sábado, 26 de septiembre de 2009

Avern Club

Era la segunda vez que me acercaba al Avern Club a pedir consejo a uno de los allí presentes. Ya en la puerta saludé a mi buen amigo Caronte, quién me dijo que esperaba verme por allí más a menudo en un futuro no muy lejano. Flegias, que estaba también por allí cerca, me miraba inquisidor, no sé si por celos o por disponerme a entrar vivo al local.

Lo cierto es que era una noche concurrida. Desconozco si se debe ello a que las almas sin purgar se unen los jueves a las universitarias en sus hábitos de sexo y alcohol, pero el caso es que por allí vi a Chaplin y a Groucho. También estaban Saddam y Bin Laden, quién me rogó le guardase el secreto de su emplazamiento.

Me acerqué a la barra a pedir un trago. Detrás, las dos hijas de Zapatero se encontraban acompañadas por aquel entrañable bote de tomate que entretenía a media España en Telecinco. De las niñas, me atendió la menos fea. Fue en el momento en el que acerqué la copa a mis labios en el que Dinah Washington sustituyó en el escenario a Ella Fitzgerald para cantar aquello de “Cry me a river” y dedicárselo al gran Louis Armstrong, que compartía mesa con Antonio Machín y otros dos afroamericanos.

Como en nuestra primera cita, había llegado antes de la hora. Sabía, además, que el bueno de Frankie estaría en alguna de las habitaciones del piso superior con alguna de sus conquistas en vida. O, quizá, con cualquiera que en el Avern hubiera podido conocer. El caso es que, como la primera vez que nos citamos, esperaba que llegase tarde, y así lo hizo.

Llegó con la respiración alterada, como si hubiese venido corriendo, o quizá igual de sofocado como si viniese de correrse. Sea como fuere, el caso es que arribó con la cremallera del pantalón a medio subir, con dos botones de su camisa por abrochar y su inconfundible sonrisa de cazador por esconder.

Una vez tuvo un trago en la mano, el tono pendenciero de su voz se apoderó de él. Estuvimos comentando el caso durante un rato. Le pareció incluso extraño que hubiese acudido él para orientarme, cuando nunca fue él un ejemplo de cómo se debe tratar a la familia ni, como en el caso abordado, tampoco de cómo se debe ser un padre ejemplar.

Le pareció extraño que acudiese a él, pero no por ello omitió, en su juicio de valor, la definición de rata inmunda de uno de los culpables de que yo haya venido a este mundo. Y tampoco por parecerle extraño, dejó de ofrecerme una solución:

“No quiero sonar repetitivo, muchacho. No sería justo, pues hasta ahora sigues manteniendo la cabeza fría y el jazz caliente. Es por ello que sólo te insto a no cambiar en ese aspecto. Sin embargo, no me considero voz autorizada a tratar temas de familia, aunque sí sé quién en lo que me cuentas te podrá ayudar.

Yo me encargaré de todo, descuida. Vete, y vuelve en un par de días. No te preocupes de los chicos de la puerta. De ellos me ocupo yo. Ahora, ve, y no olvides dar recuerdos al bueno de Al, ¿sí? Ni tampoco lo que siempre te digo: Que el jazz sea tu bandera, y tu frialdad tu montera”.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Calle Melancolía

Neobohemios. Bohemios de nuevo cuño a los que aborrece mi gran amigo Alberto. Se debe ello, quizá, a su triste altanería, ésa con la que una y otra vez afirman vivir en la Calle Melancolía.

La neobohemia

Se irán para no volver, cruzando el túnel del sueño. Dejando un haz de luz un ligero destello. Se irán para no volver, como pájaros sin dueño. Desangrando el cielo con su caótico vuelo.

Si yo pudiera retenerlos, desnudarlos, hacerlos míos, mi verso iluminaría las pupilas de distinguidos poetas líricos, que reunidos en tertulias literarias, lamerían mi falo erguido. Mas como no persigo ese propósito, y si el conseguir ser leído, por todos los dioses digo: ‘Tomad hermanos el reflejo, de lo que pudo haber sido, y sin embargo, por circunstancias del destino, no quiso ser’.

Arrastrados por la vida, creyéndose a vuelta de todo, manchando el lustre de la bohemia, dicen ser autores de la nueva poesía.
Verso que una vez masticado y posteriormente vomitado, diezma su valor hasta alcanzar el del corazón de un hipócrita, arrancado y ensartado en un hierro oxidado y candente.
‘Por el amor de cristo, que blasfemias piensa este miserable’-Pensarán algunos seres, y seguramente con menos elegancia que la descrita-. Pero lo escrito es tan cierto, como que la neobohemia ha muerto antes de haber nacido.

Visten su verso inconcebible, vacío, obtuso, con expresiones ambiguas y hermafroditas que definen su personalidad, y no contentos con ello prolongan la agonía del reducido respetable añadiendo vocablos que aprendieron en la última novela de autor alternativo que dicen haber leído. Tiñen su verso de palabras que jamás alcanzarán a comprender.

Desde aquí les daré las gracias, por perdonarnos a cada segundo la vida. Sentimos no comprender la existencia de una manera tan perfecta y ecuánime como la suya. Sentimos llevar a cabo el atrevimiento de querer formar parte del vulgo. ‘Oh dioses terrenales, perdonad nuestra osadía. Perdonad que seamos inferiores mentalmente’.

A estos seres anacrónicos, podremos distinguirlos del resto de la sociedad atendiendo a distintos factores, los cuales procederé a describir:
(intentaré ser breve)

En primer lugar haré saber que todos los neobohemios, haciendo gala de su basta y amplia cultura literaria, realizan frecuentemente el amago de escribir verso o prosa, o incluso ambas al mismo tiempo. Gracias al cielo, suelen morir en el intento.
La diferencia de estos textos, con los del resto de escritores, es que el mensaje en los primeros se repite constantemente, gravitando en torno a la miseria y desgracia humana, resaltando el ideal: ‘Cuan dura y cruel es la vida que por infortunio me ha tocado vivir’

En segundo lugar, me gustaría hacer hincapié en un rasgo muy importante de los individuos que conforma esta etnia. Les gusta autodefinirse como ‘raros’ o más aún como ‘alternativos’.
Si a sus oídos llegan rumores de que alguien conocido o por conocer los ha considerado de este modo, su ego y su ano se dilatan en proporciones simétricamente idénticas.
Les gusta sentirse ‘diferentes’, para así sentirse al tiempo asilados del rebaño, que integramos el resto de la sociedad.
Podrás verlos portando gafas de sol en altas horas de la madrugada, luciendo sombreros dentro de espacios cerrados, y así toda clase de harapos que no servirían más que para hacer míseros trapos de sus lánguidos jirones.
En resumen: Son alternativos (…).

Por último, no podría dejar pasar por alto el rasgo más importante: Su afán por evadirse.

A menudo se sienten en la vida de paso. La monotonía les asfixia, les atrapa, les raciona el oxígeno.
Necesitan ampliar su ‘campo visual’, enaltecer su alma y su cuerpo. Lo que comúnmente el resto de la sociedad conocemos como vacaciones, ellos lo consideran un ‘descanso vital’, para poder continuar con la pesada carga del día a día.
Necesitan viajar, olvidar por un tiempo las calles que durante el año transitan. Desean alejarse de algo o de alguien, en la mayor parte de los supuestos por simple cobardía. Nadie puede comprender ni satisfacer sus necesidades si no comparte su ‘confesión religiosa’.
Nunca llegan a ser felices plenamente, en parte porque no lo desean. La soledad, la tristeza y el martirio les proporciona un siniestro placer, que nadie cabal y cuerdo llega jamás a comprender.
Podríamos decir que rentabilizan el dolor, para vomitar una especie de sonrisa.

Y así, a grosso modo, quedaría definida la estructura genérica de estos seres que conviven con nosotros.


A ellos quisiera dirigirme para rubricar estas líneas:

Soy consciente de que como animales libres que sois, estáis en todo vuestro derecho de comportaros salvajemente a vuestro antojo siempre y cuando no dañéis a las personas.
Se hace duro aceptar que vistáis así, que no sepáis integraros en la sociedad como el resto de individuos, y que mostréis una concepción de la vida a todas luces anormal; no obstante, a pesar de ello me veo obligado a respetarlo, que no a compartirlo. Ahora bien, por caridad humana: ‘No sigáis escupiendo esas vehemencias en forma de palabra escrita’
No me considero abanderado de ninguna causa, ni represento a nadie, aunque soy consciente de que son muchos los que comparten mi opinión; tan solo quiero que tengáis en cuenta que estáis haciendo mucho daño a la lengua castellana.

Es preferible que os sigáis drogando, pero no tratéis de escribir.
No al menos al mismo tiempo.


* Escrito por Alberto Rodríguez.

martes, 22 de septiembre de 2009

Champagne

Cree Diego haber encontrado cura a su forma de ser. No piensa en que, quizá, por su nueva y fogosa relación, lo que puede, más bien, es no tener remedio. En cualquier caso, el beneficio de la duda habrá de serle otorgado con esta canción que tan bien adereza su nueva historia.

"Su cariño, gracias"

Lo reconozco. Quizá no sea la más guapa del mundo. Sí estoy seguro, sin embargo, de que es más guapa que cualquiera. Y también más fiera. Al menos lo es más que cualquier otra de las que en este local de mala muerte entran.

No me mires así. No tienes más que mirar a tu alrededor. Una divina corista, una camarera enamorada y una serie de especímenes a caballo entre un orangután hembra y la hembra de un pollo. ¿Crees que alguna cabalgaría sobre tu miembro con la soltura que ella lo hizo sobre mi noble corcel?

No creo, tampoco, que ninguna mujer de las que aquí entran sea tan deportista. Ya, ya sé que el chándal no le debe sentar la mitad de bien que a Luis Aragonés, pero también a ella le gusta ganar, ganar, ganar y volver a ganar. No es que conmigo haya dejado los tacones por los tacos, o no al menos por los que se calzan. No. Conmigo, los tacos salían de su boca, y las botas nos las poníamos llamando sin parar a un teléfono que empieza por sesenta y nueve.

Le encanta el deporte, te decía, porque practicándolo estuvimos toda la noche. Sí, sí. No me mires así. ¿Acaso no sabes que es el sexo el único que no se detiene por falta de luz?
Le gusta también cocinar. De hecho, cuando el alba llegó, nos encontró con las manos en la masa, probando por enésima vez el uno los ingredientes que uno y otro añadiríamos a nuestro enésimo postre juntos.

La noche de anoche no fue noche. O no al menos una noche al uso. Cierto es que había alcohol, y también que sonaba blues de fondo. No menos cierto es que tampoco faltaba el humo. Este, sin embargo, no era ambiental, sino sexual. Fueron tantos los cigarrillos necesarios de después, que al recargar las baterías de nicotina, la máquina nos soltó un bonito “su cariño, gracias”.

No puedo negar cierto momentáneo hastío, aún estando en buena forma. Si bien, ella lo hizo arder, y no sabes de qué forma. Llegado al séptimo cielo de aquel acto, actuó ella de tal modo que quise vender mi vida al diablo por perecer en aquel momento. Olvidé que, aún sin cuernos, y teniendo yo el rabo, era una pobre diabla con quién yacía.

Al rato, mis bostezos de Dios le hicieron creerme humano. Fue por ello que, al pedir papas, me las dio arrugás. Arrugás y bañás en champagne francés. Al descorcharlo pedí un trato. Uno más, dijo Santo Tomás, y mano de santo. Su truco sirvió para engañarme una vez más. Y otra. Y otra. Y luego otra…

De todo aquello saco algo en claro, y es que los feos y apuestos se atraen. ¿La razón? Fácil, sencilla, y para mayores de dieciocho años:
Yo no soy todo lo guapo que ella podría desear, y ella apuesta por hacerme adelgazar mediante la dieta del cucurucho. Simple, y llanamente.

Al final del encuentro, ambos nos sentimos colmados por matar el mono a polvos. Con el tiempo, hasta puede que yo siente la cabeza más allá de entre sus piernas. Es probable incluso que ella se reforme si permanecen los castigos de cara a la pared. Quién sabe. Con el tiempo, es incluso posible que, en lugar de aquella máquina, seamos nosotros quienes digamos aquello de “su cariño, gracias”.

lunes, 21 de septiembre de 2009

It's a man's man's man's world.

Hace referencia John en sus palabras a James Brown y uno de sus mayores éxitos. Es de recibo, pues, que ese éxito acompañe en El Rincón a sus palabras, cantado por el propio James Brown y otro grande, Luciano Pavarotti.

Muerto de amor

Sabes, chico, por extraño que parezca, temo a la muerte. Creo en la inmortalidad del ser no como algo divino, sino como un mero recuerdo en la memoria de aquellos que te han amado. Es justamente por ello por lo que temo al último suspiro, porque pocas personas creo que sean capaces de amarme sin cobrar por horas. Y es que hoy día, muchas veces soy amado, pero pocas de forma gratuita.

Podría dejar de buscar el amor en prostitutas y hacer un casting como los que salen en televisión para contratar a un par de jóvenes plañideras para mi velatorio, cierto es, pero no menos cierto es que les costaría más encariñarse conmigo que a mi sacar mi cartera en el Jamaica. Después de todo, hasta en el amor es más fácil recibir que dar… y diría que también más placentero.

Sé que mi concepto de amor es insustancial o, como diría mi amigo Juan Lapuerta, imperialista y prepotente. Soy culpable, lo admito. Lo reconozco, soy la antítesis del romanticismo. No soy capaz de verme en una relación con una mujer más allá del tanga de la dama de turno que muy gustosamente me llame “papito” por un puñado de billetes.

Soy culpable, he dicho, pero no menos culpables sois todos los que por aquí pasais. Después de todo, mi imperio se basa en el aguarrás que bebeis y mi prepotencia en el caché que al local dais, imperio y prepotencia que me han llevado hasta hace un par de semanas al cese temporal de la convivencia alcohólica por reformas y buena vida.

Lo cierto es que quería dar al local una nueva vuelta de tuerca. Lástima que finalmente no haya hecho sino dársela a una de las que en mi sien se encuentran. Quedó ello reflejado en el mismo instante en que te dejé sin lugar de hobbie y a los arrastrados a la altura de un hobbit, pero qué le voy a hacer, ya te he dicho que soy como un prepotente emperador.
Como dueño de este antro de mala muerte que tanta vida da a aquellos que veranean en el purgatorio, me creí con poder suficiente para desafiar al mismísimo Julio César. Mi sorpresa fue que, cuando este arribó a la dirección donde nos habíamos citado, era el ex central del Valladolid quién había aparecido.

Esa broma pesada gastada por la vida me hizo replantearme mi relación con la muerte, aunque creo que en nuestra relación no hay ya remedio. No me gusta frivolizar ni comparar mi situación con la de nadie. Únicamente te diré que me siento vejado y maltratado. No creo haberme merecido aquellos dos golpes de los que, en efecto, todavía no me he olvidado, por mucho que las heridas parezcan cicatrizar. Si aquellos pobres benditos no se merecían morir, menos merecía yo que lo hiciesen en mi edificio.

Tampoco creo que aquella otra chica mereciese morir. Quizá sí su marido, pero no ella. Es una de tantas historias desgarradoras, en las que alguien que dice ser hombre acaba con la vida de su mujer a base de golpes. Cierto es que esta vez los golpes le partieron tanto el alma, que fue ella quién buscó a la muerte, pero no es excusa. Ni tampoco toda esa mierda que sacan ahora en la prensa local, al más puro estilo prensa del corazón. Él era un hijo’puta, pero quién murió fue ella. Qué importan el cariño y el amor.

Quizá sea cosa mia, chico. Hace tiempo que no encuentro el amor sin chequera, ni que por amor llevo preservativos en mi guantera. No me malinterpretes. Yo podría haber protagonizado el anuncio ese televisivo diciendo aquello de “todo con condón, todo con Control”. Es sólo que, como cliente habitual de sus instalaciones, las provisiones me las otorga ya el estado jamaicano.

Sé que mi concepto de amor es insustancial, y sé que puede que lo sea porque jamás se da en mi vida el amor sin pagar. Y qué le voy a hacer si, como cantaba James Brown, no soy nada sin una mujer. Y qué le voy a hacer si ninguna mujer me hace temer más a la muerte…

martes, 15 de septiembre de 2009

Amelie

Qué distintas son las noches cuando uno deja atrás Madrid y vuelve a La Lola's. Qué distinto es para Gustavo volver a las noches con los arrastrados después de disfrutar de su pequeña sonrisa de Amelie.

Los lunes al sol

Nos conocimos en Madrid. Creí, al principio, que era de esas a las que al escuchar “mira, un pájaro muerto”, miran al cielo raudas y veloces para observar el vuelo del difunto. Me equivoqué. Aquella rubia sí sabía de muy buena tinta que no todo al norte de los Pirineos es Estocolmo, y que Estocolmo no es una forma de quejarse por la ruptura de una uña.

Lo cierto es que su primera sonrisa me gratificó más que el primer empujón a cualquier otra. Recordé, gracias a ella, aquellos tiempos en que la aceleración de mi noble corcel era similar a la de un Ferrari. Aquellos tiempos en los que pasaba de misógino a promiscuo en seis segundos.

Pasamos un par de días siendo diez años más jóvenes de lo debido. Remamos en el Retiro como esas parejas de jóvenes adolescentes que comienzan a pensar en el sesenta y nueve como algo más que el resultado de tres por veintitrés. También, como pseudo-adolescentes, bebimos colonia de bebé y utilizamos la marcha atrás para algo más que aparcar.

Quise dejarle claro que, juntos o revueltos, yo con ella, pan y cebolla. Fue entonces cuando, ¡pam!, descubrí que, más que “Operación Retorno”, lo suyo sería una vuelta al cole. Topé de bruces con la realidad que me llevó a saberme más viejo de lo creído. Justo ese fue el momento en el que pensé cortarme la p****.

Podría decir en mi descargo que la culpa es de las madres, que las visten como putas. No es verdad. La culpa es de gilipollas como yo, que piensan que sólo el monte es orégano cuando llevan una década teniendo pelo. Estúpido de mi, sólo cuando la vi como algo no recomendable me di cuenta de que los tiempos cambian… y las mujeres también.

No logré, en los dos lunes siguientes, sin embargo, evitar salir con ella a remar. Ni tampoco llevarla al Retiro. Pasamos tres lunes al sol pecando en la sombra. Pecando, y delinquiendo. Poco me importaría ahora que me llegase una citación del juzgado. Bendito delito descubrir que tras aquella pequeña sonrisa de Amelie, se escondían dos pechos tan firmes como vírgenes.

Sus manos me encendían. Su sonrisa me iluminaba. Toda ella me hacía otro. Aquello tan poco recomendable valía la pena. Valía la pena parecer un adolescente con quién lo era. Valía la pena cambiar los lunes a la sombra por pasarlos al sol, remando en el Retiro.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La gravedad

Quiebra por completo este relato con lo que La Lola's Club es, pues si bien comienza en un local nocturno, no había sido nunca Clara alguien habitual en El Rincón de los Arrastrados.

No he querido dejar pasar, sin embargo, la oportunidad de compartir con mis lectores algo que ha surgido de la lectura de un relato ajeno al que quise dar, con permiso de su autor, mi toque personal y transferible a quién guste de leerlo.

Está escrito en un tono grave, y que acaba relacionándose con la gravedad. Es por ello que, ¿qué canción, si no esta, podría acompañarlo?

Y al final, la nada

Consumió en las escaleras un último cigarro. Se fumaba mientras la madrugada a la oscuridad. Piensa de nuevo la noche en que él se fue. Esperaba al alba. Le marcaría el camino a un lugar mejor que aquel rincón, creía.

Recordó que la mañana allí no le podía encontrar. Era hora de secarse las lágrimas de sangre en su pañuelo de lija. El perfecto desconocido esperaba su desayuno en casa.

Desde entonces él era todo oscuridad, pensaba mientras abría la puerta. Compartían cama y vida. Les separaba la nocturnidad, la tristeza y el alcohol. “Si el Averno existe, de esto mucho no debe distar”, se dijo a sí misma.

Aquella depresión le había conducido de la baja a la autocompasión. La autocompasión le convirtió en un cabrón. A ella la había convertido en esclava, desaparecida de su empleo la esclavitud.

Triste, se vestía pensando en lo feliz que otrora había sido, y en lo infeliz que aquel hombre le había convertido. Ya en la estación, se acordó de lo buen hombre que fue.

Se detuvo el tren en su estación, y con ello retornaron los pensamientos de abandono. Las lágrimas se volvieron a unir a un insomne y frío rostro. Insomne por las muchas noches con alcohol y sin descanso. Frío, por aquella mañana con abrigos y sin grados.

Una mañana más, tarde. El jefe esperaba. Era sabedora de que su trabajo de un hilo pendía. Poco le importaba. También de un hilo pendía su antigua vitalidad. Esperaba el fin de su jornada, hasta que ésta tocó a arrebato.

Aminoró a la salida el paso pensando en encontrar en la estación la más tardía combinación. ¿De qué serviría una pronta vuelta a casa? Aquello era un infierno.

En algo peor se convirtió al ver en el periódico de quien tan amablemente le había cedido su asiento una noticia similar a la que en las carnes de su hijo ella vivió. Comenzó entonces su sinrazón. Salió de la estación buscando un lugar donde llorar. Donde gritar. Donde volar.

Volvió a su edificio de trabajo como alma que lleva el diablo hasta llegar a divisar un marco incomparable. Cajas apiladas a un lado. Un pequeño invernadero en otro. Cubriéndole, una intensa niebla. Y al final, la nada.

Por un instante, pensó en ser feliz y libre. Feliz pensando en que su hijo vivía todavía. Liberada por saberse madre y mujer. Recordó entonces qué le había llevado a aquella azotea.

Allí le había llevado la realidad de unos sueños imposibles de cumplir. Allí le habían llevado sus ganas de vivir. Entonces, voló. Encontró, al final, la nada.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Lágrimas negras

Lluvia de lágrimas por una mujer. Lágrimas que mezcladas con alcohol se vuelven negras. Negras, como las lágrimas de esta magnífica canción.

Lluvia de lágrimas por una mujer

Anoche, al encender el cigarrillo que acompañaba a mi tercera copa, mi mirada topó nuevamente de bruces con ella. Debí obviarla, pero no pude dejar de mirarla. Después de todo, aquel encuentro había sido por mi buscado. Y es que, sé que suena triste, chico, pero lo cierto es que fumo porque en el humo creo verla.

A aquel veneno le sucedieron otros tres arsénicos. Ninguno cumplió su cometido. Lo máximo que conseguí, fue poseerla. Y es que, puede parecerte un chiste, pero me emborracho porque en los delirios de mi alcohol, en mi alcoba creo tenerla.

Debes creer que debería bastarme con el humo del local para confundirme con el entorno, y en realidad así es. Ocurre que la confusión no llega, sin tabaco de por medio, en ningún caso a enajenación; del mismo modo que no llega sin alcohol a ansias de posesión de algo que sin el padecimiento de un grave síndrome de Estocolmo no pasaría de una triste historia de amor.

Esa es la verdad, chico. En lugar de odiarla, no logro sino ansiarla. No dejo de adorarla, aún cuando debía aborrecerla. Noche tras noche, es Leyre quién me cabalga. Mi caprichosa imaginación hace que, quiera o no quiera, sea Olvido quién me fustiga. Únicamente el que trabajemos como autónomos hace posible su satisfacción, y creo que también la de la camarera que me da de beber.

¿La mía? Mi satisfacción, amigo mío, poco importa, pero ya que me lo preguntas, quizá estuviese hoy día en atreverme a descolgar el auricular y llamarla. Con ella hablaría lo justo y necesario para pedirle que pasase a su corazón el teléfono.

A decir verdad, no sé exactamente de qué hablaría con lo que ella misma denominaba su “medio limón agrio”. Quizá de los brotes verdes de Zapatero. O puede que del cambio climático y del primo de Rajoy. A lo mejor le pediría su opinión sobre una cosa que he experimentado. Le preguntaría, muy posiblemente, si ve factible que se produzca en algún momento lluvia de lágrimas por una mujer.

Pétalos marchitos

Dos grandes de la canción española se unieron en este tema para no volver. "Entre el frío y el hastío" se une a este Rincón, ajeno al oscuro trasiego de La Lola's Club, oliendo a "Pétalos marchitos".

Entre el estío y el frío

Se irán para no volver,
cruzando el túnel del sueño.
Dejando un haz de luz,
un ligero destello.

Se irán para no volver,
como pájaros sin dueño.
Desangrando el cielo
con su caótico vuelo.

Cuando los ojos creían
que el eterno azul era eterno,
cuando los veranos de una vida
ardían en un mísero invierno;

cuando había una salida
al otro lado del averno…
Ya sabía que te quería.
Ya te amaba sin saberlo.

martes, 1 de septiembre de 2009

La paga

En la vida de uno, siempre hay cosas difíciles de explicar. En la vida de Marco, su episodio con la tortilla es una de ellas. Otra podría ser, fácilmente, que al alzar la copa con la que solventar su problema con un huevo, la canción que de fondo sonaba fuese esta:

Kill Tortill'

Cada día, chico, me encuentro más preocupado por mi salud mental. Antes del cierre obligado del rincón, creía remontar, pero me ocurrió hace un par de semanas una cosa que me dejó…

El caso es que estaba yo en casa, tan tranquilo con mi cizaña preparando una tortilla para cenar, cuando mi imaginación me jugó una de las peores pasadas de mi vida, o eso quiero creer. Y es que una vez terminé de trocear las patatas, un huevo me abordó cuchillo en mano. Comencé a temblar aterrorizado. Jamás antes un homicida había tenido los cojones de matarme. Tampoco, para desgracia mia, había intentado jamás hacerlo un buen vino. Ahora, sin embargo, parecía dispuesto a ser trinchado por un huevo. Por suerte no era esa su intención, pues lo único que hizo fue instarme a detener enseguida los preparativos de mi cena con la amenaza de que llamaría a la policía y me acusaría de intento de violación.

Pregunté entonces a mi cizaña que de qué iba aquello, y me contestó esta que se encontraba la cebolla llorando por su desnudez, de una forma casi tan fría como gélido es el abrazo de un pingüino sin alas. Parecía como si, conociéndome como mi planta me conoce, no supiera que no es precisamente una de mis filias el abusar de nada que haya dado la tierra. Ni tan siquiera del cannabis. Y sin embargo, allí estaba, mirándome con una indiferencia que sonaba a reproche, aún cuando sabe ella más que de sobra que, a falta de orgasmos que me alivien, tiendo en mi tiempo libre a alternar entre órgano y mandolina.

Dejé en la cocina a aquel huevo armado y a aquella amada planta sin mirar tan siquiera a la cara de aquella cebolla a quién había desprovisto, según aquel proyecto de tortilla, de su vestimenta y honor, y me preparé una copa de lejía y alcohol del noventa y seis, sin escatimar en alcohol.

Mientras escogía con qué música hacer arder mis adentros, unos gritos me detuvieron. Era el huevo. Había descuartizado y arrojado al fuego a la cebolla y se había suicidado. Mi cizaña tenía ya el número de la policía marcado cuando le arranqué el teléfono de las ramas y me dispuse a terminar con la tortilla que tiempo atrás había empezado. Me reprochó que fuese a esconder el delito en mi cocina perpetrado, pero el hambre y las ganas de terminar con aquella locura pudieron más.

No sé, chico. Quiero creer que todo aquello fue fruto de mi imaginación, pero lo cierto es que todo lo viví de un modo muy real. Puede que, igual que los juguetes cobran vida cuando los niños en los baúles los guardan, también la comida viva una vida similar a la nuestra en la nevera. O eso, o estoy yo loco, aunque sinceramente, no creo que sea ese el caso.

Quizá haya sido fruto de imaginación, pero todo aquello creo haberlo vivido realmente. Mi cizaña, además, respalda mi coartada. Ella vio la ira en los ojos de aquel huevo. Algo debió pasar antes de los preparativos de mi tortilla para que actuase así. Quiso ser él mismo quién se cargase a aquella cebolla. Quizá tuviesen en aquella nevera un lío y ella le dejase por un pepino. Estoy seguro que actuó como un huevo despechado, como sin huevos actúan muchos hijos de puta hoy día. Me engañó a mi y engañó a mi planta para hacerme parecer que en verdad me había metido en aquel ajo, y así actuar con premeditación y alevosía.

Sé que parece increíble todo esto que te cuento. Pensarás que debo llamar a un loquero, cuando, más bien, para hacer la tortilla debí llamar a la policía primero. Sé que puede parecer que estoy enfermo, y yo mismo tengo miedo de ello, chico, pero estoy seguro de lo que aquel crimen fue cometido por aquel huevo…

lunes, 31 de agosto de 2009

Amigo

Tiende Diego, para aparentar una mayor fortaleza y experiencia, a hablar de sus múltiples viajes. Uno de estos hoy le ha hecho recordar, sin embargo, un capítulo no todo lo frívolo que él acostumbra a ser. Todo, por la canción que en aquel momento Irene suavemente cantaba.

Lo que Diego no sabe es que, mientras él habla, encuentra su confesor un claro paralelismo con una experiencia similar. Su amiga es argentina. La de quién escribe, catalana. Una y otra son, como dice la canción, "la hermana del alma, realmente la amiga que en todo camino y jornada está siempre conmigo...".

A Diego se le escapa una cosa. Y es que, a sabiendas de ello o inconscientemente en ningún momento habla de gratitud. Yo, por segundo día seguido, y sin que sirva de precedente en este Rincón, sí debo hacerlo y, Laura, darte las gracias por todo lo que día a día por mi haces.

No sos vos, soy yo

Ocurrió unos tres años atrás. Me encontraba en un bar cuando topé con ella. Su luz me envolvió, como esa envolvente luz que te aproxima a la muerte a lo largo del túnel. Pero, como aquellos que viven una experiencia cercana a esta, terminé regresando.

Cuando uno sufre una ECM, dicen, termina volviendo porque una voz así lo dicta. Unos creen que es simplemente el facultativo quién te hace revivir. Otros, que es quién al otro lado te espera quién te comunica que no ha llegado tu hora. En mi caso, fue ella misma quién me hizo despertar del profundo sueño.

Todo ocurrió un martes. Habían pasado dos jueves desde que nos habíamos conocido. Yo parecía ya un hombre rehabilitado. Casi había olvidado a aquella habitante de Júpiter que me hizo creer marciano. Sonaba en la radio Lucas Masciano. Creo recordar que “Primavera rota”. Y entonces, llegó ella, para también romper el verano.

Me pidió que me sentase y suavemente me dijo “cielo, no sos vos, soy yo”. Íbamos muy rápido, alegó. Poca defensa pude contraponer. Demasiado era ya el empeño que había puesto porque aquella luz fuese la que me aproximase al paraíso. Demasiadas fuerzas fueron las gastadas como para negar la evidencia.

Era un martes. Dice el refranero que “ni te cases ni te embarques”. Cierto es que iba aprisa. Cuando me dejó, lo que esperaba era una contestación a la proposición que le había hecho de irnos juntos de crucero. Pensaba ya, también, en comprarle un perro. Al final, el perro me lo compré a mi y quise tirar todos mis planes juntos por la borda.

Debo decir, en su descargo, que me rompió el corazón, sí, pero que aquel sentimiento poco duró. Dura ello habitualmente lo que tarda en aparecer otra perfección en mi vida. Con ella, sin embargo, un clavo no fue preciso para sacar otro clavo. Y es que ella obvió tal brusquedad, se posó en mi vida y anidó en mi corazón.

Por aquel entonces, ardía por tenerla cerca, aún cuando ella se mostraba fría. Poco a poco, fue esa frialdad lo que convirtió mi ansia en ternura, y mi ternura lo que la convirtió a ella en cercana. Suena extraño, lo sé pero cuando por ella estaba dispuesto a dejarlo todo, no dejándome dar un paso más, fue ella quién acabó por darme todo a mi.

Cuando la conocí, tres años atrás, la creí ángel. Quise con ella tocar el cielo, y mandó mis palabras de amor al infierno. Ello no la convirtió, en contra de lo habitual, en diablo. Más bien al contrario. Lo que después me dio la hizo diosa.

Ella me obligó a volver al mundo real con aquel rechazo. Con aquello, y con aquellos días felices que bien podrían haber sido un final alternativo a “Verano Azul” u otra teleserie de la época. Y es que me declinó mi oferta de amor y crucero, sí, pero para embarcarnos en algo muy poco habitual en la actualidad, como es una amistad entre seres sexualmente desiguales.

No necesitamos velas. Nos bastó con tocar todos los palos para navegar hacia un cariño hoy casi fraternal. No precisamos tener hermanos para comparar lo que el uno del otro hoy sabemos y soportamos. Gracias a su empeño, no hizo falta mucho para que el ansia de amor fuese cubierto por su más que suficiente aprecio.

Sin embargo, pasado cierto tiempo, tuvo mi furgoneta del amor que dejar La Pampa y cruzar el charco. Empapado de papel fotográfico transcurrió el viaje. A cada foto, un recuerdo. A cada recuerdo, una palabra. A cada palabra, un paso más hacia el confort de un alma viajera que en Argentina dejó algo más que una amiga.

“No sos vos, soy yo”, dijo como preludio. Como en mi vida tiende a ser habitual, y de no haberse ella esforzado en que lo que parecía un “adiós” no fuese más que un “hasta luego”, pudo aquello haber sido un final por desamor. Fue, sin embargo, el preludio del más bello no-amor que he vivido, vivo y viviré.

Come fly with me

Hoy, con más de veinticuatro horas de adelanto, por ella.

"Lo que Sinatra ha unido, que no lo separe el hombre..."

Ella

Cuando la conocí, comencé a pensar que antes de hacer una obra de arte, Dios hizo un mal boceto. Al poco, al saberme más joven, me cercioré en que, aún pudiendo ser cierto lo anterior con respecto al hombre y la mujer, en este caso, la perfección fue primero.

Podría decirse que, como precedente, Dios me puso en el camino, como John suele decir, una perfecta imperfección. Y es que de defectos está el mundo lleno, y quizá sea ella una de las personas en las que estos más se manifiestan. Y qué más da. Sin ellos no sería ella.

Tan sólo recuerda el último San Valentín. Mientras Gustavo, Marco, Juan y Diego parecían emular a Javier Urrutia y sus amigos, yo aquí estaba, contento y feliz como una perdiz. Y no precisamente por amor. Es más, te diré que la noche anterior habíamos discutido, pero incluso, pese a eso, me encontraba bien. Y es que, sin duda, y como a ella misma le dije a posteriori, prefiero discutir con ella a hacer el amor con cualquier otra.

Pasados meses, aquí me tienes. Poco o nada ha cambiado. Era feliz con su presencia antes y lo sigo siendo ahora. Cambia únicamente el escenario, pero no los sentimientos. Yo sigo siendo yo. Ella sigue siendo ella. Por aquel entonces, San Valentín, ahora un aniversario.

Da igual cual sea el próximo evento. Nosotros seguiremos siendo nosotros. Yo seguiré intentando alcanzar la excelencia por ella. Ella seguirá siendo eso, ella. Y con ello me bastará. No preciso más.

Unos para ser felices quieren un camión, como decía la canción. A mi me basta con tenerla cerca, aunque quizá, en realidad, esté lejana. Y es que puede estarlo de manera física, pero no en mi memoria. Ya lo dice la ranchera, “dicen que la distancia es el olvido, mas yo no concibo esa razón”. Y es que para mi, chico, no hay razón sin ella.

Y es que los años pasan, como pasa la gente. Las fotografías se suceden, juntos y separados. Las anécdotas acontecen, del mismo modo. Todo pasa. Todo se sucede. Todo cambia. Todo… menos nosotros, y mi gratitud.

viernes, 28 de agosto de 2009

Angie

La chica del relato no tiene nombre. O al menos no es conocido. Podría ser Alicia. Tal vez Laura, o quizá Patricia. También podría ser Ángela o, como la muchacha de la canción, quizá "Angie":

Tarifa extra

En el barrio donde yo vivo, chico, cuesta la ternura casi tanto como la ternera. A veces, cuando me acerco a la carnicería, sólo me disipa las dudas sobre si estoy en esta o en un prostíbulo el ver que no son las patas de las presas lo primero que se desecha. Y es que, cierto es que de las cerdas todo se aprovecha, pero no menos cierto será que ni con estas se antoja demasiado cómodo copular sin apartar.

En más de una ocasión, yendo a comprar al carnicero de la esquina, con la dulce melodía de alguien que me llama “papito” como hilo musical, tengo pensado en ella. No es que la considere una meretriz. Ni mucho menos. Únicamente pienso en esos instantes en que su ternura sí podía considerarse de un valor bastante superior al de la pieza de ternera.

Será cosa de la crisis, pero juraría que cualquiera de esas rameras que en mi barrio hacen la calle serían capaces de decir “te quiero” por un puñado de euros más. No frecuento damas de compañía (todo será cuestión de preguntar a John…), pero a sus tarifas por polvo, francés y completo les acompañará no tardando, si no lo hace ya, un plus por cariño. E incluso, quizá, otro por un beso de buenas noches en la frente y arroparte.

Ese suave y maternal beso nocturno, con ella, solía recibirlo incluso sin tener que abonar una cantidad adicional, o eso creo, ya que he de aclarar que con ella no existían tarifas. No. Ella únicamente entendía de caprichos. Yo… yo, chico, entendía únicamente de dispendios por amor.

El caso es que tampoco existía en nuestra relación tarifa alguna por cariño. Cierto es que este era mostrado, pero nunca promulgado. Y es que, al contrario de lo quizá ocurra con esas “mamitas” (o mamonas) de mi barrio, ella no decía “te quiero”. Ni por un puñado más de euros. No es que se los haya ofertado, obviamente, sino que daba igual el calibre del dispendio.

Al principio, como no podía ser de otro modo, todo iba bien. Durante un tiempo, creo, fingió quererme. Ahora bien, lo que yo quería no era que lo fingiese, sino que lo sintiese. O al menos, que me mintiese. Quizá, así, mi sentimiento ahora fuese otro. De haberme dicho que me quería, aunque no lo hiciese, quizá no la compararía ahora con mis señoras vecinas de vida alegre. Quién sabe si, como estas, también en la cama fingía…

Puede decirse, en descargo, en mitad de la comparación, que ella no cobraba. Cierto. Las que no lo hacen son peores. Ella no cobraba, pero siempre quería más y más. Al final no me salía a cuenta. Hoy esto, mañana aquello, pasado lo de más allá… y ni una triste mentira.

Un día le rogué que me hiciese feliz engañándome. Su respuesta fue “sin un asa y chocolate no te digo que te quiero”. El chocolate se lo ofrecí, relleno de licor. No sabía con lo del asa a qué se refería. Me provocó esto último rechazo. Lo primero me provocó su permanencia. Qué pasó después todos lo sabeis. Se fue sin mediar palabra, con todo lo que ello conllevaba.

Después de todo, qué bonito habría sido escuchar de sus labios un “te quiero”. Sin embargo, de ahí jamás esas palabras salieron. Creí que lo hacía, pero me equivoqué. Jamás le reprocharé que mi sentimiento no fuese recíproco. Nunca le perdonaré, sin embargo, que, como esas putas, por un plus en su tarifa mintiese.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Vuelve el amor

Acaba el verano y vuelve La Lola's Club. Con La Lola's Club, vuelve el amor... o como se llame eso que los arrastrados sienten.

La Lola'Sky

“Sea como fuere, claro queda que al principio fue el Savoy. No menos claro queda que aquella obra debió ser bien divina, o bien diabólica. Sólo así se podría explicar que fuese aquello una perfección tan imperfecta, o una imperfección tan perfecta”.

Nada parecía haber cambiado cuando me senté nuevamente en el rincón. John volvía a hablar del Savoy, aquel local que mal supo imitar, como aquel director americano quiso imitar una película del calibre de “Abre los ojos”. A decir verdad, aquel derrumbe y las posteriores reformas parecieron sentarle como unas vacaciones. De asemejarse a Tom Cruise, podría incluso decirse que, como éste en su bodrio, había empezado una nueva vida.

No es conocido John, sin embargo, por abrazar a la cienciología. De hecho, es de sobra conocido que él no es dado a abrazar si no hay dinero de por medio. Aunque, pensándolo mejor, también él había destacado haciendo una versión chusca y de andar por casa de algo que bien estaba como había sido creado… El caso es que, metida la pata, qué más da yankee que españolito.

En mi vuelta, andaba John contando, con la ilusión de aquel niño que cuenta sus hazañas veraniegas el primer día de vuelta al cole, unas batallitas que sonaban ya a añejo, como a viejo e inútil había sonado en su día “Vanilla Sky”. Pese a conocer ya la historia, los arrastrados prestaban, ávidos de su lugar de reunión, una inédita atención. Parecía como si, en lugar de ser John quién les ilustraba, eran los pechos de Penélope Cruz los que hablaban.

Hablando de pechos, también Leyre e Irene estaban, por suerte, en el local. Por suerte porque, según decía John, el derrumbe del techo provocó lluvias en su azotea, ante lo cual cerca estuvo de cumplir su sueño de convertir aquello en un puti. Quién sabe qué habría sido de ellas de no haberse apiadado su jefe de las dos mujeres que, después de su madre, durante más tiempo habían soportado el olor a matarratas con coca-cola de su aliento...

Posiblemente, como Las Tres Desgracias, se habrían visto abocadas a buscar otro centro donde se les prestase atención. De no haber sido, también, por el miedo de John a ser llamado día sí y día también “papito” por sus chicas, habrían e
éstas dejado de creerse las reinas del billar. Un billar donde, como en el resto del local, nada había cambiado. Cada cabeza seguía estando presidida por dos neuronas, como la barra seguía siendo sustentada por un misógino, un mujeriego y un corazón roto. Sólo faltaba yo, pero allí estaba.

Nada parecía haber cambiado en La Lola’s Club cuando volví a entrar…