La bohéme... y el bohemio.
sábado, 13 de marzo de 2010
Caderas de taxista
Que soy un columnista mediocre o simplemente honesto lo prueba la inmensa fortuna de no haber ganado jamás un premio. En este oficio en realidad tan sedentario las probabilidades de alcanzar la gloria son infinitamente menores que las de desarrollar caderas de taxista. En uno de los periódicos en los que trabajé en Galicia lo máximo que conseguí fue un descuento en la esquela de mi padre. Empecé en esto hace cuarenta años y aunque al final las cosas me han ido razonablemente bien, no ignoro que la distancia que me falta para el éxito es sin duda menor que la que me separa de las hemorroides.
Cuando llevaba apenas unas semanas en la profesión, mi padre, que también era periodista, me dijo: «Si te van mal las cosas, te consolará saber que en este oficio lo normal es que ya estés en la calle cuando te despidan». Una parte de mi estilo, las uñas de los pies y muchas de mis costumbres, las heredé de él; mis errores y mis vicios fueron cosa mía. Un poco deformada por la mala vida, mi voz recuerda mucho a la suya. A diferencia de lo que ocurrió conmigo, él acertaba más a menudo con el portal de casa, lo que explica que muriese casado con su única esposa.
Gracias a haber llevado una vida más regular, supongo que nunca le ocurrió lo que a mí me sucedió con la fulana que una noche me dijo: «Siempre creí que era indecente relacionarse con un tipo promiscuo como tú, pero, confieso que al besarte me excita la idea de haber metido la lengua en la boca de otra mujer». A veces creo que el periodismo de sucesos fue determinante de mi destrucción por haberme aficionado a llevar la mala vida que tenía el compromiso profesional de retratar y el deber moral de maldecir. Pensaba que compartir la vida de los parias me ayudaría a comprenderla. Supongo que en eso fui un ingenuo. Era evidente que los periodistas que cubrían en Madrid las carreras del hipódromo se entusiasmaban con su trabajo sin necesidad de comerse la alfalfa de los caballos.
En realidad vivía aquí y tenía la cabeza muy lejos, en cualquiera de esos lugares remotos e insalubres en los que el viento sopla lo justo para que por las banderas se sepa dónde están las embajadas. Ahora soy más realista que cuando empecé en esto, pero todavía a veces me detengo en otoño frente al parque y no descarto que en las ramas de los árboles sin hojas se posen de un momento a otro los esqueletos de los pájaros.
Cuando llevaba apenas unas semanas en la profesión, mi padre, que también era periodista, me dijo: «Si te van mal las cosas, te consolará saber que en este oficio lo normal es que ya estés en la calle cuando te despidan». Una parte de mi estilo, las uñas de los pies y muchas de mis costumbres, las heredé de él; mis errores y mis vicios fueron cosa mía. Un poco deformada por la mala vida, mi voz recuerda mucho a la suya. A diferencia de lo que ocurrió conmigo, él acertaba más a menudo con el portal de casa, lo que explica que muriese casado con su única esposa.
Gracias a haber llevado una vida más regular, supongo que nunca le ocurrió lo que a mí me sucedió con la fulana que una noche me dijo: «Siempre creí que era indecente relacionarse con un tipo promiscuo como tú, pero, confieso que al besarte me excita la idea de haber metido la lengua en la boca de otra mujer». A veces creo que el periodismo de sucesos fue determinante de mi destrucción por haberme aficionado a llevar la mala vida que tenía el compromiso profesional de retratar y el deber moral de maldecir. Pensaba que compartir la vida de los parias me ayudaría a comprenderla. Supongo que en eso fui un ingenuo. Era evidente que los periodistas que cubrían en Madrid las carreras del hipódromo se entusiasmaban con su trabajo sin necesidad de comerse la alfalfa de los caballos.
En realidad vivía aquí y tenía la cabeza muy lejos, en cualquiera de esos lugares remotos e insalubres en los que el viento sopla lo justo para que por las banderas se sepa dónde están las embajadas. Ahora soy más realista que cuando empecé en esto, pero todavía a veces me detengo en otoño frente al parque y no descarto que en las ramas de los árboles sin hojas se posen de un momento a otro los esqueletos de los pájaros.
jueves, 11 de marzo de 2010
Jueves
Muchos lloramos aquel día, y lo hacemos cuando recordamos. Ciento noventa y dos víctimas fueron las razones de ello. Un grupo de desalmados los culpables.
Como otros muchos, yo tenía gente allí. Unos queridos; otros... menos.
A ti, que al volver a mí jugaste con aquello. Y a ellos, por los que me estremezco en el recuerdo.
Como otros muchos, yo tenía gente allí. Unos queridos; otros... menos.
A ti, que al volver a mí jugaste con aquello. Y a ellos, por los que me estremezco en el recuerdo.
Jueves once
Tu palabra no vale nada para mí. No tienes perdón. No sigas. Jamás creeré algo así. No gastes saliva, ni tampoco mis pupilas y recuerdos.
Banalizar con algo así debería estar penado. Hace tiempo yo te he condenado, pero no me basta. Necesitaría siempre más. Porque tú estabas allí, en la misma medida que yo estaba.
No busques excusas. Ya no conmigo. Tu crédito hace tiempo se ha perdido. ¿De qué vale recordar si es una mentira lo que aflora por tus labios? Ahórrate tus cuentos. ¿Y qué si tú también vivías en Madrid?
Pretendiste encontrar pena. No lo conseguiste. Pensé en todos salvo en ti. No lo mereciste. No lo hiciste porque otros había que en mí pensaban. Otros había que aquel temor ganaban.
Sentí temor y pánico. Aún lo siento si recuerdo. Porque, créeme, no olvido. Muchos eran los días en que había paseado por aquellas vías, por aquellos barrios. Quizá hubiese estado incluso en uno de esos trenes.
Esas horas fueron meses. “¡El Apocalipsis!”. Pensé en ello mientras aguardaba una noticia. No tuya. Tú me acostumbraste a nunca recibirlas. Sí siempre recibí de ellos noticias y el cariño que en ti echaba en falta.
Por eso por ellos lloré al saber que no iban a bordo de ningún tren. Tú no. Ellos se lo ganaron. No lo hicieron otros, pero también por ellos lloré. Y no sólo entonces lo hice.
Otras veces había vuelto y evitado el monolito. En verano entré casi obligado y volví a emocionarme. Por aquellas ciento noventa y dos familias. Por aquellos barrios trabajadores. Pero no por ti.
Primero a las ocho. Luego a las once y media. Más tarde al volver de clase. Y día a día, según se sucedían las noticias, todos quedábamos marcados. Pero tú no eres más. No perdiste a nadie. Ni siquiera la vergüenza. No frivolices con aquello.
Hace ya seis años, España lloró un jueves. Desde entonces lo ha hecho un once. Hoy vuelven a coincidir los días. Hoy volvemos a llorar. Por ciento noventa y dos familias. Por aquellos barrios trabajadores. No por ti.
Banalizar con algo así debería estar penado. Hace tiempo yo te he condenado, pero no me basta. Necesitaría siempre más. Porque tú estabas allí, en la misma medida que yo estaba.
No busques excusas. Ya no conmigo. Tu crédito hace tiempo se ha perdido. ¿De qué vale recordar si es una mentira lo que aflora por tus labios? Ahórrate tus cuentos. ¿Y qué si tú también vivías en Madrid?
Pretendiste encontrar pena. No lo conseguiste. Pensé en todos salvo en ti. No lo mereciste. No lo hiciste porque otros había que en mí pensaban. Otros había que aquel temor ganaban.
Sentí temor y pánico. Aún lo siento si recuerdo. Porque, créeme, no olvido. Muchos eran los días en que había paseado por aquellas vías, por aquellos barrios. Quizá hubiese estado incluso en uno de esos trenes.
Esas horas fueron meses. “¡El Apocalipsis!”. Pensé en ello mientras aguardaba una noticia. No tuya. Tú me acostumbraste a nunca recibirlas. Sí siempre recibí de ellos noticias y el cariño que en ti echaba en falta.
Por eso por ellos lloré al saber que no iban a bordo de ningún tren. Tú no. Ellos se lo ganaron. No lo hicieron otros, pero también por ellos lloré. Y no sólo entonces lo hice.
Otras veces había vuelto y evitado el monolito. En verano entré casi obligado y volví a emocionarme. Por aquellas ciento noventa y dos familias. Por aquellos barrios trabajadores. Pero no por ti.
Primero a las ocho. Luego a las once y media. Más tarde al volver de clase. Y día a día, según se sucedían las noticias, todos quedábamos marcados. Pero tú no eres más. No perdiste a nadie. Ni siquiera la vergüenza. No frivolices con aquello.
Hace ya seis años, España lloró un jueves. Desde entonces lo ha hecho un once. Hoy vuelven a coincidir los días. Hoy volvemos a llorar. Por ciento noventa y dos familias. Por aquellos barrios trabajadores. No por ti.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
miércoles, 10 de marzo de 2010
Vías sin tren
No puedo entender que muchos hombres y mujeres sean felices por considerar el agnosticismo una fascinante conquista intelectual. Yo soy agnóstico y la verdad es que de todas mis conquistas esa es precisamente de la que menos orgulloso me siento. A lo mejor es que ocurre con el escepticismo lo que con el cansancio, que es algo que en la juventud supone el resultado de un placer y cuando uno se hace mayor descubre que sólo puede ser la secuela de alguna enfermedad preocupante. Por eso creo que el descubrimiento del agnosticismo produce en muchos seres humanos la misma decepción que experimentarían si por indagar en el origen del coqueto lunar de la barbilla descubriesen que en realidad esa diminuta manchita es el alarmante indicio de un pavoroso cáncer de piel cuyas trágicas ramificaciones podrían ser incluso imprevisibles. Encontrar una patología detrás de la belleza conduce a la misma amargura que sienten algunos agnósticos –yo mismo– cuando al cabo de hondas y angustiosas pesquisas se les confirma que la lucidez mental en el fondo sólo les ha servido para esclarecer la oscuridad iluminándola con una paradójica bombilla negra. Su fe en la resurrección hace más felices a los creyentes. Para ellos la muerte sólo es un tránsito hacia otra manera de ser y de existir, un simple transbordo al que muchos se enfrentan con la misma presencia de ánimo que si se tratase de cambiar de tren en un largo recorrido sin final. No es lo mismo para un agnóstico. No lo es en mi caso. Me asusta la idea de morir y encuentro insoportable la relativa certeza intelectual de que lo único aprovechable de mi muerte sea al día siguiente mi viuda. Me pregunto por qué diablos habré perdido la fe que me inculcaron en la infancia. Mirándolo bien, ni siquiera sé en qué preciso instante de mi existencia la perdí. Supongo que ocurrió cuando era demasiado joven, en ese fosco y analgésico momento de la vida en el que el coche de los muertos siempre está más allá que el carrito de los helados. Por desgracia, ahora ya es demasiado tarde para recapacitar y tendré que hacerme a la idea de morir sin la menor esperanza de que en el andén del tanatorio entre inesperadamente un tren. ¡Lástima y envidia! La muerte siempre es algo difícil de soportar para un agnóstico, sobre todo si, como es mi caso, no tiene costumbre de estar más de seis horas acostado.
martes, 2 de marzo de 2010
Summertime
Otra vez es Diego quien nos habla, como si su fracaso en los camerinos no hubiera bastado. Lo hace de otro fracaso, o de al menos algo frustrado y que como en él es habitual no fue más allá de una noche. Aunque, conociéndolo, antes de los tiempos de verano, seguro se podrá reponer...
Ciclogénesis
Entre las piernas de aquella mujer, chico, la ciclogénesis no pareció más que un soplo al corazón de un camarón. El único viento que sentí en medio del ciclón fue un saxo tenor que surgió de entre las llamas del lavabo en el que en la lascivia retozábamos antes de que Irene, cantando a Sarah Vaughan, diese a sus rizos un sabor afrodisiaco similar al que el champán regala a una docena de fresas con intolerancia a la lactosa.
Olía a sexo y a sardina, como si su profesión fuera prostituta o pescantina. No obstante, seguí a lo mío. Ya sabes, los perros no distinguen razas, y si se olisquean sus tres cuartos traseros es sólo para saber a qué huelen las nubes, o si quien está enfrente guarda detrás suyo los restos de un bolero o la letra de unos escombros.
Desnuda resultaba igual de interesante que antes de tirar por el retrete al gnomo del fondo de mi copa. Parecía una de esas mujeres con las cuales resultaría incluso agradable buscar un sitio en que comer tras el camión de la basura sin haber desayunado.
Una de esas típicas chicas que parecen haber comenzado la dieta del bikini en marzo de hace tres años con el fin de convertir en virtud el fracaso de tenerla, y en el mayor de los honores asomarse al balcón de unos melones en los que cualquier empresario plantaría dos molinos al primer descuido en paños menores.
Mientras Leyre nos servía un par de copas, con Ella Fitzgerald nos deleitaba la corista. Al amor de verano cantaba, anunciando que quizá no fueran horas para agasajar a una pareja con un gato chino comprado en Chueca. Es lo único de valor que guardaba en el cuatro ruedas. Eso y un par de calzoncillos.
Con las manos vacías volví a entrar, ruborizado como aquel niño que es cazado por primera vez con una mano en la entrepierna y en otra la foto de aquella prima lejana del pueblo cuya velocidad de desarrollo es sólo equiparable a las mazorcas del gigante verde del anuncio.
“Cielo, hace tiempo compartimos barra. Sé que lo nuestro funcionaría, pero no eres lo que busco. Estoy cansada de zánganos cuya sustancia es menor que la que puedes encontrar en cualquier colmena cuya mayoría de obreras esperan en la cola del INEM las falsas promesas de bienestar de un proxeneta. Ya no quiero ser princesa si es un revolcón lo que me espera, pero entiéndeme, por muy interesantes que tus silencios resulten, creo que aspiro a más que llegar a fin de mes debiendo pagar oscuridad en el recibo de la luz”, aseveró.
Intenté persuadirla. “Nena, no olvides que es en la oscuridad donde más lucen las joyas, y serlo nunca está de más, aunque sea republicana la corona que tú ansías. No puedo prometerte luz. Ni tan siquiera puedo prometerte amor, pero quédate conmigo esta noche y te aseguro que por ti recibirán cada rey, un mono; y cada bufón, su trono”.
Me besó en la frente, dejándome en los labios la miel de una despedida como hubiera deseado. Como la ciclogénesis, fue breve, pero mucho más intenso. Mucho se ha hablado de esas dos borrascas pero, ¿sabes? Aquello sirve como muestra de que con tormentas mayores que esa he estado sentado en la barra de un bar.
Olía a sexo y a sardina, como si su profesión fuera prostituta o pescantina. No obstante, seguí a lo mío. Ya sabes, los perros no distinguen razas, y si se olisquean sus tres cuartos traseros es sólo para saber a qué huelen las nubes, o si quien está enfrente guarda detrás suyo los restos de un bolero o la letra de unos escombros.
Desnuda resultaba igual de interesante que antes de tirar por el retrete al gnomo del fondo de mi copa. Parecía una de esas mujeres con las cuales resultaría incluso agradable buscar un sitio en que comer tras el camión de la basura sin haber desayunado.
Una de esas típicas chicas que parecen haber comenzado la dieta del bikini en marzo de hace tres años con el fin de convertir en virtud el fracaso de tenerla, y en el mayor de los honores asomarse al balcón de unos melones en los que cualquier empresario plantaría dos molinos al primer descuido en paños menores.
Mientras Leyre nos servía un par de copas, con Ella Fitzgerald nos deleitaba la corista. Al amor de verano cantaba, anunciando que quizá no fueran horas para agasajar a una pareja con un gato chino comprado en Chueca. Es lo único de valor que guardaba en el cuatro ruedas. Eso y un par de calzoncillos.
Con las manos vacías volví a entrar, ruborizado como aquel niño que es cazado por primera vez con una mano en la entrepierna y en otra la foto de aquella prima lejana del pueblo cuya velocidad de desarrollo es sólo equiparable a las mazorcas del gigante verde del anuncio.
“Cielo, hace tiempo compartimos barra. Sé que lo nuestro funcionaría, pero no eres lo que busco. Estoy cansada de zánganos cuya sustancia es menor que la que puedes encontrar en cualquier colmena cuya mayoría de obreras esperan en la cola del INEM las falsas promesas de bienestar de un proxeneta. Ya no quiero ser princesa si es un revolcón lo que me espera, pero entiéndeme, por muy interesantes que tus silencios resulten, creo que aspiro a más que llegar a fin de mes debiendo pagar oscuridad en el recibo de la luz”, aseveró.
Intenté persuadirla. “Nena, no olvides que es en la oscuridad donde más lucen las joyas, y serlo nunca está de más, aunque sea republicana la corona que tú ansías. No puedo prometerte luz. Ni tan siquiera puedo prometerte amor, pero quédate conmigo esta noche y te aseguro que por ti recibirán cada rey, un mono; y cada bufón, su trono”.
Me besó en la frente, dejándome en los labios la miel de una despedida como hubiera deseado. Como la ciclogénesis, fue breve, pero mucho más intenso. Mucho se ha hablado de esas dos borrascas pero, ¿sabes? Aquello sirve como muestra de que con tormentas mayores que esa he estado sentado en la barra de un bar.
domingo, 28 de febrero de 2010
Better make it through today
Todos los que en algún momento topamos con el maestro Alvite, sentimos el influjo de su prosa. Tanto, que somos capaces de aproximarnos hasta el punto que Vicente lo hace a ella, con esta canción de fondo.
La perversión del suspense
Me gustan las mujeres cuya sonrisa es su mayor incógnita. No hay mejor sexo que el que imaginas con una mujer cuya ropa es su biombo. Es la razón de que el amor sea tan efímero como el vuelo de una hoja al caer al suelo. Interés y suspense caminan a la par en las relaciones. Pese a todo, la gente aspira a conocerse y, por eso, todos los matrimonios fracasan. Cuando miro a una mujer la susurro con los ojos que me cuente una mentira para mantener vivo el vértigo que me da observar los bajos de su falda. Pocas han mantenido el suspense más de lo que lo hace la última carta del póquer antes de mostrarse. De la vida espero algo más que de la parada del bus. La rutina es una convención y yo no busco mujeres convencionales, busco alguna que de emoción al parte meteorológico, de esas de las que esperas un beso y te dan un disparo, de esas que no llevan spray de pimienta en el bolso sino una barra de labios carmín, de esas de cuyo sonido al andar esperas un terremoto. Si todo el mundo pensase así, probablemente se extinguiría la especie humana, yo me conformo con que entiendan que nunca me casaré.
jueves, 25 de febrero de 2010
Encontrarás
Chocan las palabras de nuestro protagonista. Chocan, pero se complementan, porque aunque perder en ocasiones nada cuesta, otras muchas sí lo hace, aunque sea pasado el tiempo.
Suficiente contigo
Justo en el momento en que creía haberte olvidado, te apareces en mis sueños y recuerdas que las personas no se olvidan, que sólo se aprende a vivir sin ellas.
Lo cierto es que no fuiste lo más quise. Quizá sí lo mejor. Ni tú ni yo fuimos problema. Utilizar el mando a distancia es lo más cómodo. Quererse desde lejos nunca es lo mejor.
Quizá por eso fracasamos. Mi corazón era aún puro. Esa furcia no lo había roto. Era otro el problema. No siempre huir es de cobardes. Si siempre hay tablas, hacerlo es lo mejor para sentirse ganador.
Hitler lo hubiera hecho si no se hubiese suicidado. Hay mil fragancias mejores que el olor a pino. España habría sido un buen refugio. Cerca del Generalísimo. Pensando en qué pudo haber sido disfrutando de un buen vino.
Siento que así hubiera sido. Estaba cansado de llevar tan lejos la mano como para no poder luego retirarla. Pero, créeme, era feliz contigo. Era al enemigo a quien invitaría a una copa de cianuro con bromuro.
Éramos dueños de silencios y palabras. Con éstas combatíamos la palabrería que amenaza con rodear a quien tienta al amor. Ya sabes, lo poco agrada. Lo mucho cansa. Por eso era agradable hablar contigo. Parcos en palabras, preferíamos sentirnos.
Hoy te extraño, aunque parezca raro. No soy yo. Ha sido un sueño. Él ha provocado que surja en mí tu recuerdo. El recuerdo de lo que contigo pude haber sido, y sin embargo nunca fui.
Estoy cansado de esas chicas que llevas a la cama a sabiendas de que su aptitud le imposibilita deletrear su nombre y a mí mi actitud el suyo recordarlo. Todas son ella. Nunca tú.
Siento importunarte. Coge una escopeta y dame una paliza si molesto. Prometo no llorar. No por reconocer que falta junto a mí alguien como tú y sobran al menos seis tequilas.
Tú por tu lado. Yo por el mío. Prometimos llamarnos, pero la distancia es el olvido. ¿Olvido? ¿No decía que no existe? Es lo mismo. Otra vez me contradigo. Antes lo hice creyéndome suficiente para caer de nuevo en tu recuerdo.
Tras tanto suena frívolo. Después de ti caí, más bajo todavía. Créeme, aún así. Tu parquedad bastaba para ser feliz. Para mí era suficiente contigo.
Lo cierto es que no fuiste lo más quise. Quizá sí lo mejor. Ni tú ni yo fuimos problema. Utilizar el mando a distancia es lo más cómodo. Quererse desde lejos nunca es lo mejor.
Quizá por eso fracasamos. Mi corazón era aún puro. Esa furcia no lo había roto. Era otro el problema. No siempre huir es de cobardes. Si siempre hay tablas, hacerlo es lo mejor para sentirse ganador.
Hitler lo hubiera hecho si no se hubiese suicidado. Hay mil fragancias mejores que el olor a pino. España habría sido un buen refugio. Cerca del Generalísimo. Pensando en qué pudo haber sido disfrutando de un buen vino.
Siento que así hubiera sido. Estaba cansado de llevar tan lejos la mano como para no poder luego retirarla. Pero, créeme, era feliz contigo. Era al enemigo a quien invitaría a una copa de cianuro con bromuro.
Éramos dueños de silencios y palabras. Con éstas combatíamos la palabrería que amenaza con rodear a quien tienta al amor. Ya sabes, lo poco agrada. Lo mucho cansa. Por eso era agradable hablar contigo. Parcos en palabras, preferíamos sentirnos.
Hoy te extraño, aunque parezca raro. No soy yo. Ha sido un sueño. Él ha provocado que surja en mí tu recuerdo. El recuerdo de lo que contigo pude haber sido, y sin embargo nunca fui.
Estoy cansado de esas chicas que llevas a la cama a sabiendas de que su aptitud le imposibilita deletrear su nombre y a mí mi actitud el suyo recordarlo. Todas son ella. Nunca tú.
Siento importunarte. Coge una escopeta y dame una paliza si molesto. Prometo no llorar. No por reconocer que falta junto a mí alguien como tú y sobran al menos seis tequilas.
Tú por tu lado. Yo por el mío. Prometimos llamarnos, pero la distancia es el olvido. ¿Olvido? ¿No decía que no existe? Es lo mismo. Otra vez me contradigo. Antes lo hice creyéndome suficiente para caer de nuevo en tu recuerdo.
Tras tanto suena frívolo. Después de ti caí, más bajo todavía. Créeme, aún así. Tu parquedad bastaba para ser feliz. Para mí era suficiente contigo.
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Jesús Domínguez,
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Love is a losing game
Para Diego da igual haber sido estrella. No es ahora más que un estrellado que clama por sexo para acabar con un recuerdo. Clama en vano, pues es un perdedor en un juego de amor. Es un perdedor por no decir "te quiero", ni cantar esta canción:
Backstage
Cuéntame otra historia. Tu lunar ya antes lo he leído. Quizá no sobre tu labio. Sí en el de cualquier otra. O tal vez lo haya soñado. Qué importa ahora. Sabe a añejo, cuando es el olvido lo que pretendo, y no el recuerdo.
Quiero soñar contigo, y no con otra. Al menos por esta noche. Tampoco para mí es fácil imaginar que es ella a quien quito la ropa. No después de que dejase vacíos estos labios con que hoy te miro.
No es nada personal. Es sólo un negocio entre las piernas. No ansíes aún mi corazón. Follando nos va de perlas, así que dale tiempo al tiempo. Las prisas no son buenas consejeras. Hagámoslo lento, despacito.
Maldita dicotomía. Entre yo y una mentira. ¿Nunca has vivido un desamor? Donde hubo amor hay poso, aunque no queden ya rosas ni mendigos para rodear el nido. Esto no lo es. Esto es sólo sexo. ¡Basta ya de hablar, y quítate el vestido!
Tengo mala baba, pero soy de buena ley. Acuérdate cuando nos conocimos en aquel backstage. Yo era el ídolo, tú tenías dieciséis. Tú mucho has cambiado, pero yo soy aún el mismo. Y, nena, no cambiaré bajo presión…
Ya no soy la estrella que era antes. Tú no eres tan niña. ¿Y qué? Más de una como tú quisiera recordar mi fama bajo las aspas del ventilador, sobre mi cama. Éstas no ven ya ningún descuido. Hace tiempo que están rotas. ¿Y qué? No es preciso aire artificial para unir reyes y sotas.
Pronto llegará la primavera. Reverdecerán laureles y las flores de las faldas. Aprovecha ahora para pecar callada. No me pidas un “te quiero”. Hazte la tonta, por favor te lo pido. Su fama es un mito. No les debe ir tan mal. ¿Alguno se queja?
Quiero hoy beber de tus pechos vírgenes. Ambos ganamos si olvidamos los sostenes. Yo el veneno de tu piel. Tú tener a tu ídolo de follamigo. Hazlo por los viejos tiempos. Diez años más tarde, por tus dulces dieciséis. Por tu pase VIP a aquel backstage. Por nuestro después.
Llevo años abriendo mañanas mientras cierro bares, y nunca nadie así me ha dejado. Mi otro yo en un pantalón prieto. Mentiras por contar. Polvos por echar… Y un lunar en la memoria.
Quiero soñar contigo, y no con otra. Al menos por esta noche. Tampoco para mí es fácil imaginar que es ella a quien quito la ropa. No después de que dejase vacíos estos labios con que hoy te miro.
No es nada personal. Es sólo un negocio entre las piernas. No ansíes aún mi corazón. Follando nos va de perlas, así que dale tiempo al tiempo. Las prisas no son buenas consejeras. Hagámoslo lento, despacito.
Maldita dicotomía. Entre yo y una mentira. ¿Nunca has vivido un desamor? Donde hubo amor hay poso, aunque no queden ya rosas ni mendigos para rodear el nido. Esto no lo es. Esto es sólo sexo. ¡Basta ya de hablar, y quítate el vestido!
Tengo mala baba, pero soy de buena ley. Acuérdate cuando nos conocimos en aquel backstage. Yo era el ídolo, tú tenías dieciséis. Tú mucho has cambiado, pero yo soy aún el mismo. Y, nena, no cambiaré bajo presión…
Ya no soy la estrella que era antes. Tú no eres tan niña. ¿Y qué? Más de una como tú quisiera recordar mi fama bajo las aspas del ventilador, sobre mi cama. Éstas no ven ya ningún descuido. Hace tiempo que están rotas. ¿Y qué? No es preciso aire artificial para unir reyes y sotas.
Pronto llegará la primavera. Reverdecerán laureles y las flores de las faldas. Aprovecha ahora para pecar callada. No me pidas un “te quiero”. Hazte la tonta, por favor te lo pido. Su fama es un mito. No les debe ir tan mal. ¿Alguno se queja?
Quiero hoy beber de tus pechos vírgenes. Ambos ganamos si olvidamos los sostenes. Yo el veneno de tu piel. Tú tener a tu ídolo de follamigo. Hazlo por los viejos tiempos. Diez años más tarde, por tus dulces dieciséis. Por tu pase VIP a aquel backstage. Por nuestro después.
Llevo años abriendo mañanas mientras cierro bares, y nunca nadie así me ha dejado. Mi otro yo en un pantalón prieto. Mentiras por contar. Polvos por echar… Y un lunar en la memoria.
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martes, 23 de febrero de 2010
Algo pequeñito
Después de por obras de teatro y musicales vagar, Gato llega a Eurovisión. Enhorabuena. No ha sido un fracaso más de Antena 3 Televisión. O sí. Qué más da. Ser representante en algo sin sentido, el hombre se ha ganado.
Eran otros tiempos
Aún recuerdo la sapiencia de mi abuelo. Hace años que se ha ido, pero en cierto modo, aún está conmigo. Eran otros los tiempos, decía, en que hasta los jóvenes se besaban de usted.
Hoy ya se ha perdido toda cortesía. Se piensa en los labios inferiores cuando apenas se han rozado los superiores. Antes temían a sus padres. Ahora sólo pensamos en provocaciones. Sexuales, claro.
Pero, eran otros tiempos, decía. Por aquel entonces, el caminar por la sombra suponía el riesgo de coger frío. Ahora poco importa que la gripe A se coja al sol. Ya nadie come bajo él El Caserío. Prefieren comerse a cualquier tía o tío.
Piensa el jefe que es mayor la tontuna si es tiempo de reality show. Y es que en su juventud, los hombres de mar temían ser comidos por un calamar gigante. En cambio, en la mía, el miedo se tenía a ser devorado por Rosa o Bustamante.
No creo que haya sido ‘OT’ el peor, no obstante. Otros como ‘El Castillo’ tenían más delito, con el frikismo de agravante. Aquel experimento duró poco, pero debe hacerlo todavía la carcajada de la mente prodigiosa que vendió la idea a Antena 3.
Fue ese quizá su fracaso más estrepitoso, pero no el único. Aquellos brujos no fueron capaces de prevenir el poco futuro que tenían en televisión, ni tan siquiera después de ver como ‘El Bus’ había hecho el ridículo años antes.
Su cuota de pantalla media sería en la actualidad todo un éxito, tras lograr enganchar al 24% de los espectadores de una época en la que ‘Gran Hermano’ venía de ser revolución. Nadie supo digerir una segunda, y después de muchos kilómetros, el aburrido viaje nunca más se repitió.
Pudieron uno y otro programa al menos disfrutar de una final. De ‘Escuela de actores’ o ‘Confianza ciega’ nunca más se supo, si bien es cierto que en este último programa era suficiente aliciente el ver como muchos se volvían a casa no ya sin dinero, sino incluso sin pareja.
Cuestión casi de Expediente X el saber porqué a Antena 3 ningún reality le funcionó… o no. Quizá sea culpa de la seriedad que al canal dotan Matías Prats y sus chistes malos. O que simplemente nos basta Telecinco para hacer telebasura.
En cambio, sí les funcionó una serie que no tenía visos de hacerlo. ‘Nada es para siempre’ estaba condenada a fracasar por el agravio comparativo con ‘Al salir de clase’, otro gran acierto de la televisión de los horrores.
Comenzó aquello a las ocho de la tarde, pero no fue bien. Pasó a las dos y puso la tapa al sandwich en el que entre rebanadas de adolescentes podían verse las noticias. Ciertamente, no recuerdo su final, pero sí que a mí me enganchó.
Había en ‘Nada es para siempre’ un rubio de rizos a quien apodaban Gato. Las vueltas que da la vida, el minino ha acabado siendo elegido para un nuestro desastre eurovisivo.
Daniel Diges es el nombre de alguien que en la memoria colectiva no había sido retenido. Otro gallo hubiera cantado con Quimi o Valle, pero en su caso, lo que cantamos es un vals.
Dijo el actor de teatro, recientemente galardonado, que nunca antes este tipo de pieza en el festival nos ha representado. Craso error. ¿Qué pasa con José Vélez? Voulez-vous danser avec moi, quieres que bailemos un vals, cantó en el setenta y ocho, quedando en un noveno puesto que antológico sería para Gato.
Él no había nacido, pero no es lógico el olvido. A menos que a una boda jamás haya asistido. Uribarri luego se lo habrá dicho, entre dedicatoria y dedicatoria. Hasta él ha perdido la seriedad. Nada es lo mismo desde que la victoria de Suecia y ‘Vacaciones en el mar’.
Aquel plagio se llevó a Italia consigo. Once años hace ya de aquello. Lástima que España no se fuera entonces a donde anoche nos ordenó el Cobra. Cuanto gasto innecesario nos habríamos ahorrado. . Y cuanta ridícula búsqueda del “la la la”, con otés y algún Rodolfo de por medio.
Eran otros los tiempos de Massiel. Ya lo decía mi abuelo. De salir John Cobra entonces, el régimen a un Lordy le hubiera echado. En lugar de ello, cariño una rubia le ha llamado. Qué pena no haber sido ganador yo. El “Algo pequeñito” a su cerebro hubiera dedicado. O a un reality de Antena 3 le hubiera mandado…
Hoy ya se ha perdido toda cortesía. Se piensa en los labios inferiores cuando apenas se han rozado los superiores. Antes temían a sus padres. Ahora sólo pensamos en provocaciones. Sexuales, claro.
Pero, eran otros tiempos, decía. Por aquel entonces, el caminar por la sombra suponía el riesgo de coger frío. Ahora poco importa que la gripe A se coja al sol. Ya nadie come bajo él El Caserío. Prefieren comerse a cualquier tía o tío.
Piensa el jefe que es mayor la tontuna si es tiempo de reality show. Y es que en su juventud, los hombres de mar temían ser comidos por un calamar gigante. En cambio, en la mía, el miedo se tenía a ser devorado por Rosa o Bustamante.
No creo que haya sido ‘OT’ el peor, no obstante. Otros como ‘El Castillo’ tenían más delito, con el frikismo de agravante. Aquel experimento duró poco, pero debe hacerlo todavía la carcajada de la mente prodigiosa que vendió la idea a Antena 3.
Fue ese quizá su fracaso más estrepitoso, pero no el único. Aquellos brujos no fueron capaces de prevenir el poco futuro que tenían en televisión, ni tan siquiera después de ver como ‘El Bus’ había hecho el ridículo años antes.
Su cuota de pantalla media sería en la actualidad todo un éxito, tras lograr enganchar al 24% de los espectadores de una época en la que ‘Gran Hermano’ venía de ser revolución. Nadie supo digerir una segunda, y después de muchos kilómetros, el aburrido viaje nunca más se repitió.
Pudieron uno y otro programa al menos disfrutar de una final. De ‘Escuela de actores’ o ‘Confianza ciega’ nunca más se supo, si bien es cierto que en este último programa era suficiente aliciente el ver como muchos se volvían a casa no ya sin dinero, sino incluso sin pareja.
Cuestión casi de Expediente X el saber porqué a Antena 3 ningún reality le funcionó… o no. Quizá sea culpa de la seriedad que al canal dotan Matías Prats y sus chistes malos. O que simplemente nos basta Telecinco para hacer telebasura.
En cambio, sí les funcionó una serie que no tenía visos de hacerlo. ‘Nada es para siempre’ estaba condenada a fracasar por el agravio comparativo con ‘Al salir de clase’, otro gran acierto de la televisión de los horrores.
Comenzó aquello a las ocho de la tarde, pero no fue bien. Pasó a las dos y puso la tapa al sandwich en el que entre rebanadas de adolescentes podían verse las noticias. Ciertamente, no recuerdo su final, pero sí que a mí me enganchó.
Había en ‘Nada es para siempre’ un rubio de rizos a quien apodaban Gato. Las vueltas que da la vida, el minino ha acabado siendo elegido para un nuestro desastre eurovisivo.
Daniel Diges es el nombre de alguien que en la memoria colectiva no había sido retenido. Otro gallo hubiera cantado con Quimi o Valle, pero en su caso, lo que cantamos es un vals.
Dijo el actor de teatro, recientemente galardonado, que nunca antes este tipo de pieza en el festival nos ha representado. Craso error. ¿Qué pasa con José Vélez? Voulez-vous danser avec moi, quieres que bailemos un vals, cantó en el setenta y ocho, quedando en un noveno puesto que antológico sería para Gato.
Él no había nacido, pero no es lógico el olvido. A menos que a una boda jamás haya asistido. Uribarri luego se lo habrá dicho, entre dedicatoria y dedicatoria. Hasta él ha perdido la seriedad. Nada es lo mismo desde que la victoria de Suecia y ‘Vacaciones en el mar’.
Aquel plagio se llevó a Italia consigo. Once años hace ya de aquello. Lástima que España no se fuera entonces a donde anoche nos ordenó el Cobra. Cuanto gasto innecesario nos habríamos ahorrado. . Y cuanta ridícula búsqueda del “la la la”, con otés y algún Rodolfo de por medio.
Eran otros los tiempos de Massiel. Ya lo decía mi abuelo. De salir John Cobra entonces, el régimen a un Lordy le hubiera echado. En lugar de ello, cariño una rubia le ha llamado. Qué pena no haber sido ganador yo. El “Algo pequeñito” a su cerebro hubiera dedicado. O a un reality de Antena 3 le hubiera mandado…
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Jesús Domínguez,
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domingo, 21 de febrero de 2010
Lord Byron
Jamás he sido dado a la gratuita admiración. Idolatrar a alguien siempre mucho me ha costado. Mejor así. Hay quien admira cada vez que mira. Yo prefiero estudiar, y un precio por ello acordar.
No me gusta que la gente sea admirada en balde. Pagar me parece lo más justo por hacerlo. Más de una persona mi dinero ha rechazado, instándome a gastarlo en un psicólogo. Como si lo precisase…
No veo qué hay de raro en ello. El intelecto debería ser un bien preciado, especialmente en un mundo de ello tan carente. Por el contrario, día a día es menospreciado con continuos insultos a la inteligencia que me recuerdan a Lord Byron.
No es que considere a éste imbécil. Nada más lejos. George Gordon era alguien muy cultivado. Lo que me lleva a él es el pensamiento que él tenía y que a la zoofilia recordaría hoy día.
Dijo una vez el poeta que cuanto más del hombre conocía, más a su perro quería. Sobre la mujer, en cambio, lamentó no poder decir lo mismo. Y es que ya se sabe, cada mujer es un mundo.
Cada hombre, mientras tanto, es una isla en el amor con dos neuronas naufragadas. La simplicidad de su razón viene dada por la pasión. Cuando Robinson domina a Miércoles, el punto máximo de ebullición provoca una instintiva. La mujer va más allá. Por eso es más fácil morir por ella que con ella convivir.
La simplicidad lleva a muchos hombres a contar con los dedos de las manos. Sus complicaciones derivan en imaginarnos contando los anillos de las amantes que en tiempo de crisis jamás tendremos.
Otro gallo cantará cuando ésta acabe. O no. Cuestión de amor y huevos. No sé si lo sabrás, pero hay mujeres con un carácter tal que invita a jugar al ajedrez en lugar de ser infiel. Quizá por ello siga soltero. Si no puedo ser infiel, tampoco quiero mover mi alfil.
Algunas te obligan a moverlo cargadas de pasión. Luego dejan el ajedrez de lado por un poco de compasión. Conocen nuestra condición de primates y nuestros instintos más primarios. No les resulta divertido ganar a un mono. Por eso prefieren copular. Mejor ganar un polvo que en menos tiempo de lo que éste dura matar a un rey.
Sobre sexo nunca habló Lord Byron. Sí lo hizo de amor. Es lo único que en la vida hay que ganarse. El resto se puede conseguir robando. Los tiempos han cambiado, pero no los sexos.
Nosotros somos simples, ellas complicadas. En nuestra simpleza radica su incomprensión. En sus rarezas se pierden neuronas y corazón. Por eso, como Lord Byron, yo no hago caso al mío. Prefiero dejarme llevar por la pasión. O untado en mermelada, dejarme querer por mi perro.
No me gusta que la gente sea admirada en balde. Pagar me parece lo más justo por hacerlo. Más de una persona mi dinero ha rechazado, instándome a gastarlo en un psicólogo. Como si lo precisase…
No veo qué hay de raro en ello. El intelecto debería ser un bien preciado, especialmente en un mundo de ello tan carente. Por el contrario, día a día es menospreciado con continuos insultos a la inteligencia que me recuerdan a Lord Byron.
No es que considere a éste imbécil. Nada más lejos. George Gordon era alguien muy cultivado. Lo que me lleva a él es el pensamiento que él tenía y que a la zoofilia recordaría hoy día.
Dijo una vez el poeta que cuanto más del hombre conocía, más a su perro quería. Sobre la mujer, en cambio, lamentó no poder decir lo mismo. Y es que ya se sabe, cada mujer es un mundo.
Cada hombre, mientras tanto, es una isla en el amor con dos neuronas naufragadas. La simplicidad de su razón viene dada por la pasión. Cuando Robinson domina a Miércoles, el punto máximo de ebullición provoca una instintiva. La mujer va más allá. Por eso es más fácil morir por ella que con ella convivir.
La simplicidad lleva a muchos hombres a contar con los dedos de las manos. Sus complicaciones derivan en imaginarnos contando los anillos de las amantes que en tiempo de crisis jamás tendremos.
Otro gallo cantará cuando ésta acabe. O no. Cuestión de amor y huevos. No sé si lo sabrás, pero hay mujeres con un carácter tal que invita a jugar al ajedrez en lugar de ser infiel. Quizá por ello siga soltero. Si no puedo ser infiel, tampoco quiero mover mi alfil.
Algunas te obligan a moverlo cargadas de pasión. Luego dejan el ajedrez de lado por un poco de compasión. Conocen nuestra condición de primates y nuestros instintos más primarios. No les resulta divertido ganar a un mono. Por eso prefieren copular. Mejor ganar un polvo que en menos tiempo de lo que éste dura matar a un rey.
Sobre sexo nunca habló Lord Byron. Sí lo hizo de amor. Es lo único que en la vida hay que ganarse. El resto se puede conseguir robando. Los tiempos han cambiado, pero no los sexos.
Nosotros somos simples, ellas complicadas. En nuestra simpleza radica su incomprensión. En sus rarezas se pierden neuronas y corazón. Por eso, como Lord Byron, yo no hago caso al mío. Prefiero dejarme llevar por la pasión. O untado en mermelada, dejarme querer por mi perro.
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Jesús Domínguez,
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jueves, 18 de febrero de 2010
Malos tiempos
Hace ya doce años, Golpes Bajos hablaba de los malos tiempos para la lírica. Hoy no corren tiempos mejores. Quizá, de ahí que sea ésta la canción más idónea para adornar las palabras del periodista de La Lola's.
Entre debate y debate
No marchan bien las cosas para el gobierno de la nación. Tampoco es tiempo de vino y rosas para aquellos que le hacen oposición. Da igual. Ambos abren debates. ¿Quién necesita acción? Aquí eso no se lleva. Preferimos el talante.
En el último G-20 pensamos partir la pana, pero la refundación del capitalismo salió rana, como las hijas de Zapatero. Dieron igual las calabazas del mono Amedeo. Que las niñas son góticas, pareció más importante.
Hubo consenso. Escaseó el manido debate. Las niñas son feas. ¿Para qué lucirlas en ningún escaparate? Su padre fue a poner cafés. Ellas a hacerse la foto. No se hable más. Es todo un disparate.
En cuestión de Estado no hay acuerdo. Dicen unos que de la crisis salir saben. Dictan libros a escribientes, vanidosos. Los otros tiempo ha a la ONCE se han abonado. Tras tanto palo de ciego, parece lo más cuerdo. Adiós a los dislates… o no.
Al uno le aprieta la correa. El otro come faisanes. Cuestión de percha y trajes. O de desvelar un par de planes. Ya se sabe, primero cueces. Luego te enriqueces. Pregunten a Garzón. ¿Esa barriga, es de chocolate?
También él ha caído. Antes se enfundaba el “Drogas no”. Ahora tarde se ha inhibido. Con Gil y Gil jugaba contra el opio. El fútbol es del pueblo. Para el aburrimiento resulta remedio. La crisis no lo tiene. Caballo desbocado, cabalga sin jinete.
Al Rey en USA ronda un Nobel. A ZP en Madrid planta un Goya. Primer Jefe de Estado el nuestro que recibe Obama. Tosar hace ayuno. Prefiere farra y cama. Ríe la oposición. Nadie quiere una moción, pero tampoco al de la ceja. A disgustos van empate.
Tantos kilómetros para leer la Biblia, y vas y no hablas de Dios. Zapatero, te está bien empleado. Hasta mi perro habla tres idiomas. ¿Cómo te va a querer Obama, si no te entiende? ¡Aaay, botarate!
Ríe Rajoy, rodeado de hijos de las cuatro letras. Presidir es su meta. La ceja acepta el envite. No hay emoción. El gallego se sabe perdedor. ¿Ey, Marianete, si no sabes presidir pa’ que te metes? Más de uno en tu propio partido te considera tan poco válido como un primate.
Tutankhamon ha muerto, dice la prensa. El gremio está a otras cosas. Información servicios. La política aburre. Y una mierda. Que pregunten a cuatro millones de parados si prefieren ver fútbol los lunes o que a su parálisis se encuentre solución. El opio no es más que un acicate mientras entre debate y debate, se invita a la Merkel a que venga, como el Equipo A, al rescate.
En el último G-20 pensamos partir la pana, pero la refundación del capitalismo salió rana, como las hijas de Zapatero. Dieron igual las calabazas del mono Amedeo. Que las niñas son góticas, pareció más importante.
Hubo consenso. Escaseó el manido debate. Las niñas son feas. ¿Para qué lucirlas en ningún escaparate? Su padre fue a poner cafés. Ellas a hacerse la foto. No se hable más. Es todo un disparate.
En cuestión de Estado no hay acuerdo. Dicen unos que de la crisis salir saben. Dictan libros a escribientes, vanidosos. Los otros tiempo ha a la ONCE se han abonado. Tras tanto palo de ciego, parece lo más cuerdo. Adiós a los dislates… o no.
Al uno le aprieta la correa. El otro come faisanes. Cuestión de percha y trajes. O de desvelar un par de planes. Ya se sabe, primero cueces. Luego te enriqueces. Pregunten a Garzón. ¿Esa barriga, es de chocolate?
También él ha caído. Antes se enfundaba el “Drogas no”. Ahora tarde se ha inhibido. Con Gil y Gil jugaba contra el opio. El fútbol es del pueblo. Para el aburrimiento resulta remedio. La crisis no lo tiene. Caballo desbocado, cabalga sin jinete.
Al Rey en USA ronda un Nobel. A ZP en Madrid planta un Goya. Primer Jefe de Estado el nuestro que recibe Obama. Tosar hace ayuno. Prefiere farra y cama. Ríe la oposición. Nadie quiere una moción, pero tampoco al de la ceja. A disgustos van empate.
Tantos kilómetros para leer la Biblia, y vas y no hablas de Dios. Zapatero, te está bien empleado. Hasta mi perro habla tres idiomas. ¿Cómo te va a querer Obama, si no te entiende? ¡Aaay, botarate!
Ríe Rajoy, rodeado de hijos de las cuatro letras. Presidir es su meta. La ceja acepta el envite. No hay emoción. El gallego se sabe perdedor. ¿Ey, Marianete, si no sabes presidir pa’ que te metes? Más de uno en tu propio partido te considera tan poco válido como un primate.
Tutankhamon ha muerto, dice la prensa. El gremio está a otras cosas. Información servicios. La política aburre. Y una mierda. Que pregunten a cuatro millones de parados si prefieren ver fútbol los lunes o que a su parálisis se encuentre solución. El opio no es más que un acicate mientras entre debate y debate, se invita a la Merkel a que venga, como el Equipo A, al rescate.
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lunes, 15 de febrero de 2010
Nombres Impropios
Periodismo y televisión. Nombres impropios para lo que en "Fresa Ácida" hacen. Deberían llamarse, más bien, vergüenza y telebasura. Nombres impropios. Como los de esta canción:
Fresa Ácida
Tengo miedo a visitar al matasanos. Anoche contradije sus recomendaciones. Encendí el televisor y, ¡maldito TDT! Apareció sintonizado Telecinco. Y con él… ellas.
Una morena de nombre desconocido en medio. Ojos de furcia. Más ancha que larga. A su siniestra, la ex de Mermelada. A La Alcayde hasta aquí la conocemos. Generosa ella en el reparto de neuronas. Egoísta en el de silicona. Y al otro extremo, Adriana.
Éste fue el sujeto que más me maravilló. Gracias a ella, mi televisor no ha cambiado su ubicación por un contenedor. ¿O debería decir por culpa suya? Hacía tanto tiempo que no veía la televisión amiga que olvidaba que aún hubiese en nuestro planeta vida tan poco inteligente.
Créeme, muchacho, si te digo que Ojos de furcia no era nada comparada a ella. Sólo el maquillaje hacía a aquel cuerpo botijo merecerse tal denominación. Adriana, en cambio, da sentido a cualquier gracia existente y concerniente a los pelos del sobaco de una rubia oxigenada.
Subida a dos andamios tacones mal llamados lucía piernas escasas de sauna. Con un vestido rosa, enseñaba casi hasta el alma en cuanto contoneaba sus caderas imitando un primitivo baile que bien podría ser interpretado por mi tabla de planchar. Labios pintados de un leve rosa. En la cabeza dos neuronas. Ambas ciegas y cojas.
Bien podría también llamarla imbécil, pero no tengo el gusto haberla conocido copa en mano. De cianuro se la pagaría si en algún momento de mi vida la encontrase y que así de simple es me mostrase.
Simple por llegar a fin de mes alargando con su sombra de ojos aquella que estereotipa a mujeres como ella como tontas. ¿Cuántos periodistas más válidos que ella habrán empaquetando artículos en un supermercado? Aunque, pensándolo bien, poco mejor que ella se podrá encontrar si lo que quieres es esa imagen dar…
Adriana sale en televisión, quiero creer que tras cinco años de carrera. ¡Cinco años estudiando para acabar haciendo eso! Para acabar leyendo un guión plagado de típicos tópicos que la convierten en mundana, en una rubia más que llevarte a la cama, sin más sustancia que la que sea capaz de tragar al acabar.
Aunque, no creas, el contenido del programa no era mejor. Mi úlcera resistió toda aquella demagogia que retrata a los hombres españoles como homófobos, machistas y xenófobos que sobre musulmanes defecamos después de estar con nuestro amante gay llamando a los maulas de nuestro equipo “maricón” vestidos de mujer por carnaval.
Pero la cosa no acaba ahí, pues también hablaron del ‘Punto G’ y se mofaron de los hábitos de nuestras ancianas. E incluso unieron ambas cosas y se permitieron el lujo de criticar a una señora que en sus tiempos mozos sería como las conductoras del programa: Ignorante.
Esa señora, analfabeta de hecho o de derecho, acusaba a Zapatero de inventarse la zona erógena en cuestión un rato antes de que éste fuese chopeado en bikini junto a Rajoy.
No obstante, podemos estar tranquilos. Al finalizar el vídeo, Adriana concluyó abierta de piernas (una vez más) que la culpa es de los tubitos, que visten al punto en cuestión de experimento. O la conclusión fue de La Alcayde, no lo sé. Yo también estaba entretenido buscando a la rubia de bote el ‘Punto G’.
En fin… Vergüenza de periodismo, y vergüenza de televisión. La culpa es mía, por darles share anoche, o de otra mucha gente por hacer lo propio en lugar de pedir al Ayuntamiento de turno el desaloje de tan maloliente vecino. Porque, ¿qué diferencia hay entre un ancianolescente con Síndrome de Diógenes y una televisión tan… ácida?
¡Ah! Cierto, cincuenta años, y una rubia abierta de piernas.
Una morena de nombre desconocido en medio. Ojos de furcia. Más ancha que larga. A su siniestra, la ex de Mermelada. A La Alcayde hasta aquí la conocemos. Generosa ella en el reparto de neuronas. Egoísta en el de silicona. Y al otro extremo, Adriana.
Éste fue el sujeto que más me maravilló. Gracias a ella, mi televisor no ha cambiado su ubicación por un contenedor. ¿O debería decir por culpa suya? Hacía tanto tiempo que no veía la televisión amiga que olvidaba que aún hubiese en nuestro planeta vida tan poco inteligente.
Créeme, muchacho, si te digo que Ojos de furcia no era nada comparada a ella. Sólo el maquillaje hacía a aquel cuerpo botijo merecerse tal denominación. Adriana, en cambio, da sentido a cualquier gracia existente y concerniente a los pelos del sobaco de una rubia oxigenada.
Subida a dos andamios tacones mal llamados lucía piernas escasas de sauna. Con un vestido rosa, enseñaba casi hasta el alma en cuanto contoneaba sus caderas imitando un primitivo baile que bien podría ser interpretado por mi tabla de planchar. Labios pintados de un leve rosa. En la cabeza dos neuronas. Ambas ciegas y cojas.
Bien podría también llamarla imbécil, pero no tengo el gusto haberla conocido copa en mano. De cianuro se la pagaría si en algún momento de mi vida la encontrase y que así de simple es me mostrase.
Simple por llegar a fin de mes alargando con su sombra de ojos aquella que estereotipa a mujeres como ella como tontas. ¿Cuántos periodistas más válidos que ella habrán empaquetando artículos en un supermercado? Aunque, pensándolo bien, poco mejor que ella se podrá encontrar si lo que quieres es esa imagen dar…
Adriana sale en televisión, quiero creer que tras cinco años de carrera. ¡Cinco años estudiando para acabar haciendo eso! Para acabar leyendo un guión plagado de típicos tópicos que la convierten en mundana, en una rubia más que llevarte a la cama, sin más sustancia que la que sea capaz de tragar al acabar.
Aunque, no creas, el contenido del programa no era mejor. Mi úlcera resistió toda aquella demagogia que retrata a los hombres españoles como homófobos, machistas y xenófobos que sobre musulmanes defecamos después de estar con nuestro amante gay llamando a los maulas de nuestro equipo “maricón” vestidos de mujer por carnaval.
Pero la cosa no acaba ahí, pues también hablaron del ‘Punto G’ y se mofaron de los hábitos de nuestras ancianas. E incluso unieron ambas cosas y se permitieron el lujo de criticar a una señora que en sus tiempos mozos sería como las conductoras del programa: Ignorante.
Esa señora, analfabeta de hecho o de derecho, acusaba a Zapatero de inventarse la zona erógena en cuestión un rato antes de que éste fuese chopeado en bikini junto a Rajoy.
No obstante, podemos estar tranquilos. Al finalizar el vídeo, Adriana concluyó abierta de piernas (una vez más) que la culpa es de los tubitos, que visten al punto en cuestión de experimento. O la conclusión fue de La Alcayde, no lo sé. Yo también estaba entretenido buscando a la rubia de bote el ‘Punto G’.
En fin… Vergüenza de periodismo, y vergüenza de televisión. La culpa es mía, por darles share anoche, o de otra mucha gente por hacer lo propio en lugar de pedir al Ayuntamiento de turno el desaloje de tan maloliente vecino. Porque, ¿qué diferencia hay entre un ancianolescente con Síndrome de Diógenes y una televisión tan… ácida?
¡Ah! Cierto, cincuenta años, y una rubia abierta de piernas.
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martes, 9 de febrero de 2010
Como un perro persiguiendo coches
¿Sabes, cielo? Dios ha muerto. Encontraron su cadáver desnudo en aquel huerto en que la luna nos dictaba obscenidades e improperios. Su alma ha sido pasto de las llamas. Sería bueno poner velas al diablo. Después de todo, si ha nacido es que no es malo. O eso dice mi madre...
Ya sabes cómo es éso de que la fe mueve montañas. Como mujer es piadosa y no cree en la maldad de la humanidad. Ahora bien, como madre su confianza es menos, quizá porque mientras la fe se basa en la confianza ciega, a uno tiende a verlo desde siempre dando palos de invidente.
No es que su vástago sea a sus ojos malo, sino que malas son las fórmulas que utiliza buscando una felicidad que años ha está por llegar. Malas por ambiciosas o poco realistas, diría si por ello fuera cuestionada.
Y es que si algo llevo grabado a fuego desde niño, es su identificación con un can. Desde que empecé a soñar, me acostumbré a escuchar cómo me decía:
"Cariño, eres como un perro persiguiendo coches. Corres y corres detrás de tus sueños, pero jamás los alcanzas. ¿Y para qué? Aunque lo hicieras, a buen seguro tampoco serías capaz de guiarlos donde pretendes…”.
Creí que contigo sería distinto. Me equivoqué. No fue buena idea comer galletas para calmar la sed. Lo lógico habría sido la sinrazón de perder contigo la cabeza y olvidar la precaución que nos llevó durante un tiempo a besarnos con el casco puesto.
Pasamos la línea rosa que separa amor de atracción. No precisamos tablero. Tampoco hizo falta ajedrez. Poner en jaque a la reina resultó ser suficiente. El remate fue un beso largo con sabor a café rimado. Luego, lo esperado. La ruleta convirtió aquello en drama. Una bala atravesó mi alma. Se llevó consigo un sueño. Ya lo decía mi madre, un nuevo coche se escapa…
Desde entonces imagino cómo habría sido todo si no fuese un sinsentido. De pensamiento ocioso peco en la que otrora fue tu cama. Serpiente y manzana, a ambas las maldigo. Dichoso pecado el dejarte escapar, con Dios como testigo.
Comprándole armas probé suerte. De nada sirvió. Las tuyas fueron siempre mucho más poderosas. Pensaron mis amigos que mi lengua la había comido la gata de mi novia. ¡Y una mierda! Aquel perro salchicha a la meta arribó primero.
Qué otro remedio me quedó que firmar con Lucifer la paz por jamás haber olvidado. No me pareció mal tipo. Sólo un hombre despechado. Hicimos buenas migas. Quizá por ello lo de Dios fuese provocado.
¡Ni olvido ni perdón! Dios no obró el milagro. Entiendo a mi amigo y su rencor. Sus cuernos no fueron buscados. Por eso su condena en llamas, y por eso mis estigmas. Y es que mi corazón aún sangra cuando fluye tu recuerdo de un bolero de Machín.
Eres creyente, pero también rencorosa. Querrás matarme cuando leas ésto que te digo. ¿No te parece la frustración suficiente castigo? Toda una vida intentando ser feliz, y nunca lo consigo.
Ya nada importa. Ven ahora y hazlo, pero que sea a partir de las diez. Antes soñaré con que alcanzo por fin un coche. Antes soñaré con que soy feliz contigo…
Ya sabes cómo es éso de que la fe mueve montañas. Como mujer es piadosa y no cree en la maldad de la humanidad. Ahora bien, como madre su confianza es menos, quizá porque mientras la fe se basa en la confianza ciega, a uno tiende a verlo desde siempre dando palos de invidente.
No es que su vástago sea a sus ojos malo, sino que malas son las fórmulas que utiliza buscando una felicidad que años ha está por llegar. Malas por ambiciosas o poco realistas, diría si por ello fuera cuestionada.
Y es que si algo llevo grabado a fuego desde niño, es su identificación con un can. Desde que empecé a soñar, me acostumbré a escuchar cómo me decía:
"Cariño, eres como un perro persiguiendo coches. Corres y corres detrás de tus sueños, pero jamás los alcanzas. ¿Y para qué? Aunque lo hicieras, a buen seguro tampoco serías capaz de guiarlos donde pretendes…”.
Creí que contigo sería distinto. Me equivoqué. No fue buena idea comer galletas para calmar la sed. Lo lógico habría sido la sinrazón de perder contigo la cabeza y olvidar la precaución que nos llevó durante un tiempo a besarnos con el casco puesto.
Pasamos la línea rosa que separa amor de atracción. No precisamos tablero. Tampoco hizo falta ajedrez. Poner en jaque a la reina resultó ser suficiente. El remate fue un beso largo con sabor a café rimado. Luego, lo esperado. La ruleta convirtió aquello en drama. Una bala atravesó mi alma. Se llevó consigo un sueño. Ya lo decía mi madre, un nuevo coche se escapa…
Desde entonces imagino cómo habría sido todo si no fuese un sinsentido. De pensamiento ocioso peco en la que otrora fue tu cama. Serpiente y manzana, a ambas las maldigo. Dichoso pecado el dejarte escapar, con Dios como testigo.
Comprándole armas probé suerte. De nada sirvió. Las tuyas fueron siempre mucho más poderosas. Pensaron mis amigos que mi lengua la había comido la gata de mi novia. ¡Y una mierda! Aquel perro salchicha a la meta arribó primero.
Qué otro remedio me quedó que firmar con Lucifer la paz por jamás haber olvidado. No me pareció mal tipo. Sólo un hombre despechado. Hicimos buenas migas. Quizá por ello lo de Dios fuese provocado.
¡Ni olvido ni perdón! Dios no obró el milagro. Entiendo a mi amigo y su rencor. Sus cuernos no fueron buscados. Por eso su condena en llamas, y por eso mis estigmas. Y es que mi corazón aún sangra cuando fluye tu recuerdo de un bolero de Machín.
Eres creyente, pero también rencorosa. Querrás matarme cuando leas ésto que te digo. ¿No te parece la frustración suficiente castigo? Toda una vida intentando ser feliz, y nunca lo consigo.
Ya nada importa. Ven ahora y hazlo, pero que sea a partir de las diez. Antes soñaré con que alcanzo por fin un coche. Antes soñaré con que soy feliz contigo…
domingo, 24 de enero de 2010
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