir bien. Gente a la que haces sentir bien. Gente que siente y que padece. Gente que padece y no lo dice, bien por no importunar o por evitar sentirse débil frente a los demás.

Gente que frente a los demás se crece. Gente infantil, que jamás crece. Gente que decrece con los años. Gente que mejora con el paso de los años, mientras ve a los otros empeorar.

Gente que se mira en el espejo y se cree feo. Gente fea que se mira en el espejo y se ve gorda. Gente gorda que se mira en el espejo y se cree que no existe el relleno. Gente que se pone relleno para verse en el espejo.

Gente demente. Gente que parece inteligente. Gente que con sus palabras es consecuente. Gente que en inventarse una vida distinta a la suya y mejorada, su tiempo invierte.

Gente en la que jamás invertirías un segundo de tu tiempo. Gente a la que no dedicarías ni tiempo ni saliva. Gente con la que intercambiarías tus fluidos. Gente en cuya compañía desearías detener el tiempo.

Gente, simplemente. A la que quieres. A la que odias. A la que eres indiferente. Gente que forma parte de tu vida, o que en algún momento estuvo en ella. Gente por la que darías todo. O nada. Gente, mucha gente. Demasiada. De todo tipo. Tan solo gente.

For once in my life

En efecto, aunque parezca atípico, en La Lola's Club también se habla de redes sociales, siempre con jazz de fondo.

La red social

Frecuentaba hace tiempo la compañía de una dama que con otro hombre vivía. Jamás le dolió en prendas incluso reconocerse ninfómana, aun a sabiendas de que su manía poco tenía que ver con semejarse a una ninfa, sino en ser más bien una zorra infiel.

En este mundo en que las redes sociales son el pan nuestro de cada día, he terminado por aceptar de ella una amistad fingida, casi tanto como decía ella fingir los orgasmos con ese pobre diablo con el que aún habita.

Veo las fotos de ambos en su casa o de viaje y pienso si seguirá siendo como entonces, una rubia oxigenada más bien ligerita de cascos, y de prendas cuando cae la noche y las puertas de los baños de este antro se cierran.

Adornó su invitación de amistad con un simple “hola”, como si lo vivido juntos se hubiese desvanecido. Como si una ola hubiese convertido aquel frágil castillo de arena en indiferencia.

He de reconocer que no me importa demasiado. Simplemente me confunde el ver cómo la hipocresía se extrapola de la realidad a la pantalla de un ordenador con la misma facilidad con que los dioses de la farándula convierten su vida en una obra de teatro pseudorreal y pseudoperiodística.

Un buen día le pregunté si alguna vez se había planteado si con ello podía estar haciéndole daño al pobre diablo con el que todavía sigue. ¡Maldito imbécil! Como si aquello le hubiese violentado, no volvimos a tener sexo nunca más.

Con el tiempo dejó incluso de venir al local, y perdimos el poco contacto que aún manteníamos. Una de las últimas veces que charlamos me abofeteó. Como si no hubiese sido suficiente con aquella puta preguntita, le pregunté porqué solía maquillarse cuan ramera, si luego entre sus planes no aparecía el cobrar.

A pesar de todo ello, puedes creerme, al abrir esa dichosa red social, me encontré con su “hola”. Un simple saludo, sí, pero que encierra tras de sí una supuesta amistad. O eso es lo que teóricamente, con el hecho en sí, se busca.

Dudo, no obstante, que así sea. Si desease mi amistad, volvería a emborracharse junto a mí. Ya no digo a copular. Hablo de un simple “hola”, personal e intransferible, cara a cara y menos frío.

Quizá me equivoque, pero con tan burda patraña hecha amistad, sospecho que pretende ser tan sumamente insustancial como aquellos quinceañeros a los que entonces daba clase, a los que de tanto magnificar la realidad, ella misma decía odiar.

Buscará, simple y llanamente, convertirme en uno más en su obra teatral. Un amigo más de quién fardar y con quién fardar de lo feliz que es desde que La Lola’s Club ha desaparecido de su vida.

Pues, chico, ¿sabes que te digo? Que cuando vuelva a casa, de mi facebook la pienso borrar.

domingo, 17 de octubre de 2010

Cuarenta y diez

Hace falta tener cuarenta y diez para tener tan poca vergüenza como la del relator anterior. Más o menos, como la que dice tener el Gran Maestro.

Ternura panameña a precio de saldo

Prefiero yacer aquí cualquier noche que volver a casa, ahora que en mi calle arrecian alternos bajo un arco iris blanco y negro mis pasados sueños y recuerdos.

Allí de cuando en vez extraño aquellas ocasiones en que lo hacíamos con los calcetines blancos puestos. Aquellas ocasiones en las que simular ser catetos era la mejor vía para buscar juntos, sin mayor teorema que nuestra pasión, la hipotenusa del amor.

Ahora me conformo con una prostituta panameña cuyo susurro no es el mismo. No me acostumbro a que dos labios inferiores me acusen de ser padre mientras otros superiores me trabajan a la vez de usted.

Suele decirse que palabras que silencios hieren menos, pero éstos para mí son más placenteros si no son tus versos los que me enaltecen. Inexistentes me parecen ellos si solitarios mis labios permanecen, como de hecho sin ti hacen.

Y es que no es buen compañero el aroma de carmín que Ana deja al miembro. Junto a mí, que no conmigo, al finalizar siempre llora. Tiene un hijo y dos hermanos. Tres pobres engañados.

Cuando los ejecutivos duermen, comienzan sus horas de oficina. Eso es lo que les dice. Falsa mentira. Si bien en realidad sí limpia, no es la suya más que una realidad maquillada que convierte otro polvo en buen negocio.

Ternura panameña a precio casi de saldo, es su historia una de las tantas que aspirando a grandeza a España llegan, y terminan por conformarse con un puñado de euros y quince centímetros.

Ella, tú y yo sabemos que no soy un hombre hecho para ser animal de compañía. Aún así conmigo se desfoga después de que de otro modo yo lo haga, como si fuese capaz de ver que más allá de mi miembro y mis ganas de follar hay uno de esos hombres utópicos que además saben escuchar.

No puedo decir que su historia me enternezca. Sabes, nena, que de siempre yo prefiero la ternera. Lo nuestro me dejó marcado, como si fuese el amor una guerra, y no puedo ahora sino buscar la paz con quien conmigo mejor opera.

El escucharla al acabar es tan solo un plus que tengo que pagar. Ella se desfoga. Yo pienso que te follo y me ruborizo. Jamás por pensar en ti, ni tampoco por lo que entre sus piernas hago. La única vergüenza que me queda es pagar tan poco por un poco de ternura panameña…

In the air tonight

Porque no siempre las cosas son lo que parecen...

El final de una farsa

Esperaba con las manos ensangrentadas a que él llegase. Cogió del mini-bar una botella y se sirvió una copa. Deseaba que le pegase. Y vaya si lo hizo.

Todo le parecía una farsa desde hacía tiempo. Lo que le rodeaba. Lo que vivía. Lo que antes amaba. Aquella puta rutina les había envuelto de tal modo, que además de ropa, a la locura también tendía.

Aquellas cuatro puñaladas habían acabado con todo lo que les unía. Ni tan siquiera aquella casa era real. No para ella. Todo lo alto que había subido sólo había servido para hacer mayor la caída.

No alcanzaba a entender porqué se había desgastado, porqué se había roto. ¿Por qué dejar de ser felices así, sin más? Tantas miradas. Tantas caricias. Tantos “te quiero”. Todo se iría por la borda cuando él llegase.

Sabía que se enfadaría. Mucho. Por eso lo mató. Al final, aquello no era más que la excusa perfecta para que él hiciese lo que ella, cobarde, jamás sería capaz de hacer.

Por un instante volvió a estremecerse viendo tan dantesca escena. Luego decidió que mejor sería trasladar el cuerpo hasta el pasillo, para que nada más entrar, él lo viese. Después de hacerlo pensó que jamás había sido tan fría.

Al pasar por el espejo se vio las manos. Se las llevó a la cara, dejándose en ella marcas de sangre. Rompió el cristal de un golpe, haciéndose una pequeña herida que poco le importó. Mayores eran las que tenía en el corazón.

Siguió bebiendo. La hemorragia tardó un poco en parar. Él lo hizo más. Tanto que se cansó de aquella botella, que terminó estampada contra la pared. En un ataque de histeria, en el suelo acabaron los adornos de dos estanterías. También una vajilla. Llevaba horas fuera de sí.

Pasaban de las tres cuando abrió la puerta. Estaba medio dormida sobre la mesa de la cocina. Borracha, se acercó a besarle. Con cara desencajada, él no entendió lo que veía. No entendió hasta que ella habló:

“Lo he hecho yo, Jonnhy, y volvería a hacerlo. Estoy harta de tus putas, y de ser para ti sólo la imbécil que cocina. Estoy cansada de esta farsa. Cansada de ti, de mí, de vivir…”.

Entonces, reaccionó. Había soportado meses sin sexo. Había buscado en otras lo que con ella no obtenía. Había obviado tantos y tantos ataques de histeria. Había intentado soportar su enfermedad. Al fin y al cabo, la quería.

Aquel maldito descontrol era uno más en su día a día, pero la gota de su gato colmó el vaso. No podía más. ¿Por qué seguir soportando a aquella tía? Pensó en huir, pero la ira pudo más. Por eso se quedó. Y por eso, por primera vez, le pegó.

Fue también la última. Ella se defendió como un jabato. Cuchillo en mano le atacó. La esquivó, la empujó sobre el sofá y la asfixió. Y toda aquella farsa se acabó.

sábado, 16 de octubre de 2010

Entre mis recuerdos

Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos...

Todo por estar aquí

Santander, Viérnoles, Torrelavega. Valença, Viana, Caminha. Madrid, Sevilla, Castellón. Granada, Barcelona, Andorra.

Jugar al escondite con la tía Son. Ir al parque con mi hermana. Acompañar a mi abuelo al Cisne. El compañero de mi madre. La batería de la guardería Globos.

Mi abuelo. Una hermana de mi madre. A mi propio padre. Más de uno y dos amigos. Algún que otro conocido. Personas cercanas. Otros, menos.

Cariño, aprecio, amor. Lágrimas, abrazos, besos. Nervios, vértigos, ansiedad. Bastante indiferencia. Mucho dolor.

Muchas cosas han quedado atrás. Otras las he simplemente perdido. Todo hasta llegar aquí. Todo por estar aquí. Y a pesar de todo, de nada me arrepiento.