jueves, 11 de marzo de 2010

Jueves once

Tu palabra no vale nada para mí. No tienes perdón. No sigas. Jamás creeré algo así. No gastes saliva, ni tampoco mis pupilas y recuerdos.

Banalizar con algo así debería estar penado. Hace tiempo yo te he condenado, pero no me basta. Necesitaría siempre más. Porque tú estabas allí, en la misma medida que yo estaba.

No busques excusas. Ya no conmigo. Tu crédito hace tiempo se ha perdido. ¿De qué vale recordar si es una mentira lo que aflora por tus labios? Ahórrate tus cuentos. ¿Y qué si tú también vivías en Madrid?

Pretendiste encontrar pena. No lo conseguiste. Pensé en todos salvo en ti. No lo mereciste. No lo hiciste porque otros había que en mí pensaban. Otros había que aquel temor ganaban.

Sentí temor y pánico. Aún lo siento si recuerdo. Porque, créeme, no olvido. Muchos eran los días en que había paseado por aquellas vías, por aquellos barrios. Quizá hubiese estado incluso en uno de esos trenes.

Esas horas fueron meses. “¡El Apocalipsis!”. Pensé en ello mientras aguardaba una noticia. No tuya. Tú me acostumbraste a nunca recibirlas. Sí siempre recibí de ellos noticias y el cariño que en ti echaba en falta.

Por eso por ellos lloré al saber que no iban a bordo de ningún tren. Tú no. Ellos se lo ganaron. No lo hicieron otros, pero también por ellos lloré. Y no sólo entonces lo hice.

Otras veces había vuelto y evitado el monolito. En verano entré casi obligado y volví a emocionarme. Por aquellas ciento noventa y dos familias. Por aquellos barrios trabajadores. Pero no por ti.

Primero a las ocho. Luego a las once y media. Más tarde al volver de clase. Y día a día, según se sucedían las noticias, todos quedábamos marcados. Pero tú no eres más. No perdiste a nadie. Ni siquiera la vergüenza. No frivolices con aquello.

Hace ya seis años, España lloró un jueves. Desde entonces lo ha hecho un once. Hoy vuelven a coincidir los días. Hoy volvemos a llorar. Por ciento noventa y dos familias. Por aquellos barrios trabajadores. No por ti.

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